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ESTADO, PODER Y SOCIALISMO EN AMÉRICA LATINA

(PARTE II)

Por Diego Tagarelli

Problematizar sobre el Estado en América Latina no es tarea fácil, sobre todo si nos introducimos en los procesos globales del capitalismo que confirieron a nuestros países desiguales condiciones y disposición en la división internacional del trabajo. Más aún, el sólo hecho de plantear la cuestión del Estado en América del Sur sin remitirse a los orígenes históricos de disgregación regional yacería ingenuo, puesto que el verdadero fracaso de nuestras naciones y, por tanto, el indiscutible predominio de las potencias opresoras, descansa en el hecho de existir como naciones, países y repúblicas desvinculadas las unas a las otras sin concurrir en un Estado que las agrupase. Tarea difícil entonces, fundamentalmente, cuando las experiencias de liberación nacional establecen procesos complementarios entre los nacionalismos democráticos y las revoluciones socialistas, cuyas "combinaciones" han traducido la necesidad de construcción de un Estado Nacional que trascienden las fronteras de consolidación política de la burguesía en los países semicoloniales.

Nadie dudaría en categorizar al Estado como "instrumento", "máquina" o "aparato" de dominación que las clases dominantes precisan para asegurar los intereses del capitalismo. Pero sucede que, en nuestros días, en nuestros países, en toda América Latina, el Estado Nacional no sólo asoma como una estructura política compleja que las fracciones de las clases dominantes disputan y donde las luchas populares han logrado encauzar sus propias reivindicaciones de clase, sino que aparece como el "instrumento" para enfrentar o, caso contrario, asegurar la subordinación nacional frente al imperialismo opresor. De manera que el Estado deviene en un aparato de doble poder, un instrumento de dominación interna y externa, de ejercicio del poder adentro de sus fronteras y de conexión o desconexión hacia los preceptos del capital extranjero. Claro que, en nuestros países, la segunda condición determina en última instancia a la primera.

Pero si aquel Estado o Nación sudamericana tuvo que asumir a partir de su "balcanización" la forma de repúblicas aisladas para luego apostar a la construcción de sus propias características nacionales, la lucha por fundar sus independencias adquieren un doble carácter: forjar un Estado Nacional dentro de las límites nacionales que consigan destruir las bases económicas del poder de la burguesía terrateniente o la oligarquía financiera para instaurar un proceso genuinamente nacional y, por otro lado, integrarse como fuerza nacional dentro de una comunidad política superior, el Estado-región o supranacional: los bloques. Esto no implica, sin embargo, la desaparición del Estado-Nación, sino su integración paulatina en una polis más amplia, el auténtico y legítimo Estado Unido del Sur.

En el artículo anterior vimos como la teoría marxista puede explicar el funcionamiento del Estado en el capitalismo. Vimos como la formulación teórica del marxismo científico no puede permanecer ajena a las particularidades propias de nuestra realidad y, además, advertimos sobre la necesidad de su renovación en el marco de las nuevas experiencias tomando en cuenta la novedad de la crisis mundial. A continuación, persistiendo sobre la importancia de la teoría ("no puede existir una buena práctica sin una buena teoría"), vamos a intentar estudiar los cambios sucedidos en el Estado Nacional en América Latina, para aportar a un análisis concreto de sus transformaciones. Sin embargo, el soporte teórico, al que remitiremos ahora, tiene que ver con las enunciaciones que giran en torno a la construcción del socialismo en los países semicoloniales, mejor dicho, la posibilidad de construcción socialista en el contexto nacional de nuestros países, lo cual nos coloca de lleno en las problemática del Estado Nacional.

EL CARÁCTER COMBINADO DE NUESTRA REGIÓN

La cuestión nacional y estatal en América Latina, o sea, el desarrollo de una Nación que agrupe los intereses de clase dominante en un Estado para la afirmación del capitalismo y la opresión de las clases populares, presenta rasgos incompatibles a la realidad histórica occidental y, básicamente, adquiere un carácter distintivo cuando la consolidación del imperialismo incorpora a los países coloniales y semicoloniales como aisladas periferias para la asistencia del capital central. La cuestión nacional, más que una necesidad propia de las relaciones de producción capitalistas por desarrollar sus instrumentos de cohesión geopolítica dominante, se vincula íntimamente a la cuestión colonial y a la lucha contra el imperialismo mundial. Si la unidad del Estado en Europa se forma como resultado del desarrollo del capitalismo, al trocarse en potencias imperialistas, impiden a su vez a otras regiones del planeta que ingresen al camino del capitalismo y se constituyan en Estados Nacionales unificados. Tal es el caso de los Estados de la América Latina. (No hace falta ahondar mucho sobre las particularidades de tal proceso, probablemente ya conocidas por muchos de los lectores que siguen o han recurrido a la revista). Revisemos algunos importantes conceptos del marxismo que, seguramente, no ayudarían a pensar esta problemática de una manera distinta.

