EL SUBMUNDO DEL CAPITALISMO Y LOS FALSOS INTELECTUALES EN ARGENTINA
Por Diego Tagarelli
La incapacidad para ver el mundo desde nosotros mismos ha sido cultivada sistemáticamente en nuestro país. Los agentes de la superestructura cultural, la "intelligentzia" colonial que se estableció en el país luego de las graduales derrotas nacionales frente a los intereses imperialistas del puerto de Buenos Aires, determinó una mentalidad que enseña a pensar el mundo desde afuera. De las sucesivas realidades económicas nacionales emerge la patología intelectual de nuestros teóricos: El hombre de nuestra cultura o, mejor dicho, de nuestras academias intelectuales, no ve los fenómenos locales directamente desde una concepción teórica propia, sino que intenta interpretarlos a través de su reflexión en un espejo ajeno, a diferencia del hombre común, que guiado por su sentido práctico ve el hecho y trata de interpretarlo sin otros elementos que los de su propia realidad. Esta deformación mental de los cultos es típica en todos los países coloniales y esto es lo que explica, entre otras cosas, el divorcio entre la mentalidad foránea de los letrados y el sentido realista de los iletrados.
La expresión "posición nacional" admite, por ello, bastante latitud, por lo que hay que desligarse de las meras doctrinas políticas nacionalistas para adoptar una línea política que obligue a pensar el destino del país en vinculación directa con los intereses de las masas populares. Lo cual no supone ni una doctrina económica o social, ni mucho menos una doctrina institucional, pues todas son contingentes al momento histórico y sus condiciones. Por el contrario, supone un lugar dentro de la estructura social que permite articular la formación intelectual con las condiciones sociales concretas de los sectores populares, la fusión de la teoría y la práctica.
Desde que los estudios marxistas sobre hegemonía y superestructura cultural durante la década del 30 y 60 comenzaron a enfatizar el valor de lo popular en el análisis social, cultural e ideológico, bastos intelectuales de la ciencia social en América Latina comprendieron que desde los espacios institucionales y académicos era insuficiente establecer una interpretación concreta de los fenómenos populares, lo cual llevó a pensar sobre la necesidad de vincularse directamente con estos sectores, distanciándose de la "intelligentzia colonial" inserta en los ámbitos académicos. Pero las consecuencias del divorcio entre el trabajo intelectual y las condiciones concretas de clase obedecían a causas sociales más profundas que la mayoría de los teóricos no supieron (o no quisieron) combatir y transformar, es decir, las causas estructurales de los lugares ocupados en el campo intelectual desde posiciones pequeñoburguesas. Fue entonces cuando las mismas ataduras ideológicas que parecían combatir terminaron finalmente por reproducir las formas de colonialismo mental, en tanto no existió un cambio radical de posicionamiento teórico-social que rompiera con aquella superficialidad del pensamiento. Así, la intención de compatibilizar el análisis concreto con la formación del conocimiento cayó en una desviación no menos equívoca al pretender reconocer las pautas de desarrollo popular desde un punto de vista ajeno a sus especificidades.
LAS MUTACIONES DEL INTELECTUAL CIPAYO
Seguramente no deben faltar dentro del acogedor y pintoresco mundo intelectual algunos académicos con cierta sensibilidad social que, admirados por el gusto popular y atraídos por el carácter singular de las prácticas populares, se consideran parte del terruño desde donde emergen los emisarios "orgánicos" de la sabiduría popular. Sus extensos conocimientos alcanzados en la academia, sus largos años de aislamiento y sus condiciones semicoloniales de vida hacia la "intelligentzia" dominante, tropiezan con una realidad mucho más compleja que las dictadas por la teoría social. Es entonces cuando, frustrados y disgustados, estos cerebros formados al calor de la academia salen en busca de sus cuerpos extraviados en las afueras del mundo intelectual. Así pues, todo lo recogido como parte del universo popular basta para distinguirse como un reconocido "intelectual orgánico" del pueblo sometido, tanto por haber creído romper con las estructuras formales del quehacer intelectual, como por haber presumido alcanzar niveles de interpretación social a través de una interacción superficial con los sectores populares.
Son las producciones materiales, políticas e ideológicas de las clases subalternas (al decir de Gramsci) las que brindan los instrumentos de transformación social de toda sociedad dividida en clases. Más aún, es dentro del campo popular donde se gestan las alternativas contrahegemónicas, marcando los inicios de los procesos históricos nacionales de cambio. Y es allí donde, inevitablemente, se hallan las fuentes reveladoras del conocimiento a la que todo intelectual debe abocarse para no caer en las deformaciones extranjerizantes y recluidas de la ideología dominante. Por lo mismo, son las prácticas económicas, sociales y simbólicas de estos sectores las que señalan los elementos de opresión y liberación dispuestos en el capitalismo. En consecuencia, no es sólo fundamental sino objetivamente válido conocer, reconocer y reivindicar la importancia de las prácticas populares como proceso de formación del conocimiento.
