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12 DE OCTUBRE DE 1492: LOS ORIGENES DEL SOMETIMIENTO COLONIALISTA EN AMÉRICA LATINA

Por Diego Tagarelli

Sería incongruente no relacionar las experiencias y procesos de liberación nacional y regional que históricamente se han producido en América Latina con los orígenes de nuestro sometimiento imperialista. Sería casi absurdo no concebir la pertenencia y persistencia de nuestras revoluciones a la resistencia americana de los pueblos originarios y de las clases populares frente al sometimiento y colonización de la barbarie y el salvajismo colonial. Y como tal, sería inadmisible no reconocer al actual proceso de “globalización colonial” como la prolongación histórica de aquel salvajismo por el cual los pueblos y naciones de América Latina han decidido dar batalla. Los procesos de liberación nacional que vienen expandiendo algunos países de América Latina, obligan a reflexionar no sólo sobre la importancia histórica que tuvieron los acontecimientos fundacionales de la región durante los procesos de independencia del siglo XIX, sino también y fundamentalmente sobre los esfuerzos de nuestras sociedades indígenas por resistir la colonización brutal de la época colonial desde el siglo XV. En la era de la globalización mundial, aún resurgen desde las entrañas de América Latina las figuras de Tupac Amaru, Yupanqui, Guaicaipuro, Bolívar, Artigas o el Che Guevara. Si la historia misma de nuestros pueblos encarna una larga lucha que siempre es retomada para proseguir los intentos de emancipación, no está de más entonces volver sobre el pasado para conocer más a fondo el contenido de muchas de las realidades que hoy se sobrevienen en América Latina. Pero para eso, para reconocer el carácter histórico y social de nuestra América Criolla, no sólo hay que remitirse a aquellas experiencias independentistas del siglo XIX, sino más aún, es indispensable retornar y traer a la memoria nuestra América Indígena usurpada que hasta el día de hoy sigue resistiendo la desdicha de aquella colonización salvaje del 12 de octubre de 1492.

La denominada “Revolución de Mayo” contra el absolutismo y el colonialismo español y europeo (revolución que la vieja fábula escolar adjudica a la “gente decente” de Buenos Aires), se produce en abril en Caracas, en mayo en Buenos Aires, en setiembre en Santiago de Chile y México, y antes, en 1809 un frustrado intento en La Paz, Bolivia. Es decir, forma parte de un proceso donde, entre 1809 y 1811, toda América hispana se levanta. Y se levanta no sólo contra las formas coloniales de la época, sino contra los inicios salvajes de esa colonización: la conquista europea. San Martín, Bolívar, Artigas, por sólo nombrar algunos, todos ellos contaron en sus filas con los sectores indígenas sometidos, criollos desplazados y afroamericanos esclavizados en la lucha por la liberación sudamericana.

Aquella reproducción deformada de la realidad que impone la fábula escolar no sólo expresa el compromiso de nuestras instituciones con las oligarquías criollas históricamente dominantes desde la colonia -las mismas que hoy asechan a las naciones que aspiran a la liberación nacional- sino que dejan al descubierto el atropello que ensayan los regimenes centrales sobre los países latinoamericanos en su pretensión de superioridad “civilizada”, natural e ideológicamente justificada, por ejemplo, por el presidente Zapatero y el Rey de España en la XVII Cumbre Iberoamericana de Naciones celebrada en Santiago de Chile a finales del 2007, o por las élites criollas de Bolivia que masacran campesinos e indígenas, o por cierta clase media argentina y chilena que aclama en los reclamos de la Sociedad Rural y de los terratenientes la vuelta a los años oscuros de la dictadura, etc. Recordemos a José Luis Rodríguez Zapatero en dicha Cumbre asumir una defensa del neoliberalismo en términos ideológicos y reivindicar el eurocentrismo hasta el punto de felicitarse porque “hasta Carlos Marx era europeo”. Dirigiéndose a Evo Morales, asumió la férrea defensa de las privatizaciones, alertando acerca de los riesgos de la nacionalización y el crecimiento de sector público e ignorando la intervención e injerencia de las potencias extranjeras en América Latina. Quizás aquel discurso y la vergonzosa intervención del Rey español permanecerán en la historia como un símbolo cruelmente revelador de las cuentas por saldar entre las potencias ex colonizadoras y sus ex colonias.