Lo importante, por ahora, es decir lo siguiente: El concepto de "modo de producción" concebido por Marx, hace referencia al nivel más abstracto de análisis sobre una sociedad. Y es un "concepto", justamente, porque no preexiste en la realidad, sino que se presenta como aparato conceptual para descubrir las formas de dominación que se aprecian en la historia de la humanidad. Para acercarnos brevemente a este concepto, podemos decir que un Modo de Producción es el cómo se produce y reproduce una sociedad en un momento histórico determinado, en sus formas económicas, políticas e ideológicas-culturales, a partir de la "determinación en última instancia" de la infraestructura económica. Marx nos ofrece su explicación a través de la tópica del edificio que adjudica distintos niveles de eficacia, determinación y sobredeterminación al nivel económico, político e ideológico, es decir, al nivel de la "base" y la "superestructura". Esto es así porque toda sociedad, históricamente determinada, se asienta sobre un proceso productivo, donde los "medios de producción" (instrumentos de trabajo, herramientas del proceso de trabajo indispensable para desarrollarse) se encuentran sujetos a "relaciones de producción" que combinan de manera específica la relación entre los hombres y los medios de producción. Esta relación material determina una relación social, que no es más que una relación de clase social. Es decir, la relación del no-trabajador con los medios de producción y la relación del trabajador directo con los medios de producción. La primera corresponde, en el modo de producción capitalista, a una relación de propiedad, o sea, la relación de propiedad privada económica del grupo social que no ejerce ninguna función productiva con los medios de producción. La segunda, es la relación del grupo social que realiza las actividades productivas que, desposeído, despojado, privado de todo medio de producción, no cuenta más que con su fuerza de trabajo, es decir, sus aptitudes físicas y mentales dispuestas en el proceso productivo. Estas relaciones de propiedad/no propiedad, pues, hacen a una relación de clases antagónicas, la cual ubica a los agentes sociales bajo distintas y desiguales condiciones económicas, políticas e ideológicas. Volviendo a la tópica, lo que Marx intenta demostrar es el juego de eficacia que existe en la sociedad. La determinación en última instancia no niega los niveles de autonomía de la superestructura y su sobredeterminación sobre la economía, cuyos efectos dependen de las ubicaciones de las clases sociales en toda superestructura política e ideológica. Una clase social existe tanto en su ubicación material objetiva (infraestructura) como en sus lugares dentro de las prácticas político-ideológicas (superestructura).

Ahora bien, en un nivel más concreto de análisis, al nivel de las formaciones sociales concretas, no existen para el marxismo sólo dos clases antagónicas (propietarios/no propietarios; o, para una representación acertada: burguesía/proletariado). Si tomamos en cuenta que la historia es la historia de la lucha de clases a través de la cual emergen los distintos modos de producción (esclavismo, feudalismo, capitalismo), significa que si bien el modo de producción capitalista aparece como dominante, en su ocurrencia y desarrollo no alcanza a liquidar por completo las formas y prácticas sociales anteriores, inscriptas e insertas más claramente en los modos de producción anteriores, en tanto concurren clases sociales que defienden su existencia a pesar de la presencia dominante de la clase capitalista. Pensemos en la clase terrateniente, los grupos sociales que adhieren a prácticas económicas, políticos e ideológicas aristocráticas, como así también en los campesinos que desarrollan sus trabajos en condiciones de servidumbre, comunidades indígenas o de raza negra que aún son explotados a la manera del modo de producción esclavista. Es por ello que toda sociedad divida en clases contiene los elementos sociales antagónicos diversos, combinados y dispersos que la lucha de clases pone en movimiento constantemente, subordinados, claro, al modo de producción capitalista y a sus principales clases.

Esto quiere decir, y ahí queremos llegar, que cuando los países de América Latina son incorporados como colonias o semicolonias al ciclo del capitalismo mundial, al imperialismo, el proceso de desarrollo nacional y regional tiene un carácter combinado: reúnen, al mismo tiempo, las formas económicas y políticas más primitivas junto con las formas económicas, políticas e ideológicas del capitalismo más avanzado. De manera que se confunden las distintas etapas del proceso histórico, es decir, otros modos de producción. Correlativamente, las luchas populares, las alianzas y conflictos entre las fracciones de clase dominante, en fin, las luchas de clases, junto con la formación de un capitalismo y la construcción del socialismo responden también a formas combinadas históricamente conjuntas.

El capitalismo imperialista no desarrolla una lucha contra las clases nativas para orientar un capitalismo nacional bajo el dominio de la burguesía nacional, sino que, por el contrario, le favorece defender los intereses de una clase terrateniente, de una oligarquía nativa en alianza con la burguesía comercial más expatriada que asegure constantemente un modelo de desarrollo nacional, regional y periférico exportador de materias primas que, al mismo tiempo, defienda y asegure los interese del capitalismo occidental. No obstante, las burguesías nacionales, a pesar de acercarse a los intereses de las mayorías que procuran producir para el mercado interno, optan siempre por estar más cerca del imperialismo que de los intereses del proletariado y demás sectores sociales explotados, lo cual admite una mayor y compleja combinación del proceso histórico en los países dependientes. Esto conlleva varias consecuencias en cuanto a los procesos políticos, sociales, económicos que trataremos esclarecer. Esas consecuencias vamos a exponerlas, en primer lugar, considerando la cuestión respecto del Estado y el poder en América Latina, para posteriormente, advertir sobre la construcción del socialismo en la región.

