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Abril 2011

El retorno de la contradicción: ¿Antesala de la Revolución Mundial?1



Antonio Romero Reyes

Si convenimos que la globalización representaría el comienzo del fin de la historia del capital o de “la prehistoria de la sociedad humana” (Marx), conviene preguntar si el siglo XXI –y los siguientes- será también el de la decadencia del capitalismo, aunque no necesariamente el de su derrota. Al comenzar este siglo Immanuel Wallerstein argumentaba en uno de sus trabajos:

El peligro real se produce precisamente ahora, cuando el capitalismo histórico se aproxima a su más completo despliegue: la ulterior extensión de la mercantilización de todas las cosas.” (2003: 100).

Como bien observó el profesor Rochabrún hace muchos años (1976: 3-6), en el célebre Prefacio de 1859 (Marx 1973: 7-11), considerado uno de los textos fundantes del “materialismo histórico”, y debido justamente a su “formulación sintética”, el mismo Marx nunca proporcionó la explicación de lo que entendía por fuerzas productivas y relaciones de producción, tampoco allí se ocupó de la cuestión de su necesaria articulación ni de la “bisagra” que los une (las clases sociales). Como sostiene Rochabrún: «El “Prefacio” no apareció en la mente de Marx como rayo en cielo sereno. Fue más bien una suerte de formulación sintética de ideas centrales que hasta el momento tenía en elaboración sobre una inmensa base de materiales» (1976: 10). En cambio, la lectura del Prefacio a partir de El Capital puede brindarnos –lo sugirió Rochabrún— “resultados teóricos de un vasto alcance” (op. cit, 22-29).

La contradicción fuerzas productivas-relaciones de producción continua siendo para nosotros un tema clave de la transición histórica, y el espacio teórico pertinente para comprender esa contradicción es -de acuerdo con Rochabrún— El Capital, no el Prefacio. Y he aquí una advertencia que la izquierda dogmática de todas las latitudes pasó por alto:

«El “Prefacio” es un texto que, considerado autónomamente, conduce fácilmente a identificar el materialismo histórico con perspectivas que pueden denominarse en su conjunto, determinismo económico. Digamos de paso que la confusión entre ambos términos y lo que ellos significan es uno de los puntos centrales de todo pensamiento hostil al marxismo. Las ideas de Engels, empleadas unilateralmente, han contribuido mucho a ello, pero en su caso promovidas especialmente por las divulgaciones del marxismo antes que por sus adversarios.» (Rochabrún 1976: 41).

Hoy por hoy podemos aseverar que la contradicción establecida por Marx y Engels, entre fuerzas productivas y relaciones de producción, está siendo resuelta por el capitalismo histórico a favor de las primeras, y en la “gran transformación” de las segundas, sintéticamente expresadas en la “mercantilización de todas las cosas”. Esta mercantilización ya no involucra solamente la fuerza de trabajo tratada como tal (es decir, como mercancía) desde los inicios del capitalismo. Implica asimismo un proceso de cosificación que mediante la globalización de la relación capitalista se ha extendido a toda relación social y capacidad humana que posea alguna “utilidad” o aprovechamiento (valor de uso) para producir mercancías materiales e inmateriales -como el conocimiento- que se han de consumir, proporcionando ganancias a los propietarios del capital y expandiendo de esta manera los mercados. En esto se resume el fundamento en el que se apoya la “maquinaria infernal” de la acumulación, sin la cual el capital, como régimen histórico de explotación y dominación, dejaría de existir.

