El socialismo en América Latina. La necesidad de un debate a lo interno de la revolución
Por Diego Tagarelli
El Socialismo como construcción.
El "socialismo" en América Latina ha sido y es parte de una realidad histórica. Toda nuestra historia tiene la marca imborrable del socialismo. Intentos de construcción que desde los propios orígenes culturales del "hombre colectivo" hasta las formas modernas de organización nutrieron las luchas sociales y políticas.
Es bien sabido que muchas de las comunidades originarias de este continente ejercieron formas de organización social y productivas "socialistas"; un tipo de comunismo primitivo donde las relaciones humanas admitían la propiedad de los medios de producción bajo fuerzas colectivas. Más tarde, en la etapa colonialista, cuando toda la región sudamericana fue incorporada como territorio sometido a los intereses del capitalismo mundial -y, de hecho, lo hicieron posible-, nuestros pueblos han producido sus propias revoluciones para transformar las condiciones históricas de opresión. Lejos de un destino manifiesto y natural, el socialismo en América Latina encontró desde muy pronto sus formas particulares y genuinas. Indígena, campesina, afroamericana, mestiza u obrera, el socialismo representó el levantamiento de las masas populares ante los grandes enemigos del "ser latinoamericano". Y como tal, fue abriendo un caudal de luchas que conducían y conducen a la superación de la dependencia imperialista y el capitalismo.
El socialismo expresa en América del Sur una construcción práctica que la distingue y le otorga identidad. Es esa práctica que, cuando no se somete a los dictados teóricos de ilustrados socialistas, de aquellos que pretenden dirigir los fenómenos revolucionarios por encima de las masas, puede construir y reconstruir sus propias banderas de liberación e independencia, alzando por fin al socialismo como proceso de construcción popular. Semejantes procesos libertarios se han sucedido en procesos específicos, inducidos por tendencias objetivas y subjetivas que anima la realidad latinoamericana en el contexto de desigualdad mundial capitalista. Muchos de esos procesos, de hecho, no se pronunciaron ideológicamente por el socialismo, aunque en los "hechos", en la práctica política, fueron construyendo las bases de una sociedad anticapitalista, antiimperialista, popularmente revolucionaria.
Sin embargo, después de que el socialismo fue importado como modelo ideológico -sin producir una resignificación de sus elementos teóricos y científicos- muchos intelectuales y militantes de la "izquierda" en América Latina renegaron y rechazaron ciertos procesos de liberación por cuanto no se ajustaban a las experiencias revolucionarias de los centros mundiales, cayendo en el peligroso abismo de obstaculizar los avances de un socialismo latinoamericano propio, auténtico. Por el contrario, estas posiciones académicas no tardaron en traducirse en posiciones políticas antipopulares, distanciadas cada vez más de las "posiciones ideológicas" que asumen las masas en sus luchas contra las formas de opresión capitalista.
Ya desde mediados del siglo XIX, cuado los intentos por consumar una Patria Grande unificada se desplomaban ante el nacimiento de repúblicas soberanas al servicio del imperialismo británico y norteamericano; cuando los movimientos de resistencia indígenas, afroamericanos, criollos o gauchos eran abatidos por las oligarquías criminales y desde Europa arribaban, junto a sus productos manufactureros importados, las primeras generaciones de inmigrantes socialistas y los valiosos textos de Marx, Engels o Bakunin, etc.; a partir de entonces todos los procesos de liberación nacional abiertos en América del Sur encontraron a una izquierda antipopular que se situaba, en nombre de Marx y el socialismo europeo, en el mismo terreno político que las clases dominantes y los avances imperialitas en la región. Una contradicción que se personificó para siempre en la historia política de las luchas sociales. Fueron pocos los casos donde, desde las filas del socialismo (de ese socialismo), surgieran figuras políticas valiosas que abrazaran las causas nacionales y populares.
Durante todo el siglo XX no sólo esta incompatibilidad se apoderó de la formación y reconstrucción de algunos partidos políticos progresistas en América Latina, sino que la institucionalización académica de las posiciones socialistas antipopulares y la emergencia de una intelectualidad "progresista" antinacional, sentaron las bases de una asombrosa casta de cipayos seudo socialistas al servicio de la superestructura cultural e ideológica dominante. Un izquierda de los abismos que, de manera inconciente (no siempre), reproduce las relaciones de poder capitalistas.
A grandes rasgos, esta izquierda de los abismos, como la denominó Marcelo Padilla en alguna de sus columnas matutinas, ha incorporado una práctica teórica y un posicionamiento político "idealista". Por un lado, ubicados en el terreno ideológico antipopular y sectario, existe una tendencia extrema y desconcertante en esta izquierda latinoamericana. "La del manual al pie de la letra. La que quiso y quiere, ilusoriamente, todo ya. ¡Socialismo ya! ¡Revolución ya! ¡Fuera el imperialismo ya! ¡Por un gobierno de los trabajadores ya! Y como las sociedades se desarrollan a través de "procesos", exigir ya, es una invitación al precipicio A veces se parece tanto a la derecha que desconciertan sus tomas de posición o posesión". Es una izquierda que reproduce de memoria los desarrollos teóricos marxistas pre-científicos e incompatibles a la realidad Latinoamericana y, por consiguiente, ignora los procesos independentistas y emancipatorios: para ellos no existen San Martín, Moreno, la montoneras del interior; Bolívar fue el líder de la revolución burguesa conducida desde Europa; en nuestros días, Chávez concilia con la derecha y es un militar creyente de las ideas religiosas dominantes, Cristina Kirchner representa la decadencia extrema del peronismo, Evo Morales ha traicionado los principios de marxismo indigenista, y sigue la lista. El abismo los tracciona.
Por otro lado, situados en el campo del socialismo utópico, otra tendencia teórica-política que subyace en los "socialistas distantes" es una posición evolucionista y reformista. La misma que desplaza el eje de los descubrimientos científicos del marxismo para colocar como fundamento ideológico las formas dialécticas "idealistas" pre-marxistas. En nuestros días, el socialismo sigue siendo predicado por algunos de estos teóricos, académicos e, incluso, militantes políticos ubicados en aparatos de poder imprescindibles, como una evolución "idealista" de los procesos sociales. Introducidos en las escenas de ficción marxistas de la dialéctica, esta izquierda asume un rol peligroso, cuya mayor amenaza es la de someter la construcción del socialismo popular latinoamericano a una mera superación histórica que encuentra sus limites en el poder.
En términos generales, podríamos decir que esta izquierda tiene sus momentos visibles de aparición histórica cuando, precisamente, reaparecen en América Latina procesos revolucionarios populares, colocándose, a su manera, en los espacios contrarrevolucionarios que extienden las clases dominantes. Si bien existen muchas posiciones teóricas y políticas diferenciadas dentro de esta izquierda latinoamericana de los abismos (traducido en la vida política por su falta de cohesión y sus altos niveles de fragmentación), todas comparten el abismo del "idealismo".
Hace no más de una década era impensado hablar de un socialismo unificador entre las naciones de América Latina. El arrollador neoliberalismo, la descomposición nacional del Estado y el desgarro de las bases culturales de nuestros pueblos, afianzaron un modelo capitalista dependiente que relegó la construcción de un socialismo popular y latinoamericano a estrategias políticas aisladas. Muchas otras experiencias, consumidas por los largos años de resistencia hacia los procesos restauradores del imperialismo norteamericano, perecieron en el tiempo o subsistieron con grandes limitaciones. Las décadas del ochenta y noventa fueron testigos históricos de la hegemonía norteamericana, el reordenamiento de las clases dominantes bajo los principios de la democracia burguesa y la reproducción ideológica-cultural de la globalización universal en las masas populares. En aquel contexto, los que sostenían la construcción del socialismo no conseguían, por motivos políticos e históricos obvios, edificar nuevas experiencias revolucionarias dentro de las esferas de poder que ofrecían los aparatos políticos y estatales tradicionales.
