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Febrero 2011

LOS MOVIMIENTOS INFORMALES EN ARGENTINA:

EL CASO PARTICULAR DE LOS PIQUETEROS”

Fernando Ariel Bonfanti (*)

Instituto de Geografía – UNNE

Resistencia-Chaco

El presente trabajo ha sido realizado en el contexto de la Maestría en Gobierno y Economía Política; carrera que se realiza mediante un convenio entre la Escuela de Gobierno de la provincia del Chaco y la Universidad Nacional de San Martín (Buenos Aires). En forma particular, para el informe final de la materia Sociedad Civil, Democracia y Estado, se abordó el estudio de los movimientos informales en la República Argentina, haciendo hincapié en un tipo determinado de movimiento o manifestación social como es el caso de los piqueteros.

Una primera aproximación al tema es considerar al movimiento social como el proceso de (re)constitución de una identidad colectiva, fuera del ámbito de la política institucional, por el cual se dota de sentido a la acción individual y colectiva (Blanco, 1996).

Ya en el siglo XIX comenzaron a aparecer las primeras asociaciones (especialmente en el mundo anglosajón). Toqueville, en su obra “La Democracia en América” describe el sistema político norteamericano, en el que la intervención del Estado es poco importante, mientras que la participación de la sociedad es muy activa.

A lo largo del siglo XIX y XX van apareciendo más grupos de interés, agrarios, industriales, sindicatos.... En el siglo XX, es en las décadas de los ’50 y ’60 cuando van tomando la forma según los conocemos hoy.

La aparición de nuevos grupos se debe a una creciente presión de la sociedad hacia las instituciones públicas, y una creciente protesta en la arena política.

Cuando intentamos sistematizar el concepto de movimiento social como forma, precisando los fenómenos que se pueden recoger bajo esta denominación, hay que tener en cuenta que en el panorama teórico general de estudios que se refieren a este tipo de fenómenos se utilizan tres conceptos distintos (comportamiento colectivo, acción colectiva y movimiento social) para definir los fenómenos de movilización de ciudadanos. En algunos casos el movimiento social se incluye como una forma de comportamiento colectivo1; otras veces los conceptos de movimiento social y acción colectiva se utilizan como sinónimos de una forma poco organizada y no institucional2; en otros casos los estudios se refieren exclusivamente al fenómeno del movimiento social como un tipo de acción colectiva.

Mario Diani, en su intento de sistematización del concepto de movimiento social (Diani, 1992), destaca cuatro enfoques teóricos dedicados a este tipo de fenómenos: la teoría del comportamiento colectivo, la teoría de movilización de recursos, la teoría del proceso político y la teoría de los nuevos movimientos sociales. A partir de estos cuatro enfoques, extrae Diani cuatro aspectos comunes que se refieren a la dinámica de los movimientos sociales y que utiliza para su definición del concepto: 1) Redes informales de interacción; 2) Creencias y solidaridad compartidas; 3) Acción colectiva desarrollada en áreas de conflicto, y 4) Acción que se desarrolla fuera de la esfera institucional y de los procedimientos habituales de la vida social (Diani, 1992: 7)

Los movimientos sociales se incluyen en la categoría de los “actores políticos colectivos” ya que a pesar de las grandes diferencias que éstos mantienen con los partidos políticos y los grupos de presión o interés, los actores políticos colectivos comparten:


A la hora de realizar una definición operativa de los movimientos sociales, podríamos decir que éstos son actores políticos colectivos de carácter movilizador (y, por tanto, un espacio de participación) que persigue objetivos de cambio3 a través de acciones (generalmente no convencionales) y que para ello actúan con cierta continuidad, a través de un alto nivel de integración simbólica y un bajo nivel de especificación de roles, a la vez que se nutre de formas de acción y organización variables.

