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Junio 2019

En la guerra de siglos entre capital y trabajo:

2019, ¿un nuevo amanecer laboral en México?

Irina y J.G.F. Héctor

El salario se determina por la lucha antagónica entre capitalista y obrero. Triunfa necesariamente el capitalista.

El capitalista puede sostenerse más tiempo sin el obrero que éste sin él. El límite mínimo del salario y el único

necesario es la subsistencia del obrero mientras trabaja, y además la posibilidad de sostener a su familia, y que

la especie obrera no perezca.

Marx. Manuscritos económico-filosóficos de 1844

Desde que comenzó el año, la clase
obrera en México ha levantado una gran
ola de protestas y huelgas: salió de las
fábricas y recorrió una parte del país;
resonó en las calles y se convirtió en un
gran oleaje al llegar a las universidades,
a los centros de investigación; también
tocó organismos públicos e incluso golpeó las puertas de algunas empresas privadas. Los trabajadores y la sociedad
que escucharon ese oleaje se estremecieron frente a las movilizaciones y los
paros de labores espontáneos, independientes y firmes que los trabajadores levantaron contra la histórica precarización del trabajo y el enorme deterioro
de las condiciones laborales, los cuales
no se han detenido sino más bien agudizado con el rumbo impuesto por el “nuevo gobierno” y su “Cuarta Transformación”.

Obrer@s de Matamoros le
ponen un alto al capital trasnacional

La profunda indignación de obreras y obreros de Matamoros, en Tamaulipas, le abre grietas al muro capitalista. Fueron ellos, los miles de trabajadores de las empresas maquilado- ras, quiénes oponiéndose a la voracidad del capital trasnacional trastocaron la monotonía del trabajo fabril con su determinación de estallar la huelga.

Fue el endurecimiento de sus condiciones de trabajo lo que los llevó a ello por su propia cuenta y riego, rebasando al pseudo-sindicato que los incorpora para robarlos descontando-les 4% de su salario, no para defender sus derechos, sino para servir al patrón. El sindicato fue incapaz de frenarlos. De nada le sirvieron al patrón las amenazas de despido y los mecanismos de control dentro y fuera de las fábricas.

La rabia entre los dientes acumulada por años de sobreexplotación y desprecio movió a las obreras y obreros de las maquilas, quienes desataron, frente al poder del capital trasnacional en Matamoros, su profunda indignación contra la negativa persistente del capital a acceder al aumento salarial por años violentado. Cierto, el incremento al salario decretado para la zona norte del país fue un detonante, pero la autoridad federal no hizo nada para que éste se cumpliera. En enero, los trabajadores decidieron rebelarse, organizarse y unirse desde el pleno ejercicio de la huelga con una demanda generalizada que los hermanó en el histórico Movimiento 20/32 (véase Praxis en América Latina núm. 25, abril-mayo 2019, p. 5).

Los obreros y obreras se rebelaron para hacer valer el cumplimiento de su derecho al aumento al salario, que durante años fue inamovible para el patrón. Esta vez los trabajado- res hicieron que el incremento decretado se revirtiera contra el capital. Lo hicieron al margen de los líderes charros del Sindicato de Jornaleros y Obreros Industriales y de la Industria Maquiladora. Muchas empresas no quisieron ver minadas sus enormes ganancias y muy pronto terminaron por acceder al incremento al salario de 20% y el pago de un bono de 32 mil pesos. Sin embargo, la represión por parte de las fuerzas policiacas del Estado no se hizo esperar afuera y dentro de las fábricas, y se tradujo por parte del capital en el despido de mil 500 trabajadores que participaron en las huelgas. Las empresas quedaron temerosas, por lo que claman a las autoridades federales “[...]regresar condiciones a los negocios y confianza a los inversionistas, y no permitir nuevas formas de sindicalismo que sorprendan al sector industrial”.

Los trabajadores no se sorprendieron por los despidos; desconocían su dimensión, pero sabían que corrían el riesgo y no los amedrentaban las amenazas. Se plantearon continuar la lucha. Lo dijeron cuando vinieron a la ciudad de México. Manifestaron que su lucha proseguiría y se dirigiría a conformar un sindicato nacional independiente y a derribar los sindicatos charros y a la Confederación de Trabajadores de México.

