ESTADO, PODER Y SOCIALISMO EN AMERICA LATINA.
PARTE III:
EL PROCESO REVOLUCIONARIO DE VENEZUELA
Por Diego Tagarelli
La dinámica de los pueblos de América Latina, su despertar histórico e incontenible, advierten nuevamente sobre la necesidad de una dinámica del conocimiento teórico, de un despertar histórico de la teoría que las revoluciones sociales le han entregado como parte de su personificación. Podemos afirmar, sin oscilaciones ni presunciones subjetivas, que el mayor despertar de la teoría y el conocimiento científico es, y debe ser, la crítica al sistema capitalista y el reconocimiento hacia procesos de construcción alternativos no-capitalistas, es decir, el socialismo. Este despertar “incontenible” de la teoría no es más que el re-despertar de la teoría revolucionaria.
Esta vez, los nuevos vientos que soplan desde el altiplano hasta los llanos latinoamericanos, se han resuelto a despertar una teoría revolucionaria que no puede ser formulada por vanguardias de intelectuales divorciados de las masas populares. Es una teoría establecida desde las entrañas del saber popular. Una nueva concepción revolucionaria que enlaza a los sentimientos más profundos del pueblo con los avances teóricos del marxismo, el pensamiento nacional y la historia postergada de los vencidos. Es la nueva identidad de pensamiento, extraviada en los laberintos académicos, que las revoluciones populares han conseguido hallar y recrear después de tanto desarraigo. Es aquella “unidad entre la teoría y la práctica revolucionaria”, como afirmara Lenin. De “una práctica revolucionaria que requiere, para existir, de una buena teoría”, como dijera el maestro Mario Franco en sus cátedras inolvidables. No en vano, los líderes de la revolución latinoamericana plantean la necesidad de reevaluar el legado del socialismo, en sus dimensiones políticas, ideológicas y científicas. No en vano, la intelectualidad de izquierda, aquella que se encuentra cautiva de la ideología dominante, traza los lineamientos estratégicos y políticos de un socialismo puro, elitista y enemigo de los procesos de cambio vigentes, ignorando y subestimando a las masas populares. No en vano, los nuevos pensadores revolucionarios de nuestro tiempo emergen desde los bajos fondos del campo intelectual.
La República Bolivariana de Venezuela representa el epicentro de una revolución que abraza a toda la región. Existe una extensa literatura acerca del proceso revolucionario en Venezuela. Gran cantidad de intelectuales contribuyen a una comprensión más sistemática de la experiencia bolivariana y, afortunadamente, las nuevas producciones teóricas sobre el socialismo del siglo XXI deben, necesariamente, sumergirse en la geografía latinoamericana para adquirir un conocimiento sólido, superador, incansablemente insurrecto. Un conocimiento “re-significativo” bajo el “re-impulso” de los nuevos acontecimientos y cambios históricos. El proceso bolivariano de Venezuela, el liderazgo de Chávez y el protagonismo de las masas populares en la escena política, suscita la atención de todos los sectores políticos e intelectuales. Opiniones, críticas, adhesiones, disensiones. Pareciera que toda la literatura política, sociológica y filosófica atraviesa la experiencia bolivariana.
Sin embargo, queda aún por reflexionar acerca de la imprescindible unidad entre la ciencia marxista, el pensamiento latinoamericano y el ejercicio de poder abierto por las organizaciones y movimientos nacionales, como parte del desarrollo dialéctico interior a los procesos revolucionarios actuales. Por lo mismo, es necesario replantear el valor del socialismo a partir de una relación directa y comprometida en los procesos culturales y populares de Venezuela y América Latina, es decir, canalizando los conocimientos y concepciones populares sin un interés estrictamente intelectual. Un socialismo creativo, radicado en nuestras condiciones históricas. “Si no inventamos, erramos”, explica Chávez, con tenacidad. Como parte de dicho desafío, quiero ofrecer a continuación una lectura teórica sobre el proceso revolucionario en Venezuela. Es una lectura que, seguramente, vuelve a retomar algunos conceptos ya formulados pero que pretende articularse con la práctica concreta de la experiencia bolivariana.
¿LA CUESTIÓN DEL PODER O LA CUESTIÓN DEL PODER POPULAR?
Proponemos al lector remitirse a los dos artículos anteriores (Estado, poder y Socialismo en América Latina, partes I y II, respectivamente. Meses de Mayo y Junio del 2009) para continuar la línea conceptual del texto y, así, no detenernos en algunas reflexiones teóricas e históricas de gran importancia que ya han sido consideradas. En aquellos capítulos o partes anteriores tratamos de describir el legado de la teoría marxista sobre el Estado y su necesaria renovación histórica, no sólo como consecuencia de los nuevos descubrimientos del marxismo y otras corrientes del pensamiento científico, sino además como resultado de un estudio sobre el Estado y el poder en América Latina que considera el carácter combinado de nuestras sociedades. Los estudios sobre el socialismo en América Latina, en su mayoría, aún no han logrado desprenderse plenamente del sometimiento académico antipopular y, por lo mismo, el pensamiento latinoamericano no ha triunfado aún en formular una teoría coherente con las realidades sociales propias. Esta es la gran batalla ideológica que se viene librando en el campo del marxismo y el conocimiento latinoamericano.
