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Globalización y cultura nacional en la Argentina

Diego Tagarelli.

Desde la Conquista y hasta las diversas etapas por las que ha atravesado el capitalismo mundial, la globalización refleja una nueva era imperialista de dominación y profundización de la opresión de los pueblos, llevando a límites insospechados el nivel de concentración y centralización del trabajo, el capital y la propiedad. Es evidente, en este contexto, que las nociones y argumentos promovidos por los centros mundiales acerca de los lugares que les corresponden a los países de América Latina en el escenario global adquieran un carácter agresivo y salvaje. Pero también es evidente que las concepciones sobre la eternalización de las relaciones capitalistas, aquellas por las cuales la globalización desarrolla sus argumentos colonizadores necesarios, no son más que las falsas ideologías de la consolidación mundial y ulterior decadencia del imperialismo.

Claro que esa expresión e imposición salvaje de determinados modelos opresivos que entraña la globalización imperialista no se conquistan exclusivamente desde el terreno económico y militar, pues es una condición ineludible de la hegemonía mundial establecer las pautas universales de dominación en el terreno ideológico y cultural. Que los pueblos de América Latina resuciten de las ruinas del neoliberalismo, no significa solamente que aquellos elementos ideológicos y culturales de la globalización agonicen bajo el resguardo de la guerra, sino también que la función de los movimientos nacionales y populares en este lado del continente debe pasar por sostener el desarrollo autónomo de sus culturas nacionales y regionales, más aún si las formas de penetración cultural han conseguido desplazar las representaciones nacionales y regionales de nuestra identidad por otras de carácter global y uniforme.

Es que los procesos trasnacionales que arrastra la globalización, en apariencia sólo económicos, generan, en las prácticas sociales de los países periféricos, la incorporación de nuevas pautas culturales e ideológicas de dominación. Construyen nuevos imaginarios y significados y crean un sentido cultural particular acerca de cómo los latinoamericanos nos representamos y proyectamos. El carácter superestructural que manifiesta la globalización responde a un proceso general derivado de la evolución y contradicción de la hegemonía mundial que incluye muy reforzadamente a la ideología en tanto sustento inevitable de la realidad económica que fue impuesta bajo el nombre de Neoliberalismo. Desconectarse, pues, de esos elementos culturales opresivos y asfixiantes que encarna la globalización es una necesidad en si misma de los próximos tiempos.

Si pensamos en las naciones despojadas del poder político autónomo y sometido a las fuerzas de ocupación extranjeras, las dificultades de la penetración cultural pueden revestir menos importancia para el imperialismo, puesto que sus privilegios económicos están asegurados por la persuasión de su artillería. La formación de una conciencia nacional en este tipo de países no encuentra obstáculos, sino que, por el contrario, es estimulada por la simple presencia de la potencia extranjera en el suelo natal. En la medida que la colonización cultural no se ha realizado, sólo predomina en la colonia el interés económico basado en la garantía de las armas.

Pero en los países semicoloniales, que gozan de un status político independiente, aquella colonización cultural se revela esencial para asegurar la perpetuación del dominio imperialista. La cuestión argentina esta planteado en los hechos mismos: en la europeización y alienación escandalosa de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico, de la crítica histórica, del cuento y del ensayo.

Detengámonos en el caso concreto de la Argentina. Más precisamente, veamos de qué manera, en el progresivo sometimiento económico y político del país hacia los preceptos del imperialismo durante las últimas décadas, fue abriéndose paso un proceso de colonización cultural que hoy es imprescindible desmontar. De manera más detenida, es necesario advertir sobre la disposición de las clases sociales en la estructura social del país para advertir más profundamente la función cultural que alcanza la globalización. En tanto no es posible analizar cualquier situación cultural, por más global que sea, al margen de las contradicciones sociales, y como el proceso de la globalización afecta a todas las clases -de diferentes modos- hay que tener en cuenta la función que cumplen sus transformaciones y sus choques socioculturales al momento de esclarecer las consecuencias de la globalización en el país.