El único futuro o destino que nos depara el capitalismo es un mundo de cosas, producidas por otros y apetecidas por sempiternos consumidores en cuanto detentadores de dinero. Este sistema histórico nos impele a trabajar como autómatas, a vivir en función del dinero persiguiendo intereses puramente crematísticos,2 y a plegarnos al festín consumista inducido por la publicidad y la propaganda de valores-mercancías para satisfacer el hedonismo utilitarista de cada quien. Para los apologistas de este sistema histórico no hay otro modo alternativo de vida (su divisa es “Otro mundo es imposible”). Mientras la humanidad y dentro de ella los trabajadores (asalariados y no asalariados) no rompan con el capital y las relaciones capitalistas, estas mismas relaciones nos mantendrán aprisionados en el reino fantasioso, alucinado y alienante de la mercancía. Como señaló Daniel Bensaïd, constituye “nuestro triste destino” (2003: 19).

El aparentemente interminable proceso expansivo del capital sobre el planeta, finalmente está a punto de ser coronado con la apropiación de la naturaleza toda, tal como lo testifica el afán de lucrar a costa de la Amazonía,3 con la venia y disposición de los estados latinoamericanos, sean o no “progresistas”. La defensa y pervivencia de los territorios indígenas en todo el mundo van de la mano con la defensa de la vida en el planeta (Quijano 2008), donde América Latina ha adquirido una centralidad en la lucha contra el capitalismo colonial/moderno.

Es necesario y -hoy más que nunca- urgente replantearse el sentido y contenido del desarrollo sobre otros fundamentos. El llamado desarrollo sustentable, incluso el desarrollo humano, tienen la limitación de que no cuestionan a fondo la irracionalidad característica del sistema capitalista. Los promotores de estos conceptos procuran hacer del capitalismo un régimen más “amable” con la naturaleza, los pobres y las generaciones futuras. Sin embargo, la “bestia” ha demostrado a lo largo de la flecha del tiempo que no se la puede domeñar con buenas intenciones y palabras edulcoradas. Necesitamos mucho más que eso. Tampoco bastan las negociaciones ni los consensos plasmados en compromisos internacionales que luego son sistemáticamente violados o ignorados. El desarrollo de las fuerzas productivas, en el marco de las relaciones capitalistas, está llevando cada vez, de manera aun más acentuada, hacia la desnaturalización del planeta y la deshumanización de los seres humanos; siendo esta la expresión más cabal de la “crisis de civilización” de la que se ha venido hablando en los albores del siglo XXI.

La mundialización de las relaciones capitalistas ha hecho más palpable y visible “las premisas objetivas de la realización del socialismo” (Lenin 1916), no solamente en “los países avanzados”. El socialismo solo es realizable a escala mundial, y ello pese a todas las derrotas, traiciones y deformaciones experimentadas en el siglo pasado. Como sostuvo la abnegada y sacrificada Rosa Luxemburg: “Todos vivimos sometidos a la ley de la historia y la sociedad socialista sólo es realizable internacionalmente.” (1977: 592).

Insistimos. La abolición del capitalismo tiene que hacerse necesariamente a escala planetaria y no tanto para un puñado de países (los más ricos del planeta). Además, tiene que ser emprendida como un proceso lleno de riesgos e incertidumbres, cuya temporalidad puede durar varias décadas o generaciones, y solamente será la sociedad mundialmente organizada la que ponga los límites a la duración de esta transición histórica. Ha perdido validez y vigencia la tesis clásica de que la “revolución socialista” debía ocurrir primeramente en los países más avanzados (Inglaterra, Francia y Alemania en los tiempos de Marx), donde las condiciones objetivas -y subjetivas- se asumían más maduras; luego de lo cual se esperaba que el vendaval revolucionario arrastraría y/o beneficiaría a los países menos desarrollados (resto de Europa y Rusia; la India y los países coloniales).

La emancipación humana del capital, en todos y cada uno de los distintos países, así como a escala planetaria, tiene que ser emprendida desde uno de los lados de la contradicción: la transformación revolucionaria de las relaciones sociales. En manos del capital, el desarrollo de las fuerzas productivas conduce necesariamente hacia la destrucción, o, en su defecto, a la perversión y degradación de nuestra especie, en un mundo alienado donde las relaciones interpersonales y sociales están condenadas a ser manipuladas como relaciones entre cosas (como dice un dicho popular: “el dinero lo puede todo”). Las inequidades y la exclusión son subproductos de ese mundo.

