(Home page)

GLOBALIZACIÓN, CRISIS Y PODER EN AMÉRICA LATINA: RECONFIGURACIÓN DE LAS CLASES SOCIALES FRENTE AL IMPERIALISMO DECADENTE



Diego Tagarelli

Con las dos grandes crisis del siglo XX se iniciaron nuevos modelos económicos. A la gran depresión del 30 le siguió una industrialización sustitutiva de importaciones con gran protagonismo del Estado. Y el agotamiento de ese modelo en la década del 70 abrió el camino a las políticas económicas ortodoxas que alcanzaron su punto culminante con el Consenso de Washington. Hoy la discusión pasa por las formas que tomará la reclamada nueva fase de la economía mundial postcrisis financiera. No obstante, siempre son complejos los nacimientos de nuevos modelos económicos, políticos y sociales cuando las estructuras decadentes de lo viejo no se resignan a morir y, por el contrario, ensayan nuevas estrategias de dominación para su subsistencia que ahonda aún más los enfrentamientos entre lo nuevo y lo viejo, entre lo alternativo y lo conservador, entre lo transformador y lo avasallador. Esas estrategias -que bien podríamos definir como "estrategias de recolonización mundial"-, son ejecutadas por el imperialismo a través de múltiples factores de dominación en todos los espacios sociales pese a que, en coyunturas de profunda crisis cargada de contradicciones, son los factores económicos los determinantes en última instancia para asegurar o transformar el orden vigente.

No puede sorprendernos, frente a un contexto internacional crítico, con una nueva administración política del Imperio norteamericano que procura proclamar la confianza en plena decadencia del libre mercado, que se ensayen nuevas formas de sometimiento para continuar los objetivos del capital a nivel global. Más aún si los procesos políticos emergentes del Tercer Mundo y las periferias promueven proyectos nacionales que estrangulan las políticas económicas del imperialismo y colocan a la globalización neoliberal en una encrucijada extrema. En este contexto y ante los supuestos ideológicos de la globalización que declaraban el fin de la historia y la muerte de las clases sociales como categoría de análisis, las relaciones de producción imperantes del capitalismo monopolista han vislumbrado plenamente la feroz y determinante lucha de clases en los acontecimientos actuales, por lo que aparece imprescindible producir un análisis teórico y concreto de sus movimientos y contradicciones como forma de entender los procesos que entraña la nueva fase del imperialismo y la globalización.

En uno de los artículos pasados de la revista señalamos que los modelos de recolonización nacional, regional o global que entraña la globalización imperialista no se conquistan exclusivamente desde el terreno económico y militar, pues es una condición ineludible de la hegemonía mundial establecer las pautas universales de dominación en el terreno ideológico y cultural, más aún si se trata de países semicoloniales, países que conservan cierta independencia relativa frente al imperialismo más brutal. Los procesos trasnacionales que arrastra la globalización, en apariencia sólo económicos, generan, en las prácticas sociales de los países periféricos, la incorporación de nuevas pautas culturales e ideológicas de dominación. Cuestión ésta que procuré examinarla en el artículo publicado por esta misma revista el mes de Mayo del 2008 (Globalización y cultura nacional en la Argentina).

Con el objetivo de dilucidar los mecanismos de dominación cultural e ideológico que tejen los países desarrollados sobre las naciones de América Latina y, en especial, de Argentina, en alguno de sus párrafos indiqué, entre otras cosas, que "es necesario advertir sobre la disposición de las clases sociales en la estructura social para advertir más profundamente la función cultural que alcanza la globalización (…) El advenimiento de las transformaciones socioeconómicas inducidas por el neoliberalismo y la globalización repercutieron sobre las clases sociales en Argentina, ocasionando modificaciones agudas en sus vínculos socioculturales, especialmente, en determinados sectores de las clases populares y de clase media que se aproximaron al campo popular como resultado de su empobrecimiento, exclusión y descendencia económica (…) Desde el punto de vista sociocultural, la crisis del modelo neoliberal en Argentina durante los últimos años de la década provocó un "choque cultural" substancial entre las clases sociales que modificó las jerarquías sociales y las formas de intercambio estructural y cultural entre los distintos actores sociales (…) Estos contactos o "choques culturales" entre las clases sociales son un rasgo permanente de las sociedades capitalistas, en la medida que las clases dominantes buscan penetrar culturalmente las clases populares subalternas con el objetivo de perpetuar su dominio y asimilarlas a su nivel social, mientras que al mismo tiempo los sectores dominados buscan formas de resistencia a esa colonización, a la vez que luchan por liberarse."

La globalización opera sobre los países oprimidos alterando las estructuras sociales y penetrando en las sociedades nacionales con el fin estratégico de infundir, entre uno de sus rasgos esenciales, determinadas articulaciones y diferenciaciones entre las clases sociales que sean favorables a los intereses imperialistas y que, al mismo tiempo, reemplacen las bases económicas que identifican a los países periféricos por una organización económica y política dependiente. La globalización imperialista introduce en los países periféricos un conjunto de mecanismos de dominación y dependencia que le permiten afrontar de manera particular su influencia sobre las relaciones de clase y sobre la inserción mundial que establecen los países oprimidos.

