Resumen
Es una reflexión acerca de los retos que enfrenta América Latina en el contexto de la globalización, no sólo en relación a su futuro económico sino en su dimensión histórico- cultural.
Nos cuestionamos qué somos, cuál es la matriz cultural
que nos da sentido, que nos identifica y nos diferencia; cuál
es la pertinencia de promover la integración sub-regional voluntaria
como contrapartida a la globalización cuyo proceso hoy se revela
como irreversible, recuperando los aportes más importantes del pensamiento
latinoamericano.
Asistimos a un fenómeno globalizador a nivel mundial que
tiene como una de sus características el ser un proceso homogeneizante
y aleatorio al sistema de valores y a la sobrevivencia cultural de grupos,
pueblos y naciones. Una de sus repercusiones más sensibles, la podemos
encontrar en el imaginario social en donde subyace la idea de que se han
borrado las fronteras nacionales y por lo tanto perdido vigencia el derecho
de los pueblos a ejercer soberanía en relación al control
sobre su patrimonio cultural entendido éste como sus bienes y recursos
materiales, territorios, lengua, formas de organización social,
conocimentos, creencias, vías de desarrollo y las lealtades necesarias
que garantizan que el grupo se mantenga y se reproduzca (Bonfil: 1995);
quienes, a pesar de todo, asumen la defensa de este sistema de valores
son señalados como retrógrados y chauvinistas, opuestos a
la modernización y al progreso.
Esta percepción totalizante, legada por el liberalismo, aunque en otro sentido, estuvo presente en América Latina durante la edificación de los Estados Nacionales y, ya antes, durante la misma Colonia, sirvió para el despojo y sometimiento de los pueblos indios a quienes había que integrar a toda costa a una sola cultura, lengua, normatividad y territorio, es decir a la Nación como principio ordenador; una versión reciente de éste modelo culturalista la encontramos en las políticas indigenistas que a lo largo de América Latina y durante los últimos cincuenta años se han negado a reconocer, no en la letra sino en los hechos, la plurietnicidad y diversidad cultural características de nuestros países y negado la vigencia de la autonomía indígena por considerarla atentatoria a los intereses nacionales y cuya defensa hoy se convierte en un elemento de identidad de los pueblos indios.
La globalización, convertida en el discurso dominante de esta época, ha sustituido el concepto de nación por el de mercado mundial, el cual es hoy el nuevo dogma sobre el que descansa una decimonónica racionalidad destinada a legitimar la iniciativa privada y la voraz competencia desatada al interior del capitalismo desarrollado en esta guerra comercial de fin de siglo por un nuevo reparto de mercados (Thurow: 1992) en cuyo marco, las sociedades del antes llamado tercer mundo tiene remotas posibilidades de desarrollo. En esta versión del liberalismo moderno, globalización e integración, se presentan como homogéneos y armónicos siendo que en los hechos constituyen procesos complejos y altamente contradictorios: 1. Debido a que constituyen el escenario de un nuevo reparto de mercados resultante de la desaparición del modelo bipolar y de los equilibrios estratégicos característicos de la guerra fría, así como del declive de la hegemonía económica estadounidense. 2. Porque la integración ocurre simultáneamente a la constitución de tres bloque o regiones: la Unión Europea, en cuyo liderazgo se encuentra Alemania, el Pacífico asiático dirigido por el Japón y el Hemisferio Occidental por los Estados Unidos. Es importante destacar que lo que define a este tipo de integración regional, que parece ser la exitosa, es la asimetría y subordinación de los países débiles a las potencias, es decir, es una “integración vertical” , de acuerdo a la caracterización de N. Lechner ( N. Lechner: 1991). 3. Porque la mencionada globalización está ocasionando , como un rasgo característico del modelo y no una excepción o situación transitoria, la desintegración de las sociedades nacionales por medio de la ruina de sus economías y la destrucción de sus formas de organización, así como de sus procesos productivos. 