Por todo ello, también se podría afirmar que un movimiento social es un agente de influencia y persuasión que desafía las interpretaciones dominantes sobre diversos aspectos de la realidad, incidiendo así en todos los ámbitos de la política:



Aquí bien podríamos centrarnos en el concepto de accountability social, considerado como un mecanismo de control vertical, no electoral, de las autoridades políticas basado en las acciones de un amplio espectro de asociaciones y movimientos ciudadanos, así como también en acciones mediáticas. Las iniciativas de estos actores tienen por objeto monitorear el comportamiento de los funcionarios públicos, exponer y denunciar actos ilegales de éstos y activar la operación de agencias horizontales de control. La accountability social puede canalizarse tanto por vías institucionales y como no institucionales. Mientras que las acciones legales o los reclamos ante los organismos de supervisión son ejemplos de las primeras, las movilizaciones sociales y las denuncias mediáticas, orientadas usualmente a imponer sanciones simbólicas, son representativas de las segundas (Peruzzotti y Smulovitz, 2002).

La accountability social se apoya en el accionar de sectores organizados de la sociedad civil y de los medios, interesados en ejercer influencia sobre el sistema político y las burocracias públicas. La organización de las actividades de múltiples ONG, movimientos sociales y organizaciones mediáticas alrededor de demandas de legalidad y debido proceso agregan nuevos recursos al clásico repertorio de instituciones electorales y constitucionales para el control de los gobiernos.

Entonces ¿Ouiénes son los actores que pueden ejercer controles en la sociedad? Tradicionalmente, la lista de actores se limitaba a los ciudadanos individuales, los partidos políticos con representación parlamentaria y las ramas legislativa, judicial y ejecutiva del gobierno. La práctica de la accountability social incorpora, en cambio, nuevos actores, como las asociaciones civiles, las ONG, los movimientos sociales y los medios, que han demostrado capacidad para controlar a los funcionarios públicos (Peruzzotti, 2002).


Pierre Rosanvallon, mezcla tres dimensiones de la interacción entre el pueblo y la esfera política: la expresión, la implicación, la intervención. La democracia de expresión corresponde a la toma de palabra de la sociedad, a la manifestación de un sentimiento colectivo, a la formulación de juicios sobre los gobernantes y sus acciones, o también a la expresión de reivindicaciones. La democracia de implicación engloba el conjunto de los medios por los cuales los ciudadanos se ponen de acuerdo y se vinculan entre ellos para producir un mundo común. La democracia de intervención se constituye con todas las formas de acción colectiva para obtener un resultado deseado.


En el caso particular de nuestro país, es importante destacar las transformaciones que se vienen produciendo en la vida política. Las protestas urbanas acaecidas a fines del 2001 y que aparejaron el desplazamiento del Presidente en ejercicio -y que, por su novedad, acuñaron el término distintivo de "cacerolazo"- parecieron iniciar un ciclo durable de crisis o quizás de metamorfosis en la representación (Manin, 1995)4. La creciente autonomía ciudadana adquirió formas públicas más visibles: estallidos y protestas, como una forma más de ejercer un cierto control en la sociedad.

Esta presencia ciudadana y popular ha tenido un peso significativo en la configuración de la escena pública, es decir, en lo que se discute y sobre lo que es prioritario decidir, porque ha sido paralela al debilitamiento de los actores institucionales. Por cierto, no se trata tan sólo del descontento ciudadano expresado a través de la "presencia" o del reclamo popular, puesto que estas formas activas son, con todo, esporádicas y, seguramente, cuantitativamente menores que en épocas no tan lejanas, siendo que lo más permanente ha sido el peso virtual de la opinión pública considerada como ciudadanía no representada e imprevisible que es continuamente escrutada por los sondeos de opinión, interpelada de modo directo por los discursos políticos y constituida como audiencia a interpretar y expresar por los variados actores de los medios de comunicación (Cheresky, 2006).

El cacerolazo fue, en efecto, una protesta espontánea, pacífica y multitudinaria que se extendió por la ciudad de Buenos Aires, el conurbano y, en menor medida, por otros centros urbanos. Se originó como expresión de descontento en el transcurso de un discurso presidencial televisado a todo el país, emitido al final de un día de conmoción por la magnitud que hablan alcanzado ese día los saqueos a supermercados y pequeños comercios en los suburbios de la ciudad y en algunas localidades del interior, protagonizados por los sectores más empobrecidos de la población, bajo el signo de la desesperación.