Sin olvidar las particularidades de los procesos nacionales, podemos decir que esas décadas, por un lado, presenciaron el crepúsculo de una izquierda antipopular en América Latina y, por otro lado, fueron preparando el nacimiento de nuevos protagonistas políticos que canalizaron las luchas, los comportamientos socioculturales y la construcción política desde bases populares de poder, para volver a encarnar a finales del siglo XX un socialismo popular dirigido por una nueva izquierda latinoamericana. El llamado a la construcción de un socialismo latinoamericano del siglo XXI no encontró respuesta en aquella izquierda de los abismos. Por el contrario, las masas populares del sur, sus intelectuales orgánicos y las nuevas generaciones de militantes políticos, responden positivamente a ese llamado que los interpela como sujetos activos, dinámicos, revolucionarios.
Creo -me afirmo en varios pensadores y teóricos marxistas y latinoamericanos- que es necesario desenmascarar a esa izquierda en sus posicionamientos teóricos y sus prácticas políticas concretas. Sostengo -desde una posición crítica, adherida a un proceso de aprendizaje constante- que el socialismo en América Latina, ahora más que nunca, tiene no sólo la obligación de construir un proceso anticapitalista en el marco de una revolución contrahegemónica, popular y genuina, sino además que su deber es superar las contradicciones internas que yacen en sus movimientos nacionales, venciendo a los enemigos internos de la revolución, corrigiendo sus desviaciones e identificando a esa izquierda de los abismos como parte de las fuerzas contrarrevolucionarias adversarias.
Una lectura teórica sobre el Socialismo. El socialismo es científico o no lo es.
El socialismo no puede ser pensado como un modelo "idealista", como una forma social de vida anunciada por una especie de dialéctica revolucionaria espiritual. Puesto que la edificación de una sociedad igualitaria no representa la consumación inevitable de una transición histórica que atraviesa la humanidad, naturalmente, inexorablemente. Puesto que la superación del capitalismo sólo puede admitir su realización cuando los propios actores sociales revolucionarios asumen un compromiso de transformación permanente, dinámico y rectificador, cuyo sentido práctico no es sometido a los principios evolucionistas que impregnan los procesos genuinos de revolución. Puesto que el socialismo es una realidad en construcción, por lo tanto, inverificable hacia los tiempos venideros. Por todo esto, hay que decir que el socialismo representa una fase histórica en construcción, sin disposiciones idealistas. Asimismo, se hace imprescindible rescatar la verdadera dialéctica formulada por Marx. Una dialéctica adherida a los procesos combinados y contradictorios de una sociedad en un momento histórico determinado.
Existe en muchos revolucionarios, militantes del socialismo, partidos e intelectuales revolucionarios, etc., una concepción de las luchas históricas adherida a ciertas posiciones ideológicas de fuerte contenido "teleológico" de la revolución. Es decir, actores políticos e intelectuales del campo revolucionario que piensan al socialismo como el advenimiento natural de las sociedades según las disposiciones de una especie de "dialéctica espiritual" que se desenvuelve libremente en la historia de la humanidad, produciendo sus negaciones, superaciones y afirmaciones. Existe una obseción política en los propios cuadros de la revolución de reproducir el pensamiento marxista más cercano a Hegel y la filosofía burguesa, que desplaza el núcleo de los verdaderos descubrimientos científicos de Marx hacia un terreno fantástico donde la historia tiene un origen y un fin determinado, donde todo está consumado de antemano. Por lo mismo, la revolución y el socialismo dejan de ser un proceso en construcción para convertirse en una fase histórica instaurada del devenir humano, la que solo es posible alcanzar cuando el espíritu dialéctico lo señale preciso. Ese espíritu dialéctico adquiere, para estos autodenominados marxistas, distintos niveles de fundamentación teórica según sus intereses intelectuales y políticos: es una dialéctica que reemplaza al espíritu hegeliano por el espíritu de las "fuerzas productivas", o de las fuerzas proletarias, o las fuerzas del partido revolucionario, etc.
Ya hemos insistido demasiado en artículos anteriores que Marx ha sido el fundador de una Ciencia Histórica que, como toda ciencia y todo nuevo descubrimiento científico, posee sus confusiones y condiciones pre-científicas. Pero veamos bien de cerca esta cuestión, procurando indagar el modo en que son formuladas algunas tesis centrales.
Marx presentaba como una sucesión progresiva la serie ordenada de: Comunismo primitivo, Esclavismo, Feudalismo, Capitalismo y Comunismo. Aparentemente, ninguna sociedad podía ejercer sus propios procesos de cambio ("coger el tren en marcha", en palabras de Althusser), sin antes recorrer toda la serie obligada de los modos de producción reglamentarios (con esta simple tesis ya caemos en el grave error de invalidar los procesos revolucionarios hacia el socialismo en los países subdesarrollados. Invalida asimismo el desarrollo desigual del capitalismo mundial y las relaciones de opresión y liberación hacia el imperialismo). El propio Marx, adherido inevitablemente a cierto espíritu idealista, caía en el error de la transición dialéctica hegeliana. Sus reflexiones sobre Bolívar, América Latina y las luchas independentistas en los países del tercer mundo así lo demuestran. Pero era compresible en aquel Marx sostener dichas posiciones erróneas, situado en el contexto económico y de desarrollo capitalista en Europa, como así también por los alcances limitados (u ocultos) del imperialismo en su época. Pero que en nuestros días muchos intelectuales, en el contexto latinoamericano, sigan sosteniendo aquellas posiciones y las enaltezcan como modelos inequívocos de los procesos sociales representa un obstáculo teórico serio, inconcebible.
El prefacio de 1859 ha servido de referencia a generaciones de comunistas. Pero es aquí donde la dialéctica funciona al antiguo modo de la filosofía pre-marxista, como la garantía del advenimiento del socialismo por el simple desenvolvimiento de las fuerzas productivas. Se deduce de ese texto que las relaciones existentes entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas (relaciones internas a la infraestructura, al terreno económico) pueden revertir dos formas extremas: la forma de correspondencia o la forma de antagonismo. El elemento motor de variación de esas formas son las fuerzas productivas. Cuando sobrepasan las capacidades de las relaciones de producción, estas saltan a pedazos y sobreviene la revolución, lo que hace vacilar el edificio entero. La dialéctica de la correspondencia o del antagonismo es presentado como universal y válida para todos los modos de producción. Pero este texto es muy general y sólo indica una tendencia para la investigación histórica. Muchos teóricos creyeron estar ante un texto sagrado desde donde extrajeron sus ideas mecanicistas y economicistas sobre el primado de las fuerzas productivas. De hecho Marx no ha sostenido nunca el primado de las fuerzas productivas sobre las relaciones de producción. Simplemente ha sostenido la tesis del primado, "en última instancia", de la infraestructura sobre la superestructura. Y en la infraestructura, de hecho, para el modo de producción capitalista, ha sostenido el primado de las relaciones de producción sobre las fuerzas productivas.
