ESTADO, PODER Y SOCIALISMO EN AMÉRICA LATINA
(I PARTE)
Por Diego Tagarelli
El llamado "orden económico internacional", con el derrumbe de su des-orden estructural presente y las intensificaciones de sus des-igualdades globales existentes, refleja las profundas limitaciones del poder político central para superar las insolubles contradicciones del sistema. Pero tales "limitaciones" no pueden adjudicarse a la falta de herramientas políticas para alterar las condiciones económicas y financieras que conspiran contra la supuesta voluntad política de los gobiernos centrales por modificar el rumbo del capitalismo mundial. Por el contrario, obedecen a la crisis de un modelo de desarrollo capitalista donde las fuerzas económicas y políticas imperialistas se encuentran agotadas, es decir, donde la crisis mundial aparece como expresión de una crisis del sistema capitalista en su conjunto. A diferencia de otras crisis mundiales (siempre se pretende ocultar el alcance de la actual crisis asimilándola de manera análoga con las anteriores), las formas de aparición y desarrollo de la actual crisis no dependen exclusivamente de los ciclos económicos naturales del sistema capitalista. Podríamos decir que lo que caracteriza la crisis vigente de manera excluyente es la incapacidad del sistema político por colocarse en una posición superestructural que procure mantener su independencia relativa en condiciones de crisis para impedir el desplome de las estructuras económicas imperantes. Y esto porque, sencillamente, son las mismas fuerzas políticas las que han determinado la consolidación de un modelo de acumulación mundial que, si pretendiera modificarse, concluiría pues con el suicidio de las clases políticas dominantes.
Esto quiere decir que los intereses económicos han "colonizado" íntegramente el sistema político central hasta colocarlo en un lugar mecánico para la reproducción del orden, cuyos dispositivos de acumulación mundial impiden a las clases políticas desobedecer las reglas del libre mercado impuestas desde que la globalización neoliberal comenzara a desestructurar los espacios que las clases dominantes preservaban en el seno del poder del Estado. De ahí que el Estado, visto como el aparato superestructural por excelencia para asegurar la reproducción de la acumulación mundial, se halle en una etapa histórica de transformación donde las clases dominantes y sus fracciones internas pertinentes no puedan distanciarse de los intereses económicos que asediaron las formas de poder del Estado.
Ahora bien, si el Estado es el "Estado" de las clases dominantes para reproducir la explotación de clases y asignar el rumbo político de la economía capitalista, ¿Significa que el Estado ya no pueda asumir un rol estratégico de cambio, incluso para las fracciones populares que se valen de sus partidos políticos para acceder a las distintas formas de poder estatal? ¿Significa que el Estado es inviable para las clases populares? Más aún, ¿significa que el Estado ya no cumple su objetivo histórico de fortalecer o destruir las bases económicas del orden capitalista?
El Estado Nacional o el Estado-Nación, soporte de las relaciones y estructuras del capitalismo global, ingresan en una encrucijada en las que las formas elementales de sus dispositivos de poder han manifestado cambios profundos, a tal punto que incluso algunas posiciones teóricas dentro del marxismo se tornaron compatibles con cierta ideología política dominante al señalar que el Estado-Nación estaría desapareciendo y que las clases sociales como categoría de análisis sería intrascendental en esta nueva etapa del capitalismo "universal" y "masivo".
Nada más equívoco y confuso en un mundo donde los Estados nacionales no sólo personifican de manera profunda las contradicciones sociales entre las clases y fracciones que han disputado el poder y el dominio de los aparatos estatales, motivando las transformaciones que desde la última década han puesto en evidencia la existencia de modelos de desarrollo nacionales opuestos, sino que además han advertido y reconocido la intención de los Estados centrales capitalistas e imperialistas de asfixiar, reprimir y minimizar la soberanía de los Estados nacionales en los países periféricos. La mundialización institucionaliza, ni más ni menos, que una nueva relación de fuerzas interestatal que consolida la soberanía de los centros mundiales y restringe la autonomía del resto. En torno a esta problemática gira lo que podríamos llamar "la crisis del Estado-Nación y la redefinición de nuevos modelos de desarrollo nacional e internacional".
Pero al decir que las formas de limitación superestructural que ha adquirido el poder político frente a la crisis económica mundial, no estamos diciendo más que lo siguiente: las "fracciones" políticas de las clases dominantes en los países centrales que han consolidado su preeminencia en el Estado representan los intereses del capital financiero a nivel global. Intereses que, durante más de tres décadas, consagraron por fin la hegemonía del poder económico monopólico, originando un proceso de asedio y encerramiento excesivo de los espacios de poder en el interior del Estado. Pero el Estado, garante de esos intereses a nivel mundial, no pereció ante la autoridad del capital privado, sino que consiguió fundir en un solo y mismo movimiento los intereses del capital con los intereses de los Estados centrales o hegemónicos ante un escenario mundial desigual. Esa unidad, que no es más que la unidad entre la economía y la política imperialista, significó la profundización y ampliación de la monumental capacidad del capitalismo monopolista para controlar cada uno de los aparatos del Estado que ejercían una suerte de sobredeterminación sobre el mercado mundial.