Se comprende entonces que si queremos superar realmente la contradicción no estamos exentos de conflictos, en primer lugar, contra la propiedad y el control que ejercen el capital y los grandes capitalistas. Estos disponen del apoyo abierto y la protección de los estados. La llamada alianza público-privada en cualquier país que no tenga la suerte de pertenecer a ninguno de los exclusivos G7, G8, G20 ni a los foros mundiales como el de Davos, y, menos aun, al más exclusivo Club Bilderberg, dicha alianza desempeña al interior de cualquier país la misma función que la alianza de intereses entre el capital imperialista y los Estados centrales que hegemonizan y conducen el sistema.4 Esa misma “alianza”, que despierta expectativas e ilusiones en muchos sectores populares, es en realidad un mecanismo para garantizar la propiedad del capital sobre los medios técnicos y las fuerzas productivas más amplias, comprendiendo hasta territorios y recursos naturales, pretendiendo el sometimiento a los valores mercantiles y crematísticos de las relaciones sociales que buscan regirse por otros valores (sustentabilidad, justicia distributiva, solidaridad, equidad de género, derechos humanos, pluriculturalidad).

En el programa socialista o de cualquier alternativa seria de transformación, la desalienación viene a ser una de las condiciones de la emancipación social y humana, no solo de clase. A su vez, la desalienación sería uno de los resultados previsibles de la transformación de las relaciones de producción y distribución, que son asimismo relaciones de poder, en términos de la socialización de los procesos de trabajo, sus recursos y productos; la abolición (gradual o radical, mediante reformas, etc.) de la propiedad privada de los medios de producción; una nueva división del trabajo basada en la cooperación, entre otros. Estos son elementos que se desprenden de la crítica de la economía política emprendida por Marx en El capital. Su incorporación en un programa socialista concreto, actualizado y readecuado a la realidad histórica de hoy, es un tema para la agenda política y el debate.

En el pasado, a través de la acción del estado impulsada por el keynesianismo y el desarrollismo, las fuerzas productivas eran expandidas para la atención de necesidades sociales (hospitales, colegios, viviendas, caminos y otras infraestructuras; servicios básicos). Esto fue el resultado de una alianza entre los trabajadores y el capital, viabilizada por la socialdemocracia europea en el Estado de Bienestar, concebido como mecanismo de legitimación del capitalismo. En el contexto actual de la globalización, el capital le disputa palmo a palmo al Estado los recursos que supuestamente deben dirigirse a la atención de necesidades insatisfechas, particularmente en los países pobres, emergentes o de más reciente industrialización. La apropiación y creciente mercantilización de las condiciones de vida y desarrollo de las personas (referidos a la salud, educación, alimentación, servicios esenciales; todos ellos provistos tradicionalmente con recursos públicos) constituye uno de los resultados inevitables de la abdicación por el Estado de sus responsabilidades sociales, consecuencia a la vez de su plena transformación en Estado al servicio de los intereses capitalistas. No se trata, por tanto, de volver al Estado de bienestar sino de abolirlo en el marco de un proceso de transición.5

Con respecto de la situación presente de las luchas de resistencia, y del grado de maduración de la conciencia social y política, quizás sea exagerado hablar de “revolución mundial”. Pese a ello, sostenemos que Socialismo y Revolución, ambos a su vez en un contexto de Transición, son indisociables; por ello el Siglo XXI –cuya segunda década estamos empezando a recorrer— debería ser entendido como el tiempo histórico preñado de dislocamientos, bifurcaciones y crisis sistémica, pero cuyas grandes manifestaciones ya estamos viviendo: la gravedad del cambio climático y la crisis epocal/civilizatoria del capitalismo, uno como consecuencia del otro y ambos retroalimentándose en el tiempo. De ahí que empleamos la palabra anti-capitalismo en el mismo sentido que Lebowitz (2003), de “rechazo al capitalismo mismo”, cuya expresión programática tiene que ser el socialismo a escala mundial.6

