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Diciembre 2009

Falacias del Neoliberalismo en el Perú1

Antonio Romero Reyes

Introducción

Se ha dicho y comentado insistentemente en los últimos años que el neoliberalismo ha sido “derrotado” o está en retirada a lo largo y ancho de América Latina, particularmente en la región sudamericana. Esta afirmación se apoya sobre todo en la naturaleza de los gobiernos elegidos en los últimos años y/o por el discurso enarbolado de los nuevos gobernantes, en distintos países (Venezuela, Bolivia, Ecuador, de un lado; Brasil, Chile, Uruguay, Argentina, Paraguay, de otro).2 Sin embargo, dista de ser una verdad plenamente comprobada. Tanto el discurso como las acciones y directrices principales que orientan las políticas macroeconómicas en los distintos países, no han dejado de identificarse con lo que genéricamente -y en el lenguaje popular- se conoce como “neoliberalismo”. Destacamos a México, Brasil, Chile, Uruguay y Perú, donde los respectivos regímenes están plenamente identificados con el neoliberalismo y sus políticas. En el caso del Perú lo que se ha profundizado es el neoliberalismo más que las reformas estructurales y sociales. En síntesis, la política latinoamericana –neoliberal o de otro tipo- no puede ser juzgada esencialmente por el discurso sino por la praxis.3

Aun bajo regímenes “nacionalistas” o de centro-izquierda en nuestra región, el neoliberalismo ha logrado permanecer en la conducción de las principales instancias públicas donde se toman las grandes decisiones económicas, financieras y monetarias en los diferentes países, como son los no menos decisivos ministerios de economía, finanzas, bancos centrales y/o empresas públicas estratégicas.

Si bien nuestros argumentos guardan relación con América Latina, vamos a ocuparnos del neoliberalismo en el Perú.4 Como se sabe, el neoliberalismo tuvo –y aun tiene- un formato básico común para toda la región, consagrado en las políticas del Consenso de Washington y que se prolongan con la suscripción de los Tratados de Libre Comercio. Esto en lo concerniente a las políticas económicas y comerciales. Pero también existe un cuerpo doctrinario, filosófico e ideológico, que forman el substrato –o el summum- que inspiran aquellas políticas. La conjunción de ideología y medidas de política dan lugar a un corpus que es filtrado hacia la “opinión pública”, a través de los medios masivos de comunicación. Esta filtración viene expresada a través de “verdades” que se consideran válidas por si mismas, así como de mensajes cuidadosamente elaborados que buscan instalarse como “sentido común” en el subconsciente colectivo, moldeando y homogenizando la forma de pensar del gran público hacia los temas económicos y asuntos públicos en general, perpetuando así la ideología subyacente.

Enfocamos entonces nuestro tema en dichas “verdades” y en el “sentido común” que el neoliberalismo, sus propagandistas y publicistas destilan cotidianamente haciendo creer a la población, especialmente sectores populares, que las medidas tomadas por el gobierno en el tema económico son las mejores, las más adecuadas, que traerán “desarrollo para todos” y resolverán la pobreza, etc. Todo esto forma parte de un todo más complejo que podemos representar como una larga cadena de producción, distribución y circulación de información, ideas y conocimientos en la que participan universidades e instituciones académicas, centros empresariales, fundaciones, ministerios y entidades del Estado, responsables de la conducción y gestión económica del país, medios informativos, periodismo de opinión, revistas especializadas, expertos y otros especialistas, además de líderes, movimientos y/o partidos políticos que se adscriben y defienden las tesis neoliberales así como la economía de mercado en general. Ni el espacio ni el tiempo disponible nos permiten dar cuenta de todo ese andamiaje. Sin embargo, con lo aquí expuesto, se aspira brindar un punto de partida para un trabajo de mayor profundidad y largo aliento.

El neoliberalismo latinoamericano carece de doctrina propia. Como han sostenido hace más de 20 años Max-Neff, Elizalde y Hopenhayn (el subrayado es de los autores): “Si el desarrollismo fue generador de pensamiento, el monetarismo ha sido fabricante de recetas; por lo menos el que hemos visto aplicado en nuestros países. En nuestro medio no es posible detectar propiamente un pensamiento o una filosofía neo-liberales. Ello no se debe, por cierto, a que la mencionada escuela carezca de tales sustentos. Basta leer para ello a los economistas austriacos. El problema radica en que el esquema aquí aplicado ha sido el de un neo-liberalismo inculto, dogmático y fuera de contexto.”5

El neoliberalismo económico fue importado de las universidades norteamericanas, principalmente de la llamada Escuela de Chicago liderada por Milton Friedman (1912-2006), la cual arraigó especialmente en Chile durante la dictadura de Pinochet. Por aquí vino su implantación teórica, acompañada paralelamente por las políticas fondo-monetaristas del FMI y el Banco Mundial, inspiradas en los preceptos de dicha escuela para resolver los problemas de la demanda agregada, el déficit fiscal y la inflación. Finalmente, el Consenso de Washington vino a consagrar el recetario que en su momento recibió separadamente cada país latinoamericano, elevándolo a un conjunto de principios de alcance hemisférico. Según la periodista canadiense Naomi Klein (2007), las crisis económicas en diferentes partes del mundo, junto con las catástrofes ambientales, fueron utilizadas por los poderes fácticos para instalar sobre las sociedades lo que ella denomina “doctrina del shock”.

Las tres primeras secciones forman un prolegómeno largo para ubicar al lector/lectora en el contexto de nuestro trabajo, contexto que hemos distribuido en tres niveles: una perspectiva panorámica del recorrido histórico que siguió la “ciencia económica” desde Europa (la cuna del liberalismo), la presencia del liberalismo en el Perú en el s. XIX, y el Consenso de Washington a nivel latinoamericano. En cada uno de esos niveles se plantean varias tesis. La última sección constituye la materia en sí, nuestro objeto de discusión.

Liberalismo y Neoliberalismo

En lo que sigue intentamos establecer la relación genética entre el liberalismo clásico del siglo XIX y el neoliberalismo del siglo XX. Milton Friedman (1935, 1956, 1960), Friedrich von Hayek (1944, 1948) y Ludwing von Mises (1935) son considerados los padres fundadores del neoliberalismo doctrinario, a los cuales se asocia Karl Popper (1967, 1985) desde la epistemología (Gómez 2005).

Entre ambos median otras escuelas económicas, desde la economía vulgar hasta la revolución keynesiana, pasando por la revolución marginalista y la síntesis neoclásica. Nuestra tesis es que el neoliberalismo, si bien toma elementos y principios de los clásicos, y sobre todo de los neoclásicos,6 es una escuela que se ha esforzado permanentemente por hipostasiar la realidad; donde la realidad de la economía, en esa concepción, es reemplazada por la “realidad del mercado”. Podría decirse, por eso, que carece de una propuesta de desarrollo explícita.

No obstante lo anterior, Friedman tuvo una influencia decisiva en el diseño de las políticas monetarias y fiscales recomendadas por los organismos de Breton Woods (FMI, Banco Mundial) desde los años 70, llegando a hegemonizar mediante un enfoque monetarista la conducción económica de los países latinoamericanos en los 80 y 90. Se ha llegado a considerar que la política de desarrollo del neoliberalismo se va conformando mediante los efectos, acumulados en el tiempo, que van generando la aplicación sucesiva e invariable de sus políticas de corto plazo. Al menos así vino sucediendo en el Perú desde la segunda mitad de los 70 (Schuldt, 2005: 373).

