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Diciembre 2017

POLI DÉLANO, MAESTRO Y AMIGO

(Una crónica colectiva)



El viernes 10 de noviembre de 2017, la Sociedad de Escritores de Chile organizó un homenaje a Poli Délano, dentro de la programación de actos literarios de la XXXVII Feria Internacional del Libro de Santiago. Participaron: Ximena Pedraza, escritora y artista audiovisual; Roberto Rivera, narrador, actual presidente de la SECH; Víctor Sáez, poeta y ex presidente; Rolando Rojo, narrador; y Miguel de Loyola, narrador. (Moderó el cronista que esto escribe).

Cabe decir que pocos escritores, en nuestra humilde “república de las letras”, han podido reunir las calidades de maestro y de amigo, en un gremio donde no suele abundar la fraternidad. Poli Délano sí lo hizo, con creces, erigiéndose en una figura ejemplar, tanto por su sólida y vasta producción literaria como por su cordialidad, generosa y fraterna. Aun a riesgo de caer en la auto-referencia, reitero lo dicho en varias oportunidades: en momentos existenciales muy difíciles, recibí de Poli el testimonio de su clara amistad, directa, sin condiciones. Algo sin duda significativo para mí, que se sumó al dolor de su partida, nunca esperada...

El homenaje en la FILSA, al que de seguro vendrán muchos otros, se desarrolló considerando varios aspectos de su vida y de su legado: la amistad, sus afecciones al tango y al whisky, sus convicciones políticas, sustentadas en el propósito del advenimiento de un mundo mejor, su trayectoria de escritor y de activo luchador gremial por la dignificación del oficio de escribir en Chile, sus aciertos como director de talleres y su bonhomía proverbial.

Abrió la exposición Roberto Rivera, refiriéndose al tango, pasión que si bien no convirtió a Poli Délano en un tangómano erudito, constituyó para él un venero de inspiración creativa que bien puede apreciarse en algunos de sus cuentos y novelas, puesto que el tango está unido a la vida bohemia y al tópico del amor efímero o desgraciado. Del texto de Roberto extraemos aquí lo más revelador:

Poli Délano y El Tango

Con Poli hablábamos que El Queco o el Keco, que data de 1847, fue la primera letra conocida, cantada por las tropas porteñas del general Arredondo al entrar en Córdoba y San Luis durante los días de la sublevación del general Bartolomé Mitre que siguió a las elecciones que dieron la presidencia a Nicolás Avellaneda. De allí pasó a los bailes característicos de los alrededores castrenses, de manera que dio nombre o lo recibió de estos lugares en que solían instalarse los "cuartos de las chinas".

"Queco" o "Keco" fue durante décadas sinónimo de burdel, o sea que se lo puede considerar equivalente en aquellos tiempos a tango y “Quilombo”.

"Dame la lata" quizá sea el tango porteño con melodía más antiguo. Su letra evoca una escena de un prostíbulo. Al llegar el cliente pagaba y recibía una latita como prueba de pago. Al entrar en el cuarto de la pupila, se la entregaba a ella. “Dar la lata” entonces corresponde al período de espera que podía ser largo. Cuando el rufián, semanalmente visitaba el quilombo, exigía de sus pupilas la entrega de las latas, para calcular la parte que le correspondía en el reparto.

Otros tangos de indiscutible índole prostibularia son: “El fierrazo”, “Colgate del aeroplano”, “Va Celina en la punta”, “Dos sin sacar”, “Dejala morir adentro”, y “¡Qué polvo con tanto viento!”, de cuya primera parte se apropió Ernesto Poncio para componer su célebre tango "Don Juan", y por último "Bartolo", que paradójicamente se convirtió con el tiempo en ronda infantil, algo que al principio preocupaba seriamente a los padres de familia que, ellos sí, conocían el origen de la reiterada coplita sobre la masturbación: "Bartolo tenía una flauta / con un agujerito solo / y la madre le decía / dejá la flauta Bartolo..."

Otra vertiente fundamental y decisiva proviene de los afroamericanos. Estudiado el lenguaje de los esclavos traídos a la Argentina, principalmente del Congo, Golfo de Guinea y del Sur de Sudán, la palabra tango se utilizaba como “lugar de reunión” lo que unido a tambo el lugar de descanso del quechua o runasimi, conforman un sentido consistente, así como del Africa también vienen las expresiones “milonga” y “canyengue”… Incluso los tangos de los negros ya cargaban con sus estrofas. Luis Soler Cañas recogió estas de "El Merenguengue", aparecidas originalmente en "El carnaval de Buenos Aires", publicación dedicada a la juventud argentina, en Febrero de 1876.