Ciertamente que el Estado, fundamentalmente en América Latina y Medio Oriente, sufrió durante la imposición y consolidación del neoliberalismo una crisis que desmanteló sus funciones históricas esenciales, llevando a límites insospechados el rol que le conferían las reglas del capitalismo liberal. Pero sería absurdo de ahí en adelante pensar que el Estado estaría desapareciendo victima de la globalización o que, peor aún, el rol del Estado sería insignificante para la afirmación de los movimientos nacionales revolucionarios en la construcción del socialismo.
Esta ideología pues (que ampararon involuntariamente algunos intelectuales de la izquierda más progresista) no tomó en cuenta el papel que el Estado jugó en la creación del mercado libre, la globalización e, incluso, del imperialismo. No sólo el Estado no desapareció, sino que sirvió para consolidar en los países desarrollados e imperialistas la hegemonía y soberanía que hoy mantienen. Durante dos siglos el capitalismo se constituyó bajo la forma de un mercado nacional, se desplegó a partir del territorio nacional y se sustentó en el Estado Nacional. Incluso los países que extendieron el imperialismo más arrollador, como Gran Bretaña y Estados Unidos (cada uno a su turno), se forjaron gracias al poder del Estado-Nación. El capital global se mueve pues dentro de un sistema regulatorio que él mismo reinventa sin cesar y que define las exigencias del sistema internacional. La prueba misma de estos marcos regulatorios la podemos rastrear dentro del Estado norteamericano en la consecución de sus políticas imperialistas, con las intervenciones decisivas del Estado, el Tesoro y la Banca central en 1930 (crisis mundial), en 1987 (crack bursátil mundial), en 1994-1995 (caída del peso mexicano), 1997-1998 (crisis asiática) y en la actualidad (crisis financiera global) que permitieron evitar un derrumbe sistémico para proseguir la liberalización de la economía.
En cuanto a los Estados nacionales de América Latina, pareciera que después de la tempestad neoliberal de la década del noventa y la emergencia de nuevos proyectos nacionales en muchos países de la región, el Estado-Nación adquiere una presencia inaudita y completamente rectificadora, donde sus mecanismos de poder y procesos internos de transformación traen al debate las distintas etapas por la que el Estado ha atravesado a lo largo de su historia.
En este artículo trataremos las cuestiones teóricas referidas al Estado en el marco de las enunciaciones que el marxismo ha elaborado, procurando esclarecer los desarrollos teóricos pertinentes para aproximarnos a una explicación acertada sobre la realidad actual en América Latina. En un segundo momento (parte II del artículo) intentaremos abordar la problemática del Estado-Nación en América Latina, el papel de las fracciones de las clases dominantes y las luchas populares insertas en el seno del Estado que han modificado sus formas específicas de poder.
EL LEGADO DE LA TEORÍA MARXISTA SOBRE EL ESTADO Y SU NECESARIA RENOVACIÓN HISTÓRICA.
Ciertamente que la teoría del Estado y sus desarrollos ulteriores en el campo del pensamiento marxista nos plantean un desafío suficientemente complejo a la hora de trazar los lineamientos referidos al poder, el Estado y el socialismo en América Latina. Pero proyectar los objetivos teóricos del marxismo en relación al Estado capitalista en nuestros países adhiriendo a las concepciones de las fuerzas políticas e históricas de Occidente no haría más que corromper y postergar el desarrollo científico del propio marxismo. Marx, Engels, Lenin, Mao o Gramsci, por sólo nombrar los pensadores que introdujeron las bases elementales de la problemática del "Estado" en el capitalismo y de la transición al socialismo, no sólo recogieron las experiencias de sus épocas para teorizar sobre el Estado y pensar sobre las formas de dominación que podían revestir las instituciones complejas del Estado, sino que sus afirmaciones teóricas y sus iniciativas políticas fueron ocupadas más tarde por cierto marxismo ilustrado y ortodoxo de Europa que pretendió petrificar, eternizar y propagar por el mundo las conclusiones teóricas que servían a los objetivos políticos de los partidos e intelectuales socialistas que se decían representantes de los intereses populares, de manera tal que sólo fueron permaneciendo aquellas concepciones y elementos teóricos del Estado incompatibles e indiferentes a las nociones, elementos y dispositivos teóricos científicos que el marxismo debía afirmar. Los partidos socialistas, intelectuales y líderes políticos de la izquierda en América Latina importaron a lo largo de su historia aquella deformación hasta transformarse en simples receptores de los cambios operados en los países centrales. Y cuando debían recurrir a los textos de Marx, Lenin o Gramsci, lo hacían para rescatar de sus obras las ideas y conclusiones políticas más inadecuadas a las realidades sociales de los pueblos latinoamericanos, argumentando así el sentido vanguardista de sus condiciones políticas frente a las masas populares.
