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MOVIMIENTO NACIONAL: UNIDAD Y RUPTURA EN LA POLITICA NACIONAL ARGENTINA

Diego Tagarelli

En un artículo anterior de la Revista (1), pretendí reconocer los intereses económicos y sociales que se enmarcaron en relación con el conflicto entre las entidades patronales del campo y el gobierno nacional como consecuencia de las retenciones a las exportaciones de soja y granos. También dije que este conflicto suscitado desde hace algunos meses viene a traslucir una complejidad histórica inconclusa de los orígenes fundacionales del país, y a exhibir las razones económicas antagónicas de las distintas clases sociales con sus respectivas alianzas y sus conductas ideológicas específicas en la puja por la redistribución del ingreso. Pero debí decir también que, cuando los procesos de transformación nacional amenazan determinados intereses económicos históricamente dominantes, los principales avances o retrocesos, progresos o deterioros que recaen en el marco de una política económica nacional dependen del grado de desarrollo que presentan los movimientos de masas para sostener las unidades o rupturas, fortalezas o debilidades que desde los frentes nacionales se producen.

Cuando la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, elevó el proyecto de ley sobre las retenciones móviles para ser tratado en la Cámara de Diputados y Senadores con el objetivo estratégico de destrabar y darle un punto de inflexión al conflicto con el campo, las adhesiones a favor y en contra del proyecto del Poder Ejecutivo visualizaron y definieron la debilidad de la Concertación Plural como partido político nacional y la falta de consistencia popular en el interior del movimiento nacional liderado por el Kirchnerismo. Cuando desde las más altas esferas políticas del oficialismo se esperaba un triunfo que le otorgaría la necesaria legitimidad social y el apoyo político indispensable para llevar a cabo una política económica que atacara las estructuras históricas del capital concentrado en la renta de la oligarquía, un solo voto definitorio en el Senado nacional frustró las expectativas del gobierno: nada más y nada menos que el voto desempate del vicepresidente de la Nación, con quien la presidenta compartiera la formula que los llevaría en Octubre del 2007 a la Casa Rosada.

Claro que no faltaron los sobornos en el Senado ni las "traiciones políticas" dentro del oficialismo. Claro que no dejaron de estar presente las viejas disputas dentro del peronismo. Claro que existieron fuertes presiones golpistas y desestabilizadoras de la institucionalidad democrática por parte de algunos sectores vinculados al terrorismo de Estado. Claro que los medios de comunicación -en manos de la oligarquía- ayudaron a reproducir los mecanismos de desestabilización y ruptura social necesarios. Pero caeríamos en una concepción muy superficial si sólo consideramos estos hechos como los únicos relevantes de esa derrota política, es decir, si olvidamos las alianzas que estableció el Gobierno con algunos sectores portadores del más puro oportunismo neoliberal que llevaron al proyecto sobre las retenciones al olvido. Por otro lado, el costo político y económico fue considerable: más de seis integrantes del gobierno, entre el Jefe de Gabinete y el Secretario de Agricultura tuvieron que abandonar sus cargos; la imagen de la presidenta cayó un 20 por ciento mientras que la imagen del Vicepresidente subió otro 20 por ciento; la extraordinaria renta agraria sigue intacta bajo el poder de la oligarquía mientras los cultivos de soja siguen arrastrando a los pequeños productores que perdieron la posibilidad histórica de recuperar autonomía y mayor crecimiento regional; las calles y plazas del país quedaron desiertas cuando por primera vez desde la recuperación de la democracia las organizaciones sociales inscriptas dentro del gobierno expresaran la necesidad de llevar la política a los espacios públicos para debatir la importancia del conflicto; las posibilidades de atacar la renta financiera y de avanzar más radicalmente en un modelo de distribución del ingreso parecieran quedar en suspenso. Pero caeríamos, a su vez, en una actitud de absoluto fatalismo y resignación si consideramos que esta derrota no puede ser revertida si en verdad existiese un gobierno que se propusiera organizar y fortalecer un movimiento nacional y genuinamente popular que, además de ser la fiel expresión que las masas populares siempre le conceden para su legítima existencia, le otorgaron al gobierno la base social necesaria para sostener el respaldo de las políticas públicas desde que los sectores populares salieron a defender en las calles del país las retenciones a las exportaciones. Sin embargo, el déficit político por parte del gobierno para conceder ciertas demandas sociales y económicas que algunos actores políticos naturalmente reclaman, sumado a la falta de espacio que las organizaciones sociales y de masas ocupan en el espectro del aparato gubernativo, posibilitó que nada pueda hacer el gobierno para impedir que los golpes lanzados por las fracciones dominantes de la economía abrieran las primeras rupturas desde que el peronismo volviera a reconstruirse desde el 2003.

