Marichuy y el CIG en Chiapas: Escuchar los dolores y llamar a la organización
J.G.F. Héctor
P R A X I S en América Latina
Del 12 al 19 de octubre, el Concejo Indígena de Gobierno (CIG) del Congreso Nacional Indígena (CNI) llevó a cabo un recorrido por las cinco Juntas de Buen Gobierno (caracoles) zapatistas y otros puntos del estado de Chiapas; ello, como inicio de la campaña por la reconstrucción del país, desde abajo y a la izquierda, que el CIG está impulsando en el marco del proceso electoral de 2018 (ver Praxis en América Latina, núms. 14-16).
A más de servir para recolectar firmas en respaldo a la candidatura independiente de la vocera del CIG, Marichuy Patricio Martínez, esta gira por Chiapas tuvo un sentido profundamente político: “El único interés de los concejales [del CIG] y nuestra vocera es DESPERTAR Y ESCUCHAR EL DOLOR Y SUFRIMIENTO DE LOS PUEBLOS, y llamar a todos a unirse, a organizarse y a luchar según sus modos, sus formas y geografías, pero con el mismo objetivo”, apuntó la Comandanta Hortencia en el caracol de Oventik .
El recorrido mostró entonces un doble carácter: por un lado, nos permitió escuchar las experiencias de resistencia y rebeldía de más de 20 años de los zapatistas; por otro, sirvió para hacer llamado amplio, a otros sectores de la sociedad, para “organizarnos, gobernarnos de acuerdo a nuestras formas propias, ejerciendo y tomando el destino en nuestras manos, sin esperar a que otros lo hagan por nosotros” (Mari- chuy en Oventik1).
Estos dos momentos (el escuchar desde abajo y el promover la organización) son el núcleo de la actual campaña por la vida del CIG: ¿Cómo se relacionan el uno con el otro? ¿Qué pudimos aprender sobre ello en esta gira por el estado de Chiapas?
Las mujeres en la historia del zapatismo
Lo primero que llama la atención de dicho recorrido es que la totalidad de los oradores, tanto zapatistas como del CIG, fueron mujeres. ¿Qué significa esto?
En su ensayo de 1844 “Propiedad privada y comunismo”, Karl Marx se había referido a la relación hombre-mujer como aquélla en que “se evidencia,
de manera sensible [...], en qué medida la esencia humana se ha convertido para el hombre en naturaleza, o en qué medida la naturaleza se ha convertido en esencia humana [...] Con esta relación se puede juzgar el grado de cultura del ser humano en su totalidad”.
Es decir: por ser la más inmediata o natural de todas, la relación hombre-mujer sirve como “termómetro” del grado de opresión o liberación que hay en una sociedad. El rol fundamental que han tenido las mujeres en el movimiento zapatista —y, ahora, en el CIG—, ¿no es acaso un indicador de su gran fuerza emancipadora, de su radicalidad? Al ser sólo mujeres las que hablaron durante la gira del CIG, así como al haber elegido a una mujer como su vocera, ¿no nos están diciendo los pueblos indígenas que la liberación, o es también un movimiento de liberación femenina, o no lo es?
En el caracol de Morelia, por ejemplo, la Comandanta Miriam nos habló de la historia de opresión de las mujeres zapatistas, comenzando por sus abuelas en el siglo XX:
Antes, cuando estaban los finqueros, los rancheros que decimos, nuestras abuelas fueron explotadas, discriminadas, porque nunca [las] tomaron en cuenta: que la mujer no sirve para nada, que la mujer no vale nada, que la mujer sólo sirve para tener hijos, para cuidar la casa [...] Nuestras abuelas se levantan muy temprano para hacer todo el trabajo de la casa, porque saben al amanecer [que] tiene[n] que ir a trabajar en la casa del patrón.
Pero esta historia de opresión es, necesariamente, también, una historia de rebeldía:
Después decían nuestros abuelos que un día se dieron cuenta de la explotación y el maltrato [...] Salieron a refugiarse a vivir ahí en los cerros para que pudiera[n] salvarse un poco de la explotación [...] Nuestros abuelos tuvieron que buscarse, en el lugar donde están [...], un pedazo de tierra para vivir en comunidad, y así hicieron [...] En un lugar se juntaron [...] y ahí formaron una comunidad para poder trabajar así en común.
Ahora bien: por muy importante que fue el independizarse de sus patrones, el movimiento de liberación no podía acabar ahí, ya que “no salieron en libertad nuestras abuelas, porque nuestros abuelos tenían un pensamiento del patrón”, comenta Miriam. “Aprendió del patrón [...] cómo que trataban a las mujeres, y ya después aparece el patroncito de la casa [...] Cuando había escuelas, nosotros no nos mandaba a la escuela nuestra mamá, ¿por qué? Porque nos enseña a cargar el hermanito, a lavar la ropa, a moler la tortilla, porque [así] ya sabemos atender a nuestros esposos”.
