El derecho natural a la subversión
Escrito por Carlos Eduardo Maldonado
Las cifras de líderes sociales asesinados en Colombia no dejan de crecer, el 2018 arrojó, de acuerdo a estudios de Ongs, cerca de trescientos, y al borde de doscientos para la Defensoría del Pueblo. El 2019 vio su luz con nuevos asesinatos. Es evidente que se pretende negar el derecho a la protesta, así como el mismo derecho a la subversión.
La acción violenta del Estado sobre los activistas sociales y de Derechos Humanos en Colombia no es de ahora, un registro rápido sobre los años 80 y siguientes del siglo XX le arroja, a quien lo procure. datos de espanto. En algunos años tal acción pasó a cargo de paramilitares, lo que tendió brumas en los estudios. En uno y otro caso es una acción evidente contra un derecho fundamental, así como un derecho natural.
Es una realidad, de negación y violencia, que debe mirarse a la luz de la historia, de la conformación del Estado moderno y su aparato legal.
En los comienzos de la modernidad, cuando era un movimiento aún amorfo, que no se terminaba de consolidar ni cultural, ni política ni económicamente, una nueva clase social en emergencia tenía dos pensadores políticos fundamentales: Th. Hobbes y J. Locke. Esa clase social habrá de triunfar políticamente en 1789 y económicamente con la primera revolución industrial en el siglo XIX. El resto es historia.
Pues bien, hubo una época cuando la burguesía fue una clase revolucionaria. Hobes y Locke expresan perfectamente, con diferencias, el espíritu y la letra de un nuevo mundo emergente. Así, en dos libros, El Leviathan, y en De Cive (Sobre el ciudadano), plantea una idea que, casi literalmente aparece también en Locke, en el Segundo Tratado sobre el gobierno civil. Se trata de la idea según la cual existe un derecho natural: el derecho a la subversión. Hoy en día diríamos, el derecho a la subversión como un derecho fundamental, o también, el derecho a la subversión como un derecho humano.
El derecho natural a la subversión es el derecho que tienen las sociedades y los pueblos a sublevarse contra la tiranía, un régimen violento, en fin, un sistema injusto. El fundamento de la subversión se encontraba en el derecho natural, una herramienta fundamental de la modernidad por hacerse posible, en contra del pasado medieval.
Lo verdaderamente interesante es que una vez que triunfó la revolución de Cromwell en Inglaterra, y la Revolución Francesa, la burguesía nunca más volvió a enarbolar el derecho a la subversión como un derecho natural Pues, evidentemente, el asunto se podía volver en contra de ella misma. Es así como en los movimientos sociales, en los partidos políticos e incluso en las facultades de ciencia política, por ejemplo, nunca se volvió a mencionar el asunto; los textos sobre el tema son crecientemente escasos, en fin, se echa un manto de silencio o una cortina de humo sobre el tema.
Con el tiempo, lo que terminó imperando cada vez más, fue la penalización de la protesta social, la exigencia de que para protestar debe pedirse permiso a las autoridades, la policía acompaña a los manifestantes, en fin, se termina por cooptar y controlar la acción colectiva. Todo un problema.
¿Es legítima siempre la protesta social?
Hay que distinguir dos cosas: la legitimidad de la protesta social, y la justificación de la misma. No siempre coinciden. Un tema que es de interés bastante más allá de la academia.
Filosóficamente, por lo menos dos ideas políticas pueden destacarse como conquistas de la humanidad, y por consiguiente, como acervos culturales de la humanidad. De un lado, se trata de la separación entre la Iglesia y el Estado; esto es, la separación entre la religión y la vida pública. En esto consiste filosóficamente, el liberalismo. Ulteriormente, ello ha conducido a la secularización de la sociedad. Hoy por hoy vivimos una sociedad secular, un logro de no poca monta; esto es, los credos religiosos, todos en principio, son admitidos en la vida social, sin que haya preferencia por parte del Estado, en absoluto, por un credo más que por otro, pero las creencias religiosas quedan como un asunto estrictamente personal. En una sociedad verdaderamente democrática, y en la que impera el Estado social de derecho, a nadie se le debería preguntar por sus creencias religiosas al momento de buscar empleo o mantener un trabajo, ni para acceder a la educación y otros servicios sociales.
Pretender permear la vida personal y la vida pública, la religión y la política, la Iglesia y el Estado, conduce, más pronto que tarde, al fundamentalismo. Con todo y sus consecuencias.
De otra parte, la segunda idea política que constituye una verdadera conquista que ya pertenece también a la humanidad, es el reconocimiento de que la acción colectiva es la expresión práctica de la propia libertad de opinión y la libertad a expresarse libremente. La sorpresa teórica es que la acción colectiva aparece teorizada, tematizada y comprendida por primera vez en la historia de la humanidad, en el siglo XX. Son los trabajos, notablemente, de M. Olson, R. Hardin, y varios más.
