EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA SEGÚN SCHLESINGER Jr.

Federico García Morales

De vez en cuando hay voces en Norteamérica que suelen llamar la atención sobre el tema de la Democracia: Allí están de Tocqueville, que aunque francés dejo una consideración imborrable en La Democracia en América, o Lincoln, que nos heredó no sólo una definición sino un programa con aquello del "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". Ahora de algún modo se renueva una discusión a partir de un artículo publicado por Arthur Schlesinger Jr., en la revista del influyente Council of Foreign Relations, Foreign Affairs en su número de Septiembre/Octubre de 1997, y que ha sido reproducido también en la Red. (http://www.agribiz.com/fbFiles/philo/schlesinger.html)

Es un planteamiento que merece estudio y discusión, ya que contiene puntos de vista representativos de un sector influyente en la vida política y académica del establecimiento. Debemos recordar que Schlesinger fue consejero de John Kennedy (escribía sus discursos), y tiene una larga trayectoria como historiador y politólogo, en una tradición liberal.

De partida, hay glosas de Isaiah Berlin que describía este siglo como "el más terrible de la historia universal", junto con otra cita esta vez del Presidente Clinton, donde

se saluda la llegada de un tiempo "en donde por primera vez en la historia hay más gente que vive en democracia y no en dictadura". La discusión entre lo terrible de este siglo y el aparente final feliz lleva a otras consideraciones. Por ejemplo, que al comenzar el siglo, también se tuvo algo de optimismo y que a medida que pasaba el tiempo se dieron cosas que desde la perspectiva actual hacen ver que la democracia se salvó de desaparecer sólo por un pelo. La Democracia, en su versión moderna, a lo largo de 200 años ha tenido hegemonías relativamente breves, "flashes", las denomina Schlesinger. Y lo que ocurre ahora, no estaría señalando su entrada a un terreno más firme.

Hay ciertos supuestos que conducen a esta conclusión. Tienen que ver con un concepto de democracia y el mecanismo que la sustentaría. Un axioma fundador encabeza la reflexión: "la democracia moderna en sí misma es el fruto de la tecnología y del capitalismo", fuerzas que son cosificadas y puestas como variables independientes y dinámicas. En un cierto sentido, para Schlesinger, la tecnología esta primero: ella crea el reloj, la imprenta, la brújula, la máquina de vapor... y esas innovaciones conducen al aparecimiento del capitalismo, y con el tiempo generan el racionalismo, el individualismo... y la democracia. El comportamiento de la tecnología se conduce según "la ley de la aceleración" que en una época sustentó el progreso sobre un vasto multiplicador que dio velocidad a la sociedad de la industrialización, dejándole algún tiempo para sus ajustes institucionales. Con la llegada de la Revolución Computacional la aceleración estaría negando tiempo a esos ajustes, y el impacto social se volvería traumático, abriendo la posibilidad muy fuerte a cursos políticos que podrían rebasar al proyecto democrático.

El análisis de la determinante tecnológica le permite a Schlesinger plantear los problemas que lo que llama la Revolución de la Computadora podría originar: disminuyendo la fuerza de trabajo, erigiendo más rígidas barreras de clase, separando los bien educados, de los mal educados, y afectando las reglas de la política democrática, básicamente creándole un problema a los esquemas de representatividad, sin establecer un retorno racional hacia la democracia directa, ya que la interactividad de las computadoras podría estar más cerca de las respuestas instantáneas, de la demagogia y del desencadenamiento destructivo o totalitario.

Hasta ahí la reflexión en la línea de la determinación tecnológica hacia el siglo por venir. Pero queda su análisis de la otra variable, o determinación de la democracia: el capitalismo. La expansión de este sistema se ve plagada de consecuencias indeseables. Para llegar a esta conclusión también es conveniente retener el punto de partida del autor: "la democracia es imposible sin la propiedad privada ya que ésta provee recursos--fuera del alcance arbitrario del estado-- que aseguran la base para la oposición política y para la libertad. Pero el mercado capitalista no es garantía de democracia, como lo han demostrado muy ampliamente Teng Xiao Ping, Lee Kuan Yew, Pinochet y Franco, para no mencionar a Hitler y a Mussolini. La democracia requiere capitalismo, pero el capitalismo no requiere democracia, al menos en el corto plazo".

El capitalismo estaría entrando en una etapa de modificación, demasiado propenso a buscar la ganancia más a través del desequilibrio de los mercados, que del equilibrio deseado por la teoría clásica. Lo que conduce a Schlesinger a citar en su favor a alguien que está lejos de ser un santo, George Soros, cuando dice: "Aunque he hecho una fortuna en los mercados financieros, me temo que la intensificación del capitalismo de corte liberal y la diseminación de los valores del mercado a todas las esferas de la vida social, esté dañando nuestra sociedad abierta y democrática."

Otro factor que se relaciona, es la búsqueda por el capitalismo, esta vez apoyado en la Revolución de la Computación, de una economía globalizada, que estaría poniendo en la mira del aspecto destructivo que siempre tuvo la economía capitalista, esta vez al propio estado-nación, lugar obvio de la democracia.

El control se va hacia el cyber.

La ideología del momento nuevo, pudiera ser proporcionada por los sectores como el integrismo o los sistemas políticos del Asia, que siguen resistiendo los valores de la democracia occidental. De modo que

"si en el siglo XXI la democracia liberal fracasa en construir un mundo humano, próspero, y pacífico, abrirá las puertas al totalitarismo".

Schlesinger termina su trabajo con muchos interrogantes a los que no encuentra una respuesta. El trabajo recoge argumentaciones que están en el ambiente, y sus conclusiones más generales pueden encontrar una amplia aprobación. Pero el tejido de la argumentación merece algunos reparos, y reparos que pueden ser importantes para la caracterización de esta dinámica y para la definición de las tareas democráticas en los años por venir. Intentemos la revisión de algunos de sus supuestos, centrándonos en los siguientes aspectos:

  1. Las relaciones fundantes de la democracia moderna.
  2. Las condiciones que impone el avance tecnológico
  3. El carácter de la crisis capitalista y las perspectivas democráticas.
  4. La crisis del estado-nación.
  5. El problema de clases subyacente a la cuestión democrática a futuro.

