JAPÓN EN RECESIÓN

 

Una recesión se define como una contracción sensible de la producción, las rentas, el empleo y el comercio. Una especie de congelación invade las venas de una economía. Contiene las duras perspectivas del desempleo, del estancamiento, de la inflación, (en algunos casos de la deflación o de la estanflación) de la devaluación y del crecimiento de los inventarios.

La recesión, cuando entra a contar con una capacidad para contaminar áreas mayores de la economía capitalista mundial, puede ser la señal de la entrada a una crisis.

Es por eso que en estos días no se toma a la ligera la declaración bastante solemne del Gobierno japonés en el sentido de que Japón había entrado en recesión.

Esta declaración se fundaba en hechos evidentes: en el primer semestre de este año la economía se contrajo en un 1.3%, lo que ofrece una proyección anual de una disminución del 5.9%. La más grande caída que experimentaba la economía japonesa desde 1955 -- que superaba los desajustes bastante peligrosos de 1990 y de 1995. Esta vez se abría un boquete que insinuaba el surgimiento de una carga fiscal de trillones de yenes.

Es conveniente tener en mente que la economía japonesa es en volumen de su producción, la mitad de la producción de toda el Asia. De modo que esa contracción no es un leve resfrío, es una caída brutal de significado mundial.

Otro de los signos ominosos, la largamente anunciada devaluación del yen en estas últimas semanas ha tomado tren expreso. Rompió a principios de junio la barrera psicológica de los 140 yens por dólar, y avanzó seriamente hacia los 150, poniendo en apuros al conjunto del sistema financiero. Las devaluaciones no se dejaron esperar en el resto del Asia, con excepción de lo que pudiera ser por sólo un instante de China y Corea. Se llegó a estimar por funcionarios del gobierno norteamericano, que de ir esta devaluación un poco más adelante --digamos, a 155 o 160 por dólar, se desencadenaría inevitablemente una nueva y más grave recaída en la crisis, ya que obligaría a una devaluación del yuan chino y produciría efectos de gran magnitud sobre América Latina, EEUU y Europa.

Noticias del Asia, en la prensa de estos días en Japón y Hong Kong, entre otras-- resaltan la necesidad de reestructurar la economía japonesa ("reestructurar", es la palabra que abunda sin significados muy precisos, más allá de una ríspida condenación de lo que está en presencia), de inyectar energía que vitalice esa economía, provocándola a un nuevo "boom" a fin de salvar la llegada de quiebras generalizadas, de efectos mundialmente desvastadores, que crearían otro vasto círculo de retroalimentación de la crisis. (Hay una cierta conciencia de que se ha entrado en una crisis).

A mediados de mes, EEUU y el Gobierno japonés vendieron una suma no muy bien determinada de dólares (según algunas versiones 2000 millones, según otras 6000) a fin de devolver la confianza en el yuan. Y efectivamente lograron por un momento curvar el ascenso bajo los 137, para observar poco después que el tambor de avance volvía a redoblar. Se ha observado que esta táctica, en algunos casos opera como un efecto de choque que logra reenderezar procesos que están derivando de histerias de mercado o de la especulación, pero que cuando hay problemas estructurales empujando las devaluaciones y los grandes desajustes económicos, estas tácticas tienen un bajo rendimiento.

Poco después al parecer se intentó por el Grupo de los Siete, que reúne a las mayores potencias industriales, llegar a un diagnóstico de la situación y provocar cambios de orden más profundo, con tal de impedir estas situaciones monetarias y sus efectos a nivel general de los mercados. Esto implicaba la producción por parte del Gobierno japonés de un proyecto que los demás poderes debían examinar en un plazo relativamente corto. Pero en Japón más bien se han hecho valer las resistencias a que recomendaciones como las planteadas por el gobierno norteamericano puedan llegar a aceptarse.

En todo sentido, hasta aquí, esta actividad sanitaria se parece bastante en sus métodos y propuestas a las que realiza casi cotidianamente con economías emergentes el dueto Banco Mundial y Fondo Monetario. Que en estos mismos días trataba de hacer tragar en Indonesia a Habibi la misma medicina que había originado el desplazamiento de Suharto.

 

¿De qué índole son los problemas que aquejan a la economía japonesa ?

Hay una insistencia que nos parece errónea, y hasta cargada ideológicamente, en tratar de radicar y limitar la conceptualización de la crisis del Asia... en el Asia. De ahí se desprenden también justificaciones a políticas que se parecen mucho a una cuarentena.