Para establecer los tratamientos y procesos teóricos sobre el Estado hay que reconocer los orígenes a partir de los cuales comienza a ser elaborado como parte substancial del desarrollo científico en el marxismo. Esto significa reconocerle al propio Marx el mérito de haber descubierto los pilares esenciales en función de la problemática u objeto teórico concebido en el Estado. El Estado capitalista en la obra de Marx es de vital importancia no sólo para realizar un estudio acabado del autor, sino también para poder esclarecer las controversias posteriores al interior del marxismo. Pero si bien el Estado como objeto teórico en la obra de Marx nos brinda los instrumentos teóricos generales de comprensión, hay que advertir que quedaron en suspenso o postergadas ciertas cuestiones sin responder y tiene que ver en qué es y cómo funciona el Estado capitalista. Pregunta que el propio Marx pretendía responder a posteriori del desarrollo teórico de la "base" donde se asienta el modo de producción capitalista: la infraestructura económica.
Sabido es que Marx y Engels partieron de un concepto de Estado que era el resultado de la crítica a Hegel, pero que al plantearlo en el espacio de la misma problemática, es decir, dentro de la problemática filosófica imperante que oponía Estado "político" y "sociedad civil", no alcanzaron a superar los límites teóricos que impidieron un avance mayor en cuanto a su tratamiento científico. Recordemos brevemente: Hegel pensaba que el Estado como "sociedad política" era la manifestación absoluta de la voluntad popular, de la sociedad civil. El Estado para Hegel era la emanación política necesaria de la sociedad civil para consumarse históricamente, una condición de la naturaleza humana. Marx dirá, ejerciendo su crítica frente a Hegel, que el Estado no es una emanación natural de la sociedad civil, sino que expresa una enajenación, una alienación de la sociedad civil que termina por someterla y avasallarla a través de instrumentos precisos que ella misma ha fundado.
Bajo esta reflexión, Marx seguía adherido a la problemática filosófica dominante (la ideología burguesa) que aseguraba la oposición entre sociedad civil y sociedad política como forma de enajenación o elevación de toda sociedad, según las posiciones teóricas adoptadas, para presentarse como sistema de opresión en el Estado. Pero no obstante, Marx y Engels introdujeron tendencialmente un segundo concepto, que es el del Estado como "aparato" o como "máquina" coercitiva, "instrumento" de la lucha de clases al servicio de la clase dominante.
Esta introducción se realizó de manera descriptiva y mediante un análisis que tendió más bien al diagnóstico político que a la teoría en general, acabada o, a la manera en que lo hizo con la economía en "El Capital", científica. La no concreción de esta teoría acabada fue efecto de la preocupación primordial de Marx de fundar la ciencia sobre sus bases, o sea debió comenzar por la economía y relegar para el futuro, al que nunca llegó, la "teoría general del Estado capitalista".
Con los acontecimientos revolucionarios del 48 empieza a madurar en Marx aquella diferenciación con respecto a la filosofía burguesa que se aprecia primeramente en "El Manifiesto" y se concreta en forma acabada en "El 18 de Brumario". El Estado ya no es la forma enajenada de la "sociedad civil" sino una "máquina" que es el "instrumento" de la burguesía para mantener su dominación. Ello en la medida que las revoluciones del 48 en toda Europa habían demostrado que el Estado era una gran máquina de represión, instrumento de la nobleza o de la burguesía, indistintamente. Pero la consideración del Estado como instrumento en manos de la clase dominante plantea dos problemas teóricos de importancia: la neutralidad del instrumento y el idealismo voluntarista de clase, que devuelven a Marx a sus formulaciones anteriores al 48. Es evidente entonces que Marx se aleja pero no rompe completamente con el idealismo de base hegeliana. El Estado sigue siendo la enajenación de la sociedad real, su producto se ha vuelto hacia ella.
Lo que la Comuna de París plantea por primera vez en la historia de la humanidad y en la historia de la teoría marxista es el éxito del proletariado. De ello se desprende todo el análisis que tanto Marx como Engels harán en textos posteriores. Los hechos de la Comuna permiten que Marx y Engels planteen un doble movimiento sobre la problemática del Estado: por un lado, la maduración de los aspectos de maquina e instrumento y, secundariamente, los de autonomía relativa, de faz ideológica del Estado y de tipos de Estado capitalistas de excepción. Por otro lado, la producción del concepto nuevo de "dictadura del proletariado", que redefine hacia atrás algunos presupuestos sobre el Estado capitalista.