El Estado constituye una fuerza material que emana de las propias contradicciones sociales y, como consecuencia, alimenta un desarrollo de las luchas sociales que proceden de las condiciones socioeconómicas y políticas propias. Su indagación, por lo tanto, debe existir bajo interpretaciones teóricas propias. He insistido anteriormente, siguiendo las enseñanzas de otros autores, que la manera correcta de producir un avance en el estudio del poder y el Estado en América Latina es examinando su problemática en el marco de la incorporación histórica de latinoamericana al ciclo del capitalismo mundial como satélite semicolonial, cuya lucha de clases alcanza al imperialismo, dando lugar a formas de alianzas policlasistas particulares. Esta lucha de clases y sus alianzas políticas específicas es la base sobre la cual los movimientos nacionales originan una lucha por el poder y el Estado de manera excepcional.
La crisis mundial del capitalismo vislumbra claramente la diferencia entre los países centrales o dominantes y los países periféricos o dependientes, en cuanto a las luchas de clases y las formas de sometimiento que impone el poder constituido del Estado, como así también las alternativas de emancipación desde las masas populares. Los intereses económicos mundiales y la nueva corporación global han creado un laberinto sin salida para el sistema político central. A diferencia de otros contextos históricos, donde las crisis eran superadas “relativamente” debido al grado de sobredeterminación o reflujo que tuvieron los sólidos programas políticos sobre la economía liberal que implementaron los países centrales, en esta etapa de desarrollo histórico la acumulación del capital condiciona fuertemente las posibilidades de autonomía política de las clases dominantes frente a las relaciones mundiales de producción. Claro que este deterioro o reducción de la autonomía relativa en el seno del Estado, no se debe a una incapacidad natural del sistema, sino más bien a la consolidación en los países centrales de grupos de poder representantes de los intereses del capital financiero a nivel global. El Estado se hizo garante de esos intereses a nivel mundial y consiguió fundir en un sólo y mismo movimiento los intereses del capital con los intereses políticos centrales o hegemónicos ante un escenario mundial desigual, recrudecido por el imperialismo en las ultimas décadas. Esa unidad, que no es más que la unidad entre la economía y la política imperialista, significó la profundización y ampliación de la monumental capacidad del capitalismo monopolista para controlar cada uno de los aparatos del Estado que ejercían una suerte de sobredeterminación sobre el mercado mundial, fundamentalmente, en coyunturas de crisis y agotamientos de modelos económicos globales. De manera que las herramientas políticas que tienen los Estados centrales para superar la crisis que asecha fuertemente sobre las condiciones históricas del capitalismo son, sencillamente, inexistentes, y sólo pueden ejercer una presencia precisa bajo estrategias que manifiesten un intenso antagonismo al neoliberalismo económico. Ciertamente, esta intencionalidad política no asoma como alternativa posible en ningún sector político de los países, mal llamados, desarrollados.
Por el contrario, del otro lado de la geografía mundial, América Latina asiste a un proceso de liberación que atraviesa cada una de las estructuras del Estado y el poder político. Puesto que las clases sociales en los países latinoamericanos se encuentran establecidas según la disposición de nuestros países en el escenario mundial, las fracciones políticas de la clase dominante, sometidas a las decisiones de la corporación política y la económica mundial, e incapaces de dirigir el desfallecido modelo neoliberal, fueron desplazadas del poder político central al calor de las luchas populares que sacudieron (y sacuden) a los países de la región. El Estado, no sólo resultó durante más de tres décadas (años 70, 80 y 90) un obstáculo para las fracciones más concentradas de la economía, sino que el equilibrio entre las fracciones dominantes fue fracturado ante la ferocidad del capital extranjero y las políticas de sometimiento imperialista. Ya hemos insistido demasiando de que, en los países dependientes del capital extranjero, los aparatos de dominación elementales están al servicio de los intereses extranjeros, lo cual genera en los hechos una renuncia sobre el control de los recursos naturales y, por consiguiente, el desencadenamiento de un proceso de liberalización o, mejor dicho, de “privatización”. El capitalismo imperialista no desarrolla una lucha contra las clases nativas para orientar un “capitalismo nacional” bajo el dominio de la burguesía nacional, sino que, por el contrario, le favorece defender los intereses de la burguesía terrateniente, de una oligarquía nativa en alianza con la burguesía comercial que asegure constantemente un modelo nacional, regional y periférico exportador de materias primas que, al mismo tiempo, asegure los intereses del capitalismo central. (No obstante, las burguesías nacionales, a pesar de acercarse a los intereses de las mayorías que procuran producir para el mercado interno, optan siempre por estar más cerca del imperialismo que de los intereses del proletariado y demás sectores sociales explotados, lo cual admite una mayor y compleja combinación del proceso histórico en los países dependientes).
Es por ello que el sentido teórico sobre el poder y el Estado en América Latina debe considerar estas cuestiones específicas para no caer en una abstracción teorizante que desconozca las particularidades sociales de nuestros países. Por lo mismo, queda de manifiesto que las alternativas de construcción política y la formulación de modelos cercanos al socialismo, no pueden proceder de los países centrales, del club de los países desarrollados. Más bien, es una construcción que le corresponde edificar a los países sometidos, a las mayorías populares y explotadas del mundo. El fantasma de la revolución –esta vez- recorre las tierras de América Latina.
Tal como intentamos analizar en los artículos anteriores (parte I y II del texto) la validez de Marx, Engels y Lenin sobre el Estado y las estrategias políticas del socialismo no pueden significar la formula exclusiva para la organización política, la estrategia y las tácticas en el mundo de hoy. El legado y las producciones científicas vigentes del marxismo deben servir para la comprensión del proceso de transformación latinoamericana, pero en convivencia con el pensamiento nacional y regional y en relación directa con los procesos sociales de nuestros países. La enseñanza de lo que sucede en la República Bolivariana de Venezuela es, además de una muestra auténtica del carácter creativo y original de la revolución, una demostración de la lucha por el poder y los aparatos del Estado que vislumbra el carácter profundo de la revolución y la estrategia política, atendiendo a sus propias composiciones socioeconómicas e históricas.