Pero sería absurdo juzgar las alianzas que estableció el gobierno de Argentina -como lo hicieron en principio la mayoría de los gobiernos en América Latina que hoy defienden sus proyectos nacionales- como el motivo fundamental de la derrota frente a la oligarquía, en lugar de cuestionar -cosa muy diferente- la naturaleza de esas alianzas que llevaron al gobierno a sostenerlas por largo tiempo en pos de su estabilidad política. El error no está en las alianzas constituidas por el gobierno, sino en la falta de una fuerte base política, de un movimiento nacional firmemente integrado que excluya y soporte a los actores políticos que ponen en duda la existencia de un proceso transformador cada vez que los cambios exigen mayores posiciones radicales. Es inevitable en los frentes nacionales que luchan contra el imperialismo la existencia de alianzas o acuerdos entre fracciones y clases de distinta naturaleza socioeconómica. Como hemos dicho en otros artículos de esta revista, los movimientos nacionales tienen una composición policlasista. Es un frente de lucha antiimperilistista que suma a todos aquellos sectores objetivamente enfrentados al imperialismo. La diferente ubicación y, sobre todo, la forma especial en que los países de América Latina son incorporados al capitalismo, hace a radicales diferencias políticas, económicas e ideológicas. Es decir, en el interior de esos países se da, -en el terreno económico- una unidad de intereses de distintos sectores y clases sociales que tienen su expresión en la alianza política de clases de los frentes nacionales y populares. El enemigo común: la oligarquía agraria o ganadera, la burguesía comercial intermedia y el imperialismo. Al establecer históricamente el imperialismo sus vínculos con algunas fracciones dominantes del país, la situación y desempeño de las clases sociales se presenta de manera distinta a la de los países centrales. Que las fracciones dominantes del país ocupen un lugar antagónico en el desarrollo nacional, puesto que el afincamiento de su poder económico y político radica en existir como un segmento del mercado internacional y no como una fracción de la economía nacional, significa que un proyecto es nacional y popular porque apela a aquellos sectores sociales que representan –en la coyuntura económica y social- los intereses nacionales que se encuentran opuestos al imperialismo. Aquí, a diferencia de los países centrales, las clases sometidas están representadas por todos aquellos sectores que se encuentran sometidos por el imperialismo, siendo una condición indispensable de su desarrollo la lucha contra los intereses transnacionales que obstaculizan un proceso nacional.

Pero si bien esta determinación estructural que poseen los movimientos nacionales, con sus respectivas alianzas, acuerdos necesarios y formas de constituirse aparece como indispensable para la formación de los frentes nacionales, es inevitable la existencia y el desenvolvimiento de contradicciones, luchas o desencuentros en su interior como resultado de la defensa de los intereses estructurales que el capitalismo nacional coloca a disposición de las distintas clases sociales. El peronismo histórico en la Argentina es el mejor ejemplo que podemos tomar. La existencia de una alianza entre la burguesía industrial y el joven proletariado en 1945 no significó que no haya habido luchas entre ellos, sino que se establecen en un lugar distinto: el movimiento. Pero la lucha en el movimiento es algo natural siempre que no lo rompa, pues existe una clase enfrente, la burguesía terrateniente, capaz de aprovecharse de esa ruptura y promover procesos contrarrevolucionarios. Esa ruptura es, para decirlo de una manera sintética, imposible siempre que la columna vertebral del movimiento este constituida por los sectores populares, entendiéndose por ellos a la clase trabajadora y algunas fracciones medias de la sociedad menos habituadas al tejido del capital económico transnacional que se ubican en los sectores de mayor desarrollo en la economía nacional. Pero a diferencia del 45, el movimiento político nacional que pretende encarnar el gobierno actual no ha logrado aglutinar a los distintos actores que lo componen bajo la firmeza de las organizaciones sociales y populares por medio de políticas de distribución del ingreso y de una mayor presencia del Estado nacional. En su lugar, el gobierno ha colocado como eje central del naciente movimiento a los sectores de la pequeña burguesía intelectual y la burguesía industrial, relegando a los sectores y organizaciones populares a menores espacios de poder. Esto no sólo explica gran parte de los límites que encuentra el gobierno en sus políticas públicas nacionales sino que, más aún, permitió que el proyecto de las retenciones fuera rápidamente abatido por algunos representantes del oficialismo que se pasaron a las filas de la oligarquía como si fuese un juego de mesa. Pero más grave aún, posibilitó un cambio de estrategia que implicaría negociar algunas políticas económicas con la oligarquía y la derecha política nacional, por lo que estaríamos en presencia –de permanecer esta tendencia- no sólo de una menor capacidad del espacio popular, sino ante una desviación de aquello que han expresado en común algunos países de América Latina que es, nada más y nada menos, la oposición más brutal hacia el neoliberalismo y el capitalismo semicolonial.