En aquel artículo publicado por el mes de Mayo esta problemática la abordamos en relación al aspecto sociocultural de la Argentina: "La intención de los procesos de la globalización en el terreno cultural es generar diferenciaciones allí donde los "choques culturales" desatados por la crisis han provocado cierta unificación entre las clases populares con el fin de desintegrarlas, dividirlas y fraccionarlas, mientras que induce un proceso de homogeneización allí donde se hacen visibles estos choques culturales con el objetivo de ocultar, bajo el privilegio ideológico y económico, las divisiones de clase y el profundo grado de enfrentamiento que alcanza íntegramente a los sectores de la sociedad argentina. Esto es, mientras por un lado los dispositivos culturales de globalización persiguen el propósito de "representar" abruptamente las divisiones sociales para ocultar un contexto real de unificación entre los sectores subalternos, por otro lado, interviene un proceso de homogeneización que procura imponer un comportamiento cultural uniforme en los sectores populares para instrumentalizar sus prácticas socioculturales. Aquí es donde debería plantearse la cuestión, porque lo que produjo la crisis en Argentina fue un reacomodamiento de las clases sociales, una reestructuración de su composición que la globalización aprovecha dinámicamente para actuar e intervenir en una reestructuración cultural y económica que sea adecuada a las pautas ideológicas de reproducción de la desigualdad social. Con el doble objetivo de integrar y distanciar a las clases sociales en el desarrollo capitalista, la globalización cultural aprovecha el proceso de transformación sucedido entre los sectores de la sociedad nacional como resultado de la crisis estructural en la Argentina para reorganizarlas bajo una lógica de producción simbólica que mantenga subordinada su capacidad de transformación (…) A su vez, la transferencia de los bienes culturales que los países centrales vuelcan sobre las periferias en el capitalismo "globalizado". Aquí el proceso de sometimiento cultural funciona no ya como diferenciación social en el interior de la sociedad nacional, sino como diferenciadora nacional entre los países dominantes y los países periféricos."

Con esto queríamos decir que las propias necesidades del capitalismo monopolista, además de las propiamente "económicas", son también las "imaginarias", es decir, la reproducción cultural de la desigualdad social.

Ahora bien, en el presente artículo nos proponemos analizar de forma inversa aquella compleja red de dominación, es decir, retornar a su forma elemental, a la infraestructura económica, a las formas económicas de dominación que promueve la globalización en nuestros países para comprender los cambios desatados en el espacio de las clases sociales; o dicho de otra manera, para indagar la función económica de la globalización imperialista en los espacios y lugares que ocupan las sociedades periféricas y oprimidas por el capital trasnacional.

Para ello, vamos a considerar ciertas similitudes entre el campo económico y el campo cultural e ideológico en cuanto que las formaciones sociales periféricas son intervenidas, arbitradas y maquinadas por la globalización y el imperialismo bajo el mismo fin estratégico de suplantar las bases estructurales y superestructurales del Estado y la Nación. Si bien tanto el campo económico como el cultural-ideológico exhiben especificidades propias que le son exclusivas e independientes, las formas de colonización, hegemonía y reestructuración que el imperialismo utiliza para engendrar las divisiones y distribuciones por clases sociales exponen estrategias que, en ciertos aspectos, son semejantes y afines entre sí. Por lo mismo, de la misma manera que lo hicimos en relación al campo sociocultural, es imprescindible en un contexto de crisis económica internacional plantearse las debilidades y fortalezas que se desprenden de los vínculos económicos entre el imperialismo, la globalización económica y las estructuras sociales de los países periféricos.


NUEVO ESCENARIO INTERNACIONAL: CRISIS, LUCHA DE CLASES Y LIBERACIÓN NACIONAL.

Hay algo muy cierto y es que la actual crisis económica mundial es el resultado del agotamiento de un ciclo extenso, el de la globalización neoliberal que se inaugurara a mediados de la década de los 70 con la reestructuración capitalista bajo la hegemonía del capital financiero y que tuvo como precondición una fuerte ofensiva del capital sobre el trabajo y el desmonte de todas y cada una de la regulaciones, intervenciones y controles estatales que, paradójicamente, el mismo capital había construido durante los llamados "años dorados" (1945-1975). Sucede que, a diferencia de otros procesos históricos, la acumulación del capital se encuentra condicionada por sus propios métodos y formas de expropiación global que son, ni más ni menos, que sus propios límites históricos.

No podemos atribuir el origen de la actual crisis exclusivamente al modelo neoliberal, pues el neoliberalismo no es más que una fase del desarrollo del capital donde el sector financiero ha sido el catalizador de la crisis, o sea, el sector cuyo desarrollo histórico expresa el grado superior del desarrollo capitalista a nivel global. Podríamos decir que las causas estructurales de la crisis deben buscarse en la fragilidad, caída y deterioro del modo de producción capitalista a nivel mundial, y que las contradicciones históricas del capitalismo entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas materiales abiertas por el sistema imperialista parecen tropezar en un proceso de crisis difícil de resolver. Más precisamente, la contradicción que asoma entre la sobreacumulación de capitales en un polo reducido de la clases dominantes y la sobreproducción de productos manufacturados de los países centrales en base a la sobreproducción de productos primarios de los países periféricos parece alcanzar un grado de desarrollo fuertemente incompatible.