Pero esto no es todo. En innumerables pasajes, Marx nos explica que el modo de producción capitalista ha nacido del encuentro entre el "hombre de los escudos" y el "proletariado desprovisto" de todo, excepto su fuerza de trabajo. Sucede que este encuentro ha tenido lugar y ha tomado consistencia, lo que quiere decir que no se ha desecho inmediatamente después de hacerse, sino que ha perdurado y se ha convertido en un hecho consumado, provocando relaciones estables y una necesidad de proporcionar leyes tendenciales, es decir, procesos de desarrollo del modo de producción capitalista bajo una direccionalidad específica. Pero ese encuentro ha tenido lugar en la historia en numerosas ocasiones antes de su toma de consistencia, pero debido a la falta de un elemento, o de la disposición de los elementos, no tomó consistencia. Son testigos esos Estados italianos del siglo XIII y XIV en el valle de Pó, donde hubo hombres de escudos, tecnología y energía (las máquinas movidas por la fuerza hidráulica de los ríos) y mano de obra (los artesanos en paro) y donde, sin embargo, el capitalismo como proceso consumado no tomó consistencia.
¿Qué es un modo de producción? Una combinación particular entre elementos. Estos elementos son:Estos elementos no existen en la historia para que exista un modo de producción, sino que existen en la historia en estado flotante antes de su acumulación y combinación, siendo cada uno de ellos el producto de su propia historia. Todo modo de producción está dado por elementos indispensables los unos de los otros, siendo cada uno de ellos el resultado de una historia propia.
- La acumulación financiera.
- La acumulación de los medios de producción
- La acumulación de la materia de producción (la naturaleza)
- La acumulación de los productores directos.
Si pensamos al modo de una dialéctica espiritual, donde la historia tiene un origen y un fin determinado, establecido, donde todo está consumado de antemano, donde la sociedad transita una especie de evolución superior, entonces ningún elemento tiene historia propia independiente, sino es una historia que tiene un fin: el de adaptarse a otras historias, la historia que forma un todo que reproduce sin cesar sus propios elementos. Así, Marx y Engels, cayendo en este mismo error que hoy siguen reproduciendo muchos teóricos marxistas, pensarán al proletariado como producto de la gran industria, producto de la explotación capitalista, producto del capitalismo, confundiendo la producción del proletariado con su reproducción capitalista, como si el modo de producción capitalista hubiera preexistido a uno de sus elementos esenciales: la mano de obra expropiada. En esta concepción, todo está consumado de antemano. De ahí que Marx habla de una descomposición del modo de producción feudal y del nacimiento de la burguesía en el núcleo de esta descomposición. La burguesía es producida, como clase antagónica, por la descomposición de la clase feudal dominante. Volvemos a encontrar aquí el esquema de la producción dialéctica, el contrario que produce su contrario, ese contrario que debe sustituir naturalmente a su contrario. La burguesía en efecto no es más que el elemento predestinado a unir a los otros elementos del modo de producción, que realizará con ellos otra combinación, la del modo de producción capitalista.
Esta es la dimensión del todo y de la teleología, que asigna a cada elemento su papel y su sitio en el todo y los reproduce en su existencia y en su papel. Estamos aquí en las antípodas de la concepción del encuentro entre la burguesía (elemento tan flotante como los demás) y otros elemento flotantes para constituir un modo de producción original: el capitalismo.
Al pensar el socialismo, los ciegos continuadores del Marx no-científico, seguirán aquella tendencia dialéctica y afirmarán que la dictadura del proletariado, como elemento predestinado a superar el capitalismo, instaurará desde el poder la desaparición de las clases sociales y alcanzará, inexorablemente, el comunismo. Pues bien, este razonamiento, aunque puede presentarse ante los ojos del teórico erudito como una evidencia correcta e incuestionable, conduce a las confusiones políticas más funestas del accionar revolucionario.
De lo que se trata es de hacer el esfuerzo para encontrar, visualizar y sistematizar los elementos contradictorios flotantes en el modo de producción capitalista y en las formaciones sociales concretas para sus posibilidades de combinación y la construcción del socialismo. Esto implica interpretar al socialismo "no" como una realidad a consumarse inevitablemente por el devenir de las luchas sociales que se suceden en la realidad histórica, sino como una etapa de construcción dónde se impone la difícil tarea de combinar tendencialmente esos elementos para su consumación, su toma de consistencia. Si, en cambio, seguimos sosteniendo la tesis del primado de las fuerzas productivas, de la dialéctica hegeliana y del advenimiento inevitable del socialismo y el comunismo, caeríamos en el error histórico de reproducir la revolución socialista como un hecho naturalmente idealista de la vida social. Más aún, caeríamos en el error estructural y estratégico de paralizar los cambios revolucionarios una vez que las clases populares han conquistado el poder por medio de sus partidos políticos revolucionarios.
Sin embargo, el socialismo no depende exclusivamente del triunfo revolucionario de las clases oprimidas, ni de su capacidad para derrotar a las minorías dominantes. Sabemos bien que el capitalismo puede soportar los embates de las crisis económicas, conflictos y revoluciones mundiales si los modelos alternativos nacientes no han desarrollado un proceso de revolución permanente que no sólo vaya afectandolas las estructuras medulares del sistema, sino que además transforme las propias condiciones revolucionarias, rectificando, reimpulsando y profundizando los escenarios de transformación y otorgándole a las clases populares oprimidas -pero ascendentes desde el punto de vista de su nuevo protagonismo revolucionario- las herramientas internas de cambio. La lucha de clases como motor de la historia significa que no basta considerar la potencia revolucionaria de las clases explotadas, sino que es preciso, al mismo tiempo, considerar lo que ocurre del lado de las clases explotadoras. ¡Pero cuidado con el idealismo! La lucha de clases no se desenvuelve en el aire sino que está anclada en el modo de producción, o sea, de explotación de una sociedad de clases. Por este motivo, las luchas internas dentro de las clases revolucionarias, sus formas estratégicas de lucha y sus alianzas de clase dentro de los movimientos nacionales son fundamentales para comprender los factores determinantes en cuanto al éxito o fracaso de los mismos. Es decir, la revolución y la construcción del socialismo requiere, además del éxito sobre las clases sociales dominantes, un proceso interno de autocorrección, una búsqueda de construcción del socialismo a partir de la combinación de elementos necesarios para su consumación.
El Socialismo en el siglo XXI
Todo esto no es más que preguntarse por el socialismo. ¿Qué es el socialismo? El socialismo es una alternativa real al modo de producción capitalista, en condiciones históricas determinadas y bajo espacios culturales específicos. El socialismo es una vía de construcción social que va adquiriendo significado en el transcurso de su construcción. El socialismo es un modelo inexistente, y que sólo existe en las formas originales e inéditas de su construcción. Más aún, el triunfo del socialismo depende de la capacidad de los nuevos protagonistas políticos revolucionarios de realizar una revolución donde su sentido manifiesto no es más que la destrucción del sentido. Esto no quiere decir que la revolución y el socialismo pertenezcan al orden de lo absurdo e inexistente. Todo lo contrario. Cuando hablamos de socialismo hablamos de la construcción de un modelo alternativo sustentado en los principios científicos de la realidad social. Tales principios científicos, si bien obedecen a postulados y exigencias de un terreno teórico en desarrollo (el que fundó Marx), refieren al orden real, existente e histórico del funcionamiento contradictorio y alterado de los diversos elementos que componen el sistema social. Pues bien, toda revolución y toda consumación de modelos económicos, políticos e ideológicos de la sociedad histórica, depende cómo esos elementos son dispuestos y combinados para su formación. La construcción del socialismo bajo los principios científicos implica poner bajo una misma dirección los elementos contradictorios del sistema para consumar una alternativa al capitalismo, es decir, la construcción de un nuevo modelo de sociedad no capitalista que se está edificando para su consumación.
