LAS POLÍTICAS DE LA CRISIS

Federico García Morales

En las crisis apreciemos hasta qué punto la política es economía concentrada.

El sistema ha llegado a esta crisis con sus construcciones políticas más o menos intactas. Los equipos que se fueron haciendo a las políticas del neoliberalismo, la transnacionalización y del ascenso globalizante continúan ahí, supuestamente al mando. Y enfrentan la situación obedientes a los requerimientos de costumbre. Son propulsados por la inercia.

La crisis que estamos advirtiendo con una alta probabilidad de ser la más extensa y profunda de la historia del capitalismo, está revelando increíbles capacidades destructivas. La evaporación de valores no tiene paralelos. Y entonces vale la pena considerar qué políticas comienzan a externarse, o qué proyectos políticos podemos ver como posibles, rentables para algunos o aceptables para la mayoría de la población del planeta.

 

Escuetamente, tenemos:

  1. Los planteamientos de los equipos en el poder que conducen un discurso sobre el supuesto de la continuidad (muy dudosa por cierto) del ejercicio de las clases y elites en el poder, y su política orientada a las ganancias brutales y selectivas, que es la que ha entrado en crisis junto con la crisis de la economía mundial. Por eso se les abre un espacio de desestabilización. Sin embargo, como decíamos al comienzo han llegado a esto intactos, a la cabeza de los gobiernos y de las agencias de apoyo internacionales, a la cabeza también del sistema corporativo. Han llegado hasta este punto de la historia como administradores de una economía con reglas que parecían establecidas. De pronto, el terreno se ha vuelto inseguro y su demanda en estos días es la salvación de su botín. Y en lo posible volver a echar a andar el sistema enfermo, sobre los mismos carriles: con su fundamento en la explotación de la gente y de los recursos.

Tiene relevancia definir esos poderes en presencia: el mismo proceso de la crisis se ha encargado de presentarlos. Son poderes transnacionalizados. Su esencia se representa en las actividades de las megacorporaciones, y a lo largo de la crisis se enfatiza las ganancias o pérdidas de estos agentes. Los países vienen a ser la apariencia. Por eso ningún jefe de estado es muy relevante: si puede ser importante las consultas entre varios de ellos, el modo como pueden llegar a un acuerdo para tornar operativa alguna recomendación del Fondo Monetario Internacional. El último año ha estado sembrado de reuniones de este estilo. El FMI, a su vez viene a ser como la sombra de un Ministerio de Finanzas del estado imperial, y sus recomendaciones, en una textura muy representativa de los intereses corporativos viene a ser la "conciencia posible y real" de las derechas económicas, y del "orden" a nivel mundial. Los jefes de estado se disputan en la presentación o anticipación de esas visiones.

Frente a la crisis, este orden, primero han tratado de ocultarla y después, en una catarata, recomiendan la acentuación de la productividad, el ahorro, la bursatilización de los ahorros, la restricción del consumo, el alza de las tasas de interés, la baja de las tasas de interés, el desempleo; tanto la intervención del estado para regular el precio de mercados y monedas, como el retiro del estado, la continuación de las privatizaciones, el pago puntual de la deuda externa, la solicitud de nuevos préstamos, moratorias parciales, la ayuda del FMI bajo cualquier condición, la inyección de liquidez al sistema bancario, el retiro de liquidez, la esperanza en la intervención de la "mano invisible", el control del capital, facilidades para la fuga de capitales, "nacionalizaciones", etc. Medidas que en su conjunto integran un todo contradictorio, caquéctico, casi inconcebible. El punto de vista de esta gente representa una bancarrota a la vez práctica y mental.

Aunque su planteamiento de fondo contiene un elemento de coherencia: se trata de buscar por todas las maneras posibles que se puedan conservar tasas de ganancias, alzar sus cotizaciones, no importa a qué costos. Y es esta "coherencia" la que ha venido a apoyar la explosividad del desastre.

Ya en muchos países esa "coherencia" se muestra en el manejo del problema de los precios y de los salarios. Se busca deprimir estos últimos. En Guatemala se ensaya descaradamente con una política de "congelación" de salarios. En otros lugares se procede más silenciosamente .

La política de este sector, busca una reacción de la economía infiltrando rumores, y empujando también a los gobiernos hacia políticas socialmente tenebrosas con tal de darle alguna continuación a los intereses acumuladores, como cuando instan a extremar la utilización de los fondos de pensiones en el negocio bursátil, o cuando favorecen una nueva expansión en los gastos armamentistas, o la consolidación fiscal y bancaria a través de mayores endeudamientos o cuando lanzan esas políticas de recortes presupuestarios. También depositan esperanzas en una guerra entrecruzada de devaluaciones que pudieran llegar a estimular sus mercados.