Quizás lo inédito de esta crisis global es que no sólo han entrado en contradicción los niveles generales del desarrollo capitalista a nivel mundial, la contradicción aguda entre las fuerzas productivas materiales y las relaciones de producción capitalista, sino también los espacios más frecuentes de la vida social y económica conducidas por el capitalismo imperialista: el comercio local, regional y mundial; los términos de intercambio entre los países desarrollados y periféricos; la producción y distribución de los recursos naturales; los valores absolutos y relativos de la plusvalía frente al trabajo adicional y socialmente necesario; los niveles de consumo individual en los países del primer mundo; la relativa escasez de determinados bienes y servicios sociales indispensables para el desarrollo humano; las condiciones naturales del medio ambiente frente a la explotación posindustrial; el abastecimiento de alimentos a nivel mundial frente al desarrollo limitado del libre mercado; el control del Estado frente a los extraordinarios beneficios de las empresas multinacionales; y como no debía faltar, la intensificación de las contradicciones sociales en el seno de las naciones sometidas por el capital imperialista.

Cuando se hace visible la crisis a mediados del 2007 y alcanza su escalada a fines del 2008, aquella contradicción consigue estallar y, como contrapartida de la misma, la renta, el comercio y los precios de las materias primas se hunden en los países subdesarrollados mientras que aumenta el valor de los productos manufacturados en el mundo entero. Pero la redistribución de la riqueza, el ingreso y el salario perpetúan sus condiciones de desigualdad mundial, profundizando aún más las contradicciones y la crisis hasta límites inesperados. En consecuencia, tanto las clases sociales de los países centrales como de los países de la periferia sufren de transformaciones importantes, cada uno de los cuales tienen sus particularidades propias en función de su inserción especifica en el capitalismo mundial. Probablemente algunos países vayan a sufrir más que otros: los que, ya antes de que se extendiera la crisis, tenían un considerable déficit comercial, debían refinanciar su deuda nacional o mantenían vínculos comerciales estrechos con Estados Unidos, mientras que los países que no han liberalizado del todo sus mercados financieros y establecieron una política de proteccionismo estatal en base a nuevos modelos económicos y políticos de acumulación, logran permanecer en mejores condiciones.

Lo cierto es que la crisis en los EEUU está llamada a impactar severamente la economía mundial y muy especialmente la de países periféricos como los nuestros, dado su rol central en la economía mundial para abastecer los mercados más importantes del mundo. De ahí que hay quienes (con razón) comienzan a hablar de la tendencia al "colapso" de la economía de esa superpotencia mundial. Quizás podemos analizar la crisis actual como una crisis "madre de todas las crisis", de la confluencia de varias crisis convergentes, globales e, incluso, históricas, que a su vez han provocado una gran decadencia social y productiva, luego de impactar negativamente durante tres décadas al sector industrial, al sistema energético, las finanzas, la inversión, el rendimiento laboral, el comercio exterior, el Estado, la vida social, etc. Ahora bien, indudablemente que la crisis internacional presenta peculiaridades en los países periféricos, donde existe un distanciamiento en cuanto al comportamiento económico, político y social frente a los países desarrollados de occidente, donde convergen intereses materiales distintos y donde las clases sociales se encuentran constituidas de otro modo. Veamos.

Al establecer históricamente el imperialismo sus vínculos con las clases y fracciones dominantes de los países periféricos que se subordinan al mercado internacional, la situación y desempeño de las clases sociales se presentan de manera distinta a la de los países centrales, pues, estas fracciones dominantes ocupan un lugar antagónico en el desarrollo nacional, no sólo al perpetuar un poder hegemónico funcional al sistema de dominación global sino además por formar parte de una clase social nativa que se sujeta (y, por tanto, existe como tal) a los intereses extranjeros, agudizando aquellas contradicciones sociales internas que emanan de las clases sociales. Esto nos da la pauta de que en los países coloniales, semicoloniales y periféricos interviene un mecanismo adicional en la lucha de clases que intensifica las relaciones de explotación y, como contrapartida, de liberación nacional: el imperialismo. No vamos ahondar sobre este asunto que ya lo hemos tratado en artículo anteriores, pero es importante dejar en claro que la disposición de la estructura social en estos países se encuentra atravesada y respaldada por las formas de sometimiento hacia el capitalismo global, produciendo en su interior alianzas y antagonismos de características particulares.