Por liberalismo económico suele entenderse el cuerpo de doctrina de los llamados “economistas clásicos”, principalmente de Inglaterra y Francia, de la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, cuyos máximos exponentes fueron Adam Smith y David Ricardo. La obra del primero (Smith, 1958) fue la más difundida y popularizada, sobreviviendo incluso al paso del tiempo, debido al recurso de una metáfora (la mano invisible) para explicar el comportamiento de los agentes (productores y consumidores), como si las acciones y decisiones de aquellos, expresadas en ofertas y demandas diversas, fueran coordinadas providencialmente por un mecanismo o fuerza superior.7 La condición básica para el despliegue y desenvolvimiento de todo ello es el postulado de un marco de absoluta libertad, es decir, de libre entrada y salida de los mercados, sin restricciones ni trabas ni controles por parte del Estado, cualquiera fuera su naturaleza, excepto para garantizar el orden público. Este liberalismo económico proveyó de argumentos y principios que sustentaron el liberalismo político; entre dichos principios, el más popular de los cuales, “dejar hacer, dejar pasar” (laissez faire, laissez passer), heredado de la fisiocracia, se convirtió asimismo en una especie de consigna o caballito de batalla contra la persistencia del “viejo orden” representado por el sistema monárquico-absolutista europeo y la institución del mercantilismo. Otro principio, indesligable de la mano invisible, es el orden natural en virtud del cual el egoísmo individual conduce al bienestar de la sociedad, haciendo del gobierno -o del estado- algo “superfluo”. En resumen, traduciendo ambos principios al lenguaje de la política, el liberalismo inculcado por Smith significa: “libertad de toda interferencia gubernamental”.8 Es importante añadir que las ideas liberales surgieron en un contexto histórico e intelectual influido por la reforma protestante, las revoluciones científicas en la astronomía (Copérnico, Kepler) y la física (Newton), así como por el pensamiento de la Ilustración.

Esos mismos principios constituyen al mismo tiempo la savia de la que se nutre el neoliberalismo, concretamente: i] su rechazo visceral del Estado (todo estado), al que se le consideraba, en principio, ineficiente y mal administrador; y ii] su concepción de “sociedad” entendida como una colección de individuos disgregados, separados y que compiten por recursos “escasos” para satisfacer sus propios “fines” egoístas. Para el neoliberalismo es inconcebible, o, en todo caso, constituye una grave herejía, plantearse fines sociales o concebir actores colectivos.

Para entender un poco más de dónde proviene la famosa metáfora, mucho antes de la aparición de la Riqueza de las Naciones9Adam Smith ya era conocido en los círculos académicos y políticos de Inglaterra y Escocia, por la publicación de su Teoría de los sentimientos morales (1759). En esta obra, junto con las Conferencias sobre Jurisprudencia (Justicia, Gobierno, Ingresos y Defensa), se encuentran los fundamentos filosóficos, ontológicos y axiológicos de la “mano invisible”: la consideración de la naturaleza humana y sus fines; la ética, la moral y el “orden natural”; la interacción entre egoísmo y altruismo, entre los instintos y las pasiones. Estos temas son retomados en su obra de economía y le sirvieron en su argumentación contra el mercantilismo. Conviene recordar que Smith estuvo imbuido de la filosofía moral escocesa (mezcla de teología, moral, derecho natural y política) y de los principios teológicos de la Ilustración, que constituyeron los soportes de su visión del mundo.

Podríamos establecer un parangón algo forzado pero útil: el neoliberalismo hizo de Smith lo que el estalinismo y el “marxismo ortodoxo” hicieron del pensamiento de Marx. La doctrina de la “mano invisible” ha constituido la parte más manoseada y socorrida de la obra del economista escocés, para darle ropaje de “ciencia” a la vulgarización de sus ideas por los epígonos, pero también para justificar las políticas depredatorias de las riquezas y el empobrecimiento creciente de los trabajadores.

Entre Milton Friedman -uno de los representantes más conspicuos de la corriente neoliberal- y Adam Smith media un largo periodo, en que la economía política pasó a convertirse en “teoría económica”. Smith (en palabras de Marx) dio a la primera su expresión más acabada, ya que venía de un proceso de elaboración al que contribuyeron otros autores como Cantillon, sir James Stuart y los fisiócratas. Estos últimos influyeron sobre Smith en los temas de la renta de la tierra y la distribución del producto nacional. La decadencia de la economía ricardiana fue el comienzo del fin de la economía política clásica inglesa. En su reemplazo surgió la revolución marginalista que produjeron Stanley Jevons, Leon Walras y Wilfredo Pareto en el último tercio del XIX, cuando el capitalismo estaba pasando de su etapa victoriana y competitiva (la que teorizaron Smith y Ricardo en sus trabajos) a otra monopólica. Esa revolución en el conocimiento involucró un cambio del paradigma económico ya que a partir de allí se fue borrando -no sin intención- todo rastro societal que antes se podía apreciar en el estudio de las relaciones económicas (de allí el nombre de economía política), y gran parte de ello se explica por la incomodidad que significaba -para los posricardianos y marginalistas- seguir lidiando con la teoría del valor-trabajo.

Si anteriormente la tradición clásica había estudiado las relaciones de producción y distribución así como las condiciones de crecimiento en el largo plazo, con el nuevo paradigma se van a privilegiar las relaciones de circulación, esto es, la formación de precios y su dinámica a través del intercambio de mercancías en el mercado. Este concepto es vaciado para pasar a ser llenado por las curvas de oferta-demanda y los modelos matemáticos del equilibrio general. La economía se simplificó al extremo pero se complejizó en su presentación formal: dados ciertos supuestos y postulados lógicos sobre racionalidades y comportamientos maximizadores/minimizadores, ante cualquier perturbación en el sistema este era restablecido por providenciales mecanismos automáticos. Ello se convirtió en el nuevo credo de la economía; esta ganó en simplificación y elegancia instrumental pero a costa de su eficacia explicativa para dar cuenta de la compleja realidad. Se produjo así lo que podríamos denominar un proceso de fetichización de las categorías económicas, mientras que la nueva teoría o el nuevo paradigma fue un producto necesario de su autoalienación (Romero, 2008a).

En el siglo XX, la relectura que hicieron Friedman (desde la economía) y Hayek (desde la filosofía) del pensamiento liberal decimonónico representado en Adam Smith, así como de la “síntesis neoclásica” representada en la Ley de Say y los modelos de equilibrio general, apuntaron a una reelaboración conceptual con vistas a desplazar al keynesianismo de la conducción de la política económica en los países más industrializados. Después de los años 30 y de la segunda guerra mundial el sistema capitalista no volvió a experimentar grandes depresiones; por el contrario, bajo las orientaciones de la revolución keynesiana sobrevino la reconstrucción de Europa occidental y el crecimiento de las economías aliadas en el marco de la “guerra fría” (el sistema tuvo un ciclo de 25 años de relativa prosperidad). Fue entre fines de los 60 y comienzos de la década siguiente que aparecieron nuevas conmociones, aunque de otra índole: la devaluación del dólar y su consiguiente afectación al sistema de pagos internacionales (en 1967 expiró el sistema de Breton Woods y del patrón oro se pasó al patrón-dólar en el comercio internacional); la famosa “crisis de los precios del petróleo” de 1973-74 que desencadenó la expansión del crédito internacional -abundante y barato- proveniente de los petrodólares (antecedente inmediato del problema de la deuda externa de los países del Tercer Mundo); y la insuficiencia mostrada por los enfoques de política anticíclica basados en la demanda para manejar los nuevos factores de perturbación.

Más que por una debilidad intrínseca, la economía keynesiana reveló su crisis bajo los nuevos cambios y necesidades que experimentaba el capitalismo, siendo este el contexto histórico en que la crisis de dicho paradigma debe ser explicada. La gestión keynesiana del Welfare State en Europa y Norteamérica con sus controles y reglamentaciones, particularmente del mercado laboral, sus políticas económicas intervensionistas, junto a la rigidez del sistema monetario internacional y del comercio exterior; todo ello resultaba una camisa de fuerza y una traba para la creciente movilidad del capital -especialmente financiero o en la forma de inversión extranjera directa-, que tendía a rebasar los marcos de los estados nacionales (la globalización). En este marco, el “triunfo neoliberal” tiene una doble lectura. De un lado, la apertura total del comercio así como la libre flotación de las monedas que requerían los capitales en expansión, encontraron en el recetario neoliberal la respuesta “científica” que necesitaban para justificarse. De otro lado, los neoliberales tuvieron la audacia de presentarse como “la” solución en el momento preciso, con un discurso económico que le daba en la yema del gusto a los intereses del capital, es decir, que el nuevo “modelo” prescindía del Estado e inclinaba la “balanza de poder” en la economía hacia las fuerzas más dominantes (las grandes empresas, corporaciones y banca internacional).10

El neoliberalismo económico proporcionó entonces los fundamentos “científicos” para la conducción y gestión política de la economía (el neoliberalismo político), especialmente a partir de los años 80 en que fue encarnado por el “dúo dinámico” Reagan-Thatcher en Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente.11 De esta manera fue como el neoliberalismo económico y el político se fundieron en un solo “modelo”, o, más bien, en recetario/plantilla de aplicación universal, que luego será consagrado en forma de consenso de alcance hemisférico por parte de los Estados Unidos (en realidad, para imponerlo sobre América Latina). Sin embargo, muchos tienden a ver o critican solamente uno de los aspectos del neoliberalismo.12