Las movidas políticas se han desenvuelto hasta ahora en los espacios del Estado Imperial a medio diseñar, como tratando de afirmar sus fronteras, explotando los recursos del Banco Mundial y del FMI, que al poco andar se mostraron insuficientes. Después han experimentado retrocesos hacia las fuerzas invisibles del mercado, a las que sólo pudieron ofrecer sus oraciones.

La percepción del fracaso de los paquetes de ayuda del FMI, provocó sin embargo una oleada de acciones más en la línea del autosalvataje. Y surgieron ideas en los últimos meses a favor de la "reforma" del sistema, como en el caso de Malasia, en donde el Dr. Mahadir intenta "controlar" al capital, o Habbibie en Indonesia, en campaña contra la corrupción y con indicios de tratar de detener el proceso privatizador, o Corea del Sur donde el Presidente Jim Dae Jung buscó estabilizar la banca mediante la acentuación de su transnacionalización.

En los países "emergentes" (ahora submergentes), cabe prestar especial atención a esos rasgos devaluatorios y depresivos de las políticas oficiales, ya que tienden a extender la miseria, la desocupación. En estos países hay cuatro factores que lucen por su siniestra proyección sobre esas economías: el servicio de una deuda externa pavorosa, la privatización de las infraestructuras y otros recursos básicos que han quedado en manos de empresas que no miran por los intereses de las poblaciones o que están profundamente inhabilitadas por la crisis; el tercer factor es la destrucción de políticas agrarias que pudieran sostener la capacidad alimentaria de esos países, el cuarto factor es el más visible en estos días: la extenuación de sus sistemas crediticios y financieros. Pero hay también resultados que se ponen como condiciones, empujando más hacia lo hondo la recesión: las situaciones de desempleo creciente, el caos monetario, el desplome comercial.

En estos días, los equipos gobernantes han tenido oportunidad de intercambiar ideas, de buscar soluciones. Se han dado las reuniones del directorio del FMI, y del G7, para las semanas entrantes se programan nuevos encuentros. De estas reuniones, hasta ahora no ha salido nada en limpio. Lo más llamativo, quizás, algunos desacuerdos entre el Banco Mundial y el FMI, cuando personeros del Banco Mundial endosan al FMI el planteamiento de políticas tan abusivas que inducen a la quiebra del orden social.

Hasta ahora, como queda dicho, estos grupos han venido reaccionando pegados a sus inercias e intereses sectoriales y hasta electorales. Por el sistema hablan los altos funcionarios internacionales, los empresarios, los comentaristas de las bolsas, algunos tecnócratas... y George Soros.

Quisieran seguir en los desplantes del período del boom, pero sólo alcanzan a sorprenderse de su propia incapacidad. Unos a otros se reclaman la continuación de "las reformas estructurales", esto es, el redoblado empaquetamiento de liberación de los mercados. Ahí las recomendaciones americanas a los japoneses y a los indonesios, a los brasileños y a los mexicanos, con algunos ecos de aceptación. Pero, para considerar un caso, Japón se revela una caja de Pandora para la ejecución del modelo: sólo suma deudas, con sus principales bancos en el curso de la insolvencia, algunos ya bajando a la tumba. El Banco de Créditos a Largo Plazo todavía no resucita. Y a paralelas se viene a revelar en el foro reciente del FMI, que la banca nipona carece ya de las reservas legales que le permitirían seguir en operaciones. En el mismo foro, Indonesia viene a representar un caso más lastimoso, pues amenaza con el hambre de millones para dentro de poco.

A la reunión del FMI asistieron representantes de los gobiernos latinoamericanos, y es interesante escucharlos, ya que muestran al desnudo el carácter de sus políticas y proyectos: desde luego todos afirman que continuarán subastando sus infraestructuras, todos se dicen nada de seguros con la marcha de sus economías, todos se ven dispuestos a recurrir a endeudamientos máximos que les den un poco de oxígeno. Llegaron a decir que precisaban de apoyos por unos 200 mil millones de dólares, ya. No hablaron esta vez de la situación "preocupante" del narcotráfico ni del lavado de dinero. Quizás porque no era pertinente.