El tema que me propongo desarrollar brevemente en el artículo de este mes de Octubre es un reconocimiento contrario, una contra-conmemoración del festejo del 12 de Octubre de 1492, como a su vez la necesidad de afirmar la búsqueda de nuestra segunda independencia sudamericana y la memoria latente de nuestras comunidades y pueblos indígenas que resistieron y resisten el proceso genocida del imperialismo.

“El Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso (…) El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en su diario que él quería llevarse algunos indios a España para que aprendan a hablar ("que deprendan fablar"). Cinco siglos después, el 12 de octubre de 1989, en una corte de justicia de los Estados Unidos, un indio mixteco fue considerado retardado mental ("mentally retarded") porque no hablaba correctamente la lengua castellana (…) El Paraguay habla guaraní. Un caso único en la historia universal: la lengua de los indios, lengua de los vencidos, es el idioma nacional unánime. Y sin embargo, la mayoría de los paraguayos opina, según las encuestas, que quienes no entienden español son como animales.
De cada dos peruanos, uno es indio, y la Constitución de Perú dice que el quechua es un idioma tan oficial como el español. La Constitución lo dice, pero la realidad no lo oye. El Perú trata a los indios como África del Sur trata a los negros. El español es el único idioma que se enseña en las escuelas y el único que entienden los jueces y los policías y los funcionarios. (El español no es el único idioma de la televisión, porque la televisión también habla inglés.) (…) Hace cinco años, los funcionarios del Registro Civil de las Personas, en la ciudad de Buenos Aires, se negaron a inscribir el nacimiento de un niño. Los padres, indígenas de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara Qori Wamancha, un nombre de su lengua. El Registro argentino no lo aceptó por ser nombre extranjero (…) Los indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra. El lenguaje no es una señal de identidad, sino una marca de maldición. No los distingue: los delata. Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse. ¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse? (…) Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la miseria (…) La América precolombina era vasta y diversa, y contenía modos de democracia que Europa no supo ver, y que el mundo ignora todavía”.(1)


Claro que las palabras son de Eduardo Galeano, admirables y genuinas por sí mismas, pero no por ello menos reveladoras de nuestra fatalidad histórica y nuestra espantosa realidad habitual. ¿Es América Latina una única Nación sometida y fracturada por los sucesivos imperialismos que le proporcionó asimismo su extendida vida al Imperio Español, Británico y Norteamericano respectivamente? ¿Existieron y existen las posibilidades de recrear esa gran Nación Latinoamericana para precipitar la decadencia de aquel imperialismo?

El siglo quince (s. XV) marca el inicio de la hegemonía occidental en América Latina, la larga historia de la dependencia colonial por parte de los países occidentales. Y como no podía ser de otra manera el tema de la relación colonial toma relevancia en nuestros tiempos. Desde la nueva Guerra Fría de Reagan hasta las invasiones a Irak de Bush, desde el renovado ataque estadounidense contra Cuba hasta la pretensión de dividir los países de América Latina, desde África hasta América del Sur, se pone de manifiesto la continuidad del proceso colonial. La política exterior norteamericana no es más que el reflejo y reproducción de la política exterior de la colonización histórica en nuestros pueblos y, la conquista, el saqueo, el colonialismo y el neocolonialismo, el imperialismo y la dominación del capital extranjero, tienen su correspondencia en aquel suceso histórico. América Latina continúa atravesada por heridas que no cierran. Sólo en el siglo XX las intervenciones y las dictaduras sembradas a lo largo del continente por Estados Unidos dejaron millones de víctimas, con las secuelas del proceso de dominación, expoliación y exterminio, que hasta hoy perduran. Casi un millón de muertos por la acción represiva de las dictaduras, a lo que se suman otros millones por los crímenes de la miseria, la desigualdad y la injusticia.

Ahora los nuevos planes de recolonización, pueden reconocerse en los trazados del Consenso de Washington en los años 80 y 90, en el proyecto del Área para el Libre Comercio de las Américas (ALCA), en el geoestratégico esquema militar, político y económico del Plan Colombia de los años 2000, en los separatismos inducidos en Bolivia y Venezuela, en los genocidios silenciosos del hambre y la miseria.