EL ESTADO Y EL PODER

En tanto los países periféricos, dependientes del capital extranjero, forman parte de la cadena capitalista como sustento del sistema mundial desigual, se ha asistido a una lucha que ha tenido como eje a la cuestión nacional, entre quienes pujan por un crecimiento hacia adentro y quienes fomentan la dependencia para beneficio de las minorías. En ese cuadro, las características del Estado, el poder y sus aparatos de dominación apropiados se asienten sobre bases estructurales distintas, lo cual hace a radicales diferencias de los elementos económicos, sociales y políticos que se expresan en la superestructura del Estado. Por tanto, para decirlo de alguna manera, el Estado en los países de América Latina no es más que un Estado que involucra una lucha histórica entre las clases sociales por edificarse como un "Estado dependiente, semicolonial, balcanizado" o un "Estado Nacional, independiente, autónomo" e integrado en un bloque mayor. El Estado, pues, está implicado en una doble lucha, lo supranacional y lo local. Sufre una doble erosión. Por una parte, desde afuera, las fuerzas y procesos de la transnacionalización del capital. Por otra parte, en el interior, la desestabilización política y la segmentación de las sociedades. Claro que, por motivos históricos y económicos elementales, la segunda causa depende en gran medida de la primera.

Las trasformaciones ocurridas en América Latina durante los últimos años, nos traducen desde un punto de vista histórico aquella disyuntiva; traducen los distintos cambios estructurales producidos por el pasaje o transición de distintos modelos de acumulación que han instaurado, a su vez, distintos tipos de relaciones en el Estado. A estas relaciones se les han adjudicado algunas denominaciones: el Estado Liberal, organizado desde fines del siglo XIX hasta 1930, el Estado de Bienestar o Desarrollista, constituido desde los años 40 hasta la década del 70, el Estado Neoliberal, Privatizador o Postsocial, edificado desde 1970-1980 hasta nuestro días. Pero podríamos afirmar que estamos en presencia de nuevas relaciones en el Estado que, en consonancia con la crisis del modelo de acumulación neoliberal en toda la región desde fines de la década del noventa, también nos hablan del nacimiento de nuevos modelos de acumulación. Es el viraje del siglo XXI, donde si bien muchos países de la región no han alcanzado a instaurar firmemente nuevas relaciones en el Estado que correspondan con relaciones económicas contrarias al neoliberalismo, no sólo manifiestan una arrolladora presión social de los sectores populares que pugnan por el cambio, sino que muchos de los aspectos económicos sujetos al modelo de acumulación neoliberal han sido insostenibles para los gobiernos subordinados a Washington.

El Estado liberal constituido en América Latina durante las últimas décadas del siglo XIX se construye en base al modelo de acumulación mundial fundado en la expansión del capitalismo a través de la exportación de mercancías y capitales, es decir, a través de la definitiva incorporación de nuestros países al mercado internacional como productores de materias primas y destinatarios de las mercancías provenientes de los países centrales, fundamentalmente del imperio Británico. "Es el Estado, a través de múltiples mecanismos, el que construye un terreno sólido de confluencia de los intereses de las distintas fracciones de la burguesía. Lo hace, sobre todo, interviniendo activamente en la consolidación de las condiciones necesarias a la forma de acumulación emergente, manteniendo el orden en todo el territorio a través de sus aparatos represivos, fabricando un discurso político e ideológico acorde a las nuevas condiciones". Es el Estado pues, en todo la región Sudamericana, el que asegura el funcionamiento de la acumulación agraria y exportadora. Sus acciones más importantes son las de garantizar la libre circulación de bienes y capitales, favorecer la expansión de las redes de transporte orientadas a los más importantes puertos de cada uno de los países, etc. Este Estado tiene un papel constitutivo en la creación y reproducción de las condiciones del nuevo proceso de producción mundial. Por lo que el Estado no sólo condensa los intereses de las burguesías terratenientes sino también los intereses del capital internacional dominante. Se logra así ubicar en lugares diferentes del proceso de producción a las fracciones dominantes, de las cuales la burguesía terrateniente (las oligarquías nacionales) en alianza con el capital extranjero ocupan el lugar central, hegemónico. De manera que se logra así bloquear el desarrollo interno, la industrialización de América Latina y la formación de un verdadero proletariado y una burguesía nacional.

No obstante, las luchas sostenidas entre las fracciones dominantes que se sucederán en el interior de cada uno de los países -las luchas entre las provincias pobres y ricas, las pugnas por las nacionalizaciones de territorios pretendidos por los países centrales, las luchas en torno a los puertos o salidas de los recursos hacia los mercados europeos o estadounidenses, las disputas mantenidas en función del control aduanero de las rentas agrarias, ganaderas o petroleras- van a abrir el acceso de nuevas clases sociales a la lucha política, fundamentalmente, la pequeña burguesía agraria, los peones rurales y los trabajadores de las manufacturas artesanales de la región. Pero fundamentalmente es a partir de las necesidades de reproducción del Estado, por un lado, y de la crisis internacional en 1929-1930 que desgarran las estructuras dominantes, por otro lado, que las formas de acumulación establecidas en la región comienzan a transformase, dando lugar a la transición de un modelo de acumulación en base a las necesidades del mercado internacional a un modelo de acumulación basado en las necesidades del mercado interno, un modelo que permita el resguardo del capitalismo frente a la crisis mundial.

De ahí que, en general, sean las mismas clases dominantes (incluso bajo la hegemonía de las oligarquías nacionales) las que desde el Estado impulsen estrategias que ayuden a salvaguardar sus intereses en el marco de la primera crisis mundial que sacudió la economía global del capitalismo. El proceso de sustitución de importaciones será la política económica adoptada como medida destinada a sostener los intereses dominantes. En la medida que desciende la participación de las economías agroexportadoras de la región en el mercado mundial, se hace necesario, para nivelar la situación de los nuevos términos, que las importaciones desciendan a la altura de las exportaciones. Podríamos decir que, por primera vez en la región, se incluyen dentro de las alianzas de clase dominante los intereses de de determinados grupos industriales. El no haber modificado la estructura agraria de América Latina refleja aquella alianza.

