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La economía libre y el estado fuerte:

Algunas notas sobre el Estado

Werner Bonefeld

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I
"El neoliberalismo encontró su final definitivo con la crisis que estalló en 2008" (Ceceña, 2009, p. 33).


Convencionalmente se ha considerado que el neoliberalismo emerge como consecuencia de la profunda crisis a principios de la década de los 1970. Para Altvater, por ejemplo, "comenzó con el fin del sistema de cambio fijo de Bretton Woods en 1973 y la subsiguiente liberalización de los mercados financieros en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher" (2009, p. 73). Así, el neoliberalismo se identifica con un régimen capitalista específico de acumulación, caracterizado por el predominio del capital financiero por sobre el capital productivo1. Comúnmente se asocia el neoliberalismo con un Estado débil que es incapaz de resistir las fuerzas del mercado. El Estado neoliberal funciona como un estado facilitador del mercado.

Se dice que el régimen neoliberal de acumulación habría terminado en el 2008 cuando la industria bancaria ‘no duda en "traer de vuelta al Estado", y hasta de un manera más radical que en los tiempos keynesianos’. Una vez que el Estado regresa, el capitalismo neoliberal se transforma en una ‘especie de “socialismo financiero” ‘(ibid., p. 79, citando a Sennett). Este socialismo socializa las pérdidas financieras, garantiza la ‘deuda tóxica’ y asegura las ganancias privadas, y con el fin de equilibrar los libros de contabilidad, ataca las condiciones. Significa una gigantesca redistribución de la riqueza desde el trabajo al capital. El socialismo financiero ilustra bien la noción de Marx sobre el estado capitalista comparándolo a un comité ejecutivo de la burguesía. Sin embargo, ¿Qué es lo que significa ‘traer de vuelta al estado'? ¿Fue realmente dejado ‘fuera’ durante el llamado régimen neoliberal de acumulación?

La noción de que el Estado ha sido "traído de vuelta" sugiere un estado resurgente, que ha recuperado hasta cierto punto el control sobre el mercado. Esta visión implica una concepción de mercado y estado como dos modos distintos de organización social, y la pregunta recurrente acerca de tal concepción es si acaso el mercado tiene autonomía vis-à-vis del estado o el estado vis-á-vis del mercado. La constitución social de estado y mercado como formas distintas de relación social no se resalta. Siguiendo a Clarke (1992) el artículo argumenta que el estado capitalista es fundamentalmente un estado liberal. Esta concepción supone a la clase como la categoría determinante de su forma y contenido.

II
"Lo que se necesita es... fuerza coercitiva honesta y organizada" (Wolf, 2001).

Por más distinta que haya sido la respuesta política a la crisis del 2008, el aparente surgimiento del neoliberalismo durante la década de los 1980 no implicó un estado débil. Causó un ‘estado fuerte’. El libro de Andrew Gamble acerca del período de Margaret Thatcher fue apropiadamente titulado "La economía libre y el estado fuerte”, haciendo clara referencia a la concepción ordo-liberal de la relación entre el estado nacional y la economía mundial.2 Susan George (1988) caracterizó la década de los 1980 como el periodo en que se privatizó todo, excepto las pérdidas, que fueron socializadas a través de las deudas cautivas y el mercado de trabajo represivo y las reformas al Estado de bienestar. Ernest Mandel (1987) caracterizó la economía política de los 80 como el ‘keynesianismo militar’, un keynesianismo que refinanció el sistema financiero al borde de la entonces crisis del deudor y del descubrimiento de la deuda mala. Su rescate tomó la forma de financiamiento del déficit global pro-cíclico basado en el dólar de EEUU, la expansión del complejo industrial militar, la privatización y la desregulación financiera. El keynesianismo militar buscó balancear los libros sacando dinero del bolsillo de los trabajadores y creando condiciones de ataque. La redistribución de la riqueza desde el trabajo hacia el capital fue tal que a principios de la década de 1990 ‘alrededor de dos terceras partes de la población mundial había obtenido poca o ninguna ventaja sustantiva del rápido crecimiento económico. En el mundo desarrollado el cuartil más bajo de ingresos fue testigo de un hilo hacia arriba y no un goteo hacia abajo’ (Financial Times, 24 de diciembre de 1993). Desde entonces este cuartil se ha expandido para incluir a más de la mitad de la población mundial, creando una brecha sin precedentes en los ingresos, a nivel nacional como a escala mundial (véase Glyn, 2006).

El "keynesianismo militar" sustentó al capitalismo sobre la base de una acumulación de riqueza potencialmente ficticia. La deuda se expandió a tal grado, que según el Financial Times (27 de septiembre, 1993) el FMI temió a principios de 1990 que la amenaza de la deuda se estaba moviendo hacia el norte. En estos días es la acumulación de la deuda del primer mundo, y no la crisis persistente de África la que acosa el sueño de los funcionario del FMI’. Frente a las recurrentes crisis desde 1987, 3 y los variados temores del mercado de valores, EEUU emergió como el país deudor más grande. Magdoff et al. (2002) argumentaron que para el 2002, la descollante deuda privada era dos y un cuarto veces el PIB, mientras que la deuda total pendiente- la privada más la del gobierno – era cercana a tres veces el PIB. El gasto deficitario sostenía una economía global que se hizo completamente dependiente de una montaña de deudas.

A lo largo de los últimos 30 años, la acumulación de riqueza potencialmente ficticia en la forma de dinero, M... M', más el control coercitivo del trabajo, desde deudas cautivas a nuevos cierres, de la desregulación de las condiciones a la privatización del riesgo han permanecido juntos. En el contexto de la economía mundial plagada de deudas y amenazada por el colapso de la deuda, Martin Wolf argumentó que la garantía del capital global requería estados más fuertes. Como él mismo dijo en relación con el llamado Tercer Mundo, ‘lo que se necesita no son aspiraciones piadosas, sino una fuerza coercitiva honesta y organizada’ (Wolf, 2001). En relación al llamado mundo desarrollado, Soros (2003) argumentó, correctamente, que el terrorismo proveía no sólo una legitimación ideal, sino que también al enemigo ideal para la protección coercitiva sin trabas de las relaciones de libre mercado
dominadas por deudas ‘porque es invisible y nunca desaparece’. La premisa de una política de deudas es la acumulación continua de ‘máquinas humanas’ en las pirámides de acumulación. Su afán ciego para el saqueo requiere de una fuerza coercitiva organizada para sostener la gigantesca hipoteca sobre los ingresos futuros en el presente. La exigencia de Wolf de un estado fuerte no oculta el neoliberalismo. El neoliberalismo no demanda debilidad del estado. El laissez faire no es ‘una respuesta a los disturbios’ (Willgerodt y Peacock, 1989, p. 6). De hecho, el laissez-faire es ‘una altamente ambigua y engañosa descripción de los principios sobre los que se basa una política liberal’ (Hayek, 1976, p. 84). Es decir, el estado neoliberal esta ‘planificando para la competencia’ (ibid., p. 31), y por lo tanto no puede haber libertad de mercado sin ‘una política de mercado’ (Rüstow, 1942, 289). De este modo, para los neo-liberales existe una ‘conexión innata entre economía y política’ (Friedman, 1962. P. 8): el libre mercado no sólo requiere un estado fuerte facilitador del mercado, sino que también depende del estado como la fuerza coercitiva de esa libertad.