La acción colectiva, sin embargo, admite varias formas: la acción colectiva violenta, y la acción colectiva no-violenta. La primera consiste en el uso de armas de fuego, y la conformación de ejércitos revolucionarios. En última instancia, el terreno que se encuentra entonces es el derecho de la guerra, es decir, el derecho de los combatientes. De mayor complejidad política y conceptual es la acción colectiva no-violenta, que incluye la resistencia armada, la desobediencia civil, el desacato, la insubordinación, la huelga, el sabotaje, el paro, las movilizaciones de todo tipo, las concentraciones de toda índole en la plaza pública, la participación popular en todas sus formas (veeduría ciudadana, etc.), los plantones, y muchas otras formas de acción de protesta.
La protesta social es legítima a todas luces, y constituye una conquista –el derecho a la protesta social–, de un Estado y una sociedad verdaderamente democráticos. Del simple Estado de Derecho (ED) se ha hecho, históricamente hablando, el tránsito hacia un Estado Social de Derecho (ESD). No obstante, son numerosas las fuerzas, los poderes y los intereses para que las sociedades modernas retrocedan del (ESD) al (ED). En una palabra, en eso consiste exactamente el neoliberalismo.
Es sorprendente el grado de anatematización que afecta a la protesta social en Colombia, y el nivel de violencia desatada contra quienes protestan, objeto de persecuciones policiales y penales, en fin, con asesinatos estratégicos, selectivos y sistemáticos de líderes sociales. En lo que va corrido de 2019, se trata de un asesinato diario: un hecho escandaloso por donde se mire.
Es una maniobra de control social que carga de manera negativa un derecho ya adquirido, como es la protesta social y, por consiguiente, inalienable, de los pueblos y las sociedades en contra de la tiranía, la violencia, la injusticia, la corrupción, las inequidades y, en general, contra las violaciones de los derechos humanos. Siempre que un pueblo percibe que el Estado viola, por acción o por omisión, los derechos humanos, dicho pueblo tiene absolutamente el derecho a protestar, supuesta las formas de la acción colectiva. Otro problema distinto es la justificación de la protesta social.
Muy específicamente, ¿es lo mismo las protestas que de los maestros de California (E.U.) durante las primeras semanas de enero de 2019, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Ezln), los chalecos amarillos en Francia, o una parte de la población civil en Venezuela, o también las de laicos en Boston y en Santiago de Chile en contra de la pederastia de la Iglesia Católica? Los ejemplos y casos pueden multiplicarse a voluntad alrededor del mundo. En unos casos, de trata de acciones con base en justificaciones históricas, en otro caso, laborales, en otro más, económicas, en algún lugar políticas, y en muchas ocasiones, la combinación o confluencia entre razones de tipo moral, económico, y otras.
La justificación de la protesta social depende, en cada caso, de sus particularidades, aunque el derecho a la misma sí está y debe estar garantizado. Como se aprecia, en esta segundo caso el asunto descansa en la complejidad de las razones que conducen a la protesta social, y no al derecho mismo a protestar. Una línea frágil que, en términos jurídicos, conduce a un capítulo apasionante, que es el derecho alternativo (DA), en el cual América Latina es una potencia mundial.
Haciendo pedagogía, es análogo a la siguiente situación: una cosa es el derecho al aborto, lo cual significa abrir puertas para que las mujeres que lo deseen puedan abortar sin riesgos para su salud. Pero el derecho al aborto no significa, en modo alguno, la obligación de abortar. En la misma línea de argumentación, el derecho a la educación no implica la obligación de educarse, y ciertamente no en este lugar, o de esta forma o de aquella.
En pocas palabras, el derecho a la protesta social, y por consiguiente su vigencia, no implica necesariamente que a priori sea reconocida local, nacional o internacionalmente. Su reconocimiento a gran escala pasa por juegos de argumentación en toda la línea de la palabra.
Pues bien, en Colombia la protesta social tiene lugar actualmente en el marco de la construcción de la paz, luego del acuerdo con las Farc, y en medio de las vicisitudes con el Eln. La búsqueda de y la construcción de la paz es un argumento más que suficiente, ante el país y la comunidad internacional, para llevar a cabo acciones colectivas de diversa índole: marchas indígenas, demandas por restitución de la tierra, darle voz a las víctimas en toda la línea de la palabra, protestas estudiantiles, rechazo de las acciones de Empresas Públicas de Medellín a propósito de Hidrohituango, etcétera.