Queda claro que esta derrota parece haber calado hondo en la estructura política nacional y, más aún, parece haber postergado de alguna manera ciertos avances hacia una mayor y rápida distribución de la riqueza en la Argentina. La Argentina de hoy aparece muy distinta a la Argentina de hace algunos meses y no existe, después de la derrota en el Congreso y la derogación de la ley que establecía las retenciones móviles, voluntad por parte del Gobierno para profundizar un modelo económico, político y social que interponga los intereses nacionales por sobre los intereses sectarios del capital privado de manera firme. No significa que no permanezca en algunas esferas políticas del gobierno una tendencia crítica hacia los intereses monopólicos y transnacionales del neoliberalismo, sobre todo si existe una estrategia de integración latinoamericana en lo económico y lo político y si las organizaciones populares del país han ofrecido su respaldo a las políticas públicas. Pero es imposible producir cambios profundos en las estructuras del capitalismo dependiente sino se toman medidas de corte popular que fortalezcan los lazos de un movimiento nacional hasta ahora escasamente constituido. Pues queda claro que la derrota del gobierno en relación con las retenciones al agro, no es más que un reflejo de las alianzas sostenidas con los actores políticos del poder tradicional y los sectores económicos neoliberales que impiden y limitan una real transformación cuando los procesos y coyunturas de cambio lo motivan.

En lo que queremos centrarnos en este artículo es en la necesidad propia que poseen los movimientos y partidos políticos nacionales para establecer alianzas y acuerdos con sectores opuestos al desarrollo nacional que, por vía de su radicalización hacia el interés nacional y popular o, por vía de su fractura interna debido a la conservación de tales alianzas ante la presencia de contextos y coyunturas particulares, producen rupturas en el interior del campo nacional que concluyen en retrocesos o avances en el largo proceso de conformación nacional según sean los propósitos elegidos.

EL MOVIMIENTO NACIONAL, EL ESTADO Y LA LIBERACIÓN NACIONAL

Antes de centrarnos específicamente en el tema que nos importa, podemos partir de una consideración histórica más general que nos llevaría a entender de manera más integral los conflictos que recaen sobre los procesos de cambio nacional, destacando la importancia que tienen los movimientos nacionales para originar sus formas correspondientes de desarrollo:

En el siglo XIX la cuestión nacional se planteaba en los países rezagados de Europa (Alemania, Italia, Polonia, etc.). Los movimientos nacionales en el siglo XX, en cambio, no se manifiestan en Europa sino fuera de ella, esto es, en los países coloniales y semicoloniales, donde aparecen no en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas internas sino por la crisis mundial del imperialismo que los oprime. Es decir, mientras que los movimientos nacionales del siglo XIX en Europa respondían plenamente al desarrollo de los países donde se originaban, en el marco general de un triunfal desenvolvimiento de las fuerzas productivas, los movimientos nacionales de nuestra época en el Tercer Mundo se originan inversamente en la ruina del imperialismo. Esta diferencia básica en las razones de su aparición condiciona su naturaleza y sus particularidades. Asia, África y América Latina desenvuelven su historia bajo leyes distintas que las de Europa. No puede concebirse siquiera la formación de un tipo de sociedad capitalista a la manera europea. La cuestión nacional cambia de carácter cuando la constitución del imperialismo a fines del siglo XIX abre la época de saqueo general de pueblos y continentes enteros. En el siglo XX la cuestión nacional se vincula íntimamente a la cuestión colonial y a la lucha contra el imperialismo mundial. (2)

En tales condiciones, los movimientos nacionales de los países atrasados ya no liberan su lucha contra el feudalismo interno sino contra el imperialismo exterior, al que debilita en sus propios cimientos. Esta lucha se da a partir de la alianza que establecen los sectores nacionales –la clase trabajadora, la pequeña burguesía, la burguesía industrial y algunas fracciones de clase media. Cuando en 1850 la naturaleza del imperialismo y sus resultados no estaban a la vista ni siquiera Marx podía adivinar ese proceso: "Inglaterra tiene que cumplir –escribía- en la India, una doble misión: destructora por un lado y regeneradora por otro. Tiene que destruir la vieja sociedad asiática y sentar las bases materiales de la sociedad occidental en Asia". Marx suponía que la penetración de una sociedad capitalista en el mundo atrasado debía acarrear necesariamente la introducción del capitalismo en ese mundo, lo que estimaba justamente como un gran progreso histórico. Un siglo y medio más tarde sabemos que no fue así y por qué razones el imperialismo se convirtió en el principal obstáculo no sólo para desarrollar la gran industria sino también para asegurar la supervivencia del atraso agrario. Pero lo monstruoso no es este error de Marx (de hecho un error histórico no teórico), sino que todavía existan marxistas en América Latina que sostengan estas afirmaciones sin entender a nuestra América Criolla. (3)