La función ideológica y social de la globalización cultural.

El neoliberalismo en la Argentina encarnó un proceso de recomposición hegemónica de las clases sociales que tuvo por objetivo consolidar un capitalismo dependiente bajo el dominio de la oligarquía financiera. Es decir, desarrollar un proceso de centralización de la producción y la riqueza en un polo reducido de la sociedad y la exclusión de las masas populares en otro polo. Básicamente, el objetivo del neoliberalismo fue el de abrir y desregular la economía nacional, disminuir los costos laborales y permitir, a través de políticas de cambio fijo, la libre entrada y salida de capitales.

Claro que este largo proceso de imposición neoliberal, que se consolidó fuertemente en la década del noventa, hubiera resultado imposible sin la existencia de dos factores sociopolíticos fundamentales: Por un lado, la composición de una clase media en la estructura social argentina considerablemente influyente que culturalmente se encontrara sometida a los propósitos del poder económico trasnacional. Por otro lado, la existencia de un partido político nacional y popular desde el que se ejecutaran las políticas económicas neoliberales, es decir, un partido desde el cual se apelara a la ideología del “peronismo” para captar los votos y el asentimiento de las clases populares.

El advenimiento de las transformaciones socioeconómicas inducidas por el neoliberalismo y la globalización repercutieron sobre las clases sociales en Argentina, ocasionando modificaciones agudas en sus vínculos socioculturales, especialmente, en determinados sectores de las clases populares y de clase media que se aproximaron al campo popular como resultado de su empobrecimiento, exclusión y descendencia económica. Correlativamente, la crisis del neoliberalismo incitó una lucha intensa por el poder político entre las fracciones dominantes que debilitó hondamente la legitimidad del modelo neoliberal, pero sin duda, fueron los sectores sociales pertenecientes a la estructura de la economía nacional los que resultaron más perjudicados.

Desde el punto de vista sociocultural, cuestión a la que queremos avocarnos, la crisis del modelo neoliberal en Argentina durante los últimos años de la década provocó un “choque cultural” substancial entre las clases sociales que modificó las jerarquías sociales y las formas de intercambio estructural y cultural entre los distintos actores sociales. Este choque de culturas o subculturas, que coincidió con la dinámica de las relaciones de clase durante este periodo, permitió la coexistencia de nuevas formas de intercambio cultural y reordenamiento simbólico que dieron lugar a nuevas alternativas de integración social.

Claro que estas alternativas de integración social exhibieron procesos de alianza y escisiones indistintos según los posicionamientos sociales ocupados en el terreno económico e ideológico, lo que hizo y hace profundamente complejas las posibilidades de unidad nacional. La clase media argentina, o mejor dicho, aquellas fracciones de clase media vinculadas a las estructuras formales del capitalismo dependiente, adoptaron como paradigma social la ausencia de un proyecto de integración con los sectores populares de la sociedad nacional y concluyeron por suicidarse culturalmente, pues admitieron toda subordinación cultural y convivieron al margen de una identidad nacional que exigía reencontrarse con los rasgos populares más profundos del país. Así, estas fracciones medias de la sociedad no sólo permanecieron aisladas durante la crisis aguda que sacudió su condición histórica, sino que no gozaron de fuerza material y cultural para ostentar un compromiso nacional que le permitiera soportar un “choque cultural” con las clases populares para desarrollarse, hecho que, por el contrario, sucedió con los sectores populares y otras fracciones medias de la sociedad menos habituada al tejido del capital transnacional.