Estos procesos complejos y profundos, son evidenciados actualmente en países donde el socialismo está en vías de construcción. La Revolución Bolivariana de Venezuela, por ser el epicentro actual de una revolución regional, puede ser tomada como ejemplo en cuanto a las complejidades, dificultades y alternativas de construcción del socialismo. A propósito, Fidel Castro viene desarrollando desde hace tiempo en sus escritos una concepción crítica y autocrítica hacia el socialismo. Claro que dichas críticas no vienen a darle a la burguesía imperialista las herramientas políticas e ideológicas para interrumpir los nuevos procesos revolucionarios de América Latina y el mundo, sino, por el contrario, para brindarle a los nuevos movimientos de liberación nuevas armas teóricas, políticas e históricas para la construcción del socialismo. Cuando Fidel Castro desarrolla estas criticas no sólo está pensando al socialismo como proceso en construcción, creando y recreando nuevas formas de desarrollo social, alternativas al capitalismo, sino además que su construcción es en buena medida producto de diversas circunstancias "accidentales" (desde el punto de vista político), inéditas y particulares que se fueron conjugando hasta consumar un nuevo modelo. Por eso, y no sólo por eso, es que el socialismo en nuestro días está constantemente sometido a pruebas, deficiencias y retrocesos que deben servir para impulsar el socialismo hacia formas superiores de desarrollo y combinación.
Por el contrario, los marxistas ortodoxos, aquellos que dicen rescatar el socialismo del stalinismo y el dogmatismo teórico, reproducen en nuestros países una concepción evolucionista y se colocan en una posición antagónica a los procesos revolucionarios actuales por considerarlos modelos nacientes e innovadores de capitalismos periféricos. La interpretación "idealista" de esta intelectualidad política progresista pasa por alto que, inevitablemente, es el socialismo y los gobiernos populares revolucionarios los que efectúan un programa de desarrollo nacional que deberían ejecutar las burguesías latinoamericanas. Sin embargo, pasan por alto que estas burguesías latinoamericanas, en conexión con las oligarquías nacionales separatistas y el imperialismo, jamás volcarían sus esfuerzos por construir un Estado Nacional soberano e independiente, desarrollar un proceso de industrialización productiva, destinar la acumulación del capital "nacional" al servicio de los intereses nacionales, efectuar un control de cambios y del comercio exterior, nacionalizar las empresas básicas o implementar una revolución agraria en defensa de los intereses nacionales. La ubicación de nuestros países en el escenario capitalista mundial origina una estructura económica dependiente que impide la consolidación de una burguesía nacional que respalde los intereses nacionales. Ya hemos señalado bastante esta encrucijada a la que se encuentran sometidas las clases sociales en los países dependientes. Pero es imprescindible volver a ella para subrayar que es imposible realizar un análisis comparativo de las condiciones históricas y estructurales entre las burguesías centrales e imperialistas y las clases dominantes en América Latina.
Por lo mismo, algunas de las referencias que señalé más arriba, a saber, la construcción de un Estado y un proceso productivo nacional que represente los intereses nacionales, etc., son deberes necesarios para los orígenes revolucionarios en los países oprimidos por el imperialismo. La lucha contra el imperialismo, la lucha por la liberación nacional es la primera tarea que toda Nación oprimida debe enfrentar. Y esto implica un profundo conocimiento y compromiso con las banderas patrióticas, democráticas y de liberación. Las mismas tareas, deberes y banderas a las que renuncian las clases dominantes en nuestra región y que el mismo capitalismo mundial obstaculiza y no desea realizar. Sucede que estas tareas nada tienen que ver, como razona esta izquierda de los abismos, con el establecimiento de un capitalismo nacional o la formación de una burguesía industrial nacionalista. Nada tiene que ver con la instauración de un modelo de acumulación capitalista naciente e innovador. Nada tiene que ver con perfeccionar, extender o humanizar el capitalismo en los países del tercer mundo como condición preliminar de desarrollo hacia formas avanzadas de organización social. Al enfrentar los problemas del atraso -los países oprimidos por la división internacional del trabajo se enfrentan a esta realidad- los Estados nacionales se ven obligados a desarrollar programas económicos que necesariamente deben contemplar la presencia de políticas nacionalistas de corte democrático.
Esta obligación lleva tendencialmente a nuestros países (por sus composición social, por sus formaciones políticas populares, por su lucha antiimperialista, por la traición de las burguesías criollas, etc.) a radicalizar todo proceso y adoptar el socialismo como modelo de construcción. Esto no significa adherir a las tesis evolucionistas según la cual las periferias deben transitar necesaria y previamente por el capitalismo para construir el socialismo. O, por lo mismo, que el socialismo es inevitable en los países del Tercer Mundo por su propia ubicación periférica en la división internacional del trabajo. Todo lo contario, la construcción del Socialismo en América Latina es un proceso combinado que incluye en su seno las formas democráticas, revolucionarias o nacionalistas en un mismo movimiento.
Un breve repaso sobre las experiencias actuales. Fortalezas y debilidades en la construcción del Socialismo del siglo XXI.
1)- Ideología revolucionaria y práctica revolucionaria: Todo sistema social posee sus crisis. El capitalismo es un sistema de permanente crisis que la ideología dominante intenta encubrir, falsificando la realidad y colocando redes simbólicas precisas sobre el terreno ideológico de las clases populares. Es comprensible para el "sentido común" que exista, muchas veces, un razonamiento escéptico cuando se insiste excesivamente en las oportunidades que brinda la revolución y el socialismo. No sólo porque los países que plantean el socialismo viven bajo procesos de crisis e inestabilidad provocados por las presiones externas que promueven las clases dominantes y el imperialismo, sino porque las nuevas estructuras y alternativas de construcción de poder sufren alteraciones. Ante el nacimiento de nuevas estructuras de poder es evidente enfrentar situaciones y adversidades complejas que, muchas veces, terminan en grandes crisis que desmovilizan a las masas populares. De hecho, en los países donde se construye un nuevo socialismo latinoamericano, si bien existen mayores niveles de estabilidad económica, la agudización de las luchas de clases ha revelado notoriamente las contradicciones y crisis de poder persistentes dentro del capitalismo, cuyo enfrentamiento hacia la construcción del socialismo ahondan aún más los desequilibrios sistémicos.
Pero aquí nos tropezamos ante la paradoja histórica. Porque en lugar de distanciar a las masas populares de la revolución y el socialismo, las crisis o dificultades que presenta la construcción del socialismo, terminan motorizando aún más el apoyo y la dinámica de los sectores populares. En cambio, el profetismo existente en los cuadros e intelectuales reformistas de la revolución (algunos de los cuales ocupan espacios de poder importantes), identifican la sociedad socialista o comunista con la ciudad de Dios, con el reino de los fines, un lugar histórico por excelencia que brinda las condiciones de armonía social plena y eterna. Mientras que las masas populares menos adheridas a una formación académica revolucionaria ven, correctamente, en el socialismo un rumbo de construcción donde las causas de desigualdad pueden ser superadas hacia nuevas formas de vida social pero donde aún perduran escenarios y realidades de crisis o desigualdad, la intelectualidad revolucionaria académica se transforma en una casta temerosa y completamente escéptica del socialismo, siendo su mayor anhelo el reformismo político como bandera de armonía.
Salvando las diferencias políticas e ideológicas, hay un componente de clase, por cierto, imprescindible para esclarecer aquella paradoja. Este componente tiene que ver con la "identidad de clase". Por un lado, muchos intelectuales y sectores progresistas que apoyan ciertamente los procesos revolucionarios actuales en la región, se hallan supeditados fuertemente a una "ideología revolucionaria" que, muchas veces, los separa de una práctica revolucionaria. Es decir, ante situaciones adversas que pueden no corresponder con sus intereses intelectuales o individuales, estos sectores tienden a ejercer un discurso y una práctica política opositora, enérgicamente contraria a los avances de la revolución. Al igual que las clases medias, estos grupos sociales no poseen una fuerte identidad de clases que les permita comprender el contexto político y estructural general por donde transita la revolución. Su identidad de clase es, más bien, sometida a las reglas del discurso ideológico revolucionario que, evidentemente, no alcanza a sujetarse íntegramente a una práctica revolucionaria concreta.