 

  1. Los fundamentos de la democracia

La democracia en su versión moderna tiene como punto de arranque transformaciones en el seno de sociedades extensamente agrarias. El crecimiento de sectores burgueses se amarra también a modificaciones en las relaciones de intercambio en sociedades tradicionales. El crecimiento capitalista y la construcción de formas de gestión democráticas se efectúan sobre un intrincado proceso de luchas sociales y de experiencias históricas. Sobre la expansión de un proceso productivo que afecta tanto a la economía como a la sociedad, donde la transformación esencial que sirve de base a una consolidación democrática es la formación de clases sociales que viven condiciones que las llevan a plasmar un cierto tipo de estado y de política.

El capitalismo y la democracia no son el resultado de la pura aceleración de algunas líneas tecnológicas. La propia tecnología viene a ser una transformación de la naturaleza por el empuje de necesidades sociales. Los inventos por si mismos no se conducen como agentes de la producción. Los indígenas americanos podían hacer juguetes donde se evidenciaba un conocimiento de la rueda, pero la rueda no entraba todavía a ser una tecnología productiva; la máquina de vapor se inventó mucho antes que se llegara a suponer su integración a los ciclos productivos. El maquinismo y la industria deben recorrer un largo camino antes de convertirse en la base del capitalismo. Y de alguna manera, como señalara Marx (en Grundrisse II, 113,ed FCE) "lo que hizo posible la implantación de la máquina fue la división del trabajo, al transformar cada vez las operaciones parciales en operaciones mecánicas".

El impulso hacia la democratización no nace tan directamente de la operación de un capitalismo maduro. Nadie duda, de entre los constitucionalistas ingleses, que un paso muy grande hacia el establecimiento de la institucionalidad democrática en Inglaterra tuvo un antecedente en la Carta Magna, pero también todos saben que en ese camino fue preciso muchos siglos más tarde decapitar a un rey, vencer en Waterloo, establecer el ascenso de un sector burgués vinculado a la explotación del mundo colonial. Cuando se analiza el curioso caso de la democracia checoslovaca, se deben apreciar sus raíces en el movimiento campesino hussita, en los finales de la Edad media, y el significado que pudo tener la desaparición del sector aristocrático con la primera gran guerra. El fracaso democrático en Rusia, a pesar de su industrialización, y a pesar del saqueo del capital social por algunas mafias acumuladoras, hoy en día sólo puede explicarse a partir de condiciones sociales que han bloqueado el camino hacia una democracia obrera o hacia una democracia burguesa, y no a partir de la tecnología o de la globalización.

Queremos decir con esto también que, como alguna vez lo demostrara el propio Schumpeter en un ensayo memorable (Capitalismo, Socialismo y Democracia, 1942) que de alguna manera trabaja como intertexto o pre-texto necesario en el artículo de Schlesinger, la democracia no es un atributo exclusivo del capitalismo y de sus supuestos, y podría tener una versión socialista.

De lo que podemos desprender que el análisis de la dinámica política, pues de eso se trata, y la prognosis, deberían sustentarse sobre otra constelación de relaciones.

El mundo ha ofrecido en este siglo algunos momentos en donde diversas relaciones de fuerza entre clases comprometidas con distintas realidades productivas, han afirmado ciertos derroteros a las prácticas políticas.

A principios de siglo hubo un largo desfile de testas coronadas. Y 20 años después todo eso había desaparecido. En el período de entreguerras se podía identificar algunos centros "democráticos", dependiendo de nuestra voluntad para otorgar esos créditos al Imperio británico o a un Uruguay oligárquico y vacuno. Hoy pasa algo parecido: La Freedom House logra contar alrededor de 144 países en donde estaría floreciendo el sistema democrático, pero un ajuste de cuentas más cercano a lo concreto, que va distribuyendo" incipiencias" y bendiciendo "transiciones", baja estas estimaciones a menos de la mitad.

La definición burguesa de lo que se estima como sistema democrático contiene a pesar de todo una larga lista de requerimientos, que van desde la celebración regular de elecciones efectivas y competitivas, hasta el establecimiento de la responsabilidad contable de las autoridades, la existencia de partidos políticos, y garantías para el ejercicio de una multitud de derechos, de opinión, de asociación, etc. Y de condiciones que aseguren la plena igualdad sin discriminaciones de raza ni de clase... la definición propone también algunas condiciones que se deben llevar con un régimen de propiedad que asegure la existencia del ciudadano, y el aparecimiento de algo que podría denominarse "igualdad de oportunidades". Mucho de esto, escabulle la definición mínima, y no deja espacios claros para la asignación de una gradación de calificaciones, pues no se logra percibir con claridad la diferencia entre lo que es propaganda, ideología, o condición sine qua non de ejercicio democrático. Tampoco se aprecia muy claramente el modo como se puede incluir entre estas condiciones un movimiento reciente, el que lleva a la ciudadanización de la política, y que pone tanto énfasis en reconocer la democratización a partir de los límites que pueda colocar estos sujetos-ciudadanos al poder.

Pero si sobre esa base se pasa revista a la situación mundial, en vez de un coro esperanzador, y en esto tiene razón Schlesinger, se levantará un murmullo de voces que manifiestan dudas. Y más que el consenso productor de democracia, se ve surgir un fuerte conflicto social que no tiene nortes muy definidos. Ahora, si en vez de generalizar, se atiende a esos conflictos se podrá advertir cuáles son las posibilidades democráticas o de otro orden que atisban desde el futuro más o menos inmediato.

