Argentina /Dos tendencias convergentes: En ruta hacia la implosión económica y la explosión social
foto: Ministro Dujovne y la “señora FMI”, Lagarde.
Por Jorge Beinstein, Resumen Latinoamericano, 29 julio 2018
¿Hacia donde va Argentina?, su evolución está marcada por dos
tendencias convergentes que han ido tomando velocidad durante 2018: por
una parte la marcha hacia la implosión económica y por otra la ruta no
menos veloz hacia la explosión social.
No es seguro que cada una de ellas o ambas de manera conjunta
lleguen al punto de ruptura que cambie radicalmente el panorama
nacional, sin embargo su desarrollo comienza a sobredeterminar el
comportamiento de los círculos dirigentes.
Por un lado la economía va entrando en recesión piloteada por el FMI
sin ninguna posibilidad de recuperación por lo menos en el corto y
mediano plazo. La sucesión de ajustes exigida por el Fondo achicará cada
vez más el mercado interno (que ya venía declinando desde la llegada de
Macri) destruyendo el tejido productivo y empobreciendo al grueso de la
población. Esa dinámica conduce inevitablemente hacia la implosión
económica, hacia un momento en el que se desmoronan el conjunto del
aparato productivo (solo unas pocas islas podrían llegar a salvarse),
extendidas redes comerciales y una multitud de servicios.
Lo teóricamente esperable en esas situaciones es que el tejido
social y su entramado cultural se vayan desintegrando al ritmo de la
recesión para finalmente colapsar. Sin embargo en el caso argentino se
está desarrollando un fenómeno poco frecuente que no seguiría la ruta
establecida por la teoría: mientras la economía declina rumbo a la
implosión, desde la base de la sociedad se han ido generando formas de
acción no solo de resistencia sino también ofensivas que van más allá de
las reivindicaciones económicas. Se trata de una tendencia que se va
amplificando apuntando hacia una gran explosión popular, un posible
tsunami social que amenaza sumergir al entramado institucional y
mediático que sostiene al sistema.
De todos modos no es inevitable que se produzcan finalmente la
implosión ni la explosión, diversos factores pueden retrasarlas de
manera significativa o incluso diluirlas en procesos de degradación de
gran amplitud. La recesión por ejemplo podría llegar a encontrar un
horizonte de “equilibrio” bajo la forma de una “economía de baja intensidad”
con un mercado interno comprimido, altos porcentajes de desocupación,
subocupación, pobreza e indigencia y pequeños polos de altos ingresos,
coincidente con ello las resistencias y rebeliones sociales ahora
presentes podrían llegar a declinar golpeadas por la crisis económica,
la manipulación mediática y la represión.
Aunque ese escenario de “paz de cementerio”, ilusión
siniestra de la élite dominante, se contrapone a la dinámica financiera,
saqueadora, desestabilizante de dicha élite, componente periférica de
un proceso parasitario global que la sobredetermina. Y también se
contrapone al visible potencial creativo de las fuerzas populares
avalado por toda su historia, sin ir más lejos recordemos la revuelta de
2001 precedida por una prolongada degradación neoliberal y las grandes
masacres de la dictadura militar.
El camino de la implosión
En diciembre de 2015 el equipo gobernante consideraba que la
situación económica le permitiría realizar gigantescas transferencias de
ingresos sin que el barco se hunda. No reparó (o subestimó) que por
debajo de esa realidad existían fragilidades que se habían agravado en
los últimos años, los precios internacionales de las materias primas
habían sufrido un shock depresivo en 2014 lo que ensombrecía el futuro
del comercio exterior y la ampliación del mercado interno, impulsado por
el gobierno anterior mediante suaves subas de los salarios reales
acompañadas por reducciones sucesivas del desempleo, comenzaba a tocar
techo. Para seguir por la vía mercadointernista habría sido necesario,
más temprano que tarde, poner en marcha una drástica estrategia de
desconcentración de ingresos acompañada por el control estatal de áreas
claves como las del comercio exterior y del sistema financiero y así
impulsar un proceso de rápido desarrollo productivo. Alternativa opuesta
a la dinámica concreta y a las aspiraciones de la alta burguesía
(parasitaria, transnacionalizada) que apuntaban hacia la realización de
un gran saqueo de recursos estatales y privados. Así fue como con la
victoria de Macri se produjeron mega transferencias hacia los grandes
grupos económicos vía exenciones y reducciones tributarias que
aumentaron el déficit fiscal lo cual sumado a la liberación de las
importaciones generadora de un enorme déficit comercial y a las
devaluaciones del peso, provocaron concentración de ingresos, inflación y
enfriamiento económico. La avalancha de déficits fue cubierta con
deudas en dólares a lo que se agregó un insólito casino especulativo en
pesos convertibles en dólares a altísimas tasa de interés (la orgía de
las Lebacs). En el segundo año de su mandato el gobierno buscó
amortiguar la recesión con obras públicas financiadas con mas deudas,
dólares que además servían para tapar agujeros fiscales y comerciales y
para aceitar las fugas de capitales producto de las diversas rapiñas y
de la retracción de las inversiones productivas. La burbuja de deudas no
podía seguir creciendo indefinidamente y la fiesta concluyó en 2018
cuando asomó el fantasma de la insolvencia y el gobierno desesperado
pidió auxilio al FMI que, como no podía ser de otra manera, le impuso un
plan de ajuste que va hundiendo a la economía en la depresión.