Es imperativo emprender ya la indagación militante con miras a la construcción de la “agenda social-revolucionaria” (Barrios 2009), entendiéndola –para evitar dudas— como la “agenda portadora de una lógica de ruptura con el actual orden de cosas” (Antentas y Vivas 2009). Pero ¿cómo lograr la ruptura y alcanzar la utopía del otro mundo es posible sin recurrir a la revolución? Es necesario poner fin al silencio revelador que se advierte frente a la cuestión de la revolución (y del anti-poder), colocándola nuevamente en el centro de la agenda de transformación. Socialismo y Revolución fueron, hasta hace poco, dos palabras expectoradas del lenguaje de los movimientos anti-globalización y altermundistas.7 Constatamos al menos el regreso de una de ellas, reinstalándose con un nuevo contenido y sentido histórico en el imaginario anti-capitalista, traducción para nuestra época del imaginario crítico con “otro horizonte de futuro, diferente del que se ha extinguido” con la caída del muro de Berlín (Quijano 2002: 59). Se advierte esta suerte de retorno a través de las intervenciones de algunos intelectuales en el Foro Social Mundial de Porto Alegre 2010.8 Empero, al cabo de 1 año, este supuesto “retorno” del socialismo y/o la revolución en el discurso altermundista, no ha pasado de posturas personales de algunos intelectuales influyentes. El Socialismo como “horizonte de futuro” sigue estando ausente en los movimientos sociales, como cualquiera lo puede constatar leyendo la Declaración de la Asamblea de los Movimientos Sociales, dada en el marco del Foro Social Mundial 2011 (Dakar, 10 de febrero).

Transición histórica y praxis son para nosotros inseparables

No queremos dejar pasar nuestro reconocimiento crítico al pensamiento de Immanuel Wallerstein. Nuestras reflexiones se nutrieron de la mirada de aquel en términos de grandes periodos y sistemas históricos (que es propio de la escuela braudeliana), sobre todo la flecha del tiempo del capitalismo. Los textos de Wallerstein fueron también un estímulo para iniciar la recuperación de un tema abandonado por la ortodoxia marxista: la transición socialista. Ciertamente, él introdujo en el debate internacional la noción de poscapitalismo, que no quiere decir socialismo, sino una variante más perniciosa del capitalismo actual, en el contexto de sus discusiones sobre la bifurcación que atraviesa este sistema histórico desde los años 70. Es que la dirección o rumbo que tome el mundo (poscapitalismo o socialismo) depende de las correlaciones de fuerzas internacionales. Wallerstein toma partido por el altermundismo y el postulado de “Otro mundo es posible”, pero el escenario en el que está pensando y hacia el que proyecta lo que observa de las fuerzas sociales reales, es el poscapitalismo y no el socialismo (en realidad, esta pensando en una transición sistémica). Está por verse si, en las condiciones actuales, la transición histórica implica la vigencia del mercado y la propiedad privada; pero fue real durante la transición socialista en Rusia, cuando Lenin implantó la NEP (Nueva Política Económica). Vimos en ello una puerta de ingreso para retomar, críticamente, el tema de la revolución mundial, y estamos persuadidos de que el Socialismo solamente puede existir a nivel planetario, mediante un proceso revolucionario a vasta escala. No hay otra forma de derrotar al capitalismo en todo el mundo y “encarar” -como comentó el amigo argentino Adrián López- “un nuevo Proyecto Histórico”.