Y ahora, ostensiblemente, el neoliberalismo ha llegado a un abrupto final cuando ‘los mercados financieros implosionaron, causando enormes pérdidas de más de EE.UU 1.4 trillones’ en agosto de 2008 (Altvater, 2009, p. 75). Surgiendo de sus cenizas es ‘la nueva era del postsneoliberalismo’ (Brandt y Sekler, 2009, p. 12). El postneoliberalismo es la respuesta a ‘los impactos (negativos) del neoliberalismo’ (ibid., p. 6) y dicen que su modo específico de organización es aún confuso. Podría oscilar desde una social-democracia a una dictadura militar, y desde el keynesianismo radicalizado a la militarización de las relaciones sociales. Cualquiera sea su modo preciso de organización, en su base el postneoliberalismo es un rechazo del capitalismo financiero. El 'postneoliberalismo' es llevado por las fuerzas sociales que demandan un retorno a un crecimiento económico sostenido real (cf. ibid. Pp. 11-12). El espectro de la era venidera aparece por consiguiente en la forma de un estado ‘postneoliberal’ fuerte y capaz que hace del dinero su sirviente, poniéndolo a trabajar para el crecimiento y el empleo.4 El estado postneoliberal es de este modo concebido como un estado poderoso que regula el mercado con una fuerte autoridad estatal en favor de la acumulación productiva progresiva, creando empleos y riqueza.

III
‘La superestructura es la expresión de la infraestructura’ (Benjamin, 1983, pp. 495-6)

Marx introduce su metáfora sobre la base y la superestructura diciendo que su investigación lo llevó a la comprensión de que la ‘suma total de [las] relaciones de producción constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social‘ (1981, p. 8). Dejando a un lado la propia comprensión que Marx tiene de su trabajo como una crítica de las categorías económicas (ibid., p. 10), y con ello la objetividad económica misma de la que se supone que surge la superestructura, su metáfora dice que la forma política de la sociedad burguesa, el Estado, pertenece a la sociedad de la cual surge. Dicho crudamente, el objetivo del capital es acumular la plusvalía extraída, y el Estado es la forma política de este propósito.

La afirmación de Marx de que la metáfora base/superestructura es el resultado de su investigación es imprecisa. Su origen está en la economía política clásica. William Robertson (1812/1890, p. 104) resume la postura clásica bien: ‘en cada investigación relacionada con el funcionamiento de los hombres cuando están juntos en sociedad, el primer objeto de atención debería ser su modo de subsistencia. Por consiguiente en tanto que aquélla varíe sus leyes y política deben ser diferentes’. Adam Smith proveyó la postura clásica. Su teoría de la historia es notable no sólo por el énfasis dado a las fuerzas económicas que se abren camino a través de la historia hacia la ‘sociedad comercial’. También es notable por el argumento de que en cada etapa histórica, la forma política de la sociedad, sea concebida en términos de autoridad o jurisdicción, necesariamente fluye de las formas de propiedad. Para Smith, la propiedad privada es la consecuencia del desarrollo de la división del trabajo. Esto da lugar a la creciente diferenciación social de la sociedad en distintas clases sociales, y su extensión aumenta el excedente social, la que conduce a la expansión de la propiedad privada. Esta expansión sienta las bases para la separación entre sociedad civil y Estado en el capitalismo.

Smith define el Estado como la forma política de la propiedad privada y deriva el propósito del estado de las necesidades de la propiedad privada. El estado está para proteger, mantener y facilitar la ley de la propiedad privada. Smith especifica una serie de funciones estatales indispensables. Además de defender el país contra las amenazas externas, debe proveer una administración de justicia exacta a fin de resolver los conflictos de intereses entre los propietarios. Para él, ‘la justicia... es el principal pilar que sostiene todo el edificio’ (1976b, p. 86). Protege los derechos del individuo a la libertad y a la propiedad, garantizando el marco de la sociedad civil. El estado es también indispensable para proveer bienes públicos que son requeridos para el funcionamiento del mercado, pero los cuales no pueden ser provisto por el mercado mismo debido a su falta de rentabilidad (véase Smith, 1976a, p. 723). Aún más, el Estado está a cargo de facilitar la ley de la propiedad privada, por ejemplo, mediante la eliminación de varios obstáculos institucionales y legales, y de enfrentar aquellos intereses privados que impiden la perfecta libertad del mercado. Esta responsabilidad involucra también al estado en lograr la ‘baratura de los abastecimientos’ (Smith, 1978, p. 6), facilitando el desarrollo progresivo de la acumulación sobre la base de un incremento de la productividad laboral.

El presenta la lucha de clases entre capital y trabajo argumentando que ‘el salario común del trabajo depende en todo lugar del contrato entre las dos partes, cuyos intereses en ningún caso son los mismos’. Es decir, ‘el obrero desea obtener lo más posible y los patrones de dar lo menos posible. Los primeros están dispuestos a combinar con el fin de aumentar el salario del trabajo, y el último con el fin de reducirlo’ (Smith, 1976a, p. 83). En esta lucha, los patrones tienen la ventaja porque son ‘menos numerosos, pueden combinar mucho más fácilmente ... [ellos] pueden vivir por más tiempo con las provisiones que ya han adquirido’ (cf. ibíd., Pp. 83-4) y los trabajadores podrían ‘morir de hambre’ (Ibíd., p. 85). Que se rebelen los trabajadores es comprensible, dado que ‘ellos están desesperados’ (ibid., pp. 84-5). Sin embargo, su acción es absurda porque ‘los obreros rara vez obtienen alguna ventaja de la violencia de esas combinaciones tumultuosas’ (ibid., p. 85).