Al llegar a la primera década del siglo ya había surgido una serie de personajes cuya artística normal era cantar y que no evitaban incluir tangos en sus repertorios, por ello numerosas partituras de esos días incluyen letras para ser cantadas por hombres y por mujeres, como ocurre, por ejemplo con "¡Cuidado con los cincuenta!" de Ángel Villordo, que era un agudo observador de la realidad, en especial de los sucesos cotidianos, que hacía referencia a un edicto policial del 10 de Julio de 1889, reactualizado en 1906, con el cual se ordenaba reprimir con multa de $ 50 a quienes se atreviesen a piropear a una mujer en la calle. Cabe destacar que la partitura original se ve a una mujer que le avisa a un galán:

"Caballero, le suplico / tenga más moderación / porque a usted puede costarle / cincuenta de la Nación.

Para ilustrar de mejor manera su acercamiento a Poli Délano a través del tango, Roberto Rivera hizo escuchar al auditorio una pieza tradicional:

Pero escuchemos "Milonga en Negro" del folklore latinoamericano con música de Aníal Troilo y voz de Edmundo Rivero., y menciono los nombres de cada quien porque, como aún sigue diciendo el poeta Gavino Ezeiza…, ‘Buenos Aires de mi amor… Oh, ciudad donde he nacido, no me arrojes al olvido yo que sido tu cantor’…

Poli, seguro, no te olvidaremos, pero ¿con quién podré hablar de tangos ahora?”.

Poli Délano y el Whisky

Le preguntamos a Víctor Sáez: ¿por qué elegiste este tópico de contigüidad con Poli Délano? Paradoja equívoca en la pregunta contradictoria, porque todos en la Casa del Escritor conocemos la “refinada” afición de Víctor por el trago que los británicos esparcieron por al ancho mundo. Con ello queríamos provocar, como si se tratara de clavar la banderilla en la grupa del toro, la palabra ágil y vibrante de nuestro compañero, que no traía papel ni apunte alguno, como acostumbra cuando enfrenta a un auditorio, y expresó algo semejante a lo que extraigo de mi memoria auditiva, aunque de seguro va a criticarme por incurrir en una que otra imprecisión léxica:

La afición al whisky, de mi querido amigo Poli Délano, probablemente nació en sus días juveniles de Nueva York, consolidándose en sus hábitos para toda la vida, dejando en un plano secundario a otros brebajes ilustres, incluso al vino, esta sangre roja que recibimos a menudo a través de variadas cepas embotelladas con esmero barroco… La ingesta habitual del whisky en Poli Délano, significó mucho más que el simple placer que produce la embriaguez del alcohol… No, para Poli era –como lo es para mí y otros finos degustadores como él del espíritu de la cebada- un ritual dionisiaco, casi religioso, pudiera decir, aunque yo sea un feliz ateo, incrédulo absoluto de cualquier escatología…”

-Yo creo en la vida eterna –interrumpí al eximio orador, demostrando mi incontinencia verbal… -Quiero decir que creo a pie juntillas en la existencia de un paraíso perdurable en la forma de un bar bien nutrido.

Prosigo… A este rito solía invitarnos Poli –no a muchos, es preciso aclararlo- porque pocos son los elegidos, capacitados para entender la fruición hedonística, en aras del Dionisos propiciatorio, que predispone al diálogo fraterno y creador entre amigos y fieles fervientes de la palabra hecha poema, narración, ensayo o glosa aguda, para entender el mundo y hacer más soportables las miserias y penurias de la existencia… Todo esto –en el caso de nuestro querido Poli Délano- matizado, esclarecido, aireado, por el ejercicio de un humor fino y punzante, que solía brotar en el aromático espíritu de la palabra y del licor que libábamos, herederos de esos buenos dioses mortales que bebían el placer y lo prodigaban por el mundo, entendiendo mucho mejor a los mortales que otros homónimos castigadores…

Poli Délano, amigo, te abrazo hoy y brindo por ti, pues fuiste capaz de luchar, de elegir una vida verdadera y también de escoger tu muerte, rodeado de buenos y leales amigos… ¡Salud!”.

Hubo una breve pausa, luego que los aplausos de los asistentes celebraran la proverbial elocuencia de Víctor Sáez y su infaltable grecaejo humorístico. Luego, Rolando Rojo ofrendó su testimonio, bajo el título de “La Muerte de un Amigo”, de cuyo texto extraemos aquí lo que nos parece esencial, ajustándolo a la extensión acotada de esta crónica colectiva, como la hemos llamado. .