Una cosa es la transición histórica y otra la transición sistémica. ¿Qué diferencia ambos conceptos? Empecemos por la transición sistémica. Si hablamos de que el capitalismo histórico está mutando por una serie de consideraciones hacia algo llamable “poscapitalismo” o “neocapitalismo”, cualquier cosa con el “pos” o “neo” adelante, la cuestión es saber si sus relaciones sociales básicas siguen descansando en el eje capital-trabajo. El debate en torno a la “sociedad de la información”, el conocimiento, las nuevas tecnologías, son allí pertinentes; y estas formas modifican al mismo tiempo la naturaleza relacional del capital. En este contexto, por transición sistémica entendemos los cambios en el patrón (o patrones) así como en los métodos de extracción de plusvalor, desde los niveles más avanzados y de punta, propagándose hacia el resto del “sistema”. El desarrollo de las fuerzas productivas, la cuestión del límite técnico, la reapropiación de la naturaleza, entre otros asuntos vitales (para el capital se entiende), tienen que ver con todo eso. La transición histórica, en cambio, es un tema de relaciones de poder-antipoder-contrapoder entre fuerzas sociales y políticas, organizadas o no. La transición histórica no tiene que ver con el modus operandi del sistema histórico, sino con su transformación revolucionaria en el sentido de nuevas relaciones sociales y nueva sociedad, de lo cual depende la transición sistémica (¿sabemos cómo será/funcionará el socialismo del futuro, o la sociedad de los “productores libres”, la utopía de Marx?). En el argot clásico, en el meollo de la transición histórica se halla la cuestión de las fuerzas productivas vis-a-vis las relaciones de producción.

En consecuencia, y esto viene a ser una hipótesis, diríase que el capitalismo no está al borde de ninguna transición histórica, pero sí se halla en una transición sistémica debido –en los años más recientes— a la crisis financiera internacional, la reforma del sistema monetario, el desempleo, la anunciada “recuperación económica”. Y son las fuerzas de la globalización (las grandes transnacionales y los Estados capitalistas más poderosos) las que vienen conduciendo esta transición. En cambio, todos los movimientos de resistencia y anti-capitalistas en el mundo, están pensando y actuando justamente “para resistir”, en lugar de prepararse para empujar la cosa hacia una transición histórica (preparar la revolución mundial). El nacionalismo radical latinoamericano, que se nos presenta como “Socialismo del siglo XXI”, ¿hacia adónde apunta realmente? Ahora bien, supongamos y concedamos al capitalismo “2 siglos más de existencia”.9 Así como están las cosas, dentro de dos siglos no solo estaremos recontramuertos como decía keynes con relación al “largo plazo”; también es posible que en dos siglos más de funcionamiento el capitalismo acabe con todo rastro de vida en el planeta. El problema radica en que este sistema es profundamente depredador, explotador y deshumanizador, fanáticamente irracional pero que se camufla eficazmente bajo el manto ideológico de la "modernidad" y del "progreso".

En el capitalismo todos somos formados/educados para vivir produciendo y consumiendo “cosas”, sean materiales o inmateriales; allí las relaciones sociales están maniatadas al consumismo desenfrenado y atosigante; el poder del dinero está en simbiosis permanente con el reinado del individualismo alienado (la “soberanía del consumidor”). En el socialismo las personas se educarán/serán educadas para vivir bien en sociedad y las relaciones sociales dejarán de estar mediadas/manipuladas por el fetichismo de las cosas-mercancías. En países andinos como el Perú esta perspectiva ya existe y sus elementos no necesitan ser importados de ninguna otra latitud, siendo fundada por José Carlos Mariátegui quien hizo el primer gran esfuerzo en esa dirección.10

Referencias utilizadas

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2010 «Diez años después de Seattle la necesidad de una alternativa anticapitalista es más evidente para muchos activistas». (Entrevista de Salvador López Arnal). Rebelión, 7 de enero.

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1 El presente texto ha sido extraído y adaptado como artículo, para esta edición de Globalización, del libro del autor: La Transición Histórica en el Siglo XXI (Lima: Editorial Horizonte, de próxima aparición).

2 El dinero es utilizado por los estados y los organismos internacionales, los mercados financieros y las grandes corporaciones, para influir sobre la circulación (internacional) de mercancías, la acumulación y la inversión de nuevo capital. Como valor de cambio condiciona y aun re-ordena las relaciones interclasistas y sociales en general.