Según Smith la resolución del conflicto de clase sólo puede residir en la determinación de los verdaderos intereses de los trabajadores, y el verdadero interés reside en la acumulación progresiva sostenida. ‘Los trabajadores hacen bien en no luchar, porque con el aumento de los excedentes, el stock se acumula, aumentando el número de trabajadores, y el aumento de los ingresos y del stock es el aumento de la riqueza de la nación. La demanda de los que viven de su salario... aumenta con el incremento de la riqueza de la nación‘ (ibid., pp. 86-7). Este es entonces el famoso efecto goteo hacia abajo – él argumenta que la acumulación incrementa la riqueza de la nación y 'ocasiona un aumento en el salario del trabajo’ (ibid., p. 87). Smith llama esto la ‘recompensa liberal del trabajo’, y una consecuencia de su argumento es, por supuesto, que si hay pobres, entonces esto es una indicación de que ‘las cosas están detenidas’ (ibid., p. 91) que requieren la acción del Estado para facilitar ‘la baratura de los bienes de todo tipo’ (ibid., p. 333). Los propietarios de acciones en algunos países podrían lograr mayores tasas de retorno de su inversión que en otros países, ‘lo que sin duda demuestra la redundancia de sus existencias‘ Smith, 1976a, p. 109). El mantenimiento de las existencias requiere de un ajuste competitivo, y su facilitación ‘pertenece a la supervisión’ (Smith, 1978, p. 5).

Según Smith, ‘la riqueza de la nación’ y los ‘trabajadores’ se benefician de la acumulación progresiva. Sin embargo, los propietarios de las acciones tienen una relación ambigua con la acumulación progresiva porque ‘el aumento de las existencias, que eleva el salario, tiende a bajar las ganancias’ (Smith, 1976a, p. 105). Por tanto, los capitalistas podrían buscar mantener la tasa de ganancias artificialmente, obstaculizando la libertad natural del mercado, por ejemplo mediante la fijación de precios o el proteccionismo. Tal afirmación del poder privado ‘produce lo que llamamos la vigilancia’. Cualquier regulación hecha con respecto a los negocios, al comercio, la agricultura, las manufacturas del país son consideradas como pertenecientes a la policía. (Smith, 1978, p. 5). Es decir, el ‘sistema económico requiere de una supervisión del mercado con una fuerte autoridad del estado para su protección y mantenimiento’ (Rüstow 1942, p. 289), y una vigilancia eficaz implica ‘un estado fuerte, un estado al que pertenezca: por encima y sobre la economía, por encima y sobre los partidos interesados [Interessenten]' (Rüstow, 1963, p. 258). La capacidad del Estado para proteger y mantener la ley del valor depende de su separación de la sociedad civil - es la independencia del estado de la sociedad la que le permite su funcionamiento eficaz como estado capitalista. El fracaso en mantener su separación de la sociedad ‘eventualmente conducirá a una guerra de clases’ (Nicholls, 1984, p. 170).

De acuerdo a Hegel (1967, p. 210) la prevención de la guerra de clases podría ser avanzada por medio de ‘exitosas guerras’ que ‘han confrontado el descontento doméstico y han consolidado el poder del estado en casa’. También abogó por la utilización de medios éticos, incluyendo la igualdad regresiva del nacionalismo, lo que implica que independientemente de las condiciones, todos somos miembros de una barco nacional - esta comunidad imaginada que pretende trascender las relaciones de clase.5 Antes de Hegel, Smith (1976a, p. 723) ya había argumentado que el Estado tiene que promover ‘la instrucción de la gente’, principalmente por medio de la educación y la diversión pública. Argumentó que el gobierno debería esforzarse para contrarrestar los efectos sociales de la acumulación, al asumir la responsabilidad de las actividades culturales para mantener la constitución liberal de la sociedad civil. En contra de la falsa conciencia de la guerra de clases el Estado debía hacer que los trabajadores se dieran cuenta que sus verdaderos intereses son mejor atendidos por la acumulación progresiva. En palabras de Müller-Armack, un defensor ordo-liberal de renombre, quien acuñó la frase ‘economía social de mercado‘,6 llevaría a la incorporación de la competitividad ‘a un estilo de vida total’ (Müller-Armack, 1978, p. 328). La finalidad del Estado es por tanto garantizar la ‘completa erradicación de toda la falta de orden de los mercados y la eliminación del poder privado de la economía’ (Böhm, citado en Haselbach, 1991, p. 92). De esta manera el libre mercado es así respaldado como una esfera desestatizada bajo la protección del estado. El estado despolitiza la conducta de las relaciones sociales, como las relaciones de libertad, de derecho, de igualdad y de Bentham, y lo logra hacer al monopolizar lo político como ‘la fuerza concentrada y organizada de la sociedad’ (Marx, 1983, p. 703).

Sus defensores construyen el Estado liberal desvergonzadamente como un estado de clase, que ostensiblemente opera conforme al verdadero interés de los trabajadores – en los trabajos, los salarios y condiciones, y por tanto en la progresiva acumulación de capital. El estado ‘mantiene a los ricos en posesión de su riqueza en contra de la violencia y la rapacidad de los pobres’ (Smith, 1978, p. 338), e instruye a los pobres que su verdadero interés reside en la progresiva acumulación de capital. El Estado por supuesto no es un Estado de clase porque sus defensores así lo digan. Sin embargo, la metáfora de la base y la superestructura que Marx deriva de la economía política clásica,7 señala que el Estado es la forma política de la ley de propiedad privada. Como un estado de impuestos, depende totalmente de la progresiva acumulación de capital. Sin embargo, el carácter de clase del estado no está definido en términos nacionales. Subsiste a través de las relaciones de mercado mundiales. Como Smith (1976a, pp. 848-49) lo dice ‘el propietario de las acciones es propiamente un ciudadano del mundo, y no está necesariamente vinculado a ningún país en particular. Él estaría dispuesto a abandonar el país en el que estuviera expuesto a investigaciones vejatorias, para ser evaluado sobre impuestos opresivos y sacaría su stock a algún otro país donde él pudiera ya sea llevar a cabo sus negocios o disfrutar de su fortuna más a gusto’. Esto significa que ‘la ley capitalista de la propiedad y contratos [trascienden] los sistemas legales nacionales, y el dinero mundial [trasciende] las monedas nacionales’ (Clarke, 1992, p. 136, también Bonefeld, 2000). Smith escribió su obra como crítica del entonces estado mercantilista. A comienzos del siglo XIX se había convertido en la ideología ortodoxa de un estado liberalizador (ver Clarke, 1988, cap. 1). Fue en este contexto que Marx (y Engels) habla en el Manifiesto Comunista sobre el carácter cosmopolita de la burguesía y define el estado nacional como el comité ejecutivo de la burguesía.

IV
‘La ley está hecha para el estado, no el estado para la ley. [Si] debe hacerse una elección entre ambos, es la ley la que necesita ser sacrificada por el Estado‘ (Rossiter, 1948, p. 11).