Pero muy pronto entrarán en conflicto, tanto dentro de las alianzas de clase sostenidas en el Estado entre los sectores de la pequeña burguesía, la burguesía industrial y la vieja oligarquía terrateniente y, por fuera de sus alianzas de clase, con el naciente proletariado una vez que los limites del modelo exportador se revelara insostenible. Los límites del modelo exportador en América Latina no sólo darán lugar a un nuevo modelo de acumulación que marcará el rumbo de la región durante más de tres décadas (aproximadamente desde los años 40 hasta mediados y fines de los setenta), sino que el papel del Estado será cada vez más importante y más complejo. El Estado se realiza así como equilibrador dentro de un bloque de poder más complejo, como moderador de una alianza objetivamente estructurada alrededor de los intereses comunes de distintas clases. En fin, para hacerse expresión de una nueva hegemonía cuya función es compatibilizar el desarrollo de las fuerzas productivas con las nuevas relaciones entre clases propietarias. Pero los sectores dominantes, la oligarquía y sus socios menores de la burguesía al servicio del capital internacional, no conseguirán perpetuarse como fracción hegemónica en el poder del Estado ante la emergencia de los movimientos nacionales, que constituirán un gran frente antiimperialista y alcanzarán las cimas del poder una vez que las relaciones de producción hayan madurado en base a las necesidades del mercado interno y la incipiente industria nacional.

Esos frentes nacionales –inscriptos en las nuevas relaciones de producción de manera particular en cada país- cuentan con sectores de la burguesía industrial, franjas medias de la sociedad de escasos recursos, los trabajadores y, en algunos casos, el Ejército, que se expresarán políticamente en el Estado bajo relaciones de fuerzas bastante equilibradas. Esto es posible en tanto el Estado adquiere una característica distintiva en la región como agente de acumulación. La apropiación por parte del Estado de una importante porción de las rentas agrarias, ganaderas, petroleras o mineras según las características nacionales -que antes la oligarquía entregaba al imperialismo y dilapidaba en gastos suntuarios y, además, fundaba el principio del poder estatal en toda la región- se constituye en la base de acumulación de capital para la industria, haciendo posible un "acuerdo transitorio" entre la clase trabajadora y la burguesía nacional. Así, los trabajadores se constituyen en el principal sustento de ese intento de desarrollo capitalista autónomo, donde la acumulación de capital no proviene de la explotación de la clase obrera sino de la captura de las rentas extraordinarias de las oligarquías dominantes.

El Estado así, deja de ser una mera expresión del liberalismo que aglutina a las fracciones dominantes de la burguesía exportadora, para convertirse en un Estado Benefactor, un Estado Social, que mantiene en su seno los intereses de la burguesía industrial y el joven proletariado latinoamericano hasta relegar a un segundo plano los intereses de la oligarquía. Pero aquel equilibrio dará lugar a una nueva etapa de conflictos que quebrarán la armonía de las distintas clases sociales insertas en el Estado. Claro que las fuerzas políticas y económicas del proletariado siempre se ubicaron como fuerzas antagónicas a los intereses de la burguesía nacional por su posición objetiva en las relaciones de producción, pero podía mantener aquella alianza en tanto el Estado, como dijimos al principio de este artículo, adquiría una perspectiva de defensa de los intereses nacionales donde, evidentemente, los intereses de las clases populares se podían consumar.

Varios factores, entre los cuales se destacan la recuperación del mercado europeo luego de la posguerra, la ubicación hegemónica de Estados Unidos como centro imperialista, la colonización ideológica de nuestras burguesías nacionales frente a los intereses del imperialismo y a las oligarquías, el pánico a las masas populares por parte de esas burguesías aterrorizadas por el fantasma de la revolución socialista en el mundo y, fundamentalmente, la negativa de muchos de los gobiernos nacionales de transformar las estructuras latifundistas de la tierra y de atacar la propiedad privada, nacional e internacional de los medios de producción, van a resquebrajar aquella alianza mantenida a través del Estado. Así, el equilibrio se posicionará del lado de la balanza menos revolucionaria, del lado más conservador frente a un contexto que exigía cambios profundos. Los movimientos nacionales, si bien contendrán en su interior los conflictos propicios para no paralizarlos ante las arremetidas del imperialismo y las oligarquías, como resultado del deceso de las burguesías industriales y nacionales del frente antiimperialista y la falta de un proletariado que dirija el movimiento para no caer en un proceso de creciente burocratización dependiente del bonapartismo estatal, romperán los movimientos nacionales y las alianzas mantenidas en el seno de un Estado Nacional autónomo. Pero aquellos conflictos se traducirán también en las fuerzas de las clases trabajadoras más combativas por imponer sus reglas de juego en el Estado, las cuales sólo serán contenidas y contrarrestadas a partir de la injerencia militar del imperialismo en la región desde los años 50 hasta la década del ochenta.