El cacerolazo precipitó la discontinuidad institucional porque aparejó la renuncia del Presidente, pero, probablemente, la intervención ciudadana terminó teniendo finalmente un rol de regulación en una situación de extrema deslegitimación del gobierno de entonces, y en circunstancias en las que los resortes institucionales habituales no podían dar una salida al impasse. Función reguladora porque el estallido se acompañó de una aceptación de la sucesión presidencial y finalmente porque, cuando la legitimidad se reveló precaria, las expectativas terminaron orientándose a las futuras elecciones (Cheresky, op cit). Los caceroleros son la ilustración de un actor constituido en el espacio público, incluso auto-constituido.

Pero, otra ilustración diferente es la del movimiento piquetero, el polo de movilización popular que de un modo permanente ha pesado en la escena pública en los últimos años y cuya acción ha influido, a veces en forma decisiva, como cuando en junio del 2002 el presidente debió decidir el adelantamiento en la fecha de las elecciones, a consecuencia de la deslegitimación del poder resultante de una represión cruenta de una manifestación. El movimiento de desocupados tiene una indiscutible impronta social. Sin embargo, pese a que alude a una realidad dramática para las personas, los sin trabajo han resultado ser una categoría abstracta en el sentido que no constituyen un grupo social.


El caso particular de los piqueteros como movimientos sociales en la Argentina actual:


Los nuevos movimientos sociales en la Argentina reflejan los esfuerzos de reconstrucción de los lazos sociales a través de nuevas formas de organización. Los cambios en las formas del trabajo, en sus dimensiones contractuales y organizativas, sostienen un enfoque más atento a la construcción social de los movimientos y no sólo a sus formas de protesta y movilización, concebidas aquí como emergentes de una actividad más vasta de creación de lazos y organizaciones sociales (Palomino, 2004).


Tal como lo expresa Palomino, la pobreza y el desempleo constituyen hoy el núcleo de deslegitimación del sistema económico vigente, lo que el normal funcionamiento de la economía de mercado no puede resolver. Como contrapartida, los movimientos sociales obtienen buena parte de su legitimidad mostrando, de cara a la sociedad, soluciones originales para la pobreza y el desempleo por fuera del sistema económico institucionalizado.


Los movimientos sociales se orientan entonces hacia la construcción de redes de economía alternativa que les posibiliten consolidar su desarrollo, partiendo de las necesidades e impulsando la generación de actividades en el marco de una nueva economía social. Esta estrategia plantea una respuesta al problema central que ni el funcionamiento de la economía formal ni las iniciativas estatales pueden resolver en el corto plazo: la generación de empleos (Palomino, op.cit).


Los piquetes


Los movimientos de desocupados están conformados por varias decenas de grupos que responden a orientaciones políticas diferentes: algunas se vinculan con partidos políticos o centrales sindicales; otros privilegian su autonomía con respecto a los mismos; otros siguen a líderes populistas. De este modo, una misma denominación, piqueteros, recubre orientaciones muy distintas, más allá de su enorme impacto político y sobre todo mediático.


Las movilizaciones se circunscriben en su mayoría a la obtención de subsidios por desempleo y bolsas de alimentos. Aunque algunos grupos piqueteros se limitan sólo a sostener estos reclamos, otros destinan los recursos hacia actividades diversas, desarrollando desde hace varios años acciones de alcance más vasto en el seno de las comunidades en las que están implantados territorialmente: merenderos y comedores, centros educativos y, sobre todo, emprendimientos productivos en los que vuelcan los subsidios y alimentos obtenidos a través de las movilizaciones, como el desarrollo de huertas comunitarias, la venta directa de la producción a través de redes de comercialización alternativas, la elaboración y manufactura artesanal e industrial de productos frutihortícolas, panaderías, tejidos y confecciones artesanales e industriales, entre otras. De este modo, los cortes de ruta constituyen sólo la punta del iceberg de una construcción social mucho más compleja.