En nuestro tiempo, Milton Friedman ha proporcionado una definición coherente del Estado como el comité ejecutivo de la burguesía. Como él mismo lo dice, el Estado es ‘esencial en ambos casos como un foro para determinar las “reglas del juego” y como árbitro para interpretar y hacer cumplir las reglas decididas’ y cuya ejecución es necesaria ‘por parte de aquellos pocos que de otro modo no jugarían el juego' (1962, pp. 15, 25). Esto es, ‘la organización de la actividad económica a través del intercambio voluntario supone que hemos provisto, a través del gobierno, el mantenimiento de la ley y el orden para impedir la coerción de un individuo por otro, el cumplimiento de contratos voluntariamente concertados, la definición del significado de los derechos de propiedad, la interpretación y ejecución de tales derechos, y la provisión de un marco de referencia monetario’ (p. 27). El Estado tiene que ‘fomentar la competencia’ (p. 34) y hacer para el mercado lo que el mercado no puede hacer para sí mismo’ (p. 27). Los liberales, él dice, ‘deben emplear los canales políticos para reconciliar las diferencias’ porque el Estado es la organización que proporciona los medios ‘por los cuales podemos modificar las reglas’ (p. 23, énfasis mío). Sin embargo, ¿qué sucede cuando interfieren?

La gran calamidad para el capital y su estado no es la incorporación en cuanto a la representación de la clase obrera en el sistema de la democracia liberal. Como Simon Clarke (1991b, p. 200) dijo, ‘el desarrollo de la representación parlamentaria para la clase obrera, a pesar del gran alcance que pueda proveer para mejorar las condiciones materiales de sectores de la clase obrera, lejos de ser una expresión de la fuerza colectiva de la clase trabajadora, se convierte en el medio por el cual es dividida, desmovilizada y desmoralizada'.8 El gran peligro es la democratización de la sociedad.9 Pone de relieve la separación burguesa entre sociedad y Estado, y lo hace mediante el reconocimiento y la organización de sus ‘propias fuerzas’ como fuerzas sociales’ (Marx, 1964, p. 370). De acuerdo con los defensores (neo)liberales, tal democratización, es decir, la politización de las relaciones laborales sociales por medio de sostenidas luchas sociales, es inherente en el ‘sistema de mercado’. Para Smith, por ejemplo, la lucha de clases deriva de las condiciones desesperadas de los trabajadores; él argumentó que esa lucha expresa la falsa conciencia porque la mejora de las condiciones depende de la acumulación progresiva, y él insta al Estado de garantizar la baratura del abastecimiento (por medio de una mayor productividad del trabajo). Los ordo-liberales argumentan de manera similar. En su opinión, la tendencia de lo que ellos llaman la proletarización es inherente a las relaciones sociales capitalistas, dando lugar a la crisis social, la agitación y desorden, si no es controlada. Su contención es una responsabilidad política, y los medios de contención varían desde la internalización de la competitividad (Müller-Amarck, 1978), la creación de una sociedad de inversiones económicas (Röpke, 1949), la transformación de una sociedad proletaria en una democracia poseedora de propiedad ( Brittan, 1984), la regulación supranacional del dinero y la ley (Hayek, 1939; Müller-Armack, 1971), y la acción política contra la organización colectiva: ‘si la libertad ha de tener la oportunidad de sobrevivir y si las reglas han de ser mantenidas las que aseguran las decisiones individuales libres’, el Estado tiene que actuar (Willgerodt y Peacock, 1989, p. 6), y ‘los principios más fundamentales de una sociedad libre ... pueden tener que ser sacrificados temporalmente ... [para preservar] la libertad a largo plazo’ ( Hayek, 1960, p. 217). En efecto, en tiempos de crisis ‘ningún sacrificio es demasiado grande para nuestra democracia, y mucho menos el sacrificio temporal de la democracia misma’ (Rossiter, 1949, p. 314). Para que prevalezca la justicia, el orden necesita ser restaurado. La ley no es aplicable a los disturbios sociales. La ley es la consecuencia del orden y el imperio de la ley depende de la fuerza de la ley. Es por esta razón que el ciudadano proclamado también es visto con sospecha como un riesgo potencial a la seguridad.

Entonces el uso de ‘la fuerza honesta y organizada’ (cf. Wolf, 2001) se refiere a la acción policial emprendida para facilitar y mantener la justicia, este pilar de la ley de la propiedad privada. ¿Qué es un salario justo? La noción de un salario justo presupone que el contrato de trabajo es el intercambio igual entre socios, cada uno contratando con sus derechos y libremente, tratando de promover sus intereses respectivos. La codificación de la relación entre el capitalista y el trabajador como ciudadanos iguales y libres se contradice con el contenido del intercambio. Una vez firmado el contrato de trabajo, el piso de la fábrica lo tienta. El contrato de salario es la forma fundamental de la libertad burguesa - conecta igualdad con explotación.

La economía política es en efecto una controversia académica sobre cómo el botín extraído de los trabajadores puede ser dividido (véase Marx, 1983, p. 559), y cuanto más obtiene el trabajador, es mejor. Después de todo, es su trabajo social el que produce la ‘riqueza de las naciones’ y ello en un contexto en el cual ‘el trabajador pertenece al capital antes de que él se haya vendido a sí mismo al capital’ (Marx, 1983, p. 542). La esperanzadora sugerencia entonces, de que el modo "postneoliberal" de regulación capitalista será uno de creación de empleos, traduce las demandas de la clase trabajadora por empleo y seguridad social en una política de crecimiento económico, y esto es, en una presión sobre el Estado para facilitar el incremento de la tasa de acumulación (cf. Clarke, 1991b, p. 200). La clase obrera, entonces, sigue siendo un ‘objeto de poder del estado. El poder judicial del estado respalda la apropiación del trabajo por la clase capitalista sin equivalente, a la vez que impide a la clase trabajadora usar su poder colectivo para hacer valer el derecho al producto de su trabajo’ (Ibíd., p. 198). El poder judicial del Estado no sólo implica el reconocimiento legal del individuo social como un dueño de la propiedad. Implica también la fuerza de la ley. O como Walter Benjamin lo dijo, para los oprimidos ‘el "estado de emergencia "... no es la excepción sino la regla’ (Benjamin, 1965, p. 84).