Paralelamente a estos sectores medios condicionados por el orden mundial, prevalecieron también sectores o grupos medios que ingresaron al campo popular con el objetivo de articular sus prácticas sociales y simbólicas para lograr reconocerse rápidamente en la cultura y la identidad nacional. En este caso, son sectores que se incorporan a las filas de la clase popular, mezclando sus tradiciones culturales con la fuerte franqueza de la cultura popular. Por su parte, las clases populares también sufrieron estas transformaciones socioculturales, ya sea distanciándose de la formas nacionales y populares de la cultura para admitir expresiones opuestas a ella, o para involucrarse aún más en un proceso de proyección social desde la cultura nacional. Desde los sectores medios hasta las clases populares del país, la admisión como modelo cultural de copiosas prácticas y expresiones simbólicas impuestas por la cultura occidental originó una ruptura con las condiciones culturales históricas de la identidad nacional que fortaleció profundamente el sistema de dominación transnacional, incitando asimismo como medio de reconocimiento y relación cultural entre los distintos sectores sociales del país las formas y contenidos asignados por la globalización, el consumo y la negación de la identidad nacional. Pero no fueron mínimas también -posiblemente como resultado de la crisis del modelo neoliberal- la emergencia de expresiones y prácticas simbólicas que buscaron, a través de los choques y encuentros socioculturales, un modelo de convergencia cultural que se encontraba enraizado en el contexto de la cultura y la identidad nacional.

Estos contactos o “choques culturales” entre las clases sociales son un rasgo permanente de las sociedades capitalistas, en la medida que las clases dominantes buscan penetrar culturalmente las clases populares subalternas con el objetivo de perpetuar su dominio y asimilarlas a su nivel social, mientras que al mismo tiempo los sectores dominados buscan formas de resistencia a esa colonización, a la vez que luchan por liberarse. No obstante, esta dialéctica de dominación-resistencia presenta características particulares según las realidades sociales y el desarrollo histórico de los procesos globales en los países periféricos, pero podríamos decir que el motivo cultural básico de estos encuentros en la Argentina ha sido la desunión nacional o, si se prefiere, las formalidades aparentes de la unidad nacional sin los requisitos reales de esa unificación. (Sería impropio afirmar que la unidad nacional no haya existido, pero fue sofocada como consecuencia de la falta de modificaciones estructurales que dicha unidad presupone y alienta).

Sin embargo, los encuentros y choques socioculturales que se presentaron durante el periodo de crisis neoliberal dieron nacimiento a nuevos intentos de intercambio social que ofrecen, en el espacio cultural y simbólico, las bases de la unidad nacional entre los sectores sociales involucrados en el proceso de crisis. Es justamente en ese espacio cultural y simbólico que se desprende la lucha entre las fuerzas de la cultura popular y la ideología dominante sostenida por la globalización cultural. Es decir, mientras que, por un lado, la búsqueda de alternativas de intercambio e integración social que se desprenden de los choques culturales exigen a las prácticas de la cultura popular revelar las condiciones de desigualdad social para expresar la superación de las mismas, por otro lado, el objetivo de la globalización y la ideología dominante es ocultar y mantener las desigualdades sociales, produciendo procesos de asimilación, diferenciación y aculturación entre las diferentes clases sociales según las intereses del capital y la hegemonía mundial. Veamos.

La globalización actúa modificando las estructuras socioculturales y penetra en las sociedades periféricas de modo de producir articulaciones y diferenciaciones entre las clases sociales para suplantar las bases de identificación cultural de una nación. Es decir, introduce a los países periféricos un conjunto de mecanismos culturales de homogeneización y diferenciación para afrontar de manera particular su influencia según las relaciones de clase y la inserción mundial que se establecen en los países periféricos.

La intención de los procesos de la globalización en el terreno cultural es generar diferenciaciones allí donde los “choques culturales” desatados por la crisis han provocado cierta unificación entre las clases populares con el fin de desintegrarlas, dividirlas y fraccionarlas, mientras que induce un proceso de homogeneización allí donde se hacen visibles estos choques culturales con el objetivo de ocultar, bajo el privilegio ideológico y económico, las divisiones de clase y el profundo grado de enfrentamiento que alcanza íntegramente a los sectores de la sociedad argentina. Esto es, mientras por un lado los dispositivos culturales de globalización persiguen el propósito de “representar” abruptamente las divisiones sociales para ocultar un contexto real de unificación entre los sectores subalternos, por otro lado, interviene un proceso de homogeneización que procura imponer un comportamiento cultural uniforme en los sectores populares para instrumentalizar sus prácticas socioculturales.