De ahí que no podemos entender los procesos de cambio estructural en las economías y sociedades del capitalismo dependiente sino consideramos la importancia influyente que posee la formación de los movimientos nacionales, sostenido por sus alianzas de clase y su oposición a los procesos del imperialismo mundial. Pero el carácter movimientista no sólo se trata de los efectos de una alianza política entre la clase obrera y la burguesía nacional. El movimiento es mucho más que eso. Se refiere también a una cierta concepción de la política y del régimen del gobierno. En primer lugar, el movimiento, a diferencia de los partidos, no representa al ciudadano en abstracto sino que contiene la representación de la confluencia de los intereses de los sectores que lo componen. En segundo lugar, los representantes de los diferentes sectores no lo son por sufragio universal sino por extensión a los lugares que ocupan en las distintas organizaciones sociales (gremiales, de la juventud, de la mujer, etc.). En tercer lugar, la organización propiamente política que es el partido, funciona en los hechos como herramienta del movimiento y tiene un rol coyuntural y limitado a los procesos electorales generales. Si se lo piensa bien, este tipo de organización no está muy lejos de las concepciones leninistas del partido político de clase y el centralismo democrático como forma de conducción. (4)

Cuando estos movimientos aparecen bajo sus formas específicas en la historia latinoamericana (en el caso argentino: el yrigoyenismo y el peronismo histórico), no faltaron en su interior los sectores, actores y posiciones que lograron desviar el rumbo de los procesos socialistas originales, nacionalismos propios, modelos de desarrollo popular y de mayor integración regional. Claro que aquellas limitaciones y desviaciones no se derivaron como resultado exclusivo del bloqueo imperialista sino de los cambios adoptados por los movimientos cuando imperaron las posiciones liberales. La manera en que algunos de esos movimientos nacionales en América Latina pudieron prevalecer se debió en gran medida a sus fuertes posiciones socialistas y en permanecer como movimientos fundamentalmente sostenidos por las clases populares. Cuestión que no maduró plenamente en Argentina.

A fin de comprender las alianzas y rupturas en la política nacional argentina vamos a describir brevemente la situación del peronismo histórico para, desde allí, intentar descubrir las nuevas alianzas y rupturas que actualmente se desprenden como consecuencia del conflicto con el agro. Veamos.

El peronismo es –como bien dijimos más arriba- la expresión política de la unión de la nueva clase obrera y la burguesía industrial. Esta alianza se produce a partir de 1945 y enfrenta a la alianza de la burguesía terrateniente, la burguesía comercial y financiera y el imperialismo británico. El conflicto tuvo un punto de infección en las elecciones de febrero de 1946 donde triunfa la alianza nacionalista popular. Si bien el gobierno del general Perón arrancaba en condiciones excepcionales en cuanto a reservas de divisas y oro, el secreto de su éxito radica en otra parte. Y el secreto no es otro que el cambio de destino en la renta diferencial que hasta allí embolsaba la burguesía terrateniente (la "oligarquía"). El fantástico humus de la pampa húmeda hacía que los productos agrícolas-ganaderos que allí se producían tuvieran un costo varias veces inferior al costo europeo y mundial. El peronismo comenzó a transferir hacia el sector industrial parte de esa renta a través de mecanismos como el control de cambios, la nacionalización de los depósitos bancarios y la estatización del comercio exterior. Con esta enorme masa de recursos se pudo mantener la alianza de la clase obrera y la burguesía nacional durante diez años. Como señalamos arriba, la existencia de esta alianza no significaba que no se desarrollaran luchas entre ellos, sino que se establecen en un lugar distinto que es el movimiento.

El desarrollo del capitalismo a escala mundial y la persistencia de la tenencia precapitalista de la tierra (recordemos que Perón no fue más allá de la apropiación de la renta diferencial, no afectando la renta absoluta, es decir, la propiedad de la tierra cuando las condiciones lo exigían y las posibilidades políticas y sociales eran considerables) produjeron la licuación de la renta diferencial y, por ende, del excedente. La crisis venidera en 1950 y la deserción de algunos sectores del peronismo se tradujo en el golpe de Estado en 1955. A partir de allí el "régimen" trató infructuosamente de integrar el peronismo en una democracia limitada y prefirió procurar la liquidación de peronismo como política e ideología, aún al precio de borrar las instituciones democráticas.