El Estado no puede ser distinguido como un mero instrumento manipulado a voluntad por las clases dominantes que debe ser destruido mediante una lucha frontal y exterior de las masas populares. No es el Estado un instrumento detentador de poder propio que pueda arrebatársele a la burguesía. Las contradicciones de clase no están situadas entre el Estado y las masas populares exteriores al Estado. La experiencia histórica y, fundamentalmente, la necesidad de un replanteo sobre el socialismo en América Latina y el mundo, demuestran que el Estado no es un instrumento aislado de las masas populares, sino más bien que sus luchas están presentes dentro del Estado y que sus aparatos e instituciones son el espacio privilegiado de los conflictos de clase. La vía al socialismo es un largo proceso en el cual la lucha de masas no apunta a la creación de un doble poder paralelo y exterior al Estado, sino que se aplica a las contradicciones internas el Estado para desarticular los mecanismos opresivos y abrir los canales de participación al poder popular. El poder consiste en una serie de relaciones entre las diversas clases sociales, concentrado por excelencia en el Estado, que constituye la condensación de una relación de fuerzas entre las diversas clases sociales. Tomar el poder del Estado significa desarrollar una lucha de masas que modifique la relación de fuerzas internas a los aparatos del Estado, que son el campo estratégico de las luchas políticas. Este largo proceso de toma del poder en una vía democrática al socialismo consiste en desarrollar, reforzar, coordinar y dirigir los centros de resistencia difusos de que las masas populares siempre disponen en el seno de las redes estatales, creando y desarrollando otros nuevos, de tal forma que estos centros se conviertan en los centros efectivos del poder real. Y modificar la relación de fuerzas internas del Estado no significa reformas sucesivas en una progresión continua, conquista pieza por pieza de una maquinaria estatal. Significa claramente un proceso de rupturas efectivas cuyo punto culminante reside en el basculamiento de la relación de fuerzas a favor de las masas populares en el terreno estratégico del Estado.
Las luchas populares atraviesan al Estado, están inscriptas dentro del Estado, lo cual explica la organización diferencial del ejército, la policía, la iglesia, las universidades o las diversas formas de organización social. Si nos trasladamos a la experiencia revolucionaria en Venezuela apreciamos de manera clara estas disputas. Las instituciones liberales burguesas del Estado han sido controladas por las elites dominantes, cuya fracción hegemónica es la burguesía dependiente, desinteresada de un desarrollo nacional, una justicia social o una mejor distribución del ingreso en pos del mantenimiento del status quo neoliberal, para su propio beneficio y del capital trasnacional. Estas instituciones capitalistas (sin pasar por alto la existencia de instituciones que mantienen una conducta señorial, feudal), han sido históricamente diseñadas y conformadas para el diseño de la hegemonía del capital. Esta estructura de poder es la que la revolución bolivariana está combatiendo a través de un modelo político que garantiza una participación efectiva de los sectores populares en los diferentes niveles económicos, políticos e ideológicos. La tarea del gobierno bolivariano es, justamente, crear los mecanismos que permitan la iniciativa del poder popular como elemento determinante para neutralizar los intereses aún dominantes del Estado. (Un ejemplo concreto es La Religión. Siguiendo las enseñanzas de Althusser, la religión es un Aparato Ideológico del Estado -“AIE”- utilizado por las clases dominantes para materializar su dominio ideológico de clase. Sin embargo, la religión está atravesada por una lucha de clases constante que nos habla de la presencia efectiva de sectores sometidos. La revolución bolivariana ha interferido en la lucha de clases en el seno de los aparatos religiosos, intentando despojar los intereses dominantes e interpelando a un Cristo revolucionario, un Cristo socialista e identificado ideológicamente con los intereses populares). Pero no nos apresuremos.
Cuando el movimiento nacional bolivariano ocupa el lugar estratégico de poder en el Estado, sus alianzas sostenidas con algunos sectores nacionales sufren alteraciones a medida que el fortalecimiento de las masas populares consigue mayores espacios de representatividad política. Ciertamente, los actores tradicionalmente dominantes pueden sostener sus intereses si esos espacios reproducen la institucionalidad del Estado burgués. Esto quiere decir que no basta con ocupar espacios de poder en el Estado sino que hay que generar una dinámica de participación popular dentro de esos espacios. La debilidad y la fortaleza de la revolución bolivariana se desenvuelven bajo esta disyuntiva. Debilidad, en tanto existen sectores políticos oportunistas y burócratas que bloquean los espacios de participación popular socialista. Fortaleza, en tanto este mismo bloqueo agitan ciertas contradicciones que permite profundizar el proceso revolucionario, sobre todo, porque Chávez estimula la conformación de redes de poder popular que tienen por objetivo intervenir en espacios comunales, políticos y nacionales cruciales para el desarrollo del socialismo. Quizás la originalidad y grandeza del proceso revolucionario en Venezuela, consista en que el poder y las instituciones del Estado son exigidos a estar supeditados a las bases de poder popular del movimiento. Cuestión esta que establece una fuerte lucha interna dentro del proceso revolucionario por la transformación o conservación de los aparatos del Estado y la abolición o reproducción de sus elementos opresivos.