Pero no todo lo popular, por el sólo hecho de ser popular, puede aceptarse absolutamente como genuinamente relevante, objetivamente válido o concretamente transformador. Hay prácticas, elementos y alternativas populares que ven distorsionadas sus producciones cuando se encuentran insertas dentro del proceso dependiente del capital o del engranaje comercial capitalista. Es absurdo pretender ejercer un mayor acercamiento a las formas populares que emergen desde lo "subalterno" sin tomar en cuenta los mecanismos asfixiantes del capitalismo a los que a veces se encadenan muchas de las prácticas populares. Por lo mismo, es insostenible considerar hipotéticamente todas las prácticas populares como incondicionalmente auténticas para el desarrollo social. No faltan los autodenominados "intelectuales orgánicos" que, por toparse premeditadamente con ese exotismo popular, no dudan en aprobar por completo sus experiencias como representación o figura del modelo social oculto al que hay que enaltecer. Razonan así en tanto el sólo hecho de suponer alcanzar una relación (algo estrecha por cierto) con los sectores populares los habilita a conceptuarse como intelectuales del pueblo y, por tanto, a justificar la validez de cada una de las experiencias populares.
En el terreno económico puede apreciarse aquel testimonio teórico, olvidando que muchas de las "prácticas de supervivencia" que promueven determinados sectores marginales de la sociedad representan una de las formas más formidables del capitalismo para reproducir la marginalidad y la exclusión neoliberal de las clases populares hasta limites insospechados. Toda experiencia laboral que provenga del campo popular informal, aunque se halle bajo dimensiones de extrema precariedad y pobreza, forma parte de las estrategias alternativas que utilizan los actores populares para producir canales opositores a las formas de producción y comercialización capitalista. De esta manera, para estos falsos intelectuales orgánicos del campo popular, tienen la misma trascendencia económica las producciones alternativas en el marco de una economía social, que el sustento cotidiano que ofrece el mercado informal capitalista en las ambulantes estaciones de trenes y en las calles colmadas de consumidores extranjeros.
Tomemos un ejemplo a modo de esclarecer esta disyuntiva, porque no solo se presenta el problema del intelectual autodenominado "intelectual orgánico" que confunde sus pretensiones teóricas con la realidad concreta a la que aspira explicar, sino que aflora otro problema no menos confuso en cuanto que este intelectual asume como propia una realidad que sólo conoce teóricamente, pues si cayera en algunas de las condiciones socioeconómicas que indaga seguramente se volvería parte de esa pequeña burguesía reaccionaria que rechaza cualquier vinculación directa con las clases oprimidas a las que cree representar. Veamos:
Constitución es una estación de trenes que comunica la ciudad de Buenos Aires con la zona sur del conurbano bonaerense. Allí converge todo tipo de actividad desplazada del mercado formal, desde el comercio marginal, la venta ambulante, como así también la mendicidad y la prostitución. Pero allí también suelen concurrir algunos de los llamados intelectuales orgánicos y ciertos estudiantes apasionados por lo marginal para impregnarse de una genuina realidad encubierta y así poder observar detenidamente los rasgos más profundos del submundo social. Entonces, iluminados por la capacidad de su percepción popular, con sus gafas cientificistas y arrastrando sus amplios conocimientos académicos, comienzan a tomar nota del asunto. ¿Qué interpretación hace nuestro hombre de la intelligentzia? Pues bien, el descubre, nada mas y nada menos, que un mundo que además de regirse fuera de las leyes formales del capitalismo, representa uno de los epicentros del cambio social por cuanto los grupos sociales que allí confluyen despliegan estrategias de supervivencia adversas al orden económico establecido. Pero no solo el intelectual, ya holgadamente formado, padece tal patología, sino que muchos estudiantes (futuros formadores) reproducen aquel modelo de confusión teórica. La Estanzuela es un barrio marginal de la provincia de Mendoza, Argentina (uno de los barrios mas grandes de Latinoamérica). Allí miles de familias viven en condiciones de extrema pobreza y, como en el caso anterior, no faltan los estudiantes comprometidos con sus ideas revolucionarias que buscan ser los dirigentes del cambio desde las barriadas populares. Entonces, en determinadas ocasiones se consagran a realizar actividades sociocomunitarias con el fin de despertar el espíritu transformador de las masas populares. Desde centros culturales para la divulgación hasta reuniones políticas montadas en escenarios teatrales, estos estudiantes no se cansan de reiterar en sus discursos su compromiso inquebrantable hacia las situaciones más complejas que golpean a estos sectores sociales. Sin embargo, cuando la luna anticipa la noche oscura del barrio furioso, indignado y herido, no dudan en cambiar sus bellas frases de manual por alguna evasiva oportuna que los aleje rápidamente del peligro real y los vuelva a sus estables refugios universitarios.