No resulta casual que esas alianzas y antagonismos adquieran una mayor presencia ante contextos internacionales de cambio, ya sean determinados por las fuertes ofensivas imperialistas en momentos de expansión global o, por el contrario, por la salvaje custodia de los intereses imperialistas en momentos de crisis internacional del capitalismo global. La crisis de dominación mundial del imperialismo norteamericano nos revela, por cierto, algo no menor en relación a esta disyuntiva: las clases sociales liberan una lucha por el poder político y económico frente a un imperialismo que manifiesta una profunda debilidad para ejercer su control sobre la región. Por lo que la lucha de clases, por un lado, libera una lucha contra los mecanismos de sometimiento imperialista y, por otro lado, si bien la lucha de clases permanece atada a las firmes estructuras de poder internacional establecidas por el imperialismo, se manifiesta ante cierta independencia y ante una coyuntura latinoamericana de unificación muy favorable. No significa esto que la globalización y el imperialismo dejen de ejercer el rol que le confiere la hegemonía mundial para interponerse en las sociedades periféricas, sino que, ante la crisis profunda que exhiben las estructuras dominantes del poder hegemónico, sus mecanismos de intervención padecen de una debilidad que rápidamente es contrarestada por los actores que defienden los intereses nacionales.

Esto quiere decir que si bien Estados Unidos encuentra relativamente debilitada su hegemonía en América Latina, incrementando el riesgo de sus acciones bélicas, golpistas y desestabilizadoras en la región (el regreso de la IV Flota, las maniobras "golpistas" de su embajada en Bolivia, los vaivenes del Plan Colombia, los planes homicidas contra Hugo Chávez, etc., son algunas de sus muestras), los proyectos de integración -a veces hasta contrapuestos- convierten a la región en un escenario de defensa frente al imperialismo. De al misma manera, el regreso a ciertos niveles de proteccionismo frente a la globalización posibilita un mayor grado de independencia relativa de las burguesías locales. Cuestión esta que en Argentina, por ejemplo, permite la existencia del gobierno actual que, en su negación a un cambio radical de las estructuras dependientes del capital trasnacional, puede convivir con otros proyectos socialistas de la región y con ciertos sectores populares del país. Claro que estas tendencias pueden tropezar si es que países como la Argentina o Brasil siguen manteniendo intactas las estructuras dependientes del capital.

Evidentemente, la crisis del neoliberalismo en América Latina a fines de la década del noventa vislumbró algo más que la incapacidad del modelo de acumulación económica basada en la extranjerización de los recursos naturales para someter a las sociedades nacionales bajo la tutela de las oligarquías financieras nativas, porque además desnudó la profundidad de la crisis que desde hace varias décadas viene afectando a la economía mundial y al imperio norteamericano. Por lo mismo, la reconfiguración de las clases sociales en América Latina no ha podido ser controlada de manera efectiva por las políticas económicas imperialistas debido, en gran medida, al proceso de recolonización político impulsado por Estados Unidos, en donde las formas de producción y reproducción de consenso social y contención de la lucha de clases sin los patrones de crecimiento económico que determinaron los procesos hegemónicos de Norteamérica en el mundo y América Latina, establece un cambio de estrategia mundial y regional para perpetuar su dominio que hasta el momento ha fracasado.

Tras los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos se concentró en Medio Oriente y se distrajo aún más de la región, originando un cambio geopolítico que explica la relativa autonomía de América Latina. Pero a esta trasformación del contexto geopolítico hay que sumar los últimos cambios de la economía mundial, no sólo afectada por la crisis internacional sino también por el ascenso de nuevas potencias económicas que contribuyeron a restarle intensidad al vínculo bilateral de Estados Unidos.

Si en décadas pasadas el imperialismo procuraba apaciguar las luchas de clase para sustentar los proyecto de recolonización regional con el fuerte apoyo de las clases dominantes y algunos sectores de las economías nacionales, la nueva estrategia desplegada durante la crisis del cono sur ha residido en estimular durante los últimos años distintos tipos de confrontación social, de agudización entre las clases económicamente dominantes y el resto de la sociedad nacional para sofocar las luchas populares y desplazar a las burguesías nacionales y a los actores sociopolíticos de las clases medias nacionales hacia los espacios de poder intermedio. Es decir, aislar a los sectores populares más combativos a través del desprendimiento de las clases medias y de la estimulación de las tradicionales oligarquías criollas en alianza con el poder financiero global. No obstante, la reconfiguración de las clases sociales ocasionada por la crisis provocó que vastos sectores medios y de la burguesía nacional se volcaran hacia la lucha de los sectores populares, cuya unidad radicara en el enfrentamiento al poder global del imperialismo y al poder económico de las oligarquías. Son, pues, estas nuevas formas de reconfiguración social las que el imperialismo busca disolver.

Por lo que en esta coyuntura internacional las clases sociales asumen un doble movimiento dentro de los sistemas nacionales: por un lado, la oposición que brota entre liberación nacional y dependencia nacional, es decir, entre el imperialismo y Estado Nacional. Las tensiones económico-sociales que se suceden en las clases sociales enfrentan los intereses nacionales y populares con los intereses transnacionales o antinacionales. Para conseguir una fragmentación social de las clases populares y nacionales, los sectores dominantes al servicio del capitalismo dependiente, emprenden un proceso de separación entre la unidad de producción, circulación y consumo que, bajo la influencia determinante del imperialismo, recomponen para adaptarla a una organización transnacional de la economía. El capital transnacional no establece las pautas de dominio simplemente desde el exterior y a través de la reproducción de la relación de dependencia en los ámbitos estrictamente políticos locales, sino que instaura un proceso de dominación directa en el seno de los países dependientes, estableciendo alianzas y constituyendo un proceso estructural de subordinación.