Aquí es donde debería plantearse la cuestión, porque lo que produjo la crisis en Argentina fue un reacomodamiento de las clases sociales, una reestructuración de su composición que la globalización aprovecha dinámicamente para actuar e intervenir en una reestructuración cultural y económica que sea adecuada a las pautas ideológicas de reproducción de la desigualdad social. Con el doble objetivo de integrar y distanciar a las clases sociales en el desarrollo capitalista, la globalización cultural aprovecha el proceso de transformación sucedido entre los sectores de la sociedad nacional como resultado de la crisis estructural en la Argentina para reorganizarlas bajo una lógica de producción simbólica que mantenga subordinada su capacidad de transformación.

Con esto queremos decir que las propias necesidades del capitalismo contemporáneo, además de las propiamente “económicas”, son también las “imaginarias”, es decir, la reproducción cultural de la desigualdad social. La globalización cultural o transculturalización de la cultura produce diferencias culturales entre los sectores sociales más altos y el resto. Ahora bien, uno de los elementos más formidables de esta reproducción social que utiliza la globalización cultural es la distribución compulsiva y la producción en masa de determinados bienes culturales, lo que origina un proceso de masificación, diferenciación, igualación y nueva diferenciación social. El ejemplo más claro de esta reproducción está en la “moda”. Pero hay algo más. Y es la transferencia de los bienes culturales que los países centrales vuelcan sobre las periferias en el capitalismo “globalizado”. Aquí el proceso de sometimiento cultural funciona no ya como diferenciación social en el interior de la sociedad nacional, sino como diferenciadora nacional entre los países dominantes y los países periféricos. Es que las imitaciones de los modismos culturales de los centros entran en contradicción con las tradiciones nacionales de la periferia, donde la resultante general de este proceso es la producción en la periferia de un individuo inferiorizado, atrasado por sus comportamientos culturales nacionales o un sujeto inapropiado naturalmente para alcanzar una jerarquía social adecuada.

Hasta el estallido social desatado en Diciembre del 2001, toda la maquinaria hegemónica de la globalización no reconoce limitaciones y es recién con la aparición de los movimientos sociales que prospera la idea de un proyecto nacional y donde la formación de una cultura nacional y popular en el marco de la globalización mundial emerge como parte del proceso de independencia y resistencia nacional.

Cultura Nacional y Cultura Popular

Ahora bien, la modificación de las formas de intercambios cultural como consecuencia de los choques culturales y la crisis hegemónica nos plantean algunos interrogantes ¿Qué posibilidades de integración cultural tienen los actores populares? ¿Cuál es la función que cumple la cultura popular y nacional ante los embates de la globalización? ¿De qué manera son representados simbólicamente los conflictos sociales durante la crisis nacional? ¿Cuáles son las relaciones que mantiene la cultura popular con los movimientos sociales y nacionales en la Argentina?

Los mecanismos de representación simbólica y de construcción identitaria que los actores sociales proyectan desde los márgenes de la cultura popular, no sólo obedecen a la tendencia de una homogeneización cultural global que tiene su contracara en el resurgimiento de identidades nacionales o regionales en nuestro mosaico latinoamericano, sino que también se inscriben en las transformaciones profundas que se han producido en el espacio de las clases sociales y en su lugar sociocultural frente a la crisis del neoliberalismo. La cultura popular es indispensable, en este sentido, para posibilitar los elementos simbólicos nacionales de integración de las clases populares.

El espacio de la cultura popular es el lugar donde los actores sociales se reconocen y aglutinan en oposición a las fracciones dominantes de la sociedad que apelan a los aparatos ideológicos para perpetuar su dominio. Pero este espacio no se encuentra reservado sólo para quien posee determinadas características étnicas y ocupa tal o cual lugar en el conjunto social, sino para quien se reconoce en los productos simbólicos populares de manera legítima y donde las diversas prácticas de los diferentes grupos subalternos se reconocen como expresiones afiliadas y conjuntas. Es que toda cultura o subcultura se construye a partir de patrones de identificación y pertenencia, de códigos y símbolos comunes a determinados grupos sociales que participan del mismo universo simbólico. No hay clasificaciones estancas que sirvan para encasillar los contenidos de la cultura popular, sino que lo que le da significado es el campo social en el que se incorpora y las prácticas con que se articula.