La complejidad de la protesta social
El estudio de las grandes revoluciones en la historia de la humanidad realza un rasgo común. Generalmente, siempre la acción precede al discurso, la vida se adelanta a los procesos de comprensión y explicación. Creer que debe haber primero un movimiento político o social para que entonces haya acción colectiva, y protesta social, es un error político e histórico. Desde la revolución de 1789 a la de 1917, por ejemplo.
Pretender lo contrario ha sido llamado con diferentes nombres (“la enfermedad infantil del izquierdismo”, “intelectualismo”, “academicismo” y de muchas otras maneras). Dicho brevemente, en eso consiste exactamente el error de las doctrinas, que pretenden amarrar los hechos y las dinámicas a las comprensiones establecidas en los programas, las teorías, los libros. Basta recordar, entre los múltiples ejemplos disponibles, que numerosos partidos comunistas de América Latina no entendieron originalmente a la Revolución Cubana de 1959, o al movimiento sandinista; antes, la revolución en Paris en 1848 fue difícilmente entendida y explicada por los principales agentes “revolucionarios” del momento. El marasmo social (“momento revolucionario”) durante la República de Weimar (Alemania, años 20-30 del siglo XX) fue difícilmente entendido y no siempre hubo consensos ni acuerdos. Nuevamente, los ejemplos se pueden multiplicar sin dificultad.
En otras palabras, que la acción antecede al concepto significa justamente que asistimos a una auténtica crisis de las ideologías, en el sentido tradicional de la palabra. Son numerosos los actores sociales y políticos que están buscando en Brasil y alrededor del mundo razones para el fracaso del Partido de los Trabajadores y el ascenso del gobierno de Bolsonaro; son numerosas las reflexiones acerca de las dinámicas en Polonia o en Hungría, y el ascenso de movimientos de derecha y de extrema derecha; son, asimismo, numerosos los ensayos acerca del resurgimiento de movimientos pro-comunistas desde Rusia hasta Rumania, desde Bulgaria hasta Alemania, por ejemplo.
Politólogos, internacionalistas, sociólogos, antropólogos, comunicadores, filósofos, historiadores, entre otros, y siempre, los activistas también, se encuentran con un dúplice movimiento actualmente: de una parte, entender el presente y anticipar el futuro. Y de otra parte, al mismo tiempo, comprender el pasado y pensar a mediano y a largo plazo.
Si la realidad es siempre más desbordante que la teoría, la historia nunca se deja encerrar en sus explicaciones; en fin, la vida siempre se caracteriza por sorpresas, impredecibilidad, emergencias y complejidad.
Es esa misma realidad la que indica que los movimientos de protesta social en el país corresponden a una acción mancomunada de construcción de la paz como un proyecto país. Los sectores más retardatarios del Estado y del sector privado son enemigos de la paz, pues la guerra es un gran negocio para ellos.
La teoría debe alimentarse permanentemente
Una buena teoría es una teoría incompleta (Gödel), si quiere ser verdaderamente consistente. Este reconocimiento, que es válido en matemáticas y en lógica, no deja de serlo también en el espectro de las ciencias sociales y humanas en general.
Contrariamente a toda la tradición, una teoría –esto es, sencillamente, una buena explicación y comprensión de las cosas–, ya no tiene, en absoluto, por qué ser completa, concluyente y conclusiva. Esas son las teorías de la modernidad, exactamente, que respiran aún a la sombra de una muy larga tradición medieval de diez siglos. La modernidad es posible a partir del medioevo y en contraste y como negación de la Edad Media. Esto explica muchas cosas…
Una teoría –en este caso particular, sobre la acción colectiva y la protesta social– debe poder alimentarse permanentemente, con una observación puntual: dada la complejidad creciente del mundo, una teoría semejante debe ser eminentemente interdisciplinaria (para el caso da lo mismo hablar de inter, multi o transdiciplinariedad: Las distinciones son meramente académicas, y finalmente banales).
Una teoría que se alimenta constantemente –de otras teorías, de la vida misma, de nuevos métodos y metodologías, de lenguajes siempre cambiantes, y demás–, es, por tanto, una teoría abierta. Pues bien, si hay algo que enseñan los nuevos movimientos sociales, y como se dice técnicamente, los nuevo-nuevos movimiento sociales, es que las protestas en la historia reciente han desbordado típicamente a los partidos y movimientos políticos. Son originaria y radicalmente, movimientos sociales. Es cuando la historia palpita en toda su vitalidad; la historia, que es como la vida misma.