La política del sistema transnacional tiene en América Latina amplio espacio para revelar sus secretos: vean a Brasil, en donde se amparó el triunfo electoral electrónico de Cardoso, que ahora deberá ver cómo continúa sin devaluar, sin endeudarse más, sin abrirse hacia una política de mayores impuestos, de desindustrialización, de recortes presupuestales y salariales, de hambre y de desempleos.

Por el momento, la política del sistema se funda en una estrategia de contensión, que ataca los puntos que siente debilitados, y que amenazan con llevar la crisis más hacia el centro. Tienen sin duda una aguda percepción de lo que fueron las estrategias de los emperadores romanos frente al asalto de los bárbaros. Perciben su sistema central como "sano". Se alertan con sus periferias. Por eso la idea de construir algún sistema que inyecte apoyos "a la mexicana" a aquéllas economías, como la de Brasil, que se encuentra en tan grandes dificultades. No reparan en que ya antes trataron de hacer lo mismo con el Sud Este asiático, y que los problemas siguen en su lugar, y hasta se han vuelto más agudos. El "apoyo" consiste en otorgar más préstamos, o en abaratar los intereses de alguna manera ínfima, para entusiasmar a los deudores potenciales. O en el eterno bombeo de reservas fiscales hacia el insaciable vientre de las bancas, Todavía no se les ocurre, obviamente, que podría ser más saludable para esos países una moratoria. Es que el negocio debe seguir…

Las políticas de este sector de los gobiernos establecidos, son de todas maneras bastante homogéneas, tan homogéneas que no contienen rastros de solución para problemas tan novedosos: manejan el mismo catecismo, y una vertebrada aceptación de dos centros que han señalado en esta coyuntura su real importancia política: el FMI, y el gobierno de los EEUU. Desde allí se han estado disparando todas las fórmulas que han estado a disposición "para hacer política" por parte de las potencias menores. Y entonces, la impotencia del FMI y del Gobierno norteamericano, se traduce casi automáticamente en la impotencia de los demás. Al menos en el "sector emergente" no se alza un horizonte de recuperación sin "ayuda" externa, y sus economías construidas al modo de enclaves eyectores de capital, en la actual situación sólo saben hundirse entre la fuga de capitales, la "necesidad" de reembolsar intereses y principales de deuda, la baja de sus exportaciones y la contracción de las inversiones y del consumo interno. La carrera a la depresión fue presentada con razón, por un cuestionado político norteamericano, como una carga de búfalos desbocados.

La impotencia del FMI proviene de su agotamiento, derivado de sus aventuras prestamistas del año reciente; la impotencia de los EEUU, de la caída brutal de sus ingresos y de los riesgos de su comercio exterior (muy presionado por la debacle asiática) y de su sistema financiero (cargado de deudas y con un dólar en declive). De ahí una fórmula que comienza a repetirse, muy conocida por los navegantes: "sálvese quien pueda".

En la entrada de una crisis, se siguen haciendo valer las inercias, que dan una apariencia de sobrevida a funciones que de hecho comienzan a quedar abolidas. La vieja institucionalidad todavía aparenta cierta resistencia. A medida que la crisis avanza, se producen adaptaciones, transformaciones, la irrupción de nuevos construidos, a veces muy pasajeros.

Teniendo presente esto, se puede localizar en las políticas que conduce la inercia desde el poder, un núcleo que hasta ahora sigue controlando los planteamientos, las decisiones: el afán de proseguir en la reproducción de un sistema mundial de explotación. De ese núcleo irradian construidos de decisión y de ensamblajes clasistas que están creando esta época: se persiste en continuar concentrando el poder económico, se continúa induciendo la privatización de los recursos sociales, se utiliza la misma situación de inseguridad para echar mano de los recursos sociales, financiando empresas y bancos quebrados. Por ejemplo se puede ver todo el drama de las negociaciones entre el Gobierno japonés y su oposición para utilizar los fondos públicos en el salvataje de la banca, que llega a encallar en un proyecto de nacionalización perversa que consiste en nacionalizar transitoriamente la banca insolvente, y devolverla luego de curada al sector privado.

El tema de la nacionalización perversa, pero nacionalización al fin, lleva a entender la difícil situación en que se encuentran los negocios y la búsqueda desesperada de soluciones que a veces quiebra la tranquila armonía en el sector propietario. Hay también otros temas más angustiantes para ellos: como por ejemplo, la aceptación por algunos sectores de que es inevitable ya aceptar moratorias en el problema de las deudas externas. Trago amargo para el sistema financiero, o para sectores de ese sistema.