Salvando la ironía de los ejemplos evocados (pero al fin y al cabo muy reales), a lo largo del articulo vamos a intentar revelar dos cuestiones: Por un lado y en primer lugar, la contradicción que se evidencia entre los intelectuales y la realidad argentina al momento de establecer el nexo entre la teoría y práctica, es decir, la ausencia de un posicionamiento popular en los intelectuales que aplican sus nociones teóricas fuera de una realidad que se le presenta como ajena, distante, oculta. Por otro lado y en segundo lugar, por qué es imprescindible distinguir dentro del campo de la economía popular, es decir, en el interior de los espacios económicos marginales que los sectores populares utilizan para subsistir, entre aquellas actividades que expresan un cambio de desarrollo en las condiciones sociales de producción donde los actores sociales involucrados consiguen romper con las estructuras dependientes del mercado desigual del capitalismo, de aquellas practicas que manifiestan una reproducción de las redes de pobreza a través de un mercado capitalista informal donde los grupos sociales que participan en su sustentabilidad aparecen como victimas de un sistema que ahonda aún más las causas de la exclusión social. Es el submundo del capitalismo, los márgenes funcionales del capital, el despojo estructural de la pobreza en el capitalismo dependiente que muchos intelectuales profundizan aún más con sus intervenciones engañosamente populares.
LA TEORIA COMO INTERIOR: LA NECESIDAD DE UN PENSAMIENTO AGRESIVO
Todo trabajo científico que aspire establecer un conocimiento adecuado del espacio social correspondiente depende de las posiciones ocupadas en ese espacio y los puntos de vista sobre ese espacio. No es difícil advertir como algunos intelectuales pretenden alcanzar "posiciones" de clase popular sin por ello formar parte de las clases populares al nivel de su "determinación estructural", por lo que el propósito de formar parte del mundo popular sin un cambio radical en su ubicación estructural y de sus intereses de clases, colocó a muchos de estos intelectuales en situaciones contradictorias y, muchas veces, opuestos a las circunstancias populares.
Esta contradicción se expresa fuertemente en la distancia que existe entre la teoría y la práctica, tan enérgicamente criticada por el marxismo, pero, paradójicamente, ejercida por muchos marxistas. Pues todo reconocimiento científico de las condiciones sociales lleva a un encuentro histórico ineludible para la producción de nuevos conocimientos: la Unión (o como dijera Lenin, la Fusión) de la teoría y la práctica; la fusión del movimiento obrero y la teoría marxista. El propio Marx logra romper con la ideología y el pensamiento teórico burgués una vez que consigue desplazarse a posiciones de clase proletarias. Este desplazamiento o proceso, que permite la incidencia de un nuevo objeto teórico trazado por Marx con mayor precisión en "El Capital", está determinado por la posición de clase que ocupa junto a su posición teórica, filosófica.
La ausencia de tal desplazamiento y de cambio de posicionamiento teórico-social en los intelectuales de Argentina y América Latina que se dicen defender los intereses de las masas populares, lleva a ahondar las contradicciones entre el desarrollo teórico y la realidad concreta de los sectores populares. Si se exhiben teóricamente posiciones populares o proletarias sin asumir las posiciones políticas-sociales concretas del mismo carácter no es posible ejercer una crítica social coherente a través de un pensamiento nacional agresivo, enérgico, provocador.
El compromiso cada vez más profundo, no sólo al lado de las luchas sociales y políticas de los sectores populares, sino de sus condiciones reales de existencia, posibilita formas veraces y auténticas del desarrollo teórico. Esto que indico no es ninguna novedad, ni mucho menos una aventurada conclusión personal, sino lo que nos han dejado los grandes pensadores y teóricos de la Ciencia Social. Pues, como bien dijimos, es a partir de esa posición teórica-social-política de clase desde donde la reflexión abre nuevos horizontes menos indeterminados y más arraigados a la verdad relativa de las masas populares. Hay que abandonar, por tanto, la posición que las clases dominantes han creado para el refugio intelectual para situarse en el punto de vista del pueblo. No basta con adoptar una posición política y teórica popular. Es necesario que esta posición política y teórica sea elaborada en posiciones concretas de clase, mediante una crítica radical de todas las ideologías y prácticas que fueron adoptadas por la pequeña burguesía intelectual.