El Estado Nacional, que por primera vez adquiría un poder distante frente a los intereses extranjeros, será testigo de un cambio que durante la década del setenta tendrá como eje la lucha política entre las alianzas conservadoras de la clase dominante bajo la hegemonía del sector financiero y las clases populares que propugnaban por la defensa de los intereses nacionales. Es decir, la lucha entre el modelo de acumulación neoliberal impulsado desde Washington y un modelo de acumulación que definitivamente consiga superar los parámetros de un capitalismo nacional para alejarse de la burguesía nacional e imponer el socialismo. La preeminencia y superioridad de las fuerzas conservadoras en el poder del Estado van a permitir la consolidación del neoliberalismo y la destrucción de la unidad popular, el retroceso político de la clase trabajadora y el proceso irreversible de desindustrialización en la región. El ejército, algunas fracciones medias de la sociedad, la burguesía industrial que ya sostenía una fuerte alianza con el sector financiero internacional y la oligarquía, serán los protagonistas de la nueva catástrofe latinoamericana. Las dictaduras militares en la región, amparadas por Estados Unidos y los gobiernos de Europa occidental, hicieron posible la imposición violenta del neoliberalismo, un nuevo modelo de acumulación financiero y un Estado ausente de los asuntos nacionales.

Pero la afirmación del neoliberalismo en América Latina, obedece no sólo a la ofensiva imperialista de los Estados Unidos, sino a la conformación de un nuevo estadio en la evolución del capitalismo monopolista, donde el proceso de privatizaciones, desregulaciones, descentralizaciones del Estado y apertura económica dieron impulso a al proceso salvaje de la globalización neoliberal y a la reconfiguración en escala mundial de una nueva división internacional del trabajo, equiparable a la de fines de siglo XIX cuando tuvieron auge las denominadas economías agroexportadoras. Este proceso indujo a transfigurar los procesos de acumulación de los países periféricos bajo nuevas alianzas entre el capital transnacional y las oligarquías nacionales con la amparo de determinadas fracciones de la burguesía compradora. El mayor proceso de destrucción del Estado Nacional significaba la unificación de los intereses dominantes, una nueva burguesía terrateniente que aglutinaba las fracciones de la oligarquía, la burguesía comercial y los segmentos más poderosos de los actores empresariales dedicados a los servicios. Claro, fracciones que eran dirigidas y atravesadas por el imperialismo y el capital extranjero.

Este modelo de acumulación financiero, rentístico o privatizador era posible teniendo bajo control económico, político e ideológico a los sectores populares, lo cual implicaba una doble política en el marco de los intereses estatales. Por un lado, la disociación total de los sectores populares y nacionales de los partidos políticos y movimientos nacionales. Política que, durante la apertura de la democracia en la región, fue gradualmente ejecutada en toda América Latina a través del establecimiento de gobiernos que apelaran ideológicamente a los intereses populares. Por otro lado, la asociación de las dirigencias sindicales e importantes sectores de los empresariados nacionales a los intereses de la clase dominante que el Estado controlaba mediante la concesión y transferencia de recursos limitados de las rentas exportadoras. El Estado durante la época neoliberal no es un simple registrador de esa realidad económica-social, sino que es un factor constitutivo de la organización de la sociedad bajo nuevas formas de dominación, produciendo fraccionamientos e individualizaciones sociales. Y ello se realiza también por los procedimientos ideológicos, cuyo papel no es sólo ocultar las relaciones de clase ("El Estado capitalista no se presenta jamás como un Estado de clase"), sino también el de contribuir activamente a las divisiones y al aislamiento de las masas populares.

El neoliberalismo y la dependencia de la región alcanzaron niveles extraordinarios durante la década del noventa, traducidos en la exclusión y el empobrecimiento de las mayorías nacionales, en el saqueo de los recursos más elementales que aún permanecían bajo la propiedad de los Estados nacionales y en la intensificación de las luchas de clases en todo el continente. Como contrapartida, una crisis profunda sacudió los países de América Latina, abriendo una época de lucha social, de nuevos procesos revolucionarios y de reconstrucción del poder Estatal, a vez que anticipaba la crisis del sistema internacional en los centros desarrollados del capitalismo. Esta vez, la crisis y el cambio estallarían en las periferias sudamericanas.

El Estado nacional en muchos países de América Latina amortiguará las luchas sociales a través del aparato represivo o del cambio superficial en las estructuras claves del poder. Pero la ilegitimidad de la clase política, la lucha de los sectores populares hacia las formas de dominación del Estado y la profundización de la crisis van a determinar un cambio radical en muchos gobiernos nacionales de América Latina, lo que directamente repercutirá en las relaciones sociales mantenidas en el conjunto de los aparatos del Estado. Una nueva etapa se abre y es preciso analizar, aunque más no sea superficialmente, el nuevo proceso de acumulación y del Estado en América Latina. En términos generales, puede decirse que hay una conjunción de los tres modelos elementales de acumulación que han definido la incorporación de América Latina como región dependiente al sistema global del capitalismo: el modelo exportador, el modelo desarrollista e industrialista y el modelo neoliberal. Como dice Rapoport, la situación es distinta a los periodos anteriores ("modelo agroexportador", "sustitutivo de importaciones" y "modelo rentístico-financiero"), pero tiene características de cada uno de ello. La industria vuelve a levantarse como en el periodo de sustitución de importaciones, pero a costa de una mayor oferta de las materias primas y de la demanda de productos importados y sigue dependiendo, como en el modelo agroexportador y el de industrialización, del comportamiento del sector agrario, petrolero, minero, etc. De la misma manera, el modelo rentístico-financiero sigue manteniendo su predominio, traducido en los problemas sociales y las dificultades de redistribución del ingreso. No obstante, existen importantes rupturas con el modelo neoliberal y el modelo exportador, mientras que el modelo industrial aparece como el modelo a seguir, pero con diferencias substanciales que cambian sus rasgos generales en tanto las burguesías nacionales no han sido las encargadas de llevar a cabo propuestas autónomas de industrialización, sino que más bien es formulada por los gobiernos que mantienen el apoyo de las clases populares, lo cual hace a radicales diferencias económico-sociales. A diferencia del modelo de industrialización a mediados del siglo XX, el actual proceso de búsqueda soberana de un nuevo modelo de acumulación autónomo, comprendió una amalgama que incluyó las reivindicaciones económicas y sociales de trabajadores, desocupados y sectores medios postergados con aspiraciones políticas latinoamericanistas, a diferencia del modelo de sustitución de importaciones que fue llevado a cabo por las propias clases oligarquías en alianzas con las burguesías industriales dependientes del mercado externo.