El discurso de O'Donnell y de consejeros del Departamento de Estado o de Defensa, ha venido insistiendo, en la tarea de configurar la organización del Estado imperial, en saber entender de gradaciones en la construcción del futuro democrático del mundo colonial en su transición desde formas autoritarias.

Esto es como una tarea de pastoreo, que se ilustra muy bien en los casos de América Latina, y más recientemente de Africa (el caso de Nigeria). Se establece primero la tarea fácil: influir en la generación de un primer gobierno que maniobre sobre las esperanzas democráticas de gran parte de la población, y luego la tarea difícil: hacer algo que parezca rentable y producir una segunda elección. Chile ya se logró eso. En Nicaragua no. En cuanto a la rentabilidad, claramente ha sido a favor del sistema corporativo transnacional y del sector político colaboracionista, pero que no le pregunten al pueblo.

En este terreno se expresa también el voluntarismo ejercido desde las esferas dirigentes del Estado imperial, y aún desde otras áreas progresistas centrales, donde se llega a imaginar que la operación democratizante puede realizarse mediante esos métodos de pastoreo, en donde se acompañan apoyos económicos, consejerías políticas y otras presiones. Habría que figurarse el éxito que esta panoplia podría haber tenido en la corte de Ricardo III. Pero eso es lo que ocurre corrientemente cuando se da por acabado todo esquema que suponga la necesidad de ciertos prerequisitos sociales. Lo curioso de estas políticas de pastoreo es que se detienen prudentemente cada vez que se acercan a tocar algún "interés estratégico", como es el caso de su prudente autocensura frente a regímenes como el de Arabia Saudita.

El análisis de Schlesinger, descansa de algún modo también en lo que a sociedades se refiere, en una hiperinflación de conceptos que son comunes en la gran teoría norteamericana actual, sobre todo desde el aparecimiento de la obra de Paul Kennedy sobre la decadencia de los Imperios. Surge aquí esa dicotomía entre quienes se pasean bien por el proyecto democrático Occidental, y quienes lo hacen mal, como serían los asiáticos. Se le da en este sentido demasiada importancia a los decires de Lee Kwan Yew, el autócrata de Singapur, o del Dr. Mahadir Mohamed de Malasia, que han estado barajando la propaganda de "los valores asiáticos" que permitirían el crecimiento sin democracia… Y no se advierte que contra estos dos personajes a los que habría que sumar el refuerzo de Suharto, hay millones de asiáticos que en este preciso momento están reclamando por democracia y por transformaciones en las reglas del reparto del excedente.

E indudablemente esos millones de gentes podrían jugar un papel muy importante en un esquema de transformaciones políticas con algún signo progresista...

Es cierto que, si se aproxima el lente un poco, se advertirá que en Asia también forman en el espectáculo numerosos sectores de yupies, con proyectos que distan de ser altruistas, y que tan pronto de balancean hacia el autoritarismo como hacia la democracia. La reflexión que cae aquí es por qué no pensar, ya que de democracia se trata en lo que pudiera interesar efectivamente a la movilización de las mayorías en esos pueblos, que son evidentemente mayorías trabajadoras. En este campo se hacen sentir los verdaderos problemas de algunos sistemas políticos que posan como sedicentes democracias: hay un empobrecimiento de las oportunidades y un crecimiento de las diferencias; hay actualmente un empobrecimiento de las condiciones de la competencia; hay un empobrecimiento, provocado por profundos esquemas represivos, de la organización sindical y partidaria; y hay un empobrecimiento ideológico y de programas.

Hay un gran candado que un proceso reaccionario relativamente triunfante logró poner a las posibilidades de la democracia obrera y del socialismo democrático en distintos lugares del mundo. Y es lógico que un personaje como el profesor Schlesinger no se sienta llamado a recordarlos. Es más fácil escamotear la relación que tienen los sistemas políticos con sus bases productivas, extensamente fundadas en el carácter de las relaciones de producción.

Y cómo aquí viene darse de un modo que no se puede esquivar, el carácter de clase de toda forma de dominación, y de qué modo también, en las sociedades modernas las condiciones de cualquier régimen político son puestas por las luchas de clases.

¿Qué ha venido hasta ahora a resolver el modelo de democratismo "triunfante" a que alude el profesor Schlesinger? La administración --de algún modo lo dice-- del imperio globalizante. Y es claro que de allí se desprende lo que sigue de la problemática: el peso que allí tiene un sector tecnocrático, y sus diferencias de funciones, así como la estridencia de la llamada Revolución de las Computadoras.

 

2. Las condiciones que impone el avance tecnológico.

El avance tecnológico en este siglo ha sido un producto y no una propensión por los descubrimientos, ya que la propia facultad de descubrir ha estado al servicio extensamente de una manera de acumular y de un modo de resolver el conflicto social. Véase lo que significó el avance promovido en medio de esa fase destructiva que fueron las dos grandes guerras mundiales, o las transformaciones tecnológicas y biotecnológicas que acarreó la Revolución verde tan al servicio de los intereses corporativos centrales. O aquéllas que derivaron de la competencia espacial y nuclear. Un subproducto de todo eso, fue el avance computacional e informático que hasta donde viene progresando ha permitido hipertrofiar a algunas pocas grandes corporaciones, como son al caso Microsoft, Intel, Samsung, Mitsubishi, etc. Y sus integraciones con diversos conglomerados de dominancia mundial.

El avance tecnológico pues, no debe separarse de la estructura general del sistema de acumulación y concentración del capital. Y aquí evidentemente, vale la pena señalar que interpreta en gran medida esa situación de "estar fuera de control" a que alude Schlesinger, ya que esos capitales no parecen ya depender de algún grado de control estatal, ni siquiera en el pago de impuestos, y la producción de algunas de estas corporaciones y conglomerados supera en mucho a la de países completos. La capacidad "creativa" y de investigación y de innovación de algunas de estas compañías también supera a las de cualquier conjunto de universidades, manifestando de esta manera el pegamento de la innovación tecnológica con el mercado.

