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Julio 2018

Activismo cultural neoliberal: hacia un capitalismo afectivo

Cronicon

AKAL /

Lo que me irrita de las políticas de los últimos treinta años es que se ha tendido hacia una sociedad colectivizada. La gente ha olvidado la parte individual. Por ello preguntan: ¿cuento yo algo? ¿De verdad importo? Y la respuesta breve es: Sí. En este sentido, lo que me propongo no son políticas económicas. Es decir, mi objetivo no fue ese sino cambiar el enfoque y, no me cabe duda, cambiar la economía es el mejor medio para cambiar el enfoque. Si cambias el enfoque lo que estás cambiando realmente es el corazón y el alma de la nación. La economía es el medio; el objetivo es cambiar el corazón y el alma.

La anterior frase la pronunció la primera ministra británica (1979-1990) durante una entrevista concedida al Sunday Times, publicada el 3 de mayo de 1981. En ella, Thatcher se muestra firme y poderosa y, al mismo tiempo, convencida del cambio que lleva entre manos.

Posiblemente en estas palabras se condense buena parte de la fuerza tras de la cual se sitúa el cambio cultural en el modelo neoliberal; la economía como medio, como lugar o espacio de gestión, pero teniendo presente que el objetivo es la plena transformación en las formas de sentir y, por tanto, de hablar. La financiarización y la privatización debían ser los ejes, es cierto, pero eso debía implicar una serie de micromodificaciones en las formas de establecer relaciones, en la manera de generar nuevas sensibilidades. Thatcher tenía claro el camino: la gestión de los sentimientos bien podría servir como forma de hacer mutar lo que es dado a tener como posible. No se trataba sólo de economía ni de cultura, sino de algo más profundo.

Fueron los años finales de la década de los sesenta cuando las empresas comenzaron a percibir un descenso notable de sus tasas de beneficio. No es fácil desentrañar una causa, en la medida en que no existe una sola. La productividad decrece, y a esto se suman problemas políticos, así como una marcada combatividad por parte de los asalariados y movimientos sociales (el ejemplo de Mayo del 68 es evidente); todo ello vinculado a una fuerte presión procedente de las crisis petrolíferas que recorren toda la década de los setenta. Elevadas tasas de inflación, el paro en números fuera de lo común, etc., parecían elementos capaces de demostrar que el sistema estaba en pleno colapso a finales de los años setenta. ¿Qué hacer? Ese fue el momento del neoliberalismo. Pudieron existir varias opciones, pero el neoliberalismo supo dibujarse con acierto dentro de las débiles líneas de juego del momento. La respuesta fue una nueva política monetarista, donde los salarios empezaron a fluctuar a través de dinámicas de mercado diferentes, y donde se inició una lucha feroz contra el poder sindical, a la vez que se incrementó el recorte en gastos sociales y se comienza a apostar por la privatización de los servicios públicos buscando una supuesta «elevada eficiencia» anexada al espíritu de la empresa privada. En este contexto, el neoschumpeterismo dibuja la figura del nuevo personaje heroico: el emprendedor, sujeto creativo, flexible y atento y generador de cambio y crecimiento. Se inicia, en definitiva, un nuevo modo de gestión de la realidad, de las relaciones sociales, de los principios comunitarios. Junto a ello, de modo paradójico, la crítica que había sido lanzada por diversos sectores de la izquierda durante años hacia estos modelos conservadores (vinculados al capitalismo) debida a su carácter excesivamente racional, cuantofrénico y jerárquico, en lugar de generar heridas en el corazón del capitalismo, tal crítica terminó por servir de bálsamo o como remedio que acabó anestesiando los impulsos transformadores a lo largo de la década siguiente. La crítica fue asimilada, orientada, deshabilitada. El territorio afectivo fue progresivamente mutando de piel.

Entre otras cosas, el modelo neoliberal percibe, desde los años setenta la importancia de los afectos en las dinámicas políticas. Se crea progresivamente algo así como un nuevo dispositivo disciplinario que tendrá la forma de dispositivo afectivo, blando, capaz de generar adhesión al mercado y a la competitividad. Todo esto lo que viene a significar es que el neoliberalismo debía mostrarse no sólo como una alternativa técnica de gobierno, sino que debía producir (lo supo ver bien Thatcher) su propia utopía y hacer de esta utopía un camino firme que eliminase cualquier alternativa. Este elemento narrativo era capital en la gestión de un presente destinado a la producción de subjetividades en el marco de una transformación económica más compleja. La difusión del salmo que indicaba que no había alternativas era la forma idónea de negociar los límites de lo posible. En realidad, lo que se nos dice no es que no haya alternativas, sino que se nos obturan las posibilidades mismas de la gestión de esas posibles alternativas. De este modo, de lo que se trata es de provocar el mayor número de situaciones donde el mercado sea el eje rector de toda acción (privatizar, deuda privada, la universidad como lugar de creación de empleo, etc.). Una vez aceptada esta dinámica, que termina por afectar a cada una de las acciones de los sujetos, esto conllevará necesariamente la instauración del mercado como única realidad posible, como único lugar desde donde medir los conflictos y las relaciones. El mercado es así el límite y es el principio.