La obtención del aumento salarial y el bono, así como el despido masivo, han impuesto un repliegue; sin embargo, la semilla de la indignación y la experiencia de pensar y hacer juntos les mostró a los trabajadores la poderosa fuerza y razón que tienen como clase cuando se rebelan, resisten y deciden derribar los muros que los cercan y oprimen. Desde esa negación de lo viejo, se crean otras condiciones para construir un nuevo modo de vida. ¿Qué sigue? ¿Qué necesitan los trabajadores, no sólo para seguir obteniendo mejores salarios, sino para romper totalmente con la condición de explotados?

A la vez, el Movimiento 20/32 sirvió como
mecha de cañón para
las protestas de miles de
trabajadores universitarios en todo el país, en
defensa de sus derechos
laborales y en rebeldía
contra la negativa despótica de la burocracia
ante los requerimientos
de la educación. Más de
nueve universidades y
centros de investigación
estallaron la huelga para
hacerse oír. A éstos los siguieron algunos trabajadores de gobierno y de servicios privados.

SITUAM, en defensa del trabajo
y la educación pública


El 1 de febrero, trabajadores académicos y administrativos agrupados en el Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM) iniciaron una huelga exigiendo un aumento y retabulación salariales de 20% y el alto a las violaciones al contrato colectivo de trabajo. Entre éstas se encuentra “la contratación [...] de personal de confianza de manera irregular que se roba toda [la] materia de trabajo que le corresponde a la base. Con ello ya no contratan plazas de base [...]1”.

La respuesta de los directivos fue otorgar sólo 3% de incremento, ya que la universidad no contaría con el presupuesto para financiar uno más elevado. Los trabajadores evidenciaron la falsedad de esta afirmación: “Los altos salarios que tiene[n] el rector, el secretario, los coordinadores, los directores de división [...] están por arriba incluso del que tiene el presidente de la República [...] El aumento puede salir de la propia redistribución del presupuesto1”.

Con ello, la huelga hizo evidente la contradicción de las políticas de “austeridad republicana” del nuevo gobierno, el cual promueve el ahorro en el gasto público, pero sin tocar los salarios y prestaciones de los altos burócratas. Mientras tanto, los trabajadores de base son tratados de la misma forma que en una empresa privada: se les paga el mínimo, son despedidos sin ninguna justificación y se extrae de ellos el máximo.

Al mismo tiempo, la huelga del SITUAM fue más allá de estas demandas laborales: “[...] redistribuir el presupuesto, no sólo para obtener mejores salarios, sino para que se contraten más profesores, se les pague mejor, se mejoren las instalaciones y acepten más alumnos, [...] futuros trabajadores que, al salir de esta casa de estudios, tendrán que luchar por integrarse a un mercado laboral donde las oportunidades son cada vez más limitadas [...] [...] Nuestro objetivo es la defensa de los derechos laborales de las y los trabajadores, y la defensa de la universidad pública2.

La huelga mostró así la conexión ineludible entre lucha laboral y lucha educativa, enfoque que pone al SITUAM en el mismo camino que los maestros disidentes, tanto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación como de otras organizaciones (véanse los artículos en las pp. 4-5 de este número). Por ello, además de buscar la

solidaridad de trabajadores y población en general, los huelguistas apelaron especialmente a la participación de la comunidad estudiantil.

Después de 92 días, la huelga (la más larga en la historia de la UAM) llegó a su fin. Durante este tiempo, los trabajadores no recibieron sueldo, por lo que era imposible sostenerla indefinidamente. Cuando los directivos aceptaron pagar el 100% de salarios caídos, los huelguistas volvieron al trabajo sin haber logrado sus demandas. Ahora buscarán que éstas vayan siendo atendidas en mesas de negociación.

Una pregunta que surge aquí es si la distribución presupuestaria y la nueva financiación de la educación planteadas por la huelga podrán concretarse en una serie de mesas con las autoridades. ¿No significan estas exigencias, más bien, una visión tan distinta que quienes están en el poder van a impedirlas a toda costa? ¿Cómo conseguirlas entonces? ¿Con quiénes? ¿Cómo seguir avanzando en la construcción de nuevas relaciones laborales y educativas en este país?

La huelga en la UAM nos ha invitado a pensar sobre todo esto: “Esta huelga tiene que servir para que la comunidad universitaria reflexionemos sobre el quehacer dentro de la universidad, sobre las prácticas institucionales [...] Como trabajadores sindicalizados, tanto administrativos como académicos, tenemos un profundo cariño por nuestra fuerza de trabajo, y por eso estamos dispuestos a hacer este sacrificio que significa la huelga para que esas problemáticas se resuelvan3”.