También lo hemos analizado en artículos anteriores (Ejemplo: “Para un posicionamiento teórico latinoamericano: la rectificación del marxismo desde el zapatismo”, mes de Octubre, año 2009), que negar la importancia del poder del Estado y la posibilidad de construir un Estado no capitalista, para reivindicar como fenómeno exclusivo de construcción política a las autonomías populares, los movimientos de base, etc., fuera del poder y los aparatos del Estado, es dejar la esencia del poder capitalista intocable y condenar la lucha por el socialismo a conflictos focalizados y aislados. No obstante, una cuestión muy distinta es reivindicar un Estado centralizado en las jerarquías de poder socialista, y otra cosa es, como sucede en Venezuela, dar prioridad a la acción comunal como ejercicio dinámico de los sectores populares organizados. Esta manera de poner en concordancia la complejidad política del Estado en sus situaciones comunitarias, abre posibilidades políticas a nuevas contradicciones que son necesarias para el desarrollo de la lucha de clases. El socialismo en su primera etapa de desarrollo, siempre será inestable debido a las contradicciones internas que yacen dentro del movimiento. Por ello, en Venezuela existe la iniciativa popular desde abajo y un liderazgo que mantiene una vinculación directa con las masas. El proceso revolucionario bolivariano promueve la participación popular en todo nivel como manera de fracturar las relaciones existentes dentro del Estado. Estos aspectos de la lucha política reafirman la necesidad de conformar un Estado que se distancia del Estado socialista pensado por algunos sectores de la izquierda ortodoxa.
La alternativa que viene desarrollando el gobierno revolucionario, es la conformación de un Estado revolucionario de poder popular, como bien describe Diana Raby, que demuela las estructuras del Estado Burgués y procure resolver a favor del poder popular las contradicciones internas de la revolución en el seno del Estado. Es decir, un proyecto revolucionario que contempla, además de la intervención directa de las clases populares, la conquista de determinados espacios de poder en el seno del Estado, sin los cuales sería insostenible un ejercicio pleno de soberanía nacional y mayor justicia social. Venezuela vive una transformación del poder estatal que está consiguiendo asentar las bases de un poder popular. Esto significa, a su vez, que las relaciones en el seno del Estado cambian sus composiciones políticas y sociales. La revolución bolivariana ofrece nuevas posibilidades a las clases populares para luchar contra esas mismas instituciones. Esta construcción del socialismo bolivariano no se aplica desde las altas esferas del poder, sino a través de la construcción de nuevas relaciones que atraviesan el Estado en su conjunto. El Estado, como maquina de poder que interviene en la lucha de clases, involucra a las masas populares y sería ingenuo pensar que sus mecanismos de dominación no alcanzan a aquellos sectores que, incluso, están físicamente ausentes de determinados aparatos e instituciones. Sucede que la complejidad del armazón material e ideológico del Estado atraviesa cada una de las prácticas sociales. En consecuencia, afirmar que las organizaciones del poder popular no intervienen con su lucha a los aparatos del Estado puesto que se hallan en un proceso de construcción alternativo, no significa que sus luchas no desgarren a ciertos aparatos de poder. Por el contrario, las organizaciones del poder popular, sus nuevas formas de construcción y autonomía política, mantienen una relación -directa o indirecta- con el poder y los aparatos del Estado, aunque sus organizaciones no se encuentren insertas en las instancias tradicionales de poder. De lo que se trata es de influir, desde las bases del poder popular, en esas instancias de poder, eliminando la institucionalidad burguesa y construyendo en su seno nuevas instancias de poder sujetas a las necesidades populares.
Las clases populares participan en varios niveles: en primer lugar, al nivel más inmediato, a nivel de barrio, comunidad, etc., en las instituciones que son directamente relevantes para sus vidas diarias. En segundo lugar, a nivel local y nacional, en las instituciones y procesos que ellos consideran cruciales para mantener el poder político revolucionario. Las “misiones” desarrolladas por el Estado, es un ejemplo para comprender que el énfasis de la revolución es la participación popular en la planificación y administración de esos programas, en el empoderamiento y la organización popular. Pero para comprender las formas que asume la lucha de clases en el Estado y juzgar sobre las estrategias revolucionarias pertinentes, es indispensable ubicar estas cuestiones en el marco de la construcción de los movimientos nacionales de liberación.
EL MOVIMIENTO NACIONAL BOLIVARIANO BAJO EL SOCIALISMO
Enfrentarse al poder económico de la oligarquía y el imperialismo, necesitó, como explicábamos arriba, de una alianza estratégica. Una alianza que es propia de la composición policlasista de los movimientos nacionales de liberación enfrentados al imperialismo. Una alianza entre las empresas del Estado, la economía asociativa, el sector no monopolista del capital nacional, la pequeña y mediana empresa, los sectores populares. En términos sociopolíticos, esto significa construir un bloque social revolucionario. Para muchos marxistas, tal visión es percibida como inviable en la era del imperialismo contemporáneo porque incluye la noción de una alianza con el capital nacional, ya que este se considera agotado o totalmente subordinado a intereses transnacionales. Sin embargo, la debilidad de tales estrategias en el pasado radica, entre otras cosas, en que estuvieron subordinadas políticamente a partidos burgueses y a condiciones históricas desiguales. En Venezuela, los capitalistas nacionales que colaboran con el proceso bolivariano lo hacen de acuerdo a los términos impuestos por el gobierno revolucionario. Esto no significa que tales intereses capitalistas no intenten distorsionar los proyectos para socavar el proceso en marcha, razón por la cual existe una constante batalla política dentro de las instituciones de la revolución. Es por esta razón que el tema del control popular democrático es de suma importancia y Chávez lo repite constantemente. Esto también significa que la economía social o asociativa debe ser constantemente reforzada y promovidas por el Estado para que no estén subordinadas a los intereses capitalistas.
