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El misterioso fetichismo del capital en el pensamiento de Hernando de Soto1

Antonio Romero Reyes

¿Se pueden comparar ecosistemas, recursos naturales, biodiversidad y los territorios ancestrales, donde aquellos se encuentran, con las edificaciones, fábricas e inmuebles existentes en las grandes ciudades, o con los predios rústicos y urbanos?

Para el Sr. de Soto, quien llegó a ser considerado «el segundo think-tank más importante del mundo» por The Economist, la respuesta de principio es que esa comparación sí puede (y debe) hacerse, en la medida que “el activo” en cuestión se encuentre debidamente registrado y formando parte de un sistema de propiedad formal; el cual facilita que, a través de la representación de las potencialidades más características que todo activo encierra, cualquier posesión física puede ser convertida en capital.

Esa tesis se halla expuesta en su segundo best seller, El misterio del capital (De Soto 2000), que siguió al primero 14 años después (De Soto 1986).

¿Cómo quedarían entonces representados un bosque húmedo; un lago natural con su entorno circundante; una zona rica en biodiversidad con especies de animales y plantas, microorganismos; un río en el que los habitantes amazónicos practican la pesca extractiva para su propia alimentación y para la venta en el mercado local; un territorio indígena donde se halla presente todo lo anterior? ¿Qué tipo de representaciones de capital correspondería aplicarles? Ante este panorama ¿en qué situación quedaría la cosmovisión del Sumak Kawsay (Buen Vivir)? Metamorfosear territorios ancestrales y recursos en potencialidades de capital, y aunque de Soto niegue reconocerlo, ¿acaso constituye la manera más desfachatada (pero encubierta) de volatizar riqueza natural en papeles valorables en los mercados financieros de capital?

He allí una serie de misterios ocultos que ni el video ni el libro resuelven.

Los apartados I al III proporcionan el contexto histórico, social y político, y sirven de introducción al tema del artículo. En IV y V abordamos los misterios con los que De Soto rodea al capital, en los términos en que él mismo los expone, incidiendo con nuestros comentarios sobre uno de ellos (el «misterio clave»), lo que hacemos en el apartado V. En los siguientes continuamos con la crítica pero desde el punto de vista teórico (VI) e histórico (VII y VIII).

Aquí desbrozamos la historia que condujo a de Soto hacia el misterio del capital, y analizamos de qué está hecho este mismo misterio, desenmasca-rando así el carácter fetichista del discurso que él llevó en su periplo por la amazonia peruana. Otros autores y autoras ya han debatido así como cuestionado el mensaje que quiso transmitir a los indígenas, al país y al mundo, contenido en su video.2

Lima, octubre 2009.

I

El presidente Alan García tiene una forma de gobernar que es propia de la herencia colonial, en un país como el Perú donde además la colonialidad del poder se ha ensañado contra los “indios” y “lo indígena” ejerciéndose con patológica violencia.

Primero despotricó contra los perros del hortelano, vil expresión que utilizó en sus artículos publicados en El Comercio (28 de octubre y 25 de noviembre 2007, 2 de marzo 2008), para referirse a las comunidades y pueblos indígenas como el principal blanco elegido de sus ataques. Esos artículos preanunciaron la dación (en mayo 2008) de los más de 100 decretos legislativos que instrumentalizan lo sostenido por el presidente en sus artículos de marras (especialmente del primero), promoviendo y creando los mecanismos legales para la mercantilización de tierras, recursos y territorios sin uso productivo existentes; sin haberse tomado la molestia de disponer la consulta previa –como correspondía— con los afectados, tal como exigía el Convenio 169 de la OIT y del que el Estado peruano es suscrito. En agosto, tras la infructuosa “mesa de diálogo” realizada en la localidad de San Lorenzo (Región Loreto), con el ministro Brack como emisario del gobierno, los indígenas optaron por presionar sobre el Congreso peruano, en Lima, del cual obtuvieron la derogatoria de los decretos 1015 y 1073, los más impugnados en ese momento. Ante los incumplimientos y desinterés del gobierno aprista, el conflicto fue reanudado el 9 de abril 2009 con la ocupación de la planta de Pluspetrol en Andoas y el bloqueo del tránsito de embarcaciones por el río Napo-Curaray. Esta vez la demanda de los pueblos indígenas amazónicos se concentró contra el DL 1090. Hasta la víspera del 5 de junio el conflicto transcurrió mediante tomas de campos petroleros y otras instalaciones (privadas y del Estado), bloqueos de caminos y carreteras, toma de puentes, bloqueo de ríos, marchas de protesta, enfrentamientos con la policía y los destacamentos militares, desalojos violentos, así como “mecidas” de un lado a otro que los líderes indígenas de la AIDESEP (Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana) recibieron en Lima, en su trato con el gobierno y el Congreso, mientras se ganaba tiempo en los preparativos para la ofensiva militar en la madrugada de esa fecha, en Bagua, donde se ordenó desalojar a sangre y fuego a los indígenas que habían mantenido bajo su control la carretera Fernando Belaunde, en el tramo de la llamada Curva del Diablo.

Después de los acontecimientos de Bagua el presidente García –según palabras de De Soto, al iniciar la primera parte de su muy difundido video El misterio del capital de los indígenas amazónicos (De Soto 2009)— “ha pedido que todos los peruanos expongamos nuestras ideas sobre cómo alcanzar la paz social en la amazonía”. Con esta invocación García redondeó su faena. Es decir, primero azuza y prepara el terreno de la opinión pública, a través de un discurso ideológico racista y políticamente colonialista, contra los indígenas de todas las etnias amazónicas a los que llamó «perros del hortelano». A renglón seguido (pocos meses después) vino la avalancha de decretos inconstitucionales,3 donde participaron y fueron consultados un puñado de personajes: «el presidente de la República, los ministros responsables de cada uno de los temas, un grupo de técnicos de los ministerios, los operadores o lobistas de las entidades económicas y/o personas interesadas en que sus intereses sean beneficiados por los decretos.» (Montoya 2009a).

Opinión pública favorable (léase: grandes medios privados) + decretos legislativos + mayoría parlamentaria con Unidad Nacional y el fujimorismo, manteniendo en reserva la capacidad represiva del Estado, constituyeron entonces los componentes de poder reunidos por García, su gobierno, los aliados políticos y lobistas en la sombra, configurando de esta manera el escenario del conflicto. En el fondo de todo esto García había estado fraguando un pingüe negocio con sus socios capitalistas, aunque presentándolo como política de Estado, sin haber escarmentado el remezón que le ocasionó a su régimen el destape de los “petroaudios” que obligó a la renuncia del gabinete Del Castillo a fines del 2008. García y su gobierno maniobraron sobre el Estado como «una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa» del país y de las grandes corporaciones internacionales. Esta tesis de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista se encuentra plenamente vigente, siendo corroborada sobre todo desde los años del fujimorato (1990-2000) y la instauración del neoliberalismo en el Perú.

La astucia indígena con la que aquellos no contaron consistió en haber ganado para su causa la adhesión de otros pueblos y regiones, así como de los trabajadores y sectores sociales, empobrecidos por o descontentos con las políticas neoliberales. Los indígenas, además, tuvieron la audacia de afrontar el conflicto con el Estado peruano como representantes –moral o éticamente hablando— de las mayorías nacionales postergadas y arruinadas, rompiendo desde el inicio con el aislamiento en que pretendía encerrarlos el gobierno, la prensa adicta y demás medios. La solidaridad con los indígenas amazónicos peruanos hasta llegó a ser internacional. La masiva adhesión que recibieron (simbólicamente expresada en la frase “todos somos indígenas”) fue posible porque mostraron unidad, cohesión y voluntad de lucha a toda prueba, además de la justeza de sus demandas. La derrota política del gobierno aprista en el conflicto también tiene esta lectura, por eso su importancia para las futuras movilizaciones y luchas de los explotados y dominados; en particular, con relación a uno de los desafíos identificados por Montoya (2009a): la construcción en el país de «un nuevo bloque político» (y popular, añadimos nosotros).4

II

La derrota política del régimen aprista en el conflicto contra los pueblos indígenas y su organización más representativa, AIDESEP, significó asimismo la derrota –en toda la línea— de la colonialidad del discurso presidencial sobre el «perro del hortelano», que fue confrontacional desde el inicio.

En ese contexto, de victoria política para los indígenas y sectores populares, pero “pírrica” para la derecha (Vargas Llosa 2009), es que reaparece en el país el grandilocuente discurso del sr. de Soto, el mismo de El misterio del capital (De Soto 2000) que llevó y transmitió en su reciente peregrinaje a la amazonia peruana donde visitó –según su video— al 70% de las etnias. El resultado de su “investigación” llevada a cabo con apoyo del ILD, está plasmado en un documental de tres partes (De Soto 2009) y un voluminoso informe, atendiendo el pedido presidencial.

Recurrir ahora al sr. de Soto y el ILD denota, de un lado, que García no ha renunciado políticamente al problema; de otro, el presidente optó esta vez por un discurso económico cuyo currículum señala haber tenido efectividad práctica en otras latitudes. Se supone entonces que esa “efectividad” también debe funcionar en el caso peruano. Por este hecho García ha debido renunciar, al menos momentáneamente, a la megalomanía y egocentrismo con los que suele tratar y manejar los asuntos internos del país, particularmente de aquellos temas altamente sensibles para las mayorías; en este caso, los territorios, tierras y recursos naturales de los que están posesionados milenariamente los pueblos indígenas amazónicos, antes de que existiera incluso la “república peruana”, algo muy diferente a decir la nación peruana.