La tecnología tiende a verse como un conjunto de instrumentos. Esta visión la priva de significado. La tecnología se aprecia porque de alguna manera es una fuerza movilizadora del mundo que tiene tras sí al trabajador; es, y así significa, una actitud específica. En cierto modo un medio en el que el hombre viene a existir de un modo peculiar. Así se podría entender más claramente el planteamiento de Schlesinger que concede tanta importancia a la tecnología. Pero comete un error al generalizar al extremo de reconocer en su desarrollo sólo dos fases que comprometen el crecimiento capitalista: el de la revolución industrial, o cuando se introducen algunos inventos en algunos sectores de la operación productiva, y la Revolución Computacional, cuando vienen a predominar los sistemas automáticos. En realidad ha habido en este respecto toda una gradación de situaciones, todas muy diferentes en lo que se refiere a la relación entre la maquina y el trabajo vivo. Y su operación como "medio". En una época las maquinas fueron hechas por el trabajo vivo. En otra, las máquinas hicieron a las máquinas; más recientemente han automatizado procesos parciales o completos, interfiriendo poderosamente en las condiciones de la división del trabajo. En cada una de estas situaciones hubo una diversa composición del capital, desplazamientos de fuerza viva, y redefiniciones en la división laboral, en la operación del valor trabajo, en la conciencia de los grupos envueltos, hasta en los esquemas de la comunicación, las funciones de la ideología y de la alienación. Estas transformaciones, todas, se han dado en el seno de relaciones de producción capitalistas y siguiendo la lógica de la acumulación del capital. De hecho, como decíamos más arriba, la tecnología se ha integrado, ha formado parte del capital. De ahí que valga la pena anotar que en torno al tema de la Revolución Computacional o Informática, ésta carece de autonomía determinativa, ya que no va más allá de las condiciones que le pone hoy la sociedad capitalista. Respecto a esto hay que entender que la "información " que se produce es parte del capital. Y encuentra en el movimiento del capital, en sus condiciones de reproducción, sus límites. ¿Acaso no apreciamos de qué modo la competencia y los riesgos del mercado sujetan a una regla de hierro las posibilidades de construcción de determinadas partes de los ordenadores? ¿Acaso la crisis asiática no interesa a Intel ? Hay que entender, a este respecto, que la tecnología de la llamada Revolución Computacional, antes que producir milagros, aceleraciones, o hasta democracia, produce ganancias, y que juega su destino junto a esas ganancias, algo que hasta ahora se conforma como destino corporativo.

La articulación de la tecnología con el capitalismo se ve más concretamente cuando al analizar el comportamiento del sistema se va de las diferencias conceptuales al examen de las contradicciones que comienzan a hacerse efectivas. Las tecnologías casi siempre han contenido una promesa de abundancia, y nos encontramos con sobreproducción y fuertes problemas de mercado. Las tecnologías modernas surgen de una extensa socialización del trabajo pero se promueven sobre la apropiación privada. El juego de estas contradicciones sabemos que se habían resuelto en la historia del capitalismo a través del crecimiento de las plusvalías absolutas y relativas. Pero desde hace algunos años nos encontramos con esos recetarios de productividad a que llaman los gobiernos de la globalidad. ¿Es que esas contradicciones comienzan a derivar hacia un terreno verdaderamente novedoso aunque también peligroso para la estructura capitalista, en donde se estrechan los límites de la ganancia y se abren los abismos característicos de una gran crisis histórica? Vistas las cosas así, podría tener razón la tesis de Schlesinger de que el desarrollo capitalista no augura un desarrollo político sano. En realidad nunca el desarrollo capitalista fue saludable. Vean lo que significó para el mundo colonial, vean lo que significó en las etapas de la acumulación originaria, vean lo que significa cuando llegan sus crisis y sus guerras. Vean esa otra mala cara, una de las pocas a las que alude Schlesinger, la del aspecto destructivo que hacen que, entre otras cosas, esta misma máquina que trasmite este artículo, pronto quede obsoleta.

La cuestión de fondo con respecto a la articulación entre tecnología y capitalismo en esta etapa, lleva a recordar un texto de Marx:

"Un desarrollo de las fuerzas productivas que disminuyese el número absoluto de obreros, es decir, que permitiese a toda la nación llevar a cabo su producción total en un plazo de tiempo más reducido, provocaría una revolución, pues pondría fuera de combate a la mayoría de la población. Se revela aquí de nuevo el límite específico de la producción capitalista y una vez más se comprueba que este régimen no es, ni mucho menos, la forma absoluta del desarrollo de las fuerzas productivas y creación de riqueza, sino que lejos de ello, choca al llegar a cierto punto con este desarrollo." (El Capital, t. III, p260).

La situación de la tecnología con respecto al capitalismo no tiene visos hoy de ser promovedora de algo así como un sustento revolucionario, o en otras palabras no es capaz de crear un capitalismo autosustentable, reproducible más allá de sus crisis. De algún modo u otro le cuelga al viejo sistema agotado. La llamada Revolución de las Computadoras, no es más que un esclavo de alta celeridad que en un grado de increíble automatismo ha seguido las tendencias del sistema, favoreciendo sobre todo el fortalecimiento de la esfera financiera y, en el terreno productivo, la tendencia a desvalorizar la mano de obra que está en el centro del sistema de acumulación actual.

Por si misma la tecnología no conduce a la democracia, y es vano buscar respuestas allí.

Las respuestas están en el sistema que conduce la dinámica tecnológica, el que hasta ahora "se renovaba renovando entre otras cosas sus tecnologías". Aunque indudablemente podrán darse en el terreno cibernético luchas como las que hubo antes entre escuadras movidas al vapor en Jutlandia, o por el dominio del éter cuando usaban el micrófono Roosevelt o Hitler. Recientemente hemos apreciado una lucha de ese tipo en torno a la libertad de expresión en la Internet. Pero la operación democrática o no democrática de las redes vendrá a ser el resultado de movimientos más amplios de la sociedad. Al respecto, Schlesinger puede tener razón al juzgar ciertos aspectos que ya comienza a revestir el sistema computacional, y a dudar del efecto que pueda tener en terrenos educativos y políticos. Es que esta tecnología se está modulando, comienza a ser la adaptación y la defensa de las relaciones que prevalecen en el interior del sistema. ¿Acaso no hay movimientos tutelados por la NASA a través de los Sistemas de Educación a Distancia para organizar redes capaces de trasmitir fundamentalmente el proyecto cultural del nuevo Estado Imperial?