Estas alianzas, que necesariamente debían establecer las fuerzas chavistas con algunas fracciones del capital nacional para conquistar nuevos espacios de poder, no tardaron en fracturarse cuando fueron atacados los intereses económicos históricamente reservados para el imperialismo. De manera que las estructuras del Estado pasaron a ser un lugar de intensa lucha entre los sectores populares del chavismo y las fracciones dominantes. Incluso, fracciones que logran reproducir el sistema dominante sin su presencia específica dentro de las instituciones y aparatos del Estado porque cuentan con los actores políticos aliados de la revolución que no interpelan efectivamente a las masas populares. Al fracturase estas alianzas que mantenían los sectores populares con la burguesía nacional, estas transformaciones dentro del Estado alzaron las banderas del socialismo. Un socialismo particular.
Es un socialismo particular porque es un socialismo apoyado en un programa nacional-democrático. Un socialismo que es asumido bajo las banderas de la liberación nacional, es decir, concretando los objetivos nacionales-democráticos (muchos de esos objetivos, parte del proyecto de las burguesías nacionales: independencia nacional, soberanía popular, justicia social, desarrollo de las fuerzas productivas) a la vez que abre los caminos hacia el socialismo. Las limitaciones y fisuras que poseen estas alianzas en el seno de los movimientos nacionales, como lo demuestran todos los movimientos históricos de liberación nacional en América Latina, se deben en gran parte a las contradicciones internas del movimiento que las luchas sociales y nacionales motorizan cuando existe un mayor confrontamiento frente a las condiciones dependientes del capitalismo y el imperialismo. Y aquí una conclusión que podemos extraer de la experiencia inmediata de Venezuela: Todo movimiento que involucre la unidad nacional debe estar dispuesta sobre la base de la absoluta independencia del proletariado (o las clases populares) y sobre el aviso de que la burguesía no luchará verdaderamente contra el imperialismo y no tardará en aliarse con él contra el mismo proletariado. “La única condición –ha dicho Trotsky- de que todo acuerdo con la burguesía, acuerdo separado, limitado, práctico, adaptado a cada caso, consiste en no mezclar las organizaciones”. Todo frente nacional que lucha contra el imperialismo reúne, necesariamente, una alianza entre las burguesías nacionales y los proletariados emergentes y excluidos, es decir, un frente entre los sectores nacionales oprimidos por el capitalismo mundial. “Teniendo en cuenta que el capitalismo extranjero no importa obreros, sino que proletariza a la población nativa, el proletariado en nuestros países comienza bien pronto a desempañar el papel más importante en la vida de la nación. En estas condiciones, los Estados Nacionales, en la medida en que procure resistir al capitalismo extranjero, está obligado en mayor o menor grado a apoyarse en el proletariado”.Ahora bien: “Golpear juntos, marchar separados”, frase que podemos readaptarla a la experiencia en Venezuela. La conformación de un movimiento de unidad nacional que coloque como eje político los intereses de la clase trabajadora y las masas populares lanzadas contra el imperialismo y el capitalismo es una consigna de la revolución bolivariana.
Si avanzamos un poco más en el análisis, podemos notar como el líder de la revolución ha logrado sostener la unidad del proceso político y social revolucionario sin ceder débilmente a las fracciones oportunistas que se hallan aún insertas dentro del proceso, aunque no obstante, la presencia específica de estos sectores significa un verdadero obstáculo para consolidar la revolución. Si comparamos la composición policlasista que poseen otros movimientos nacionales, podemos llegar a la conclusión de que muchos líderes empeñados en mantener la unidad del movimiento renunciaron al proyecto socialista y limitaron el alcance del poder popular (podemos tomar como ejemplo al Peronismo histórico en la Argentina). Lo que advertimos en Venezuela, por el contrario, es que es una unidad donde el equilibrio de las partes que integran el movimiento revolucionario está dado por la capacidad de transformación y trasgresión al sistema capitalista. Es decir, es un equilibrio inestable que se sostiene en función de los avances hacia el socialismo. En el caso del peronismo, la unidad adoptada por Perón era entre clases sociales antiimperialistas que incluían fuertemente a sectores de la burguesía nacional e industrial, cuyo contexto histórico imponía forzosamente esa necesidad. La unidad nacional adoptada en el movimiento bolivariano liderado por Chávez es entre los sectores populares antiburgueses y bajo una esfera política hegemonizada políticamente por la izquierda nacional y popular. (La existencia de sectores burgueses dentro del proceso no significa que reproduzcan los intereses del capitalismo dependiente a nivel nacional y transnacional).
Asimismo, esta unidad depende para subsistir y sostenerse, de espacios concretos de poder. En el peronismo, el poder popular no alcanzó a manifestarse por sí mismo porque el movimiento no logró superar las condiciones capitalistas estructurales, lo que originaba una dependencia de las masas populares hacia las realidades capitalistas económicas y el Estado Burgués. De hecho, la columna vertebral del movimiento peronista, los trabajadores, fue políticamente canalizada por los sindicatos insertos jerárquicamente en estructuras putrefactas del Estado Burgués. Con Perón, el movimiento era equilibrado de manera que sus contradicciones eran controladas. El General ejercía un control político determinante sobre aquellos elementos que podían conducir al movimiento a mayores alcances revolucionarios. En el Chavismo, ese poder y esos espacios de poder son abiertos según las condiciones de lucha anticapitalistas. Chávez, más bien deja que esas contradicciones libren su batalla política, lo cual termina radicalizando aún más el movimiento hacia los cauces del socialismo. De esta manera, las contradicciones y peleas que se libran dentro del proceso permiten un avance, una mayor radicalización y una dinámica frecuente de sucesos que otorgan energía a la revolución. Lo que Chávez intenta hacer es estimular y orientar al movimiento sin muchas restricciones por parte del Estado o partidos burocráticos que terminen distorsionando la vida de la revolución. Es decir, servir de orientación central para garantizar que la burocracia efectúe sus funciones esenciales sin suprimir la iniciativa popular. Es la dinámica de las luchas y las organizaciones populares, vinculadas al liderazgo revolucionario nacional, lo que acaba por ser decisivo en esta contradicción interna del movimiento.