Literalmente, las protestas sociales en curso alrededor del mundo –desde Indonesia y Tailandia a Japón, desde Polonia y Hungría hasta Francia, Alemania o Italia–, desde la India hasta Turquía y Yemen, y desde Estados Unidos hasta Chile y Argentina, por ejemplo, son protestas que no se fundan en programas –en ningún sentido de la palabra–, sino, mucho mejor, que los anteceden y los justifican, cuando aparecen; se trata, asimismo, de acciones con razones y justificaciones contradictorias –tal es el caso del movimiento Indignados, de Occupy Wall Street, y muchos más–, en los que, de manera muy significativa existe un liderazgo sin líderes, y estrategias sin estrategas, en dinámicas perfectamente autoorganizativas, sin mandos centrales en ningún sentido. Las redes sociales desempeñan entonces un papel fundamental. Por ello mismo los gobiernos más retardatarios se pronuncian por controlar y denigrar las redes sociales. Podría decirse incluso, à la limite, que se trata de movimientos y acciones tribales (no en vano la sociología urbana habla de “tribus urbanas”).
Pues bien, estas características, inimaginables anteriormente, constituyen, paradójicamente, una de las principales fortalezas de las nuevas formas de acción colectiva y de protesta social. Cuando el Estado, su policía y fuerzas de seguridad logran identificar a líderes y cabecillas claramente pre-determinados, basta con dejar acéfalos a esos movimientos para que la protesta se diluya. El movimiento de estudiantes chilenos arroja buenas experiencias al respecto. Cuando el presidente francés E. Macron intentó detener a uno de los líderes de los chalecos amarillos, emergieron nuevos líderes, la protesta se incrementó y quien había sido detenido fue liberado a las pocas horas.
Nuevas formas de protesta social implican nuevas formas de organización. Esto es lo que enseñan los procesos de protesta en curso alrededor del mundo.
Las organizaciones existentes –partidos, sindicatos, y otros–, deben poder estudiar y comprender, y en consecuencia, adaptarse, a las nuevas dinámicas y complejidades. De lo contrario, los nuevos movimientos sociales terminarán por desbordarlos, que es lo que muestra suficientemente la historia. O bien, lo que es equivalente, los movimientos sociales deben poder aprender de sí mismos, de las dinámicas en curso, en fin, de otros procesos semejantes alrededor del mundo.
La importancia de crear redes
La vida en general es un fenómeno que terminó conquistando al planeta no a través de luchas y combates, sino mediante procesos de adaptación y cooperación. Pues bien, en el marco de la sociedad de la información, o de la sociedad del conocimiento o de la sociedad de redes –tres nombres distintos para un mismo momentum–, internet constituye una herramienta valiosa: de información, de comunicación, de educación.
Son numerosos los movimientos sociales en el mundo, la inmensa mayoría de ellos, de acción local. Pero es igualmente cierto que, gracias a internet, muchos de esos movimientos se comunican entre sí, generan bucles positivos de retroalimentación y aprenden recíprocamente.
Movimientos indígenas, estudiantiles, cívicos, religiosos, y muchos otros, están fuerte y crecientemente comunicados entre sí aunque no aparezcan (todos los días) en los grandes titulares de la gran prensa, y precisamente porque no aparecen ante la opinión pública generalizada manejada por los grande medios de comunicación.
Un rasgo de las nuevas formas de protesta social es el uso inteligente de la web 2.0 y 3.0. Saben navegar por internet con medios de seguridad apropiados; saben navegar en la web profunda; saben usar teléfonos y redes sociales de forma que la seguridad de la comunicación esté garantizada. Cuando es posible, llevan a cabo encuentros físicos de distinta índole y tamaño. Pero están siempre y mucho tiempo comunicados y aprendiendo de otras experiencias.
Crear redes, fortalecerlas –redes descentralizadas, orgánicas, ágiles. La protesta social en el mundo de hoy no espera: muchas veces emerge, se precipita, está alerta, aprende y se adapta.
Vivimos un mundo de una inmensa vitalidad, la cual se expresa exactamente por las protestas alrededor del mundo. Hay una crisis profunda, estructural del capitalismo; y esa crisis produce magníficos movimientos sociales que el propio sistema no termina de entender, de cooptar, de neutralizar. Una historia en curso en la que la subversión es un derecho que no admite ningún cuestionamiento. Lo que está en juego es la vida misma. La de individuos, sociedades y pueblos, y ulteriormente la vida misma del planeta.
Y en medio de todo ello, una nueva clase social está emergiendo, un nuevo mundo se avizora en el horizonte, otra democracia es posible.
Es fundamental rodear a los líderes sociales en el país: campesinos, indígenas, líderes barriales, activistas de todo tipo, defensores de derechos humanos, comunicadores, y demás: ellos forman parte de lo mejor expresión de la construcción de un nuevo país. Un país sin violencia y sin los violentos es posible. A pesar de los corruptos, los cínicos, los grandes financistas, los militares más guerreristas, los políticos torpes de color naranja, los congresistas tiránicos y despóticos.
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