3 Pero también los ricos territorios de los países petroleros, mediante la intervención militar, tal como lo fue con Irak y hoy con Libia.

4 Fue justamente el Estado el que “consiguió fundir en un solo y mismo movimiento los intereses del capital con los intereses de los Estados centrales o hegemónicos ante un escenario mundial desigual. Esa unidad, que no es más que la unidad entre la economía y la política imperialista, significó la profundización y ampliación de la monumental capacidad del capitalismo monopolista para controlar cada uno de los aparatos del Estado que ejercían una suerte de sobredeterminación sobre el mercado mundial.” (Tagarelli 2009).

5 En su XXXIII periodo de sesiones (Brasilia, mayo 2010), la CEPAL planteó el “retorno protagónico” del papel del Estado (Matos 2010). “No hay socialismos de estado, esa fue una farsa de las izquierdas; ni la izquierda puede ser la abanderada de un neocapitalismo de estado.” (Álvaro García Linera, citado por Viaña 2010).

6 “¿Qué esperamos para cambiar al sistema? Si la humanidad tiene futuro, será claramente socialista. [...]. Más temprano que tarde [el capitalismo] provoca la desintegración de la vida social, la destrucción del medio ambiente, la decadencia política y una crisis moral. Todavía estamos a tiempo, pero ya no queda demasiado.” (Boron 2010). “En nuestro presente lo que está en discusión es, primero que todo, si queremos y deseamos o no el socialismo. En segundo lugar, si para realizarlo hace falta o no una revolución, la toma del poder y un proyecto estratégico de alcance global, no meramente local o microscópico. En ambos planos la reflexión de Rosa [Luxemburg] es inequívoca. Únicamente con el socialismo se podrá construir un modo de vida y convivencia social más racional y humano. Para ello no hay otro camino que la toma revolucionaria del poder y la transformación permanente a escala global de la sociedad.” (Kohan 2005: 9).

7 «[...] ¿por qué existe la fobia a la revolución entre los anticapitalistas de Europa occidental y en América Latina? Quizás la causa reside en la brecha siempre en aumento que existe entre la desesperanza con las revoluciones en el nivel de los Estados-nación y el siempre creciente reconocimiento del peligro de un desarrollo global capitalista continuado. Y esto es así porque una revolución social anticapitalista a escala global es inarticulable en la realidad en términos del discurso de la revolución del siglo XX. Estamos haciendo equilibrio entre imposibilidades e inefabilidades; ¡una buena receta para el silencio y la ausencia de la palabra “revolución”...!» (Caffentzis 2003: 229). Este autor rescata y defiende del ¿Qué Hacer? de Lenin la actualidad del “modelo comunicativo de producción de la revolución”.

8 Así, Boaventura de Sousa Santos: "se equivocan los que han colocado las palabras revolución y socialismo en el basurero de la historia"; Virginia Vargas (refiriéndose a la democracia realmente existente en América Latina): "no es el camino al socialismo, pero el socialismo debe ser el futuro de la democracia, si es que ésta es real". Expresiones recogidas por la Agencia EFE («El Foro Social advierte sobre "embestidas capitalistas" tras la crisis global», 28 de enero 2010). www.google.com/hostednews/epa/article/ALeqM5gXQzqqur68ZDz7T8GZoI9acq2L4Q

9 Comunicación personal del Dr. Adrián López (2010-08-24), Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Salta, Argentina.

10 “[...] el proyecto epistemológico llevará a Mariátegui a proponer, a partir [de] la existencia de formas históricas de autoorganización de los trabajadores, la noción de una forma específica de emancipación social: el «socialismo indoamericano», que puede ser definido como el proyecto de reconstitución del sentido histórico de la sociedad peruana; es decir, su reoriginalización.” (Germaná 2009: 56).


En Globalización: ANTONIO Romero Reyes


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