En este sentido, la identidad coherente entre el socialismo, el marxismo y el pensamiento nacional y latinoamericano como banderas de lucha contra el imperialismo fueron aspectos que no se encontraban en la ideología inicial del movimiento bolivariano, pero que se solidificarán en el momento y en la manera en que la dinámica de las luchas y el desarrollo de la conciencia popular así lo exigieron. Lo cual, indiscutiblemente, no invalida aquellos orígenes revolucionarios del chavismo en Venezuela y de otros procesos históricos en América Latina, como lo fue el mismo Peronismo. No tiene sentido hablar, en la apertura inicial de cualquier proceso de transformación nacional que se proponga la lucha contra el imperialismo y la oligarquía dominante, de tareas burguesas o socialistas de manera rígida y crucial: cualquier medida seria que promueva la democracia participativa, la independencia nacional, la justicia social, etc., es tendencialmente anticapitalista y solo puede perdurar en la medida que en que el régimen revolucionario popular consolide su poder.
LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA O CONTRAHEGEMÓNICA
Siguiendo esta línea de análisis en el marco del movimiento nacional bolivariano, advertimos que el proceso de transformación estructural del Estado en Venezuela colocó en el centro del debate la construcción del socialismo por medios democráticos y revolucionarios, es decir, un debate que cambió de terreno las estrategias políticas que pueden conducir al socialismo. La revolución bolivariana ha intentado demostrar a lo largo de sus 10 años de existencia, que el poder y la lucha contra el capitalismo y el imperialismo no puede centrarse en arrebatarle de un plumazo el poder hegemónico a la burguesía para ejercer la dictadura del proletariado. Más bien, el proceso revolucionario de Venezuela ha desenmascarado un combate complejo hacia la hegemonía capitalista que no se reduce a meras estrategias políticas jerárquicas, en tanto la lucha por el socialismo implica un proceso de transformación efectivo en todos los terrenos “estratégicos” del Estado. Por eso, el llamado insistente de Chávez es a impulsar y desarrollar la revolución pacífica o democrática, entendiéndolo como un proceso de revolución contrahegemónico dispuesto a demoler el Estado burgués a partir de la acción directa de los sectores populares en espacios concretos de poder.
La tradición marxista concibe al Estado como aparato represivo, una “máquina” de represión que permite a las clases dominantes asegurar su dominación para someter a la clase obrera al proceso de extorsión de la plusvalía. Esta “descripción” teórica abarca sólo lo esencial del Estado. Un Estado de clase existente en el aparato represivo. La dictadura de la burguesía. No obstante, los sucesos históricos en el mundo dejaron en claro que la firmeza del capitalismo trasciende esos dominios puramente represivos y administrativos, y que la superación del capitalismo bajo gobiernos revolucionarios depende de la madurez de la lucha de clases al interior de cada una de las instancias sistémicas (tenemos el ejemplo de la revolución bolchevique donde aún después de la revolución de 1917, gran parte del aparato de Estado siguió en pie luego de la toma del poder del Estado). Como consecuencia, para producir una superación de esta teoría descriptiva, esencial pero limitada de la teoría marxista, se hizo necesario distinguir entre el poder de Estado y aparato de Estado. El poder de Estado es entendido como aquel poder concentrado por excelencia en las funciones de gobierno (parlamento, poder ejecutivo, etc.), mientras que el aparato de Estado hace referencia a la estructura represiva compuesta por las fuerzas públicas del orden (ejercito, policía, etc.). La importancia estratégica consistía entonces en tomar por asalto el poder del Estado para disponer de la estructura del aparato represivo vuelto contra las clases dominantes de la burguesía. El reduccionismo teórico de esta posición política estratégica, reduce la capacidad y las fuerzas que posee el capitalismo e invalida la importancia de las luchas de clases dentro de los apartaos e instituciones del Estado.
En el marco del proceso rectificador del marxismo, algunos teóricos como Gramsci, Althusser o Poulantzas, entendieron que el predominio del capitalismo no es posible sin una complejidad de instancias y niveles socioeconómicos y políticos de dominación. Esta posición indica que el modo de producción capitalista asume una composición superestructural diversa y dinámica que proporciona no sólo el mantenimiento de las relaciones de producción existentes, sino también un desplazamiento de la lucha de clases al campo de la política y la ideología. La gran obra de Althusser sobre los Aparatos Ideológicos del Estado presenta una posición al respecto. La pluralidad de aparatos ideológicos del Estado que fortalecen la dominación de clase, no sólo funciona dentro de los márgenes públicos del Estado, sino además pertenece al dominio privado, tan visible en nuestros países sometidos por el capital privado transnacional (medios de comunicación, Iglesia, Escuelas, etc.). Estos aparatos represivos e ideológicos del Estado son el lugar de una lucha de clases que no puede limitarse a la lucha por el poder del Estado.