Poli Délano y la Amistad

Como todos los días y a la misma hora, marco el número telefónico de Juan Camilo para hacer la angustiosa pregunta de hace dos semanas. ¿Cómo amaneció el Poli? Esta vez la respuesta se hace esperar. Ingenuamente, pienso que todo anda bien y pronto tendremos al amigo enfermo en casa. Luego la voz cascada de Juan. -Afírmate –me dice- Poli murió anoche.

Un atontamiento estúpido me deja sin habla y con el teléfono en la mano durante un largo rato. Tengo la impresión de estar sumido en una indeseada pesadilla. Hace tres días que lo había visitado en el Hospital Salvador. Estaba almorzando y, como era de esperar, de no buen humor. No se conformaba con la idea de quedar lisiado de sus piernas. -‘Si voy a quedar así, prefiero que me lleve la “chingada”. Nos dijo al poeta Francisco Véjar y a mí. Usó esa expresión mexicana: “la chingada” y no sé por qué lo atribuí como una buena señal. Tenía ánimo de jugar con el lenguaje. No era la muerte, sino la chingada.

Entonces reaccionamos diciéndole que teníamos asuntos pendientes. Yo esperaba su anunciado comentario para mi última novela “Amistad” y él, mi opinión sobre su última novela: “Un ángel de abrigo azul”. Además, íbamos a intercambiar libros, como hacíamos regularmente. Esta vez me había prometido una novela de Gonzalo Velorio y yo le llevaría la última de Mauricio Electorat de reciente aparición en librerías. La visita fue muy corta, porque en el pasillo esperaba Luisa, “su chica” que, gentilmente, nos había cedido el primer lugar de la visita. Quisimos subirle el ánimo con una absurda y graciosa anécdota en común con Véjar y nos despedimos con ese fuerte apretón de mano tan característico de él. “Te quiero mucho”, le dijo Pancho Véjar y lo besó en el rostro. “Yo también” –respondió el Poli. Serían las últimas palabras que le escuchara…

Sé que lo que me queda de vida, ya no será lo mismo sin el mejor de los amigos. He dicho y escrito muchas veces, que a Poli Délano lo conocí a través de un cuento suyo que leí en el campo de prisioneros de Chacabuco y que fue ese cuento el que me motivó, ya en una edad avanzada, a escribir mi primer poema y mis primeros relatos. Yo diría que ese cuento de Poli Délano me permitió enfrentar con más decisión y entereza los angustiosos momentos que vivíamos en la prisión. Poli Délano fue un gran escritor. Un escritor al que se le podía aplicar el adjetivo con toda justicia. Fue un creador infatigable. Publicó más de cincuenta libros entre cuentos, novelas y biografías…

Sus juicios eran agudos y certeros cuando recordaba a las personas que había conocido y que admiraba, como a Bukosvky con el que compartió varias botellas de vino, al escritor mexicano Rafael Ramírez Heredia, al argentino Mempo Giardinelli, a Hemingway, a Rulfo, a Neruda y a decenas de escritores nacionales y extranjeros. Cultivaba la amistad con la delicadeza de un orfebre.

Creo que Poli estuvo siempre cerca, ayudándome (tal como lo hizo con muchos otros) con su amistad generosa en casi todas mis incursiones literarias. En los lanzamientos de mis libros, en las reseñas periodísticas que generosamente publicó sobre mis novelas o cuentos, en citarme cada vez que dio una entrevista, reclamando porque -según él- se me ninguneaba, etcétera. Nunca pude agradecerle como merecía…

“…Su muerte deja un vacío que sólo suplirá el regocijo de leerlo y de volver a disfrutar de su literatura”.

Enseguida, ofrecimos la palabra a Ximena Pedraza, quien nos habló de su experiencia en el Taller de Narrativa de Polí Délano.

Poli Délano y su Taller de Narrativa

Yo era una jovencita con escasa preparación literaria cuando me incorporé al taller de Poli Délano. Me sentía cohibida ante ese escritor prestigioso, maestro admirado de varias generaciones… Temblaba, ante un desafío que advertía desmesurado para mis posibilidades… Pero esas nubes se disiparon pronto cuando me sonrió, mirándome con sus ojos penetrantes, llenos de calor afectivo. Poco a poco, fui recibiendo sus inolvidables consejos literarios, surgidos desde una concepción estética directa del relato, del cuento y de la novela, basada en la realidad cotidiana como fuente de inspiración y de desarrollo para un narrador despierto y alerta ante el continuo y apasionante fenómeno del devenir. Desde esa sencilla poética del proceso creativo, Poli era capaz de crear y recrear historias, a veces torciendo sutilmente la mano del acontecer con desenlaces surrealistas, como el del cuento “El ropero”, aunque gracias a su estilo, se volvían verosímiles y tan reales como un suceso cualquiera”.