Esto significa, a su vez, que las relaciones en el seno del Estado cambian sus composiciones políticas y sociales. La caída de los gobiernos conservadores que apañaron el modelo neoliberal hasta las últimas consecuencias, dio lugar a nuevos espacios de poder que fueron ocupando los sectores populares, proporcionando las bases para establecer las trasformaciones profundas que la región requería para no caer en el abismo del sistema mundial. Pero la dirección estatal ahora no aparece como meramente bonapartista, como resultado de luchas y compromisos entre fracciones de clase dominante, sino que los movimientos nacionales ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera y demás sectores populares para luchar contra esas mismas instituciones. Por lo mismo, si el Estado aparece como el espacio en que se organizan las relaciones entre dominantes y dominados, en la medida que son los sectores populares los que brindan las bases sociales a los proyectos políticos nacionales de la región, es inadmisible no concederle lugares objetivos en las estructuras de poder, lo cual hace que las fracciones dominantes vayan perdiendo espacios de poder e influencia sobre los destinos económico en los países que han decidido luchar frente a la dependencia nacional. Correlativamente, las fracciones dominantes, conservadoras y burguesas, desatan una lucha violenta contra los sectores populares y los gobiernos que se manifiestan a favor de la construcción de un Estado nacional.

Una nueva relación social en el Estrado parece cambiar radicalmente las relaciones de fuerzas en muchos países de la región. Si bien las fracciones dominantes de la economía permanecieron a la defensiva durante y después de la crisis neoliberal y lograron mantener los privilegios que la historia adversa de nuestros pueblos consiguió cederle a los vendedores de nuestra patria grande, muy pronto entraron a la ofensiva, utilizando los métodos más salvajes y rigurosos para perpetuarse de manera absoluta en el poder. Es que las alianzas que, necesariamente, debían establecer las fuerzas populares con algunas fracciones de la clase dominante para conquistar nuevos espacios de poder, no tardaron en fracturarse cuando se pretendían atacar los intereses económicos históricamente reservados para el imperialismo. De manera que las estructuras del Estado pasaron a ser un lugar de intensa lucha entre los sectores populares y dominados y las fracciones dominantes. Salvando el modelo socialista consolidado en Cuba, y los grandes logros alcanzados en países como Bolivia, Venezuela, Ecuador o Nicaragua, toda la región sostiene una lucha exacerbada por perpetuar o transformar los intereses nacionales al servicio del capital extranjero.

Sucede que, al profundizarse los procesos de transformación económica y, por consiguiente, al fracturase las alianzas que mantenían los sectores populares con la burguesía nacional y determinadas fracciones medias de la sociedad, estas transformaciones dentro del Estado vuelven a retomar las banderas del socialismo y el capitalismo nacional o, en el caso de países con menores proyecciones independentistas, entre un capitalismo nacional y un capitalismo dependiente. Veamos.

EL SOCIALISMO

De todo lo visto anteriormente, podemos decir, con toda legitimidad: No hay otra perspectiva del proceso revolucionario en América Latina que la revolución socialista, que, sin embargo, reconoce su carácter "permanente", así como la necesidad de resolver las cuestiones nacionales-democráticas, es decir, respetando su carácter combinado, nacional-democrático y socialista, en un proceso ininterrumpido y dialéctico. Ese carácter combinado es, como dijimos, lo que determina la política del proletariado en los países del tercer mundo: está obligado a combinar la lucha por las tareas de la independencia nacional y de la democracia burguesa con la lucha socialista contra el imperialismo mundial.

Las reivindicaciones democráticas y las tareas de la revolución socialista, no están separadas por etapas históricas, por desarrollos lineales-evolutivos rígidos para todo tipo de sociedad, como suele concebirse toda vez que se piensa en asimilar los procesos históricos revolucionarios de los países desarrollados con nuestros propias condiciones como países oprimidos por el imperialismo, sino que surgen las unas a las otras inmediatamente, en una suerte de lucha contra todas las formas de explotación económica, política y social dispuestas por las estructuras dependientes del imperialismo. Los problemas centrales en los países de América Latina imponen la imposibilidad de rechazar pura y simplemente el programa democrático. "Ahora bien, es necesario que las masas populares por sí mismas sobrepasen este programa en la lucha. Esto significa que no se trata de oponer al programa nacional-democrático un programa socialista, de pura reivindicaciones clasistas, que aislaría a los trabajadores del resto del frente único, sino de asumir las banderas antiimperialistas y democráticas que la burguesía nacional no asume como debiera y, precisamente, con estas banderas arrastrar tras de sí a todas las fuerzas nacionales enfrentados al imperialismo y sus socios nativos".