Este proceso estructural expresa, ni más ni menos, que las relaciones económicas sometidas a la lógica de la acumulación mundial y define un segundo movimiento entre las clases sociales: la pelea por la unificación o la fragmentación de los sectores nacionales y populares entre distintos actores sociales que expresan intereses aún más generales de la sociedad. Cuando la crisis del neoliberalismo a fines de la década del noventa en América Latina y la evidente crisis de Estados Unidos en la actualidad flaquearon los vínculos que establecía el imperialismo con las economías nacionales, hizo preciso que se materializaran en la lucha política y social dos modelos de acumulación y desarrollo económico intensamente opuestos que expresaban modelos de alianza y antagonismo distintos. En otras palabras, las alianzas de los sectores sociales enfrentados al imperialismo que oprime a las clases populares y ahoga económicamente a ciertos sectores de la burguesía nacional y, por otro lado, la alianza de las fracciones económicas dominantes protegidas por el capital financiero. Esos modelos conllevan la formación política de un frente nacional y popular, por un lado, y la formación contrarevolucionaria de las oligarquías, a la que se agregan las fracciones y sectores ideológicamente colonizados por el imperialismo.

En consecuencia, la intervención de los sectores populares en un movimiento político nacional que agrupe los diversos intereses nacionales, es la razón o corolario histórico de la formación y reelaboración de una política económica nacional y popular, difícil de sostener sin la concurrencia activa de los sectores nacionales que se encontraron involucrados en los "choques sociales" durante la década del noventa y principios del siglo XXI.


CHOQUES SOCIALES = CONFLICTOS NACIONALES.

El saqueo y la sistemática intervención del imperialismo preceden al establecimiento de las estructuras sociales de manera interna en los países semicoloniales, que posteriormente garantizan por si mismas el orden social de las clases sociales. Sin una intervención exitosa del imperialismo en las naciones subdesarrolladas no existe un orden estructural de las clases sociales conforme al orden internacional de la economía. De la misma manera, sin un resultado exitoso en la lucha de clases no hay ninguna elite o clase dominante capaz de vincularse al proyecto imperial. De ahí que, correlativamente, sin un vínculo estrecho en los países periféricos los poderes imperiales no pueden expandirse, crecer o inferir exitosamente. Ese vínculo no sólo se establece con las oligarquías criollas de América Latina, sino también a través del consenso social entre las fracciones socioeconómicas dependientes del mercado internacional. Incapaz de preservar ese vínculo, el imperialismo debe intervenir directamente para cambiar el equilibrio en la lucha de clases nacional, por medio de invasiones, golpes militares y recolonización política.

Los métodos de dominación de clase utilizados por el imperialismo y la globalización mundial experimentaron durante los últimos años modificaciones en la naturaleza de los instrumentos de control utilizados por los grupos de poder. En numerosos países, los sectores dirigentes se han visto obligados a salir del cuadro de la legalidad que regía hasta entonces la vida política y buscar métodos renovados para asegurar el control del aparato estatal (por legalidad entendemos las formas de explotación económico-social que bajo los regímenes democráticos permitían un modelo de acumulación estable). Sin embargo, estos intentos fracasaron y la nueva administración de Estados Unidos luego del alejamiento de Bush no permanecerá inmovilizada frente a una nueva América Latina, aunque esta vez procure hacerlo sin los procedimientos de la anterior administración.

La crisis del neoliberalismo en América Latina originó un reacomodamiento de las clases sociales, una reestructuración en su composición que la globalización y el imperialismo aspiran interferir para lograr una reestructuración económica que sea adecuada a sus pautas de producción, es decir, al fundamento de la dependencia económica y política de la región.

Los choques e interacciones profundas acaecidas entre las clases sociales en América Latina no sólo fueron, bien dijimos, el resultado de la crisis aguda que acarreó el neoliberalismo, enfrentando a los distintas clases sociales y convulsionando las jerarquías socioeconómicas de las mismas, sino también son el corolario de las propias necesidades sociales que mantiene una nación fragmentada en buscar un punto de enlace y alianza entre los sectores sociales nacionales por un lado, y de enfrentamiento frente a las clases poseedoras, por otro lado, según las características de clase adoptadas y las condiciones económicas puestas en juego.

En este marco, los procesos económicos de la globalización procuran generar diferenciaciones allí donde los "choques sociales" desatados por la crisis han provocado cierta unificación entre las clases populares con el fin de desintegrarlas, dividirlas y fraccionarlas, mientras que induce un proceso de uniformidad o de identidad social allí donde se hacen visibles estos choques con el objetivo de ocultar, bajo el privilegio ideológico y económico, las divisiones de clase y el profundo grado de enfrentamiento que alcanza íntegramente a los sectores de la sociedad argentina con la oligarquía y el imperialismo. Esto es, mientras por un lado los dispositivos económicos de la globalización persiguen dividir abruptamente a los sectores nacionales que han suscitado una unidad de intereses en el campo de la economía nacional para desalentar un proceso de unificación entre los sectores populares y nacionales que cuestionen los intereses del imperialismo, por otro lado, interviene el proceso de igualación o uniformidad económica entre aquellas clases sociales objetivamente enfrentadas entre sí -debido, justamente a los lugares objetivamente ocupados en la estructura económica dependiente amparada por el imperialismo- que procura imponer un comportamiento económico de admisión a los intereses del capital extranjero.