¿Acaso no ha sido el establecimiento militar y las cámaras empresariales los primeros en acceder a las videoconferencias? Y si esta fase tecnológica con sus computadoras hubiese de ser llamada a resolver el más grave problema político de este milenio, el de la democracia,

podríamos ponernos a contar y llegar a saber cuántas computadoras hay, cuáles son sus capacidades interactivas, en qué se están usando, y quiénes las usan.

  1. La crisis capitalista y las perspectivas democráticas
  2.  

    En los comienzos de un período que comienza a desplegarse con fuertes signos recesivos, en algunos lugares comienza a asomar esa situación clásica de gobiernos que no pueden gobernar y de pueblos que ya no quieren ser gobernados por tales gobiernos. Se da también la situación no tan clásica, de una creciente búsqueda de formas alternativas de autogobierno y de organización democrática. Pero por otra parte también se distinguen signos de retornos comunitarios de resistencia a la atomización globalizante y la aparición de integrismos. La crisis toca en algunos países la música de fondo, y viene a conducir una danza desestabilizadora con visos prerevolucionarios en países en donde los gobiernos ofrecían claros signos de ilegitimidad, o de simple desgaste. Muchos de esos sistemas caen por los bordes de la suma calculada por Clinton o la Freedom House. Y los países afectados se reparten entre las gradaciones bajas de procesos de democratización, y hasta en algunos que al menos ideológicamente exteriorizaban grados más completos, aunque fueran mascarada de otra cosa.

    Es bueno recordar que muy rara vez las crisis capitalistas arrastraron como de sorpresa y por los pelos a bloques completos de países hacia los bordes de la revolución, hacia algo que podía legítimamente designarse como "revolución mundial". Fue sin embargo el caso, de largo curso de las convulsiones de la revolución francesa, el famoso 48, y el período de la Primera posguerra. Algo parecido ocurrió también después de la Segunda Guerra Mundial.

    Ahora, al finalizar el siglo se viene dibujando un cuadro que muy bien puede representar la llegada del fin de un período de relativa estabilidad. Se conjunta aquí ya el largo período de congelación de la producción mundial, la baja del empleo que muestra sus índices en descenso en los últimos cuarenta años, y otros aspectos que tocan a la composición del capital metido en una apretada pugna entre el sector laboral y la competencia. En este fin de siglo se vienen a reproducir también viejos problemas coloniales. En estas condiciones, muchos países ya fracasaron. Quedaron muy atrás en su capacidad productiva. Muchos otros no logran encontrar salidas en difíciles transiciones que ya parecen callejones ciegos.

    Transiciones que fueron proclamadas con ese nombre y que no se referían sólo a transiciones democráticas. Un modelo de desarrollo que reposó sobre la globalización financiera encontró topes, y verdaderos modelos en esa vanguardia, están cayendo al abismo. Lo curioso es que es justamente en el amanecer de esta crisis del sistema que comience a escucharse tantas voces que hablen de democracia, entre otras las palabras de

    Schlesinger en el artículo que comentamos.

    Es que en algunos casos, esas voces se alzan en la búsqueda legítima de consensos necesarios a grandes movilizaciones contra las elites o mafias corruptas que administran gobiernos explotadores y antinacionales con métodos autoritarios y mendaces. Pero otras veces son voces desde el interior del propio sistema que alertan sobre los riesgos del proyecto político a fin de perpetuarlo. La diferencia queda marcada por la aceptación o rechazo de espacios críticos, o por lo que vienen a ser las consignas y los programas definidos frente a grandes movilizaciones sociales.

    En estos días por ejemplo, se ofrecen situaciones en donde la crisis comienza a abrir paso a una diversidad de opciones en donde infaliblemente se cruzan algunas reivindicaciones de carácter democrático en países con diferente ubicación en la agenda propuesta por el liberalismo pluralista: está el caso de Indonesia, en donde el imperio ha intentado hasta ahora seguir sosteniendo, al menos por un período, mientras baraja otra solución de escala, probablemente militar o juntera, a la figura bastante corroída de Suharto, en contra de un creciente movimiento de repudio que agita un programa cada vez más consistente de reformas. En este país es posible que la salida democrática deba arrastrar consigo reivindicaciones sociales no deseadas por las clases medias. Allí no es probable asentar

    posibilidades para pactos capaces de reponer las mismas condiciones que han favorecido hasta ahora a las empresas transnacionales. De allí también los generosos aportes del FMI

    Y la lógica de solidaridad entre Suharto y Clinton, que si algo demuestra es la irreductible incapacidad del Imperio americano para aceptar soluciones que puedan tocar la preeminencia voraz de sus intereses en cualquier parte del mundo. Oficialmente, los EEUU

    dicen pretender la extensión del modelo democrático, pero ubicados en Indonesia, y en consideración a las zapatillas Nike, serán el sostén de la salida autoritaria que esté más a la mano. ¿Dónde queda aquí la "aceleración" o "la revolución computacional"'? Para Schlesinger quizás este sea un problema para el próximo siglo. Pero en Indonesia las cosas exigirán de alguna decisión antes de que transcurran los 600 días que nos separan del año 2000.