Las diversas formas organizativas desarrolladas para la sobrevivencia -y en condiciones de sobrevivencia  han llevado a fortalecer y enriquecer los mecanismos democráticos de funcionamiento para hacer frente a los reclamos de la comunidad en cada lugar, hasta abarcar el ámbito de la toma de decisiones, en primer término, en el caso de conflictos, para definir los posibles diálogos con sectores gubernamentales, construyendo tanto los contenidos como los límites del mismo y, segundo, para decidir la adopción de formas de lucha de acción directa  como los cortes de ruta , que reclaman el compromiso, la decisión y la participación de las mayorías.

En Argentina, la democracia ha sobrevivido más de dos décadas, lo que de hecho constituye el período más prolongado de continuidad institucional asociada a la vigencia del sufragio universal y las elecciones libres. No obstante, desde la crisis del modelo neoliberal de fines de los 90’, dicho continuismo se ha visto un tanto sobrepasado por nuevas formas de acción política colectiva que se enmarcan en contextos de crisis económicas, a pesar de las salidas institucionales que se han dado el la Argentina en esos períodos turbulentos, así lo expresa Cavarozzi, cuando señala que la… "intensificación de una diferente modalidad de inestabilidad que se ha vuelto endémica en la América Latina contemporánea, y que ha afectado a la Argentina en dos ocasiones recientes: el derrumbe de gobiernos en el marco de explosiones de protesta social, que ha menudo están asociadas a graves crisis económicas… la renuncia de Alfonsín en 1989… la renuncia de de la Rúa doce años después"… (Cavarozzi. 2004: 208).

Contribuyó a la explosión social que vivieron los argentinos a fines de la década de los 90’ el proceso de renovación de la autoridad pública que se apoyó en un proceso continuo de despolitización de la sociedad, una sociedad acostumbrada a la expresión del apoyo o descontento a los gobiernos, pero que también había perdido su capacidad de organización durante el período autoritario de los militares argentinos.


La identidad de los piqueteros

Lo primero que hay que decir es que los piqueteros son un movimiento que nace y crece con el desempleo desde 1997 en adelante5, época en la que comenzamos a observar cómo fue apareciendo un nuevo método de protesta, con nuevos actores sociales clave. Y este nuevo método sorprendió, especialmente, a las viejas y burocráticas organizaciones gremiales. Aparecieron en la escena social aquellos que comenzaron a cortar rutas y carreteras. Y tomaron un nombre de origen español que hace referencia a la actividad de cortar el tránsito por las calles como forma de protesta, conocido con el nombre de piquetes. De ahí sacaron su nombre -piqueteros- sin percibir, quizás, que estaban diseñando una nueva ubicación social, que les devolvería, o les brindaría una nueva identidad, al menos transitoria, en esta particular coyuntura.

Las condiciones socioeconómicas son la causa principal del fenómeno y el camino de su solución: el deterioro acelerado de la calidad de vida de estos sectores, acostumbrados a tiempos mejores, crea un clima de alta frustración y protesta. En realidad, el fenómeno de los piqueteros se explica no sólo por el desempleo sino también por el clientelismo, por los errores de la política social, y por su utilización política. Podemos decir que los piqueteros son, en cierta medida, un subproducto de las malas prácticas de la política que terminó desbordando a sus creadores.

Hasta aquí, el fenómeno de los piqueteros es la punta del iceberg del clientelismo y los despropósitos de la política social en Argentina. De haberse implementado un plan de seguridad social centralizado, beneficiando a jefes y jefas de hogar, aún con los mismos recursos previstos en el presupuesto nacional se hubiera beneficiado a casi la totalidad de las familias afectadas por la desocupación. Se optó, sin embargo, por mantener un sistema descentralizado y desordenado, funcional a este tipo de abusos.


Pero en los últimos años el fenómeno piquetero aumentó a un ritmo de progresión geométrica, y se convirtió en un iceberg en sí mismo. Pasaron de ser la expresión inorgánica de una protesta legítima, a un movimiento semiorganizado y con capacidad de acción política.