Conclusión


La rápida aceptación de la crisis capitalista como un punto de transición de un régimen de acumulación hacia un nuevo régimen de acumulación se basa en algunos rasgos del desarrollo capitalista que son presentados para definir los caracteres de los modos distintivos de regulación capitalista (cf. Bonefeld, 1987). El carácter superficial de tal análisis impide la comprensión de los rasgos más perdurables de las relaciones sociales capitalistas. Su desprecio por la historia es sorprendente. La historia nos dice ‘cuán rápidamente una época de prosperidad global, apoyando las perspectivas de la paz mundial y la armonía internacional, puede convertirse en una época de confrontación global, que culmina en la guerra. Si esta posibilidad parece poco probable ahora, parecía igualmente improbable hace un siglo’ (Clarke, 2001, p. 91), y parece más probable hoy que sólo ayer. La historia nos dice que la solución a la crisis capitalista – proclamada como el capitalismo de crecimiento económico, el empleo y las condiciones - es potencialmente bárbara (cf. Bonefeld / Holloway, 1996). Es decir, la noción de constantes cambios de régimen capitalista, pone de manifiesto una disminución de la conciencia histórica. Justifica el olvido.

He argumentado que el carácter del Estado neoliberal no se define por su relación con el mercado, sino por la clase. He argumentado además que el Estado capitalista es fundamentalmente un estado liberal. Ya sea que uno se refiera a él como neoliberal, postneoliberal, fordista keynesiano, o post-fordista, en cualquier caso, el propósito del Estado nace de su carácter burgués y eso es, ‘gobernar sobre la fuerza de trabajo’ (Hirsch, 1997, p. 47, véase también Agnoli, 1990). El viejo cuento del Estado como el comité ejecutivo de la burguesía, lo resume muy bien así.

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NOTAS

La distinción implícita de Altvater entre el buen capitalismo de producción y el mal capitalismo de hacer dinero parasitario es lamentable. Esa distinción fracasa en conceptualizar el capitalismo. Igualmente lamentable es la mitificación de la “Gran Bretaña Thatcheriana”. Sobre la conexión dominada por la crisis entre acumulación productiva y acumulación monetaria, y su desarrollo durante el período de Thatcher, véase Bonefeld (1993).

2 El Ordo-liberalismo se desarrolló en Alemania durante la crisis de Weimar, desde finales del decenio de 1920 en adelante. Sostenía que la economía libre requiere de un Estado fuerte para su "facilitación" y protección. Hayek se unió a los ordo-liberales después de la derrota del nazismo. Ordo-liberalismo o la escuela de Friburgo, como también fue llamada más tarde, sentaron las bases del neoliberalismo contemporáneo. A este respecto, véase Haselbach (1991), y Bonefeld (2006a).

3 Desde el crash en 1987, hasta la profunda recesión de la década de 1990, a las crisis monetarias europea de 1992 y 1993, la crisis mexicana de 1994, la crisis asiática de 1997, la crisis rusa de 1998, la crisis brasileña de 1999, y la crisis argentina de 2001. El período comprendido entre 2001 y 2007 fue uno de gastos militares, una montaña de deudas privadas y públicas, de guerra, tortura, y pobreza. Durante este período la exorbitante tasa de acumulación de China garantizó la inmensa acumulación de reclamos sobre valores de extracción futuros, en el presente (sobre la relación entre el crédito y valor, vea Bonefeld y Holloway, 1996).

4 Sobre la historia de esta demanda en el contexto del anterior debate de la CSE sobre el estado, véase Bonefeld (2008). Simon Clarke editó el debate con una introducción importante en Clarke (1991a).

5 La fortaleza de esta apelación ética es, por ejemplo, evidente en lo que Radice (2000) criticó como "nacionalismo progresista". Ese nacionalismo diferencia "el sentimiento nacional sano del nacionalismo patológico. [Esto es igualmente ideológico], como lo es el creer en la opinión normal relacionada con la opinión patógena. La dinámica que lleva desde el supuesto sentimiento nacional sano hacia su sobrevalorado exceso es imparable, porque su falsedad se basa en el acto de la persona de identificarse a sí misma con el nexo irracional de naturaleza y sociedad en la que por casualidad se encuentra "(Adorno, 1998, p. 118). Véase también Bonefeld (2006b).

6 La frase de economía social de mercado es opaca. Significa diferentes cosas a diferentes personas. En su origen neo-liberal el aspecto social de la economía de mercado significó una decisión «honesta» para el mercado libre. La interpretación de Balogh (1950, p. 5) de la economía social de mercado es sucinta. Se trata de la "planificación por el mecanismo de precios libres".

7 Y que por tanto no trasciende la economía política clásica (véase Bonefeld, 1992, 2003).

8 Vea también Agnoli (2002) y Radice (2001).

9 Como Hennis lo dice muy memorablemente: "la democratización de la sociedad es el principal enemigo [Hauptfeind] de la democracia" (citado en Agnoli, 1990, p. 136, nota 7.)



En Globalización: Werner Bonefeld

Junio 2005 "Cambiar el mundo..." el principio esperanza en la emancipación humana: Acerca de Holloway

Oct 2003 Entrevista con Werner Bonefeld Verónica Gago

Sept 2003 Incertidumbre y Autonomía Social

Enero 2003 CONTRA LA GUERRA Y LAS PRECONDICIONES DE LA GUERRA

Julio 2002 EUROPEAN GOVERNANCE, SUBSIDIARITY AND LABOUR

Junio 2002 GLOBALISATION: CRISIS OF REGULATION OR CRISIS OF CAPITAL?

Nov 2001 On Fascism: A Note on Johannes Agnoli's Contribution

Junio 2001 The Permanence of Primitive Accumulation: Notes on Social Constitution

Junio 2001 La Permanencia de la Acumulación Primitiva: Notas sobre la Constitución Social

Dic 1998 150 años: Mirando hacia atrás con furia

Sept 1998 Globalización y Democracia: Una evaluación de El Estado Competitivo de Joachim Hirsch

Agosto 1998 Las Políticas de Innovación

Julio 1998 The Politics of Globalisation: Ideology and Critique

Julio 1998 Las Políticas de la Globalización: Ideología y Crítica



Free Economy and Strong State:

Some Notes on the State

Werner Bonefeld

I

'Neoliberalism met its definite end with the crisis that erupted in 2008' (Cecena, 2009, p. 33).

Conventionally neoliberalism is seen to have emerged in the wake of the deep crisis of the early 1970s. According to Altvater, for example, 'it began with the end of the Bretton Woods system of fixed exchange rates in 1973 and the following liberalisation of financial markets in Margaret Thatcher's Great Britain' (2009, p. 73). Neoliberalism is thus identified with a specific capitalist regime of accumulation, characterised by the dominance of finance capital over productive capital.1 Ordinarily, neoliberalism is associated with a weak state that is unable to resist market forces. The neoliberal state functions as a market facilitating state.