Las divisiones de clase no sólo han recreado las formas de explotación en los países periféricos, sino que han extendido las divisiones entre el trabajo manual e intelectual hasta niveles excesivos. No obstante, esto no quiere decir que para producir teoría sea indispensable ejercer algún tipo de trabajo productivo, inscripto en las condiciones de producción y explotación que el capitalismo comete sobre las clases trabajadoras, pues toda práctica requiere su autonomía; la práctica teórica es una de ellas. Pero el lugar ocupado por los intelectuales en la estructura social depende de los lugares ocupados en la división social del trabajo; división que involucra los niveles económico, político e ideológico. No es lo mismo el efecto de una teoría sin una práctica, que los efectos de una teoría dentro de una práctica. No es lo mismo producir teoría desde un movimiento social o político y dentro de los paradigmas estructurales a los que se remite que hacerlo desde la academia. Al decir del Sub Comandante Marcos, "El analista académico valora y juzga bondades y maldades, aciertos y errores de movimientos pasados y presentes y, además, arriesga profecías sobre rutas y destinos. A veces ocurre que algunos de los analistas de academia aspiran a dirigir un movimiento, es decir, a que el movimiento siga sus directrices. Ahí, el reproche fundamental del académico, es que el movimiento no lo obedezca, así que todos los errores del movimiento se deben, básicamente, a que no ven con claridad lo que para el académico es evidente. En la teoría, este académico produce el equivalente a la comida chatarra del intelecto, es decir, no alimenta, sólo entretiene. En ocasiones, la dirección de un movimiento busca una coartada teórica, es decir, algo que avale y dé coherencia a su práctica, y acude a la academia para surtirse de ella. En estos casos la teoría no es más que una apología acrítica y con algo de retórica".
No sólo hay que plantearse problemáticas sobre la importancia del papel de la teoría y la ciencia social, sino de las formas concretas de la fusión entre los movimientos nacionales, las condiciones concretas de clase y la teoría. Por ejemplo, se puede estar a favor de la teoría marxista, pero defenderla desde posiciones burguesas. De igual modo, se puede estar a favor de la práctica popular para la transformación social pero postularla desde posiciones teóricas equivocadas. No sería difícil corroborar muchas experiencias abiertas por algunos intelectuales en el marco de políticas culturales y sociales que, si bien aportan a una mayor inclusión de los sectores marginados, la relación que se establece con lo popular no tiene un carácter significativo. Es decir, no hay una relación simbólica fuerte como tampoco una inserción elocuente de estos intelectuales en las clases populares. Hay una necesidad en estas políticas de continuar con la oferta sin atender demasiado a las características del ofertado. Esta es la gran dualidad tan compleja que afecta a los intelectuales que se vuelcan al estudio de lo popular y se dicen representar en el campo de la teoría a las masas populares.
MERCADO INFORMAL, NEOLIBERALISMO Y EXCLUSIÓN SOCIAL
La pobreza estructural que durante la década del noventa se consolidó en la Argentina, empujó a enormes franjas sociales hacia los márgenes del sistema capitalista, a los suburbios de la exclusión, la indigencia y los límites humanos de la supervivencia cotidiana. Ese submundo residual dentro del mundo capitalista acogió a los sectores sociales rechazados del capitalismo formal, provocando el origen y robustecimiento de un mercado informal que junto a la reproducción de los mecanismos funcionales del capitalismo acentuó las condiciones marginales y desiguales de la sociedad. Al impedir y limitar el ingreso de las clases trabajadoras en el campo de la producción y el consumo formalizado del capitalismo, la aparición del trabajo precario e informal fueron recreando un nuevo paradigma marginal del capitalismo y del mercado de consumo que cubrió las necesidades que el sistema capitalista formal no podía abarcar.
De manera que los sectores populares excluidos dejaban de representar un "ejercito de desocupados" indispensable para la presión-coacción en la reducción del salario frente a la acumulación de capital, para convertirse en una gran masa social excluida, marginal e insignificante para el funcionamiento estable del capitalismo. Por lo que la capacidad del capitalismo semicolonial para reproducir las condiciones materiales y sociales de producción y actuar como motor generador de capital, no requeriría del trabajo como principal factor de producción y como fuente del consenso social para su sostenimiento, sino más bien que establecería su base económica de acumulación a través del saqueo sistemático de sus recursos naturales, es decir, en función de las disposiciones del capital financiero como sujeto de reorganización económica, social y cultural. Sin embargo, el capitalismo, en tanto modo de producción donde la lucha de clases acentúa los aspectos sociales de confrontación, necesita generar un mercado de producción y consumo informal para los sectores populares con el objetivo no sólo de mantener los niveles de pobreza y marginalidad, sino de resolver las consecuencias ilimitadas de la desigualdad social.
Si bien las actividades caracterizadas como informales pertenecen a la economía nacional (e incluso, internacional), su dinámica y articulación han variado y trasformado durante la última década. Se podría diferenciar entre una informalidad de subsistencia, que provee los bienes necesarios a los trabajadores expulsados de mercado formal, de una informalidad dinámica que había logrado ocupar los nichos del mercado correspondiente a demandas de sectores medios. En la actualidad, ante la pérdida de importancia del sector formal, la informalidad se encuentra en relación estrecha con las formas de exclusión neoliberal o, mejor dicho, con la constitución de una economía de la pobreza inscripta en el proceso de exclusión nacional. A pesar de que este escenario no es nuevo, ya que supone la prolongación histórica de la previa informalidad dinámica, hay elementos inéditos respecto del proceso anterior, en tanto hay una incorporación al ámbito informal de los denominados "nuevos pobres"; especialmente antiguos asalariados del sector formal que han pedido su puesto de trabajo.