Una misma denominación, piqueteros, recubre orientaciones muy distintas, más allá de su enorme impacto político y sobre todo mediático..." (Palomino. 2003: 53). Sin embargo, el elemento clave que actúa como enlace entre las diferentes agrupaciones es el desempleo, junto a un tipo de ritual sagrado como son las "asambleas" que reúnen a las personas en los barrios para tomar decisiones, como por ejemplo el acudir o no a un piquete en determinada ruta o carretera bonaerense.


Por otra parte,… "es la acción misma de los piquetes la que explica su visibilidad: los cortes de ruta alcanzan un fuerte efecto político, multiplicado a través de los medios de comunicación. Se trata de acciones maximalistas, que contrastan con los fines en principio minimalistas que animan las movilizaciones: éstas se circunscriben en su mayoría a la obtención de subsidios por desempleo y bolsas de alimentos…" (Palomino. 2003: 54), lo que a la vez actúa como mecanismo unitario del movimiento, junto a una serie de símbolos que forman el paisaje de los piquetes el cual no es diferente al que muestra la televisión. Llantas que se queman en medio de la ruta, grandes ollas populares – se festejan por sabrosas y atraen a muchos como única opción para comer –. Mujeres con chicos a cuestas, hombres con palos y, en muchos casos, con la cara semitapada, las cubiertas encendidas y humeantes son el símbolo del piquete, esa marca distintiva de estos movimientos de desocupados que crecen en el Gran Buenos Aires y el interior del país.


Lo que el gobierno soslayó, en todo momento, fue el hecho de que los "piqueteros" adquirieron una especie de identidad social que los comenzó a definir como tales y que, además, los construyó como actores sociales clave de la protesta social. De ser desocupados pasaron a ocupar un fuerte rol en la escena social. Y esto sucedió no sólo para aquellos que fueron expulsados del mercado laboral, sino para aquellos que nunca ingresaron a éste.

Esta nueva escena social, llevó a los piqueteros a establecer lazos de solidaridad6 firmes. Y para esto se plasmaron los planes de empleo del gobierno, que en su gran mayoría fueron concebidos con fines improductivos y asistencialistas, con el fin de transformarlos en proyectos auténticamente productivos.

Al decir de Castells (1999) han conformado una identidad de resistencia, que es aquella generada por aquellos actores que se encuentran en posiciones/condiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica de la dominación, por lo que construyen trincheras de resistencia y supervivencia basándose en principios diferentes u opuestos a los que impregnan las instituciones de la sociedad.

No obstante, y tomando a Castells, habrá que observar si esta identidad podrá llegar a ser una identidad de proyecto, que es definida por el autor cuando los actores sociales, basándose sobre los materiales culturales de que disponen, construyen una nueva identidad que redefine su posición en la sociedad y al hacerlo, buscan la transformación de toda la estructura social. De hecho, el autor sostiene que las identidades que comienzan como resistencia pueden inducir proyectos y con el tiempo convertirse en dominantes en las instituciones de la sociedad, con lo cual de vuelven identidades legitimadoras para racionalizar su dominio.

Castells define, en tanto, a la identidad legitimadora como aquella que es introducida por las instituciones dominantes de la sociedad para extender y racionalizar su dominación frente a los actores sociales.

Como todo cambio social, este movimiento encarnado por los piqueteros tiene sus resistencias a nivel de la población en general. Los medios masivos de comunicación que, por cierto, responden a intereses del status quo, son los que más atacan a los piqueteros. Se los concibe y describe como la causa de todo mal, como la insurrección incorrecta que molesta a todos y cada uno de los ciudadanos.

A su vez, los ciudadanos, esgrimen prejuicios sobre ellos: "que son unos vagos que viven a costa del Estado", "que hay que sacarlos de los paisajes urbanos", "que no respetan nuestros derechos", "que a estos negros les hace falta mano dura", "que son violentos y andan encapuchados" (cuando, se tapan la cara, en realidad, para que la policía no tome represalias sobre ellos), etc.