Podríamos decir a manera de síntesis que no hay en Marx una verdadera teoría marxista del Estado capitalista, en el sentido de que no existe de manera acabada un desarrollo conceptual sistemático al no explicar el funcionamiento general de ese Estado que Marx mismo llamó aparato, sino que hay una teoría que se mantiene a nivel descriptivo. Y ello en la medida en que toda ciencia debe, necesariamente, comenzar por este por este planteo descriptivo, que sin embargo nos da lo esencial del camino inicial hacia una verdadera teoría marxista del Estado capitalista. No se encuentra, para decirlo rápidamente, una teoría de las mismas características a los estudios realizados a propósito de la instancia económica del modo de producción capitalista en el capital. Lo que Marx hizo es una negación, una inversión, un desarrollo por oposición de las afirmaciones de los clásicos burgueses sobre el Estado. Si el Estado era en aquellos una institución creada por el hombre como árbitro de la sociedad civil es, en Marx, institución de la clase dominante que sujeta a la sociedad civil. Inversión, negatividad, en fin oposición, que por lo mismo se mantiene en el mismo terreno (división Estado-sociedad civil), y no alcanza a desprenderse de los fundamentos ideológicos.
Y con Lenin la cuestión respecto al Estado empieza a madurar. Lenin tuvo que resolver, por primera vez, el problema de la transición al socialismo y la extinción del Estado, a propósito de la cual Marx no había dejado más que vagas indicaciones. Lenin, siguiendo a Marx y Engels sostendrá que "el Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase" y que "la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables". Pero si el socialismo y la extinción del Estado tienen una importancia histórica para el desarrollo teórico del Estado es indispensable también ejercer una lectura crítica que permitan continuar los avances en relación a la teoría marxista sobre el Estado.
Dice Lenin en El Estado y la Revolución: "El proletariado necesita un Estado que se extinga, es decir, organizado de tal modo que comience a extinguirse inmediatamente. Los trabajadores sólo necesitan el Estado para aplastar la resistencia de los explotadores. Las clases explotadoras necesitan la dominación política para mantener la explotación, es decir, en interés egoísta de la minoría insignificante contra la inmensa mayoría del pueblo. Las clases explotadas necesitan la dominación política para suprimir completamente toda explotación, es decir, en interés de la inmensa mayoría del pueblo contra una minoría insignificante compuesta por los esclavistas modernos, es decir, los terratenientes y capitalistas. El proletariado necesita el poder estatal, organización centralizada de la fuerza tanto para aplastar la resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, los campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletariados, en la obra de poner en marcha la economía socialista. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. No discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto a la abolición del estado, como meta. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de las armas, de los medios, de los métodos del poder estatal contra los explotadores, igual que para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida".
Básicamente, Lenin distingue dos aparatos que se entrelazan en el interior del Estado capitalista: uno de clase, opresivo; otro técnico, y por lo tanto, neutral. El primero está formado por el ejecito permanente, la policía y los funcionarios. "El proletariado -agrega- no puede adueñarse del aparato del Estado y ponerlo en marcha. Pero sí puede destruir todo lo que hay de opresor, de rutinario, sustituyéndolo por uno nuevo, por su propio aparato". Pero al lado de este instrumento de represión existiría otro aparato estatal: "el estado moderno posee un aparato entrelazado muy íntimamente con los bancos y los consorcios, un aparato que efectúa un vasto trabajo de cálculo y registro. Este aparato no puede ser destruido. Lo que hay que hacer es arrancarlo de la supeditación de los capitalistas". La conclusión parecería simple: "de este aparato del estado podemos apoderarnos y ponerlo en marcha de un solo golpe, con un solo decreto". Si el revisionismo verá al Estado como un espacio neutral que puede ser ocupado, como una forma vacía maleable para asumir contenidos diversos, el leninismo distinguirá entre un aparato técnico que como tal puede ser utilizado y un aparato político que, en cambio, debe ser destruido.
Los análisis y la práctica de Lenin tienen una línea principal: El Estado debe ser destruido en bloque mediante una lucha frontal en una situación de doble poder y ser reemplazado-sustituido por el segundo poder, los soviet, poder que no sería ya un Estado en sentido propio, pues sería ya un Estado en vías de extinción. Pero también en Lenin, si bien encontramos nuevos avances teóricos y políticos sin los cuales el marxismo no se hubiese constituido como ciencia, el Estado capitalista sigue siendo considerado como un simple objeto e instrumento, manipulado a voluntad por la burguesía, de la que es emanación: no se supone que esté desgarrado por contradicciones internas, sino que aparece nuevamente en el marco de la vieja oposición entre sociedad y política. Las luchas de las masas populares, que no pueden ser, en su oposición a la burguesía, uno de los factores de constitución de ese Estado, no pueden tampoco desgarrar el Estado, que es considerado como bloque monolítico sin fisuras. Las contradicciones de clase estarían situadas entre el Estado y las masas populares exteriores al Estado.