En este sentido, cultura nacional y cultura popular se identifican. Como la creación de una Nación, que se compromete económica e ideológicamente con los intereses nacionales, la formación de una cultura nacional en el marco de la globalización nunca es un proyecto de la oligarquía o la burguesía comercial, sino que es abierto por las clases populares. La cultura nacional necesariamente implica el rasgo popular. En la medida en que la diferente ubicación y, sobre todo, la forma especial en que los países de América, Asia y África son incorporados al capitalismo, hace a radicales diferencias políticas, económicas e ideológicas. Es decir, en el interior de esos países se da, -en el terreno económico- una unidad de intereses de distintos sectores y clases sociales que tienen su expresión en la alianza política de clases de los frentes nacionales y populares. El enemigo común: la oligarquía agraria o ganadera, la burguesía comercial intermedia y el imperialismo. De esta forma, toda manifestación cultural que responda a los intereses del movimiento nacional en la coyuntura política y económica en que se desenvuelva la lucha contra el imperialismo, es arte y cultura nacional. Correlativamente, todo proyecto político que albergue a los intereses sociales representados simbólica e ideológicamente en el arte y la cultura popular, es parte de un movimiento nacional que obtiene su declaración política en la alianza de clases del frente nacional y popular.

“Nación” es un concepto que nace con la irrupción de las monarquías absolutas en Europa, creadas sobre los despojos feudales. El rol hegemónico en los nuevos Estados es llevado por las burguesías europeas que crean las condiciones del Estado moderno autónomo. El arte y la cultura nacional europeo es siempre burgués, pues es en el terreno ideológico donde la burguesía libra su batalla contra las ideas feudales y donde las clases populares y campesinas no participan de esa lucha. El arte nacional en los Estados capitalistas autónomos europeos no es popular. Cuestión esta que resulta contraria en los países de la periferia.

Al establecer históricamente el imperialismo sus vínculos con algunas fracciones dominantes del país, la situación y desempeño de las clases sociales se presentan de manera distinta a la de los países centrales. Que las fracciones dominantes del país ocupen un lugar antagónico en el desarrollo nacional, puesto que el afincamiento de su poder económico y político radica en existir como un segmento del mercado internacional y no como una fracción de la economía nacional, significa que un proyecto es nacional y popular porque apela a aquellos sectores sociales que representan –en la coyuntura económica y social- los intereses nacionales que se encuentran opuestos al imperialismo. Aquí, a diferencia de los países centrales, arte y cultura popular implica el rasgo nacional. No se pueden entender los fenómenos del arte y la cultura nacional desde una perspectiva abstracta, pues es inútil pretender entender sus códigos y sus formas sin un análisis concreto de la articulación del imperialismo, la globalización, la configuración de identidades y los movimientos nacionales, con la consiguiente disposición de dos bloques sociales antagónicos en el país.

La emergencia de expresiones en el arte y la cultura popular como corolario de los “choques culturales” en este período revelan algo distinto en el sistema internacional: la crisis de dominación mundial del imperialismo norteamericano. Por lo que estos contactos socioculturales, en lugar de hallarse atados a las firmes estructuras de poder local e internacional que trastornan su destino popular, se manifiestan ante cierta independencia y ante una coyuntura latinoamericana de unificación muy favorable. No es que la globalización cultural deje de ejercer el rol que le confiere la hegemonía mundial para interponerse en la cultura nacional, sino que, ante la crisis profunda que exhiben las estructuras dominantes de la cultura hegemónica, su función es puesta en tela de juicio por las prácticas populares de la cultura y, por tanto, readaptada bajo nuevas condiciones de autonomía popular. Así es que concibiendo la cultura popular en conexión con los conflictos entre clases sociales de este periodo, advertimos cómo los grupos populares y desplazados, si bien mantienen en su organización cultural elementos simbólicos que provienen de su contacto con la “cultura de masas” y de las prácticas de consumo perpetuados por las clases dominantes, al momento de erigir cualquier tipo de manifestación cultural se embarcan en un proceso de asimilación y diferenciación que obedece al grado de unidad social que han resultado de los “choques culturales”.