En realidad nos estamos topando con un giro que toca a la economía capitalista en su conjunto, o si se quiere, nos encontramos ante la crisis de la globalidad.

Para precisar estas afirmaciones, se debe tener presente en primer lugar, que lo que está ocurriendo tiene que ver con el derretimiento del sector que hasta hace menos de un año se consideraba el sector más dinámico y en más rápido crecimiento de la economía mundial. En segundo lugar, gran parte de las dificultades que están experimentando los países del Asia se debe a un factor económico internacional: la inmensa expansión del crédito desde mediados de los años 80, que infló las bolsas con valores ficticios y condujo a la formación de las economías burbujas y a la inflación especulativa. La implosión de estas burbujas tornó impagables inmensas deudas, y alineó la quiebra de miles de empresas, con sus consecuencias de desempleo y desbarajustes de mercado, y tocó las entrañas del sistema bancario. (Para más detalles vea "La debacle que comenzó en Asia", artículo de Globalización, Revista Mensual Web de Economía, Sociedad y Cultura, noviembre 1997).

Ya están disponibles algunas cifras (que siguen siendo muy dinámicas) sobre el efecto desvastador que ha tenido sobre los países del Sudeste asiático estos meses de recesión y crisis, aún cuando todavía es difícil de advertir el modo cómo otros lugares están entrando en le proceso recesivo.

Algunos rastros son provistos por la depreciación en el valor de las monedas, que reflejan la existencia de fuertes tendencias contractivas en medio de una dura lucha por sostener los mercados, sobre todo cuando estas devaluaciones tienden a cobrar una fuerza amenazante al tratarse del yen japonés o del yuan chino.

Pero volviendo a las cifras: recientemente, ya señalamos, Japón exhibe los índices de su contracción, que como se observa está marchando ya al compás con el resto del Sudeste de Asia. Ya que en estos días en Corea se señala que el desempleo se triplicó en un solo año, dejando a un millón y medio de personas sin trabajo y Banco Mundial anuncia que para fines de año, veinte millones de trabajadores habrán perdido su empleo en Indonesia. Mientras en China comienza a elevarse una suma que hace un par de meses era de 11 millones.

En Japón nos encontramos con el comienzo solamente de una oleada de quiebras, pero ya desde octubre de 1997 han ido a la quiebra: el Banco de Kyoto Kioei, con deudas de 700 millones de dólares, el Tokyo City Bank, con 6,4 mil millones de dólares. Y le siguen el Sanyo Securities, el Yamahichi Securities, el Banco de Hokaido Tokushoku, y recientemente en mayo de 1998, Concretos Daido. Y siguió la quiebra de 17 mil empresas más.

La bolsa japonesa y su índice Nikkei ya no muestra los sonrientes puntos de hace un par de años, cuando llegó a los 33 000 puntos. Ahora se arrastra hacia debajo de los 15 000. (15 054 al cierre del 23 de junio).

Las cifras japonesas muestran las deudas malas, que son de un orden de los 600 mil millones de dólares, y que son sólo una parta de la deuda total del país que asciende a una suma equivalente al 200% del producto bruto.

De modo que la insolvencia es un rasgo compartido por la mayoría de los deudores, corporaciones, el país y sus bancos. Este es también un rasgo común en la región.

El hundimiento de las economías del Sud Este Asiático terminó con los débiles reparos que daban una portada de fuerza a la economía japonesa. La fuerte contracción de esos mercados, las incapacidades generalizadas de pago en la región, la afectó duramente. Hay que considerar que el 42% de las exportaciones japonesas se dirigían a esos países que ahora no compran. Y que hacia allá también se fueron el 40% de sus créditos externos, y esos países ahora no reembolsan. Y las improvisaciones del gobierno nipón, del Banco Mundial, del Fondo Monetario y de los del Grupo de los siete, sólo han atinado a agregar más gasolina al incendio. Los resultados ya se vieron en el caso de Indonesia, cuando los consejeros internacionales, luego de abandonar sus escobas de aprendices de hechiceros, debieron irse precipitadamente de ese país.

En las semanas recientes el escenario ha sido tomado por la devaluación del yen en una caída libre que hacía presumir la inevitabilidad de devaluaciones en cadena y de un espectáculo insufrible para los mercados de Occidente, particularmente para los EEUU.