El gobierno suele echarle la culpa del descalabro financiero a la
suba “inesperada” de la tasas de interés en los Estados Unidos
provocando una suerte de efecto aspiradora sobre los capitales
periféricos. La crisis del endeudamiento acelerado argentino era
inevitable, tal vez la suba de tasas norteamericanas la anticipó un poco
pero no mucho. El globo de las Lebacs tenía un límite físico marcado
por las reservas netas del Banco Central, claramente inferiores al monto
dolarizado de esos papeles. A lo que hay que sumar los pagos exigidos
por la deuda pública directa en dólares en una coyuntura caracterizada
por un fuerte déficit del comercio exterior y una persistente fuga de
capitales. Eso ya era visible en 2017 y la situación se fue agravando en
los primeros meses de 2018. El poder de fuego debilitado del Banco
Central ante posibles turbulencias quedó al desnudo y los acreedores
empezaron a olfatear escenarios de insolvencia. La pregunta es que
tenían dentro de sus cabezas Macri y los integrantes de su equipo
económico entre fines de 2017 y comienzos de 2018 ante la inminencia del
desenlace. Algunos analistas suponen que se trató de una evaluación
errónea (o de mala información) del comportamiento de los grupos
financieros embarcados en la rapiña especuladora, cosa difícil de
aceptar ya que los que piloteaban el negocio desde el gobierno formaban
parte de esos grupos. El misterio aumenta cuando constatamos que la suba
de tasas de interés en Estados Unidos era completamente previsible ya
que formaba parte de la estrategia monetaria anunciada mucho tiempo
antes por las autoridades de ese país. La explicación mas razonable es
que la mega operación financiera montada por el gobierno se convirtió
una trampa de la que no pudo (y no puede) salir, la convergencia de
intereses que la sobredetermina constituye un súper poder saqueador cuya
dinámica desborda a los actores gubernamentales. De todos modos la
psicología de Macri, nutrida por la brutalidad cortoplacista de los
negocios mafiosos[1], se adapta cómodamente a esa loca fuga hacia adelante.
Los crápulas transparentes.
Mientras tanto la impopularidad del gobierno crece día a día y la
protestas sociales se multiplican. Argentina se encamina a paso rápido
hacia una crisis de gobernabilidad probablemente muy superior a la de
2001 alentada por el derrumbe económico en curso.
La alternativa represiva no debe ser descartada, el carácter
aventurero del macrismo, su raíz lumpenburguesa, el nucleo duro social
neofascista que lo rodea, pueden dar pie a una tentativa desesperada de
ese tipo impulsada por la declinante viabilidad de un Plan B bajo
control oficialista en torno de la hipotética candidatura de Maria
Eugenia Vidal que va perdiendo cuerpo arrastrada por la impopularidad
del Presidente a lo que se agregan no pocos méritos propios (como el
reciente escándalo a partir del descubrimiento de la utilización de
fondos negros en sus campañas electorales).
Un pieza importante tanto en la instalación como en el funcionamiento posterior del gobierno ha sido y sigue siendo el opoficialismo,
mezcla gelatinosa de dirigentes políticos y sindicales, donde predomina
la derecha peronista pero también poblada por no pocos gorilas sueltos,
que suelen combinar “criticas sensatas” al oficialismo, alguna que otra
rebeldía de poca monta y obsecuencia practica. A medida que la crisis
se agrava van surgiendo desde ese espacio toda clase de opciones,
algunas fantasiosas y otras más realistas, destinadas a preservar los
intereses dominantes, desde la ampliación del gabinete presidencial en
una suerte de gobierno de “unidad nacional” hasta la conformación de una
variante electoral gatopardista que remplazaría a Macri en 2019 (o
antes).