Se producen los levantamientos populares de la década del sesenta (el cordobazo, el mendozazo, etc.), lo que conduce por primera vez desde 1955 a las elecciones sin exclusiones. Triunfa el peronismo en marzo del 73 y en mayo Perón vuelve a la presidencia de la Nación por tercera vez. Es necesario señalar que amplios y complejos procesos mundiales, como la guerra de Vietnam, la revolución cubana, el conflicto Chino-Soviético y la crisis de los aparatos educacionales (el Mayo Francés del 1968) comienzan a radicalizar a la pequeña burguesía de todos los países capitalistas. En la Argentina esto produjo el fenómeno de las "formaciones especiales", donde la pequeña burguesía nacida del desarrollo de los servicios y de la crisis de los aparatos escolares ocupa la conducción del peronismo, lo que conducirá al golpe de 1976 y a la eliminación de militantes del campo nacional y popular.

Retomada la democracia con el gobierno radical en 1983 el peronismo se vuelve "renovador" en el sentido que se producen ciertas desviaciones ideológicas con respecto al peronismo de los sectores populares a los cuales representó históricamente. Menem es su fiel expresión y termina volcando el movimiento nacional hacia tendencias neoliberales que culminan en una exclusión absoluta de los sectores populares y en una mayor profundización del proyecto comenzado por el terrorismo de Estado en 1976. Por otro lado, obviamente, el mundo no emergía de una gran guerra como en 1945 sino del comienzo del fin de la bipolaridad y de la emergencia de una hegemonía sin precedentes del capitalismo monopolista contemporáneo. Poco a poco todo el peronismo comienza a bascular desde posiciones nacionales hacia posiciones neoliberales sustentadas por sus adversarios políticos y económicos. (5)

Sabemos que, más allá de las alternativas políticas que surgieron durante la década del noventa, el peronismo no representó ninguna posibilidad de cambio en su interior hasta que las bases que sustentaban el proyecto del menemismo dieron paso, después del 2003, a nuevas fuerzas en su interior que estuvieron básicamente representadas por un peronismo de centro izquierda. Este nuevo rumbo del movimiento nacional se nutrió en gran parte de la emergencia de los nuevos movimientos sociales (organizaciones barriales, piqueteras, derechos humanos, gremios, etc.) del país que señalaron políticamente la ruptura contra el modelo neoliberal desde la práctica social cotidiana. No obstante, al movimiento peronista había que reconstruirlo para volver a encauzar los lineamentos de un Estado Nacional soberano y de una política económica general que soportara los embates de neoliberalismo agonizante. Esta reconstrucción del movimiento comenzó a tomar consistencia en los últimos momentos del gobierno de Nestor Kirchner y los inicios del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner a partir de la conjunción de las fuerzas políticas y sociales nacionales. Pero no tardaron mucho en aparecer las disputas en su interior y, antes de que pudieran formarse los anticuerpos necesarios para resistir a las formaciones contradictorias de esa conjunción, los componentes políticos del poder tradicional han logrado doblegar el movimiento nacional emergente hasta límites insospechados. Cuestión que el gobierno no supo manejar como consecuencia del escaso espacio que tuvieron los actores políticos del campo nacional y popular.

NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES, PODER Y RUPTURA EN LA POLÍTICA AGENTINA.

Las experiencias históricas señaladas y, fundamentalmente, el origen de los nuevos movimientos sociales durante la década del noventa llevaron a pensar a muchos intelectuales y militantes del campo popular que las nuevas formas de lucha y los nuevos actores sociales portadores del cambio, representantes del verdadero carácter revolucionario del siglo XXI, debían actuar por fuera de las determinaciones nacionales de clase y oponer las relaciones de poder que la sociedad civil construye a las estructuras capitalistas del Estado. Más aún, los movimientos nacionales históricos serían la construcción política contraria de los nuevos movimientos sociales, considerando los primeros como los causantes del fracaso político en la lucha por la liberación nacional.

Sin embargo, algunas reflexiones nos pueden ser útiles. Al considerar que la relevancia política del nuevo sujeto social transcurre ahora por la autonomía de los movimientos autosustentables que se hallan completamente fuera del Estado, se cae en el mismo error de las viejas posiciones políticas ortodoxas a las que parecía combatir en el campo teórico (me refiero a algunas de las corrientes de la izquierda argentina que anteponen la importancia del asalto del poder político a las construcciones sociales de la sociedad civil). Si se lo piensa bien, ambas posiciones comparten el mismo argumento y la misma confusión al vincular "poder" con "gobierno". Ambas concepciones comparten la idea de Estado = Poder; Estado = Gobierno; es decir, tener el control del gobierno es lo mismo que tener el control del Estado, del poder. (6)