Esto precipitó la intervención de la Secretaría del Tesoro norteamericana, y la visita a Tokio y a una reunión del G7 del Subsecretario Lawrance Summers, con el objeto de presionar por un cambio de rumbos de la economía japonesa. Summers llevaba como objetivo salvar a toda costa la paridad del yuan chino. Se reunió en Japón con el ministro Keizo Obuchi, y el tema de discusión se centró en el modo de conducir la deuda de 77 mil millones de yenes que pesa sobre el sistema financiero japonés, tratar de reconstruir un "boom" desde dentro de la economía japonesa y, sobre soluciones monetarias, estimular el regreso a la paridad anterior entre el dólar y el yen. Al parecer en estas discusiones no se dio mucha importancia a las medidas implementadas por Hashimoto en las semanas previas para inyectar liquidez al sistema. El efecto inmediato de la visita de Sommers fue la puesta en venta en diferentes mercados de, se dice, seis mil millones de dólares, a fin de obligar una baja del yen. Cosa que ocurrió en medio de declaraciones optimistas de las bolsas, que duraron algo asi como tres días. A la semana siguiente, puesto que toda la dinámica estructural de la crisis seguía en pie, el yen volvió a devaluarse, y al cerrarse esta edición alcanzaba ya nuevamente la barrera de los 140.

Summers continuó luego su viaje a Caribdis participando en una reunión ampliada del G7, a la que asistieron junto con los socios del G7: Australia, Brunei, China, Hong Kong, Indonesia, Malaysia, Nueva Zelanda, Filipinas, Singapur, Corea, Tailandia, más representantes del FMI y del Banco Mundial. Al parecer allí se elaboraron recomendaciones a Japón, al que se puso como causante de todos los males de la región.

Las fórmulas no se apartan mucho del recetario corriente del FMI. Sobre todo, apertura de mercados, y en este caso, frenos a la devaluación. Temas que al sistema corporativo, financiero e industrial nipón le suena a suicidio.

Entretanto Hashimoto, al borde de elecciones de Cámara Alta, a realizarse el próximo 12 de julio, juró limpiar al país de sus deudas, pero no dijo cómo. Un primer problema es encontrar los 30 trillones que precisaría para salvar a instituciones financieras en apuros. (Frente a ese problema el consejo del G7 y de USA es: "bajar los impuestos" ¡!) Mientras, el Gobierno inició una auditoría de los 19 bancos más grandes, en torno a sus situaciones de deuda, empezando por el gigantesco Banco Tokio-Mitsubishi (una de las mayores fuentes de crédito del Sudeste de Asia).

Hay que entender que la economía no se da en un vacío político, y que la sociedad japonesa está muy preocupada. Las fórmulas de Hashimoto son determinadas por figuras de poder en su Partido Liberal Demócrata, por verdaderos mandarines financieros con vinculaciones corporativas, y hasta el momento allí existe una suerte de impasse en medio de una lucha de influencias, lo que define ese discurso privado de instrumentalización política.

La situación va evolucionando en el sentido de la agravación de la recesión. El Gobierno japonés, bajo fuerte presión americana, se encuentra en una situación muy incómoda ya que al parecer hasta ahora ha ensayado casi toda la panoplia propuesta, ya sea por el sistema financiero internacional o las coaliciones internas de intereses.

Hace algunos años corrió al rescate de la banca endeudada concediéndoles préstamos a bajo interés; a principios del año pasado subió los impuestos al consumo; ha invertido sumas billonarias en la compra de yenes; ha consentido fusiones corporativas gigantescas; ha tratado de inyectar liquidez para destrabar la parálisis del sistema, impulsando obras públicas. Pero se topa con la estructura de un sistema de entrada en una de sus grandes crisis, plagada de coyunturas en donde las decisiones quedan dominadas por la incertidumbre y por cálculos que tienden a empequeñecer la extensión y gravedad del problema.

Es patética la cuestión del ingreso cuando se comienza a perder la confianza en el funcionamiento de la economía mundial, o cuando esta economía comienza a funcionar de acuerdo a las leyes del caos. Las propuestas del FMI, Sommers y Compañía parecieran olvidar sus anteriores proclamas en torno a la globalización y tratan de poner camisas de fuerza o mejor, un cinturón de castidad a cada país, a cada región, y levantar murallas para aislar a estos indeseables, de modo que su hedor no contamine algunos centros en donde todavía tienen esperanzas de que continúe la fiesta de Baltazar. En todas las negociaciones de estos días, se ha mantenido flotando esa frase de Marx sobre "el burgués como asesino de los demás burgueses", porque al fin y al cabo está también en juego, en tanto reina el optimismo, eso de "la competitividad global", que unos la quieren acaparar y a otros se la quieren disminuir.

Regresar a página inicial