La susodicha efectividad del discurso del sr. de Soto, en el sentido de haberse concretado en la práctica, tiene dos partes en el tiempo. La primera consistió en la simplificación administrativa de los trámites para el reconocimiento por el Estado de recursos, terrenos y otros activos “fijos” que estaban siendo posesionados y/o utilizados económicamente por los llamados informales, con pérdidas cuantiosas para el fisco (v. gr. viviendas también utilizadas como talleres familiares sin la respectiva licencia; vehículos de transporte público urbano haciendo rutas no autorizadas, particularmente en Lima; construcciones sin registro predial o en terrenos invadidos; ocupación desordenada de calles, barrios y vías ganadas para el comercio ambulatorio, etc.). Esta recomendación de la simplificación fue, junto con la descentralización y la desregulación, uno de los tres elementos del «programa mínimo» que formaba parte de la agenda para el cambio (De Soto 1986: 298-311), resultado al que llegó en su estudio sobre la informalidad en el Perú, realizado en la primera mitad de los ochenta.

En ese libro, calificado de político por su autor (op. cit: 16), se trataba de resaltar y llamar la atención sobre el fenómeno económico-social de la informalidad, originado con las masivas migraciones campo-ciudad después de 1945 (mejor dicho, desde el interior del Perú hacia Lima); fenómeno caracterizado como «la rebelión más importante contra el status quo que se haya producido en la historia del Perú republicano.» (op. cit: 14). Y el status quo se resumía en el mercantilismo: un ordenamiento institucional y jurídico que funcionaba en base a prebendas, intercambio de favores e intereses creados para atender, expresamente y con exclusividad, el cosmos de las élites citadinas y las minorías pudientes. Digamos y convengamos en que este fue el rasgo más revolucionario del libro, con la perspectiva de refundar la revolución liberal sobre nuevas bases en el país. Era también un «libro político» porque pretendía impugnar el pensamiento estereotipado de aquellos años (Prefacio, p. XXXI).5 Veamos en qué consistió o hasta dónde alcanzaba, en ese entonces, el radicalismo liberal de nuestro autor:

  • Cuestiona el régimen económico mercantilista pero no necesariamente al Estado mercantilista. Se limitó a plantear reformas a la «institucionalidad legal». Su «cambio de estructuras» es unidimensional: «transformar el Derecho» (De Soto 1986: 311). Por eso, buena parte de las críticas que recibió el libro recayeron sobre este flanco.
  • Reconoce y reivindica «el esfuerzo, la iniciativa y el potencial popular» (op. cit: 295 y 311), pero sus propuestas se orientaron principalmente a crear las condiciones legales para «dar acceso a todos» (op. cit: 297) y con las cuales se esperaría que permitan funcionar «la economía espontáneamente surgida del pueblo» (op. cit: 299).
  • El autor fue inconsecuente con la postura asumida al principio: haber escrito un “libro político”. En lugar de un programa con ese carácter nos ofrece una agenda para el cambio. Una especie de potenciales servicios de consultoría para los futuros gobiernos, tanto del país como resto del mundo.

El sr. de Soto presuponía que mejorando las condiciones legales desde el Estado era suficiente para desarrollar las potencialidades económicas del pueblo, sin advertir –o aun sabiéndolo pero sin proponer nada— que estas potencialidades de por sí son heterogéneas y desiguales, en términos de posesión de recursos productivos así como de capacidad empresarial para competir con los “grandes” o aprovechar las oportunidades. Se imaginó también que en el Perú de los 80 se vivía una situación similar a la del capitalismo pre industrial, equiparando a los informales peruanos con los pequeños productores ingleses y escoceses de los tiempos de Adam Smith. (¡Dos épocas diferentes y dos países bien distintos, señor de Soto!).

III

La segunda parte de la efectividad anteriormente señalada tiene relación de continuidad con la primera. El énfasis económico de El otro sendero había recaído sobre los costos de la legalidad («costos de transacción» en la jerga de los economistas). El tema de los derechos de propiedad, si bien subyacente, apareció al final (De Soto 1986: 313-314) y en el epílogo (op. cit: 315-316), aunque de manera solamente indicativa. Este tema lo desarrollará años después, en el libro que contiene «los cinco misterios del capital» (De Soto 2000). En el ínterin, de Soto y el ILD prestaron sus invaluables servicios al primer gobierno de García (1985-1990) en lo concerniente al registro predial y simplificación administrativa; después al gobierno de Fujimori donde se crearon «empresas simplificadas y COFOPRI».6

La colaboración con Fujimori y su gobierno se concretó posiblemente en 1997, luego que el ILD difundiera públicamente por la prensa, en diciembre de 1996, un comunicado criticando y emplazando al régimen para que ejecutara el programa de formalización de la pequeña propiedad (propiedades rústicas, predios urbanos y viviendas informales), manifestando al mismo tiempo su plena conformidad con la orientación de la política económica vigente desde 1990; una política económica que se mantenía ajustando la economía de los sectores medios y los “pobres” (estos últimos reivindicados pero no defendidos políticamente por de Soto), con el VoBo de los organismos financieros internacionales (FMI, Banco Mundial) y los grandes bancos privados.

El contexto en que apareció ese comunicado fue la captura de la residencia del embajador japonés y el secuestro de las personalidades que allí se encontraban, el 17 de diciembre de 1996, por parte de un comando político-militar del MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), hecho tras el cual estos exigían –a cambio de la liberación de aquellos— el “cambio de rumbo” de la política económica y/o la liberación de sus líderes que se encontraban presos. El comunicado se dirigía principalmente a los sediciosos (titulaba: «En qué se equivoca el MRTA»), se solidarizaba con toda la política neoliberal del régimen al que le remarcaba continuar con la implementación del sistema de formalización, que había quedado interrumpido al culminar (no sin descalabro económico y social) el primer gobierno de García. De esta manera el avezado, avispado y locuaz de Soto, junto con sus “colegas” del ILD, aspiraban retomar el avance hacia un «capitalismo popular» en el Perú. Su premisa económica les indicaba que para alcanzar ese escenario la política económica requería un soporte más real que, a la vez, le permitiera al régimen ganar el poder que otorga la legitimidad social; y dicho soporte eran precisamente los títulos de propiedad. Esta debe haber sido la idea que le vendieron a Fujimori y sus principales consortes, cuya ruta sintetizamos: Títulos de propiedad à apoyo social para el gobierno à continuidad de la política económica à «capitalismo popular». Este habría sido el «círculo virtuoso» en el que de Soto estuvo pensando para el Perú de finales de los noventa y años venidero.

La novedosa idea que el comunicado quería transmitir, aunque en un estado muy preliminar de elaboración, consistía en la conversión de los títulos, obtenidos mediante la legalización de las propiedades informales, en capital. El “misterio” era saber a qué tipo de capital se refería de Soto y en qué debía consistir su naturaleza intrínseca para que dicho capital sea transable, por ende, manejable y negociable en otros mercados. Para que esto llegue a ser realidad, estaba convencido que había que asegurar la sostenibilidad en el tiempo del programa/sistema de formalización, pues mientras más extendido mejor. Nos aventuramos a decir que el «capitalismo popular» en el que de Soto estuvo pensando se remite a la visión de un masivo mercado de títulos cuyo respaldo son activos, terrenos y bienes reales, adecuadamente valorados, que se hallaban en posesión o que habían sido creados y acumulados a lo largo de los años por los informales. La articulación de este mercado popular con el llamado “sector moderno” (el más capitalista) de la economía, a través de ese eslabón, concentraba –en la visión de De Soto— todo el misterio a resolver para enrumbar al país por el sendero de un capitalismo libre y competitivo (el mismo sueño de Adam Smith).7

Volviendo a la política real, la cuestión era saber qué tan compatible podía haber sido ese proyecto de «capitalismo popular» con los planes de Fujimori y sus secuaces de llevar al país por el camino de una dictadura dinástica, que era a lo que con seguridad llevaba el tema de las sucesivas reelecciones en el transcurso de los 90. (Con la Constitución de 1993, hecha a su medida, volvió a ser elegido en 1995 y luego para el 2000-2005 mediante el fraude más descarado; considerando desde su primera elección en 1990, tras derrotar a Mario Vargas Llosa y al FREDEMO, se trataba de la tercera). Desde el punto de vista de esos intereses, de mediano y largo plazo, las propuestas de De Soto y el ILD “encajaban bien” con el proyecto de auto perpetuación en el poder, en la medida que daba salida a una aspiración de las mayorías informales (tener títulos), con los cuales ellas pudiesen acceder al sistema formal y a los servicios del Estado. De esta manera, la “premisa económica” de De Soto y compañía servía a los fines políticos de perpetuación en el poder de la dictadura, generando un potencial escenario donde los sectores sociales urbanos mayoritarios podían haber sido fácilmente manejados, y captado su apoyo, con fines de clientelismo.

IV

Pasamos entonces del torpe discurso colonialista basado en la imposición y la fuerza, propio del colonialismo español de los siglos XVI-XVIII y que se prolonga hasta nuestros tiempos, tal como el que ostentó Alan García antes y durante el conflicto con los indígenas, al de El misterio del capital del sr. de Soto (2000) cuyo mensaje de fondo es pedirle a los países del Tercer Mundo y ex-comunistas que modernicen sus sistemas de propiedad como antes lo hizo occidente, si quieren que sus economías prosperen y superen de esa manera la condición de subdesarrollo.8 Se trata, pues, de otro engendro discursivo, esta vez desde la racionalidad y colonialidad del poder que ejerce el capitalismo. A renglón seguido hacemos el repaso de los principales rasgos de su pensamiento.