EL IMPERIALISMO COLONIAL Y LA INDEPENDENCIA
SUDAMERICANA


Si bien la Independencia sudamericana significó un rotundo quiebre frente a las formas de relación colonial, las repúblicas surgidas de los respectivos Estado-Nación, con sus respectivas demarcaciones internas y sus conformaciones separatistas del todo sudamericano, no resolvió el problema del sometimiento imperialista y de la exclusión indígena en cada uno de los países. Más aún, procuró exterminar aquellas unidades que seguían permaneciendo en algunas comunidades indígenas con el objetivo de apartarlas del proceso de conformación nacional. Rivadavia, Mitre, Sarmiento, Roca, fueron algunos de los responsables en Argentina de semejante genocidio y bloqueo, los mismos que en las escuelas primarias y secundarias son homenajeados en los festejos patrios del país.

No vamos a ahondar sobre este asunto, de más expuesto claramente por Antonio Romero Reyes en el artículo que salió publicado el mes pasado de la revista. Más bien la intención es exponer sobre las necesidades que encontró el imperio británico y norteamericano -luego de la España conquistadora- en balcanizar la región sudamericana para continuar el proceso colonizador de la Corona española. Dichas necesidades las encontró en las oligarquías criollas que frustraron los intentos emancipatorios que los revolucionarios se propusieron establecer bajo la unidad de la Nación Sudamericana. No está de más recordar a San Martín o Belgrano cuando planteaban mantener la unidad sudamericana bajo el gobierno de un cacique inca, el cual representara el corazón de América y sus pueblos liberados.

Si la relación de desarrollo de América Latina con Europa en los siglos XVI al XIX fue una relación de expoliación/saqueo de riquezas mediante el sometimiento de la población indígena; inmediatamente después de la Independencia se consumó una modalidad primario-exportadora de materias primas bajo la hegemonía de Gran Bretaña que dio origen a las oligarquías criollas separatistas, perpetuando la colonización y el genocidio de la vieja conquista. Luego de las luchas independentistas, surgió una identidad económica, política y sociocultural fragmentada por los diversos nacionalismos estatales. “Esta fragmentación territorial, además, se hallaba en conjunción con la inserción diferenciada de cada país en la división internacional del trabajo”.(2)

Al primer ciclo largo de acumulación primitiva del capital central europeo, sostenido por la explotación de la fuerza de trabajo indígena en condiciones de esclavitud, devino el período de dominación mundial por Inglaterra a través de la extracción y exportación de los recursos naturales, alimentado por los respectivos Estados Nacionales que serían progresivamente incorporados a la economía internacional mediante estrategias de ocupación y colonización (lo que Lenin describirá como el proceso de formación mundial del imperialismo como fase superior del capitalismo), de asociación interna con las oligarquías locales y de desintegración regional para la consolidación capitalista de la división internacional del trabajo.

Es pues a comienzos del siglo XIX, junto a los procesos de liberación y fundación de las republicas en América que se dará una segunda generación de ingerencia externa, la del Imperio Británico. Las guerras civiles y las disputas por las riquezas y recursos naturales entre los interiores nacionales empobrecidos y los centros portuarios ricos de América Latina van a definir el largo proceso de lucha entre las oligarquías nacionales, las burguesías comerciales y los movimientos de liberación y resistencia nacional del siglo XIX. Gauchos, criollos, indígenas y negros de la América profunda enfrentarán durante décadas la irrupción de las oligarquías como clase social y económicamente dominante bajo el resguardo del Imperio Británico.

Aunque ya se puede empezar a vislumbrar durante esta época la consolidación de los Estados-Nación y la injerencia de Estados Unidos como potencia en la región, el debate sobre la unidad latinoamericana y la liberación nacional siguió siendo el fundamento de las luchas de los pueblos y de los grandes libertadores de América Latina. Uno de los grandes revolucionarios que mejor representó esta encrucijada es el pensamiento y la lucha de Simón Bolívar. Podemos ubicar los orígenes del pensamiento de Bolívar como de precursor del antiimperialismo y de la imperiosa búsqueda de la especificidad latinoamericana y nacional.

El rasgo más sobresaliente y original del pensamiento de Bolívar es el considerar, en todos sus escritos y proclamas, a Hispanoamérica en conjunto como objeto de análisis y lucha, por un lado, y el intento de encontrar la distinción necesaria a Europa y Estados Unidos, por otro. Hoy, después de 200 años se reivindica la misma lucha de Bolívar. En “nuestra América” sigue vigente el colonialismo: Las oligarquías criollas y las burguesías dependientes terminan traicionando los intereses nacionales en defensa de los intereses imperialistas.