Más trabajadores universitarios
en resistencia


Las exigencias de aumento salarial y basificación, entre otras mejoras laborales, fueron igualmente el motivo impulsor de las huelgas y protestas llevadas a cabo durante el primer cuatrimestre del año por el Sindicato de Trabajadores y Empleados de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca; los dos sindicatos, el académico (STAUACh) y el administrativo (STUACh), de la Universidad de Chapingo; el Sindicato de Trabajadores Administrativos de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro en Coahuila; el Sindicato Independiente de Trabajadores del Colegio de Postgraduados y el Sindicato Independiente de Investigadores del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) en distintos estados del país, y los dos sindicatos de la Universidad de Sonora, el de empleados (STEUS) y el de académicos (STAUS).

El desgaste físico y económico de los trabajadores, así como el cumplimiento de algunas de sus demandas, condujeron a la finalización de las huelgas. En ellas quedó planteada, ya implícita o explícitamente, la necesidad de una profunda reorganización de las dimensiones laboral y educativa en el país, ambas resumidas en el cuestionamiento de los huelguistas a la distribución actual del presupuesto público: “[...] no hay aumento a los sueldos de los académicos y empleados agrupados en los sindicatos [...]; en controversia, la alta burocracia universitaria se paga grandes sueldos, y encima la rectoría se ha dado el espacio para contratar a un grupo de 15 a 20 asesores que cobran entre 25 y 45 mil pesos”, según apuntó el dirigente del Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Sonora.

Estas huelgas en los organismos públicos de estudio e investigación revelaron que, para el poder gubernamental y para los funcionarios que dirigen esas instituciones, las tareas de educación e investigación quedan postergadas por la aplicación de políticas de contención salarial y de limitación a los derechos de los trabajadores; es decir, que la visión laboral y educativa del Estado no se diferencia de la de una empresa privada. Tampoco hay nada que indique distinción sustancial alguna entre el proyecto capitalista de país impuesto por las anteriores administraciones y el nuevo gobierno de “izquierda”.

La guerra entre capital y trabajo

Pero así como el capital y el Estado se han fundido hasta ser indistinguibles, de la misma forma, del otro lado de la moneda, se generan las condiciones para que los trabajadores, ya sean de empresas privadas o de gobierno, industriales o de servicios, temporales o de base, reconozcan su profunda unidad de lucha. Inspirados por el levantamiento de los trabajadores de la maquila en Matamoros, trabajadores universitarios en distintas partes del país comenzaron a hacerle las mismas exigencias de aumento salarial y mejores condiciones laborales a su propio patrón, el Estado.

El sentido de la lucha de todos estos trabajadores es por ponerle un límite a la explotación; la del capital, por violentar constantemente ese límite. Aunque los trabajadores le han arrancado al capital un aumento de sueldo, éste buscará contrarrestarlo para seguir elevando su tasa de ganancias, ya sea introduciendo maquinaria más productiva que sustituya al trabajo humano, ya obligando a los trabajadores a realizar más funciones en un determinado tiempo. Además de como medida represiva, el despido de trabajadores que participaron en las huelgas puede tener ese sentido: forzar a los que quedaron a realizar las mismas tareas que antes se repartían entre más personas.

Pasado un tiempo, los trabajadores pueden hacer una nueva huelga para fijar nuevamente el límite de la explotación, y el capital responderá volviendo a violentarlo. La única manera de salir de este ciclo infinito es acabando con el dominio del capital sobre el trabajo de una vez por todas. Sólo los trabajadores pueden hacer esto, pero sólo podrán

lograrlo si desarrollan a plenitud el potencial emancipador que hay en sus acciones de resistencia de hoy. Este desarrollo es una tarea práctica, pero ante todo filosófica: la filosofía que emana de las propias acciones de los trabajadores, nutrida al mismo tiempo por la filosofía de la historia de las luchas humanas por su liberación, la dialéctica.

1 Pamela Gómez (SITUAM). Intervención en el foro “La reforma laboral...”. Café Zapata Vive. Ciudad de México. 22 de abril 2019.

2 “Manifiesto a la comunidad estudiantil”. Leído en un foro informativo llevado a cabo el 25 de abril frente al Palacio de Bellas Artes en la ciudad de México.

<https:// www.facebook.com/encuentrodeformacionsindical/vi-deos/2335227390047532/> [7 jun. 2019].

3 Intervención en el foro en Bellas Artes el 25 de abril.

Revista PRAXIS EN AMÉRICA LATINA – teoría/ practica. Edición más reciente #26 (junio-julio 2019)

http://www.praxisenamericalatina.org/











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