Por lo que la función de la cultura popular en esta coyuntura social asume un doble propósito: Por un lado, tender a la unificación de los sectores nacionales que los procesos hegemónicos de la globalización buscan ocultar a través de los aparatos ideológicos y, por otro lado, revelar en el campo ideológico y cultural las desigualdades y tensiones sociales que enfrentan a los intereses nacionales y populares con los intereses transnacionales o antinacionales.


El desarrollo desigual de la globalización y el Proyecto Nacional.

El proceso de la globalización es fuertemente diferenciador, pues ahonda las desigualdades entre países ricos y pobres y preserva o apoya las disparidades dentro de cada sociedad. Para alcanzar esta reestructuración sociocultural, los sectores dominantes al servicio del capitalismo dependiente, emprenden un proceso histórico de separación entre la unidad de producción, circulación y consumo cultural que, bajo la influencia determinante de la globalización, recomponen para adaptarla a una organización transnacional de la cultura.

Desde los inicios del imperialismo, la globalización se encuentra marcada por una delimitación fundamental: la que separa las metrópolis imperialistas y las formaciones sociales dependientes y dominadas por el capital transnacional. Sin embargo, el capital transnacional no establece las pautas de dominio simplemente desde el exterior y a través de la reproducción de la relación de dependencia en los ámbitos estrictamente políticos locales, sino que instaura un proceso de dominación directa en el seno de los países dependientes, estableciendo alianzas y constituyendo un proceso estructural de subordinación.

Básicamente, se puede decir que existen dos posiciones teóricas contrapuestas en relación a esta problemática: una que afirma que la expansión capitalista global es favorable a la construcción de las burguesías nacionales, por consiguiente, a una posible cultura nacional, y otra, que afirma que aquella expansión constituye un obstáculo a estas, por la tanto a la constitución de una cultura popular y nacional. Pero la concepción ideológica imperante por la cual el capitalismo tiende a homogeneizar el mundo choca con toda interpretación de “desarrollo desigual” donde el atraso de unos países en relación con los de mayor desarrollo obedece al obstáculo que estos promueven para el desarrollo capitalista en las periferias. Por el contrario, aceptar la rápida expansión de unos países y reconocer el declive de los demás en el proceso de la globalización actual, significa reconocer que el desarrollo del capitalismo mundial es y ha sido, como dice Samir Amin, “desigual”.

La situación de subdesarrollo en algunos países se produjo históricamente porque la expansión del capitalismo comercial e industrial vinculó en un mismo mercado a economías que, además de tener diversos grados de su desarrollo productivo, pasaron a ocupar posiciones distintas en la estructura global del sistema capitalista. En este sentido, el subdesarrollo no puede ser explicado por el incumplimiento de determinadas etapas, sino que tiene que ver con la forma de una estructura global que se traduce en el desarrollo y expansión de los países dominantes, mediante un proceso de acumulación que se realiza a costa de la explotación de los países dependientes del sistema.

Si bien Argentina se constituyó en un Estado independiente y desarrolló una estructura industrial fuerte, no logró afianzar una burguesía nacional pujante, fundamentalmente, debido a la incapacidad de ejercer un control sobre los recursos naturales y el mercado interno, como así también por el grado de colonización ideológica ante las disposiciones del capital mundial. La languidez de las formas nacionales, tanto en la economía como en la cultura, tiene su origen en la debilidad de una clase que no pudo ser dirigente de la nación. Sofocada por el latifundio, y muchas veces aliada con el latifundio, esa clase no alcanzó a materializar una independencia productiva y culturalmente autónoma que concertara un desarrollo autónomo con las demás clases sociales. De esta manera, como señala Amin, las relaciones con el exterior se encontraron sometidas a la lógica de la acumulación mundial, lo que imposibilitó que se establezcan alianzas de clase internas de manera autocentrada.