Ese Estado es, pues, para Marx y Lenin, detentador del propio poder, un poder sustancia cuantificable que hay que arrebatarle. Tomar el poder de Estado significa ocupar, en el lapso de tiempo del doble poder, las piezas del Estado-instrumento, controlar las cimas de los aparatos, estar en los puestos de mando de la maquinaria Estatal y manipular los engranajes esenciales de sus dispositivos, con vistas a su sustitución por el segundo poder de los soviets. No es ya el anti-Estado, sino el Estado paralelo calcado del modelo instrumental del Estado existente, un Estado proletario en cuanto sería controlado-ocupado desde arriba por el partido revolucionario único. Afirmando los enormes avances para conceptualizar sobre el socialismo, el poder, el Estado y las masas populares, no hay que olvidar también las grandes confusiones teóricas y políticas que de estas reflexiones pueden adoptarse. La relación de las masas populares con el Estado es una relación de exterioridad, puesto que el Estado posee poder y constituye una esencia. Es el Estado sujeto, poseedor de una racionalidad intrínseca. Los partidos socialistas de Occidente después de la Revolución de Octubre y los partidos de izquierda en América Latina después de subyugarse a los intereses políticos europeos dirán que este aparato se ocupa sustituyendo sus cimas por una élite ilustrada y aplicando como máximo algunos correctivos al funcionamiento de las instituciones, y dando por supuesto que este Estado aportará así a las masas el socialismo desde arriba: es el estatismo tecno burocrático de los expertos. Claro que en América Latina ni siquiera se realizó tal experiencia sino a través de sus alianzas con las oligarquías más reaccionarias, traicionando los intereses profundos de las clases populares y las propias consideraciones del marxismo.
LOS NUEVOS DESCUBRIMIENTOS DEL MARXISMO
El concepto de "dictadura del proletariado" fue para Marx y Lenin una noción estratégica en estado práctico, que funcionaba todo lo más como panel indicador. Remitía a la naturaleza de clase del Estado, a la necesidad de transformación para la transición al socialismo y al proceso de extinción del Estado. Incluso cuando ha sido interpretada de formas diferentes, ha mantenido siempre la función histórica en cuestión: éste fue el caso de Lenin desde los comienzos de la revolución de Octubre, y también fue el caso de Gramsci. Ciertamente, no se pueden poner en duda las considerables aportaciones teóricas-políticas de Gramsci. Esto no impide que el tampoco pudiera plantearse el problema en toda su amplitud. Sus famosos análisis concernientes a las diferencias entre la "guerra de movimientos" y la "guerra de posiciones" son tomadas esencialmente como aplicación de la estrategia leninista a situaciones concretas diferentes, las de Occidente. Lo que le conduce a una serie de bloqueos sobre los cuales no hay espacio para extenderse aquí.
El Estado, al decir de Poulantzas, no es una torre de marfil aislada de las masas populares. Sus luchas desgarran al Estado permanentemente, incluso cuando se trata de aparatos en los que las masas no están físicamente presentes. La vía al socialismo es un largo proceso en el cual la lucha de masas no apunta a la creación de un doble poder efectivo, paralelo y exterior al Estado, sino que se aplica a las contradicciones internas el Estado. El poder no es una sustancia cuantificable detentada por el Estado que haya que arrebatarle a la clase dominante. El poder consiste en una serie de relaciones entre las diversas clases sociales, concentrado por excelencia en el Estado, que constituye la condensación de una relación de fuerzas entre las diversas clases sociales. El Estado no es ni una cosa instrumento ni una fortaleza donde se penetre con caballos de madera. Tomar el poder del Estado significa desarrollar una lucha de masas que modifique la relación de fuerzas internas a los aparatos del Estado, que son el campo estratégico de las luchas políticas. Este largo proceso de toma del poder en una vía democrática al socialismo consiste en desarrollar, reforzar, coordinar y dirigir los centros de resistencia difusos de que las masas populares siempre disponen en el seno de las redes estatales, creando y desarrollando otros nuevos, de tal forma que estos centros se conviertan en los centros efectivos del poder real. Y modificar la relación de fuerzas internas del Estado no significa reformas sucesivas en una progresión continua, conquista pieza por pieza de una maquinaria estatal. Significa claramente un proceso de rupturas efectivas cuyo punto culminante reside en el basculameinto de la relación de fuerzas a favor de las masas populares en el terreno estratégico del Estado.