Por otro lado, las clases populares mantienen una identidad de clase más coherente a sus propias condiciones de vida (material e intelectual) que sitúa de manera compatible una ideología revolucionaria con sus prácticas propiamente revolucionarias. Un buen ejemplo para comprender estas identidades de clase y sus unidades objetivas entre el discurso, los intereses ideológicos y la práctica revolucionaria es lo que sucede con los sectores populares de Venezuela que apoyan al Presidente Hugo Chávez. Si bien la revolución bolivariana ha logrado grandes avances en materia social, política, económica, etc., en los sectores históricamente postergados, aún existen (obviamente) grandes núcleos sociales que no han sido beneficiados por la revolución. Precisamente, allí donde aún la revolución bolivariana no ha favorecido a sectores sociales que permanecen en la pobreza, éstos sectores populares siguen a Chávez, apoyan la revolución, se declaran por el socialismo bolivariano y expresan un comportamiento ideológico favorable. Según los manuales del socialismo académico, esto se explica por la ignorancia histórica de las masas que los absorbe al discurso ideológico bolivariano.
Sin embargo, esta diferencia entre la práctica revolucionaria y la ideología revolucionaria traduce algo más que una simple unidad o divorcio entre los intereses intelectuales y materiales. Más bien, expresa una debilidad de los actores intelectuales según sus posiciones ocupadas en el terreno práctico de construcción del socialismo. Esta debilidad, tiene, asimismo, un efecto directo sobre la práctica teórica propiamente dicha. Tanto el socialismo como el comunismo representan dos etapas de una formación socioeconómica que tiene sus propias contradicciones específicas. Es cierto que esta sociedad es la única que procura los medios de felicidad y de organización social racional de la existencia colectiva, muchas de ellas imprevisibles (sin ignorarlas como posibles claro está). Pero es indispensable sustituir el voluntarismo, el moralismo y el humanismo a-científico por el análisis científico. Ahora bien, la sociedad socialista desborda el conocimiento que se tiene sobre ella. Esto significa que no podemos supeditar la construcción del socialismo a las leyes teóricas ya establecidas. Justamente, una premisa del marxismo es la primacía del ser sobre el pensamiento. La primacía del objeto real sobre el del conocimiento. Esta premisa plantea que no se puede conocer sino lo que existe, que el principio de toda existencia es la materialidad y que toda existencia es existencia objetiva, es decir, anterior a la subjetividad que la conoce. Primacía de la práctica sobre la teoría.
Existen muchos cuadros intelectuales dentro de los procesos revolucionarios en América Latina, que no sólo mantienen una distancia con los sectores populares, sino que cuando producen formas de acercamiento a las prácticas populares de la revolución no consiguen subordinarse a las posiciones ideológicas populares. Por lo mismo, esta impotencia para "cambiar de terreno" los ubica como actores de "desencuentro", inestablemente articulados a las necesidades populares. Pero no sólo esta impotencia incide sobre los intelectuales, sino sobre los sectores medios que han sido formados y sujetados forzosamente a los aparatos ideológicos burgueses. En consecuencia, volvemos a encontrar aquí una primacía de la teoría sobre la práctica revolucionaria, una inversión del "pensamiento" sobre el "ser" que no sólo hace retroceder los avances del marxismo a las posiciones idealistas, sino que además supedita la construcción práctica popular del socialismo a las exigencias teóricas académicas, fundamentalmente, de aquellas que han sido establecidas como leyes supremas universales, omnipotentes para todo tiempo y lugar, casi religiosas.
La unidad entre la teoría y la práctica revolucionaria, no sólo significa que los cuadros intelectuales de la revolución deban "articular" sus facultades intelectuales a las exigencias populares, sino que el avance de nuevos desarrollos teóricos y de una concepción integral del socialismo depende de la emergencia de intelectuales prácticos desde los sectores populares revolucionarios. Este representa, a mi criterio, una debilidad y una posible fortaleza estructural que hoy nos plantea la revolución socialista en America Latina.
2)- El Partido: El nuevo desafío que afronta América del Sur es la conformación del Nuevo Proyecto Histórico. Un nuevo proyecto que debe contemplar como eje estratégico no sólo la conformación de un Bloque Regional de Poder entre los gobiernos y Estados Nacionales progresistas, sino además y fundamentalmente, la creación de un Bloque Regional de Poder Popular donde los movimientos sociales y organizaciones del poder popular en América Latina puedan articular sus estrategias y experiencias revolucionarias. No sólo esta articulación puede ofrecer nuevos horizontes políticos transformadores en la región, sino además que le otorgarían una cierta correspondencia y coherencia hacia los fenómenos de poder, tanto gubernamentales, estatales, como sociales. El poder popular puede representar, en nuestros días, el camino hacia una verdadera unidad latinoamericana y de un socialismo verdadero. El Poder Popular significa, por sobre todas las cosas, un ejercicio pleno de poder en los colectivos sociales revolucionarios que descentralicen y desarticulen las estructuras de poder adheridas en las formas jerárquicas, verticalistas, burocráticas y corruptas del Estado Burgués. Aquí es donde las contradicciones internas de la revolución adquieren dinamismo. Contradicciones que, básicamente, se dan entre los aparatos institucionales del Estado y las organizaciones del poder popular. En este sentido, el Partido Político revolucionario es el depositario privilegiado de dichas luchas internas.
El Partido Político revolucionario tiene un papel fundamental en cuanto a la acumulación de fuerzas políticas que enfrentan el poder histórico de las clases dominantes. Su rol, empleado políticamente como el espacio distinguido de poder del movimiento popular y nacional revolucionario, representa una instancia primordial para fortalecer los orígenes del movimiento. El partido revolucionario, visto como el instrumento de poder por excelencia para imponerse en los escenarios políticos nacionales, responde a los intereses de las mayorías y ejerce, por su propia condición institucional, un espacio necesario para combatir a las clases dominantes en el seno del Estado. Pero el Partido Político revolucionario no puede ser el núcleo de poder absoluto y permanente alrededor del cual se articulen todas las prácticas de poder ejercido por la sociedad. El Partido, como institución, es un mecanismo de intermediación expropiatorio. El partido no es el instrumento a través del cual pueda contribuirse a la creación de una sociedad participacionsita, puesto que el mismo tiende necesariamente a concentrar poder, no ha transferirlo. Su función es extender su papel como intérprete de las clases oprimidas sin transferirles poder. Es decir, en tanto el Partido mantiene una estructura dirigente, intelectual, jerárquica e inscripta en los aparatos del Estado, no puede ser el eje vertebral de la construcción política del socialismo. El Partido es un instrumento de poder al servicio de una estructura supra-social que consigue distanciarse de las necesidades concretas de construcción alternativas de poder. En consecuencia, el Partido es un mecanismo de no-participación. Evidentemente, esto no quiere decir que el partido revolucionario deba dejar de existir como tal, sino que sus núcleos de poder deben ir desarticulándose a favor del poder popular.