Desde que la crisis del neoliberalismo en la región vislumbrara la debilidad del imperialismo para sostener un modelo de acumulación y una estructura estatal al servicio del capital extranjero y las oligarquías financieras nativas, las profundas contradicciones de nuestras sociedades denotó un choque entre las clases sociales que alcanzaron a las fracciones dominantes, a su vez que viabilizó un encuentro o coexistencia entre los sectores populares a los que se agregaban algunas fracciones de la burguesía nacional, sectores medios de la sociedad e, inclusive, pequeños burgueses oportunistas, confundidos y arrepentidos de sus condiciones ideológicas asentadas en las aparentes superioridades jerárquicas de clase. No obstante, una alianza transitoria, una unidad nacional frente a la oligarquía y el imperialismo determinaron las causas políticas de la burguesía y los sectores populares, trabajadores, desocupados y excluidos, dando lugar a nuevas formas y espacios de poder que se expresaron rápidamente en los diversos gobiernos nacionales.

Resulta que, cuando aquellos espacios de poder terminan siendo favorables a los intereses y hegemonías de las burguesías nacionales, es irrealizable un programa que contemple la interrupción radical de los privilegios históricos de la clase dominante, cuyas limitaciones son absorbidas nuevamente por el imperialismo y lanzadas como aspiraciones contrarrevolucionarias. El socialismo en América Latina debe apoyar todo programa nacional-democrático y, si existe un vacío político de las burguesías revolucionarias dispuestas a enfrentar a las oligarquías, asumirlo como propio enalbardando las banderas de la liberación nacional. Es decir, acompañar o acaudillar el proceso de revolución nacional que al tiempo que concrete los objetivos nacionales-democráticos (independencia nacional, soberanía popular, justicia social, desarrollo de las fuerzas productivas) abra camino hacia el socialismo.

Podríamos decir que estos espacios de poder son los que se están debatiendo actualmente en nuestra América Latina: una nueva irrupción política de las burguesías nacionales, con sus encrucijadas propias ante los vínculos que mantiene con la clase históricamente dominante y, por otro lado, un proyecto socialista, fuertemente estatal, industrial y popular impulsado desde los espacios de poder popular de las clases históricamente postergadas de la vida política de las naciones. Por lo tanto, si bien los sectores populares, el proletariado de los países de América Latina puede, pues, marchar al lado de la burguesía en el caso de que esta luche contra el imperialismo, ese acuerdo pasa a ser temporario y puramente circunstancial cuando las estructuras del Estado, el poder y las luchas de clases imponen una mayor radicalización del los proyectos nacionales y populares. Es que las limitaciones que poseen las alianzas en el seno de los movimientos nacionales no se encuentran establecidas o fijadas en la mera distribución de poder entre los diferentes actores nacionales convocados en el proyecto nacional, sino que también dependen de las nuevas condiciones del capitalismo mundial que conlleva a una definición precipitada sobre los roles predispuestos por el Estado que, consecuentemente, hacen a una política que prepare nuevas formas de desarrollo socioeconómico para sostener o, caso contrario, ahogar las reivindicaciones de los sectores populares hoy insertos en las decisiones futuras de las naciones. Y aquí una conclusión que podemos extraer de las experiencias inmediatas en los países donde las burguesías enfrentadas al imperialismo han procurado restringir y acortar los pronunciamientos de los actores populares: Todo movimiento que involucre la unidad nacional entre los sectores de la burguesía nacional más enfrentada a la oligarquía y las clases populares de trabajadores debe estar dispuesta sobre la base de la absoluta independencia del proletariado y sobre el aviso de que la burguesía no luchará verdaderamente contra el imperialismo y no tardará en aliarse con él contra el mismo proletariado. "La única condición –ha dicho Trotsky- de que todo acuerdo con la burguesía, acuerdo separado, limitado, práctico, adaptado a cada caso, consiste en no mezclar las organizaciones".

La opresión extranjera que traba el desarrollo económico de las periferias, impulsa en ellas movimientos de liberación nacional de parte de algunos sectores de la burguesía y pequeña burguesía, al mismo tiempo que el movimiento emancipador del proletariado. Existen en los países oprimidos de nuestra América del Sur dos movimientos que cada día se separan de más en más: el primero es el movimiento burgués democrático nacionalista que tiene un programa de independencia política; el otro es el de los campesinos y obreros, por su emancipación de toda clase de explotación. La burguesía de los países de América Latina es capaz, pues, de tratar de liberarse de la opresión del imperialismo e iniciar escaramuzas contra él, pero esto no quiere decir que la burguesía de esos países es capaz de luchar verdaderamente y hasta el final contra el imperialismo y lograr la liberación nacional. Los lazos que unen a esa burguesía al imperialismo son más fuertes que su propio deseo de emanciparse y teme más al movimiento del proletariado, que la acompañará en esa lucha, que al imperialismo. De ahí resulta la imposibilidad de que en nuestra época la burguesía alcance por sí misma la liberación nacional y deba estar acompañada por las masas populares. Pero estas mismas manifestaciones de apoyo popular no deben concluir en las meras alianzas de poder en el Estado sino que deben profundizar, presionar, obligar a todo el movimiento a promover las transformaciones necesarias para alcanzar la liberación nacional y, por consiguiente, regirse bajo la tendencia que las masas populares y sus legítimos líderes políticos asignan.