4. Y finalmente, porque ha modificado contradictoriamente la fisonomía del sistema mundial en un doble sentido: por la concentración de descomunales masas de capital a una velocidad sin precedentes ( 1.5 trillones de dólares acumulados, suma que triplica el valor de los capitales existentes en únicamente una década ( Magdoff: 1992)) , y porque, a pesar de éste hecho en el tercer mundo se ha agravado -hasta volverla casi irreversible- la brecha de la dependencia. América Latina, en tres décadas (1960-90) vio reducido su PIB per cápita en un 100% aproximadamente ( de 22.2 a 12.5 ) ( Magdoff: 1992)) e ingresado a una fase de alta vulnerabilidad frente a los cambios económicos mundiales, como bien lo reporta el Sistema Económico Latinoamericano (SELA) en la década de los ‘90s. (SELA:1990). Con una deuda acumulada de 423 mil millones de dólares para 1992, A. L. transfirió al exterior aproximadamente 250 mil millones por concepto de pago de servicios entre 1983 y 1989; como resultado de las políticas de ajuste en correspondencia a su nueva inserción en el mercado mundial, el número de desocupados asciende a 95 millones, en tanto que el Ejército de extremadamente pobres alcanza la cifra de 200 millones (Burgueño: 1992); en estas cifras escalofriantes se traduce la llamada década perdida: perdida en comercio exterior, en inversiones, en una intensa descapitalización por pago de deuda y desinversión productiva y social (Gorostiaga: 1992); no debe sorprender entonces que A. L. junto a África hoy se haya convertido en la región más atrasada del planeta. Pero en el enfoque globalizante, poco importa esta realidad; en la percepción mundial, A. L. es apenas un espacio geopolítico diluido, “asimilado” al hemisferio occidental, parte de un Continente: América; mejor - o peor- aún, de un bloque regional que existe en función del papel protagónico de E U A, al cual, pese a todos los cambios parece ser que seguiremos ligados por un “destino manifiesto”, por la secular condición de ser “su patio trasero” , “su buffer back” , su “ bajo vientre blando” en el mejor estilo de expansión estadounidense en el área desde que Monroe en los ‘20s del siglo pasado trazó las líneas de lo que sería su doctrina: “ América, para los americanos” , diseñada para defender sus intereses vitales en el área frente a la penetración de la potencias europeas.
Es como si es este confín de mundo los hechos históricos se repitieran cíclicamente, en círculo vicioso; otra vez, como hace 500 años cuando en la ruta del Asia, en la búsqueda del próspero continente de las especierías, casual y necesariamente los expedicionarios de entonces, los europeos, toparon con nuestro continente; luego nos pusieron un nombre como un homenaje directo a quien “ nos descubrió” : América, para finalmente, asignarnos dos funciones: ser fuente de materias primas estratégicas y de mano de obra barata, y ser vía de acceso rápido bioceánico ; tal vez, el hallazgo más valioso descubierto por Europa desde el siglo XVI, reconocido hoy por la potencia anglosajona, sea la istmicidad de una región del subcontinente, principalmente Centroamérica que “ más que un puente, - vinculante de las dos Américas- es istmo. (Granados :1985)
Desde entonces el círculo de fatalidades se ha repetido con cierta
regularidad, como lo destaca Zea (Zea: 1991). Fatalidades que
fueron percibidas y trasladadas a nuestro inconsciente colectivo como matriz
de una identidad impuesta: a la tragedia de ser hombres, se agrega el participar
tardíamente en la edificación de la “civilización”
. A la anterior se añade el ser americanos, luego el ser latinos,
es decir, ser producto del mestizaje, más aún ser hispanos,
pero lo que es más trágico aún es el ser indios. Sin
embargo, hoy A. L. tiene el compromiso histórico de recuperar
su propia identidad recogiendo la mejor tradición histórica
de grupos y pueblos que habitan este Continente y siendo fiel al legado
de sus mejores pensadores. Largo y traumático fue el proceso de
poner distancia con la mencionada identidad impuesta y marcar nuestras
propias diferencias. El proceso emancipatorio de los pueblos latinoamericanos
fue asimismo un proceso de búsqueda de la libertad y la autoafirmación.
El momento en que A. L. decidió pensarse a si misma y marchar con
sus propios pies fue altamente productivo, pero si bien tuvo como detonante
las jornadas independentistas de los países en cuanto tales para
sacudirse de un imperio, el español, poco tardó en
convertirse en escenario de la expansión de otras potencias como
la inglesa y de las disputas interexpansionistas de Europa y de la América
anglosajona que para la primera mitad del Siglo XIX había
ya trazado su política exterior en la región. Sin embargo,
el saqueo reiterado de los recursos naturales, la instauración
de gobiernos oligárquicos y la usurpación territorial así
como las guerras declaradas contra países como México, Guatemala,
Nicaragua y otros ubicados en el Caribe, principalmente fueron catalizadores
de la conciencia subcontinental de lo colonial y de la necesidad de recuperar
al continente desde nuestra propia perspectiva: dejaba de ser una fatalidad
ser mestizo e indio para convertirse en divisa e identidad.