Volviendo a la República Bolivariana de Venezuela, Chávez ha hecho un llamado a conformar el "Polo Patriótico". Básicamente, dicho movimiento consiste en agrupar las distintas fuerzas revolucionarias organizadas en un mismo "polo de poder". Es decir, por lado, se insta a la conformación y consolidación de "Frentes Nacionales" según sus particularidades sociopolíticas y estructurales: el Frente Nacional de Campesinos, el Frente Nacional Obrero, el Frente Nacional Estudiantil, el Frente de Comunas Socialistas, etc. Por otro lado, todos estos Frentes Nacionales acuden a una misma horizontalidad de poder, de manera que existe representatividad nacional en función de los intereses subjetivos y objetivos de la revolución. Si bien este movimiento "Polar Patriótico" puede personificar el movimiento más fuerte y grandioso de la historia independentista del siglo XXI, también puede representar el movimiento más amenazador para los propios intereses revolucionarios si no se define, entre otras cosas, el rol político del poder popular en vinculación con el Estado, las instituciones y los autogobiernos comunales. La unidad de los distintos "Frentes Nacionales" puede fracturarse en mil pedazos sino existe direccionalidad y los anticuerpos de la revolución no han madurado sus propias defensas.
Pero por encima de esto, si nos situamos en la coyuntura actual de Venezuela, no tardaremos en descifrar que, justamente, el objetivo de este nuevo movimiento nacional es transferir poder a las organizaciones del poder popular y extirpar del Partido Socialista Unido de Venezuela los mecanismos expropiatorios y monopólicos de poder. Asimismo, la conformación de diversos Frentes Nacionales y sus necesarias unidades políticas pueden otorgar, por sus propias características históricas y sus propios modelos de liderazgos, una identidad común y un interés nacional sólido hacia la revolución. El liderazgo de Chávez y los emergentes cuadros del poder popular están traduciendo una nueva etapa de construcción política en el país que precisa desarticular el verticalismo político del Partido como única fuerza de poder. Podemos decir que, después de 11 años de revolución bolivariana, es hora de modificar las relaciones de fuerzas hacia una nueva forma de representación popular, donde el Partido no puede, evidentemente, cumplir esa función para los años venideros.
Todos estamos de acuerdo que, durante un periodo de tiempo, es necesario fortalecer el Estado, el Partido Político Nacional e impulsar medidas de corte nacional que implica la adhesión a formas de poder donde aún el proceso de transformación no ha conseguido distanciarse de las condiciones materiales capitalistas. El desarrollo del Estado Nacional (aunque "Nacional" para los países de la región traduce un comportamiento no capitalista) y la conformación de un Partido Político nacional, es una tarea indispensable de la revolución. Pero también hay que saber que esa necesidad entraña un riesgo de desnaturalización de la misma revolución. En la medida que los mecanismos de poder del Estado, sus funciones institucionales y administrativas, sus componentes y dimensiones antiimperialistas, el Partido, etc., no se encuentren sujetos a nuevas formas de generación de poder popular, asentado sobre bases políticas profundas de la sociedad, puede que dentro del mismo movimiento revolucionario se afirme el principal enemigo de las masas populares y del proceso revolucionario. En consecuencia, nada más peligroso para un movimiento de liberación nacional que el poderoso enemigo íntimo de la revolución que se encuentra oculto en su seno. Por ello, fortalecer el Estado y el Partido para encauzar un proyecto popular, nacional y bajo dimensiones revolucionarias, traduce también la necesidad inmediata de que las bases de organización popular no agonicen ante las superestructuras del Estado, no supriman sus capacidades críticas y, sobre todo, sean capaces de visualizar claramente al enemigo externo e interno de la revolución.
Ahora bien, esto no significa glorificar las estructuras de poder popular, calificando a toda alternativa de poder desde las bases sociales como las únicas viables y posibles para una revolución. Pongamos las cosas en su lugar. Si separamos al poder popular del poder del Estado, cometemos el antiguo error de separar la sociedad civil de la sociedad política. No sólo dejamos de lado las luchas de clase al interior de los aparatos del Estado, sino que además estamos negando el poder como una relación social de fuerzas. Sigamos.
3)- El Poder Popular: Las contradicciones, luchas internas y obstáculos de construcción dentro del proceso no sólo se dan internamente en el Partido o el Estado, o entre el Estado, las instituciones y el poder popular emergente, sino también dentro de las mismas organizaciones del poder popular. Las luchas internas y contradicciones son naturales y necesarias. En la medida que existe "Revolución" es evidente que se sucedan luchas constantes, donde las construcciones alternativas de poder se hallan lejos de una supuesta armonía social y política. No es un fenómeno exclusivo de las instituciones formales del Estado frente al poder popular sino que incluye al mismo poder popular situado por fuera de los aparatos tradicionales de poder.
El poder popular viene ejerciendo en algunos países de la región (nos basamos, fundamentalmente, en el caso bolivariano de Venezuela) una experiencia de autogobierno y organización nacional muy valiosa. Ya he citado en artículos anteriores los rasgos positivos de esta construcción del poder popular. Por ahora, quiero señalar brevemente algunos aspectos que iré desarrollando consecutivamente en otros artículos posteriores.
-Formación Ideológica: Por un lado, vemos que en Venezuela se viene desarrollando un modelo muy interesante de formación ideológica de cuadros políticos populares, en el seno de las comunidades, con sectores protagonistas de nuevas alternativas de poder popular. Sin embargo, aún falta una lectura teórica sobre la política nacional emanada desde las propias organizaciones de poder popular. Es decir, no puede darse el fenómeno de conciencia política revolucionaria en las masas populares sin que las mismas se apropien de los medios ideológicos para producir sus propios marcos teóricos, sus propios lineamientos políticos del poder popular y su propia concepción histórica de la política nacional. Deben ser las mismas organizaciones y movimientos del poder popular los que tracen una visión teórica constante sobre la realidad regional, nacional y comunal. La verticalidad del pensamiento y la formulación de teorías socialistas puede ceder ante la omnipotencia de las ideas y servir, convertida en doctrina, a la política de aquellas que falsificarían sus ideas populares.
-Trabajo intelectual: Es preciso señalar que hay en muchas organizaciones del Poder Popular un exceso de trabajo intelectual. Es decir, ante los nuevos espacios de gobierno y autogobierno comunal creados por la revolución, muchos actores revolucionarios se vuelcan a ejercer funciones intelectuales y administrativas (incluso, muchas veces cayendo en el ejercicio de funciones burocráticas y parasitarias) que debilita uno de los objetivos de construcción revolucionario, esto es, superar las divisiones entre el trabajo intelectual y el trabajo manual o real. Resulta muy importante desarrollar un proceso industrial íntegro donde las organizaciones del poder popular no sólo deben actuar como sujetos de poder político, sino donde sus esfuerzos sean volcados a la generación de poder económico organizado popularmente. La formación de trabajo colectivos, bajo empresas sociales de producción y donde el ejercicio de poder comunal se inscriba en el reorganizador de nuevas alternativas de trabajo social, es una tarea que no puede ser relegada a la exclusiva responsabilidad del Gobierno central de la revolución.
La explotación no se reduce a la retención del excedente de valor (este es el concepto más abstracto). Únicamente puede ser comprendida si se considera el conjunto de sus formas y condiciones concretas: las coacciones del proceso de trabajo, la división y organización socio-técnica del trabajo, las divisiones entre el trabajo intelectual y real, etc. Y el proceso mismo de producción -trabajo real- debe ser concebido (para no permanecer en abstracto) como momento decisivo del proceso de reproducción: organización colectiva, educación, representación política comunal, etc. El objetivo fundamental de conformar comunas socialistas es, precisamente, conformar redes territoriales de poder que sean autosuficientes en cuanto a sus decisiones políticas, ideológicas y económicas.
-Militancia Política: Volviendo a Venezuela, hace algunos meses Chávez lanzó 5 líneas estratégicas para la revolución: "1)- Pasar de la cultura político-capitalista a la militancia socialista; 2)- Convertir la maquinaria del partido en un movimiento al servicio de las luchas del pueblo; 3)- Convertir el Partido Socialista Unido de Venezuela en un poderoso medio de propaganda, de agitación y comunicación; 4)- "pasar de la inercia de la maquinaria al liderar las luchas del pueblo; 5)- Constitución del Polo Patriótico, una política de repolarización, de reunificación, que resumen a las 3R (Revisión, Rectificación y Reimpulso)".