Otra confusión bastante generalizada es la identificación que se hace entre la economía neoclásica y el neoliberalismo en cualquier sentido. Que haya una relación genética entre ambas corrientes no significa necesariamente “identidad”. En primer lugar, y tal como hemos visto, ambas no fueron contemporáneas ni en tiempo ni lugar. En segundo lugar, mientras que para todo efecto teórico los neoclásicos prescinden o abstraen al Estado en sus modelos de equilibrio (sea este parcial o general), los neoliberales buscan llevar a la práctica la “prescindencia del estado” en la economía real. Obviamente, una cosa es “abstraer” al Estado del análisis económico y otra muy diferente pretender “desaparecerlo” de la realidad o al menos reducirlo a su mínima expresión; pretensión que es consustancial a “la realización de la utopía del anarquismo mercantil del Estado mínimo”(Beck, 1998: 17). La “ineficiencia del estado” o el “estado es un mal administrador”, antes que ser consideradas como proposiciones contrastables con la realidad y/o demostradas en la práctica, se convirtieron con el transcurrir del tiempo en prejuicios y “verdades” inmutables del pensamiento único.

Los comienzos del liberalismo en el Perú

Son muy escasos los trabajos y publicaciones sobre la historia de las ideas y del pensamiento económico en el Perú.13 El trabajo más reciente del que el autor de esta ponencia tuvo conocimiento es de hace 28 años (Revilla, 1980); está referido a un periodo bastante acotado (1890-1910) y a un tema sectorial (la industrialización) en torno al cual se enfrentaron las dos corrientes predominantes de esa época. Carecemos de estudios o tratados completos en el país, que abarquen el “tiempo largo” y sean, además, actualizados.14 No creemos exagerar si decimos que esta misma situación la atraviesan otros países latinoamericanos.

El liberalismo hizo su ingreso oficial al escenario peruano años después de la Declaración de Independencia por San Martín en julio de 1821. Antes de esta fecha, el liberalismo en las postrimerías del XVIII fue sinónimo de “libertad política”, mientras que en materia económica era identificado con “libertad de comercio” (Manuel Vidaurre) o asimilado con la “libertad de comercio marítimo” (Riva Agüero), figurando más bien como reivindicaciones frente al monopolio español antes que como elementos de un programa político y económico alternativo, es decir, de ruptura con el orden colonial. Según Emilio Romero (1945: 289), el liberalismo -al menos en la historia del s. XIX- nunca pasó de ser “un concepto político” y, como corriente de ideas, “jamás atacó a los grandes propietarios”.

Fue el Congreso de 1827 donde, en el marco de las discusiones en torno a una nueva ley proteccionista, tuvo lugar la exposición del liberalismo como discurso programático, a través de la intervención de Manuel Vidaurre que destacó por su defensa de los principios liberales. La principal referencia teórica de Vidaurre en dicho debate fue el economista francés Jean-Baptiste Say (1767-1832), considerado por Marx un “economista vulgar”.

Mientras en nuestros tiempos actuales de globalización la política económica, u otros asuntos públicos vinculados con la economía, enfrenta a neoliberales y “nacionalistas” o “populistas” o “(pos) keynesianos”, llevando la batuta muchas veces los primeros;18 en los primeros tiempos republicanos de formación del estado-nación en el Perú predominaba la confrontación entre los defensores del proteccionismo, de un lado, y los promotores del liberalismo económico en su sentido pleno, de otro, en el debate público. Este enfrentamiento giraba principalmente, si es que no exclusivamente, en torno a la política aduanera que era el instrumento de gestión de mayor importancia con que contaba el Estado en formación. Más aun, la aduana y el puerto del Callao constituían -si se puede decir así- el sistema mejor organizado de la administración y las finanzas gubernamentales, teniendo en cuenta el “pasado exportador” del país en la época colonial.

Si bien la Independencia produjo la ruptura política con la metrópoli, no hizo lo mismo con el régimen colonial, “que continuó vigente hasta el ocaso del siglo XIX” (Bonilla y Spalding, 1981: 70). El régimen colonial siguió imperando en la nueva república y este contexto se mostrará abiertamente reñido con la difusión de ideas liberales por parte de “escritores políticos”.

Identificamos a manera de tesis dos grandes constantes históricas, en el sentido de su recurrencia y/o permanencia en el tiempo a lo largo de la historia del Perú:

  1. La agricultura, el campo, el hombre y la mujer andinos, la comunidad rural, siempre fueron deliberadamente mantenidos en el atraso y/o dejados a un lado -a su propia suerte- por las prioridades de las elites gobernantes. Esta constante es de índole estructural y explica buena parte del “problema nacional” del Perú en términos de desintegración social y exclusión étnica, fragmentación territorial e inequidad del desarrollo.
  2. El permanente desencuentro entre la realidad idealizada por las palabras (aspiraciones y deseos de las elites) y la realidad mostrada por los hechos (el atraso y la exclusión), que el caso peruano muestra en todo momento y lugar como flagrantes contrasentidos. Este aspecto es igualmente aplicable al discurso con respecto a la acción política y los actos de gobierno.

El Partido Civil es considerado “el primer partido moderno de la vida política nacional” (Contreras y Cueto, 2004: 153), por ende, la primera organización política liberal que hubo en el país. Al gobierno de Manuel Pardo y Lavalle (1872-1876) le tocó vivir el periodo de declive del guano. Los gobiernos “liberales” que le antecedieron, como el de Ramón Castilla, cuyo primer periodo (1845-1851) coincidió con el ciclo de auge de la exportación del recurso, solamente “hicieron la parte grata de la reforma liberal” (op. cit: 115). Pardo era un político con grandes iniciativas para emprender la integración física y el desarrollo del país, para lo cual su “gran proyecto” fueron los ferrocarriles, animado o inspirado por lo que había visto cuando se educó en Europa. Sin embargo, su gobierno heredó una economía del derroche debido a la “fiebre del guano” de la que se benefició la plutocracia limeña (comerciantes y consignatarios privados convertidos en nuevos ricos); se lucraba también a costa del erario público por el mecanismo de la consolidación de la deuda interna vía emisión de bonos;19 el presupuesto estatal dependía de los ingresos guaneros (43% de los ingresos del Estado en 1854 y 79% en 1861), y más de la mitad del gasto se utilizaba para ampliar la planilla estatal (burocracia civil y militar) en el interior del país; el Contrato Dreyfus (1869-1877) había sido negociado deficientemente por el gobierno de Balta, resultando todo lo contrario a lo previsto, pues el estado peruano terminó sobre endeudado y obligado a declararse en moratoria en 1876. Por si fuera poco, Pardo y los civilistas eran combatidos por el “pierolismo”, reflejando las desavenencias regionales entre costa y sierra.20

El periodo del guano fue también de fuertes convulsiones sociales, políticas y económicas, como la crisis económica de 1873-1876; la rebelión liderada por Mariano Ignacio Prado contra el Tratado Vivanco-Pareja suscrito por el gobierno de Pezet con la metrópoli (enero 1865) y el subsiguiente combate del Callao contra la flota española (2 de mayo 1866); los golpes militares como el de Castilla en 1851 contra Echenique y del mismo Prado en 1872 para derrocar a Balta.

Apreciando el contexto precedente, bien podemos afirmar que desde antes de la Guerra del Pacífico, ya se había producido la decepción de las expectativas ante la imposibilidad de llevarse a cabo la esperada “revolución liberal” en el Perú. El ciclo del guano (1841-1878) fue la oportunidad única e inmejorable -ciertamente inesperada-, al propio tiempo que irrepetible, como para haber emprendido el desarrollo nacional cristalizando los postulados liberales. Con razón Mariátegui, observando la agricultura costeña de su tiempo, sostuvo: “la política liberal del laissez faire, que tan pobres frutos ha dado en el Perú, debe ser definitivamente reemplazada…” (Mariátegui, 1967: 87). ¿Fracasó entonces el liberalismo en el Perú republicano del siglo XIX?21

Tesis sobre el Consenso de Washington

El llamado «Consenso de Washington» (en adelante CW) fue el resultado de un cónclave, recogiendo las lecciones que habían dejado las experiencias de aplicación de las políticas económicas en los 80, así como la sistematización de estas mismas políticas, promovidas y/o recomendadas por el FMI y BM cuyas sedes se encuentran en la capital norteamericana (Williamson, 1990). Este autor llega a identificar 10 instrumentos de política económica cuyo manejo “razonable” es apreciablemente valorado por las instituciones de Bretton Woods, referidos al déficit fiscal, gasto público, reforma tributaria, tasas de interés, tipo de cambio, política comercial, inversión directa extranjera, privatizaciones, desregulaciones y derechos de propiedad.