Cuando el neoliberalismo arrastró a los países de América Latina a consolidar un "Estado mínimo" al servicio del capital transnacional y toda la estructura del Estado fue reducida a la simple administración de los intereses privados, no sólo produjo que las masas populares quedaran al margen de las posibilidades políticas de cambio dentro del Estado, sino que motorizó que nuevas formas de organización social fueran gestando alternativas políticas distintas, transfiriendo las pautas de construcción política desde las esferas tradicionales de poder hacia los espacios postergados de la sociedad civil. De esta manera, muchos teóricos, intelectuales o dirigentes políticos consideraron que el Estado es un instrumento insignificante para las clases populares en la construcción de poder y, en su lugar, reivindicaron a los "nuevos movimientos sociales", entendiendo que el poder se construye por fuera del Estado. En consecuencia, las contradicciones sociales (insertas dentro del Estado) como motor de la historia sería una abstracción intransigente, mientras que los nuevos movimientos sociales vendrían a ser el lugar concreto donde las masas populares adquieren sentido sin la necesaria delimitación de las clases sociales.

Si bien muchas de estas experiencias que se desprenden de los movimientos sociales plantean la negativa y aislamiento "relativo" a la toma clásica de poder, no quiere decir que permanezcan como actores sociales aislados de las luchas de clases y del Estado. Por otro lado, estos movimientos sociales son los que han enriquecido a los movimientos nacionales del siglo XXI. Pensemos en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina. Es decir, son las organizaciones sociales indígenas, piqueteras, etc. las que se han constituido como columna vertebral de los movimientos nacionales.

Todo se aclara si entendemos que el Estado no es sólo el poder político centralizado de la clase dominante, sino que el Estado se manifiesta como "cuerpo" de Estado, donde actúan las formas materiales, económicas, políticas e ideológicas de dominación. El poder no es una sustancia cuantificable detentada por el Estado que haya que arrebatarle a la burguesía para producir cambios reales, como así también no es el Estado un espacio de poder exclusivo de las clases dominantes que pueda ser combatido por fuera de sus relaciones. El poder consiste en una serie de relaciones entre las diversas clases sociales, concentrado por excelencia en el Estado, que constituye la condensación de una relación de fuerzas entre las diversas clases sociales. El Estado no es ni una cosa-instrumento de la que sea posible apoderarse una vez alcanzado el gobierno, ni una fortaleza donde se penetre con caballos de madera. Tomar el poder del Estado significa desarrollar una lucha de masas tal que modifique la relación de fuerzas internas en los aparatos de Estado, que son el campo estratégico de las luchas políticas. Este largo proceso de toma del poder en una vía democrática consiste en desarrollar, reforzar y coordinar los centros de resistencia difusos de las que las masas siempre disponen en su seno de las redes estatales, creando y desarrollando otros nuevos, de tal forma que estos centros se conviertan en los centros efectivos del poder real. La modificación de la relación de fuerzas en el seno del Estado concierne al conjunto de sus aparatos. No concierne solo al Parlamento. (7)

Por eso, es indispensable que las alianzas construidas en el seno de los movimientos nacionales que se hallan inscriptas y diseminadas en los aparatos del Estado estén sujetas a las bases de poder popular del movimiento. Si el Estado, por un lado, representa el equilibrio de la alianza de las clases dominantes y, por otro lado, intenta fracturar y dominar a las clases populares, significa que cuando los movimientos nacionales ocupan el lugar central del poder en el Estado sus alianzas sostenidas deban ser gradualmente modificadas en función del fortalecimiento de las masas populares en desmedro de los actores tradicionalmente dominantes que se mantienen en los aparatos del Estado. Pues son estos actores los que le otorgan espacio y oportunidad de poder a los sectores de la burguesía nacional que el movimiento incluyó y con los cuales se constituyó, provocando la disociación entre las clases populares, la burguesía nacional y las franjas medias de la sociedad. Un ejemplo histórico de esta disociación es la ocurrida hacia el 45 con respecto a la burguesía nacional. El peronismo toma por sorpresa a esta clase que continuaba ligada a la ideología de la burguesía terrateniente y mantuvo una férrea oposición ideológica y política al régimen de Perón a pesar que este no hizo otra cosa beneficiarla económicamente. Fue así como contribuyó en el 55 a su caída, acelerando de esta forma su decadencia y ruina. "Conductas suicidas" llaman a estas actitudes algunos sociólogos. Hoy siguiendo esta lógica, gran parte de esta clase, o mejor, de los restos de esta clase, apoyó el paro patronal y la derogación de las retenciones a las exportaciones.