De los costos de acceso a la legalidad, que fue su tema central en El otro sendero, de Soto (2000) pasa a ocuparse ampliamente de los derechos de propiedad, definidos y reconocidos por otros. La secuencia conceptual, para llegar a la noción de capital, presupone esta vez la existencia masiva y dispersa de «acuerdos extralegales» de los activos que se poseen, con el siguiente cambio de nomenclatura: Activos extralegales à Titulación formal à Representaciones de propiedad reconocidas à Potencial económico (captado con la mente) à Capital (valor excedente). El escenario para el cual propone asumir esta cadena es el mundo (pre) capitalista que está fuera de la «campana de vidrio» de occidente (Tercer Mundo y ex países comunistas), donde justamente –según De Soto— el capitalismo “fracasa”.9

En este segundo libro de Soto descubre –o se convence ante lo que aparecía como una sospecha al final de su libro precedente— que la legalidad, o de manera más amplia, el Derecho, constituye el soporte mismo, el «proceso oculto» detrás de toda la cadena anterior de valoración, permitiendo que un activo cualquiera sea convertido en capital; por ende, la legalidad no sirve solamente para tramitar y obtener títulos, escrituras, certificados, etc. y de esta manera «proteger la propiedad inmueble.» (De Soto 2000: 75). En sus propias palabras: «Se trata de una infraestructura legal oculta en las profundidades de sus sistemas de propiedad, donde ser dueño de un activo no es sino el umbral de los efectos de la propiedad. El resto del fenómeno es un intrincado proceso creado por el hombre para transformar activos y trabajo en capital.» (op. cit: 34). Infraestructura legal quiere decir «leyes de propiedad formal» y el intrincado proceso consiste en el «proceso de conversión» sustentado en esas mismas leyes (op. cit: 36).

El misterio que nos anuncia de Soto desde el título consiste entonces en el redescubrimiento de la función del Derecho, y el resto del libro está dedicado a explicarnos los 5 misterios del “fracaso” debido a la ausencia, defectos, distorsiones, imperfecciones o debilidades de ese poder oculto. Son cinco los “misterios” por él identificados:

  1. El misterio de la información ausente (cap. 2)
  2. El misterio del capital (cap. 3)
  3. El misterio de la conciencia política (cap. 4)
  4. Las lecciones no aprendidas de la historia de los EEUU (cap. 5)
  5. El misterio del fracaso legal: por qué la ley de propiedad no funciona fuera de occidente (cap. 6)

El primero de los misterios es una fundamentación estadística que remata con la valoración global de la informalidad en el Tercer Mundo y los países «recién salidos del comunismo». El mensaje principal es la existencia de un considerable «capital muerto» consistente en viviendas y otras edificaciones, inmuebles rurales y urbanos, que no están refrendados con papeles, o si lo están se encuentran viciados (p. ej. por sucesivos cambio de manos entre posesionarios informales), constituyendo un «sector subcapitalizado» al haber rehuido de los frondosos y largos procedimientos burocráticos en todas las instancias estatales, en el nivel local inclusive. A partir de los resultados de las encuestas sobre propiedades inmuebles en 5 ciudades (El Cairo, Lima, Manila, México D.F., Puerto Príncipe) él y sus colegas del ILD proyectaron un valor de US$ 9.34 millones de millones (op. cit: 66) que representaría el valor global de dicho «capital muerto» para todo el Tercer Mundo y los países «recién salidos del comunismo», de los que no incluyó a ninguna ciudad en su muestra.10

El segundo es el «misterio clave» (De Soto 2000: 37) del que nos ocupamos en la parte V. Concentra el arsenal de conceptos del libro; por ende, contiene los principales elementos del discurso que De Soto debe haber llevado recientemente a las etnias amazónicas peruanas.

El tercer misterio es una llamada de atención, en forma de relato, sobre la “ceguera” de las autoridades con respecto a las demandas traídas junto con el aluvión de los procesos migratorios, y al mundo extralegal que los invasores migrantes crearon en los espacios urbanos («la vida fuera de la campana de vidrio»), representando para de Soto «una inmensa revolución industrial mundial» (op. cit: 100).

En las lecciones no aprendidas el autor nos narra «cómo la “ley” extralegal de los pueblos y las praderas de la joven nación estadounidense pasó a ser parte de su normatividad legal» (op. cit: 138), a lo largo de más de 150 años de historia norteamericana. En este tema de Soto demuestra tener total desconocimiento –o ignora adrede— que si Europa y Estados Unidos llegaron al sitial de «países capitalistas exitosos» (op. cit: 37) fue también porque practicaron el colonialismo, la expoliación y el saqueo de los territorios de lo que hoy conocemos como Tercer Mundo. Se puede haber leído profusamente la historia de los Estados Unidos pero denotando al mismo tiempo una completa deformación sobre la historia de nuestro convulsionado mundo, defecto que no es solamente patrimonio exclusivo del sr. de Soto ni de los intelectuales afines a su manera de pensar.11

Llamamos justamente la atención sobre los defectos que muestra el autor en su manejo y comprensión de la historia, empezando por el anacronismo de utilizar, para una época determinada, categorías o conceptos que corresponden a épocas diferentes. Extraemos solo pocos ejemplos (las cursivas son nuestras): «Los estadounidenses parecen haber olvidado que también ellos alguna vez fueron un país del Tercer Mundo.» (De Soto 2000: 35 y 135). «¿Replicaría usted que la economía formal del Perú también ha sido atrofiada por las tradiciones autoritarias del antiguo imperio inca, por la influencia corruptora de la España colonial y por la reciente guerra contra los maoístas de Sendero Luminoso?» (op. cit: 64). «La gente siempre ha producido plusvalía para crear pirámides, catedrales o costosos ejércitos» (op. cit: 241, donde confunde trabajo asalariado con trabajo esclavo y otras modalidades históricas del trabajo).

A pesar de la legión de personas que lo asistieron en la producción de su libro, el autor falló en contar con un buen especialista en historia mundial y de teoría marxista que lo asesorara en la elaboración de ese tipo de afirmaciones.

En cuanto al último de los misterios, el del «fracaso legal», nos presenta la fórmula del «proceso de capitalización» que sintetiza lo que –a su juicio—occidente «hizo bien» en materia de reconocimiento del «derecho a tener derechos de propiedad» (op. cit: 184). Fiel al eslogan de que todo problema encierra su propia solución, para el problema extralegal la única solución –en la lógica del sr. de Soto— consiste en «construir una estructura jurídica y política, un puente, si se quiere, tan sólidamente anclado en los propios acuerdos extralegales como para que las personas lo crucen gustosas e ingresen a este nuevo contrato social que las incluirá a todas.» (op. cit: 199). La “fórmula” comprende cuatro grandes estrategias, agrupando a 15 componentes y 69 actividades y subactividades (op. cit: 187-188), de las cuales expone solamente «dos componentes indispensables»: el desafío jurídico y el desafío político. El resto del proceso se encuentra en el plan completo, a disposición de los interesados que quieran conocerlo «en las bóvedas del ILD».

V

En El misterio del capital de Soto parte de las confusiones que Adam Smith tenía sobre el capital y sutilmente las asocia con Marx (op. cit: 71). Hasta hace “concordar” la opinión de este con la de J. B. Say (op. cit: 73). Para Smith el capital se identifica con máquinas y otros activos productivos (capital fijo); para Marx, en cambio, el capital es una relación social de producción,12 dos significados conceptuales y dos concepciones bien diferentes. Cuando de Soto cita a Marx para extraerle su definición de capital, lo hace recurriendo a un contexto completamente diferente; tal es el ejemplo de la mesa que «se transforma en algo trascendente» (op. cit: 73). En el contexto original de donde de Soto lo saca, ese ejemplo forma parte inicial del argumento con el que se inicia el punto 4 sobre El carácter fetichista de la mercancía y su secreto (Capítulo I, Sección primera) en el Libro primero de El Capital.13 Se puede apreciar en ese párrafo que la metáfora de la mesa nada tiene que ver con algún misterioso concepto de capital por parte de Marx –como quisiera presentarlo de Soto. Es otra cuestión la que Marx quiere plantear valiéndose de la susodicha metáfora: «¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía?» (Marx 1988: 88). Vemos, pues, la “maña” de De Soto –cual ilusionista— trucando ideas ajenas, engañando de esta manera a sus lectores en torno a un misterio o enigma que, en realidad, corresponde al trabajo pero que él hábilmente lo endosa al capital. Con respecto al otro ejemplo, de la «gallina de los huevos de oro» (De Soto 2000: 37), suponemos que debe pasar cosa parecida.

Pero sigamos las reflexiones del mismo de Soto.