La insuficiente capacidad del neoliberalismo en la dinámica de acumulación no alcanza a incorporar si no que, más bien, expulsa fuerza de trabajo a medida que crece la producción. La situación de las clases que no tienen más recursos que su fuerza de trabajo sufre, por ello, un proceso de regresión con altas tasas de desempleo, subempleo y precarización. Pero, después de todo, el consumo de las masas urbanas empobrecidas sigue siendo negocio para el gran capital.
En el capitalismo semicolonial y colonial del Tercer Mundo, donde las crisis estructurales y los procesos intervencionistas del capital extranjero (intromisión económica, política, ideológica y militar) definieron históricamente un modelo dependiente de producción, el desarrollo de las fuerzas productivas y los mecanismos de sujeción en el mercado de la fuerza de trabajo se hallan determinados de manera que su valor y regulación sostienen el sistema desigual del capitalismo global. Es decir, existe una extracción más sutil pero no por eso menos real y determinante de los recursos materiales en los países dependientes: si los bienes y capitales circulan en el mercado mundial casi sin trabas, lo que tiende a producir una igualación de sus precios por el efecto de la oferta y la demanda, existe un tercer factor de producción que no circula y que tiene en relación con estos precios internacionalizados un valor nacional. Y es el precio de la fuerza de trabajo, que no se regula por la oferta y la demanda mundiales, sino que depende del grado de desarrollo nacional. Por lo mismo el valor de la mano de obra en los países periféricos es mucho más baja que la de los países centrales, en donde el salario obrero es 10, 20 o 30 veces superiores. Aquí radica el secreto de la llamada "dependencia" o "bloqueo". Es decir, el sur transfiere a norte trabajo nacional, soporte del valor y de los precios. Por lo mismo no puede desarrollar su mercado interno y reproducir su propio capitalismo. El mecanismo de transferencia del sur al norte no es tan simple y requeriría de innumerables explicaciones que exceden este espacio. Aunque basta con saber que es la propia relación comercial con los países centrales lo que impide el desarrollo capitalista y lo que produce, entre otros efectos, la enorme masa de trabajadores que se vuelcan en condiciones vulnerables hacia el mercado informal o la informalidad de subsistencia.
Esto significa no sólo que los segmentos de producción en los países dependientes-productores de materias primas reclaman niveles exiguos de trabajo asalariado, sino también que el capitalismo periférico necesita de una espacio marginal, paralelo y postergado del mercado que permita abarcar las necesidades de consumo de aquellos sectores sociales excluidos. Cuando fueron interrumpidos los procesos de industrialización, sustentados e impulsados por los movimientos nacionales y el Estado Nacional, y, correlativamente, comenzaran a generarse nuevas necesidades de consumo que la globalización neoliberal y los modelos ideológicos extranjeros impusieron como fundamentos de dominación, el capitalismo instituyó y recreó un mercado informal para las amplias franjas sociales marginales que buscaban sus vías de subsistencia en un mundo cada vez más desigual.
De ahí las razones de los planes de ajuste estructural y flexibilización laboral implementados durante toda la década del noventa en la Argentina y la posterior aparición de la informalidad y precariedad del trabajo como forma natural de subsistencia. Los cambios socioeconómicos que caracterizaron los procesos de ajuste y reestructuración afectaron significativamente la organización del trabajo, pero sobre todo el orden de las relaciones del mercado informal de trabajo. Además del crecimiento del sector informal, la característica fundamental es la significativa permanencia del desempleo abierto y del subempleo. Así, surge un segmento de población en situación de vulnerabilidad social.
La hegemonía de una clase se traduce no sólo mediante el control del poder económico en los aparatos formales del capitalismo, sino que también se realiza bajo la reproducción de las normas económicas e ideológicas en los espacios informales no institucionalizados del mercado, indispensable para el predominio y perpetuación del régimen semicolonial y colonial del capitalismo. En efecto, el orden social y económico que mantiene un mercado capitalista aparentemente "autosubsistente" supone necesariamente una producción material específica en el nivel de los espacios económicos no institucionalizados. Por lo que estas actividades no pueden ser consideradas secundarias en la medida que constituyen la necesaria reproducción material dentro de la cual puede ser desarrollado un modelo de exclusión social.