Resumidamente, podemos decir que la dominación política de las clases dominantes es ejercida mediante el poder del Estado y a través de los aparatos de represión (fuerza coercitiva) y los aparatos de sujeción político e ideológico (fuerza ideológica). Ambos aspectos de la dominación, en el capitalismo, conforman el tejido hegemónico de poder para asegurar el predominio económico y el consenso social de la burguesía sobre las clases oprimidas. Ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en forma duradera sin ejercer al mismo tiempo su hegemonía sobre y en los aparatos represivos e ideológicos. Ciertamente, cada aparato de dominación no excluye la convivencia mutua de ambas fuerzas en su interior (la fuerza represiva o coercitiva y la fuerza política o ideológica), pero estas fuerzas mantienen una preeminencia de los elementos coercitivos o ideológicos según los aparatos y procesos de dominación específicos. Por ejemplo, el Aparato Represivo Policial: si bien funciona mediante fuerzas represivas (las armas, la represión, el control agresivo, etc.) e ideológicas (formación de cuadros, adiestramiento, servicios de inteligencia, enseñanza jerárquica, etc.), son los factores coercitivos o de fuerza represiva los determinantes para su dirección. El Aparato Ideológico Escuela: si bien actúa a través de las fuerzas represivas (sanciones, exclusiones, selección, etc.) e ideológicas, sus elementos o factores cruciales para su funcionamiento se asientan sobre la ideología.
Pero decíamos que ambos aspectos de dominación hacia las clases populares integran el tejido de poder político de la burguesía. Las clases dominantes han establecido su hegemonía histórica por medio de la articulación entre ambos aparatos opresivos: la fuerza coercitiva y la fuerza ideológica. Ahora bien, en un sistema de democracia burguesa, el aparato de dominación predominante, influyente y eficaz por excelencia es el aparato de sujeción político e ideológico, lo cual no quiere decir que se anule la presencia activa y dinámica del aparato coercitivo. Los grupos económicos dominantes en el capitalismo consiguen extraer el plusvalor de la fuerza de trabajo (de los trabajadores) debido al control que poseen sobre los medios de producción, obligando al productor directo, desposeído de sus herramientas y medios de trabajo, a transformarse en trabajador asalariado. El salario representa solamente la parte del valor producido por el gasto de la fuerza de trabajo, indispensable para su reproducción; aclaremos, indispensable para reconstituir la fuerza de trabajo del asalariado, e indispensable para criar y educar a los niños en que el proletario se reproduce como fuerza de trabajo. Sin embargo, esta reproducción de dominación tiende a asegurarse, cada vez más, fuera de la producción, por medio del sistema educativo capitalista y de otras instancias e instituciones. La condición de la dominación de la burguesía no sólo radica en el control económico y la reproducción de la fuerza de trabajo, sino también en el sometimiento de las clases populares a la ideología dominante. Esta ideología se materializa en diversos aparatos, es una ideología de clase. En consecuencia, el aparto judicial, el poder judicial o la raigambre material de las leyes no deben minimizarse como condición de dominación efectiva de las clases dominantes. El poder judicial juega en el entramado social un papel muy importante: defender los intereses de las clases dominantes como sistema de justicia imparcial, es decir, colocándose por encima de las contradicciones sociales inmediatas para intervenir en su lucha como espacio neutral. Evidentemente, la justicia y la ley moderna en una sociedad de clases no puede ser jamás un sistema imparcial y sólo puede cumplir un papel de justicia social en la medida que los sujetos políticos contemplen de manera incondicional los intereses de las clases oprimidas.
El imperialismo ensaya como sistema superior de dominación semicolonial para los países de América Latina el sistema de democracia burguesa. Dicho sistema, responde a intereses de clase que reproducen de manera extensa y persistente los aparatos ideológicos del Estado al servicio del sistema colonial. Reproduce las instancias de control hegemónico sobre la sociedad. Volcando este análisis a los procesos políticos nacionales en la región, advertimos que existe una diferencia acentuada entre los procesos de dominación ejercidos por medio de la violencia y aquellos procesos de dominación ejercidos pacíficamente por medio de la democracia burguesa, en cuanto a las efectividades de la construcción hegemónica por las clases dominantes y el capitalismo. Las dictaduras que conquistaron el poder político en algunos países de la región y ejecutaron los planes de genocidio bajo el patrocinio de las potencias mundiales, demostraron posteriormente el fracaso de las clases dominante nativas para perpetuar establemente los intereses hegemónicos. Por un lado, este fracaso se debió (y se debe) a la falta de un control efectivo fuera de los márgenes represivos, lo cual ratifica la intransigencia de los modelos dictatoriales. Por otro lado, condujo a una marcada ausencia del necesario consenso social de las clases dominantes ante la resistencia popular, es decir, la dificultad de sujetar a los sectores oprimidos a la hegemonía dominante. El capitalismo en América Latina, sólo ha podido consolidarse fuertemente gracias a la afirmación de la ideología dominante sobre la pluralidad de aparatos e instancias que la democracia burguesa brinda al respecto. Aclaremos: si bien el capitalismo puede reproducirse sin democracia, el capitalismo no puede consolidarse como sistema hegemónico sin democracia.
Esto nos lleva, irremediablemente, a considerar el poder del capitalismo y a reconsiderar las estrategias de construcción socialista en América Latina. Las revoluciones populares históricas de América Latina que alcanzaron el poder político y plantearon la construcción del socialismo, no fueron ajenas a la problemática del poder en cuanto a las estrategias de construcción contrahegemónicas. La revolución como dictadura del proletariado fue (y es) planteada por algunos intelectuales como la única vía posible para el triunfo del socialismo. Apuntaba a tomar el “poder del Estado” y, desde allí, tener el control del aparato represivo y sus instancias dominantes para reprimir a la burguesía y abolir la propiedad privada radicalmente. De esta manera, no sólo se ignora la construcción del socialismo en el seno de los aparatos del Estado, sino que además, se cae en el fracaso mismo de las clases dominantes burguesas para producir hegemonía efectiva bajo métodos violentamente insostenibles. Por el contrario, la “revolución democrática o pacífica” que plantean los procesos actuales, considera la lucha hegemónica en todos los aparatos y trincheras del capitalismo. El hincapié sobre la democracia toma características netamente distintas que la democracia burguesa. No tiene un significado de representación institucional liberal, sino asociada con los derechos colectivos, la justicia social y la construcción de poder popular.