The neoliberal regime of accumulation is said to have ended in 2008 when the banking industry 'did not hesitate to "bring the state back in", in an even more radical way than in Keynesian times'. Once the state was back in neoliberal capitalism transformed into a 'kind of "financial socialism"' (ibid., p. 79, citing Sennett). This socialism socialises the financial losses, guarantees 'toxic debt' and secures private gains, and in order to balance the books, attacks conditions. It amounts to a huge redistribution of wealth from labour to capital. Financial socialism illustrates well Marx's notion of the capitalist state as the executive committee of the bourgeoisie. What however is meant by 'bringing the state back in'? Was it really left 'out' during the so-called neo-liberal regime of accumulation?

The notion that the state has been 'brought back in' suggests a resurgent state, one that has regained some measure of control over the market. This view implies a conception of market and state as two distinct modes of social organisation, and the perennial question about such a conception is whether the market has autonomy vis-à-vis the state, or the state vis-á-vis the market. The social constitution of state and market as distinct forms of social relations is not raised. Following Clarke (1992) the paper argues that the capitalist state is fundamentally a liberal state. This conception entails class as the determining category of its form and content.

II

'What is needed is … honest and organised coercive force' (Wolf, 2001).

However distinct the political response to the crisis of 2008, the apparent emergence of neoliberalism during the 1980s did not entail a weak state. It entailed a 'strong state'. Andrew Gamble's book on the Thatcher period was thus aptly entitled The Free Economy and the Strong State, which made clear reference to the ordo-liberal conception of the relationship between the national state and the global economy.2 Susan George (1988) characterised the 1980s as a time in which everything was privatised, except the losses, which were socialised by means of debt-bondage and repressive labour market and welfare state reforms. Ernest Mandel (1987) characterised the political economy of the 1980s as 'military Keynesianism', a Keynesianism that refinanced a financial system on the brink in the face of the then debtor crisis and bad debt exposure. Its rescue took the form of pro-cyclical global deficit financing based on the US dollar, expansion of the military industrial complex, privatisation, and financial deregulation. Military Keynesianism sought to balance the books by taking money out of the pockets of workers, and by attacking conditions. Redistribution of wealth from labour to capital was such that by the early 1990s 'about two-thirds of the world's population have gained little or no substantive advantage from rapid economic growth. In the developed world the lowest quartile of income earners has witnessed a trickle-up rather than a trickle-down' (Financial Times, December 24, 1993). This one-quarter has since expanded to include more than half the world's population, creating an unprecedented gap in incomes, domestically and on a global scale (see Glyn, 2006).

'Military Keynesianism' sustained capitalism on the basis of an accumulation of potentially fictitious wealth. Debt expanded such a degree that according to the Financial Times (27 September, 1993) the IMF feared in the early 1990s 'that the debt threat is moving north. These days it is the build-up of first-world debt, not Africa's lingering crisis, that haunts the sleep of the IMF official'. In the face of recurrent crises since 1987,3 and various stock market fears, the USA emerged as the biggest debtor country. Magdoff et al. (2002) argued that, by 2002, outstanding private debt was two and one quarter times GDP, while total outstanding debt - private plus government - approached three times the GDP. Deficit spending sustained a global economy that became completely dependent upon a mountain of debt.

Throughout the last 30 years, the accumulation of potentially fictitious wealth in the form of money, M...M', and the coercive control of labour, from debt bondage to new enclosures, from the deregulation of conditions to the privatisation of risk, have belonged together. In the context of a global economy plagued by debt and threatened by the collapse of debt, Martin Wolf argued that the guarantee of global capital required stronger states. As he put it in relation to the so-called Third World, 'what is needed is not pious aspirations but an honest and organized coercive force' (Wolf, 2001). In relation to the so-called developed world, Soros (2003) argued, rightly, that terrorism provided not only the ideal legitimation but also the ideal enemy for the unfettered coercive protection of debt-ridden free market relations 'because it is invisible and never disappears'. The premise of a politics of debt is the ongoing accumulation of 'human machines' on the pyramids of accumulation. Its blind eagerness for plunder requires organized coercive force to sustain the huge mortgage on future income in the present. Wolf's demand for the strong state does not belie neoliberalism. Neoliberalism does not demand weakness from the state. Laissez faire is no 'answer to riots' (Willgerodt and Peacock, 1989, p. 6). Indeed, laissez-faire is 'a highly ambiguous and misleading description of the principles on which a liberal policy is based' (Hayek, 1976, p. 84). That is, the neoliberal state is 'planning for competition' (ibid., p. 31), and there can therefore be no market freedom without 'market police' (Rüstow, 1942, 289). For the neo-liberals there is thus an 'innate connection between economics and politics' (Friedman, 1962. p. 8): not only does the free market require the strong, market facilitating state, it is also dependent on the state as the coercive force of that freedom.

And now, ostensibly, neoliberalism has come to a crushing end when 'the financial markets imploded, causing huge losses of more then US 1.4 trillion' in August 2008 (Altvater, 2009, p. 75). Arising from its ashes is 'the new era of postsneoliberalism' (Brandt and Sekler, 2009, p. 12). Postneoliberalism is the response to 'the (negative) impacts of neoliberalism' (ibid., p. 6) and they say that its specific mode of organisation is as yet unclear. It could range from social-democracy to military dictatorship, and from radicalised Keynesianism to the militarization of social relations. Whatever its precise mode of organisation, at its base postneoliberalism is a rejection of financial capitalism. 'Postneoliberalism' is carried by social forces that demand a return to sustained real economic growth (cf. ibid. pp. 11-12). The spectre of the coming era appears thus in the form of strong and capable 'postneoliberal' state that makes money its servant, putting it to work for growth and jobs.4 The postneoliberal state is thus conceived of as a powerful state that polices the market with strong state authority in favour of progressive productive accumulation, creating jobs and wealth.

III

'The superstructure is the expression of the substructure' (Benjamin, 1983, pp. 495-6)

Marx introduces his base and superstructure metaphor saying that his investigation led him to the understanding that the 'sum total of [the] relations of production constitutes the economic structure of society, the real foundation, on which rises a legal and political superstructure and to which correspond definite forms of social consciousness' (1981, p. 8). Leaving aside Marx's own understanding of his work as a critique of economic categories (ibid., p. 10), and therewith of the very economic objectivity from which the superstructure is supposed to arise, his metaphor says that the political form of bourgeois society, the state, belongs to the society from which it springs. Crudely put, the purpose of capital is to accumulate extracted surplus value, and the state is the political form of this purpose.