Desde el primer capítulo nuestro autor está ansioso por mostrar de dónde sale el valor (en sus términos, de dónde surge el capital), que era la vieja pregunta de la economía política clásica. No pretende indagar en las mismas condiciones de producción como hicieron los clásicos sino «fuera del mundo», por la cita de Wittgenstein que puso al inicio del capítulo 3.14 Le deslumbran las riquezas materiales que ve en occidente, donde los bienes y activos no solo se poseen sino que además circulan, recirculan, se invierten, se les extrae y vuelve a extraer más valor del que encierran («energía potencial»), en una cadena interminable de transacciones, como si estuvieran imbuidos de una “magia” que para él no responde a las leyes de la producción. Su interés está puesto entonces en la vida exterior «fuera del mundo», en cómo la exterioridad «lleva una vida paralela» a la del objeto físico de donde proviene. Según esta representación, tenemos dos niveles de capitalismo donde uno de ellos hace moverse al otro que recibe sus impulsos: i] el capitalismo de las cosas materiales que se producen, circulan, etc., y ii] el capitalismo de los sistemas de propiedad formal que es el «universo conceptual donde el capital vive» (De Soto 2000: 80). De este segundo nivel –para él— surge lo nuevo, lo que permite que haya crecimiento económico. Lo que no se atreve a decir es que esta economía de segundo nivel (ergo, trascendente), a la larga, va a parar en los mercados de capital y las bolsas de valores. En países como el Perú tendríamos incluso un tercer nivel de vida paralela del capital: aquella de los grandes negocios y lobbys con el Estado, en secreto, como el escándalo de los “petroaudios” a fines del 2008, así como las recientes irregularidades descubiertas y denunciadas en la concesión del puerto de Paita, en la costa norte, a capitales chilenos. Lo que antes comentamos sobre la política del perro del hortelano, forma parte indudable de esta tramoya de negociados que al lucrar a costa del Estado, perjudica al mismo tiempo al país. En los países sometidos, periféricos y dependientes, las grandes decisiones de inversión pasan primero por la toma y daca con el Estado, que desde hace mucho ha dejado de ser “nacional”. Aplicando la lógica de De Soto, este tercer nivel es el que hace mover a los otros dos.

Los ejemplos iniciales ilustran el foco de atención de De Soto. En el ejemplo del ladrillo y las edificaciones, para él la «energía potencial» se encuentra dormitando en estas cosas y no en la capacidad física de los pobres, quienes las hicieron y construyeron. Sigue el ejemplo de las vacas o del ganado en general. De un lado, tenemos el stock de ganado y, de otro, el «valor excedente» que proporciona (leche, cuero, lana, carne, combustible). Muy seguro, de Soto nos dice: «Así, el término “capital” empieza a hacer dos trabajos a la vez: captura la dimensión física de los activos (el ganado mismo) y también su potencial como generadores de valor excedente.» (op. cit: 71). ¿Y de dónde ha salido este capital y de qué está hecho? Como no estamos en presencia del capital como cosa o medio de producción sino de algo fuera de sí, situado más allá de las fronteras del mundo físico inmediato, resulta imposible pensar que todos los «excedentes» extraídos del ganado hayan sido hechos con máquinas así sean ultra modernas y automatizadas. Menos aun con intervención humana, así podamos estar seguros que en la mayoría de los campos de los países pobres los productos de la ganadería se obtienen con participación de la mano de obra (que sea familiar, comunal o asalariada poco importa en este contexto). Para de Soto, lo que media entre la vaca y sus productos, así como entre el ladrillo y una edificación, es el «capital» entendido como un «potencial abstracto» (op. cit: 74).

Su tercer ejemplo es todavía más espectacular. Consiste en un imaginado lago ubicado en una elevada montaña (p. 74-75), que se utiliza para la práctica de canotaje y faenas de pesca (lugareños y visitantes), pero cuyo potencial económico es la obtención de energía eléctrica. De Soto se muestra dispuesto a sacrificar el uso actual por el uso potencial a escala, sin importarle la suerte que corra el lago debido al agotamiento de sus aguas, ni los impactos de la hidroeléctrica sobre el ecosistema de la montaña donde se halla el imaginario lago. Sacándole el mayor provecho al ejemplo, sostiene que el capital es invisible, ni se puede ver ni tocar, está fuera del alcance de nuestra vista y de nuestros demás sentidos, pero está contenido y “apresado” en las cosas, es como una fuerza sobrenatural similar a la energía nuclear que se debe liberar. Así, el capital viene a ser la energía eléctrica creada mediante las aguas del lago, energía que solo podemos experimentar en sus efectos (la iluminación de nuestras casas).

Para tener una concepción enajenada y fetichista del capital, el “secreto” es suprimir al trabajo de la relación capitalista para quedarse solamente con el otro elemento de la relación. Es lo que hace justamente de Soto, pero añadiendo algo de su propia cosecha: envuelve al capital con un halo místico. Sus fuentes doctrinarias para justificarlo son Sismonde de Sismondi, J. B. Say, ¡y Marx! (op. cit: 73); cuando más bien para este último, desde los Manuscritos de 1844, trabajo, capital y propiedad privada están imbricados en la misma relación.15 De Soto pretende hacer, a su manera, lo que de otro modo intentaron los economistas clásicos con la propiedad privada: hacer del capital o, si se quiere, de la propiedad formal, el sujeto generador de valor y principio activo del mundo.

El halo místico se advierte con anterioridad cuando señala: «el capital no es el stock de activos reunidos sino el potencial de estos para desplegar una nueva producción. Ese potencial es, por supuesto, abstracto.» (op. cit: 72).

Ahora comprendemos por qué el libro fue tan aclamado y recibió encendidos elogios en occidente.

Endosarle a algo que no se ve lo que en realidad proviene del trabajo individual o del trabajo social, es la teoría más descabellada y tramposa elucubrada por de Soto. Este suprime la categoría social e histórica del trabajo para dejarlo fuera de la explicación del «misterio», ergo lejos de la comprensión de sus lectores.

Léase entonces el misterio del capital con la aureola de misticismo con el que ha sido rodeado por de Soto, aunque nos alcanza una señal de su materialidad: «Lo que crea capital en occidente es, en otras palabras, un proceso que es implícito y está enterrado por entre los vericuetos de los sistemas formales de propiedad.» (op. cit: 76). Este “proceso implícito” de creación de capital es, entonces, externo y no asegura que sea necesariamente establecido por los propietarios originales. Lo hace más bien un aparato burocrático-tecnocrático bien aceitado y especializado.

Mediante un ejemplo, veamos como funciona todo este misterio. Supongamos que soy el dueño de la casa donde vivo, que está ubicada en un paraje cerca al río, en las afueras de la ciudad. Hagamos también el supuesto heroico de que en el país donde vivo, uno del Tercer Mundo y más concretamente latinoamericano, se está modernizando las estructuras administrativas del sistema de formalización de la propiedad. Un día cualquiera, de improviso, recibo la visita de Hernando de Soto y sus colegas del ILD que se encontraban levantando información sobre la informalidad en la zona donde me encuentro. Conversando, me hace ver que la casa podría aprovecharse mejor si estuviera registrada y con la propiedad en regla. Le contesto que sí está registrada y le muestro el título de mi posesión. Examinando el contenido de este documento, y echando una rápida mirada a la ubicación y el tamaño de la casa, me hace la revelación que a la casa se la podría convertir en restaurante campestre, o en un hostal para el descanso de visitantes citadinos los fines de semana. Me ha identificado entonces dos potencialidades para un uso económico distinto al actual que podrían interesar a quienes quieran invertir en este tipo de negocio. En relación con esto añade que mi posesión, si bien está legalmente reconocida, solamente es un activo pero no puede usarse como capital. Le faltaba algo. Habla entonces del «valor suspendido», de la «vida paralela» así como de la potencialidad del capital que es lo que falta incorporar en el registro para que el título donde se me reconoce como legítimo propietario sea, además, «fungible», y termina convenciéndome. En función de las potencialidades identificadas y de las cualidades que rodean a la casa (considerando ubicación, clima, paraje natural y otros), se ofrece a brindarme orientación y asesoramiento para añadir esa información en mi título de propiedad, el cual contendría la descripción de la casa como capital en términos de los usos alternativos que se le podría dar, con su respectiva valoración. Acepté y así lo hicimos. Algunos meses después hice el trámite en los registros públicos y obtuve el título de propiedad actualizado. En mi pensamiento se generó esta idea: “ojalá tenga la suerte de que aparezca alguien como el sr. de Soto y se interese en comprarme la propiedad”. Dicho y hecho. Al año apareció un potencial interesado, recomendado por el sr. De Soto. Me dijo que le habían hablado de la casa, estaba informado de la situación legal de la misma y había consultado el expediente en el registro público. Si me la compraba era porque quería poner un negocio. Negociamos e hicimos el trato. Enajenada la casa mediante acto de compra-venta y transferida la propiedad al nuevo dueño, este procedió a hipotecarla ofreciéndola en garantía al banco dentro de la solicitud de crédito que necesitaba a fin de convertir la casa en un hostal. El banco le aprobó la solicitud y, posteriormente, usó la hipoteca para ofrecérsela al banco de inversiones que a su vez la colocó en el mercado inmobiliario donde espera sacar ventajas de futuras alzas de precio.

De esta manera cambié la casa donde vivía (un activo físico) por dinero, pero también perdí todo derecho a seguir disfrutando del paraje (campiña, río, árboles, aves y otros elementos naturales) donde se encuentra la casa, así como de la tranquilidad del lugar, para que lo aprovechen otros; mientras que el título de propiedad fue a parar por los vericuetos del mercado financiero.

Pero también pudo haber ocurrido que me negase a renunciar a la condición de “dueño” y llegar con el interesado a otro tipo de acuerdo… ¿Habría pasado lo mismo?

En todas las transacciones y operaciones anteriores hemos hecho abstracción del tiempo: podrían ocurrir en un lapso relativamente corto o relativamente largo, dependiendo también de la situación del contexto.

VI

En el siglo XIX los economistas marginalistas y neoclásicos habían reducido al trabajo, de fuente del valor, a mero “factor de producción” (una cosa más), en un contexto epistemológico donde la economía política fue hipostasiada en teoría económica; es decir, un sistema formal de representaciones.