EL CW consiste entonces en política macroeconómica estandarizada, consensuada entre los organismos internacionales, los países más desarrollados y las grandes multinacionales, para “gobernar” nuestras economías incluyendo también a los pobres. Aun cuando los postulados del CW hayan inspirado las políticas neoliberales que luego cayeron en el descrédito, en muchos países, logró imponer un lenguaje y forma de pensar que se han legitimado en la opinión de políticos, banqueros, empresarios y de muchos economistas locales. Basta escuchar en noticieros de radio y televisión, o en programas especializados para verificar la identidad de lenguaje y en contenidos. Los medios masivos de comunicación convirtieron los postulados del CW en sentido común, porque se habla y repite todos los días siempre “lo mismo”.

A continuación nuestras tesis sobre el CW con relación a la América Latina (AL):

i] En términos sociales (educación, salud, seguridad social, pobreza, empleo, distribución del ingreso) los resultados obtenidos por las políticas económicas del CW fueron contraproducentes en AL. Se profundizaron y ensancharon la desigualdad social y la inequidad, afectando a la gobernabilidad de los países. Los perdedores de esas políticas fueron y siguen siendo los trabajadores de la ciudad y del campo, los desempleados, los habitantes que viven en la periferia de las ciudades, los nuevos pobres (sectores medios urbanos), las mujeres, los jubilados y los niños.

ii] En términos económicos el CW favoreció con creces -y en primer lugar- a la banca internacional, inversionistas extranjeros, grandes compañías, financistas y especuladores; en segundo lugar a los grupos empresariales con mayor poder económico de cada país, esto es, a los principales exportadores y grandes banqueros, seguidos por los capitales privados que producen para el mercado interno y que en algunos casos son socios menores de empresas extranjeras. El crecimiento económico -cuando se dio- se produjo en función de las decisiones y los intereses corporativos de estos sectores, siendo los grandes ganadores y destinatarios del CW.

iii] El CW fue concebido para remover la ingerencia del Estado en la economía y lo logró en las cuestiones que se propuso hacer (privatizaciones, reducción del aparato público, desregulaciones, apertura y libre entrada de capitales, “flexibilidad” laboral). Paradójicamente, el Estado recibió la responsabilidad de realizar con aplicación el mismo recetario en todas partes, y por eso fue también un gran perdedor. Esto ha permitido develar la incapacidad de la clase política que se turnó en el poder para defender los intereses de cada país. Dado que la sociedad siempre ha dependido del Estado en AL, al perder el Estado perdió también -de carambola- la sociedad exceptuando a las elites económicas, y la clase política se desprestigió.

iv] El CW impuso a los estados latinoamericanos una doctrina económica cerrada que bajo el manto de un “consenso” ocultaba los intereses del gran capital. La revolución económica mediante la cual las economías de la región son desestatalizadas, significó también la sistemática desestructuración de los estados-nación en la región y de los esfuerzos relativamente autónomos de integración que se habían dado;22 era y sigue siendo la condición sine qua non para transitar hacia el reinado del mercado (léase: de las grandes transnacionales). La alianza que hubo entre capital estatal y capitalismo privado, que rigió con el modelo de sustitución de importaciones para desarrollar los mercados internos, fue quebrada y reemplazada por una nueva fórmula: la del minimax (menos Estado y más Mercado),23 con una gran diferencia: de ahora en adelante las economías de los países dependerán sola y exclusivamente de los mercados mundiales. El Estado fue reducido y refuncionalizado para resguardar las fronteras, mantener el orden interno y asegurar condiciones irrestrictas a la libre entrada / colocación / circulación de capitales en cada territorio.

v] El CW y otros instrumentos similares traducen la voluntad política del Norte de querer gobernar a las economías latinoamericanas con el mismo rasero. Los países experimentan la enajenación de sus políticas económicas, lo que equivale a perder su auto-determinación. Las políticas económicas en realidad son gobernadas y monitoreadas desde afuera por una tecnocracia internacional y desde los centros de poder económico financiero.

vi] Las políticas económicas del CW privilegian las variables monetarias (déficit fiscal, tasas de interés, tipo de cambio, encaje bancario, circulante) sobre las variables reales (producción, empleo, ingresos), lo que expresa la preeminencia del capital-dinero sobre las otras formas de capital en el manejo de la economía de un país (incluyendo al capital humano, el capital social y el capital natural). La gestión macroeconómica que impone una estrategia imperial como la del CW se posiciona en dos áreas claves, en torno de las cuales hace girar todo lo demás: pago de la deuda y gasto público, lo cual hace que toda gestión pública de la economía sea convertida en asunto de fondos: cuando hay crisis es por el factor NHP (“No Hay Plata”), como se mostró patéticamente en Argentina en el 2001.

Falacias de hortelanos

El neoliberalismo se manifestó con fuerza en el Perú a partir del primer gobierno de Alberto Fujimori (1990-1995), que heredó una situación económica sumida en el desastre, a consecuencia -para muchos- del “experimento heterodoxo” del primer gobierno de Alan García Pérez (1985-1990). Antes de eso, lo que se había venido aplicando desde mediados de los años 70 eran políticas económicas “ortodoxas” de estabilización, incidiendo sobre todo en la corrección de los desequilibrios en las principales cuentas internas y externas del país (déficit fiscal y de balanza de pagos), fundamentándose para ello en las Cartas de Intención del FMI.24 En agosto de 1991 el régimen de Fujimori inaugura “el más brutal ajuste económico de la historia del Perú” (Gonzales y Samamé, 1991: 38). A diferencia del pasado reciente, ya no se trata solamente de corregir los desequilibrios señalados, pues el propio Estado será el objeto de un tipo de política conocida como ajuste estructural, que con el tiempo -en el ámbito de la opinión pública- se le conocerá con el nombre de neoliberalismo. Un hecho que refuerza el argumento anterior y le es consustancial fue que el recetario del CW orientó efectivamente la conducción y gestión de la economía peruana en toda la década del 90, prolongando su influencia en lo que va del s. XXI y alzándose como un “saber colonial” sobre la manera de pensar y el sentido común.25

Si el liberalismo del s. XIX tuvo como centro de sus ataques al Estado “proteccionista” y al mercantilismo, en las postrimerías del s. XX los prejuicios neoliberales tendrán como blanco principal a los trabajadores y sindicatos, pequeños productores y comunidades. Reducir la planilla debilitando los convenios colectivos y la estabilidad laboral, deteriorando las condiciones de empleo, flexibilizando la contratación y liberalizando el mercado de trabajo; todo ello se convirtió en sinónimo de “eficiencia empresarial” en un país como el Perú.26 Otro rasgo característico de los neoliberales criollos, sea en la empresa o el estado, es la persistencia en ver “la paja en el ojo ajeno” pero nunca en el propio.27

Si el neoliberalismo es la ideología del capitalismo en esta época de globalización (Boron, 2006), se designa como globalismo al predominio de la ideología y discurso economicista del mercado mundial sobre otras dimensiones de la globalización (ecológica, política, cultural, social) que son sistemáticamente ocultadas, negadas o puestas en relación de subordinación (Beck, 1998: 27, 164). La ideología del globalismo neoliberal se apoya en un aparato conceptual de pretendida validez universal (mercado, crecimiento, progreso y otros) cuya principal finalidad consiste en ocultar, velar e incluso blindar los intereses privados (grupos de poder nacionales o extranjeros, transnacionales), presentándolos como intereses “universales” de la sociedad. Frases como: “el mercado es más eficiente que el Estado”, “la globalización lleva a la modernidad”, “el crecimiento económico trae bienestar”, “la inversión privada genera empleo”, “las exportaciones generan riqueza”, así como tantas otras, tienen el propósito de hipostasiar la realidad (en el sentido de ocultarla) pues “mercado”, “globalización”, “crecimiento”, “inversión” y “exportaciones” entre otros conceptos “universales” referidos a campos diferentes al económico (como “libertad”, “régimen democrático”, “justicia social”, etc.) se convierten en objetos sagrados y “divinidades”. En virtud de este fetichismo del discurso, la realidad social y sus conflictos, la política y el poder, la explotación y la dominación desaparecen, o mejor dicho, son “desaparecidas”. Si algún significado tiene la tesis del fin de la historia, es precisamente ese.