Cuando el Estado conmueve ciertos intereses neoliberales estamos en presencia de un Estado Nacional que intenta preservar la autonomía política y la independencia económica frente al imperialismo. Pero esto no significa que el Estado se halle por fuera de las fracciones económicas del capital y dispute el predominio del campo económico y político como si actuara exclusivamente como un agente representativo de determinada fracción social; todo lo contrario, el Estado no es más que la "materialización" de las contradicciones sociales inscriptas en su interior, de donde se desprenden alianzas, conflictos y rupturas que definen un espacio de lucha continuamente regenerado. Espacio que, cuando empieza a ser ocupado por un movimiento nacional antagónico a las fracciones del poder tradicional y transnacional, se encuentra sujeto a un proceso de defensa de los intereses populares y nacionales. No obstante, para mantener y profundizar estos intereses es necesario que las alianzas construidas en el interior del movimiento no sean bloqueadas y fragmentadas, lo cual históricamente ha sido posible gracias al predominio que poseen los sectores y organizaciones populares.

PRESENTE Y FUTURO DEL MOVIMIENTO NACIONAL

Pareciera que en la Argentina las cosas han cambiado. Si parte de las alianzas que el gobierno estableció con algunos sectores dominantes de la economía y de la política se fracturaron a raíz del conflicto con el campo, el proceso de formación y consolidación de un posible movimiento nacional siguió más vivo que nunca puesto que fueron las mismas clases populares las que defendieron, respaldaron y dinamizaron una política económica que podía traducirse en un nuevo modelo de desarrollo nacional. Pero esa alianza con los sectores populares que el gobierno ha mantenido no puede perdurar por mucho tiempo si el gobierno en lugar de reafirmarle su compromiso a través de mayores políticas que contemplen los intereses nacionales, persigue reconstruir las relaciones y rupturas políticas que dejó el conflicto con los agentes dominantes del país para mantener su estabilidad política.

La votación en el Senado fue una derrota política, pero a su vez, una oportunidad de repensar las alianzas que, de ahora en adelante, debe constituir el gobierno. Una buena señal es, por un lado, los nombramientos que está haciendo el actual Secretario de Agricultura (Luciano Di Tella en la Dirección Nacional de Política Lechera; Pedro Cerviño en la Dirección de Diseño de Políticas Públicas para el Desarrollo Rural y Agricultura Familiar. Di Tella es un pequeño tambero y Cerviño el coordinador del Foro Nacional de Agricultura Familiar, integrado por tres centenares de organizaciones de pequeños productores, minifundistas, chacareros, campesinos, colonos y comunidades pueblos originarios. Es decir, dos representantes de las víctimas principales de la sojización) y, por otro lado, la recuperación de la empresa que explota Aerolíneas Argentinas y Austral. Sin embargo, el gobierno aún no está dispuesto a distanciarse de algunos personajes siniestros del peronismo ni arriesgarse a perder las elecciones del año próximo rompiendo con los mismos poderes que hicieron fracasar el proyecto de las retenciones. Parece que por el momento el gobierno a optado por ceder espacio a las estructuras de poder tradicional en la lucha por la redistribución del ingreso y continuar postergando un proceso de construcción popular con la movilización activa de los trabajadores y las organizaciones sociales de base. Es decir, a preferido estar a la defensiva manteniendo la alianza que estableció desde un principio con los sectores del viejo peronismo, a cambio de retrasar la alianza con las clases populares bajo posiciones de mayor confrontación. Porque para avanzar hacia ese objetivo es preciso reunir la energía y el coraje necesario para desembarazarse de los limites históricos del peronismo y readquirir el perdido hábito de construir un movimiento nacional que supere los objetivos ideológicos del mismo. Cuestión que el gobierno parece no estar dispuesto a afrontar. En consecuencia, pareciera que para que los sectores más radicales del gobierno no ganen los espacios de poder y los empuje a considerar objetivos más avanzados que los que el Kirchnerismo desea fijarle al movimiento, es mejor conservar las alianzas con las viejas estructuras del peronismo.

En un país semicolonial, como era y es la Argentina solo es posible marchar hacia delante reuniendo en la lucha a un vasto Frente Nacional que aspire a la soberanía política, a la independencia económica, a la justicia social y a la unidad latinoamericana. La Argentina está a mitad de camino entre un capitalismo nacional y una estructura petrificada, puramente agraria, comercial y pastoril, típica de una semicolonia disfrazada con un barniz superficial de modernidad. Pero si la vieja oligarquía no deja avanzar hacia el capitalismo nacional y la débil burguesía nacional es incapaz de eliminar a la oligarquía, entonces el movimiento debería adquirir firmeza bajo el rumbo que fijen los sectores populares. Pero seguramente ese rumbo superaría, en ciertos aspectos, la definición de políticas y los limites del "acuerdo social" dentro del capitalismo nacional y habría que afrontar formas de construcción política que coloquen en duda las reglas económicas del capitalismo en los países de nuestra América Latina. De lo contrario, el proceso nacional abierto en la Argentina volvería a caer en la transformación inconclusa de nuestra historia.