Durante 1819 y 1820 Estados Unidos no reconoce el Gobierno revolucionario de Venezuela a pesar de ya haber presentado un proyecto de constitución. Bolívar vislumbra así el imperialismo norteamericano. Tiene conciencia clara de que la unidad de Hispanoamérica cerraba el camino a la hegemonía de los Estados Unidos y que la desintegración le favorecía. Desde época bien temprana los Estados Unidos obstaculizaron el proyecto integrador e independentista que alimentaba Bolívar. En este sentido, fue Bolívar el primero en comprender que el desarrollo de los Estados Unidos los conduciría a expandirse por todo el continente y, por lo tanto, era indispensable crear una fuerza que contrarrestara esa expansión “unir en un haz de pueblos libres a aquellos cuyos intereses históricos, sociales y económicos fueran verdaderamente comunes”.(3) Pero una Hispanoamérica parcelada en un grupo de Estados que lucharon entre sí (balcanización) era el marco perfecto para los expansionistas “yanquis” que se proponían suplantar a España. A esos propósitos se sumaron los “mantuanos” de Venezuela, los “pelucones” de Chile, los “plutócratas” de Nueva Granada, los “mercaderes” de Buenos Aires, etc. Es aquí, donde chocaban los intereses que defendía Bolívar y los intereses que amparaban las clases criollas económicamente dominantes.

Evidentemente que el imperialismo no podía sobrevivir a su expansión sin el consentimiento de las oligarquías locales de Latinoamérica y sin esa comunidad de intereses que forman estos sectores dominantes y retrógrados.

La proyección central de Bolívar era: “la unidad latinoamericana” y el nacimiento de la “patria anticolonialista”. “La aclamación libre de los hombres de América es la única fuente legítima de todo poder humano” (Bolívar al Presidente de Haití, 9 de octubre de 1816). Ante el fracaso ulterior de la Independencia Sudamericana, la necesidad de la segunda independencia se vuelve indispensable para la liberación y unidad de nuestros pueblos.

INDEPENDENCIA O NUEVA COLONIZACIÓN?: La Necesidad de una nueva Independencia Latinoamericana

Hoy estamos en presencia de una Nación mutilada que quiere volver a nacer de aquella gran gesta independentista, pero con veinte provincias a la deriva, erigidas en Estados más o menos soberanos que impide un enfrentamiento conjunto al imperialismo para su real independencia requiere de la unificación de nuestros pueblos. América Latina perdió la posibilidad de reunirse en una sola Nación y avanzar hacia la independencia permanente durante el siglo XIX. Las oligarquías agro-comerciales de los puertos se impusieron en América Latina sobre las aspiraciones unificadoras de Bolívar, San Martín, Artigas, Alamán, Morazán. La generación revolucionaria de la independencia pereció en las reyertas aldeanas. Fue la ocasión en que los hábiles diplomáticos ingleses y norteamericanos, los Poinsett o los Ponsonby, aprovecharon para aliarse a la burguesía comercial y a los hacendados criollos. Fueron estos mismos sectores los que ayudaron a la independencia de la colonia española, pero con el simple propósito de ver insertarse a otro imperio más poderoso a condición de que permanecieran desunidas. Serían Repúblicas solitarias con soberanía formal y economías abiertas. Es así que, hasta el día de hoy, América Latina no se encuentra dividida porque es “subdesarrollada” sino que es “subdesarrollada” porque está dividida.

A partir de aquel momento cada Estado miró por el rabillo del ojo hacia las nuevas Metrópolis anglo-sajonas, buscando en ellas las señales de aprobación, mientras las comunidades indígenas y los sectores criollos empobrecidos permanecían al margen del mismo. “Desde que Europa tomó posesión de América Latina a partir de la ruina del Imperio español, no solo controló el sistema ferroviario, las bananas, el café, el cacao, el petróleo o las carnes. Consumó una hazaña mucho más peligrosa: influyó sobre gran parte de la “intelligentsia” latinoamericana y tendió un velo sutil entre la trágica realidad de su propio país y sus admirados modelos externos. Así, hasta los rebeldes de aldea, y hasta las doctrinas de "liberación", llevaban la marca del amo al cuello. Con el sello de Occidente, eran como cartas de navegación erróneas, preparadas para extraviar a los viajeros. Todo lo latinoamericano o criollo fue despreciado o detestado”. (4)

A partir de la “balcanización” se dictaron los códigos burgueses que debían servir a las estructuras latifundistas fundadas en la servidumbre personal. Tales códigos habían sido en Europa el resultado de una revolución que había dividido las tierras de la nobleza para entregarlas a pequeños propietarios. En América Latina esos códigos eran empleados para garantizar la estructura agraria arcaica.