Se entiende entonces sobre qué bases el discurso (económico y político) neoliberal proporciona solamente argumentaciones falaces.28 Lógicamente, las mismas categorías “universales” (mercado, crecimiento, globalización, etc.) son utilizadas en todos los países latinoamericanos con mayor o menor insistencia, mayor o menor repercusión, dependiendo de la orientación ideológica del régimen político imperante y la influencia del neoliberalismo. La particularidad del caso peruano es que nuestro país, aparte de Colombia y Chile, ostenta el dudoso mérito de tener el Estado más neoliberal de la región (Romero, 2008b). Además, Alan García, en este su segundo mandato que inició en julio del 2006, ha imprimido su sello propio con relación al neoliberalismo que siguieron Alejandro Toledo y Alberto Fujimori antes que él.

En la campaña presidencial del 2006 Alan García tuvo un discurso efectista, convenciendo al “pueblo” mediante una oferta de reformas sociales, recusando las políticas del neoliberalismo y hasta reconociendo sus errores o pecados “de juventud” como ex-gobernante en 1985-1990. Proyectaba nítidamente una imagen de centro izquierda moderada, frente al otro candidato también con opciones de alcanzar la presidencia (Ollanta Humala, militar retirado y fundador del Partido Nacionalista Peruano). Este último fue prácticamente demonizado y tildado de “anti-sistema” por toda la prensa y los medios de comunicación con cobertura nacional. En el trance hacia la segunda vuelta electoral, y viendo en Humala una “amenaza”, García fue respaldado por la derecha peruana cuya candidata Lourdes Flores quedó fuera en la primera vuelta, así como por el “centrismo” representado por el ex-presidente Toledo y otras fuerzas menores. Los resultados de la segunda vuelta permiten apreciar que García recibió la adhesión popular en Lima y de regiones de la costa, mientras Humala fue apoyado por el voto de las regiones más deprimidas y pobres de la sierra. De esta manera quedó también configurado el mapa político del país.

Sin embargo, nadie supo en qué momento y bajo qué circunstancias –empezando su segundo gobierno- el presidente García dio un viraje no solamente de discurso,29 volviéndose un neoliberal consecuente, traicionando sus promesas electorales y a los electores mismos. ¿Fue la presión del gobierno norteamericano? ¿Fueron los empresarios y las grandes corporaciones que operan en el país? ¿Participaron los fujimoristas? La inconsecuencia con la oferta de campaña se había producido, asimismo, con Fujimori en 1990-1991 y con Toledo en 2000-2001. Cada uno, en su momento, fue un crítico y férreo opositor de quien le antecedió: el Fujimori de 1990 con relación al primer García, prometiendo que no aplicaría la temida “política de shock”; el Toledo del 2000 con respecto a Fujimori cuyo régimen había degenerado en corrupción; el segundo García, todavía socialdemócrata, contra el neoliberalismo y la corrupción de Toledo.

El segundo gobierno de García significa entonces la continuación de las políticas neoliberales iniciadas en el país en 1990. Más aun, busca profundizar y estrechar las relaciones y vínculos con la globalización capitalista,30 a través de acuerdos de libre comercio con los gobiernos de los países desarrollados y las potencias emergentes (China en primer lugar), así como brindando incentivos tributarios -o manteniendo los existentes- al ingreso de capitales y la inversión de las grandes multinacionales, principalmente en minería y petróleo.

La serie de artículos con el común epíteto de “perro del hortelano” tiene el mérito de dar expresión doctrinaria - en lenguaje popular- al pensamiento neoliberal en el Perú; algo que ningún político, ni siquiera de centro derecha, como tampoco ningún economista de esa tendencia, había logrado en los años más violentos del s. XX en el país (la década del 90). De ahí su novedad y rápida popularidad. El antecedente más cercano fue el libro El Otro Sendero a fines de los 80 (De Soto, 1986). Este libro fue escrito con relación al fenómeno de la “informalidad” y desde la perspectiva liberal, siendo un alegato -económico y político- contra el sistema mercantilista entendido como un sistema de favores y privilegios imperante en el Estado y la actividad empresarial (es la “tesis fundamental” del libro); sistema que bloquea e impone trabas legales y administrativas al desarrollo de una genuina economía de mercado.31 Allí se investiga y describe la informalidad existente en los ámbitos de la vivienda, el comercio y transporte. Cabe señalar que parte de su “agenda para el cambio” fue realizada en los 90, concerniente a la simplificación administrativa y la desregulación (op. cit: 301-2 y 304-7). Más aun, en el segundo gobierno de Fujimori (1995-2000) el ILD había recibido el encargo de diseñar e implementar un sistema o programa de formalización de las pequeñas propiedades rústicas, predios urbanos y viviendas informales. En cambio, la descentralización entendida como “el traspaso de responsabilidades legislativas y administrativas del gobierno central a los gobiernos e instancias locales y regionales” (op. cit: 302), fue retomada y reemprendida a partir del gobierno de Alejandro Toledo. En otros términos, el programa liberal de De Soto y el ILD fue llevado a la práctica, al menos en parte, por regímenes neoliberales.32

Cabe aclarar que tanto Fujimori como Toledo representaron regímenes políticos que ejecutaron políticas macroeconómicas supuestamente inspiradas en los principios liberales de la economía de mercado y la libre empresa, pero mantuvieron y aun fortalecieron el sistema de prebendas y favores políticos (el mercantilismo en la política y las instituciones del estado que atacaba De Soto).

Volviendo a los artículos presidenciales, sus contenidos proporcionan orientaciones y directrices de gobierno. Constituyen al mismo tiempo la justificación ideológica y política del primer mandatario para la “avalancha” de más de 100 decretos legislativos,33 que se diera al poco tiempo en mayo, en virtud de las competencias concedidas por el Congreso con la finalidad de que el Ejecutivo “adecuara” -fue el pedido expreso- la legislación del país al TLC con EE.UU. (CAAAP, 2008; CEPES, 2008),34 desatando las protestas en todo el país, especialmente de las organizaciones indígenas de la amazonia.35 En el mensaje oficial del 28 de julio, García atribuyó la mayor parte de las dificultades económicas internas -particularmente la inflación- a la coyuntura internacional (crisis de los mercados hipotecarios en USA, alza en los precios del petróleo y la crisis alimentaria), intentando justificar las medidas dictadas en el “huayco” legislativo y atosigando al país mediante un discurso pletórico de cifras y estadísticas que pretendían demostrar los “logros” de su gobierno, y culminando con la invocación a la “reforma del alma”.36

Son tres artículos escritos en un lenguaje accesible y comprensible, destinados justamente al gran público. El primero de ellos (García, 2007a) lanza la tesis de “poner en valor” los recursos y capacidades “sin uso” refiriéndose, concretamente, a los millones de hectáreas de tierra deforestadas y abandonadas en la amazonia, las tierras sin cultivar en la sierra, la hidrografía (mar y ríos que nacen en la cordillera), hasta los trabajadores informales que carecen de acceso a la seguridad social y al sistema de pensiones. Esa tesis generaliza de manera práctica una de las recomendaciones sobre desregulación, contemplada en la “agenda para el cambio” de De Soto.37 Sin embargo, el método político recomendado por este diverge sustancialmente con relación a lo hecho por García y su gobierno: mientras De Soto propuso hacerlo mediante la “producción (democrática) del Derecho”, es decir, incluyendo transparencia y consulta popular, García arremetió mediante la imposición de los 100 y más decretos legislativos, sin consulta previa a los potenciales afectados (comunidades campesinas y nativas, pescadores artesanales, pequeños centros poblados), violando incluso compromisos internacionales como el «Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales», suscrito por el Perú el 5 de diciembre de 1993. El presidente optó entonces por el “mejor estilo mercantilista” y neoliberal, obviando procedimientos democráticos.