    Otro país en donde se juega fuerte en torno a procesos de democratización es México, también sacudido por la crisis interna, la crisis que se ha dado en llamar "del Asia", y la baja de los precios del petróleo que en su conjunto exponen la triste situación de una política que puso todas las apuestas en la globalización y la liberación de los mercados. En el terreno de la crisis interna, ésta se ve dominada por la ya larga descomposición institucional que tiene entre sus exponentes más salientes la situación de los estados del sur y la controvertida posición del sistema de alianzas caciquiles que configuró al partido de gobierno. En este país, un ajuste de transiciones sobre el modelo español se ha escrutado, pero no ha encontrado sus agentes. La propuesta a la O'Donnell no logra aterrizar tampoco en agencias mediadoras capaces de promover la continuidad del sistema más allá de las elecciones del año 2000. Las posibilidades de una alternancia pareció perfilarse en las últimas elecciones, pero la oposición fue bloqueada por numerosos candados, que convierten al país políticamente en un país-impasse donde junto con un sistema que se descompone, se descomponen también todos los intentos de reforma.

    Al fin de cuentas, todas las tablas de salvación sólo han podido concurrir a la construcción de alguna pequeña balsa de maniobras. Entre ellas la reciente iniciativa del gobierno en materia " indígena" que corre el riesgo de acentuar divisiones a lo largo del país.

    Dentro del análisis de Schlesinger, el rasgo que en un plazo medio pudiera quedar interesado, es el de la descomposición del estado-nación, que en ese lugar se puede juzgar desde varios ángulos: la descomposición del sistema tradicional de gobierno, sobre todo el debilitamiento del clientelaje como resultado del empobrecimiento vertical, la acentuación de los regionalismos y de pactos entre las viejas elites regionales con poderes externos, particularmente el sistema corporativo transnacional y el narcotráfico, la fuerte presencia de la inversión norteamericana, los cursos de desnacionalización, particularmente de la energía, la preeminencia constitucional del TLC, la transformación de grupos políticos en sectores extremadamente reaccionarios y poseídos de una ideología desnacionalizadora, cuestiones como la del istmo de Tehuantepec, la sujeción económica y financiera a lineamientos internacionales y transnacionales. Bajo la presión de estas condiciones, como dice el autor citado: "Que si la democracia pueda ser transplantada a esta parte del mundo... está muy lejos de poder precisarse". Pero si ese lineamiento no está teniendo claridad, ¿qué otro curso es posible? La respuesta pareciera ser que al revés de Indonesia, en este otro país el Imperio no tiene tampoco posiciones muy claras. Y eso pudiera resultar en que diera sobre todo preeminencia a la defensa de sus intereses inmediatos, o a sus consideraciones geopolíticas de largo plazo. Del imperio ya no puede provenir una redundancia en motivos modernizantes, que ya tuvieron ocasión de naufragar. Y bajo el impacto de una serie de situaciones particularmente estresantes que han hecho perder nervio a los sectores más interesados en la reforma, el impulso democratizante desde las clases medias comienza a perder pulso, justo cuando la crisis va haciéndose de nuevo más aguda. En México, esos sectores medios, que de algún modo u otro se afiliaron al modelo neoliberal, que fueron capaces de impulsar una reforma del "estado", la dejaron naufragar al demostrar una completa incapacidad para proponer una reforma en otras regiones de la vida social.

    En otros lugares de América Latina, los procesos de democratización que parecían encontrar ventajas en Brasil fueron enterrados durante la administración de Cardoso. Encontraron candados en un Senado y otras instituciones inamovibles heredadas de la pasada dictadura, en el caso de Chile, en donde se ha venido configurando una remodelación de la economía de tinte oligárquico, neocolonial e hipotecada. En Argentina,

    la descomposición de la hegemonía peronista no cedió el paso a una clara concurrencia pluripartidista ni al desarrollo de nuevas redes ciudadanas por la democracia, pero si a un antagonismo potencialmente muy explosivo entre el presidencialismo y los sectores que pagan en sus niveles de vida la flotación neoliberal. Mientras en Perú, Paraguay, Bolivia y Colombia, los procesos políticos siguen situando el área de decisiones en el exterior corporativo o en las fuerzas armadas. El resto de los países latinoamericanos siguen la siesta que acompasa dependencias y copartición del dominio entre los vinculados al sector corporativo y tecnocrático, asentados sobre una fuerte descomposición del sector agrario tradicional que comienza a reabrirse a formas de explotación latifundiaria. Todos estos países se ingresan ahora al limite impuesto al desarrollo de las formas capitalistas por la crisis recesiva del sistema. En todos ellos se paga algo a la globalización, sobre todo en el plan de la integración mundial del capital, y en una creciente división, como dijera A.Touraine, "entre gobernantes que miran hacia el mercado mundial, y pueblos que miran hacia el consumo".

    En Rusia y en el este europeo, se da mientras otro foco en donde se anidan muchas contradicciones del capitalismo que ha buscado implantar sus raíces con poco éxito. La situación en Yugoslavia, Chechenia y Albania muestra a dónde llegan casos extremos.

    No se puede hablar de la democracia en Kosovo o en Sarajevo. Esos nombres ya son símbolo de otra cosa demencial. En general, en esos países, salvo excepciones, la propuesta democrática viene a contradecirse con las políticas económicas dirigidas a estimular el saqueo de las mayorías a favor de la creación de un sector propietario que debe acreditarse primero como ladrón. En la introducción del modelo "democrático" pudiera que en Rusia se ha seguido muy al pie de la letra las formulaciones sobre la acumulación originaria en la época que parecía tipificarse como de acumulación ampliada. Con el resultado que se tiene a la vista: la generación de una clase muy alta, una total falta de desarrollo de clases medias, y la extensión de un proletariado urbano y rural en la miseria.

