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CRITICA E HIPER CRITICA
Existe una pintura de Klee que se llama "Angelus Novus". Representa un ángel que pareciera querer alejarse del lugar en el que se mantiene inmóvil. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas. Ese es el aspecto que necesariamente debe tener el ángel de la historia. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Allí donde a nosotros se nos presenta una serie encadenada de acontecimientos, él no ve más que una sola y única catástrofe, que sin cesar amontona ruinas sobre ruinas y las arroja a sus pies. El quisiera tomarse un tiempo, despertar a los muertos y juntar a los vencidos. Pero desde el paraíso llega el soplido de una tempestad que aprisiona sus alas, tan fuertemente que el ángel ya no puede volver a cerrarlas. La tempestad lo empuja sin parar hacia un porvenir al que da la espalda, mientras ante él se acumulan las ruinas hasta el cielo. Esa tempestad es lo que llamamos progreso.
Walter Benjamín.
Es Kant, durante el siglo XVIII, quién trae la noción de crítica al primer plano de discurso filosófico. Así, sus principales obras tendrán como título Crítica de la Razón Pura (1781), Crítica de la Razón Práctica (1788), Crítica del Juicio (1790). A partir de entonces y hasta nuestros días, las Críticas se suceden, provenientes de distintos autores y en relación a distintos temas. Entre las más recientes se encuentra la Crítica de la Razón Dialéctica (Sartre) y Crítica de la Razón Política (Debray).
El recurso a una modalidad crítica del pensar no puede sin embargo ser remitido únicamente a determinadas referencias historiográficas. Pareciera ser inherente al pensamiento, o al menos al pensamiento racional. La dialéctica que anima los diálogos socráticos obedece a un desarrollo en el que la verdad adviene a través del constante enjuiciamiento crítico que Socrates opone a las opiniones o afirmaciones aventuradas por sus interlocutores. La dialéctica hegeliana, en su versión ingenua, o la crítica marxista, en su versión vulgar, funcionan de manera muy parecida: tesis – crítica de la tesis (antítesis) – síntesis. Considerada en su sentido progresivo, la crítica parece tener por finalidad operar un contra - movimiento corrector ante un error, una injusticia, una carencia, una insuficiencia, un malestar, un cansancio, una oscuridad o una falacia. La buena crítica actúa animada por el principio del placer, sirve a Eros. Decimos "la buena crítica" porque existe también una mala crítica: la censura, el ocultamiento, la intimidación.
Una de las funciones más enigmáticas de la crítica es la de contribuir a descomponer un determinado estado de cosas que se prolonga por demasiado tiempo, aun dándose el caso en que tal estado de cosas no ofrece motivos de impugnación visibles. Pareciera que la condición humana fuese incompatible con una prolongada estabilidad. El tiempo se niega a quedar cesante. Viene al caso citar a Nietzsche: "Una gran verdad exige ser criticada y no ser adorada".
Según las circunstancias, la crítica puede permanecer en el ámbito del pensamiento y servir a un simple acomodo interior seguido de una modificación comportamental (autocrítica), así como puede aspirar a formar una corriente de opinión a fin de obtener la modificación de una situación intolerable mediante la persuasión, o bien, en un caso extremo, apoyar la crítica con una acción transformadora (guerras, revoluciones). En su momento, Marx consideró oportuno llamar a "abandonar las armas de la crítica y pasar a la crítica de las armas", para así cambiar la sociedad. Durante el siglo que se acaba, y ya antes, la humanidad ha hecho la experiencia de la "crítica de las armas" y, materialmente, ha realizado también la crítica de esa crítica, borrando mucho de lo que de ella surgió. La crítica teórica del capitalismo, elaborada durante el siglo XIX por Marx, y la primera tentativa por alcanzar el comunismo a través de la "crítica de las armas" en el Este de Europa durante el siglo XX, culminó en un fracaso. Aquí radica la primera causa de la actual inhibición o ineficacia de la crítica.
La mayor parte de los hombres de cultura se identificaron, durante la primera mitad de este siglo, en mayor o menor medida, con la voluntad de transformación revolucionaria de la sociedad, haciéndose en ese sentido agudos críticos del orden establecido y copartícipes declarados o supuestos de las experiencias del llamado "socialismo real". El fracaso de la tentativa por instaurar un nuevo tipo de sociedad ha afectado directamente el prestigio de quienes sostienen una posición crítica en la misma medida en que el discurso crítico aparece carente de una alternativa ascendente y atractiva en una perspectiva de transformación social. Asistimos en consecuencia a una virtual desaparición del intelectual como crítico de la sociedad, así como también asistimos a procesos sociales ciegos o, al menos, casi desprovistos de una interpretación o caracterización teórica que se eleve al rango de una crítica que comprometa a sectores numerosos y activos en la sociedad. Domina el sentimiento de que toda acción es para peor y que finalmente el poder irá a parar siempre a las manos de un grupo dominante minoritario en detrimento de la mayoría. Este sentimiento es una de las componentes principales de lo que hoy se denomina época postmoderna. Nos referimos a apreciaciones tales como "fin de la historia", "fin de las ideologías", "fin de los meta-relatos".