El segundo artículo (García, 2007b) abunda en “propuestas de solución”, donde en el numeral [I] da expresión concreta a uno de los componentes del “programa mínimo” liberal de El Otro Sendero (la desregulación). Según De Soto (1986: 304): “Por ‘desregular’ entendemos el incremento de las responsabilidades y oportunidades de los particulares en ciertas áreas y la reducción de las del Estado en las mismas.”[Subrayado mío, AR]. De las cuatro soluciones sobre este tema, solamente la tercera (“Tercerizando el control de la inversión”) es coherente con dicha definición. Los numerales [IV] y [VI] proponen medidas concretas con relación a lo argumentado en el primer artículo.

En el tercero y último (García, 2008) alcanza una retahíla de cifras en términos de avances en la ejecución del gasto social en el 2007 (primer año de su segundo gobierno), para rebatir los prejuicios psicológicos o intelectuales existentes supuestamente “en muchos de nosotros”.

Es importante señalar que el calificativo perro del hortelano lo aplica el autor para designar las “ideologías superadas” y a todos aquellos que se oponen a la mercantilización de sus recursos sin utilizar u “ociosos”, entre los cuales se encuentran las propias comunidades andinas y amazónicas. Está dirigido asimismo contra el mercantilismo de la burocracia estatal. Conviene distinguir, en este contexto, el proceso de “mercantilización” estimulado por un régimen económico y político mercantilista, del desarrollo de una genuina economía de mercado, tal como lo preconizan desde hace más de una década nuestros liberales criollos “modernos”. Para liberales como De Soto y Vargas Llosa, la economía informal representa “la rebelión más importante contra el status quo” (i.e. el mercantilismo, las prácticas mercantilistas y el sistema mercantilista, de los empresarios y el Estado coludidos en “colisiones redistributivas), pues “La opción de la libertad no fue jamás aplicada seriamente en nuestros países.”38

El marco interpretativo brindado por De Soto es limitado, hasta incurre en un determinismo legal, que impide comprender al Perú realmente existente en los umbrales del siglo XXI. La fragmentación territorial en términos de desigualdades; la exclusión de localidades, recursos y capacidades; las desarticulaciones y heterogeneidades; la débil cohesión social, la deslegitimidad institucional y política, desbordan dicho marco haciéndolo insuficiente. En cambio García, en los artículos que venimos comentando, evita u omite deliberadamente la historia de los conflictos -al menos los distributivos- que marcaron fuertemente al país en el último tercio del s. XX, y donde él fue uno de los protagonistas como político y gobernante. El efecto de este malabarismo mental busca ocultar algo, tal como veremos a continuación.

Después de la defenestración del General Velasco en agosto de 1974, el país ha atravesado por más de 20 años de desmontaje de reformas, así como por la aplicada ejecución de políticas económicas ortodoxas y neoliberales; proceso histórico del que desprendemos al menos tres elementos de continuidad. El primero es que las políticas macroeconómicas respondieron siempre, directa o indirectamente, a los intereses inmediatos de las distintas fracciones del capital en el Perú, sea que fuese utilizada como instrumento de negociación en las diferentes coyunturas o ciclos, sea para generar cierta acumulación interna, o aun para llevar al país por el camino de la inserción directa en el mercado internacional. En segundo lugar, los trabajadores sin excepción -del campo y la ciudad, formales o informales-, sectores populares en general y los “pobres” fueron los más perjudicados por dichas políticas, aun cuando en determinadas circunstancias parecieron obrar a su favor (la “comunidad industrial” de Velasco y el “experimento heterodoxo” en el primer gobierno de García). En tercer lugar, las políticas económicas de corte ortodoxo fueron no solamente el instrumento privilegiado para reorganizar la economía peruana a favor de los capitalistas. Dichas políticas sirvieron también para la transformación del Estado en “Estado del capital”. En este contexto, la invocación a la “economía de mercado” siempre resultó un eufemismo.

Sin romper con el sistema ni con sus baluartes ideológicos e institucionales, los sectores populares siempre han querido y deseado algo muy sencillo: participar en igualdad de condiciones en la “economía de mercado”, pero el sistema -mercantilista o no- se los ha negado permanente-mente. Los millones de micro y pequeños empresarios, hombres y mujeres, del campo y la ciudad, así como sus familias, amigos y parientes, siempre desearon "competir" y ser "eficientes", así como producir y vender, tener mercados, participar, tener oportunidades, recibir apoyo efectivo del Estado, no solamente promesas electorales y verborrea populista. Es sobre esta cuestión donde varias generaciones de políticos, incluyendo la de García, así como los partidos y grupos económicos que estuvieron en el poder, fracasaron en el Perú y otros países de AL, particularmente los andinos. En consecuencia, a la luz de la historia reciente de nuestro país, ¿quiénes deberían ser entonces considerados como los verdaderos “perros del hortelano”?

Una cuestión que los liberales y neoliberales se han abstenido de abordar -y también el presidente García- es la siguiente. Si el "pueblo" peruano quiere mercado, ¿el "pueblo" quiere entonces capitalismo? ¿Capitalismo es sinónimo de "economía de mercado"? Para los dogmáticos y fundamentalistas seguramente la respuesta es evidente, pero nunca fue ni será así de sencillo. La trampa que contiene la consigna presidencial: “poner en valor los recursos que no utilizamos” (García, 2007a) consiste en que dichos recursos terminan necesariamente concentrados y centralizados como propiedad de terceros. Dicho con otras palabras, “poner en valor” mediante el alquiler o la compra-venta, cualquiera sea el recurso (tierras de comunidades, áreas de bosque tropical en desuso o abandono, ríos y mares, etc.) es en realidad un mecanismo de expropiación / apropiación utilizado históricamente por el capital para la “acumulación originaria”. La novedad es que aquí no se propone una suerte de despojo o de apropiación violenta de los recursos, bienes y pequeños capitales de los productores independientes o comunitarios, como en el pasado; se propone, simplemente, un mecanismo de “libre” concurrencia que permita atraer al inversionista y generar así empleo a los millones que lo necesitan. Es la misma figura que en su momento propusieron De Soto y el ILD -a fines de los 80- para crear un “capitalismo popular” en el Perú, pero a partir de la validación de jure de las tierras, viviendas y otros activos en posesión de los informales urbanos.

En cualquier caso, lo que se hace es ocultar la lógica profunda con la que opera el capital y el sistema capitalista en el país. La “fe ciega” en el mecanismo del mercado les impide, sea a García o a De Soto y a los seguidores de ambos, plantearse y menos responder cuestiones como estas: ¿qué garantiza que al final del circuito económico la distribución de la renta sea tal que disminuyan los diferenciales de ingreso y por ende los indicadores de pobreza en el país?; en países como el Perú, ¿la acumulación por más de 500 años con presencia occidental, ha sentado ya las bases de un “capitalismo popular y moderno”?; ¿qué se podría esperar de políticas económicas que, en el marco de la globalización capitalista, tienden a agudizar la centralización del capital, la concentración del poder económico, el desigual reparto del producto, la inequidad en la distribución de ingresos, así como la fragmentación territorial en espacios de desarrollo locales? ¿Puede una propuesta de transformación de las relaciones sociales y de poder, en un país como el Perú, prescindir de la economía de mercado? ¿Es posible el desarrollo en base al mercado pero sin capitalismo? ¿Es compatible el capitalismo con la democracia (hablamos de algo distinto a la democracia del billete: "un dólar un voto")? Estos asuntos rebasan los límites de la ponencia y ameritarían otro trabajo.

Mercado y capitalismo, en el discurso neoliberal, aparecen como realidades metafísicas descritas en términos de "variables" (precios, inversión, consumo, crecimiento, PBI, etc.) cuya lógica de comportamiento solamente pueden entender los "expertos" y los iniciados. Este enmascaramiento de la realidad económica, mediante variables y cifras, impide apreciar que "mercado" y "capitalismo" no son realidades neutras, estando más bien atravesadas por relaciones sociales y de poder, sistemáticamente ocultadas por ese discurso. El discurso político del neoliberalismo, como el que enarbola el presidente García, se presenta arropado con el discurso económico liberal que aspira a la utopía (imposible) de “un país de propietarios”.39 Se comprende el esfuerzo que normalmente se tenga que hacer si se quiere adquirir una comprensión cabal de la situación real, pues la "verdad" es permanentemente ocultada. La verdad misma es una relación de poder.