Ahora bien, ¿cuáles son estos dispositivos, aparatos y mecanismos económicos que utiliza la globalización neoliberal para generar y fortificar estas diferenciaciones e igualaciones sociales dentro de las naciones periféricas, más aún considerando la situación de crisis que sacude las economías nacionales y anuncia el fin de un modelo de acumulación del capital? ¿De qué manera interfiere la globalización en el proceso de producción y reproducción de la desigualdad social que se desprende de las clases sociales?

Si los objetivos del capital dominante siguen siendo los mismos, a saber, el control de la expansión de los mercados, el saqueo de los recursos naturales, la superexplotación de las reservas de trabajo en las periferias, etc., etc., entonces los mecanismos de intromisión del capital, la globalización y el imperialismo en el proceso de formación de las clases sociales persigue el mismo fin, aunque con diferencias substanciales en los métodos de opresión nacional en cuanto la crisis mundial del imperialismo profundiza el agotamiento de las relaciones entre las economías nacionales y el mercado internacional.

Como el poder imperialista es incapaz de establecer la hegemonía directa sobre las clases sociales de América Latina en sentido estricto, entonces debe indefectiblemente acudir a las élites colaboradoras con las que comparten intereses, propiedades y riquezas. Ahora bien, dada la creciente polarización y la agudización de las crisis políticas y económicas, la influencia de la clase dirigente "colaboracionista" sobre las clases sociales se torna muy tenue. En este contexto, la clase político social crucial para perpetuar las condiciones de explotación económica, ejercer el poder del Estado y controlar el orden de las clases sociales es la burguesía nacional o, mejor dicho, la burguesía extranjerizada o "compradorizadora" en asociación con la oligarquía. Esa unión de intereses no es más que la consolidación de la burguesía terrateniente que en nuestros países ha bloqueado todo proceso de desarrollo nacional.

No obstante, el comportamiento de las burguesías nacionales frente al imperialismo reinante no puede progresar en el poder por cuanto sus intereses deben satisfacer los intereses del mercado internacional, por lo que el sector más conservador de la burguesía opta por establecer su alianza estratégica con la oligarquía financiera, mientras que el sector más nacional y popular de la burguesía constituye su alianza con las masas populares. Esta diferencia y división del comportamiento político, económico, social e ideológico de la burguesía se traduce claramente en el posicionamiento de las clases sociales frente al imperialismo y la crisis internacional.

Ante el fracaso del neoliberalismo en América Latina, las estructuras de poder de las clases y fracciones dominantes se vieron resquebrajadas y la alianza que mantenían en el seno del Estado la oligarquía nativa, la burguesía comercial y el sistema financiero mundial resultaron conflictivos. Por otro lado, las clases oprimidas se alzaron ante las políticas neoliberales lo que ocasionó la emergencia de vastos movimientos sociales y nacionales en el continente que terminó derrumbando gobiernos. La crisis acontecida en los países de América Latina y en los países centrales transfiguró tales estructuras y las clases sociales manifestaron cambios radicales a partir de la llegada al poder de gobiernos que expresaban, de una u otra manera, la voluntad nacional y popular. Si bien en cada país resultan diferenciados los bloques de poder, las estrategias del imperialismo corresponden al conjunto de la región por cuanto una nueva era de los frentes nacionales antiimperialistas se abría en la región.

De tal manera que el objetivo de la globalización en América Latina a través de la intromisión del imperialismo consiste en debilitar esos frentes nacionales por medio de la instauración de divisiones internas que provoquen el aislamiento de las clases populares, de los sectores más radicales del frente nacional sustentados en las franjas más oprimidas de la sociedad que, naturalmente, procuran transformar las estructuras dependientes de una nación vía el socialismo. Sin el consentimiento de la pequeña burguesía, de algunas franjas medias de la sociedad y de los actores sociales de la industria nacional, el imperialismo puede combatir exitosamente las ambiciones socialistas de algunos países. Persiguiendo esa finalidad, la globalización imperialista ensaya diversos métodos para dividir y debilitar los frentes nacionales y así conseguir restituirle el poder a las oligarquías criollas de América Latina al servicio del capital extranjero.

Pero entonces, ¿cuáles son esos métodos, procesos y aparatos de dominación de los que se sirve el imperialismo para asegurar el control sobre las clases sociales en la región? Pues bien, el método más recurrente desde los últimos años ha sido el intento de desestabilización económica y golpes cívico-militares. Como bien sabemos y ya señalamos, esos intentos no sólo han fracasado rotundamente, sino que también posibilitaron que en los países donde existen gobiernos sustentados por la voluntad de las clases populares se tornaran revolucionarios y proclamaran el socialismo como alternativa económica y política. Es aquí donde las políticas de desintegración que promueve el imperialismo dejan de ser una política estrictamente "golpista" para transformarse en una política estrictamente "reconciliadora", cuestión que el gobierno de Obama intentará fortalecer. Pero, ¿reconciliadora con quién? Pues bien, con algunos sectores sociales que, si bien forman parte de los intereses nacionales opuestos al imperialismo, mantienen una posición ideológica estructural antagónica a los intereses socialistas. Tal reconciliación tiene sus especificidades propias según sean los países a los que nos refiramos.