    En estas condiciones los modelos de desarrollo capitalista, bajo cualquier signo de competencia, no despegan, y dada la constelación de factores sociales limitantes, cualquier proyecto democrático se convierte en manipulación de mafias. Hasta ahora ese proyecto se sostiene sobre una búsqueda subjetiva y angustiosa de alguna alternativa al pesado fantasma stalinista, pero el cañoneo al Parlamento, hace un par de años, y la imposible búsqueda de algunos restos de vida para las maniobras de Yeltsin ilustran su extrema debilidad. Con lo que las alternativas, que pasan por la ruina del modelo neoliberal, se estrechan y empujan hacia salidas dictatoriales, entre las que las fuerzas del capitalismo arratonado tienden a optar por el fascismo, una condición que sólo podría detener un amplio frente de fuerzas medularmente socialistas, pero con un programa que no podría ser reiterativo con relación al fracasado intento neoliberal.

    Salvo los grandes centros del capital internacional --y con la notable excepción, ahora se ve, de lo que hasta hace un año fuera el pujante sector del sudeste asiático-- no se está dando un crecimiento en el sector periférico. Las distancias entre el ingreso africano y europeo se acrecientan día a día. Y en Africa las situaciones de "fracaso político" se hacen notar. Y si en Sud Africa el apartheid cedió algo de terreno y se dio el ascenso de Mandela después de una muy larga lucha, no se han seguido transformaciones que auguren la profundización de medidas democráticas. En el subcontinente índico, donde también se quiere apreciar el crecimiento "democrático", ya que por allí se dan elecciones y alguna alternancia, es cada vez más visible la separación entre los niveles de ingreso de la cúspide social y la mayoría del pueblo.

    En general un cierto conservadurismo, una capacidad en el interior de los sectores propietarios para negociar sus diferencias, y una atmósfera de temor frente a nuevos cambios llega a confundirse con "democracia", y con "sustentabilidad".

    Pero el futuro, como señala Schlesinger, y no por razones computacionales, sino por aquéllas otras que veía venir hace cincuenta años el profesor Schumpeter (el proceso de autodestrucción acelerada, las prácticas monopolistas, la destrucción del cuadro institucional, la desaparición de sectores medios, etc.) van poniendo los indicios de un tiempo de desplome del marco capitalista de la democracia burguesa, y generando ese

    obscuro espacio en donde hasta hablar de democracia puede ser subversivo, pues no se escurre la posibilidad de un severo ascenso totalitario. Y aquí si, el totalitarismo con el poder de las máquinas puede llegar a ser una mezcla verdaderamente orwelliana.

  3. La crisis del estado-nación
  4. La globalización pareciera estar proveyendo un área de operación para las economías y para los sistemas políticos que sobrepasa y hasta aniquila al estado-nación. Y como dice Schlesinger, hasta ahora el estado-nación ha sido el lugar obvio de la democracia.

    Con esto, la globalización aparecería rigiendo --con la ayuda de las computadoras-- al destino del hombre. Por un lado se estarían dando fuertes movimientos hacia la integración global, pero a su vez, al precio de una enorme desintegración cultural, nacional, regional, con numerosas reacciones defensivas (religiosas, étnicas, tribales, fuera de la modernidad). En el nivel productivo, sobre todo se vendría a resentir en el próximo siglo el abandono de todas las políticas sociales y el abajamiento brutal de los salarios, situación que pudiera revivir con una gran virulencia el conflicto de clases.

    Este es un pronóstico, que se funda de algún modo en evidencias recientes, ya que en los últimos años el salario no ha dejado de devaluarse en todos los países, se ha dado una lenta descomposición de las clases medias, y ha insurgido el integrismo en diversas regiones. También se ve que de ninguna manera grandes masas continentales como Rusia o China puedan acceder en el futuro próximo a situaciones de estados liberales y de derecho. Y que muchas situaciones de "transición" agotan su tiempo.

    El hecho es que en el discurso oficial, imperial y burgués, sobre la democracia pareciera todavía jugar un papel el estado-nación. Ahí se tiene al propio Clinton hablando de una mayoría de países viviendo en democracia, o los diversos informes del Departamento de Estado en donde se discuten estrategias a seguir a fin de "democratizar" a tal o cual país. El Fondo Monetario Internacional también negocia y concede préstamos, destinados indudablemente a reequilibrar la economía global, a países concretos donde el estado garantizará la ejecución de las políticas recomendadas. Entre esas políticas, casi siempre juega un papel central alguna recomendación desnacionalizadora. Todo esto plantea un juego contradictorio en la realidad y en los conceptos que se tienen.

    Cuando las dudas entran a despejarse, y se viene a descubrir que estos manejos son posibles en gran medida por la existencia de una cultura de la globalización y de los intereses transnacionales afincada en sectores cooperadores, se vienen a descubrir también nuevos objetivos económicos que rompen o trascienden con la antigua estructura del estado-nación, y que las naciones como marco de referencia de los estados y de la política se están rompiendo, revelando de paso una inestabilidad que las saca de realidades históricas consolidadas y las aproxima a meros fenómenos ideológicos, "imaginarios" como las denominara Benedict Arnold.

    Su recorrido, como en el caso del capitalismo, no lleva más de 200 años. Llegaron las naciones a su clímax en estas tres últimas generaciones. Vivieron el ensamble/desensamble de los imperios, pero no han alcanzado a dar muchos pasos más allá. No se las ve como la megaforma de organización social para el siglo que viene. Pero su descomposición puede poner en llamas, y tienen bastante combustible para eso, toda la institucionalidad conocida.