La teoría económica neoclásica de los factores de producción (tierra, capital, trabajo) postulaba, en los textos de sus fundadores, que el ingreso es funcional a lo que cada factor aporte al producto total de la economía en términos de su respectiva productividad, de suerte que la productividad del trabajo corresponde con el salario medio, el ingreso del capital es el interés que se paga por el dinero recibido a préstamo, y la productividad de la tierra genera para su propietario un ingreso en forma de renta. Esta teoría del ingreso de los “factores” en base a las productividades encierra un carácter fetichista criticado por Marx al tratar la fórmula trinitaria del capital (Marx 1981: 1037-1057).

De esa manera fue que el paradigma neoclásico hizo desaparecer del escenario la ganancia de los capitalistas, pues el meollo detrás de las pretensiones de esta teoría consistió en abolir la explicación sobre el origen del excedente (el plusvalor en Marx) y su distribución entre las distintas clases sociales. Marx había advertido: «En el capital que devenga interés, la relación de capital alcanza su forma más enajenada y fetichista.» (Marx 1982a: 499). ¿Y dónde descansa el interés? En el sistema de propiedad. De Soto, entonces, recoge y asume la forma más enajenada y fetichista del capital. Otros economistas ya se le habían anticipado, como Böhm-Bawerk y la escuela austriaca del interés y del beneficio. Mucho antes que estos, Nassau Senior, un economista vulgar, en su Outline of Political Economy de 1836. Con relación a estos temas (fetichismo, economía vulgar) remitimos al lector a nuestro trabajo en Romero (2009d).

Todo lo que de Soto dice y/o deriva de ideas como «llevar una vida paralela», «energía potencial» y similares, que son distintas formas de lo que concibe por capital, se comprende mejor con la fórmula del capital-dinero de Marx D-D’. Esta notación se refiere a todo dinero que engendra dinero, o, en términos del sr. de Soto, capital que engendra capital, es decir, representaciones de capital –tal como él las describe (De Soto 2000: 79-81)— plasmadas en «dispositivos mediadores que nos entregan información útil sobre cosas que no están manifiestamente presentes» (op. cit: 243). Estas cosas “no presentes” son las potencialidades económicas encerradas en el activo, que supuestamente dan lugar a nuevas aplicaciones productivas permitiendo incrementar el capital original. El discurso del capital que se engendra-a-si-mismo y metamorfosea en capital incrementado, se emparenta con la dialéctica hegeliana de la Idea y el espíritu absoluto del cual proviene. En este mismo mundo, donde todo anda invertido, se inscribe también el discurso actual de los economistas, entre ellos los neoliberales, que nos hablan sobre inversiones, competitividad, crecimiento y economía de mercado. La llamada teoría económica moderna es, simplemente, metafísica pura.

Lo más verosímil del discurso del sr. de Soto es la vida paralela del capital. La crisis financiera internacional del 2007-2008 surgida por la implosión de la burbuja especulativa del mercado inmobiliario, en los Estados Unidos, es un clarísimo ejemplo de lo que ocurre cuando se deja «llevar una vida paralela» en los términos que propone de Soto (cf. Romero 2008b). En el sistema desarrollado por Keynes y su escuela, esa doble vida del capital está repartida entre la economía real y la economía monetaria, donde el tipo de interés constituye el nexo que vincula ambos mundos, mediante la eficiencia marginal del capital con relación a la preferencia por la liquidez. Keynes, sin embargo, no alcanzó a desarrollar –en concomitancia con ello— una teoría de los precios, pues su propósito primordial era sacar al capitalismo de la recesión que venía padeciendo en los años 30, y para ello requería trabajar con categorías y variables agregadas. Marx, en cambio, había logrado configurar un sistema de precios pero sustentado en valores (los precios de producción entendidos como los valores medios del comportamiento del mercado). Si en su sistema los precios de producción nunca coinciden con los precios de mercado fue porque careció de una teoría del dinero más avanzada de la que él mismo disponía (el dinero como equivalente general de las mercancías; dinero como capital dinerario). De ahí que el «problema de la transformación» se halla quedado en el misterio porque faltaba incorporar el rol del dinero, la vida paralela del capital, lo que supone un sistema capitalista más avanzado que el de los tiempos de Marx. Piero Sraffa intentó resolver el problema mediante un ingenioso artificio matemático (la mercancía patrón), pero su paradigma fue el sistema de Ricardo, no El Capital de Marx. Pero todo esto lleva la discusión a otro terreno.

El rol del dinero se convertirá en un factor relevante de la economía capitalista con el desarrollo portentoso del sistema bancario y financiero, en el último tercio del s. XIX, el surgimiento de los grandes trusts (monopolios y oligopolios industriales) que implicaba la concentración de la producción, y su fusión con aquél en capital financiero.16 América Latina nunca fue ajena a este proceso (Quesada 2009), coincidiendo en el tiempo con la transición occidental señalada por de Soto, a saber: la incorporación «de acuerdos dispersos y extralegales a un sistema integrado de propiedad legal.» (De Soto 2000: 134). Es legítimo preguntar entonces: ¿Esa transición podría haberse producido sin el desarrollo del capital financiero? De Soto se equivoca al presentarnos el cambio de la legalidad occidental –al menos en Europa— hacia un sistema de propiedad consolidado como hecho aislado. Lo dice de esta manera:

«Durante el siglo XIX y principios del XX, en la mayoría de los países de Europa occidental la ley empezó a adaptarse a las necesidades de la gente común, sus expectativas sobre los derechos de propiedad incluidos.» (op. cit: 130).

Si bien dicha “adaptación” se originó en algún punto del tiempo del s. XIX, el surgimiento del capitalismo financiero lo que hizo fue acelerarla. De Soto se considera seguramente un versado en Marx, al que distorsiona, y lo interpreta además con las anteojeras de terceros como el especulador George Soros quien reduce el pensamiento teórico de aquel a meras “intuiciones” (op. cit: 238). Sería más ajustado a la realidad histórica decir que el desarrollo del capital financiero aceleró la acumulación de capital a nivel mundial, dando lugar al fenómeno del imperialismo e induciendo, inevitablemente, la centralización, modernización y perfeccionamiento de los sistemas de propiedad. La misma propiedad, a consecuencia del dominio del capitalismo financiero, atravesó por un progresivo proceso de concentración, en sucesivos estadios. Sierra Lara (2009) distingue tres formas de concentración de la propiedad, desde 1900, bajo el influjo de dicha nueva modalidad de capital: propiedad privada monopolística, propiedad privada monopolista–estatal y propiedad privada monopolista estatal trasnacional.

«Precisamente, estos cambios en torno a la forma de la propiedad privada y la conformación de un mecanismo de regulación económica [¡ojo sr. de Soto!, esto también incluye al “sistema integrado de propiedad legal” que mencionó] acorde a esta mutación, han llevado al sistema a transitar dentro de la fase monopolista por diferentes y sucesivos estadios de desarrollo.» (op. cit.)

En lugar de aquello, De Soto nos muestra la candorosa historia entre legales y extralegales separados por la famosa campana de vidrio. La veracidad de su relato, en todo caso, corresponde a la época previa al surgimiento del imperialismo (llamado también por Lenin: capitalismo colectivo; capitalismo de los monopolios). En los albores del s. XXI tenemos al imperialismo decadente que, para sostenerse, ha debido perfeccionar sus métodos e instrumentos de dominación, sojuzgamiento-sometimiento y destrucción, todo lo cual es ocultado por los apologistas con el nombre rimbombante de globalización. Pero para de Soto nada de esto cuenta, pues sin ningún empacho ni sangre en la cara sostiene: «Los países que salen del comunismo y los del Tercer Mundo están exactamente donde Europa, Japón y Estados Unidos estaban hace un par de siglos.» (op. cit: 207). ¡Esto, señoras y señores, y en pocas palabras, se llama historia a lo de Soto, pero no es Historia!

Toda forma de activo titulado (fábricas, casas, edificios, terrenos e inmuebles, predios rústicos, etc.) y por ende reconocido y registrado en el sistema de propiedad formal, en occidente y más especialmente en los Estados Unidos (el paradigma del sr. de Soto), le da a su propietario original o legítimo una “ficha” de ingreso a la ruleta de la suerte del «juego capitalista» expresado en diversos mercados (v. gr. mercado inmobiliario; mercado hipotecario; acciones, bonos, pagarés y otros títulos-valores en la bolsa). Como él mismo sostiene: «Gran parte del valor potencial de la propiedad legal se deriva de la posibilidad de tener que desprendernos de ella.» (op. cit: 85). En otros términos, si quieres “jugar” a ser capitalista o rentista, u “hombre de empresa”, tienes que estar dispuesto a enajenar tus propiedades y todo lo que sea de utilidad para este juego de ganar más dinero, donde se puede perder como también se puede ganar.

En eso se ha convertido crecientemente el capitalismo de nuestros tiempos. Al lado del mundo de las mercancías se ha levantado el mundo de las “representaciones” de las diversas propiedades de capital. La perspicaz teoría del sr. De Soto lleva, en realidad, al fortalecimiento del poder del capital financiero (que hoy en día es además ubicuo), así como a la propagación del capital ficticio. Al final, todo tiene que conjugar porque está interconectado, sometido a normas y procedimientos, a derechos y obligaciones. A esta situación se llega cuando tenemos un sistema histórico que inunda y atosiga permanentemente a la humanidad con cosas, y le impele a ésta realizar el mismo juego con sus posesiones adquiridas, en función de las “potencialidades económicas” que esas posesiones supuestamente encierran.