Es fácil derivar de aquí el "fin de la crítica" ya que difícilmente la crítica puede articularse prescindiendo de los recursos propios a la interpretación de los acontecimientos y a la asignación de un sentido a los mismos, por engorroso que resulte llegar a determinar el exacto alcance y justeza de tal asignación de sentido. El dilema que se presenta es el de decidir si los acontecimientos a los que se enfrenta la sociedad pueden ser objeto de un examen crítico y una intervención intencional o si, por el contrario, la sociedad evoluciona de acuerdo a una dinámica y complejidad ininteligible y a una fragmentación tal de los hechos que una visión sintética de éstos resulta imposible. De ser así, disciplinas enteras hasta ahora vigentes en el campo de las ciencias humanas y orientadas a discernir racional y críticamente acerca del significado global de los fenómenos y acontecimientos sociales, amenazan con perder vigencia o desplomarse, dejando lugar a simples actividades de crónica y recuento de un proceso incoherente e imprevisible o, en la eventualidad más optimista, regido por una lógica de autorregulación inabordable para las herramientas de interpretación, intervención e intencionalidad tradicionales.
La segunda causa de la inhibición de la crítica reside en las significativas transformaciones sociales y culturales sobrevenidas durante el siglo XX como consecuencia del desarrollo acelerado de la tecno-ciencia. Este fenómeno ha inaugurado un escenario nuevo en el mundo contemporáneo, estableciendo una cierta opacidad en el objeto tradicional de la crítica. El impacto y la rapidez de las transformaciones introducidas por las revoluciones científico – tecnológicas es tal que la teoría social carece de perspectiva para poder juzgar críticamente sus efectos y significación. En estas circunstancias, hay quienes se inclinan por una condenación global de la preeminencia cultural alcanzada por la ciencia y la técnica, así como hay quienes la consideran el medio privilegiado e ineluctable del progreso. La interpretación crítica de este proceso, cuya extensión y consecuencias son difícilmente previsibles, está recién comenzando y la forma y los medios que adoptará dicha interpretación no han sido precisados. En cualquier caso, es indiscutible que la crítica tradicional está siendo avasallada por la eficacia y espectacularidad que impone la instrumentalización de los logros tecno - científicos.
La tercera causa de la inhibición de la crítica tiene un carácter político y resulta del efecto combinado de los dos factores antes señalados. El pesimismo originado por la decepción que pesa sobre un quehacer crítico asociado a una experiencia política funesta, se contrasta con el optimismo ingenuo respecto de las aparentemente ilimitadas potencialidades de la ciencia y la tecnología. La disminución de la efectividad de las luchas de los movimientos sociales como consecuencia de la desaparición de un horizonte histórico – programático identificable, lleva a un semi desmantelamiento de las organizaciones sociales tradicionales de intervención política (partidos, sindicatos) y amplifica los recursos de que disponen los poderes establecidos para atomizar y desarticular la resistencia social, destruyendo el lazo que une la crítica teórica con la acción política.
Simultáneamente, el poder, en progresiva autonomía respecto de la sociedad, se sirve de las herramientas que la ciencia y la técnica ponen a su disposición para acrecentar los medios de fragmentación y manipulación del universo social, así como de los instrumentos tradicionales de expresión política. Al respecto, vale la pena citar aquí a Derrida: "La representatividad electoral o la vida parlamentaria no sólo son deformadas, como siempre ha ocurrido, por un gran número de mecanismos socio – económicos, sino que se ejerce de manera cada vez peor en un espacio público profundamente alterado por los aparatos tecno-tele-mediáticos y por los nuevos ritmos de la información y de la comunicación, por los dispositivos y la rapidez de las fuerzas que representan, así como también, y en consecuencia, por los nuevos modos de apropiación que emplean, por la nueva estructura del acontecimiento y su espectralidad que ellas producen". "Esta transformación no afecta solamente a los hechos sino al concepto mismo de tales hechos . El concepto mismo del acontecimiento. ( J. Derrida: "Espectros de Marx" ). En otros términos, la sociedad y los individuos no dejan de acrecentar su nivel de alienación respecto del poder, del poder político y del poder económico.
En estas condiciones, la crítica no encuentra como en el pasado una suma de acontecimientos verificables sobre los cuales ejercer su poder de interpretación, elevándolos desde su condición informe e inconexa hasta un nivel articulado y provisto de sentido, sino que se enfrenta a un medio filtrado e intencionadamente recreado a la manera de un montaje, de acuerdo a los intereses de los poderes establecidos. La crítica, para poder ejercerse, debe enfrentar el doble obstáculo de "ver bajo el agua", decodificar la información y luego luchar por hacer oír sus verdades en un medio saturado por el formidable despliegue de recursos que sostiene las versiones oficiales de cada acontecimiento significativo, sea éste real o imaginario.