    Puede observarse por ejemplo, a qué a conducido la explosión de esos componentes en Yugoslavia, o en el caso de Rusia. En los propios EEUU, se pudo advertir hace algunos años, cuando el caso de los motines en Los Angeles, que el melting pot ya no existe más. Aunque puede darse el caso de que en esta fase en la que vamos entrando, y aprovechando la disgregación de muchas otras naciones bajo la crisis de la globalización, tienda a alentarse hipertrofias estatales en la forma de una expansión inusitada de las fronteras de los EEUU, por ejemplo. De hecho esa expansión ya corre a cargo de sus corporaciones económicas, o a través del juego interventor de sus fuerzas armadas urbi et orbi tras objetivos todavía señalados por una política de estado. Pero en el proceso de descomposición que sigue, y que ya opera, está contenido también el fin de la política. Y con ella, la probabilidad obscura del fin del ciudadano. ¿Qué son los trabajadores de las maquilas? Vale la pena citar a Touraine:

    "Entre la unificación económica del mundo y su fragmentación cultural, el espacio que era el de la vida social (y sobre todo política) se hunde, y los dirigentes o los partidos políticos pierden tan brutalmente su función representativa que se sumergen o son acusados de sumergirse en la corrupción o el cinismo. Los partidos no son ya otra cosa que empresas políticas puestas al servicio de un candidato más que de un programa o de los intereses sociales de sus mandantes." (¿Podremos vivir juntos? p.244)

    Schlesinger, ve este panorama como el resultado de una "pérdida de controles" del capitalismo y del desarrollo de acciones defensivas frente a la globalización, sobre todo el crecimiento del fundamentalismo religioso, y el rechazo a la modernización. Pero frente al tiempo bastante turbio que avizora, confía todavía en "el instinto para la libertad política e intelectual" como el correctivo providencial para esta época.

     

  5. El proyecto de clases revolucionarias subyacente a la democracia en el futuro

Si se sigue la reflexión de Schlesinger, en el futuro nos encontramos con una crisis sin paralelo del capitalismo y de las instituciones que acompañaron su crecimiento, al menos en las naciones más desarrolladas. El capitalismo--y es interesante que esto sea dicho por alguien que no es socialista ni marxista--- sucumbe ante sus propias creaciones, al arribar a una época donde habrá desencadenado fuerzas más allá de todo control y comprensión.

En ese proceso, la democracia se ve privada de terreno, el estado-nación ha quedado substituido por las relaciones globalizantes que manejarán todavía fuerzas integrativas, fundamentalmente en la línea de la Revolución de las Computadoras que lejos de asegurar procesos hacia la democracia tenderá a abrir las puertas al totalitarismo, fortaleciendo la capacidad de una elite de la riqueza y la tecnología, frente a una masa superexplotada, miserable y oprimida. Y hay una frase: "revivirá la lucha de clases".

Esta frase nos recuerda otro artículo de Foreign Affiairs que hace ya cosa de un año atrás nos ponía ante un escenario mundial a donde llegaba la política americana descrito en pocas palabras: "creamos un mundo con demasiados pobres, ¿qué va a ocurrir ahora?"

Uno de los supuestos de la corriente liberal clásica, y repetida bajo el neoliberalismo, era reflexionar el mundo económico sin el peso agresivo de la concepción de la lucha de clases. Si había clases, pues eran clases que colaboraban. Tampoco se aceptaba esa concepción fuera de moda, "que ya estaba en el sepulcro", del valor trabajo, así fueran sus orígenes ricardianos. Pero es el caso que ahora, si vamos a encontrar una respuesta sobre el futuro, tan inmediato, que queda tras los 600 días que faltan para el año 2000, de pronto un representante del sistema, al menos siempre trabajó en sus altas esferas, el profesor Arthur Schlesinger, nos viene a decir que "reavivará la lucha de clases" y que habrá que velar por modificar los aspectos salvajes del capitalismo, introduciendo redistribuciones, alentando el crecimiento educativo de las masas, y creando desde ellas "respuestas inteligentes".

Lo que lleva, en la búsqueda de una respuesta "inteligente" a establecer la operación de esa lucha de clases, la característica de esas fuerzas, y a considerar su "progresismo" bajo los retos de la globalización, que hasta donde se sabe es la expresión de la agenda globalizadora corporativa, a la que habría que oponer una agenda globalizadora de los de abajo, en el entendido que por su preocupación por sus propios estándares de vida, pudieran manejar mejor ese viejo proyecto de democracia y felicidad compartida.

Hasta donde alcanzamos a ver la línea de reflexiones de Schlesinger Jr. es evolutiva. Es la evolución del capital la que lo conduce a ese túnel obscuro del futuro. Es una evolución tecnológica la que despunta en "la revolución de las computadoras", que a lo mejor de revolución sólo tiene el nombre, pero que en vez de conducir mejores tiempos, la ve cargada de efectos ominosos. Probablemente la misma visión evolucionista, estaba implícita en Schumpeter, y antes, de algún modo también en Marx. Pero el hecho es que el desenlace avistado no es el esperado. Y se precisa una vuelta de timón, y sopesar si en el tiempo que viene ya no se puede aceptar esa evolución, y que ahora si se precisa de algo más, que para ser real debe estar en esas mayorías humanas que al fin y al cabo son las creadoras de todo esto. De hecho las clases burguesas llegan a este fin de siglo exhaustas en cuanto a hacer otra cosa que seguir empujando el sendero evolucionista ya empezado, y entendiendo que el camino termina en un abismo. En los países más desarrollados esos grupos sólo buscan maneras de multiplicar, hasta con métodos no productivos y hasta destructivos, su tasa de ganancias. En los países menos desarrollados, mediante la subasta de sus naciones. De ellos nada se puede esperar. Pero queda todo ese "otro mundo" que sólo podrá encontrar espacios de dignidad y libertad en una gran alianza de comunidades e individuos libres que encuentren en su alianza un sentido a su lucha frente a corporaciones y estados, ya sin el afán de extender o conservar un orden sino en asegurar el movimiento productivo sobre lineamientos de equidad, en un espíritu innovador, donde los proyectos colectivos encuentren su lugar.

Eric Hobsbwaum decía algo que nos parece pertinente: "No sabemos a dónde vamos. Sólo sabemos que la historia nos trajo hasta este punto, y por qué. Pero una cosa está clara: si la humanidad ha de tener un futuro reconocible, no será prolongando el pasado o el presente. Si tratamos de construir el tercer milenio sobre estas bases, fracasaremos. Y el precio del fracaso, esto es la alternativa a una sociedad cambiada, es la obscuridad." (The Age of Extremes, p. 585)

 

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