Tomar el poder por etapas es un proceso plagado de dificultades y resultaría ingenuo pensar que se trata de un proceso pacífico. La revolución siempre tiene tensión y confrontación y ciertamente una serie de rupturas que serán violentas. No obstante, la acumulación de fuerzas populares y de poder político popular en el seno de la complejidad política, abre el camino para un socialismo de alcance hegemónico, cuyos paradigmas socioculturales e ideológicos y bajo la presencia del Estado en la economía son determinantes para la superación efectiva del capitalismo. El proceso de revolución pacífica o democrática de Venezuela aspira a socavar el sistema de poder establecido, concentrado en las formas del Estado burgués, a través de un proceso de cambio estructural que modifique no sólo la correlación de fuerzas a favor de las masas populares sino que destruya la capacidad ideológica del capitalismo para descolonizar los elementos opresivos del capitalismo.
En este sentido, la construcción del poder popular no solo establece las bases económicas, políticas y sociales del nuevo Estado Comunal, sino que es el lugar que marca una ruptura con las formas de organización social existentes. Este nuevo poder popular asienta las bases del nuevo Estado socialista. Si bien esta construcción de un nuevo Estado, de una nueva maquinaria socialista de poder popular debe necesariamente sostenerse sobre nuevas relaciones económicas, pues son las nuevas condiciones económicas socialistas las que van a brindar una coyuntura posible para desbaratar al Estado burgués y resolver a favor de las masas las contradicciones internas de la revolución, el factor ideológico adquiere una importancia primordial debido a los niveles de colonización ideológica a los que están expuestos los sectores nacionales.
“La nueva sociedad nace contaminada de la vieja sociedad”, ha dicho Marx. Pues bien, Chávez ha expresado en reiteradas ocasiones que en “Venezuela se están dando las condiciones para generar una conciencia sobre esa contaminación”. Es que el capitalismo se ha naturalizado como sistema de vida. Nuestras sociedades son sociedades de clase, de clases y sectores poseedores de los medios de producción y de clases y sectores desposeídos de esos medios de producción. No obstante, ambas clases sociales son producto del capitalismo y ambas tienen una dependencia ideológica que reproduce las relaciones sociales existentes. La emergencia y conformación de los consejos comunales, organizaciones de poder popular y acciones concretas de transformación sociocultural son un claro ejemplo de lo que sucede en Venezuela en cuanto a la afirmación de una nueva conciencia revolucionaria. Los consejos comunales socialistas se componen, básicamente, de 5 frentes: el frente moral, el frente social, el frente político, el frente económico y el frente territorial. El frente moral es necesariamente un elemento decisivo para la construcción del socialismo porque no sólo desmenuza los niveles de colonización ideológico que pueden distorsionar la dinámica económica y política colectiva, sino además porque rompe con una estructura asistencialista de los recursos dirigidos por el Estado.
La explosión de una conciencia revolucionaria en Venezuela, expresada en el frente moral, traduce una fuerte oposición al determinismo o economicismo marxista. Pero fundamentalmente, es una conciencia social apoyada sobre nuevas condiciones políticas y económicas, a su vez que se identifica fuertemente con un gobierno revolucionario que promueve los valores revolucionarios de manera plena. Es una conciencia de gran fortaleza e impulso, un motor constante que se sostiene sobre las bases de construcción popular, de poder popular. Pero esta conciencia revolucionaria, este nuevo frente moral, sólo puede sostenerse porque encuentra canales de expresión y canalización en las organizaciones y movimientos sociales, en el poder popular. Estamos en presencia de una conciencia revolucionaria que no tiene referencia en los acontecimientos políticos específicos o en los discursos ideológicos impuestos desde el poder y la jerarquía política socialista, sino en las innumerables organizaciones sociales que respaldan la revolución.
Para las clases populares, la revolución es parte de su identidad de clase, y el socialismo el destino inmediato que las masas buscan a su manera. No obstante, el socialismo no se aplica desde las altas esferas del poder, sino a través de la construcción de nuevas relaciones sociales dadas en torno a los aparatos e intereses que atraviesan el Estado en su conjunto, cuyas herramientas políticas son utilizadas a favor de un Estado Nacional soberano que resguarde los intereses populares de toda agresión económica, política e ideológica de las clases dominantes nativas, el imperialismo y las fuerzas ideológicas contrarrevolucionarias de la izquierda cipaya latinoamericana. De esta manera, quizás, estemos en presencia de una revolución que procura rescatar al Estado para las clases populares, un Estado en vías de extinción.
Por Diego Tagarelli
Breve Bibliografía Consultada:
Diana Raby (2008) “Democracia y Revolución: América Latina y el Socialismo hoy”. 1ª Edición. Editores Latinoamericanos. Venezuela.
Poulantzas, Nicos (1985) “Las clases sociales en el capitalismo actual”. 8 ed. Editorial SIGLO VEINTIUNO, Buenos Aires.
Poulantzas, Nicos (1979) “Estado, Poder y Socialismo”. 1ª Edición. España.
Althusser, Louis, (2003) “Marx dentro de sus límites”. 1 ed. Editorial AKAL, Madrid.
Galasso, Norberto: (1991) “Liberación Nacional, Socialismo y Clase Trabajadora”. Ed. Ayacucho, Buenos Aires.
Chávez, Hugo: Presidente de la República Bolivariana de Venezuela (discursos varios).
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