A esa misma situación se llega también debido a la autonomización que van adquiriendo las relaciones mercantiles y el desarrollo de las fuerzas productivas convertidas permanentemente en capital, con respecto a las relaciones sociales y al trabajo en general, en el marco del desarrollo capitalista. Veamos:

«Hemos visto que la creciente acumulación del capital implica una creciente concentración del mismo. Así crece el poderío del capital, la autonomización de las condiciones sociales de producción, personificadas en el capitalista, con respecto a los productores reales. El capital se presenta cada vez más como un poder social cuyo funcionario es el capitalista y que ya no guarda relación posible alguna para con lo que pueda crear el trabajo de un individuo aislado, sino como una fuerza social enajenada, autonomizada, que se opone en cuanto cosa a la sociedad, y en cuanto poder del capitalista a través de esa cosa. La contradicción entre el poder social general en que se convierte el capital, y el poder privado de los capitalistas individuales sobre esas condiciones sociales de producción se desarrolla de manera cada vez más clamorosa e implica la disolución de esa relación, al implicar al mismo tiempo la transformación de las condiciones de producción para convertirlas en condiciones de producción generales, colectivas, sociales. Esta transformación está dada por el desarrollo de las fuerzas productivas bajo la producción capitalista y por la manera en la cual se lleva a cabo este desarrollo.» (Marx 1982b: 338-339).

De manera que cuando nos hablen, leamos o escuchemos de “mercados” a través de los noticieros de TV, la prensa o la radio, es necesario entender esa “mágica” y al mismo tiempo engañosa palabra como el conjunto de la clase capitalista y el poder que detenta.

Todo el esfuerzo que de Soto despliega para convencernos sobre las bondades del sistema de propiedad formal, donde la propiedad está concebida como «un instrumento del pensamiento al representar activos de manera que la mente humana pueda trabajar con ellos en la generación de valor excedente» (De Soto 2000: 242), no vamos a decir de todo ese esfuerzo discursivo que es cháchara pura; más bien es consistente con el proceso de autonomización al que se refería Marx con relación al capital como poder social enajenado cuya tendencia es llevar al mundo hacia la cosificación total (es decir, extinción y ruina no solamente económica).17 Su propuesta, entonces, añade otro peldaño a las ilusiones de los capitalistas por colocar a ese poder en el cielo y las estrellas, llevarlo al nirvana de «fuera del mundo» (mejor dicho, fuera de sí). Toda una feliz coincidencia con los sueños del presidente Alan García Pérez y su pensamiento igualmente alienado acerca del crecimiento, por obra y gracia de su dios: el “inagotable” capital que a los tercermundistas nos viene cada cierto tiempo desde el olimpo (occidente) en forma de “generosas” inversiones. Por eso, para García como para de Soto y los acólitos de ambos, este debería ser su rezo: “bienaventurados sean los capitales porque suyo es el poder y suya la gloria eterna”. Amén. Este rezo, en la manera de pensar de ellos, es igualmente aplicable hasta para un Estado militarista y potencialmente agresor como el chileno, vuelto un instrumento de “defensa” de los intereses de la burguesía chilena fuera de Chile. No involucramos aquí al pueblo chileno.

VII

La metáfora de la «campana de vidrio» que recorre todo el libro del misterio (De Soto 2000) no es muy ajustada a la realidad histórica. Toda la historia que nos narra (la europea y norteamericana) es una colección de acontecimientos que transcurren como si las dinámicas y movilizaciones sociales fueran generadas por contradicciones entre las leyes y normas hechas inicialmente para regir la vida de los ricos, y los acuerdos extralegales que se daban autónomamente los pobres. En la cita donde recurre a Braudel (op. cit: 96-97) la aludida metáfora es utilizada en un contexto donde habla de un sector capitalista «de la sociedad del pasado» (¿cuál?) que vivía «aislado del resto», y donde se desprende –a primera vista— que por «economía de mercado de la época» Braudel habría querido indicar la de «Florencia bajo Lorenzo el Magnífico».18 La misma noción braudeliana de capital es ambigua: habla al mismo tiempo de formación de capital y también de dinero.

Rescatamos más bien la idea de la campana de vidrio en el sentido de vivir aislado del resto que tiene, a contracorriente del uso universalizante que le dio de Soto, aplicaciones de alcance histórico-concreto. Ponemos un par de ejemplos representativos donde su metáfora preferida calza como un guante.

Primer ejemplo: la monarquía de Luis XVI y María Antonieta, en Francia, era un régimen que vivía ciertamente encerrado en una campana de vidrio, entregado a los placeres, el lujo y las excentricidades más descaradas de la corte, frente a los clamores del “pueblo francés” –dentro del cual se hallaba la naciente burguesía francesa— cuya tolerancia ante el derroche tenía un límite (el hambre y la miseria social).

Segundo ejemplo: el zar Nicolás II fue la cabeza visible de un régimen opresivo, despótico y además corrupto, encerrado igualmente en su propia campana de vidrio, mostrándose insensible con respecto a las penurias de las mayorías trabajadoras y del pueblo ruso, lo cual –como ya sabemos— le costó el poder, su propia vida y la de su familia, y la abolición completa de la dinastía de los Románov (1613-1917).

En ambas situaciones históricas la concentración de propiedad (básicamente tierras) entre la elite aristocrática y arribista bloqueaba la aspiración popular de desarrollarse, y la ruptura de la campana de vidrio fue posible únicamente mediante sendas revoluciones. Para de Soto, en cambio, lo que generó esas revoluciones fue la inadecuación de la legalidad:

«En los países en que el Estado proscribía y enjuiciaba a los empresarios extralegales en vez de adecuar al sistema para que absorbiera a sus empresas, no solo se retardó el progreso económico sino que aumentó el desorden, lo cual desembocó en la violencia. Las expresiones más conocidas de esto fueron la Revolución Francesa y la rusa.» (De Soto 2000: 127).

¿Existieron «empresarios extralegales» en la Rusia de los zares, el país más atrasado del continente europeo, mayoritariamente habitado por mujiks (campesinos) y cuya organización social básica era la obschina (comuna rural)? Es notorio que de Soto desconoce completamente cuál era el verdadero problema social en la Rusia prerrevolucionaria.

El caso norteamericano tiene asimismo su propia especificidad histórica: uno de los escenarios donde discurre la exploración que hace el autor –sobre la evolución de la propiedad en los EEUU— es «la colonización del oeste norteamericano» (op. cit: 135 y 159); es decir, un proceso de ocupación abierta que empezó antes en la costa atlántica con migrantes ingleses a los que después siguieron de otras naciones del viejo continente.19 La historia que se nos relata tiene tres partes:

i] Desde el s. XVI hasta la independencia en 1776, en que EEUU fue colonia británica.

ii] De fines del XVIII hasta alrededor de la primera mitad del XIX. Fue algo así como un periodo de transición donde el nuevo estado consolida sus posesiones territoriales y adquiere otras nuevas, incluso mediante la fuerza (la guerra con México en 1847-1848).

iii] Desde la fiebre del oro de 1848 hasta fines del XIX. En este periodo tenemos el interregno de la guerra civil (1861-1865), de la cual de Soto no dice nada.

A diferencia del europeo, este caso muestra que al principio no existía ninguna campana de vidrio que tumbarse abajo mediante alguna revolución. Como colonia británica, EEUU fue un escenario de ocupación y conquista de territorios. Las primeras formas de organización fueron en grupos, por parte de los colonos, y el autogobierno de las colonias. La colonización nunca cesó a lo largo de los tres periodos, más bien fue un proceso in crescendo, desde las tierras de mejor calidad y mejor ubicadas se fue desplazando hacia la periferia del país, en dirección este-oeste y norte-sur.

El relato histórico deja ver claramente que la iniciativa siempre la tuvieron los colonos pioneros y sus «acuerdos extralegales» (v. gr. los derechos tomahawk); la ley formal siempre andaba a la zaga y quienes tenían la responsabilidad política de elaborarla no les quedaba otra opción que adaptarse (v. gr. Ley de Concesión de Tierras del Estado; reconocimiento del derecho preferente de compra a favor del colono). De los tres periodos, el último representó la fase más aguda y crítica del conflicto entre los migrantes, por invadir “tierras públicas”, y los intereses de los distintos niveles de poder incluyendo al gobierno central.

En algún momento, a fines del XIX, las sucesivas oleadas migratorias empezaron a toparse con un límite infranqueable, contribuyendo más bien a la inevitable concentración de la propiedad, y por ende del capital en norteamérica, puesto que casi ya no había más espacio virgen que ocupar. Este hecho está obviado por de Soto. Teniendo a la mano información divulgada por periódicos ingleses sobre la fortuna de los personajes más acaudalados de los EEUU, encabezados por el «barón de los ferrocarriles» (Mr. Vanderbilt), cuya fortuna acumulada en 30 años –por él y su familia— ascendía a US$ 300 millones, Engels comentó:

«Y esta fabulosa acumulación de riqueza se acentúa un día tras otro, gracias a la enorme inmigración de los Estados Unidos. Directa e indirectamente, la inmigración favorece primordialmente a los magnates capitalistas. Directa-mente, ya que origina un rápido aumento de los precios de los terrenos; indirectamente, por cuanto que la mayoría de los inmigrantes hace bajar el estándar de vida del obrero norteamericano.» (Engels 1962: 357-358).

Las reformas a la propiedad constituyeron progresivos remiendos normativos al «derecho jurisprudencial inglés», mientras que los ilegales colonos creaban sus propias leyes «fusionando la ley inglesa, las tradiciones legales surgidas de suelo norteamericano y su propio sentido común» (De Soto 2000: 156).