Marx's claim that the base/superstructure metaphor is the result of his investigation is disingenuous. Its origin lay in classical political economy. William Robertson (1812/1890, p. 104) summarised the classical position well: 'in every inquiry concerning the operation of men when united together in society, the first object of attention should be their mode of subsistence. Accordingly as that varies their laws and policy must be different'. Adam Smith provided the classical exposition. His theory of history is remarkable not only for the emphasis given to economic forces that work their way through history towards 'commercial society'. It is also remarkable for the argument that in each historical stage, the political form of society, be it conceived in terms of authority or jurisdiction, necessarily flows from the forms of property. For Smith, private property is the consequence of the development in the division of labour. It gives rise to the growing social differentiation of society into distinct social classes, and its extension increases the social surplus, which leads to the expansion of private property. This expansion lays the foundation for the separation between civil society and state in capitalism.

Smith determines the state as the political form of private property and derives state purpose from the needs of private property. The state is to protect, maintain and facilitate the law of private property. Smith specifies a number of indispensable state functions. Apart from defending the country against external threats, it has to provide for an exact administration of justice in order to resolve clashes of interest between property owners. For him, 'justice…is the main pillar that holds up the whole edifice' (1976b, p. 86). It safeguards the rights of the individual to liberty and property, guaranteeing the framework of civil society. The state is indispensable also for the provision of public goods that are required for the operation of the market but which cannot be provided for by the market itself for lack of profitability (cf. Smith, 1976a, p. 723). Furthermore, the state is charged with facilitating the law of private property, for example, by removing various institutional and legal impediments, and by confronting those private interests that impede the perfect liberty of the market. This responsibility also entails the state in achieving the 'cheapness of provision' (Smith 1978, p. 6), facilitating the progressive development of accumulation on the basis of increased labour productivity.

He introduces the class struggle between capital and labour arguing that 'common wages of labour depends every where upon the contract between those two parties, whose interests are by no means the same'. That is, the 'workmen desire to get as much, the masters to give as little as possible. The former are disposed to combine in order to raise, the latter in order to lower the wages of labour' (Smith, 1976a, p. 83). In this struggle, the masters have the upper hand because they are 'fewer in number, can combine much more easily...[they] can live for longer upon the stock which they have already acquired' (cf. ibid., pp. 83-4) and the workers might 'starve' (ibid. p. 85). That workers rebel is understandable given that 'they are desperate (ibid., pp. 84-5). Yet, their action is foolish because 'the workmen very seldom derive any advantage from the violence of those tumultuous combinations' (ibid., p. 85).

According to Smith the resolution to the class conflict can only lie in determining the true interest of the worker, and the true interest lies in sustained progressive accumulation. 'Workers do well not to struggle, because with the increase of surplus, stock accumulates, increasing the number of workers, and the increase of revenue and stock is the increase of national wealth. The demand for those who live by wages … increases with the increase in national wealth' (ibid., pp. 86-7). This then, is the famous trickle down effect - accumulation he argues increase national wealth and 'occasions a rise in the wage of labour' (ibid., p. 87). Smith calls this the 'liberal reward for labour', and one consequence of his argument is, of course, that if there are poor, than this is an indication that 'things are at a stand' (ibid., p. 91) requiring state action to facilitate 'the cheapness of goods of all sorts' (ibid., p. 333). The owners of stock in some countries might achieve higher rates of return on their investment than in other countries, 'which no doubt demonstrate[s] the redundancy of their stock' (Smith 1976a, p. 109). Maintenance of stock requires competitive adjustment, and its facilitation 'belongs to the police' (Smith 1978, p. 5).

According to Smith, 'national wealth' and 'workers' benefit from progressive accumulation. However, the owners of stock have an ambiguous relationship to progressive accumulation because 'the increase in stock, which raises wage, tends to lower profit' (Smith, 1976a, p. 105). Capitalists might therefore seek to maintain the rate of profit artificially, impeding the natural liberty of the market, for example by means of price fixing or protectionism. Such assertion of private power 'produces what we call police. Whatever regulations are made with respect to the trade, commerce, agriculture, manufactures of the country are considered as belonging to the police' (Smith, 1978, p. 5). That is to say, the 'economic system requires a market police with strong state authority for its protection and maintenance' (Rüstow 1942, p. 289), and effective policing entails 'a strong state, a state where it belongs: over and above the economy, over and above the interested parties [Interessenten]' (Rüstow, 1963, p. 258). The ability of the state to protect and maintain the law of value depends on its separation from civil society - it is the state's independence from society that allows its effective operation as a capitalist state. Failure to maintain its separation from society will 'eventually lead to class war' (Nicholls, 1984, p. 170).

According to Hegel (1967, p. 210) prevention of class war might be advanced by 'successful wars' that 'have checked domestic unrest and consolidated the power of the state at home'. He also advocated the use of ethical means, including the regressive equality of nationalism, which purports that regardless of conditions, we are all members of the one national boat - this imagined community that purports to transcend class relations.5 Before Hegel, Smith (1976a, p. 723) had already argued that the state has to promote 'the instruction of the people' chiefly by means of education and public diversions. He argued that government should take pains to offset the social effects of accumulation, by assuming responsibility for cultural activities to maintain the liberal constitution of civil society. Against the false consciousness of class war the state was to make workers realise that their true interest is best served by progressive accumulation. In the words of Müller-Armack, an ordo-liberal proponent of some considerable repute, who coined the phrase 'social market economy,6 this was to lead to the incorporation of competitiveness 'into a total life style' (Müller-Armack, 1978, p. 328). The purpose of the state is thus to secure the 'complete eradication of all orderlessness from markets and the elimination of private power from the economy' (Böhm, quoted in Haselbach, 1991, p. 92). The free market is thus endorsed as a state-less sphere under state protection. The state depoliticises the conduct of social relations, as relations of liberty, freedom, equality and Bentham, and it does so by monopolising the political as the 'concentrated and organised force of society' (Marx, 1983, p. 703).

Its proponents construct the liberal state unashamedly as a class state that, ostensibly, operates in the true interest of workers - in jobs, wages, and conditions, and thus in the progressive accumulation of capital. The state 'maintain[s] the rich in the possession of their wealth against the violence and rapacity of the poor' (Smith 1978, p. 338), and instructs the poor that their true interest lays in the progressive accumulation of capital. The state is of course not a class state because its proponents say so. However, the base superstructure metaphor that Marx derived from classical political economy7 reports that the state is the political form of the law of private property. As a tax state, it depends entirely on the progressive accumulation of capital. However, the class character of the state is not defined in national terms. It subsists through world market relations. As Smith (1976a, pp. 848-49) put it 'the proprietor of stock is properly a citizen of the world, and is not necessarily attached to any particular country. He would be apt to abandon the country in which he was exposed to a vexatious inquisition, in order to be assessed to a burdensome tax, and would remove his stock to some other country where he could either carry on his business, or enjoy his fortune more at his ease'. That is to say, 'the capitalist law of property and contract [transcend] national legal systems, and world money [transcend] national currencies' (Clarke, 1992, p. 136, also Bonefeld, 2000). Smith wrote his work in critique of the then mercantilist state. By the beginning of the 19thC it had become the ideological orthodoxy of a liberalising state (see Clarke, 1988, ch. 1). It was in this context that Marx (and Engels) speaks in the Communist Manifesto about the cosmopolitan character of the bourgeoisie and defines the national state as the executive committee of the bourgeoisie.