En este punto posiblemente las novelas de John Mortimer sobre el ministro Titmuss sean uno de los lugares donde mejor se refleja esta situación. Este ministro de Thatcher creado por Mortimer, que se autodefine como «hombre del libre comercio» y que procede de extracción social baja, define perfectamente las formas de actuar de este neoliberalismo. Mortimer analiza cómo el objetivo es precisamente ese: hacer mutar la percepción de la realidad a través de estrategias culturales y retóricas; generar relatos nuevos, espacios de identidad diferentes, lugares en los que se instala el concepto de un presente sin alternativas en el cual el mercado competitivo dirime cualquier problema a través de la instauración de un, digámoslo burdamente, precio. Así pues, el activismo cultural neoliberal parece fundarse en la necesidad de difundir una forma de hacer que, a su vez, se conecta con la imposición invisible de formas de sentir. Mostrarse, en efecto, como una forma de gestión y, al mismo tiempo, como la producción de una nueva subjetividad; una nueva subjetividad emocionalmente despolitizada, pero perfectamente encajable en las dinámicas emocionales del mercado laboral. Esto tiene como consecuencia «lógica» que el neoliberalismo no sólo ha de entenderse como un conjunto de políticas económicas sino, sobre todo, como un orden narrativo que impera en diferentes niveles. De este modo, en el neoliberalismo habría una necesidad de introducir cierta semántica (económica, pero no sólo económica) en todos los órdenes de la vida, incluso en aquellos que no tienen un rédito económico inmediato o claro. Foucault habló de una «intervención ambiental» para definir este activismo cultural; es decir, transformar progresivamente el ambiente a través de pequeños gestos, normas, ideas que penetran en el propio lenguaje social. La fuerza de la resemantización provoca cambios en las formas de relación. La economía es el medio; el objetivo, cambiar el alma.

Ahora bien, la transformación también sucede en el mismo concepto de economía, el cual progresivamente adquiere un sentido más difuso. Así, la economía «también se separa de su asociación exclusiva con la producción o la circulación de bienes y la acumulación de riqueza. En su lugar “economía” significa principios, medidas y modos de conducta específicos que incluyen esfuerzos en que la gran ganancia monetaria no está en juego». El territorio semántico de la economía parece ampliarse desde finales de los setenta. Sus límites se expanden progresivamente como si fuese una mancha de aceite con la capacidad pegajosa de impregnar territorios hasta entonces extraños. Esta expansión genera, pues, un derrame cultural en el neoliberalismo. Lugares hasta ese momento aparentemente alejados de la economía y más cercanos a la cultura (emociones, afectos, imaginación, creatividad…) empiezan a inflamar discursos, congresos, entrevistas, libros de gestión empresarial, etc. En este sentido, quizá, no hay alternativa en la medida en que la economía en manos del neoliberalismo necesita cooptar –para reforzar el compromiso de cada uno de sus miembros– las esferas culturales (y potencialmente críticas) más distantes con la finalidad radical de establecer un mayor sentido de control en tiempos conflictivos. De esta forma es fácil controlar los relatos disidentes y al mismo tiempo conservar, por parte de los sujetos implicados, el compromiso que el capitalismo necesita para mantenerse y expandirse en momentos de crisis. El potencial cultural del neoliberalismo se basa en que es radicalmente inclusivo. Nada debe quedar fuera. Todo puede ser reproducido y, por tanto, reorientado según dinámicas previamente diseñadas. El activismo neoliberal es activista por naturalezaNunca descansa y nunca está terminado.

En los límites de lo posible

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Políticos, gurús de la gestión empresarial, comisarios de exposiciones, tenistas, empresarios, artistas, banqueros y muchos otros tratan de convencernos diariamente de que la creatividad, las emociones o la imaginación conforman en la actualidad todo un mapa afectivo necesario para la prosperidad económica. Este libro trata de este proceso cultural, de esta movilización total que el autor denomina activismo cultural neoliberal. ¿Cómo se produce esta mutación afectiva? ¿En qué medida esta burbuja sobredimensionada de afectos que satura la retórica económica esconde un modelo de sujeto que ha de ser producido y adaptado a las nuevas dinámicas del mercado? ¿Hasta qué punto esa obesidad afectiva no es sino el dibujo de una forma nueva de precarización y autoexplotación? Estos interrogantes tratan de ser resueltos en este libro de autoría del profesor español de la Universidad de Salamanca que lleva por título En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo. (Ediciones Akal, febrero de 2018).

La forma en la que este activismo neoliberal ha asimilado toda una semántica emocional que en su origen estaba destinada a cuestionar, precisamente, las pautas asfixiantes del capitalismo, demuestra una compleja estrategia, un proceso de evisceración cultural en realidad, en el que este libro trata de penetrar. Entonces a pregunta es: ¿qué ha hecho con nosotros el capitalismo afectivo?



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