Bajo esta concepción enriquecedora sobre el Estado en el capitalismo, iniciada de modo descriptivo por Gramsci, pero fortalecida por el marxismo rectificador que resolvió enfrentarse a "cierto" marxismo ortodoxo, se pueden extraer varios aportes teóricos de importancia. En cuanto a su relación con las clases sociales, el marxismo no-ortodoxo plantea que el Estado constituye la unidad política de las clases dominantes. Y puede cumplir este papel en la medida que posee una autonomía relativa respecto de tal o cual fracción. La autonomía remite, por cierto, a la materialidad del Estado en su separación relativa de las relaciones de producción. La conexión del Estado con las relaciones de producción y la división social del trabajo, concentrada en la separación capitalista entre el Estado y esas relaciones, es lo que constituye la armazón material de sus instituciones. El Estado no se reduce a una relación de fuerzas. Un cambio en la relación de fuerzas tiene siempre, desde luego, sus efectos en el Estado, pero no se traduce de forma directa e inmediata: se adapta a la materialidad de sus diversos aparatos y sólo se cristaliza en el Estado bajo una forma refractada y diferencial según sus aparatos. Esto significa que un cambio en el poder del Estado no basta para trasformar la materialidad del aparato del Estado. No basta con decir que las contradicciones de clase atraviesan el Estado, sino que las contradicciones de clase constituyen al Estado, están presentes en su armazón material y estructuran así su organización.
Esa autonomía no es, pues, una autonomía del Estado frente a las fracciones del bloque en el poder, no es función de la capacidad del Estado de seguir siendo exterior a esas fracciones, sino el resultado de lo que sucede en el Estado. Se manifiesta, esa autonomía, concretamente por las diversas medidas contradictorias que cada una de esas clases o fracciones -a través de su presencia específica en el Estado y del juego contradictorio que resulta- consigue adoptar por la política estatal, aunque sólo sea bajo la forma de medidas negativas: o sea, a través de oposiciones y resistencias a la adopción o ejecución efectiva de mediadas a favor de otras fracciones del bloque en el poder.
Las luchas populares atraviesan al Estado de parte a parte. Estas luchas están inscriptas dentro del Estado, lo cual explica la organización diferencial del ejército, la policía, la iglesia, etc. En fin, si tal o cual aparato reviste el papel dominante en el seno del Estado (partidos políticos, parlamento, administración, ejercito, etc.) no es sólo porque concentra el poder de la fracción hegemónica, sino porque consigue, al mismo tiempo, cristalizar el papel político, ideológico del Estado con respecto a las clases dominantes.
Este es el aporte de Poulantzas a la teoría marxista, forzando de alguna manera con las formulaciones previas del marxismo. Pero tal aporte depende de los inicios en Marx, Engels y Lenin. Si el Estado está separado es porque es, como dice Marx, un instrumento (Lenin dirá incluso un garrote) del que la clase dirigente se sirve para perpetuar su dominación de clase. Sobre esta única base se ha edificado eso que se llama "la teoría marxista del Estado". Lenin dirá: "El Estado no ha existido siempre. Si es un instrumento de dominación de clase, sólo hay Estado en una sociedad de clase". Sin embargo, las consecuencias políticas y teóricas de estas simples tesis son capitales y es indispensable su renovación y superación. La lucha de clases (económica, política e ideológica), tiene al Estado en juego: las clases dominantes luchan por conservar y reforzar el Estado, que se ha transformado en un instrumento gigantesco; las clases revolucionarias luchan para conquistar el poder del Estado (¿por qué poder?), porque hay que distinguir entre máquina y el poder que hace funcionar la máquina: si nos apoderamos de la máquina sin estar en condiciones de hacerla funcionar será un golpe inútil. La clase obrera deberá conquistar el poder del Estado, no porque el Estado sea lo universal, no porque el Estado se determinante en última instancia, sino porque es el instrumento, la máquina o el aparato del que todo depende cuando se trata de cambiar las bases económico-sociales de la sociedad, es decir, las relaciones de producción. Una vez conquistado el estado burgués, será preciso destruirlo (Marx, Lenin) y construir un Estado que sea un no Estado, un estado revolucionario diferente dispuesto para su desaparición.