En fin, hay una influencia externa en relación a la posición de subordinación ocupada en el sistema mundial y una influencia interna en función de los resultados de las luchas de clase que originan la “compradorización” de las nacientes burguesías nacionales. “La compradorización de las burguesías por el capital internacional sería, por lo tanto, la expresión teórica del fracaso político de las burguesías locales de los países periféricos, que, incapaces de hegemonizar a las otras clases locales, se ven obligadas a establecer u pacto con el imperialismo neocolonial, quién y en su lugar, desarrolla el capital industrial”.

Esta compradorización difunde una extranjerización de la cultura nacional y promueve un desequilibrio nacional que resulta funcional a los sistemas de dominación simbólicos extranjeros. De ahí que la burguesía trascienda como clase social incapaz de “desconectar” los modelos de acumulación impuestos desde los centros de dominación capitalista y extienda los elementos de la globalización cultural como formas inherentes de la colonización cultural. De ahí que, en los tiempos venideros, sólo un proyecto político nacional y popular sea el único proyecto viable para la formación de una verdadera cultura nacional.

En consecuencia, la intervención de vastos sectores sociales en un movimiento político nacional que agrupe los diversos intereses nacionales, es la razón o corolario histórico de la formación y reelaboración de una cultura nacional y popular, difícil de sostener sin la concurrencia activa de los sectores nacionales que se encontraron involucrados en los “choques culturales” durante la década del noventa y principios del siglo XXI.

Son estos encuentros culturales, pues, los que pueden permitir en nuestros días no sólo la constitución de un proceso de unidad nacional en el seno de un movimiento político que recurra sólidamente a las demandas y reivindicaciones populares, sino también los que señalan los componentes sociales e identitarios de la cultura nacional en la Argentina.

Esto no significa que los elementos de la globalización sean prescindibles para la formación de una cultura nacional y popular. En este sentido, nos encontramos ante diferentes concepciones sobre el sentido de una cultura nacional en el marco de la globalización cultural:

Por un lado se pueden escuchar los discursos mas tradicionalistas que conciben que, las modernas industrias de la cultura (cine, tevé, video, informática) barren con la esencia de la cultura local. Así, se piensa desde este discurso a la cultura nacional contaminada por la modernización de las tecnologías. Por otro lado, aparecen los proyectos modernizadores que auspician lo nuevo y no reparan en las raíces culturales locales, sino más bien que barren con el pasado cultural, fuente de toda proyección. Desde esta perspectiva, los emprendimientos trasnacionales citados, vendrían a ponerle calidad y renovación a lo local con un sentido y servicio modernos.

Lo cierto es que el proceso actual no se manifiesta en forma pura de acuerdo a las posturas señaladas. Convivimos con matrices culturales de distintos centros que se mixturan con la cultura local sobre todo a la hora de evaluar los consumos culturales. Es que la globalización de la cultura debe ser entendida como un proceso de tensión permanente entre lo local, nacional e internacional. Como contracara a la pretendida uniformidad de hábitos y culturas que generaría la globalización, surgen reivindicaciones de las culturas locales que deben ser entendidas en este marco de tensión dialéctica. El problema quizás esté en una cuestión de fondo: en la construcción de una estructura nacional independiente que soporte las identidades e integre a los sectores sociales y culturales; en la formación de una fuerte base industrial de la cultura; el fortalecimiento de un mercado interno de la cultura sin cerrarse a lo que viene de afuera, pero con regulaciones claras; en la participación de los sectores populares en la producción cultural institucional, etc. Pero más importante aún, es imprescindible la creación de organizaciones políticas y culturales aptas para reconocer los componentes sociales de la cultura nacional.