Finalmente, la falacia más evidente del Dr. García, aunque no por ello menos importante: “la batalla ya no es económica porque el mundo aplastó en ese tema al perro del hortelano” (García, 2008). Todo lo contrario, la batalla recién comienza y ni es ni será exclusivamente económica, sino “civilizatoria”;40 cuestión que debe ser necesariamente colocada sobre una plataforma más amplia y compleja, partiendo de la pregunta: ¿Representa la globalización capitalista el comienzo del fin de la «prehistoria del capital»? Aníbal Quijano había adelantado desde hace tiempo esta tesis: “El capitalismo, La Historia del Capital, avanza ahora más rápida e irreversiblemente en la dirección de su última realización. Cuanto más exitoso y más plenamente realizado y gracias exactamente a su éxito, se despide de sí mismo.” (Quijano, 1996: 25).

El Dr. García alude como “perro del hortelano” al “marxismo” en general, y a la izquierda peruana en particular. Olvida o desconoce que lo que “el mundo aplastó” con la caída del muro de Berlín en 1989 fue la versión anquilosada, deformada y burocrática del socialismo, o, en otras palabras, el “marxismo” de Stalin y sus sucesores tanto en la desaparecida URSS como en el resto del mundo. El aparente fin de la historia suscitado por ese acontecimiento, y su celebración como el triunfo del capital y la democracia a secas (es decir, burguesa) no le ha durado mucho a estos profetas porque nuevos acontecimientos han ido permitiendo una “vuelta a Marx” para superar la época de derrotas y frustraciones.41 Estamos a favor del retorno de un “Marx sin marxismos” (Sáenz, s/f).42 Pero seamos concesivos con el Dr. García y admitamos, en cambio, que el marxismo “racional y abierto” (Boron, 2004) está demorando en aparecer en el Perú, lo cual tal vez nunca suceda si persiste lo que el periodista César Hildebrandt constata observando a las izquierdas del país, agrupándolas del siguiente modo: “versión armada del marxismo”, “señores de Sipán del leninismo”, “vieja izquierda viuda de Mariátegui”. (Hildebrandt, 2008a). Al respecto, una corriente de opinión proveniente de intelectuales y políticos de izquierda ha venido señalando,43 desde los años 80, la crisis de la izquierda peruana y la importancia de su renovación. Si bien tendremos “perro del hortelano” por algún tiempo, en la izquierda peruana, somos optimistas como para vaticinar que esa situación no durará mucho. De hecho, la restitución de un marxismo liberado de ataduras dogmáticas es un proceso que ya está presente en el Perú y América Latina, en concordancia con lo dicho hace tiempo por James Petras: "... el crecimiento del socialismo programático sin estalinismo es un evento histórico de categoría mundial" (Petras, 2001).

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  • ____________ (2005). Bonanza macroeconómica y Malestar microeconómico. Apuntes para el estudio del caso peruano, 1988-2004. Lima: Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico (CIUP).
  • _____________ (2008). “Un lego llamado Haya”, http://schuldtlange.blogspot.com/search/ label/Sociedad%20y%20Pol%C3%ACtica
  • Sáenz, Luis M. (s/f). “Marx sin marxismos”. Iniciativa Socialista, www.inisoc.org/mol.htm
  • Schumpeter, Joseph A. (1971) [1954]. Historia del Análisis Económico I. México: FCE.
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  • Thorp, Rosemary; Geoffrey Bertram (1985). Perú: 1890-1977. Crecimiento y políticas en una economía abierta. Lima: Mosca Azul Editores-Fundación Friedrich Ebert-Universidad del Pacífico.
  • Urrutia, Carlos (2008). “La izquierda diversa de Sudamérica”. La Primera, Lima, 2 de junio 2008, www.diariolaprimeraperu.com/online/noticia1.php?IDnoticia=17844&EF=2008/06/12 &EN=1170
  • Williamson, John (1990). “What Washington Means by Policy Reform?” en John Williamson, ed. Latin American Adjustment. How much has happened? Washington, D.C.: Institute for International Economics.