Pero el conjunto de esas políticas terminan definiendo una radicalización hacia la derecha de la burguesía y de los sectores a su servicio, que quedan aferrados a un inmenso espacio de corrupción y de dependencias.

El objetivo supremo es usar todos los mecanismos para defender al sistema capitalista en lo particular y en su conjunto, en sus bases, asegurando la extracción de valor hacia el sector parasitario. Pero toda esa panoplia de medidas, insistimos, no contienen una solución a la crisis: al contrario, la siguen profundizando.

 

En el avance de la crisis, el propósito de supervivencia del sistema tenderá a transformarse en una ilusión, y en su arrinconamiento esas políticas de las clases propietarias pueden comenzar a anidar las peores expresiones de la inhumanidad. De esta manera llega a su fin la cacareada vinculación entre globalización y democracia. La democracia, en una situación como la que ya se está abriendo en muchos países, no viene a coincidir, no viene a ser ni el anhelo ni la práctica de los grupos en el poder. Es ahora claramente una demanda que se sustentará en los movimientos populares que luchan en medio de la crisis por alcanzar mayor justicia y equidad, mejores condiciones de vida. El deterioro económico conducirá en las democracias más consolidadas y en las emergentes del período anterior, a una quiebra social, al surgimiento de muy duros enfrentamientos en donde "el estado de competencia" empezará a mostrar sus atributos represivos.

Este proceso ya está ordenando una modificación ideológica de los reformistas "renovados", que desde el poder, en el plano político entran a asumir sus deberes. En medio de la crisis, quienes están en el poder ya carecen de veleidades populistas. Y el FMI no necesita rogarles que no vuelvan atrás hacia el estatismo o el populismo, porque ellos ya se han puesto la camisa parda. El "liberalismo" de la globalización comenzará a buscar caminos hacia el autoritarismo y el fascismo. En ese extremo pueden llegar a encontrar tristes coincidencias con toda suerte de grupos integristas, racistas y neonazis, toda una cloaca social que el propio sistema ha estado acunando, y que ha tenido un fuerte crecimiento, incluso electoral en distintos países (como el Frente Nacional en Francia, los Republicanos alemanes y chekos, la Alianza Nacional italiana, los "ejércitos ciudadanos" de la "Mayoría blanca", en los EEUU, etc.

 

2.Alternativas críticas a este sistema, que recién comienzan a perfilarse. O que han perdurado afirmadas en la ideología y en los proyectos de grupos dispersos, en organizaciones políticas de izquierda "sobrevivientes", o en movilizaciones, en el último período, de "la sociedad civil". Son de dos tipos:

  1. Las políticas de "pleno empleo", que todavía dejan algún margen a la operación del mercado y a la propiedad privada, pero que reclaman una mayor intervención estatal. Y que vienen a ser refraseos del modelo keynesiano. Sostienen en lo esencial, que la recuperación de la crisis debe darse en el terreno del sostenimiento del consumo, como elemento inyector de mayores capacidades para el sistema productivo. En este sentido, no pueden aceptar la movilización estratégica de los neoliberales monetaristas y globalizantes que utilizan las reservas para el pago de la deuda externa o para sostener bancas, monedas y bolsas. Preferirían ver esos recursos canalizándose hacia los salarios, y en la manera de estímulos directos a la producción.
  2. El problema de los neokeynesianos es cómo enlazar con el desplazamiento hacia posturas más radicales a que estará invitando la situación de las masas batidas por la crisis, y mantener a la vez el proyecto pequeñoburgués que los vincula con el intento de liderear una reconstrucción del mercado bajo la hegemonía corporativa.

    El éxito de esta fórmula en una época anterior, fue asegurado por una guerra mundial y por el desarrollo muy extendido de prácticas autoritarias, en espacios donde imperaban construidos nacionalistas Se vieron también frente a una crisis que posiblemente no tuvo la profundidad de la actual, y pudieron disponer con facilidad del recurso que les proporcionó estados fuertes y movimientos sociales con actitudes aceptadas en vastos sectores de la clase obrera y de las clases medias. Una construcción por ahora ausente.

    Hoy, en la mayoría de los países emergentes, el modelo keynesiano, choca además con el fuerte endeudamiento interno y externo, y su carencia de convocatoria social para resolver estos problemas.

