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Febrero 2019

LA CIUDAD DE NADIE

 

 

Tiempos de mirada

 

Oteas el aire citadino, percibes, intuyes la desesperanza, el temor en el mirar de los ojos poseídos de miedo, presagio y angustia,

por el día, finito; y el futuro incierto que no aclara horizontes;

ni aquieta almas, almas perdidas en un divagar sin nombre, sin fecha, sin destino, sin cura;

en donde el tiempo cobra los instantes haciendo cuentas claras de los días en el olvido y los que encuentras en tu memoria:

raídos, difusos, claros solo al final de tu camino.

 

Camino fugaz si miras atrás la síntesis de tu pasado,

en retrospectiva y panavisión a manera de un “film” de tu última morada y postrer momento.

¡Pesadilla y lucidez al final de los sueños inconclusos de tu vida!

 

La ciudad de los sueños

 

En la urbe los sueños de nadie son tuyos, en una ciudad olvidada en el tiempo, inexistir y acontecer cotidiano.

Para sobrevivir vas al portal del mirar de tu querer donde permaneces agazapado,

escondido de la penuria y miseria sentimental,

¡Es el abrigo del alma huérfana de cariño!

Acurrucado, mullido dentro de su pecho quedas, y muy quedo llegas al umbral de su mirada interior;

donde ahora los sueños de nadie son de todos,

los tomas, no están perdidos, son asuntos de diosas, de dioses y de dos

 

Continúas viviendo en una ciudad de nadie,

donde la desesperación te engulle y la nostalgia de tiempos pretéritos vaga por callejuelas y vecindarios

junto a fantasmas heridos de muerte.

Los muertos recorriendo las calles hablan a gritos:

los vivos piensan que sueñan;

sueñan que imaginan una realidad cruda y desgarradora que toca fondo en la memoria y las entrañas,

con el delirio y trasmutación de la urbe en infierno de cementerios clandestinos.

 

Nostalgia

 

Los recuerdos llegan en añoranza como una adicción a la felicidad de cuando todo era bello:

el aire, la tranquilidad, el trino de las aves canoras, el sol del atardecer con su pintura ocre al óleo,

de nubes aborregadas de lado a lado en el lejano horizonte.

En momentos de fugaz tranquilidad, en noche citadina, la luz de plenilunio le da besos en el agua a la orilla del río,

donde los “tirilones” extasiados aspiran y expiran el humo de la cannabis;

y perdidos en lúdicos menesteres los chavalillos son ajenos a extravíos mayores,

aún desconocidos para ellos.

 

Culpa repartida

 

Ahora, en un de repente el Señor todo poderoso vaga,

le han visto como un ente sin juicio, por toda la ciudad,

con ojos de asombro e incapaz de comprender y poder remediar nada del crimen organizado y enredo citadino y humano.

De pronto en noche de crudo invierno y temperatura de hielo aparece inerte bajo tejado

y una gélida estaca en el pecho del lado del corazón.

Su segunda muerte califica de suicidio.

¡Tremendo poder humano de matar al inmortal!

 

Ningún culpable dijo: yo.

 

No hubo juicio, sentencia ni inculpado.

El argumento unánime mantuvo la verdad:

Solo el Todo acaba con el Todo y la Nada con la Nada.

Tal vez así sea mejor y la culpa repartida, nos toque por igual.

 

La vida sigue y los desahuciados y olvidados comparten temores ilimitados y recelosos salen a la calle,

con disimulo se alegran de estar a salvo;

festejan a escondidas la alegría.

Tienen la osadía de respirar la muerte y seguir vivos.

 

 

 

J. G.“Dalí” (Juan Gallegos Soto)

 

 

 









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