El desarrollo desigual del capitalismo impide a las clases dominantes (fundamentalmente a las fracciones de la burguesía nacional) insertas en la lógica externa del capital total, asumir la dirección del proceso social. No hay una «capitalización» de la sociedad que genere la base material para un interés general. De manera que la dificultad de estas clases para dirigir el proceso económico-social basándose en el sentido integrador que identifica el rasgo hegemónico del capitalismo occidental, coloca serios límites a la capacidad de generar consenso y producir hegemonía de manera efectiva en el campo de la economía productiva formal, lo que lleva a fortalecer aquellos espacios marginales y rezagados del capitalismo periférico.
Aquí nos encontramos, pues, frente a una gran paradoja: mientras que, por un lado, el capitalismo neoliberal y semicolonial en nuestros países (o mejor dicho, el capitalismo monopolista, en tanto que el capital adquiere durante las últimas décadas un fuerte carácter centralizador) expulsa del mercado de producción y consumo a las clases trabajadoras y populares, por otro lado el capitalismo genera constantemente nuevas necesidades de consumo a las que cada vez más se adhieren las jerarquías económicas de distinción o asociación social. Claro que no dejan de estar ausentes los mecanismos implícitos del sistema dominante que los aparatos represivos e ideológicos del capitalismo disponen para hacer desaparecer toda práctica marginal del submundo que pueda desafiar las estructuras formales del mercado, pero hasta los sociólogos más funcionalistas saben que en realidad estos mecanismos acentúan aún más los procesos de marginalidad y desigualdad social.
Si bien en el intento de invocar las prácticas marginales en el campo de la economía popular se puede rescatar como significativo que parte de los sectores populares arrojados fuera de las estructuras formales de trabajo, han comprendido que pueden generar sus propios ingresos sin necesidad de integrarse como fuerza de trabajo dependiente en el mercado, como peones, empleados, explotados o sirvientes del capital económico, no se generan alternativas de desarrollo distintas, opuestas o autónomas que se asienten sobre relaciones socioeconómicas contrarias al modo de producción, distribución y consumo del capitalismo dependiente, y que enfaticen sus actividades en la importancia de la economía como proceso global del desarrollo social y comunitario. No quiere decir que para que una práctica económica procedente de un determinado espacio social mantenga formas antagónicas al desarrollo capitalista, deba inexorablemente consumar estrategias de cambio en el orden económico, político e ideológico de manera consciente y declarada.
Quiere decir que si estas formas alternativas relegan sus producciones sociales solidarias, sociocomunitarias, distintas, adversarias del orden, etc., para adoptar los elementos de producción y comercialización capitalista desigual, se debe en gran parte a la falta de una ruptura frente a la ideología y la economía dominante. Bastas prácticas ejercidas como modelos de subsistencia alternativas no ocasionan e incitan una autonomía económica e ideológica relativa de los sectores populares (que se insertan en el mercado informal) frente a las ideas y prácticas económicas dominantes que posibiliten formas de desarrollo distintas. Por el contrario, existe una dependencia que no sólo reproduce las estructuras marginales, sino que los componentes del capitalismo colonial son una de las bases fundamentales de su proceso. Es así como se plasman de manera gradual distintos mecanismos de dominación y procreación de poder dentro de los sectores marginales que se sirven de este mercado informal. Los códigos y prácticas de ingreso a ese "campo" (Bourdieu), definidos por el "capital" o el caudal de experiencias se miden no según el capital económico, cultural o intelectual acumulado en los espacios de poder ofrecidos por las estructuras formales del capitalismo, sino por el lugar ocupado en los espacios marginales a los que han sido relegados los sectores populares. Quien mejor posicionado y organizado se encuentre en las periferias marginales para producir estrategias competitivas de subsistencia, más accesible son pues sus prácticas simbólicas y sociales de ingreso al campo informal del capitalismo. De manera que se mantienen aquellos actores que ostenten un cierto capital definido por las estructuras marginales de subsistencia, entre las cuales los factores de coacción y choque son determinantes. Podríamos definirlo como una especie de "capital marginal", una suerte de recurso adquirido en los desgarros de la calle y el barrio.
Sería absurdo negar la existencia de esos límites de "campo" en las determinaciones de ingreso al mercado informal y a los suburbios populares marginales. Más aún cuando los niveles de marginalidad e indigencia vuelcan a miles de personas en busca de posibilidades de trabajo en los márgenes del sistema social. Pero si prestamos atención logramos advertir que tanto los ingresos como los límites al campo se hallan dispuestos, al fin y al cabo, bajo las dependencias de un mercado desigual que impide la formación y organización de redes asociativas y conjuntas. Por el contrario, la existencia de grupos de poder que ejercen una suerte de monopolio amplio sobre las actividades informales desempeña un rol determinante.
Son grupos que en su pasado vivieron en condiciones de marginalidad, pobreza e indigencia que lograron alcanzar un lugar de prestigio y poder en los ámbitos informales del mercado informal. Sin embargo, la condición principal para conservar esos lugares de prestigio y poder es seguir perteneciendo a las estructuras socioeconómicas de donde provienen, y continuar sujetados a las costumbres sociales que los definen como tales, en las barriadas oscuras de las ciudades y en los hogares precarios de los suburbios.
