Un bufón en La Moneda
El caso de Piñera sustenta el título: ¿un payaso con suerte o un frío especulador financiero? La duda es razonable y aun no ha sido resuelta.
por Arturo Alejandro Muñoz
¿Es posible ser un buen gobernante a la vez que payaso egocéntrico y centro de las burlas? Sebastián Piñera se ha propuesto eso como forma de vida: mucho antes de alcanzar la primera magistratura ya había causado estropicios dignos de una película cómica, aunque varios de ellos constituyeron delitos calificados.
Las ‘Piñericosas’ han dejado de ser chistosas o humorísticas. De un tiempo a esta parte muchos chilenos se inquietan de los patinazos del presidente de la República. La preocupación azota a aquellos ciudadanos que en una u otra medida apoyan al actual gobierno derechista. Quienes tienen participación directa en la actual administración también deben sentir un extraño cosquilleo provocado por el disgusto y el temor, aunque no lo exterioricen.
¿Disgusto y temor de qué? De constatar que muchas de las opiniones respecto de Piñera, vertidas por la gente en la calle y en las redes sociales, tienen asidero real. El temor apunta a que poco a poco – cada día con más fuerza– se hace carne en la población la idea –bastante razonable– de que el presidente tiene un cortocircuito en sabe Dios qué zona de su cerebro.
Ha ocurrido que un mandatario dirija un país mezclando seriedad con farándula y egocentrismo, pero en los casos conocidos terminó siendo un fiasco absoluto. Recordemos al lamentable ex presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram, o al rumboso ex mandatario brasileño Fernando Collor de Mello, para aquilatar cuán peligrosa resulta tal mixtura, no sólo para el mandatario sino para el país en general.
En Europa, Silvio Berlusconi (cuya figura política-empresarial muchos chilenos asocian con Piñera) ya probó el amargo sabor de ese trago, y no se requiere ser analista político a objeto de barruntar las razones del por qué terminó mucho peor de lo que él y sus cada vez más escasos partidarios esperaban.
En el caso que nos ocupa (y preocupa), sabemos que don Sebastián –financieramente hablando– es un especulador favorecido con la estupenda red social de su hermano José, ministro de la dictadura. Centenares de empresarios le deben a la tiranía, (y a Pinochet, particularmente) toda su riqueza actual. Además, para que sus actividades bolicheras pasen desapercibidas a los ojos de las masas, don Sebastián no sólo cuenta con el irrestricto y cómplice apoyo de los medios de prensa conservadores: sus adláteres han sabido disfrazar sus turbios negociados con una capa de inefable y mediática estulticia.
La estulticia… ¿es espontánea o responde a un estudiado y malévolo plan? La pregunta es pertinente: al destacar el ‘payaseo’ del mandatario cubren con el polvo del olvido lo acaecido en el Banco de Talca, la sanción de la Superintendencia de Valores y Seguros; las elevadas multas a LAN en USA (cuando Tatán era gerente de la aerolínea); el “Caso Chispas”, el Piñeragate, la colusión de las Farmacias, el escándalo por intervención presidencial en la ANFP para desbancar a Mayne Nichols y dejar a Bielsa entre la espada y la pared; las torpes y mitómanas declaraciones en la ONU; las increíbles y falaces respuestas de Piñera al cantante Roger Waters, sus falsas aseveraciones de haber sido ‘profesor’ en la universidad de Harvard, sus vergonzosas opiniones durante la visita a Chile del entonces presidente Barack Obama, sus inaceptables “metidas de pata en algunos de sus viajes al exterior (v.gr., en Alemania: “Deutschland, Deutschland, über alles…”), su pretensión de ser descendiente de un emperador inca, sus oscuras maniobras en el caso Bancard-Exalmar, y un largo etcétera.
Queda en suspenso y sin respuesta la duda principal. ¿Sebastián es un payaso egocéntrico y algo desquiciado, o un especulador financiero frío y decidido? Esa es la cuestión.
Cualquiera sea la respuesta, –estulticia natural o mero teatro, bipolaridad o variación lunática–, da cuenta de la falta de cordura del mandatario chileno. La mitomanía, las contradicciones y las torpezas de todos conocidas (y su enfermiza recurrencia), parecen elementos suficientes para que un país algo más civilizado y democrático que el nuestro, le hubiese retirado del importante cargo que ocupa, o que al menos se plantease la cuestión. Le ocurrió a Bucaram, a Collor de Mello y en alguna medida, a Berlusconi.
Piñera y asociados, en cambio, confían en la cómoda pusilanimidad del pueblo chileno…
En nuestro país –a diferencia de Italia, Ecuador o Brasil– no hay coraje para desestibar a un gobierno desquiciado. Por muy ‘extraño y poco cuerdo’ que sea el comportamiento de quien encabeza el Estado.
En resumen, la derecha empresarial y el bloque de la coalición ChileVamos están apostando todas sus fichas a un supuestamente inagotable ‘aguante’ del pueblo.
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