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LA ENCRUCIJADA POLITICA DE AMERICA LATINA

Federico García Morales

 

De entrada en la crisis, en todos los países latinoamericanos se observa la pérdida de aliento no sólo de las políticas neoliberales sino de los propios sistemas políticos.

Es cierto que hasta la fecha los grupos gobernantes continúan impulsando medidas según el proyecto neoliberal: basta ver la continuación de las privatizaciones, el empuje que buscan darle a la entrada de capital transnacional en México, Perú, Chile, Argentina y Brasil, o los planteamientos frente a la crisis global, tan apegados a las fórmulas del FMI, para nombrar a los mayores. Pero eso es una orientación general con algo de terminal.

En medio de una crisis que comienza a reventar las costuras de sus sistemas financieros, y en donde ya se anota el fuerte descenso de las exportaciones y el crecimiento del desempleo, impertérritamente los gobernantes anuncian, a veces en el extremo de sus períodos de ejercicio, que su vocación coincide con la completa entrega de los recursos naturales y humanos al disfrute del capital extranjero. Al parecer, esta agenda es lo más importante para ellos.

Sin embargo el propio sistema de privatizaciones flaquea: en muchos lugares ya no hay ofertantes en las generosas licitaciones. En otros se ven hundirse a los campeones nacionales de la privatización, a los héroes de la primera y de la segunda ola, y pasan a transferir el control de sus holdings a capitales extranjeros, revelando así su simple calidad de intermediarios en esta expropiación continental.

Pero también, como habíamos venido observando en artículos anteriores, ya el neoliberalismo dejó de ser un polo de ofertas siquiera a futuro inmediato. Su planteamiento central actual reincide en la simple superexplotación del trabajo, en proyectos de corto plazo en busca de una desesperada recuperación de sus tasas de ganancia, políticas de restricciones salariales y desempleo, restricciones fiscales o canalización de los pocos recursos de los estados hacia el salvataje de las empresas quebradas. Una dura lucha de mercados ayuda a perfilar una ya constante y competitiva devaluación. Las economías latinoamericanas ya sólo parecen tener por norte endeudamientos todavía mayores y sólo parecen respirar en la medida que renegocian a títulos cada vez más onerosos sus antiguas y nuevas deudas. Todos los esquemas de solvencia ya están rotos.

Esto último lo puso muy claramente de manifiesto la reciente renegociación de la deuda externa de Brasil, en donde por un leve instante se crearon algunas expectativas que fueron seguidas por las escandalosas devaluaciones de estos dos últimos meses, que a no dudar vendrán a arrastrar al conjunto de las economías latinoamericanas a nuevos tramos en el proceso abierto ya irreversiblemente de su descomposición económica y financiera.

Se produce de esta manera la entrada de todo el continente en un callejón al cual ya han comenzado a desfilar países como Ecuador y que se marca por la encanijada incapacidad operativa del modelo político y la creciente subversión de masas. En América Latina la economía está atascada, y el espacio político comienza a mostrar signos de agotamiento. Un espacio es este que se había construído a la medida del proyecto neoliberal que venía de lanzarse. Un espacio que identificaba y protegía a los operadores de la gigantesca expropiación que venía realizando el capital transnacional en todo el continente. Un espacio que reposaba en fuerzas políticas que llegaron a llamarse "clases políticas" de una ideología confusamente entremezclada y sometida, y sistemas constitucionales que enjaulaban el proceso político en los determinantes de toda esta entrega resignada.

El modelo político que va en busca de su sepultura, en algunos países se construyó a partir de lo que todavía era un sistema transaccional de partidos, pero en la entragada función "modernizante" fue perdiendo bases y credibilidad, y se fue transformando en una cáscara corrompida y maloliente de cumbres. Nadie podrá afirmar con algún apego a la realidad, que en Chile, un país con letreros sobre una pretendida transición democrática, existan bases con relación a alguna de las cumbres partidarias: allí reina un profundo y extendido desprecio con respecto a las cúpulas, que ha tenido ocasión de manifestarse en las últimas elecciones y. muy particularmente, a raiz de la detención de Pinochet. En Brasil, la crisis que se veía venir, la resolvió Cardoso mediante una reelección mentirosa que a las semanas siguientes vino a despertar en un encolerizado rechazo. En Perú la caída del prestigio del aparato semioriental gobernante es vertical. En Ecuador, Mahuad ya no tiene otro sustento que la casta militar. Y en Venezuela se perfila de pronto el amotinamiento del cuerpo electoral con respecto al sistema de partidos tradicionales, y los arrumba. También en ese país, y a consecuencia de esos hechos, vino a reproducirse un planteamiento que también comienza a desplegarse en Chile: la importancia de romper con un sistema constitucional abyecto a través de los mecanismos que pudiera ofrecer la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Sin embargo, el gobierno populista de Venezuela, muestra otras facetas que hacen dudar de sus intenciones: pretende seguir con la práctica de las privatizaciones.

Hasta ahora los conductores políticos latinoamericanos, sin excepción vinculados a las empresas transnacionales y sus aparatos, y al crecimiento de una nueva burguesía igualmente transnacionalizante, se habían venido resintiendo de una incapacidad para reproducir el modelo de dominación que habían recibido en momentos más favorables. La operación continuista se hace cada vez más difícil. El continuismo ya no puede seguir con su disfraz de "transición" en Chile, y no logra encontrar otro ropaje. El continuismo ya encuentra límites en México, frente al crecimiento de una oposición democrática y el fuerte empobrecimiento masivo. El continuismo ya no puede apelar nuevamente a la "reelección" en Perú ni en Argentina. Hasta los sistemas "substitutos", los avales militares de ese continuismo ya no están en condiciones de operar en países claves. En el caso de Chile, por ejemplo, los militares pueden hacer bluffs, pero no pueden dar un golpe de estado y la gente comienza a perderles el miedo. En México el ejército se divide ante la cuestión social.