Lo que para nosotros explica que en EEUU se produjera «una revolución en el derecho a tener derecho de propiedad» (op. cit: 175) -que a su vez representó la cristalización de los esfuerzos por retirar la campana de vidrio, es decir, el derecho inglés—, fue la asunción de una nueva visión entre los políticos, que se advierte claramente en el caso del estado de Kentucky (op. cit: 157-160). El misterio que más operó aquí fue el de la conciencia política, del que la susodicha revolución no fue sino la consecuencia necesaria. Pero tal cambio de mirada no hubiera sido posible sin la masiva movilización social de los pioneers, en sucesivas oleadas migratorias, y el indetenible desarrollo de sus fuerzas productivas a partir del trabajo invertido en la transformación de los territorios ocupados y las mejoras en la calidad y productividad de la tierra. Sus propios acuerdos extralegales, plasmados además en organización (de Soto lo ilustra con las asociaciones de denuncios y los distritos mineros), iban de la mano con –o acompañaban— sus “conquistas” materiales.

La tesis que de Soto adelanta al comienzo del capítulo 5, de que «En cada país [se refiere a los países occidentales, AR] la aparente ilegalidad no era en verdad un crimen sino un choque entre el diseño de normas desde la base social y el diseño de normas de arriba hacia abajo.» (op. cit., 135), en el caso norteamericano descansó verdaderamente en el proceso socio-histórico señalado. La «revolución en el derecho» que nos presenta como la condición sine qua non del desarrollo económico occidental, en el caso norteamericano (su paradigma) respondió previamente a un proceso histórico, social y político que fue la madre de todos sus misterios. Sucede que el pensamiento de nuestro interlocutor se caracteriza por poner todo al revés, colocando de cabeza el orden de las cosas, poniendo lo determinado en el sitial que debería ocupar lo determinante y a este como si fuera lo determinado (en la realidad histórica ambos interactúan y se influyen mutuamente, pero de Soto carece de esta comprensión de los procesos); pone el efecto en lugar de la causa; la Idea reemplaza el proceso histórico-real del cual proviene; el choque entre diferentes diseños de normas sustituye en su pensamiento a las contradicciones objetivas. Por eso el capital y la creación de nuevo valor son hipostasiados en un gran velo de misterio (el fetichismo de los sistemas de propiedad), porque de Soto los ha extirpado de sus determinaciones sociales e históricas.

VIII

En el escenario de la globalización capitalista los países tercermundistas y los ex-comunistas interactúan entre sí y estrechamente con occidente. Participan de un sistema comercial y financiero mundialmente desigual, que sirve principalmente a los intereses de mega empresas apátridas y grandes corporaciones transnacionales, así como de un sistema interestatal dominado por unas pocas potencias y, por encima de estas, la única superpotencia (los EEUU de Norteamérica). ¿Es aplicable a este escenario la metáfora de la campana de vidrio? Tenemos fuertes dudas al respecto. De Soto, por lo demás, nunca proporcionó una explicación, por breve que sea, de por qué fracasó el comunismo en la URSS y Europa del este. Sugerimos una que él no podría desestimarla por determinista, proporcionando la parte de la explicación correspondiente a las relaciones internacionales:

«La ideología de los países de Occidente cercó al bloque soviético y penetró hondamente, incluso con una cierta aureola de prestigio y de misterio, en el pensamiento de sus pueblos y de su propia dirigencia política, y el avance económico del mundo occidental desniveló a la Unión Soviética y a los países de su zona de influencia en sus posibilidades de competir en el mercado internacional. En estas condiciones, el desplome del bloque oriental se volvió inevitable.» (Borja 2003: 1236).

Si se quisiera aplicar la metáfora de la campana de vidrio a las relaciones económicas internacionales, tendría que hablarse del G7, del G20 y del Foro Económico de Davos, cuyas sensibilidades frente a la gravedad de los problemas mundiales denotan estar encerradas en un clamoroso autismo. Estos actores viven en un verdadero encierro palaciego –al estilo del siglo XXI— pues únicamente les interesa el “crecimiento económico” y que los mercados mundiales marchen “viento en popa”. La realidad alienada en la que viven los gobernantes de los países “líderes” está a tono con la comprensión que de Soto tiene del mundo. Su mirada simplemente no les alcanza para atravesar el cristal de esa campana, mientras que el mundo del sr. de Soto está abstraído de las relaciones de poder entre los estados, concibiéndolos como entidades aisladas incluso en su historicidad. La parábola con la que de Soto maneja el tema de la propiedad es el mundo de las robinsonadas de los economistas vulgares.

El fomento del individualismo y la propiedad privada tienden a encerrar a las personas en guetos personales y aun exclusivos, conformando incluso círculos de influencias mutuas, al menos en los sectores sociales más pudientes y en los estratos medios que les copian sus modas y reproducen los estilos de vida de aquellos. La metáfora de la campana de vidrio puede revelar su utilidad también en contextos más específicos, para enfocar el tema de la alienación del poder político en las sociedades tanto occidentales como del Tercer Mundo, o de la vida cotidiana en las sociedades de consumo.

El sr. de Soto omite comprender deliberadamente que los «acuerdos extralegales» de propiedad que entablan los “pobres” y, en general, los habitantes que viven fuera de la campana, descansan y/o provienen de relaciones sociales que son las que generan tales acuerdos; relaciones que con el transcurrir de los años arraigan en creencias y costumbres. Son estas mismas relaciones las que dan forma y le otorgan legitimidad a los heterogéneos «contratos sociales». De alguna manera, parece reconocerlo así pero solamente lo intuye:

«Un derecho no necesariamente tiene que haber sido definido por la normatividad formal para ser legítimo; basta que un grupo de personas apoye con fuerza un determinado acuerdo para que este sea sostenido como derecho y defendido contra la ley formal.» (De Soto 2000: 198).

Como acucioso investigador, de Soto solamente ha observado y estudiado la exterioridad de las relaciones (hábitos, costumbres, creencias) y en el trabajo de campo, p. ej. en Haití (op. cit: 209-210), fueron en busca de papeles (la expresión fetichista de esas relaciones en contratos extralegales).

El crecimiento del mundo que habita por fuera de la campana de vidrio puede ser también visto desde el punto de vista de la dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción. El sr. de Soto, en cambio, nos la presenta como contradicción entre la legalidad formal y la «ley del pueblo».20

Los “pobres” del Tercer Mundo han creado o adaptado sus propias fuerzas productivas a lo largo de varias décadas, en América latina, desde la segunda mitad del s. XX: talleres de producción (viviendas-taller), de reparación, metalmecánica, maquicentros, tejidos y confecciones; carpintería, muebles y acabados de madera, almacenes, bodegas, pequeño comercio, servicios diversos, fabricación de vehículos (triciclos, mototaxis y hasta motocicletas en Perú), materiales de construcción (desde esteras hasta ladrillos), artefactos (cocinas industriales, congeladoras), preparación de comidas, crianza de animales, artesanías diversas, productos naturales transformados (p. ej. en base a maca), otros alimentos y bebidas, agricultura urbana, reciclaje de desechos y residuos sólidos, etc. Lograron insertarse en la economía capitalista invirtiendo su «energía potencial» en la generación de mercancías para el mercado; pero fue un lento proceso de aprendizaje y adaptación. En el caso peruano, la parte más dura debieron soportarla las primeras generaciones de migrantes, pues además son las que experimentaron en carne propia el apartheid inicial que les impuso las elites como expresión de rechazo, así como toda clase de discriminación social y segregación racial. El espacio donde mayormente se localizan –o desde el cual han irrumpido— dichas actividades productivas, son los márgenes o la periferia de las grandes urbes.

Tenemos, pues, un sostenido desarrollo de las fuerzas productivas al margen y a pesar de la formalidad en el Tercer Mundo, como resultante de las limitaciones histórico-estructurales del capitalismo en cada país (de naturaleza dependiente en el caso latinoamericano) y también debido a las relaciones económico-políticas internacionales (v. gr. del tipo centro-periferia). Las relaciones de subdesarrollo-dependencia y centro-periferia siguen formando parte del actual sistema histórico, aunque han sido redefinidas y/o reconfiguradas con la globalización (cf. Romero 2009a). Esta es la parte de la historia mundial que de Soto abstrae, evita u omite deliberadamente; y lo tiene que hacer así para que esa abstracción “cuadre” con toda la lógica con la que expone los misterios del capital y del fracaso de la legalidad fuera de occidente.

Tal vez sea menester que traigamos aquí a colación la consigna que recogemos de Holloway (2003), no solo como grito enérgico que permita desfogar la rabia contenida contra ciertos personajes, también como instrumento para luchar, romper y literalmente disolver la campana de vidrio de De Soto, que para nosotros representa a todo el sistema:

¡Lárgate, capital!