Es imperioso alcanzar y abrazar la segunda independencia del siglo XXI. Es preciso e inaplazable trasformar las estructuras dependientes que el imperialismo ha arrastrado desde la conquista americana. Trasformar esas estructuras dependientes que el neoliberalismo reprodujo del liberalismo, el liberalismo del colonialismo, el colonialismo del esclavismo. Divide et Impera: la formula romana sirve aún a quienes la emplean en nuestro tiempo. En América Latina el nacionalismo no es separable del socialismo ni de la democracia. Tales aspiraciones indisociables reflejan de modo combinado las claves de su necesario salto histórico hacia la Revolución unificadora y la liberación social de toda explotación; sin ellos no podemos reconocer ni explorar la historia enterrada en nuestra tierra dolorosa y dividida que la conquista nos dejó.

Desde el nacimiento de la oligarquía en América Latina los mecanismos de colonización han evolucionado, o si se prefiere, gozan de una estructura dominante histórica aún manifiesta. En parte debido a que la colonización ha reproducido una clase social que tradicionalmente ha detentado el poder económico y político. Y en parte porque esta clase social dominante ha hegemonizado su poder bajo las alianzas con los sectores económicos internacionales que le han posibilitado su existencia y perpetuación.

Los movimientos de liberación nacional del siglo XX, los grandes movimientos de masas en América Latina permitieron desgarrar aquel poder, pero la base socioeconómica de las oligarquías permanecieron intactas, cuestión que imposibilitó que se desataran procesos nacionales revolucionarios en el marco de la integración latinoamericana y bajo esquemas de desarrollo que rompieran con el capitalismo dependiente y semicolonial. Por consiguiente, el colonialismo en América Latina persistió y bajo las nuevas formas occidentales impulsadas por el liberalismo, el neoliberalismo y la globalización colonial protegió las estructuras dependientes frente al imperialismo.

Es inevitable conservar la esperanza y la perspectiva en los nuevos tiempos que vive América Latina. Sin embargo, los tiempos biológicos no son lo mismo que los tiempos históricos, pero corresponde al actual proceso impulsar los cambios para descolonizar las estructuras de dominación que el imperialismo ha perpetuado a lo largo de siglos. Por primera vez en América Latina se abre paso una época histórica en la cual el socialismo no llegó de fuera sino que es producto de la maduración de circunstancias históricas que lo hacen viable. En todas sus versiones, el socialismo original fue un producto del desarrollo económico, social y cultural europeo que en circunstancias históricas sumamente específicas fue introducido en Iberoamerica, no sólo mediante el fenómeno de transculturación del pensamiento avanzado, sino como un hecho político, conscientemente impulsado por la izquierda occidental como parte de un gesto defensivo en su temprana confrontación con la reacción mundial. El remedio fue peor que la enfermedad, entre otras cosas porque la lucha ideológica en el escenario europeo se trasladó mecánicamente a los partidos comunistas latinoamericanos.

La emergencia de movimientos populares en la región, más allá de sus diferencias ideológicas específicas, han planteado una vuelta de tuerca al proceso de integración y unificación latinoamericana, condición necesaria para romper los lazos de nuestra dependencia histórica.

No se me ocurre, sin embargo, mejor ejemplo para representar esta encrucijada histórica que lo sucedido en Bolivia para comprender el trasfondo de la cuestión colonial y las formas políticas alternativas que se trazan en la región. Bolivia, en la época de la colonia fue explotada con la extracción de plata de las minas del cerro rico de Potosí. En la época republicana, el imperialismo inglés promovió la Guerra del Pacífico de 1879 para apropiarse de las minas de cobre, salitre y yacimientos de guano. A principios del siglo XX, los mismos actores del imperialismo promueven la Guerra del Chaco, en 1932 con el objetivo de asegurarse las reservas de petróleo de la zona. En el siglo XXI, el imperialismo norteamericano se apoderó de las reservas de gas y agua. El común denominador de esta política de saqueo en Bolivia se ha sustentado siempre en la apropiación y explotación de los recursos naturales, es decir, en la continuidad de la colonización y la conquista. El objetivo pues, de balcanizar el país controlando los recursos económicos en los Departamentos donde se encuentran las reservas más importantes hace ver el carácter imperialista y colonialista de estas arremetidas para desgarrar los procesos de liberación nacional en la región. El interés del imperialismo en la desestabilización y desmembramiento de Bolivia busca mantener la hegemonía en la región, asentando un golpe a los procesos revolucionarios que se están consolidando en Venezuela y frenando el proceso de integración de los pueblos latinoamericanos para no perder el control sobre los recursos naturales.