En los procesos políticos comienzan a pesar otros canales de la opinión, que ya no son los de la televisión, los de los discursos parlamentarios o desde los salones de palacio o desde las oficinas de los organismos internacionales. Las burocracias comienzan a ser mezquinas en esto de formar opinión. Y es esta una crisis que también alcanza a los intelectuales del sistema, que se han vuelto públicamente obtusos e inaudibles. Mientras, en las escuelas, en las fábricas, en las calles, en las casas, en los circos, en los sindicatos, en las redes, y a veces hasta en las columnas de la prensa, comienzan a hablarse otros lenguajes.

La crítica del sistema en América Latina, que precisa reparar en todos los resabios neocoloniales en que hemos ido cayendo, todas esas políticas de la crisis en que se abandonan los poderosos tan descoyuntadamente, no nacerá armada de los textos europeos o primermundistas. Deberá ser una manera muy nuestra de construir una política del significado entre masas que habían dejado de significar. En este sentido es muy importante el modo como la gente comienza a expresar deseos que ya no encajan con las seducciones tramposas de la economía de mercado. Es interesante lo que a este respecto ha estado ocurriendo en Chile, en donde ha habido una gigantesca recuperación de la memoria, que va a tener, inevitablemente, un profundo significado político. Allí el mensaje anterior de los partidos, manipulador y expropiador, y continuista con respecto a la dictadura, es ya letra muerta. Mientras la economía de los milagros se echa a nadar en el piélago recesivo.

Y es interesante este último punto: la entrada en la recesión ya es aceptada por los bancos centrales de la mayoría de los países latinoamericanos. Es un hecho que ha dejado a los proyectos brasileños sin timón ni rumbo. La declaración de recesión en Chile, por Massad, presidente del Banco Central, llevó a examinar el descalabro del comercio y del empleo, que se enmascara con la esperanza publicitada en todas partes: que estamos afortunadamente tocando fondo y que ya comienza o estará por comenzar una vigorosa recuperación...

En México, la crisis genera extrañas palinodias: desde EEUU, los burócratas del Tesoro enrostran a sus socios del sur estar siguiendo una política económica equivocada, mientras fundadores del neoliberalismo a la mexicana, como Salinas y Bartlett trazan rayas en el suelo señalando su distanciamiento ambiguo con esa doctrina. Lo que no afecta a un Gobierno que ahora ofrece la privatización de los servicios eléctricos "para apoyar programas sociales".

Indudablemente, también concurre a esta encrucijada el resto de la vieja izquierda y hasta la izquierda en vías de reconstitución. Y concurren con las rémoras de este pasado reciente y pantanoso, que hasta ahora le impiden acceder a un discurso inclusivo y revolucionario. Expresan así un sentido de clase media comprometida con el sistema, pero ya no reconocen ni expresan el descontento creciente de los "de abajo". Viven convencidos que el sistema no tiene alternativas. No acceden a su crítica, al contrario, lo defienden. Y hasta quieren ayudarlo a administrarse. No reconocen el espacio que está abriendo la crisis: viven hipnotizados por el pasado "éxito" del capital y sienten íntimamente su capacidad de cooptación. La consecuencia es la política de medias aguas. Un completo desacuerdo con la realidad.

Y entonces, uno se explica esas miradas de esperanza, fijas en el ascenso de la bolsa de Nueva York hacia los 10 mil puntos históricos y especulativos. O el más tierno aguardar de una recuperación brasileña. Su propio desbarajuste: social, productivo, comercial no ingresa a su maquinaria mental. La ocupan mejor elaborando nuevos esquemas de subordinación al capital internacional, metidos en el foro de la dolarización...

Mientras, se puede medir el crecimiento de la violencia en Colombia, o advertir como la naturaleza se hace cargo de explicar el desastre centroamericano. En Perú, Fujimori ha encontrado una manera de encubrir las duras caídas construyendo un discurso metafísico de "lo que habría podido ser de no haber sido". Se podría pensar que llega a su fin el tiempo de los payasos.

Sin embargo, se queman todavía algunas reservas provistas esta vez por la estructura del propio sistema político. Y vemos como en algunos países claves, se depliega como generoso paracaídas la coyuntura electoral, en una fórmula de circo sin pan. Por lo general, el método ha sido crear falsas expectativas entre contendores sin un proyecto que los diferencie claramente. En algunos casos como Venezuela, esa posibilidad se desvió un tanto cuando se evidencio el crecimiento de un polo de fuerzas que reclamaba cambios. En otros, la fórmula se muestra todavía efectiva. En cuanto a aquéllos lugares en donde la fórmula ya fue exprimida, los gobiernos deambulan hacia su inevitable enfrentamiento con el descontento popular.

En redondo, América Latina está ante una encrucijada. Y en los próximos meses y años veremos quebrarse muchos dispositivos que estábamos acostumbrados a ver como eslabones acerados. Hasta ahora no ha habido grandes quebrantos políticos, pero es claro: vienen.

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