Claro que eso no debe conducir a pensar que las burguesías nacionales son un obstáculo para el desarrollo nacional y la lucha contra el imperialismo y las oligarquías terratenientes. Todo frente nacional que lucha contra el imperialismo reúne, necesariamente, una alianza entre las burguesías nacionales y los proletariados emergentes y excluidos, en decir, un frente entre los sectores nacionales oprimidos por el capitalismo mundial. Es por ello, por un lado, que resulta falsa la consigna sostenida de que la lucha contra el imperialismo es, en primer término, la lucha contra la burguesía nacional. Quienes formularon esta consigna olvidaron la necesidad, establecida por Lenin, de recalcar la diferencia entre la burguesía de los países opresores y la de los países oprimidos. Es cierto que la lucha debe ser contra toda forma burguesa, pero de ahí a plantear que hay que luchar contra la burguesía nacional en primer término como la mejor forma de luchar contra el imperialismo, es no tener una noción definida del significado de la liberación nacional que lleva en sí un sentido esencialmente antiimperialista. Dado que el papel principal en los países atrasados no lo desempeña el capitalismo nacional sino el capitalismo extranjero, la burguesía de los países oprimidos, en lo que respecta a su situación social, ocupa una posición mucho menos importante que la correspondiente al desarrollo de la industria. "Teniendo en cuenta que el capitalismo extranjero no importa obreros, sino que proletariza a la población nativa, el proletariado en nuestros países comienza bien pronto a desempañar el papel más importante en la vida de la nación. En estas condiciones, los Estados Nacionales, en la medida en que procure resistir al capitalismo extranjero, está obligado en mayor o menor grado a apoyarse en el proletariado".

Pero, por otro lado, pude establecerse como regla general que la burguesía de los países rezagados es incapaz, en las condiciones de dominación y agonía mundial del imperialismo de llevar a cabo las tareas de la revolución nacional de manera drástica y definitiva (revolución agraria, unidad nacional, soberanía económica). Pero la incapacidad de la burguesía para realizar las tareas de las revoluciones nacionales no se deduce en absoluto que no intente hacerlo. Toda su política oscila, permanentemente, en torno a dos grandes cuestiones: La primera, en orden de importancia, es mantener su dominación sobre el proletariado y los campesinos pobres; la segunda, casi de vida o muerte, crear un mercado interior único y protegerlo contra las mercancías extranjeras. Es evidente que la burguesía no viene al campo de las revoluciones al azar sino porque sufre la presión de sus intereses de clase. Después por temor a las masas populares, abandona la revolución. Pero no puede pasar definitivamente al campo de la contrarrevolución, es decir, liberarse de la necesidad de sostener de nuevo a la revolución o, al menos, de coquetear con ella. Por eso la política de la burguesía colonial o semicolonial consiste en una serie de zigzag.

En cambio, para las clases populares, la revolución es parte de su identidad de clase, y el socialismo el destino inmediato que las masas buscan a su manera. Los procesos electorales y plebiscitarios abiertos en estos últimos momentos en toda la región defienden esta consigna. No obstante, el socialismo no se aplica desde las altas esferas del poder, sino a través de la construcción de nuevas relaciones sociales dadas en torno a los aparatos e intereses que atraviesan el Estado en su conjunto, cuyas herramientas políticas son utilizadas a favor de un Estado Nacional autónomo que resguarde los intereses populares de toda agresión económica, política e ideológica de las clases dominantes. Democracia, soberanía e independencia en correspondencia con las formas propias que adquieren y adquieran las revoluciones latinoamericanas es el ciclo que deben desplegar nuestros países.

Precisamente, un ciclo parece agotarse al trascurrir de las luchas desencadenadas en los últimos años, el de las alianzas inevitables y transitorias entre los diversos actores nacionales bajo los movimiento que resultaran de las condiciones nacionales en un contexto de crisis global del capitalismo decadente. Otro ciclo, pues, pareciera avecinarse, el de las rupturas de esas alianzas bajo el dominio de las fuerzas populares, cuyas consecuencias no hacen más que abrirle el paso a las luchas por establecer un nuevo socialismo latinoamericano y por fundar nuestras naciones bajo nuevas banderas de libertad, bajo nuevas banderas de unidad nacional y regional.

Por Diego Tagarelli

BREVE BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

GALASSO, Norberto: "Liberación Nacional, Socialismo y Clase Trabajadora".

PORTANTIERO, Juan Carlos: "Los orígenes del Peronismo".

INDA, Graciela: "La formación del Estado Nacional".

POULANTZAS, Nicos: "Estado, Poder y Socialismo".

POULANTZAS, Nicos: "Las clases sociales en el capitalismo actual".

TROTSKY: "La revolución permanente".

GRAMSCI, Antonio: "Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado Moderno".

RAMOS, Abelardo: "La Patria Grande".

RAPOPORT, Mario: "El viraje del siglo XXI. Deudas y desafíos en la Argentina, América Latina y el mundo".

VILAS, Carlos: "Seis ideas falsas sobre la globalización. (Argumentos desde América Latina para la refutación de una ideología)".


En Globalización: Diego Tangarelli

Junio 2009 Estado, Poder y Socialismo en América Latina (parte II)

Mayo 2009 Estado, poder y socialismo en América Latina (Parte I)

Marzo 2009 Crisis, cultura popular e ideología

Feb 2009 Crisis y poder en América Latina: Reconfiguración de las clases sociales frente al imperialismo decadente

Enero 2009 Bolívar: Pensamiento anticolonialista del continente criollo

Dic 2008 El submundo del capitalismo y los falsos intelectuales en Argentina

Oct 2008 12 de octubre 1492: Los orígenes del sometimiento colonialista en América Latina

Sept 2008 Movimiento Nacional: Unidad y ruptura en la política nacional argentina

Agosto 2008 La renta agraria: Entre los grandes terratenientes, los pools de siembra y el Estado nacional

Mayo 2008 Globalización y cultura nacional en la Argentina



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