NOTAS
  1. Originalmente publicado en Socialismo y Participación Nº 105, octubre 2008. Lima: Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación (CEDEP), p. 13-34.
  2. Ver p. ej. Urrutia (2008).
  3. Véase al respecto la evaluación de Petras (2006).
  4. En términos de la clasificación de los actuales regímenes latinoamericanos realizada por Petras (2007), el Perú comparte con México, Chile y Colombia el grupo de los gobiernos "neoliberales doctrinarios". Un examen completo del panorama latinoamericano, por parte del mismo autor, se ofrece en Petras (2008).
  5. Manfred Max-Neff; Antonio Elizalde; Martín Hopenhayn (1986: 12).
  6. Friedman fue con conocedor a fondo de los clásicos (Smith y J. S. Mill), marginalistas (Walras y Cassel), así como de los representantes de la síntesis neoclásica (Marshall y Pigou). Ver Friedman (1976). A Mises se le conoce por haber iniciado y provocado -basándose en los neoclásicos y sus modelos del equilibrio general- el debate sobre la racionalidad de la economía planificada, debate en el que participaron también Oskar Lange y Maurice Dobb (Napoleoni, 1968: 133-147).
  7. En toda la obra, el único lugar donde se encuentra la célebre metáfora es el capítulo II del Libro Cuarto, y en el siguiente párrafo (Smith, 1958: 402): "Ahora bien, como cualquier individuo pone todo su empeño en emplear su capital en sostener la industria doméstica, y dirigirla a la consecución del producto que rinde más valor, resulta que cada uno de ellos colabora de una manera necesaria en la obtención del ingreso anual máximo para la sociedad. Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en este como en muchos otros casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones [subrayado mío, AR]. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios. No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquellos que presumen de servir sólo el interés público." El lector atento coincidirá en que el "fin" al que se refiere Smith es la búsqueda y satisfacción del "propio interés" por parte de cada individuo.
  8. Introducción de Max Lerner a Smith (1958), p. XXXV.
  9. Esta conocida obra se publicó en el mismo año en que se produjo la independencia de las 13 colonias angloamericanas (1776).
  10. "En el conjunto de las formulaciones que constituyen el pensamiento burgués la que responde mejor a las exigencias de la fase particular del despliegue capitalista considerada, conquista entonces fácilmente una posición de pensamiento dominante, ella se torna en el 'pensamiento único' del momento." (Amin, 1998).
  11. Para una caracterización del reaganomics y del thatcherismo, véase Borja (2003: 1169-70 y 1383-4).
  12. Como bien sostiene Boron (2006): "[La corriente neoliberal] no es sólo ni exclusivamente económica, sino una filosofía integral. Sería un gravísimo error de nuestra parte concebir al neoliberalismo simplemente como un programa económico." Y más adelante: "el neoliberalismo es la corriente teórica específica del capitalismo en su fase actual." Véase más adelante la nota 26.
  13. Tenemos en cuenta aquí la distinción establecida por Schumpeter (1971: 51-52) entre "economía política", "pensamiento económico" y "análisis económico".
  14. Los pocos estudios que conocemos -en secuencia temporal- son los de Romero (1945), Reinaga (1969), Iguiñiz (1977), Iguiñiz (1979), y el ya mencionado de Revilla (1980). Merecen ser mencionados también los trabajos de Macera (1977), Macera y Hunt (1977), Portocarrero (1983).
  15. "Era la primera vez que en el Perú se pronunciaba un discurso con semejantes referencias a la ciencia nueva, a la economía política." (Romero, 1945: 299).
  16. Las apreciaciones de Marx con relación a esta corriente se encuentran en sus Teorías de la Plusvalía (Marx, 1974: 392-395).
  17. Como sostiene Bonilla (1981: 69) con relación al surgimiento del nacionalismo peruano: "No se forja como resultado de un conflicto colonial contra la metrópoli española…, ni como resultado de la creación de un Estado nacional por parte de la clase dominante, sino que empieza a surgir dentro de los conflictos armados que se suscitaron después de la Independencia entre las antiguas colonias convertidas inesperadamente en Repúblicas."
  18. Tanto en el Perú como en América Latina se ha vuelto un denominador común -por parte de neoliberales, sicofantes, publicistas e ideólogos defensores de la "libre empresa"- medir con la misma vara o meter en el mismo saco a nacionalistas y populistas, keynesianos y socialdemócratas, incluso a heterodoxos y socialistas, por el "delito" de defender la gestión/participación estatal en la economía, o por propugnar medidas redistributivas del ingreso nacional, más aun si de atender las demandas y necesidades sociales se trata. En la literatura especializada, a todo eso se le ha llamado, para simplificar, "populismo económico" (Dornbush y Edwards, 1992).
  19. La consolidación de la deuda interna fue creada por ley en 1850 y tuvo el propósito de "forjar una clase empresarial". "Una enorme suma de dinero fue puesta en manos de un grupo relativamente reducido, de quien se esperaba iniciasen las inversiones y negocios." (Op. cit: 131). En un país como el Perú tal cosa nunca ocurrió, ya que era más rentable hacer negocio con el Estado prestándole dinero a cambio de jugosos intereses. El guano posiblemente haya sido el primer caso de «enfermedad holandesa» de la era republicana. Acerca de este tema véase Schuldt (1994).
  20. "El pierolismo era una reacción y un sentimiento contra el cariz plutocrático de los civilistas. Las contiendas entre el civilismo y el pierolismo dominaron la política peruana hasta inicios del siglo veinte." (Contreras y Cueto, 2004: 156).
  21. A diferencia del proceso independentista latinoamericano, la independencia norteamericana "fue un proyecto nacional real, una manifestación de que los dirigentes y los empresarios del nuevo país querían el desarrollo de su propio suelo para beneficio de su propio pueblo,…" (Durand, 2004: 29).
  22. La evidencia se pudo apreciar en la división de posiciones de los países de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) con relación a los TLC con Estados Unidos; asimismo, con ocasión de la V Cumbre de Presidentes de ALC-UE celebrada en Lima (12 al 17 de mayo 2008).
  23. "El Estado es, fundamentalmente, un obstáculo para el desarrollo y, por lo tanto, cualquier sistema liberal que aspire a ser serio deberá tender a reducir al Estado a su mínima expresión, a quitarle cada vez más prerrogativas o nivel de injerencia en el funcionamiento del mercado." (John Quiñonez y Rudolph Pendavis, Manual de Idiotas Liberales), cita tomada de Hildebrandt (2008b).
  24. Las siguientes lecturas permiten adquirir una mirada panorámica y de largo plazo sobre la evolución de la economía peruana y las políticas económicas concomitantes en el Perú, desde el último decenio del s. XIX: Thorp y Bertram (1985), Portocarrero (1980), FitzGerald (1981), Gonzales y Samamé (1991), Gonzales (1998).
  25. "[E]l neoliberalismo es debatido y confrontado como una teoría económica, cuando en realidad debe ser comprendido como el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio, esto es, como una extraordinaria síntesis de los supuestos y valores básicos de la sociedad liberal moderna en torno al ser humano, la riqueza, la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento y la buena vida. Las alternativas a las propuestas neoliberales y al modelo de vida que representan, no pueden buscarse en otros modelos o teorías en el campo de la economía ya que la economía misma como disciplina científica asume, en lo fundamental, la cosmovisión liberal." (Lander, 2000: 11).
  26. "En general, la retirada del Estado y el fortalecimiento del sector privado han dibujado un nuevo mapa de poder económico. No obstante, hasta ahora no ha dado lugar a un mayor desarrollo. Parte del problema es que el camino escogido se apoya, como antes, en la explotación de materias primas con mano de obra barata. También, a que el Estado, sea con políticas proteccionistas o neoliberales, ha ido desarrollando una relación de fuerte connivencia con el sector privado, con altos índices de favoritismo y corrupción." (Durand, 2004: 43).
  27. Tal fue la tónica del mensaje presidencial del 28 de julio 2008 en el Congreso del Perú.
  28. Las falacias del discurso tienen que ver con el fetichismo de la teoría. Véase Romero (2008a).
  29. Véase Schuldt (2008) donde se reseñan los detalles de tal "viraje" ideológico.
  30. Perú fue sede de la V Cumbre de Presidentes de ALC-UE (Lima, 12-17 de mayo 2008), y lo será de la APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation) en noviembre del presente.
  31. En dicho libro se equipara neo-liberalismo con neo-conservadurismo (neo-conservatism). (De Soto, 1986: 295).
  32. Un examen más detallado debería deslindar en qué medida fue realizada la "agenda del cambio" propugnada por De Soto.
  33. La "avalancha" de decretos fue para algunos el verdadero discurso del 28 de julio (Campodónico, 2008).
  34. "[E]n un país donde el Poder Ejecutivo produce casi el 99% de las normas y el Parlamento sólo decide sobre el 1% restante no es de extrañar que, en el mejor estilo mercantilista, el Derecho esté divorciado de la realidad y las necesidades del mercado, y que favorezca el juego de las coaliciones redistributivas y el voluntarismo centralista." (De Soto, 1986: 308). Bajo el actual contexto del segundo gobierno de García, las "coaliciones redistributivas" aludirían al Estado en alianza con grandes empresas mineras y el capital transnacional, como principales beneficiarios del TLC con EE.UU.
  35. Para una contextualización de la protesta indígena véase Romero (2008c).
  36. Como observó Dammert (2008), el mensaje justificatorio de García era el de un "neoliberalismo tardío".
  37. Es necesario reconocer la paternidad de las ideas de De Soto con relación a esa tesis de García: "[…] el Estado debe alentar y proveer las formas contractuales que permitan a todos combinar trabajo, ideas, capital y recursos. Se trata de hacer del negocio y del acuerdo un asunto sencillo que facilite poner los recursos a su más alto valor de utilización [subrayado mío, AR] y de hacer predecible el resultado de las transacciones, para hacer posible así, espontáneamente, un mercado eficiente." (De Soto, 1986: 306).
  38. "Prólogo" de Mario Vargas Llosa a El Otro Sendero (De Soto, 1986: XXVI).
  39. De Soto lo expresa negativamente: "… el Perú nunca ha sido un país de propietarios sino a lo sumo de usufructuarios." (De Soto, 1986: 289).
  40. Véase la nota 26, supra.
  41. He aquí un testimonio: "En Francia, las huelgas del invierno de 1995 marcaron un giro antiliberal, confirmado luego, a escala internacional, por las manifestaciones contra la mundialización capitalista: '¡El mundo no está en venta! ¡El mundo no es una mercan­cía!'. Sobre los escombros del siglo XX han vuelto a reflore­cer 'mil marxismos'. Sin tornarse escarlata, el aire recobra los colores. En 1993 se publican Los espectros de Marx de Jac­ques Derrida y La miseria del mundo bajo la dirección de Pie­rre Bourdieu. En el otoño de 1995, justo cuando comenzaba el movimiento huelguístico, por iniciativa de la revista Actuel Marx se realizó el primer Congreso Marx Internacional. Marx l´intempestif apareció en noviembre. La prensa se asom­bró ante esta resurrección intelectual paralela al 'regreso de la cuestión social'." (Bensaïd, 2003: 12-13).
  42. Recomendamos también la lectura de Ribera (s/f).
  43. Nos referimos a Alberto Adrianzén, Eduardo Ballón, Carlos Iván Degregori, Alberto Flores Galindo (1949-1990), Carlos Franco, José Ignacio López Soria, Rodrigo Montoya, Javier Diez Canseco, entre otros.
  44. Países estudiados y evaluados: Argentina (1973-76), Brasil (1930-90), Chile (1970-73), Colombia (1970-88), México (1970-82), Nicaragua (1979-89) y Perú (1985-90). En este grupo el único caso con "ausencia de populismo económico" es Colombia, mediante la prueba empírica de "la suavidad de las curvas" (p. 423).
  45. En esta obra (p. 3-21) se encuentra la reformulación de su teoría cuantitativa del dinero (traducción española en M.G. Mueller, Lecturas de Macroeconomía, México, CECSA, 1979, p. 153-167).
  46. Contiene referencias históricas y bibliográficas al pensamiento económico del periodo.
  47. Reproducción de la traducción española por Editorial Cartago (Buenos Aires, 1956), a su vez, en base a la edición de Kautsky (Stuttgart, Dietz Verlag, 1905-1910).
  48. Originalmente publicado en alemán: Die Wirtschaftsrechnung in Sozialistischen Gemeinwesen, en «Archiv für Sozialwissenschaften», 1920 (Napoleoni, 1968: 133).
  49. Subtítulo según fichero en la Biblioteca Nacional del Perú (Sala Perú), cód. 330.98/P418.


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