IV

'Law is made for the state, not the state for the law. [If] a choice must be made between the two, it is the law which needs be sacrificed to the state' (Rossiter, 1948, p. 11).

In our time, Milton Friedman has provided a cogent definition of the state as the executive committee of the bourgeoisie. As he put it, the state is 'essential both as a forum for determining the "rules of the game" and as an umpire to interpret and enforce the rules decided upon' and enforcement is necessary 'on the part of those few who would otherwise not play the game' (1962, pp. 15, 25). That is, 'the organisation of economic activity through voluntary exchange presumes that we have provided, through government, for the maintenance of law and order to prevent coercion of one individual by another, the enforcement of contracts voluntarily entered into, the definition of the meaning of property rights, the interpretation and enforcement of such rights, and the provision of a monetary framework' (p. 27). The state has to 'promote competition' (p. 34) and do for the market what the market 'cannot do for itself' (p. 27). Liberals, he says, 'must employ political channels to reconcile differences' because the state is the organisation that provides the means 'whereby we can modify the rules' (p. 23, my emphasis). However, what happens when they interfere?

The great calamity for capital and its state is not the incorporation qua representation of the working class into the system of liberal-democracy. As Simon Clarke (1991b, p. 200) put it, 'the development of parliamentary representation for the working class, however much scope it may provide for improving he material conditions of sections of the working class, far from being an expression of collective working-class strength, becomes the means by which it is divided, demobilised and demoralised'.8 The great danger is the democratisation of society.9 It puts into relief the bourgeois separation between society and state, and it does so by recognising and organising its '"forces propres" as social forces' (Marx, 1964, p. 370). According to the (neo)liberal proponents, such democratisation, and that is, the politicisation of social labour relations by means of sustained social struggles, is inherent in the 'market system'. For Smith, for example, class struggle derives form the workers' desperate conditions; he argued that such struggle expresses false consciousness because improvement of conditions depends on progressive accumulation, and he calls upon the state to ensure the cheapness of provision (by means of greater labour productivity). The ordo-liberals argue similarly. In their view the tendency of what they call proletarianization is inherent in capitalist social relations, leading to social crisis, turmoil, and disorder, if unchecked. Its containment is a political responsibility, and means of containment range from the internalisation of competitiveness (Müller-Amarck, 1978), creation of a stake-holder society (Röpke, 1949), the transformation of a proletarian society into a property owning democracy (Brittan, 1984), the supranational regulation of money and law (Hayek, 1939; Müller-Armack, 1971), and political action against collective organisation: 'if liberty is to have a chance of survival and if rules are to be maintained which secure free individual decisions' the state has to act (Willgerodt and Peacock, 1989, p. 6), and 'the most fundamental principles of a free society…may have to be temporarily sacrificed…[to preserve] liberty in the long run' (Hayek 1960, p. 217). Indeed, in times of crisis 'no sacrifice is too great for our democracy, least of all the temporary sacrifice of democracy itself' (Rossiter, 1949, p. 314). For justice to prevail, order needs to be restored. Law is not applicable to social disorder. Law is the consequence of order, and the rule of law depends on the force of law. It is for this reason that the proclaimed citizen is also viewed with suspicion as a potential security risk.

The use, then, of 'honest and organised force' (cf. Wolf, 2001) refers to the police-action undertaken to facilitate and maintain justice, this pillar of the law of private property. What is a just wage? The notion of a just wage presupposes that the labour contract is between equal exchange partners, each contracting in freedom and liberty, seeking to advance their respective interests. The codification of the relationship between capitalist and labourer as equal and free citizens is contradicted by the content of the exchange. Once the labour contract is signed, the factory floor beckons. The wage contract is the fundamental form of bourgeois freedom - it connects equality with exploitation.

Political Economy is indeed a scholarly dispute about how the booty pumped out of the labourer may be divided (cf. Marx, 1983, p. 559), and the more the labourer gets, the better. After all, it is her social labour that produces the 'wealth of nations' and this in a context in which 'the labourer belongs to capital before he has sold himself to capital' (Marx, 1983, p. 542). The hopeful suggestion, then, that a 'postneoliberal' mode of capitalist regulation will be one of job creation, translates working class demands for employment and social security into a politics of economic growth, and that is, into pressure on the state to facilitate the increase in the rate of accumulation (cf. Clarke, 1991b, p. 200). The working class, then, remains an 'object of state power. The judicial power of the state stands behind the appropriation of labour without equivalent by the capitalist class, while preventing the working class from using its collective power to assert the right to the product of its labour' (ibid., p. 198). The judicial power of the state entails not only the legal recognition of the social individual as a property owner. It entails also the force of law. Or as Walter Benjamin put it, for the oppressed 'the "state of emergency" … is not the exception but the rule' (Benjamin, 1965, p. 84).

Conclusion


The ready acceptance of capitalist crisis as a point of transition from one regime of accumulation towards a new regime of accumulation is based on some features of capitalist development that are elevated to defining characters of distinctive modes of capitalist regulation (cf. Bonefeld, 1987). The superficial character of such analysis prevents understanding of the enduring features of capitalist social relations. Its disregard for history is striking. History tell us 'how rapidly an epoch of global prosperity, underpinning prospects of world peace and international harmony, can become an epoch of global confrontation, culminating in war. If such a prospect seems unlikely now, it seemed equally unlikely a century ago' (Clarke, 2001, p. 91), and seems more likely today than only yesterday. History tells us that the resolution to capitalist crisis - proclaimed as a capitalism of economic growth, jobs, and conditions - is potentially barbaric (cf. Bonefeld/Holloway, 1996). That is to say, the notion of constant capitalist regime changes exposes a shrinking of historical consciousness. It justifies forgetfulness.

I have argued that the character of the neoliberal state is not defined by its relationship to the market, but by class. I have further argued that the capitalist state is fundamentally a liberal state. Whether one refers to it as neoliberal, postneoliberal, Keynesian, fordist or post-fordist, in either case, state purpose is entailed in its bourgeois character and that is, to 'govern over the labour force' (Hirsch, 1997, p. 47, see also Agnoli, 1990). The old chestnut of the state as the executive committee of the bourgeoisie sums this up well.

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