  3. Las políticas socialistas, que de su inmersión en los movimientos de la sociedad civil, recogen diversos aspectos del modelo keynesiano de recuperación, sobre todo la insistencia en el pleno empleo y en lo de la inversión dirigida hacia la producción, agregan cierto desarrollo programático y contienen también una preocupación por el carácter de los sujetos que pudieran impulsar esas reformas, lo que lleva al diseño de políticas de substitución, en primer lugar, de los actuales grupos gobernantes. Lo que los empuja al terreno de la estrategia revolucionaria.

En la política socialista frente a la crisis hay dos cuestiones que cobran una inusitada importancia, y que empiezan a preocupar: 1) la cuestión del estado (que envuelve problemas sobre la intervención social en las actividades gerenciales, y el tema que se vincula, el de la democracia política y la democracia social y económica. En este plan han llegado a desbordar hacia una especie de antipolítica) y 2) la cuestión de la socialización de los medios de producción y del sistema financiero. En este punto, se entra a una crítica profunda del modelo de relaciones de producción impuesto durante la etapa globalizante del capitalismo, y surgen planteamientos programáticos en torno a lo que popularmente viene a denominarse "nuevas políticas de nacionalización", dirigidas especialmente hacia los sectores claves de la economía que fueron recientemente sujetos a privatizaciones, así como hacia la cuestión del entramado financiero internacional, a donde debería conducirse alguna forma de control social.

La política socialista en los países emergentes contiene propuestas frente a la crisis, que se formulan de la siguiente manera: Primero y antes que nada, la defensa de los salarios y de la capacidad de consumo de las masas; introducción y defensa de subsidios a la cesantía; control social de los sistemas de seguridad social; políticas de pleno empleo; desarrollo de la planificación económica bajo criterios de desarrollo social equitativos; establecimiento de controles sobre el movimiento del capital; establecimiento de moratorias indefinidas en el pago de deudas externas o la directa abolición de la deuda externa; nacionalización de las infraestructuras, minas, industrias, carreteras, puertos, aeropuertos, energía, comunicaciones, etc; la creación de bloques económicos regionales de bases nacionalizadas o socializadas; organización comunal y federativa de la producción con estructuras gerenciales autogestionarias. Políticas de defensa y desarrollo de la economía que se dimensionen en la sustentabilidad ambiental; políticas que pongan el énfasis en la alimentación, la salud y la educación de la población.

Aspectos de estas reivindicaciones caen en programas inmediatos, otras en programas de más largo plazo; otras son posturas transitorias. Todas revierten hacia formas específicas de organización. Es indudable que el socialismo transitará empujando su lucha a través de diversas formas de organización, y ahí cobrarán formas específicas sus reclamos para encontrar la libertad de organizarse y de hacer política, en sindicatos, en partidos, en movimientos sociales, en muy amplios frentes. Estas políticas son sólo posibles en situaciones de muy alta movilización, de muy alta presencia política de las mayorías trabajadoras.

La defensa de los salarios y de los derechos del trabajo, dará indudablemente con la base política de partida de movimientos socialistas de nuevo tipo. Y ya ha comenzado. Se deben destacar en este plan las grandes movilizaciones en marcha en Corea del Sur, Indonesia, Rusia, Chile, Perú, Ecuador, Guatemala, Honduras, etc.

Otra fase será proporcionada por una politización socialista de los procesos electorales. Ya en el último año se pudo apreciar la fuerte consolidación de la izquierda, izquierda en términos muy generales,

en los procesos electorales de Europa, donde hasta ahora no interesa tanto ver quien es elegido, como apreciar por qué están votando los electores. El electorado ha girado hacia la izquierda en Gran Bretaña, en Suecia, en Francia, en Alemania, en Italia. En América Latina, se expresará esa izquierdización del electorado en Chile, en México, y es claro que los más viles sostenedores del proceso de recolonización del continente desaparecerán muy pronto del escenario.

La historia constituye un elemento en el desarrollo de estos movimientos. La experiencia histórica no deja de pesar en la conformación del nuevo movimiento social en Rusia. Allí, muy espontáneamente el programa en transición abre paso a reivindicaciones finales. Existe allí una sensibilización respecto a las soluciones de la planificación y del control obrero. Eso, en un ambiente en donde existe y es comunicado el sentimiento de que la instauración capitalista, a más de una sinvergüenzura ya no es solución.