Esta manera de simplificar la realidad, es típica de quienes se sienten amenazados por algo nuevo. Y en este caso, al ser actores del cambio social, que sin bien nos convoca e influye a todos, generan un cierto nivel de rechazo social esperable.


Creo, particularmente, que no sólo no se les reconoce el papel fundamental que están teniendo al hacerse cargo de la protesta social, sino también el que se quiere negar el hecho de que reflejan una nueva Argentina. Es decir, son las caras visibles de un país que se está dejando atrás, a pesar de todo el malestar social que esto genera.


Y quizás el mayor temor no radique en las molestias que se generan al "obstaculizar el tránsito", sino en que se nos presentan como un espejo de una realidad que nos cuesta conceptualizar, quizás por temor de que nos suceda lo mismo que a ellos. Es decir, que terminemos desempleados, mientras asistimos impávidos al "naufragio cultural e institucional del país burgués" (Beinstein, 2002). En este caso, los piqueteros estarían, con su presencia omnimoda, obstaculizando el imaginario social de una clase media fuerte, que se está desmoronando.

Los piqueteros han sido productos del cambio social, a la vez, que participan como una pieza clave de ese engranaje. Pero no se han detenido/paralizado en la fatalidad de los que nos sucedió como país. Ellos, como actores sociales activos y clave de la protesta social, están recurriendo nuevamente a un movimiento que tiene algunas características parecidas a los movimientos de masas, con un alto grado de organización (lo que les garantizará continuidad) y están contribuyendo a conformar otro tipo de cambio social, que -probablemente- convoque a la conformación de nuevos proyectos colectivos.

Beinstein (op.cit.) sostiene que...la revolución necesaria solo puede nacer de la ruptura anticapitalista, punto de partida para la rehumanización de nuestra sociedad. Dicha ruptura solo puede ser concebida seriamente no como negación del pasado popular, de sus aspiraciones, fantasías, insurgencias, victorias efímeras y fracasos, sino como prolongación superadora de los viejos combates, basamento de la identidad que ahora intentamos reconstruir.

Desde cualquier análisis social, se debe estar muy atento a las implicancias que este movimiento tendrá en la construcción de la historia de la Argentina reciente.


BIBLIOGRAFÍA



(*) Es Profesor en Geografía, actualmente se desempeña como Auxiliar Docente en la cátedra “Geografía Económica y Política General” del Profesorado y la Licenciatura en Geografía de la UNNE y alumno de la Maestría en Gobierno y Economía Política.

1 Por ejemplo, Smelser recoge en su definición de comportamiento colectivo acciones tales como reacciones de pánico, locura colectiva, revueltas violentas, movimientos orientados por normas y movimientos orientados por valores.

2 Las formas de canalización del conflicto social a través de la movilización (Oberschall, 1973)

3 Clásicamente se han relacionado los movimientos sociales con propuestas de cambio. A pesar de ello, a partir de la década del ´80 aparecieron manifestaciones colectivas que proponían medidas conservadoras y reaccionarias. En esta dirección cabe encuadrar la base social de la “nueva derecha” norteamericana durante la “revolución conservadora”.

4 Citado por Cheresky Isidoro.

5 Esto comenzó en la Patagonia neuquina y en el extremo norte de Salta y Jujuy. Y vino como consecuencia de la privatización de YPF, la petrolera estatal del país. En principio, el gobierno distribuyó planes sociales para dividir la protesta, conducta típica del clientelismo gubernamental. Pero los cortes se fueron rápidamente trasladando a Buenos Aires, hasta que a finales de 1997, llegaron a Florencio Varela. Y así, lentamente, fue creciendo este tipo de protesta social, que es la más importante en la actualidad.

6 La solidaridad alcanza indudablemente su mayor clima de articulación y organización en los piquetes, sobre todo en aquellos de varios días de duración, donde los piqueteros van [re]descubriendo la importancia (y la necesidad) de la solidaridad entre ellos y con los demás sectores y actores sociales.



En Globalización: FERNANDO Ariel Bonfanti


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