Claro que, por ello, no hay que caer en el error histórico (como lo hizo cierta izquierda que se dice representar a los trabajadores argentinos) de aglutinar las fuerzas políticas críticas del gobierno al lado de la "derecha nacional". Puesto que el gobierno actual no satisface las esperanzas de un posible "socialismo", puesto que el peronismo mismo no fue nunca ni pretendió ser una posibilidad de cambio drástico de las estructuras capitalistas, sino un nacionalismo popular, sería absurdo repetir el error histórico de volcarse en contra, aliándose con las alternativas "democráticas" (radicales, cristianos, etc.) e integrando una izquierda cipaya hasta formar un fantasma de partido sin masas que juegue a favor de los agentes económicos dominantes.

Pero más absurdo sería que el gobierno no agilice con las organizaciones y sectores populares un proceso de cambio que confronte los intereses concentrados de la economía, porque si bien la derrota política frente a las entidades patronales del campo permitió bloquear la posibilidad inmediata de retener la renta diferencial de la oligarquía para avanzar en la distribución del ingreso, existen muchas otras maneras de avanzar hacia un proceso de mayor justicia social.

Si los mecanismos de desarrollo nacional por la vía de las retenciones a las exportaciones y de cuestionar los intereses de la oligarquía que había permitido al gobierno avanzar hacia una gran política, fracasaron en su intento: ¿debería el país renunciar a la prosperidad y los trabajadores a una vida digna? ¿Es que nuestro país es "pobre en capitales", para asumir la lucha por la igualdad social? Nada es más falso. Las gigantescas riquezas potenciales y manifiestas son las grandes empresas de capitales extranjeros residentes en el país, muchas de las cuales se han constituido en realidad con capital del Estado; los grandes latifundios improductivos, en particular de la Patagonia y de la región pampeana, que no pagan impuestos, no aumentan en un cuarto de siglo una sola vaca el plantel de la ganadería argentina y acaparan miles de millones de dólares anuales procedentes del mercado interno y de la exportación; la comercialización (exportación-importación) constantemente fraudulenta, que arrebata al Estado millones de dólares anualmente; la evasión impositiva de la mayor parte de las empresas nacionales y extranjeras que priva al Estado de cuantiosos recursos para pagar a su personal y emprender obras publicas; etc.

Ni siquiera podría decirse que la expropiación por el Estado de estos recursos revestiría un carácter socialista, sino meramente nacionalista. Allí están para comenzar, capitales enormes que una revolución nacional podría emplear en beneficio de toda la Nación. Que el peronismo no pueda emprender esa tarea significa entonces que el movimiento nacional ha fracturado su alianza con los sectores populares. Esto no puede imputarse a la derrota en el Congreso en relación con las retenciones agrarias, o a la camarilla neoliberal que rodea al gobierno, o a las meras cualidades personales de sus dirigentes, sino que debe adjudicarse a la crisis profunda del peronismo para profundizar la lucha contra el parasitismo de la sociedad oligárquica. Se trata pues no sólo de suscitar el fervoroso apoyo de las masas para vencer a la oligarquía en elecciones, sino de suprimir su base social. De lo contrario, la oligarquía insurrecta terminaría siempre por arrojarlos del poder y el movimiento nacional se precipitaba hacia una crisis mortal.

Si el carácter inconcluso de la revolución nacional ha condenado históricamente al movimiento que le había inspirado a la impotencia, al fraccionamiento o a la muerte, la continuidad del mismo depende de que las masas populares y sus sectores más revolucionarios no sean derribados o aislados del movimiento, sino impulsados hacia adelante y entren al gran camino del socialismo, para que su triunfo, en la próxima batalla, sea inexpugnable.

CONSULTA BIBLIOGRÁFICA

(1)- DIEGO TAGARELLI "La renta agraria: entre los grandes terratenientes, los pools de siembra y el Estado Nacional" Globalización, Revista mensual.

(2)- RAMOS ABELARDO, (2005) "La Patria Grande".

(3)- RAMOS ABELARDO, (2005) "La Patria Grande".

(4)- FRANCO MARIO, (1996) "El Peronismo hoy: del nacionalismo al neoliberalismo". Revista de Sociología "El Patio de Atrás" Nº 2. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, U.N.C, Mendoza.

(5)- FRANCO MARIO, (1996) "El Peronismo hoy: del nacionalismo al neoliberalismo". Revista de Sociología "El Patio de Atrás" Nº 2. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, U.N.C, Mendoza.

(6)- TAGARELLI, DIEGO, (2006) "La rectificación del marxismo desde el zapatismo". Monografía Seminario de Sociología Sistemática.

(7)- POULANTZAS, Nicos (1985) "Estado, poder y Socialismo". Editorial SIGLO VEINTIUNO, Buenos Aires.

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