En países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde el Estado y el gobierno se hallan constituidos fuertemente por fuerzas políticas que expresan a las masas más oprimidas del pueblo, a los sectores sociales más radicales y donde el poder se manifiesta desde los movimientos sociales y los consejos comunales, el imperialismo procura restablecer su alianza con la pequeña burguesía, algunas fracciones del Ejercito y la franja de trabajadores privados y pequeños propietarios de clase media. Mientras que en países como Argentina, Brasil, Paraguay, donde las débiles burguesías nacionales de carácter democrático-popular aún no han fortalecido sus alianzas con los trabajadores y los sectores oprimidos dentro del Estado y sus políticas económicas no logran romper con las formas de producción neoliberal dependiente, el imperialismo ensaya sus reconciliaciones pos alianzas con los sectores más conservadores de la burguesía industrial, un sector de los empresarios nacionales, los trabajadores aún no incluidos en el mercado interno de la economía nacional y la izquierda cipaya. Es decir, en el primer caso, el imperialismo intenta establecer una reconciliación aliancista con aquellos sectores que temen por el futuro nacional vía el socialismo, mientras que, en el segundo caso, el imperialismo instaura una reconciliación pos alianza con lo sectores que la burguesía nacional no han logrado incorporar en el seno del movimiento debido, justamente, a su propia debilidad estructural para liderar los procesos de cambio.

En los países donde históricamente logró desarrollarse un proceso de industrialización y existió una burguesía nacional e industrial arraigada a las estructuras del poder estatal (Argentina, Brasil), durante el apogeo neoliberal la burguesía industrial, los empresarios nacionales y un sector de la nueva pequeña burguesía mantenían sus alianzas con la oligarquía y el imperialismo en base a la expansión del mercado externo y el colapso de la economía nacional. La burguesía industrial dependía de la inversión extranjera a través de la inyección de capital privado para la producción de bienes y servicios volcados al proceso de exportación de materias primas. El reducido empresariado nacional se inclinaba hacia los espacios selectivos y limitados que las grandes empresas privadas monopolizaban para afianzar el ciclo de exportación, aunque conservaban reservados sus lugares irrisorios para el mercado interno. El sector de trabajadores privados y la pequeña burguesía, mientras tanto, lograban mantener la alianza con el capital extranjero y la oligarquía financiera por medio del impulso y prosperidad de las privatizaciones.

Como resultado de la crisis internacional, el fracaso del neoliberalismo en esos países y la derrota del capital trasnacional para conseguir el consenso de las alianzas mantenidas hasta entonces, el imperialismo -albergándose en el poder de la oligarquía- busca recomponer estas alianzas ante la pérdida del control estatal y el desgaste de los gobiernos neoliberales. En cuanto a la burguesía industrial, el imperialismo intenta incorporarla directamente (sin la intermediación total de la oligarquía) al proceso de exportación e importación de bienes industriales, reservando la mayor cantidad de producción a la oligarquía agropecuaria en el monocultivo primario y permitiendo a la burguesía industrial acceder al mercado externo en productos semi-manufacturados. Por el lado del empresariado nacional, ante el crecimiento del mercado interno impulsado por las políticas macroeconómicas de estos países y el incremento de las pequeñas y medianas empresas en la producción nacional, el imperialismo y la oligarquía aspiran inmovilizar su desarrollo nacional e interno por medio de la asociación de las empresas nacionales a las reglas oligopólicas de las grandes firmas internacionales y a través de los bloqueos bancarios o de capital impedir su acceso al sistema financiero de manera progresiva. El sector de trabajadores privados y la pequeña burguesía, insertos en el mercado formal caen en esta encrucijada y son intimidados a perseguir las ofensivas contra toda política nacional implementada por el Estado.

Por otro lado, en Venezuela, Bolivia o Ecuador, donde los gobiernos populares han desplazado a las burguesías nacionales para la construcción de nuevos modelos económicos y políticos sustentados en las masas más desposeídas, en el período neoliberal la pequeña burguesía, las fracciones más poderosa del Ejercito y la franja de trabajadores privados y pequeños propietarios de clase media, mantenían sus alianzas con la oligarquía y el imperialismo de manera estable. La pequeña burguesía, intelectual y manual, establecía una dependencia estructural y procuraba alcanzar los niveles sociales más elevados por medio del ascenso jerárquico que brindan las instituciones burguesas. El Ejército no fue más que una trinchera feudataria de los intereses extranjeros y la franja de trabajadores privados y pequeños propietarios de clase media conservaban la alianza con el capital extranjero y la oligarquía financiera por cuanto el proceso privatizador les otorgaba cierta estabilidad y enriquecimiento.