Pero resulta que la función del Estado en los países semicoloniales que luchan por su independencia, es mucho más compleja, por lo que las teorías en torno a esta problemática deben ser ajustadas según las circunstancias de desigualdad estructural del capitalismo mundial, lo cual implica una nueva reformulación teórica desde posiciones netamente distintas. La formación histórica de los movimientos de liberación nacional que se han abierto a lo largo de la historia en América Latina presenta particularidades específicas. Si el Estado, por un lado, representa el equilibrio de la alianza de las clases dominantes y, por otro lado, intenta fracturar y dominar a las clases populares, significa que cuando los movimientos nacionales ocupan el lugar central del poder en el Estado sus alianzas sostenidas deban ser gradualmente modificadas en función del fortalecimiento de las masas populares en desmedro de los actores tradicionalmente dominantes que se mantienen en los aparatos del Estado. Pues son estos actores los que le otorgan espacio y oportunidad de poder a los sectores de la burguesía nacional que el movimiento incluyó y con los cuales se constituyó, provocando la disociación entre las clases populares, la burguesía nacional y las franjas medias de la sociedad. Por eso, es indispensable que las alianzas construidas en el seno de los movimientos nacionales que se hallan inscriptas y diseminadas en los aparatos del Estado estén sujetas a las bases de poder popular del movimiento. Cuestión esta que determinará la modificación de los aparatos del Estado para, ahora sí, asegurar la posterior ruptura de sus elementos opresivos.
Cuando el Estado conmueve ciertos intereses del capitalismo mundial que se hallan aún inscriptos en la trama compleja del Estado, a través de la presencia de las fracciones políticas y económicas que personifican al capital trasnacional, estamos en presencia de un Estado Nacional que intenta preservar la autonomía política y la independencia económica frente al imperialismo. Pero esto no significa que el Estado se halle por fuera de las fracciones económicas del capital y dispute el predominio del campo económico y político como si actuara exclusivamente como un agente representativo de determinada fracción social; todo lo contrario, el Estado no es más que la "materialización" de las contradicciones sociales inscriptas en su interior, de donde se desprenden alianzas, conflictos y rupturas que definen un espacio de lucha continuamente regenerado. Espacio que, cuando empieza a ser ocupado por un movimiento nacional antagónico a las fracciones del poder tradicional y transnacional, se encuentra sujeto a un proceso de defensa de los intereses populares y nacionales. No obstante, para mantener y profundizar estos intereses es necesario que las alianzas construidas en el interior del movimiento no sean bloqueadas y fragmentadas, lo cual históricamente ha sido posible gracias al predominio que poseen los sectores y organizaciones populares.
Los países semicoloniales que actualmente han decidido dar batalla a los intereses del capital imperialista, se hallan en una encrucijada entre un capitalismo nacional y una estructura petrificada, puramente agraria, comercial y pastoril, típica de una semicolonia disfrazada con un barniz superficial de modernidad. Pero si la vieja oligarquía no deja avanzar hacia el capitalismo nacional y la débil burguesía nacional es incapaz de eliminar a la oligarquía, entonces el movimiento debería adquirir firmeza bajo el rumbo que fijen los sectores populares. Pero seguramente ese rumbo superaría, en ciertos aspectos, la definición de políticas y los límites del "acuerdo social" dentro del capitalismo nacional y habría que afrontar formas de construcción política que coloquen en duda las reglas económicas del capitalismo en los países de nuestra América Latina. De lo contrario, los procesos nacionales abiertos en toda América Latina volverían a caer en la transformación inconclusa de nuestra historia.
Lo cierto es que es imposible hacer un análisis práctico de las transformaciones del poder y el Estado en los países de América Latina sino consideramos la importancia que tienen los movimientos nacionales. Es decir, si adoptamos la tesis según la cual el Estado en el capitalismo implica la unidad conflictiva de las fracciones de la clase dominante, procurando fragmentar las luchas y alianzas populares que se hallan insertas en los aparatos del Estado, no podemos relegar del análisis la importancia que poseen las formaciones de los frentes nacionales en cuanto a los cambios que se producen en el interior del Estado. Puesto que las clases sociales en los países periféricos se encuentran establecidas de manera distinta en función de las necesidades del capital extranjero, las alianzas entre las fracciones de la clase dominante se desenvuelven bajo parámetros de poder plenamente distintos. El Estado no sólo puede resultar un obstáculo para las fracciones más concentradas de la economía, sino que el equilibrio entre las fracciones dominantes está supeditado a los cambios del mapa de la economía mundial, de lo que resulta que el Estado posibilita en condiciones de crisis mundial del capitalismo- la incompatibilidad entre las mismas y la fusión coyuntural de determinadas fracciones dominantes con los sectores populares. En síntesis, la puja por un posicionamiento en el poder del Estado entre las fracciones dominantes no sólo involucra a las luchas de los sectores populares frente al imperialismo, sino que más aún, permite que se adopten medidas de corte nacional-popular cuando los frentes nacionales plantean la necesidad del establecimiento de un Estado nacional autónomo.