En este contexto, los falsos intelectuales orgánicos insisten hasta el hartazgo que es allí donde hay que intervenir teóricamente para dirigir los destinos de los actores implicados en esas prácticas marginales. Pero la fascinación por la habilidad de los grupos marginales para generar estrategias de desarrollo, cae por si sola cuando mínimamente el trabajo de campo practicado por estos intelectuales alcanza dimensiones reales, es decir, las formas de involucrarse en esas prácticas manifiesta un sentido fundado en las realidades objetivas. ¿Son estos los sectores populares y marginales que pueden motivar los cambios o, por el contrario, son estos los actores que el capitalismo utiliza para limitar los mismos resguardando los intereses del colonialismo estructural? Probablemente sean estos sectores y grupos sociales los que, de alguna manera, personifiquen parte de la base piramidal de las masas populares que abren los fenómenos históricos de cambio. Probablemente también sean estas prácticas y estos actores los que son aprovechados por el mercado informal para restringir las oportunidades de cambio. Lo cierto es que para sacar conclusiones es indispensable conocer en profundidad las condiciones en que se desarrollan en estas prácticas para buscar las formas de actuación, o mejor dicho, de comprensión. No vamos a indagar ahora en profundidad sobre estas prácticas, pero sería bueno extraer algunas conclusiones al respecto que desarrollaremos en otro momento.
LA ECONOMÍA POPULAR COMO PROYECTO POLITICO
Tanto por la necesidad de las clases trabajadoras de contar con bases materiales más autónomas como por la necesidad política de generar alternativas superiores al neoliberalismo, se requiere proponer e implementar otros modelos económicos. Desarrollar pues un sector de economía social, liberado de los criterios de eficiencia y eficacia que impone el mercado capitalista, tanto formal como informal. Desarrollar desde el Estado y las organizaciones y movimientos sociales un subsistema socioeconómico de producción y distribución, o economía popular, relativamente autónoma y autárquica donde el consumo provenga de su propia producción. En este esquema, todas las unidades domesticas que no viven de la explotación del trabajo ajeno, sino que deben continuar trabajando en la informalidad para realizar sus expectativas básicas de vida, forman parte de la economía popular, pero bajo otras particularidades.
Para establecer estas nuevas formas de desarrollo y no repetir los fracasos del pasado, no está de más recordar el fenómeno del trueque o el resurgimiento de las fábricas recuperadas en la Argentina del 2001 como formas de desarrollo socioeconómico fundadas sobre bases de organización popular alternativas que, poco a poco, fueron tergiversando sus orígenes solidarios y comunitarios hasta desaparecer por completo. Cuando los alcances de sus procesos productivos alternativos empezaban a juzgar los efectos salvajes del neoliberalismo y los mecanismos opresivos del capitalismo semicolonial, tanto el trueque como las innumerables actividades comunitarias puestas en marcha por los sectores populares cayeron en el mero circuito comercial de un mercado para pocos.
Esto quiere decir que si se va a generar una alternativa, deberá incluir una transformación estructural. En este sentido, consolidar una economía popular requiere de recursos orientado al desarrollo de otras modalidades económicas. Fomentar, pues, de manera integral, desde el Estado y las organizaciones sociales, el desarrollo de un subsistema socioeconómico relativamente autónomo, colocando la economía popular como tercer polo de la economía nacional.
La crisis financiera internacional que actualmente vive el mundo, además comenzar a castigar algunas economías reales de los países centrales y a sus filiales monopólicas en los países periféricos, traduce la crisis del imperialismo en su conjunto y los límites en que han sido puestas sus políticas de saqueo colonial como resultado del sometimiento de las esferas productivas del capitalismo al capital financiero. Una crisis que puede concluir por desarrollar las economías nacionales de los países periféricos en base a la intervención del Estado en las palancas de la economía, transformando los actores políticos en agentes del cambio y obstrucción a las alianzas entre la burguesía nacional y el capital trasnacional. O, por el contrario, que puede terminar por consolidar un nuevo estadio en la evolución del capitalismo monopolista, donde la reconfiguración en escala mundial de una nueva división internacional del trabajo (equiparable a la de fines de siglo XIX cuando tuvieron auge las denominadas economías agroexportadoras), inducen a transformar los procesos de acumulación de los países periféricos bajo nuevas alianzas entre el capital transnacional y las oligarquías nacionales con el amparo de determinadas fracciones sociales medias de la sociedad y los medios masivos de comunicación para, de manera agresiva, quebrantar las dimensiones estructurales de los nuevos procesos nacionales de América Latina que conciben una mayor intervención del Estado en la economía. En efecto, producir cambios estructurales en el campo de la economía nacional para quebrar la dependencia financiera y económica, u, optar por generar rentas elevadas en explotación de sus recursos naturales y resignarse a tener estructuras productivas dependientes de la producción primaria que fortalezcan el subdesarrollo, la vulnerabilidad ante las contingencias del mercado mundial, la pobreza y la exclusión social.