Cuando la crisis sacudió estos países y las ataduras del imperio con estas clases, fracciones e instituciones se atenuaron, de la misma manera el imperialismo buscó recomponer estas alianzas. La pequeña burguesía, los trabajadores privados y un sector importante de propietarios de clase media son amedrentados por el clima de inestabilidad internacional, el bombardeo de los medios de comunicación y la pérdida de ascenso social ante la disposición de un régimen de igualdad social. Aprovechando estos argumentos, la oligarquía y el sistema financiero global proceden a desabastecer los mercados internos, generar temor en la población por medio de despidos masivos en determinadas empresas extranjeras, etc. En cuanto al Ejército, se procura promover divisiones en su interior que produzca inestabilidad y disidencia.

No vamos a ahondar ahora sobre las particularidades de cada sector social en esta nueva reestructuración de clases, pero en todos los casos, las formas de reconciliación consisten en generar una unidad de intereses entre esas clases y fracciones y la oligarquía nativa en cada uno de aquellos países. De manera que la unidad nacional, indispensable para todo proyecto de independencia nacional, no sólo pretende ser desarticulada sino que la columna vertebral de los movimientos aspira a ser cercada ante la deserción de las otras clases y fracciones que componen el movimiento. En un contexto de crisis y contracción de la ofensiva imperialista es difícil fundar una reconciliación de clases con el imperialismo que no afecte directamente la agudización de la lucha de clases, pero al fracasar los intentos de intervención directa asoman otros mecanismos no menos peligrosos.

Lo cierto es que son los encuentros y choques sociales, alianzas y enfrentamientos, los que permiten la constitución, por un lado, de un proceso de unidad nacional en el seno de un movimiento político que recurre sólidamente a las demandas y reivindicaciones populares y, por otro lado, de un frente contrarrevolucionario de derecha en el seno de las oligarquías criollas. En este sentido, entendemos que el proceso de unidad nacional se asienta sobre las franjas populares, a las que se agrega una fracción importante de la clase media y el consentimiento político del sector más nacional de la burguesía, puesto que es allí donde los choques sociales se han revelado de manera más coherente, es decir, de manera que sus encuentros han resultado ser de gran motor para su unidad y predominio. Estos choques sociales ofrecen, pues, las condiciones económicas para la emergencia de los movimientos y procesos revolucionarios en América Latina.

En conclusión, es importante dejar en claro no sólo la diferencia que separa a América Latina de los países capitalistas centrales en cuanto a la composición de las clases sociales y sus formas de construcción coaliciones y segmentaciones sociales, sino también las necesidades que ensayan los países de América Latina de bloquear las divisiones, fragmentaciones y alianzas que pretende encarar el imperialismo y la oligarquía. Mientras en los países centrales es necesario forjar el frente proletario o frente de izquierda unificado contra la burguesía, en los países coloniales o semicoloniales corresponde el frente único antiimperialista que aglutine a todos los sectores perjudicados por la dependencia, incluso a las burguesías nativas que produce para el mercado interno. Solo la participación en el frente antiimperialista posibilita el progreso del socialismo.

Ahora bien: "Golpear juntos, marchar separados", implica que los trabajadores, la clase obrera o el sector social que busca la construcción del socialismo, mantengan su independencia frente a la burguesía; independencia económica, política e ideológica, aglutinando en el seno del movimiento a estos o varios sectores, coincidiendo en la lucha que desarrollan contra la oligarquía y el imperialismo, pero sin descuidar de la disidencia lateral respecto a los aliados transitorios. El Estado, por su parte, debe organizar plenamente la intervención de las clases populares en el interior de sus aparatos y servir como vínculo de asociación entre los intereses dispares del frente nacional. De lo contrario, las oligarquías y el imperialismo, el capital transnacional y el sistema financiero hostigarán las formas de independencia nacional y forjarán una nueva era de balcanización en la región. Si América Latina representa una Nación que busca su unidad para promover un proceso de independencia conjunto, a los países que presentan menos capacidad para la construcción del socialismo le corresponde formar un movimiento de unidad nacional que coloque como eje político las disposiciones de la clase trabajadora y de las masas populares más agresivas frente al imperialismo. Por lo mismo, las clases sociales fundadas de manera autocentrada, es decir, de manera que se desarrollen con cierta libertad frente al imperialismo, implica la subordinación de los sectores sociales aliados a un proyecto nacional y popular, necesariamente el único proyecto viable para la construcción del socialismo.



Referencias

AMIN, Samir (1978) "La desconexión". 1ed. Editorial IEPALA, Buenos Aires.

CAPUTO; PIZARRO (1975) "Imperialismo, dependencia y relaciones económicas internacionales". 1 ed. Editorial AMORRORTU, Buenos Aires.

POULANTZAS, Nicos (1985) "Las clases sociales en el capitalismo actual". 8 ed. Editorial SIGLO VEINTIUNO, Buenos Aires.

GALASSO, (1996) "El Socialismo que viene". Ediciones del pensamiento Nacional.

DIEGO TAGARELLI, (2008) "Globalización y cultura nacional en la Argentina". Revista Globalización. Mayo del 2008.






(Volver a página inicial)