Referencias

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Vargas Llosa, Mario (2009). «Victoria pírrica». El Comercio, Lima, 28 de junio, www.elcomercio.com.pe/online/

Notas

  1. Versión con algunos cambios y varios añadidos del que se publicó en ALAI América Latina en Movimiento, 14 de octubre 2009.
  2. Benavides (2009); Chirif (2009); Chirif y Barclay (2009); Eguren (2009); Montoya (2009b); Soria Dall'Orso (2009).
  3. «[…] todos los decretos tienen defectos formales que los hacen inconstitucionales por el hecho de no haber sido consultados y de legislar, algunos de ellos, sobre temas no permitidos por delegación de funciones legislativas al Ejecutivo.» (Chirif y Barclay 2009).
  4. Nuestra apreciación y balance del conflicto se hallan en Romero (2009b) y (2009c), respectivamente.
  5. Las críticas contra la derecha e izquierda, consideradas "tradicionales" por igual, se encuentran en las conclusiones donde De Soto las acusa por defender el «régimen económico mercantilista» y el «capitalismo de Estado», respectivamente; buscando, al mismo tiempo, diferenciarse de ambas adoptando una suerte de liberalismo popular (De Soto 1986: 291-298).
  6. Véase la parte I del video (De Soto 2009), esp. la introducción. La década fujimorista comprendió: periodo democrático de julio 1990 a marzo 1992; crisis política, autogolpe y dictadura cívico-militar, desde abril 1992 hasta julio 1995, periodo dentro del cual tuvo lugar la reforma constitucional de 1993 y el conflicto armado con Ecuador en enero y febrero de 1995; finalmente, de julio 1995 hasta fines del 2000 que concluyó con la fuga de Montesinos (hacia Venezuela) y de Fujimori (hacia Japón) luego de la difusión del video Kouri-Montesinos.
  7. «[…] las sociedades del Tercer Mundo y las que salen del comunismo experimentan hoy casi la misma revolución industrial que surgió en occidente hace más de dos siglos. La diferencia es que esta nueva revolución avanza mucho más rápido y cambia las vidas de muchas más personas.» (De Soto 2000: 100).
  8. En un trabajo anterior (Romero 2008a: 21-27) mostramos los vínculos entre el pensamiento contenido en los artículos del «perro del hortelano» del presidente García y El Otro Sendero de De Soto.
  9. La metáfora de «la campana de vidrio» está tomada del historiador francés Fernand Braudel (De Soto 2000: 96-97).
  10. Extrapolar a partir de una muestra de tamaño microscópico (5 ciudades) a todo el universo del Tercer Mundo nos parece cuestionable, como también lo es utilizar supuestos simplificadores (valores promedio entre ellos) para una realidad tremendamente heterogénea como la del Tercer Mundo.
  11. En las películas sobre «el mundo del futuro», como la recientemente galardonada The Road en el Festival de Venecia, la burguesía mundial se imagina a través de sus cineastas un planeta devastado y moribundo, pero omitiendo cualquier referencia al modo de producción más depredatorio y destructivo que haya existido en la historia de la humanidad, pues ayudaría al público a relacionar su presente con ese futuro imaginado. ¿Sabe el lector cuál es ese modo de producción?
  12. «[…] el capital no es una cosa, sino determinada relación social de producción perteneciente a determinada formación histórico-social y que se representa en una cosa y le confiere a ésta un carácter específicamente social. El capital no es la suma de los medios de producción materiales y producidos. El capital son los medios de producción transformados en capital, medios que en sí distan tanto de ser capital como el oro o la plata, en sí, de ser dinero. Son los medios de producción monopolizados por determinada parte de la sociedad, los productos y las condiciones de actividad de la fuerza de trabajo viva autonomizados precisamente frente a dicha fuerza de trabajo, que se personifican en el capital por obra de ese antagonismo.» (Marx 1981: 1037-1038).
  13. El párrafo completo dentro del cual se encuentra la cita que comentamos, extraída por de Soto es el siguiente (las cursivas son de Marx): «A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas, o de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del trabajo humano. Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las formas de las materias naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar.» (Marx 1988: 87).
  14. «El sentido del mundo debe quedar fuera del mundo. En el mundo todo es como es y sucede como sucede: en él no hay ningún valor -y aunque lo hubiese, no tendría ningún valor. «Si hay un valor que tenga valor, debe quedar fuera de todo lo que ocurre y de todo ser así. Pues todo lo que ocurre y todo ser así son casuales. «Lo que lo hace no casual no puede quedar en el mundo, pues de otro modo sería a su vez casual. «Debe quedar fuera del mundo.» (Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus).
  15. «La relación de la propiedad privada es el trabajo, el capital y el nexo entre ambos.» (Marx 1962: 77). El enunciado de Marx se puede representar de esta manera: trabajo à propiedad privada à capital, donde "trabajo" es sinónimo de producto del trabajo enajenado (trabajo enajenado: "objetivación", "pérdida del objeto", "extrañamiento", "privación de realidad", "fuera de sí"). En El Capital "trabajo enajenado" o "producto del trabajo enajenado" quiere decir "trabajo social objetivado" en mercancía. Los economistas clásicos no vieron que detrás del "trabajo" estaba el obrero como persona e individualidad, lo que hizo decir a Marx: «la Economía política se limita a formular las leyes del trabajo enajenado» (op. cit: 70). Toda la economía posterior a los clásicos esta basada en esas "leyes", prolongándose hasta la actualidad, y por eso no es gratuito que Marx les dedicara, en el tomo I de El Capital, la crítica al fetichismo de la mercancía. Cf. Romero (2009d).
  16. «Las vinculaciones entre los bancos y las empresas industriales con su nuevo contenido, sus nuevas formas y sus nuevos organismos, es decir, los grandes bancos organizados en forma a la vez centralizada y descentralizada, apenas eran un fenómeno económico característico antes de la década del 90; en cierto sentido puede incluso tomarse como punto de partida el año 1897, cuando tuvieron lugar las grandes "fusiones" y cuando, por primera vez se introdujo, para satisfacer la política industrial de los bancos, la nueva forma de organización descentralizada. Este punto de partida se puede tal vez ubicar en fecha más reciente, pues fue la crisis de 1900 lo que aceleró e intensificó el proceso de concentración de la industria y de la banca, consolidó dicho proceso, convirtió por primera vez las vinculaciones con la industria en verdadero monopolio de los grandes bancos e hizo más estrechas y operativas dichas vinculaciones.» (Jeidels, Das Verhältnis der deutschen Grossbanken zur Industrie mit besanderer Berücksichtigung der Eisenindustrie, Leipzig, 1905, p. 181). Citado por Lenin (1975: 57-58).
  17. «Si el rey Midas de la mitología griega convertía en oro todo lo que tocaba, y caía víctima de ese don, el capitalismo convierte en mercancía todo lo que toca, desde los alimentos hasta las más elevadas manifestaciones del espíritu humano, pasando por la educación y la cultura y llegando, en esta loca carrera autodestructiva, hasta la propia naturaleza, fundamento último de la vida en nuestro planeta.» (Atilio Boron al inicio de su discurso, tras recibir el Premio Internacional de la UNESCO José Martí, La Habana, 17 de julio 2009; citado por Arellano 2009). El texto completo se halla disponible en la página del autor: www.atilioboron.com/2009/07/marti-es-un-pensador-imprescindible-de.html. Nos parece bien que los compañeros cubanos reivindiquen el pensamiento de Martí y felicitamos al Dr. Boron por el premio recibido, pero de allí a sacralizar, venerar las ideas y "observaciones" que hizo de la realidad de su tiempo; en suma, hacer de un personaje histórico un "apóstol", hay una gran distancia. Karl Kautsky (1854-1938) convirtió al pensamiento científico de Marx y Engels en "ortodoxia marxista" para la II Internacional; Stalin hizo de Lenin -muerto este- un icono y objeto de adoración, y los epígonos de Stalin lo convirtieron en un semidios viviente; otro tanto sucedió con la obra y figura de Mao Tse Tung en China; en el Perú de los años 70 y 80 José Carlos Mariátegui fue rescatado del olvido y vuelto objeto de culto por quienes aseguraban ser sus herederos políticos. ¿Es el Dr. Boron un epígono de Martí? Esperemos que no, porque la sacralización y la veneración de personajes del pasado, por muy ilustres que hayan sido sus ideas, y atinados sus escritos, le hacen daño a la creación de un pensamiento genuinamente crítico, con respecto al cual el Dr. Boron fue un decidido impulsor desde espacios académicos como la CLACSO. Con mayor razón aun si hablamos de construir un pensamiento socialista renovado y revolucionario, latinoamericano, adecuado a la crítica realidad de nuestros tiempos.
  18. Lorenzo de Medici, apelado "el Magnífico" (1449-1492), ejerció el principado de Florencia desde 1469 hasta su deceso siendo bastante joven (vivió 43 años). Se le identifica como el principal impulsor del Renacimiento florentino, «que después fue Renacimiento italiano y más tarde Renacimiento europeo.» (Fuente: www.mgar.net/var/lorenzo.htm).
  19. Estados Unidos fue inicialmente colonizado por tres potencias europeas: los ingleses ocuparon la costa atlántica, los franceses se establecieron en Mississippi y Louisiana (vendido luego por Francia a los norteamericanos en 1803), mientras que los españoles fijaron sus posesiones en Florida, California y parte del oeste.
  20. «Descubrir "la ley del pueblo" fue la forma como los países occidentales construyeron sus sistemas de propiedad formal. Cualquier gobierno que seriamente quiera articular los consensos informales vigentes en un solo contrato social nacional de propiedad formal tiene que escuchar ladrar a sus perros.» (De Soto 2000: 189). Las cursivas son nuestras. Identificar la "ley del pueblo" con el ladrido de perros proviene de una anécdota del autor en su periplo por Indonesia: «Paseaba por los campos de arroz sin preocuparme por dónde estaban los linderos de las propiedades. Pero los perros lo sabían. Cada vez que cruzaba de una finca a otra, ladraba un perro distinto. Aquellos perros de Indonesia ignoraban el derecho formal, pero tenían claro cuáles activos controlaban sus amos.» (Ibíd.) Más adelante dicha ley es sinónimo de «escuchando ladrar a los perros» y es presentada como uno de los misterios para salir del fracaso legal (op. cit: 204-207).


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