De su literatura, reseñada por Ximena Pedraza en las palabras que recogemos –también de memoria-, en el párrafo anterior, da cuenta, con propiedad, Miguel de Loyola, narrador, eficaz cuentista y fino cultor de la crónica.

Poli Délano en su literatura

Poli Délano fue un escritor de tiempo completo. Así lo demuestran sus más de 40 publicaciones, entre cuentos, ensayos y novelas. Tempranamente escribe sus memorias (2009), donde nos cuenta parte importante de su infancia y experiencia de joven escritor en Nueva York. Su vida, es una vida entregada al oficio de las letras, a la llamada creación literaria, un arte que ha perdido importancia en nuestro medio, marginándolo a un tercer plano. Por estos tiempos de pleitos politiqueros, los escritores chilenos no tenemos ninguna importancia en la cosa pública, al punto que aun existiendo un “ministerium” de cultura, los escritores son los que menos premios reciben a la hora de becas y repartos, todo se lo lleva la farándula y los medios audiovisuales, desmereciendo otras artes.

Sin duda, Poli Délano sufrió en vida esta vejación, este olvido de las fuentes de poder, marginándolo y negándole, por cierto, el Premio nacional de Literatura que bien merecía, como tantos otros que se han ido sin recibirlo. Un escritor leal a su patria, quien, siendo reconocido como Maestro en otra, más grande y más culta que la nuestra, optó siempre por vivir en Chile.

Cabe preguntarse qué lo ataba tanto a un país sin memoria, sin capacidad de asombro ni alabanza, sin interés por reconocer méritos ni virtudes a nadie, más gozoso de odios que de amores. Poli, en cambio, fue un escritor siempre generoso para otorgar tiempo a otros, para presentar y prologar libros de escritores desconocidos, movido por su espíritu solidario. La prueba más contundente está en sus talleres, donde se dio a la difícil tarea de enseñar y compartir sus experiencias y conocimientos sobre el oficio.

Desde su llegada del exilio en 1984, no dejaría nunca de ser una de sus mayores preocupaciones, siendo el primer escritor chileno en restituir los talleres literarios después del Golpe, convencido en la necesidad del diálogo con las generaciones emergentes, en la importancia del traspaso de conocimientos de una generación a otra; de la tradición, en buenas cuentas, algo que la juventud por naturaleza elude, sin sospechar que no se pueden obviar ni prescindir los vasos comunicantes que nos conectan con el pasado y el futuro...

Es posible advertir en la evolución de sus novelas, la influencia del thriller en sus textos, como le ha ocurrido a muchos novelistas en los últimos años, a fin de capturar la evidente apatía del lector contemporáneo, que busca en la novela por sobre todo entretención para matar el ocio o la depresión que lo afecta. Pasando a ser el thriller la forma más común de la novela de nuestro tiempo. Una tendencia formal que habría que analizar, y frente a la, cual Poli Délano no queda al margen, la asume y maneja con la maestría de los cultures del género, pero conservando sus características primigenias de escritor interesado en proyectar la cosa social, como un asunto determinante en la vida particular de los individuos. En el sentido de clasificar y esbozar a sus personajes de acuerdo a su clase de procedencia. Las mujeres y los hombres en sus relatos, responden al estereotipo correspondiente a su clase, constituyéndose en la gran barrera, o en la barrera imposible de franquear, a menos que medie -y esto es lo interesante- el sentimiento de amor que en este mundo parece cada día más escaso. Poli Délano sabía muy bien distinguir y apreciar entre los hombres este sentimiento, y hacia allá apunta siempre el sentido trascendente de sus relatos”.

De la ideología de Poli Délano y de su militancia política, le correspondía hablar a Reynaldo Lacámara, poeta, escritor y ex presidente de la SECH, pero un viaje intempestivo impidió su presencia la tarde del viernes, en la sala Acario Cotapos de la FILSA. Quizá no fuese imprescindible referirse a ello, porque todos estábamos al cabo de su pensamiento político, para él una praxis de vida y un camino sin grietas.

Aprovechando la oportunidad de hacer uso de la palabra, por la ausencia del amigo Reynaldo, este cronista dio lectura al breve cuento “El ropero”, cuyo desenlace es la parición -por parte de un enfermo varón, bebedor empedernido que comete una suerte de suicidio al ingerir un vaso de aguardiente en su delicado trance de salud-, del primero de los tres cuerpos del enorme mueble, antes de morir en el intento.

Una nota de humor en las palabras del homenajeado, para destacar su presencia imperecedera entre nosotros, sus pares y amigos, junto a esos lectores que Poli Délano amó, como el escritor eximio y el camarada bueno y generoso que fue… ¡Hasta siempre, compañero!

Edmundo Moure

Noviembre 2017







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