Como parte del show no podían faltar las declaraciones de Eduardo
Duhalde que tras vaticinar que: “el próximo presidente… va a ser Roberto
Lavagna”, y luego de elogiarlo, agregaba que “el acuerdo con el FMI
ayuda a salir (de la crisis), a pesar de que la mayoría de los
argentinos está en contra de esa medida”[2].
El rostro de empleado de pompas fúnebres de Lavagna encaja bastante
bien con el destino fondomonetarista que Duhalde le asigna a la
Argentina sin embargo no es para nada evidente que esa alternativa u
otra parecida funcionen ante a la tormenta que se avecina.
El camino de la explosión
A diferencia de las danzas cupulares y desde el comienzo del gobierno
macrista se ha venido desplegando una amplia variedad de protestas
populares que con el correr de los meses fueron no solo ganando en
masividad sino también en autonomía, que no es total sino que aparece
como una suerte de fenómeno complejo que incluye desde expresiones
sociales independientes de las dirigencias políticas y sindicales, donde
se hace visible la autoconvocatoria, hasta llegar a las encuadradas por
dirigencias sobre todo sindicales, pasando por otras que acompañan a
los dirigentes orgánicos desbordándolos en ciertos casos y en algunos
colocándolos en situaciones incómodas.
Se trata de una sucesión interminable de movilizaciones populares de
todo tipo, muchas de ellas gigantescas, mayormente pacíficas pero con
algunos brotes de radicalización (por ejemplo las protestas del 18 de
Diciembre de 2017 frente al Congreso) preocupantes para oficialistas y
opoficialistas, que les hacen temer puebladas de gran magnitud en un
futuro no muy lejano . A medida que la crisis se vaya profundizando ese
escenario será cada vez más probable, la ola puede seguir creciendo
hasta engendrar un estallido social de dimensión oceánica mucho más
devastador que el huracán de 2001.
La intoxicación mediática no la ha podido enfriar, peor aún su
rendimiento manipulador es decreciente, las represiones puntuales han
resultado ineficaces, no han generado temor sino indignación. De todos
modos desde el primer día y de manera sistemática el gobierno ha ido
conformando una suerte de policía militar integrando fuerzas
convencionales (policías, gendarmería, etc.), entrenándolas con
asesoramiento norteamericano-israelí, dotándolas de armamento idóneo, la
última novedad ha sido la decisión de incorporar a las Fuerzas Armadas a
tareas de represión interna. Pero nada le asegura al gobierno la
utilización eficaz de ese engendro ante una revuelta popular a gran
escala. El blindaje mediático se está oxidando y el blindaje
militar-policial tiene un destino incierto, mientras tanto el gobierno
sigue haciendo más (mucho más) de lo mismo: continúa con su estrategia
de control mediático total atacando ahora los últimos (y ya marginales)
reductos críticos y desarrollando el aparato represivo convencido de la
inminencia de estallidos sociales. No sabe cuando se producirá una nueva
corrida cambiaria, ni cual será el ritmo del hundimiento económico (los
últimos datos comparativos mayo 2017-mayo 2018 muestran, según datos
oficiales, una caída del Producto Bruto Interno del orden del 5,8 %),
tampoco sabe cuando ni como se expresará la bronca popular en lo que
resta del año, pero enfrenta a esos y otros peligros acentuando su
dinámica dictatorial, Argentina ha ingresado en Terra Incognita.
[1] Jorge Beinstein, “Macri, orígenes e instalación de una dictadura mafiosa”,
https://beinstein.lahaine.org/b2-img/Beinstein_MacriMafia_edWaiwen.pdf
[2]
Declaraciones de Eduardo Duhalde a Radio Cooperativa, “Duhalde pide las
PASO en el PJ: “El que quiera presentarse tiene que ir”, El Destape,
https://www.eldestapeweb.com/duhalde-pide-las-paso-el-pj-el-que-quiera-presentarse-tiene-que-ir-n46310
http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/07/29/argentina-dos-tendencias-convergentes-en-ruta-hacia-la-implosion-economica-y-la-explosion-social/