América fue pensada desde nuestra propia dimensión
histórica, así lo indica la gesta de Bolívar, precursor
desde los ‘20s , de lo que él llamaba la “Patria Grande” .
Le sucedieron otros pensadores que desde José María Caicedo
en los ‘50s, del siglo pasado, quien acuñó al término
América Latina, para diferenciarla de la otra: la sajona.
José Martí a principios de los ‘90s con su manifiesto
“ Nuestra América” ( F. Retamar: 1984) , hasta J. C. Mariátegui
a principios des presente siglo ( Mariátegui: 1967), pusieron en
el tapete de la discusión el asunto de ¿ quiénes somos
?
Se precisa recuperar esta tradición que hoy amenaza con extraviarse
con al avance abrumador de la racionalidad globalizante. No proponemos
aquí hacer tabla rasa de las diferencias, apelando a la construcción
de conceptos totalizantes, tampoco se trata de negar los cambios operados
en el sistema mundial de la postguerra porque nos abarca irreversiblemente;
se trata, por el contrario, de encontrar en nuestras diferencias los elementos
comunes que nos permitan la colaboración y la búsqueda de
complementariedades.
Lo anterior resulta más necesario en la medida en que
en el discurso dominante estos rasgos no son tomados en cuenta; por el
contrario, poco importan los peculiares e irrepetibles procesos de desarrollo
histórico que definen y dan sentido al conjunto de países
que integran la subregión. Para minimizar este hecho se asume que
hoy la integración debe descansar en las diferencias, sin embargo,
en el fondo se fomenta la rivalidad entre nuestros países, hecho
que ha provocado el aislamiento (y la división de Latinoamérica
hasta balcanizar áreas, llegando a extremos muchas veces) y
la división de Latinoamérica hasta balcanizar
áreas, llegando a extremos muchas veces irreductibles. No
es casual el hecho de que en tanto el proyecto globalizador se impone,
hoy se instrumenten medidas integracionistas en lo económico que
se caracterizan por su bilateralismo y asimetría. Se fomenta
también hoy el espíritu de competencia y la necesidad de
legitimarla por medio de convocatorias no incluyentes que se
enfatizan en la lógica del mercado mundial y de los bloques
hegemónicos a costa de los respectivos mercados nacionales y, en
consecuencia, del empleo y los niveles de bienestar social de la mayor
parte de la población latinoamericana. Un ejemplo de esto
mismo lo encontramos en los acuerdos de libre comercio patrocinados en
la región principalmente por los EUA dirigidos a países
en particular, en tanto las experiencias sobregionales de integración,
muchas de las cuales datan de aproximadamente cuatro décadas, no
sólo han prosperado si no que se les ha acotado en sus alcances
, a pesar de que tales iniciativas contienen todos los elementos para desarrollarse
con éxito pues una de sus características es la relativa
homogeneidad de los países que participan en ellas: en el
caso del Pacto Andino , el Mercado Común Centroamericano, el de
la Cuenca del Caribe, mecanismo creado en los 80’s por iniciativa
de los EUA, menos pensado para fines de integración económica
que como un componente necesario en la estrategia de contención
promovida por Reagan para la región, pero que, sin embargo podría
ser rescatable en otra dimensión y con otros propósitos;
el MERCOSUR que ejemplarmente apunta a tener su dinámica y vialidad
propias. No sobra decir que el compromiso no es fácil y por
eso mismo se convierte en un reto, más si recordamos que la
historia de, por lo menos, un siglo, así como tuvo matrices
comunes, estuvo marcada por el aislacionismo en política de integración
regional a diferencia de lo que pudo ocurrir al interior de los países
que hoy integran la Comunidad Europea y los del Pacífico asiático
cuyas experiencias obedecen a, y son resultado de, procesos de integración
-diríamos -orgánicos; para el caso de los países latinoamericanos,
su participación en el mercado mundial estuvo marcadamente
mediada por el flujo e intercambio desigual de bienes, servicios y capitales
entre cada uno de ellos y los países potencias, principalmente los
EUA en un sistema de rayos y eje central-, a lo que habría que agregar
otros eventos de tipo geopolítico como las confrontaciones limítrofes,
muchas veces estimuladas por intereses ajenos al subcontinente que terminaron
por profundizar distancias y agravar las diferencias.