Por eso, para el desarrollo de estas políticas los socialistas convocan a la clase obrera, a los campesinos pobres, a los sectores medios democráticos y empobrecidos, al conjunto de las organizaciones de la vieja y nueva "sociedad civil", al movimiento feminista, a los estudiantes. Y no confían ya en que sectores de la burguesía pudieran acompañarlos. En el Oriente, el planteamiento socialista tiene implicaciones democráticas y de justicia social muy profundas. En el Este europeo, la posibilidad de consolidar una sociedad industrial democrática y socialista muy integrada. En América Latina ya hablan de dar empuje a una revolución continental que conduzca a la construcción de una federación latinoamericana socialista y democrática que devuelva a los latinoamericanos esa identidad perdida y buscada desde los tiempos de Bolívar.

Es interesante, en este momento la gente se inicia en sus reclamos criticando algunas instituciones económicas, pero se puede apreciar que hay ya abiertas amplias avenidas para la crítica política y la crítica ideológica. No tardará en abrirse paso un fuerte impulso cultural que provocará el nacimiento de una nueva inteligencia, que sólo podrá desbordar hacia propósitos revolucionarios.

A nivel mundial, en el inicio de esta grave crisis, se observa que muchas de estas propuestas vienen a chocar con una realidad discontinua, donde gravitan condiciones de desarrollo desigual, y en donde no hay fórmulas suficientemente universales. En esta situación las prefiguraciones socialistas asemejan a un a priori. La substanciación de un proyecto de contenido igualitario, equitativo y libertario, se ve que consumirá todo un ciclo reelaborando estrategias que impidan el paso a las soluciones tan a la mano del voluntarismo, del autoritarismo y del burocratismo por las que tan alto precio debió pagar la generación anterior.

Quizás en los asomos de la crisis, no habíamos reparado en la existencia de estas "reservas de puntos de vista", y no podemos menos que pensar que su desarrollo y desplazamiento –político—a lo largo de este tiempo que será difícil, determinará el mundo que nos tocará vivir. Los socialistas dicen que nunca como hoy se ha inscrito con tanta fuerza en las roquedades de la historia que el tiempo que llega es de "socialismo o barbarie".

Se han estado insinuando en las últimas semanas los primeros finteos entre lo que se ve como un despertar del choque entre ideologías encontradas. En la prensa rusa y occidental, se ha gastado bastante tinta tratando de dar con una demostración de que el desastre ruso no puede ser seguido por un establecimiento socialista. Pero ya esa discusión demuestra que esa idea ya está trabajando en lo hondo de la situación. Es evidente que hasta ahora ese norte se ha visto limitado por los giros de adaptación del comunismo ruso a las condiciones del cambio capitalistoide, pero ante el hundimiento del modelo, otras alternativas quedan abiertas, como quedó insinuado en las grandes manifestaciones ocurridas en Rusia el 7 de octubre, en donde emergió un gran horizonte de banderas rojas. No es una semana, por crítica que sea, la que pueda llegar a cambiar la conciencia de la gente. Pero esto se dará inevitablemente bajo el imperio de nuevas condiciones de agravamiento de la lucha de clases en el largo declive de varios años que todavía nos aguarda.

En América Latina y en muchos países de Africa y del Sud Este asiático, las izquierdas que habían adoptado una alianza con sectores democráticos, verán a sectores democráticos hundidos en una "crisis de conciencia" o como se dice en estos días, de personalidad, vacilando entre una izquierdización y la búsqueda de compromisos "de salvación nacional". Esto dará lugar a fuertes cuestionamientos, que no lograrán ocultar el surgimiento de un socialismo distinto, identificable en diversos continentes. Si las izquierdas habían estado limitadas en su acceso agitativo, van a encontrar ahora una más entusiasta acogida entre masas muy extensas en la medida en que sean capaces de formular un planteamiento radical, clasista y comprehensivo, de cara a este gran desastre, pero también de cara al futuro.

Tienen demasiado que ganar, tienen demasiado espacio, para no intentar una renovación de sus formas de pensamiento. Durante la globalización experimentaron demasiado con el ejercicio frustrante de los recuerdos del pasado, con vanos intentos de adaptación a lo que creyeron la fatalidad histórica del ascenso capitalista, o con las polémicas de secta, o en torno a conceptualizaciones que la misma historia se encargó de abolir. Hay algo de aire fresco en las nuevas propuestas y en las nuevas actitudes de estos sectores.

El problema de la salida socialista a la crisis, es que todavía el sujeto de esta acción espera a inventarse a sí mismo. Aunque en esto, no podemos menos de recordar una anécdota de Humboldt, que estando un día en un café de París, le explicaba a un joven que lo escuchaba en silencio, que América Latina estaba madura para una gran revolución, pero que él no veía quien sería capaz de conducirla. Y el joven era Bolívar.

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