Entretanto, detrás del montaje escenográfico impuesto, los verdaderos problemas que amenazan a la sociedad contemporánea se acumulan, sin que su amplitud y significado pueda ser debidamente apreciado, ya sea porque se encuentran total o parcialmente disimulados, o bien porque las herramientas conceptuales que permitirían develarlos no están aun disponibles para la crítica. Nos encontramos entonces frente a una situación en que buena parte del acontecer inmediato es inaccesible o indescifrable para la crítica tal como ésta se ha ejercido hasta ahora. Al mismo tiempo, no se cuenta ya con una gramática común que unifique la lectura del abigarrado escenario de los acontecimientos sociales, que permita articularlos unos con otros y desprender una imagen de algo que se parezca a lo que clásicamente se ha llamado un "mundo", una "cultura" o una "civilización", si entendemos que tales denominaciones aludían a entidades unitarias de algún modo perfiladas y dotadas de una voluntad común de integración y coherencia.
Existe, en cambio la yuxtaposición de innumerables experiencias micro-sociales inarticuladas, cada una de ellas secretando sus propias prácticas y su propia cultura, o bien, adhiriendo a contextos culturales exógenos y diversos. Sobre ellas planea un poder que se rige por la política de "pescar a río revuelto" y que usando y abusando de las más sofisticadas técnicas del espectáculo, se desprende cada vez más decididamente de los vínculos que alguna vez lo ataron a la sociedad, dejándose absorber progresivamente por la práctica y la ideología globalizadas de la productividad y los negocios.
¿Podrá la crítica social recuperar sus antiguas atribuciones? ¿Podrán las sociedades volver a ser unitarias, inteligibles a si mismas y conscientemente regulables con ayuda de la crítica? ¿Podrá nuevamente la crítica social animar teóricamente a las fuerzas sociales para luchar por sus intereses y decidir sobre su destino? ¿Podrá la crítica pretender nuevamente cambiar la sociedad? Nadie puede saberlo y ni siquiera es seguro que ello sea deseable. Toda interpretación totalizante encierra el riesgo de generar un nuevo totalitarismo.
Hay algo sin embargo en el ejercicio de la crítica que parece indestructible y ello tiene que ver con su esencia "correctiva", a que hacíamos alusión al comienzo diciendo que ella actuaba animada por el principio del placer. Ello significa que está en la naturaleza de los entes, individuales o colectivos, juzgar críticamente sobre el sentido y las condiciones de su existencia y luchar por modificar aquello que contraría su búsqueda instintiva del placer o el bienestar. La atomización que afecta actualmente a las sociedades puede paradojalmente ser interpretada como una respuesta crítica frente a un poder que no logra convencer a los grupos e individuos que el destino material y cultural que les ofrece desde arriba sea realmente digno de ser aceptado. Ello explica el florecimiento de prácticas y culturas alternativas animadas por una voluntad más o menos consciente de marcar una diferencia frente a los existente.
Los hombres de nuestro tiempo viven con los ojos clavados en una pantalla, sin embargo no pueden dejar de ver las catástrofes lentas que asolan nuestra época: destrucción del medio ambiente, endeudamiento y empobrecimiento crecientes de los países atrasados, desocupación estructural creciente en los países industrializados de Europa, inestabilidad laboral creciente en todas las economías influidas por el neoliberalismo, destrucción de los sistemas de seguridad social, crisis cultural, ética e institucional en todo Occidente, etc. Todos estos problemas son inabordables por otro camino que no sea el de la crítica y sus prolongaciones en el terreno de las acciones concretas. La crítica social no podrá sin embargo afrontar las exigencias de lo que sobreviene sin responder a la necesidad de su propio perfeccionamiento y sin adecuarse teórica y metodológicamente a las constantes transformaciones de su objeto.
Para recuperar su poder transformador, la crítica tendrá que ir al examen de sus propios fundamentos, es decir que deberá volverse meta-crítica o hiper-crítica. Su perfeccionamiento es en la actualidad una labor eminentemente filosófica. Se encuentra inscrito en el encaminamiento de esta disciplina y es inseparable de sus principales hitos, entre otros: crítica de la economía política (Marx); crítica del platonismo (Nietzsche); crítica de la Ilustración y de la razón instrumental (Adorno, Horkheimer); crítica de la ontología, de la ciencia y la técnica (Heidegger); crítica de la metafísica y del logo-centrismo (Derrida), crítica del saber y del poder (Foucault), crítica del lenguaje (Wittgenstein), crítica del signo y la comunicación (Mc Luhan, Baudrillard, Eco), etc.
Pareciera que las aventuras de la crítica social no se terminarán mientras persistan las condiciones que mantienen al hombre bajo el peso de una existencia alienada y a menudo insoportable. Creemos que existe un lazo secreto que une la crítica con el sentido en un mismo movimiento que empuja al hombre hacia la libertad y la eternamente esquiva felicidad. Si la crítica desfallece y no aflora el sentido, los únicos ojos que tendremos para ver el mundo y los acontecimientos, serán los ojos del Angelus Novus.
Jorge Michell
Abril, 1998