De ahí que el éxito de estos procesos de liberación nacional radiquen, correlativamente, en la fuerza de los procesos de integración regional de América Latina. Las continuas Cumbres Sudamericanas marcan una ruptura donde la correlación de fuerzas a escala continental ya no es igual a la de hace algunos años, no sólo porque las voces revolucionarias, progresistas, independientes o simplemente decentes son ahora más, sino porque sus argumentos son integrales.

No obstante, para fortalecer estos procesos de liberación nacional e integración regional es indispensable mantener en su núcleo la participación plena de las clases populares, las comunidades indígenas y los actores nacionales sofocados por el imperialismo colonial. Por ejemplo en Bolivia, según estudios recientes, existen en el país 36 nacionalidades ó grupos étnicos en todo el territorio nacional, con mayoría quechua y aymara. El ultimo censo del 2.001 evidencia en sus resultados que el 62 % de la población se declaró pertenecer a un pueblo originario, las organizaciones de base étnica por su lado afirman ser mas del 80 % de la población, tomando en cuenta a los originarios de segunda y tercera generación asentados en todos los centros urbanos.

Sin embargo, América Latina tiene una deuda social con estos sectores que todavía no ha sido revertido. Los 5 mil pueblos indígenas que existen en el mundo son los más afectados por la pobreza: ellos son el 5 por ciento de la población mundial pero representan un tercio de los 900 millones de personas extremadamente pobres. A la pobreza se le suma el etnocidio, es decir, la posibilidad de que desaparezcan como pueblos y culturas. De las 6700 lenguas que se hablan en el mundo, 4000 son indígenas pero estas últimas lenguas están en peligro de extinción y ser sustituidas por las lenguas dominantes. Debido a violaciones a los derechos humanos y al deterioro del medio ambiente, el 50 % de los indígenas han sido desplazados de sus territorios ancestrales y ya viven en las ciudades. Los conocimientos indígenas, especialmente en materia de medicina, son objeto de robo y piratería por parte de las compañías farmacéuticas que actualmente financian 100 proyectos para estudiar los usos indígenas de las plantas. En Colombia, son víctimas del conflicto armado interno; en Perú son objeto de discriminación y persecución por oponerse a la actividad minera de las trasnacionales; en Chile hay varios encarcelados por defender sus territorios; en Argentina, permanecen invisibles para gran parte de la sociedad y el Estado.

Descolonizar pues, requiere de un acuerdo nacional y regional que integre a las mayorías populares en las decisiones conjuntas de la Nación Latinoamericana. La independencia en el siglo XIX fue irremediable y, a la vez, trágica. Pues la independencia de España costó la “fragmentación” en 20 repúblicas impotentes y la subordinación a los nacientes imperios anglosajones. ¿Cuál era, en consecuencia, la esencia del pensamiento político de Bolívar? Crear una Nación americana. Tanto Bolívar como San Martín, O'Higgins, Alvear y muchos otros soldados de las guerras contra España eran hijos de una época dominada por dos grandes temas: la revolución francesa, con sus Derechos del Hombre y del ciudadano y las campañas napoleónicas, que contribuyeron a la constitución de nuevos Estados Nacionales. El Siglo XIX ha sido llamado, justamente, el siglo del movimiento de las nacionalidades. Pero la formación de los Estados Nacionales unificados en Europa, que serían formidables palancas para su progreso, encontró insuperables obstáculos en la América Criolla. No sólo se oponen a la unidad nacional de América Latina las potencias anglosajonas, cuya divisa, tomada de los romanos, sería “divide et impera”, sino que las oligarquías portuarias y los grandes hacendados fortalecidos después de las guerras contra España, habrían de confiscar el poder. Las clases dominantes criollas se aliaron al poder imperialista extranjero.