Como vemos, uno de los objetivos fundamentales de estas líneas estratégicas de acción revolucionaria, es no sólo trasformar y convertir la maquinaria inactiva del Partido, sino además fortalecer, promover y ampliar la militancia. Esto tiene un sentido de la realidad nacional venezolana trascendental para la comprensión de los acontecimientos actuales en ese país y la región. Porque, si bien los revolucionarios militantes en ese país representan espacios de poder muy amplios, aún se está muy lejos de generar militancia popular permanente y descentralizada. Los militantes populares, son minorías que tienen fuerza mayoritaria por su capacidad de movilización, como así también para producir cambios estructurales concretos. No obstante, en esta nueva coyuntura, hay una necesidad de ampliar la militancia socialista desde el poder popular, desde los espacios de poder comunal. Esto quiere decir que, en esta nueva etapa que se intenta abrir en el país, es necesario involucrar a las mayorías populares en un ejercicio pleno de militancia política donde sus iniciativas sean movilizadas de manera activa. Si bien esa tendencia existe en Venezuela desde hace algunos años, es necesario profundizarla y no cesar en los intentos de crear nuevos protagonistas políticos desde las masas populares.
Finalmente, hay que decir que la idea de "doble poder", sostenida por muchas organizaciones del poder popular tiene una limitación teórica grave. La perspectiva cultivada por pequeñas organizaciones que privilegian su fortalecimiento por encima de cualquier otra construcción, suponiendo que el poder popular es ajeno al poder del Estado y sus aparatos ideológicos o políticos, conduce a una política separatista y solitaria de poder que no tiene sustento material. Debemos cuestionarnos hasta que punto la perspectiva de una revolución por dentro y por fuera es correcta, puesto que, como bien hemos venidos sosteniendo, las luchas de clases no sólo atraviesa toda la superestructura política del Estado, sino que además las formas de poder popular son las herramientas de construcción de poder real que debe resistir los mecanismo expropiatorios del Estado Burgués y arrebatarle a las fuerzas pasivas del Partido los elementos de poder transformadores.
La construcción de poder popular debe enlazar, en un mismo proceso: a) el empeño por contrarrestar la actual disgregación y heterogeneidad de las clases populares, asumiendo un combate social-político que supere el "corporativismo" para transformarse en el eje de pode de las Comunas socialistas; b) el desarrollo de una subjetividad revolucionaria que integre tradiciones, valores y formas de conciencia comunitaria permanentes; c) la construcción de redes entre las organizaciones populares autónomas capaces de conformar un tejido nacional. Esta fuerza del poder popular podrá tener diversas formas y manifestaciones, pero en todos los casos deberá surgir de la creación de nuevos lazos sociales entre los oprimidos y explotados, con políticas que permitan resistir las presiones del capitalismo y los enemigos internos agazapados dentro de la revolución.
4)- Las estrategias: La estrategia política es un medio instrumental, una herramienta política indispensable para proteger intereses específicos o canalizar los procesos políticos hacia propósitos convenientes. Toda estrategia fundamenta su existencia como un accionar político instrumental para el logro y realización de determinados fines sociales, económicos, políticos, etc. La estrategia es una acción política concreta que reúne sus propias particularidades. Más, toda estrategia revolucionaria representa una acción política específica para la transformación de las relaciones sociales. La estrategia es, bajo un proceso revolucionario, un medio político instrumental para modificar las relaciones de explotación y perseguir las unidades populares para castigar los intereses dominantes. Sin embargo, ante un proceso revolucionario que se planeta el socialismo como construcción de poder político y socioeconómico alternativo, la estrategia no puede reducirse a su mera determinación instrumental. En tanto existen actores que ocupan espacios de resistencia, dominación, jerarquías, etc., la estrategia revolucionaria se transforma en un campo de fuerzas específico que sólo puede tener coherencia política si no se distancia de sus propósitos a alcanzar, a saber: la modificación del capitalismo y la búsqueda de nuevas formas de relación social.
En una revolución socialista la estrategia política no puede ser pensada y determinada como un fin en sí mismo, es decir, como una metodología de construcción política constante y determinante. Antes bien, la voluntad política, la voluntad revolucionaria, la voluntad de cambio, debe ser una premisa abrazada a toda estrategia política e, incluso, debe determinar cuando sea necesario las estrategias mismas como modelos instrumentales. No se puede anteponer a la voluntad política de cambio la estrategia suprema. La estrategia, como medio de acción instrumental, debe ser coyuntural, no permanente. Cuando la estrategia es desarrollada como práctica política permanente en los cuadros políticos de la revolución en todo los niveles, la misma pasa a ser un fin en si mismo, produciendo como efecto una burocratización de los medios y fines políticos.
Como señalamos más arriba, aún no estamos en condiciones de pensar sobre consecuencias futuras en cuanto a las experiencias de construcción socialista en América Latina. No podemos subordinar la práctica concreta de construcción a los manuales de marxismo romántico. ¡Pero cuidado! Esto no quiere decir que se deban invalidar las tácticas y estrategias revolucionarias en nombre de la voluntad y sólo la voluntad de cambio. Esto seria caer en el peligroso voluntarismo romántico. ¡Pero cuidado! Tampoco debemos, en nombre de las estrategias y tácticas revolucionarias (tan adheridas a la práctica revolucionaria, con sus técnicas y lenguaje propio) olvidar las voluntades de cambio, indispensables para continuar un proceso crítico en la revolución. Es aquí donde se comprueban los defectos incorregibles de muchos revolucionarios: desacelerar los cambios profundos, cuidar los logros obtenidos, mantener las alianzas políticas con el enemigo, etc., etc.
La lucha interna de la Revolución, sus contradicciones que libran su batalla en el terreno económico, político, social e ideológico no pueden ser funcionales para los sectores contrarrevolucionarios. No es casual que en medio de muchas contradicciones internas, Chávez propugne constantemente la unidad. Sin embargo, es evidente -no sólo por las propias características personales y de liderazgo de Chávez, sino además por el movimiento revolucionario ya engendrado en las masas populares- que existe una estrategia manifiesta de no paralizar dichas contradicciones, puesto que podría significar la interrupción y desaceleración del proceso que muy bien sería utilizado por la derecha nacional y mundial, como así también por los grupos de poder oportunistas inmersos dentro de la revolución. Ahora bien, que esas contradicciones y batallas a lo interno de la revolución se entreguen a las luchas por retardar o aligerar los cambios, como así también determinen sus estructuras de alianzas, no significa que haya que poner en riesgo el rumbo de la revolución, olvidando que existe un poderoso enemigo externo que rápidamente consigue desarticular las unidades populares. Más aún, no es posible una verdadera revolución nacional que afecte las estructuras dominantes del capitalismo (la historia de los movimientos nacionales lo demuestran) omitiendo las necesidades de la unidad popular. Pero cuando referimos a "tener precaución", no lo hacemos para adherir a las tesis reformistas de cierta izquierda que piensa a toda radicalización o profundización de las transformaciones como temible, supeditándose constantemente a una política de acuerdos para asegurar la estabilidad.
En este sentido, aquí entran en escena varias estrategias como medios para alcanzar fines específicos: Una estrategia principal que es derrotar al imperialismo, las oligarquías y burguesías criollas dependientes. Y otra estrategia que es derrotar al enemigo interno. Por lo mismo, esto conduce a producir alianzas indispensables para la fortaleza de todo proceso revolucionario que se encuentra en proceso de formación o consolidación.