La Comandanta Rosalinda complementa esta parte de la historia:
“Después, cuando se formó los ejidos, ya nos separamos [de] los patrones: ya pueden hacer asambleas, aunque puros hombres. Pero ya iban buscando sus derechos de elegir sus autoridades, ya deciden organizar sus trabajos, pero todavía no somos tomada[s] en cuenta como mujeres que somos”.
Lo que están poniendo aquí de relieve Miriam y Rosalinda es la necesidad de un movimiento permanente de liberación, el cual no se detenga en una determinada etapa —ya que ésta tendrá por necesidad límites, contradicciones: la libertad sólo para los hombres—, sino que se siga profundizando para alcanzar cada vez un mayor grado de libertad. Es decir, estamos ante la idea de la revolución en permanencia ̧ la cual es una expresión acuñada por Marx luego de las revoluciones de 1848-49 en Europa, para hacer ver que los procesos emancipadores no podían agotarse ahora que habían obtenido la libertad para elegir diputados al parlamento, sino que tenían que continuar en busca de la libertad del ser humano como totalidad. Asimismo, estos relatos de Miriam y Rosalinda nos recuerdan el análisis que hiciera la filósofa humanista-marxista Raya Dunayevskaya acerca de los movimientos de liberación femenina de la segunda mitad del siglo XX, cuya particularidad era que habían nacido al interior de los procesos de emancipación mismos, como respuesta a su machismo aún imperante (Liberación femenina y dialéctica de la revolución, cap. 1).
Continúa Miriam: “Pero después nos dimos cuenta que, gracias a nuestra organización, nos dio este lugar como mujeres [...]; pero no quiere decir que nosotros lo vamos a despreciar a los compañeros, a que nosotros somos más que ellos”. Al hablar de “nuestra organización”, Miriam se está refiriendo a los años previos al levantamiento zapatista de 1994, cuando las mujeres comenzaron a participar decisivamente tanto en las tareas militares como de formación política con las comunidades de Chiapas2; asimismo, hace explícita su visión de que no se trata de revertir la opresión sobre los hombres, sino de construir relaciones humanas verdaderamente nuevas.
Agrega Rosalinda:
Cuando llegó nuestra organización, ahí dimos cuenta que no sólo los hombres tienen derecho a participar en las reuniones, a tomar cargos, a decidir y hacer sus planes [...] Así fuimos organizando colectivamente nuestros trabajos juntos, hombres y mujeres [...]
Cuando ya estamos bien organizados en 1994, demostramos nuestra valentía y rebeldía como mujeres que somos y no nos pudo acabar el pinche gobierno nuestras fuerzas como milicianas e insurgentes [...]
Fue entonces la participación de las mujeres lo que le dio cuerpo y sustancia al levantamiento zapatista de 1994. Sin embargo, el movimiento de emancipación no podía acabar tampoco aquí, al haberse hecho público, sino que era necesario comenzar a poner efectivamente los cimientos de lo nuevo. Sigue Rosalinda:
Después construimos nuestra autonomía, donde ya participamos muchas mujeres como promotoras de salud [...]; ya tenemos compañeras que manejan ultra- sonido [...]; parteras, hueseras y plantas medicinales [...]; promotoras de educación y formadoras [...]; cargos como agenta auxiliar en cada pueblo para arreglar cualquier tipo de problema [...]; cargo como comisariadas, encargadas de resolver asuntos agrarios y consejas autónomas [...]; también, como juntas de buen gobierno [...], responsables locales y regionales; después con sus avances, pasan a ser suplentas, hasta llegar a ser comandantas.
Así, hoy, tanto en la salud, la educación, lo administrativo, lo político y lo militar, las mujeres son parte esencial del movimiento zapatista, dándole a éste su gran significado y radicalidad: “Ahora nosotras, las mujeres zapatistas, ya podemos discutir, analizar, pensar, opinar, proponer, decidir igual como los hombres”, concluye Rosalinda.
Qué podemos aprender de las zapatistas?
Si nos hemos detenido largamente en estas intervenciones de las mujeres zapatistas durante la gira del CIG en Chiapas, no es sólo para señalar lo obvio — que la lucha de las mujeres zapatistas es ejemplar—, sino justo para poner de relieve en qué consiste dicha ejemplaridad, de modo que podamos aprender de ella.