Muchas de las prácticas populares de la cultura que se desarrollan en la Argentina durante la década del noventa consiguen romper con determinaos mecanismos de dominación, dando posibilidades de emergencia en los sectores marginales y populares a procesos de transformación social que se encuentran en oposición a la ideología dominante. De ahí que al pensar la problemática cultural como el espacio estratégico desde el cual pensar las contradicciones sociales, signifique advertir cómo la cultura popular y nacional en la Argentina durante los últimos años pasa a ser el lugar donde los distintos sectores sociales de la sociedad nacional logran interactuar de manera conflictiva e integral y, fundamentalmente, cómo los “choques culturales” que se abrieron durante la década del noventa de manera profunda, no sólo han terminado por producir fenómenos propios emergentes, sino que han señalado las formas de alianza para su posterior unidad en el campo de la cultura y la política nacional.

Los cambios sucedidos en el país y América Latina luego de la crisis aguda del modelo neoliberal en la región, pueden consolidar aquellas manifestaciones que durante mucho tiempo permanecieron excluidas del proceso cultural, ya sea en forma de “resistencia” hacia las representaciones dominantes o, por el contrario de modo constituyente en el desarrollo de un proyecto o movimiento nacional. Pasó con la aparición del Tango y su lenguaje lunfardo que se hizo música ciudadana durante el primer peronismo porque pertenecía, como lenguaje común, a millones de excluidos sociales; con algunas tendencias críticas del rock que, si bien ingresó de la mano de las inversiones extranjeras durante el gobierno de Frondizi a fines de los 50, se hizo Rock Nacional al calor de la lucha social durante los sesenta y setenta y luego durante la resistencia de la dictadura; etc. Muchos ejemplos más podríamos citar para ilustrar el proceso general por el que atravesaron las culturas populares en su desarrollo, pero el indicador que une a todas estas expresiones es que todas fueron en su origen rechazadas por el arco de la cultura oficial dominante, pero que luego fueron legitimadas socialmente por los procesos políticos nacionales y populares que se abrieron en el país.

Las bases de una cultura nacional tienen que ser parte de un proyecto nacional promovido por los sectores populares y no como mero sustento de dominación ideológica de las élites dominantes. En este sentido, entendemos que el proceso de unidad nacional se asienta sobre las franjas populares, a las que se agrega una fracción importante de la clase media, puesto que es allí donde los choques culturales se han revelado de manera más coherente, es decir, de manera que sus encuentros han resultado ser de gran motor para su unidad y predominio. Es considerando, pues, las proyecciones de la cultura popular que un proyecto político nacional puede subsistir sin las fuertes arremetidas de la globalización cultural.

Más aún, las expresiones de la cultura popular en sus diferentes manifestaciones, ofrecen las condiciones sociales y culturales para la emergencia de los movimientos y procesos nacionales en la Argentina. Es decir, es imprescindible crear las condiciones culturales de un proyecto económico y político de características nacionales que integre a los sectores sociales representados por la ideología y la cultura popular. En esta época, la Argentina, como muchos países de América Latina, se hallan ante esta encrucijada: O se define un proyecto nacional y popular que reconozca su soberanía e independencia política-económica y la autonomía de su cultura nacional, o, por el contrario, se vuelven a postular los principios salvajes y agresivos de la globalización mundial que enmascaren los soportes sociales e históricos de toda formación cultural y nacional.




Referencias

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PADILLA, Marcelo (2005) “La subcultura de la cumbia villera”. Documento de Cátedra. Sociología del arte y la cultura. Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, U.N.C, Mendoza.

POULANTZAS, Nicos (1985) “Las clases sociales en el capitalismo actual”. 8 ed. Editorial SIGLO VEINTIUNO, Buenos Aires.

RAMOS, Abelardo (1954) “Crisis y resurrección de la literatura Argentina”. 1ed. Editorial INDOAMERICANA, Buenos Aires.

RAMOS, Abelardo, (1970) “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”. 4 ed. EDICIONES DEL MAR DULCE.



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