Podemos decir que existen diversas alianzas en la revolución:
Las Alianzas Estratégicas: son las alianzas políticas populares frente al enemigo externo, el imperialismo y la fracciones dominante de poder local. Es decir, como parte del enfrentamiento hacia ese enemigo externo, se desprenden diversas estrategias políticas necesarias para establecer alianzas de clase entre los sectores sociales enfrentados al imperialismo y sus agentes de poder local. Sin embargo, esa necesidad estratégica de establecer alianzas con diversos sectores de la sociedad, es una necesidad coyuntural. Por eso son alianzas moderadas y que dependen de estrategias moderadas. Todo movimiento de liberación nacional debe contemplar la unidad de los diversos sectores oprimidos. Por lo mismo, esta unidad traduce estrategias de alianzas económicas, políticas y sociales indispensables para sostener la lucha contra el bloque de poder hegemónico: el imperialismo y las burguesías criollas dependientes. Son unidades nacionales que se apoyan sobre alianzas desiguales, coyunturales o, como las he denominado aquí, alianzas estratégicas. Son alianzas nacionales y populares que, sin embargo, incluyen a actores políticos-económicos y sectores sociales ajenos a un proyecto de transformación profundo y, por lo mismo, mantienen una tendencia a traicionar los movimientos de liberación popular y disolver las unidades de los frentes nacionales. La clase media latinoamericana, la pequeña burguesía o los intelectuales progresistas de medio pelo pueden servirnos como ejemplos de esta tendencia. Asimismo, estas unidades y alianzas pueden someterse a proyectos burgueses o reformistas. En este caso, el Estado Nacional se reconstruye para sostener un modelo de acumulación que fortalece a las burguesías nacionales o a los sectores de poder menos revolucionarios.
Por otro lado, existen las Alianzas Estructurales: son las alianzas que dependen de una "necesidad" plena, constante y dinámica entre las fuerzas populares revolucionarias. Sus estrategias consisten, fundamentalmente, en depurar del movimiento nacional sus elementos internos contrarrevolucionarios, elementos ocultos bajo el disfraz de la revolución, pero visibles y expuestos en situaciones concretas. Ahora bien, ¿Cómo canalizar políticamente las alianzas estructurales? A través del poder popular. La construcción del poder popular es la base estructural de la nueva sociedad. Es imprescindible, en el nuevo contexto latinoamericano, el paso o transición de las alianzas estratégicas a las alianzas estructurales. Las unidades nacionales que se sujetan sobre alianzas estructurales, son alianzas que existen en estado embrionario en América Latina y dependen de las condiciones populares revolucionarias. Las he denominado estructurales en la medida que se hallan supeditadas no sólo a un proyecto antiimperialista sino a un modelo de construcción socialista, cuya columna vertebral es la destrucción de las cadenas que sujetan a los sectores nacionalistas al sistema burgués imperante. A diferencia de las alianzas estratégicas, aquí la reconstrucción del Estado Nacional se sostiene sobre un modelo de acumulación socialista, objetivamente antagónico al fortalecimiento de las burguesías nacionales. En estas alianzas, las clases sociales incluidas no sólo están representadas por su situación objetiva desigual ante el imperialismo, sino además por su posición objetiva y subjetiva ante el modelo de explotación burgués y nacional interno. Por consiguiente, son alianzas estructurales de clases como producto de una unidad sociopolítica socialista. Si bien siempre existen rupturas y equilibrios inestables, mantienen un solidez estructural que no se reduce a las condiciones económicas de clase, sino también a las posiciones culturales, ideológicas y políticas revolucionarias.
De aquí podemos extraer una conclusión no menos relevante: Una verdadera unidad nacional, popular y revolucionaria sólo se sostiene por la concreción de intereses populares anticapitalistas. Por ello, es preciso decir que no es posible abordar una estrategia política de poder permanente sin considerar estas condiciones generales de los movimientos nacionales y sus formas de alianzas. Asimismo, es indispensable descubrir y procurar distanciar constantemente al enemigo interno, agazapado y oportunista de la revolución.
5)- El enemigo interno: Obligados a ciertas formas del Estado Burgués por las condiciones de la Revolución Pacífica que han planteado muchos procesos en América Latina actualmente, los sectores revolucionarios fieles al proceso deben estar alertas al virus interno de la revolución, descubriendo el antídoto por medio de luchas internas que no desgasten la unidad del movimiento.
Las revoluciones socialistas, en el fondo y agazapado, llevan el germen de su destrucción. Ese enemigo, pasa inadvertido y es peligrosísimo. En contraste a la oligarquía, donde sus formas de lucha son evidentes y fácilmente reconocibles, el enemigo interno pasa inadvertido e intenta contaminar la columna vertebral del movimiento revolucionario a través de acciones políticas relativamente invisibilizadas por los aparatos del Estado Burgués. Siendo así, es indispensable entender el "modus operandi" de este enemigo agazapado. Veamos.
Toda revolución socialista -más aún si es pacífica- está habitada por el pasado: las costumbres, la lógica y los valores culturales capitalistas se resisten a morir y pugnan por derrotar las posibilidades socialistas. La expresión política de este pasado es el reformismo y su soporte de clase es la ideología pequeña burguesa. Puesto que ese enemigo no puede actuar de manera abierta (como lo hacen otros actores políticos decididamente reaccionarios), puesto que sería fácilmente detectado y su labor anulada, cubre con un discurso socialista proposiciones que minan el avance del socialismo verdadero. Sus estrategias políticas cuentan con cierta estructura que le otorgan fortaleza: en su accionar político son ecuánimes, ponderados, no cometen excesos, mesura y proponen generalidades que cualquier bando apoyaría. Esperan las crisis, ficticias o reales, para desde allí desplegar sus estrategias contrarrevolucionarias. Construyen puentes entre diversos sectores políticos y económicos, anulando la batalla entre los dos sistemas (el capitalismo y el socialismo), cediendo así lugar a la convivencia eterna. No obstante, su mayor debilidad es que jamás se involucran con los sectores populares. Y cuando llegan a ellos a través de los aparatos ideológicos y políticos estatales, rechazan la construcción popular del socialismo. Este enemigo agazapado es partidario del capitalismo más profundo, esa es su mayor debilidad.
El proceso de Revolución Pacífica que plantean los procesos socialistas actuales que se construyen en varios países de América Latina, constituye un gran reto para el socialismo. Estamos de acuerdo -cuestión que muchos anarquistas nunca entenderán- en que el comunismo solo se puede alcanzar pasando necesariamente por un Estado de transición: el Estado socialista revolucionario. Esta tarea, por las propias particularidades del Estado, está minada de contradicciones y debilidades que colocan en una encrucijada la construcción del socialismo y el comunismo. No obstante, esto no debe conducir a pensar al Estado como el enemigo primero que toda revolución debe exterminar desde los primeros momentos de apertura revolucionaria. Mucho menos ignorar sus estructuras como espacios donde la lucha de clases debe ahondar sus contradicciones. Dejar o abandonar el Estado deja paso irremediablemente al surgimiento de formas perversas de gobierno.
El reformismo es el enemigo más peligroso de las revoluciones. Se oculta tras su fachada socialista. Fracciona al partido, a la organización popular. Trivializa la función fundamental de la vanguardia, la desconoce e incita a desconocerla y a actuar de manera aislada en nombre del poder popular. No enfrentan a los capitalistas de raíz porque comulgan con ellos. El descubrimiento, la anulación definitiva de ese enemigo interno, conducirá con ventaja a la consolidación del socialismo en América Latina, un nuevo socialismo, un socialismo popular, en constante construcción.
Por Diego Tagarelli
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