Hoy América Latina se enfrenta a nuevos hechos mundiales, dentro de los cuales, cabe destacar -por su incidencia en el futuro inmediato de la región - la nueva definición en política exterior de los EUA empecinado en no reconocer la mayoría de edad a los países latinoamericanos. Ciertamente Washington ha diseñado un plan que por su contenido es altamente riesgoso para la seguridad regional en un evidente interés geopolítico de recuperar posiciones en el mercado mundial ante la emergencia de economías más dinámicas; de paso demócratas y republicanos lavan imagen ante las críticas domésticas por su falta de definición frente a América Latina. En el plano económico - y con las características señaladas arriba- se pretende instrumentar la propuesta Bush de 1990, llamada iniciativa para las Américas en el sentido de la creación de un amplio mercado hemisférico: el Acuerdo de Libre Comercio para América para cuyo propósito los EUA patrocinaron la 1ra. Cumbre de las Américas y se aprestan a instrumentarlo en lo que sería la 2da. Cumbre prevista para 1998. La no siempre explícita intención para llevarla a cabo es la de propiciar las rivalidades regionales y subregionales en un claro intento de confirmar el dicho “divide y reinarás”, con este propósito los EUA han trazado un conjunto de medidas caracterizadas por el trato discriminatorio país por país o bloque de países por bloques de países: en este contexto se recurre a los embargos, medidas proteccionistas y acciones unilaterales; a las llamadas certificaciones; al fomento de la carrera armamentista y el cabildeo para la creación de fuerzas multinacionales; a la militarización de organismos regionales con marcado acento injerencista y la manipulación de los organismos internacionales como la ONU y la OEA para el fomento de las diferencias, dirigiendo por anticipado a posibles aliados militares como es el caso de Argentina y los roces derivados de esta medida entre Argentina, Brasil y Chile; situación que probablemente tenga repercusiones tanto al interior del Mercosur como del conjunto de iniciativas multilaterales agendadas en el conjunto de mecanismos de concertación e integración que hoy existen, desde ALADI hasta el Grupo de Río que es la más avanzada por su cobertura .
Ante este panamericanismo de fuerte contenido Anglosajón, América Latina se enfrenta al reto de encontrar en la coincidencia y los consensos la mejor respuesta. Pero lo anterior no será posible sin saldar, como condición sin equa non, los pendientes históricos que no sólo han mantenido secularmente dividida a la región , sino a cada nación en su interior, en conflictos marcados por la desigualdad y que guardan relación con problemas relacionados con la gobernabilidad y la democracia así como con la justicia social y los derechos humanos.
Problemas relacionados con la gobernabilidad y la democracia así con la justicia social y los derechos humanos.
Resulta entonces, necesario voltear la mirada hacia nosotros mismos sin autarquismos, repensar colectivamente nuestra historia- lejana e inmediata - a partir de una agenda elaborada en común que contenga los grandes retos y problemas que deben ser enfrentados con una visión continental, buscando alcanzar no solo la cooperación, la complementariedad y la seguridad regional, sino y por sobre cualquier otra posibilidad prioridad, el desarrollo social. Hoy los gobiernos latinoamericanos se manifiestan por alimentar la tradición de las cumbres cuyo vertiente actual puede ser un buen punto de partida, pero habrán perdido efectividad si en las agendas respectivas no se prioriza el conjunto de problemas esbozados aquí y que se instrumenten acciones para resolverlos. Se precisa reactivar con mayor decisión y continuidad, así como dotar - a partir de esta dimensión - de nuevos contenidos a organismos multilaterales como la OEA, la ALADI, el propio SELA, la CEPAL y a mecanismos como el Acuerdo de Cartagena que en la segunda mitad de los 80’s había alcanzado logros significativos en el tratamiento de la deuda externa. Pero este nivel de acción no excluye ni es concebible sin el concurso de las fuerzas políticas y sociales que dan existencia y sentido a América Latina . Tal vez en esta dirección se podrá pensar con la mirada puesta en el futuro.
Referencias bibliográficas
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