Como hemos visto, la lucha de las zapatistas ha sido un proceso de profundización permanente, que no se ha detenido ante ninguna etapa determinada de libertad, sino que está en búsqueda continua de una libertad cada vez más plena. En otras palabras, que no se ha paralizado ante las limitaciones, tanto objetivas como subjetivas, “externas” o “internas”, que han aparecido como parte de su caminar, sino que ha encontrado en sí el impulso para superarlas y, así, reencontrarse, pero ya de una manera más profunda, más libre. La lucha de las mujeres zapatistas es, entonces, dialéctica, filosófica; contiene en sí una razón de libertad, y no sólo la fuerza bruta para ello.
Es este aprendizaje —y no sólo el de la “gran fuerza de voluntad” o la “firmeza” de las zapatistas— el que más fructíferamente podríamos desprender del recorrido del CIG por Chiapas. Los relatos que nos compartieron las mujeres zapatistas contienen una profunda dialéctica de la liberación, una historia, y ellas se sienten parte viva de ésta.
Precisamente dicho método, dicha dimensión filosófica del zapatismo, es la que podemos recrear (no sólo “copiar” o “aplicar”) en nuestros distintos “calendarios y geografías”, con los diversos sujetos en resistencia, de modo que contribuyamos a la construcción de una sociedad cada vez más libre. En otras palabras: es justo a partir de la dialéctica que podemos tener algo de luz y darle concreción a la cuestión de la organización, al nuevo llamado del CIG a organizarnos.
El llamado a la organización continúa
En el número anterior de Praxis (pp. 1, 4), explorábamos cómo la organización no se limitaba sólo a su forma o contenido, sino que era, ante todo, método, auto-movimiento (es decir, dialéctica), y que esto surgía de la necesidad misma de auto-desarrollo de los procesos emancipadores: no era una imposición sobre éstos. En aquella ocasión, nos referimos a la lucha del CNI; ahora, hemos visto surgir este mismo automovimiento de la lucha de las mujeres zapatistas. ¿Cómo recrearlo con otros movimientos que nacen desde abajo? ¿Cómo hacer explícito lo que, en ellos, todavía se encuentra implícito?
Por ello, en ese mismo número de Praxis (p. 4), señalábamos que no bastaba con hacer llegar a los más amplios sectores sociales el llamado a la organización del CIG; tampoco, incluso, con recolectar y compartir los dolores que nos causa el sistema capitalista. Si bien este último punto es el inicio necesario de todo proceso de emancipación (darnos cuenta de qué nos oprime, para saber contra qué queremos rebelarnos), nuestro enfoque tendría que ser más amplio, de modo que pudiéramos contribuir plenamente a la realización de un movimiento constante, cada vez más profundo, de transformación social. Para ello, decíamos, sería crucial contar con la dialéctica en cuanto método, en cuanto motor más íntimo de las luchas, para así recrearla (concretarla) en conjunto con los distintos movimientos que nacen desde abajo.
Aquí, no haremos sino repetir dicha afirmación. Sin duda, la emancipación social es cuestión de “fuerza de voluntad”, de “tomar conciencia”, pero no sólo de ello. Ya lo había señalado el Sub Galeano en el seminario y serie de libros de 2015, El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista: “El zapatismo no puede ser explicado por sí mismo. Necesita conceptos, teorías y pensamientos críticos. [Sin ello], ustedes podrían llegar a pensar que todo es una cuestión de voluntad, de firmeza, de compromiso, de militancia” (Vol. 1, p. 263).
Modificando ligeramente las palabras de Galeano, nosotros diríamos que se necesita, sí, de “conceptos, teorías y pensamientos críticos” que nos ayuden a comprender objetivamente la realidad; pero, más aún, de un método, una filosofía que se convierta en el motor de nuestras luchas, en el impulso subjetivo-objetivo para visualizar una sociedad cada vez más libre, así como para irle dando realidad a esta idea. Este método histórico, el cual reconoce no sólo la existencia de contradicciones “externas” e “internas” a las luchas de emancipación, sino sobre todo la necesidad de superarlas, es la dialéctica. ¿Cómo contribuir a recrearla, aquí y ahora, en este nuevo momento histórico abierto por la campaña por la vida del CIG?
Notas
(1) Todas las intervenciones zapatistas y del CIG pueden encontrarse en la página de internet Enlace Zapatista, sección “Visita del CNI, del CIG y su vocera Marichuy en territorio zapatista”
(2) Para profundizar sobre esto, ver las entrevistas realizadas a distintas comandantas zapatistas durante los primeros meses de 1994 (documentos disponibles en el archivo histórico de Enlace Zapatista).
P R A X I S en América Latina No. 17 dic.2017- ene.2018. pp. 1,4.
http://www.praxisenamericalatina.org
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