A su vez, los sectores populares que se localizan en los espacios de sometimiento por parte de los aparatos del Estado, no sólo establecen sus estrategias de poder, mejor dicho, de contra-poder, en el seno del Estado a través de sus prácticas antagónicas específicas, sino que también concurre con determinados sectores que se encuentran fuera de su determinación estructural de clase, lo cual hace a específicas alianzas con otros actores que pueden mantener una posición opuesta en la estructura socioeconómica.
Con esto queremos decir que es inadmisible, pues, sostener una teoría que aspire a explicar los lugares ocupados por las clases sociales en el seno del Estado, a través de las tradicionales divisiones entre burguesía y proletariado, sin considerar cómo los movimientos nacionales expresados políticamente en los frentes políticos de las clases populares (integrada por todos los sectores que ocupan un lugar antagónico al imperialismo) cambian las características de ruptura y alianza y, por consiguiente, atraviesan y traspasan los intereses estrictamente clasistas del Estado, dando lugar a un juego de intereses múltiple. Veamos brevemente.
Mientras que la fracción dominante, o sea, la oligarquía financiera en los países atrasados, dependiente del imperialismo y subordinada a los ciclos de la economía mundial desea, por un lado, reducir la autonomía-soberanía del Estado para restringir una intervención nacional sobre la economía y el mercado mundial, precisa, por otro lado, de una estructura de poder en el Estado que aspire contener a las demás fracciones de la clase dominante, o sea, la pequeña burguesía, parte de la burguesía industrial y determinados sectores medios de la sociedad, a través de la concesión de aparatos que materialicen sus prácticas de dominio sobre los sectores populares. Esto es, en los países dependientes del capital extranjero (dependientes en tanto la fracción hegemónica de la clase dominante es la oligarquía financiera) el Estado funciona como un no-Estado, existe a través de una estructura de poder donde los aparatos de dominación elementales están al servicio de los intereses extranjeros, lo cual genera en los hechos una renuncia sobre el control de los recursos naturales y, por consiguiente, el desencadenamiento de un proceso de liberalización o, mejor dicho, de "privatización" sobre los espacios públicos que desplaza poco a poco a las demás fracciones de clase dominante. De manera que el Estado, es convertido en una suerte de "República Feudal" del Imperialismo, donde la insignificante formación de una burguesía nacional y de una clase obrera consolidada en las ramas productivas de la industria, originan una lucha compleja e intensa entre las fracciones de clase dominante por el control del poder estatal. Al entrar en crisis el sistema económico mundial, las fracciones dominantes utilizan el Estado para encontrar las vías alternativas a la perpetuación de sus intereses, abriendo así etapas de enfrentamientos que traducen la necesidad de trasformar las estructuras del Estado.
Pero estas crisis permiten la fundación, en los sectores populares, de alianzas de clases que luchan contra el sometimiento extranjero, incorporando las fracciones de clase dominante que buscan conquistar el mercado interno y distanciarse de las oligarquías agroexportadoras. Estas alianzas, que no es más que la formación de los movimientos de liberación nacional frente al imperialismo, cambian las características de dominación en el interior del Estado. La lucha en el Estado, se traslada entonces a la lucha por proteger o destruir las bases de poder estatal, es decir, la lucha entre reconstruir un Estado Nacional en función de los intereses nacionales o desmantelar las funciones del Estado para asegurar los intereses del capital extranjero.
Lo cual significa que es imposible estudiar las formas de dominación del Estado en América Latina sin presuponer los cambios del capitalismo mundial que modifican la estructura de clases a nivel local, la formación de los movimientos nacionales que admiten el establecimiento de alianzas que luchan contra la dominación extranjera y el sentido distintivo que adquiere el capitalismo en esta parte del mundo, abriendo un largo proceso de conexión y desconexión entre capitalismo y socialismo. Si el "Nacionalismo" y el "Socialismo" no brotan en América Latina de la cabeza de ningún teórico, sino de la estructura económica y social de la misma, significa, nada más y nada menos, que el nacionalismo no debe ser aristocrático, de una élite civil o militar, sino popular, y que el socialismo debe abandonar para siempre sus lazos con el cosmopolitismo europeo, para convertirse en una realidad propia. Todo proyecto revolucionario debe contemplar, además de la intervención en las distintas clases populares en una aspiración nacional autónoma, la conquista de determinados espacios de poder en el seno del Estado, sin los cuales sería insostenible un ejercicio de independencia nacional. En tanto el Estado ha servido para el sostenimiento de las fracciones dominantes de la economía agroexportadora para perseguir las reglas de un mundo alimentado en la desigualdad de sus partes, una transformación del poder estatal que consiga asentar las bases de poder popular, encarnaría un proceso histórico donde los países periféricos encontrarían las fuentes de su desarrollo en la declinación del desarrollo de los países centrales.
Por Diego Tagarelli
BREVE BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
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