Por lo que una manera de bloquear esa opción neoliberal monoproductiva es oponiendo un modelo de desarrollo nacional que no sólo retome la importancia del Estado para regir las políticas económicas nacionales, cuya columna más elemental es colocar al trabajo como unidad central del proceso productivo, reduciendo la desocupación, atacando el desempleo estructural y reanimando el mercado interno dentro de la formalidad, sino que adquiera contenidos profundos en política económica en el marco de una mayor justicia social, lo cual significa romper con las formas funcionales del capitalismo y el poder que ofrece un mercado informal para acoger a los sectores marginales de la sociedad, tal como lo hemos visto. En definitiva, un desarrollo nacional en el marco de la justicia social y la independencia económica que apueste al desarrollo de una economía popular que integre a los sectores que caen en un mercado informal dependiente del ejercicio laboral capitalista. Si la economía nacional ha actuando a lo largo de nuestra historia de manera fragmentada, colocando a determinadas actividades productivas como segmentos del mercado mundial, la exigencia histórica actual es ubicar las distintas esferas productivas desde una perspectiva integradora del desarrollo nacional, donde la formación de una economía popular debe estar al servicio de las necesidades nacionales y de las formas de producción autónomas que permitan modificar las pautas de segmentación económica.
Ahora bien, ¿Cómo debe funcionar este nuevo pilar de la economía, es decir, la economía popular? Pues bien, las organizaciones y movimientos sociales no sólo ofrecen las condiciones objetivas donde puede establecerse una economía popular proyectada hacia la sociedad nacional, el Estado y el sector del capital nacional, sino que las mismas registran experiencias que nos pueden ser útiles. Consolidar una economía popular autosustentada requiere una inyección inicial de recursos orientados al desarrollo de estructuras e instituciones que integren las actividades que se hallan en el mercado capitalista informal. Las actividades productivas que se produzcan deben satisfacer directamente parte de las necesidades de los sectores populares, ocupando a los sectores excluidos y generar los ingresos monetarios necesarios para articularse a través del mercado con el resto de la economía. Generar y aplicar colectivamente un excedente económico suficiente para sostenerse y ampliarse sobre sus propias bases es otra de sus exigencias. En fin, promover la conformación de un subsistema de economía popular implica, no sólo trabajar con micro proyectos, sino también actuar concertadamente sobre las macro-relaciones que valen por el conjunto: regulación de intercambios, sistema fiscal y política y justicia económica, representación colectiva, redes de financiamiento, sistema de información y capacitación, sistemas de investigación y control de calidad, etc., etc. De manera que operar simultáneamente en las diversas partes de un todo en vías de conformación implica investir recursos importantes en el desarrollo, consolidación y alimentación de redes que articulen, comuniquen y dinamicen a la multiplicidad de emprendimientos y micro redes populares.
Por lo mismo, alcanzar una organicidad en nuestros países es una cuestión que no puede estar librada al simple campo del juego económico, sino que además debe sostenerse por las formas políticas e ideológicas adecuadas. En este sentido, los intelectuales son una parte esencial para la producción y reproducción de un subsistema económico al servicio de los sectores populares. No obstante, es indispensable practicar una fuerte autocrítica a las formas de intervención teórica que han tenido los intelectuales en la Argentina. Pero para ello, es necesario, como dijimos anteriormente, rechazar las condiciones subjetivas y objetivas de una superestructura cultural e intelectual que prioriza las presunciones complementarias del éxito social según los cánones de la pequeña burguesía nacional ideológicamente extranjerizada. El combate contra la superestructura establecida abre nuevos rumbos a la indagación, otorga otro sentido creador a la tarea intelectual y ofrece desconocidos horizontes dentro del campo popular. Pero fundamentalmente, la formación de un nuevo intelectual orgánico reconoce de nuevas posiciones objetivas en las estructura social que defina las pautas de desarrollo teórico. De lo contrario, seguiríamos habitando, al decir de Jaureche, en una realidad ajena a nuestras condiciones que consolida una colonización cultural, impidiendo y obstaculizando los cambios históricos y sociales del país.
BREVE BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
JAURECHE, Arturo: "La Colonización pedagógica"
BOURDIEU, Pierre: "El Campo Intelectual"
ALTHUSSER, Louis: "Elementos de Autocrítica"
SUB COMANDANTE MARCOS: "Escritos y Discursos"
GRAMSCI, Antonio: "Los intelectuales orgánicos y otros escritos"
CORAGGIO, Luis: "La economía popular en Argentina"
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