La división de América Latina desencadenó un proceso contradictorio: los centros mundiales de poder se enriquecían mientras las nuevas Repúblicas se empobrecían. El imperialismo saquea América Latina y realiza su acumulación a costa de nuestra impotencia y atraso. “Las clases nativas mencionadas más arriba se forman culturalmente en la veneración de las instituciones europeas y norteamericanas, sus modas, sus libros, sus ideas y Constituciones, sus vinos y trajes, mujeres y vicios. Toda una literatura a principios de siglo va a dar testimonio deplorable de la anglomanía o francomanía lugareñas. Cada país latinoamericano se incomunica entre sí y estrecha sus lazos con un poder imperial. Las provincias se llaman ahora naciones, pero en realidad son semi-colonias apenas disfrazadas por los símbolos externos de un país soberano: escudos, banderas, monedas, Constituciones, Códigos Civiles, instituciones parlamentarias, aduanas cerradas para sus vecinos y abiertas para los imperios, etc. Todo se vuelve estéril o imitativo. Las burguesías comerciales se reparten, junto al capital extranjero depredador, la riqueza nacional. Una parte de la inteligencia literaria, profesional o técnica de la América Latina no cesa de imitar o de adorar cuanto producto proviene de Europa, cuando no va a Europa a arrodillarse ante él”.(5)

El colonialismo histórico ha perdurado y los pueblos han decidido nuevamente dar batalla. Si prestamos atención a los procesos actuales de las naciones que han llamado a la participación del pueblo para darse sus Asambleas Constituyentes o invocar un nuevo socialismo del siglo XXI no es difícil percibir como tales convocatorias expresan aquella antigua necesidad de independencia frente al sometimiento de las potencias mundiales. Potencias que asociadas con los intereses de las oligarquías nacionales impiden el desarrollo soberano de sus fuerzas nacionales y reproducen el colonialismo originario de nuestra América Latina. Llamémosle “Revolución Bolivariana”, llamémosle el “Socialismo del siglo XXI”, llamémosle “liberación nacional”, de la misma manera que los sucesos de 1810 es innegable la existencia de un nuevo rumbo de la sociedad latinoamericana hacia nuevas formas de descolonización.

Tanto en la revolución de 1810 como en los acontecimientos del siglo XXI en América Latina, se observa el desarrollo, al lado del proceso político de cambio nacional y revolucionario, de un proceso político oligárquico, antinacional y conservador que aspira no renunciar a sus privilegios históricos. Así como los sucesos independentistas de los grandes libertadores de la patria, asistimos en nuestros días a la aplicación de los principios revolucionarios del liberalismo continental: independencia política, proteccionismo, unidad nacional y latinoamericana, educación y economía popular, etc., etc. Claro que no dejan de estar presente los fantasmas de Rivadavia, Mitre, Alvear o el cónsul ingles Canning que intentan resistir hasta por las armas las mandatos populares y pretender rechazar los intentos de cambio en esos países por medio de la desestabilización o las complicidades políticas de antiguo cuño. Lo cierto es que, más allá de las posiciones ideológicas que nos pueden llevar o no a coincidir con los procesos políticos y sociales de algunos países de América Latina, es innegable la apertura de una nueva etapa revolucionaria en América Latina. Y como toda nueva etapa independentista es necesario que sea bajo la unidad latinoamericana, como la única vía que tienen nuestros pueblos de defender sus emancipaciones nacionales frente al poder arrollador del imperialismo norteamericano. Esto significa no sólo que Latinoamérica encarna una sola Nación que debe reunirse luego de su trágica disociación para resolver su pasado colonialista, sino que le corresponde liberar su lucha contra 500 años de ocupación colonial y semicolonial que paralizan una verdadera independencia y liberación, una auténtica revolución socialista de nuestra América Latina, de nuestra América Criolla, de nuestra América Indígena.

Breve Consulta Bibliográfica:

(1)- Eduardo Galeano, “Ser como ellos y otros artículos”, Siglo Veintiuno Editores, México, 1992.

(2)- Antonio Romero Reyes, “Pueblos indígenas y regiones: el desarrollo desigual-combinado en Perú y América Latina”. Revista Globalización, Septiembre 2008. rcci/net.globalización.

(3)- Simón Bolívar: “Discurso ante el Congreso de Angostura”.

(4);(5)- Abelardo Ramos, (2005) “La Patria Grande”.

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