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Noviembre 2017

Ideología:

Estado nación y pueblos indígenas



Pedro Portugal Mollinedo*

Este asunto es muy importante porque tocamos el tema político. La política en nuestro medio está actualmente desvalorizada; muchos aceptan la opinión del dramaturgo francés Louis Dumur: “La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos” y olvidan lo que indicó la antropóloga Margaret Mead —y que se aplica perfectamente a la acción política—: “Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado”.

El recelo a la política confunde lo malo de un proceso con lo que éste debería ser realmente. Tenemos una necesidad de cambio en Bolivia. Las frustraciones al respecto solo ponen de relieve esta urgencia. Por ello, es imprescindible deslindar aspectos teóricos sobre los pueblos indígenas y el Estado nación, relacionándolos con el tema político y la descolonización.


Debemos entender la política como la administración del poder. No es sentimiento ni sola ideología. No podemos creer que un gobierno sea “indígena” si éste no está en la administración pública también como directivo, y no solo como portero o recepcionista, o como elemento corrupto —como ocurre actualmente—, lo que sirve sólo para desmerecer nuestra causa.

Surgimiento del Estado nación

Para entender el Estado nación en relación a lo indígena, previamente debemos precisar algunas definiciones. El concepto Estado nación está conformado por dos términos, el primero es político-jurídico, el Estado; el segundo es histórico, étnico, cultural: la nación.

Estamos en momentos en que en la academia y en ámbitos políticos se difama el significado del Estado nación. En nuestro caso, esa difamación se escuda en la propuesta plurinacional.

El Estado nación hace parte de un proceso que puede calificarse de universal. El Estado nación es una forma de organización política que se caracteriza por tener un territorio claramente delimitado, una población relativamente constante, y un gobierno. Lo que da sentido a esa forma de organización política es su viabilidad.

El Estado nación surgió para resolver problemas de administración política en contextos cada vez más amplios y heterogéneos. Cuando ese proceso no se culmina surgen casos como España, donde regiones como Cataluña y el país Vasco están en permanente proceso de disociación. Lo de España es un caso de Estado nación fallido que contrasta con la situación de sus vecinos, por ejemplo Francia, que señala un caso exitoso de Estado nación. El Estado es, pues, una administración que para ser viable necesita una base estructural, que es la nación.

Existen otros componentes. Pueblo es el sujeto político en el que reside la soberanía constituyente de un Estado. El pueblo es el portador de mitos comunes a través de una memoria histórica, de comportamiento generalmente solidario. Otro concepto es la patria, que en sentido estricto es el país o lugar en el que se ha nacido o al que se pertenece por vínculos históricos o jurídicos, lo que implica una vinculación de carácter afectivo.

Un pueblo automáticamente no es Estado, pues ello implica un proceso político a través de la nación. La nación es una unidad compleja de varios elementos: conjunto de individuos unidos por un lazo común y por un lazo de conciencia que les permite una convivencia agrupada.

En Bolivia se ha popularizado el término nación para justificar el apelativo “plurinacional” del actual Estado. Sin embargo, una característica vital de la nación es la conciencia de ser tal, lo que está ausente en la mayoría de las “naciones” que conforman la actual plurinacionalidad boliviana.

De esa ausencia surge la instrumentalización política. Los miembros de esas supuestas naciones hacen el servicio militar boliviano, reverencian sus héroes y mitos fundadores y expresan culto patriótico a sus símbolos. El único pueblo en el que se vislumbra un sentimiento nacional real y fundamentado es el aymara, aunque es más fácil percibir nacionalismo ideológico en algunos de sus intelectuales urbanos que en ese pueblo propiamente dicho.

Se ha banalizado —influencia el muticulturalismo posmoderno— la dimensión de la nación y denigrado al Estado nación. La plurinacionalidad es, empero, artificial y sin real manifestación social. La ausencia de plurinacionalidad ha querido ser subsanada con sobredosis de ideología, lo que es el pachamamismo. Sin embargo, los verdaderos estados de conciencia no devienen del implante de ideologías, sino que son reflejo de condiciones materiales.

Así, se llama nación a cualquier manifestación, cuando en realidad la nación es algo concreto y evidenciable. La nación es —para utilizar los términos de Ernest Renan— un “plebiscito cotidiano”.

¿Cuáles son las condiciones materiales de la conciencia nacional y del Estado nación? Para responder, detengámonos un poco en la historia del Estado nación, que señala esa construcción no como solución existencial o resultado de procesos emotivos, sino como expediente político desarrollado primero en Europa.

El concepto de Estado fue utilizado por primera vez por el italiano Nicolás Maquiavelo —lo stato— para designar la organización política. Que Maquiavelo lo haya utilizado es revelador, pues para él por la naturaleza del hombre, sólo una organización fuerte puede garantizar un orden social adecuado.

Históricamente, el Estado nación es consecuencia del tratado de Westfalia, al final de un largo período de guerras en el siglo XVII. Este tratado acaba con el antiguo orden feudal generando nuevas organizaciones territoriales y de población. Se establecen límites espaciales y se ponen en marcha mecanismos institucionales que configurarán gradualmente esta nueva realidad.

Los dislates pachamamistas

El éxito de esta forma política lo universaliza. Su repetición en otros contextos no se debe únicamente a la perversidad colonial, sino a que inquietudes similares a problemas análogos tienden a generar respuestas comparables. La deformación colonial se expresa en la imposición del colonizador y en la aniquilación de la iniciativa del colonizado.

Indico ello porque se ha vulgarizado una interpretación de la descolonización según la cual, los modelos y formas administrativas propugnadas para los pueblos indígenas tienen que ser esencialmente diferentes a los de otras partes del mundo. Así, referirse a cualquier experiencia europea es rápidamente motejada de “eurocentrismo”, proponiendo como alternativa esquemas y modelos “genuinos”, pero fantasiosos e ilusorios.

Esta posición es nueva y no tuvo lugar en la descolonización que a partir de los años 60 cambió el mapa político mundial. No fue preocupación de los iraníes, por ejemplo, retornar a los detalles culturales de la antigua Persia ni reivindicar la religión de Zoroastro, sino que su lucha se la realizó bajo la identidad religiosa del Islam que, en definitiva, es una religión conquistadora como lo fue para nosotros el cristianismo.

El desenvolvimiento de los pueblos tiene sentido en un proceso que abarca toda la humanidad. Esa “globalización” explica que aun cuando no se sea parte de una determinada civilización que coyunturalmente encabeza el proceso mundial, cualquier pueblo puede legítimamente asumir sus logros y mecanismos, en la medida que les sean funcionales a su propio desenvolvimiento y a su específica coherencia.

Recientemente, el intento de alejar a los pueblos indígenas del contexto general, ha adquirido características sorprendentes al enclaustrar la reflexión sobre la descolonización, como si se tratará de recuperar saberes, conocimientos y formas de organización propias que, necesaria y “epistémicamente”, tienen que ser diferentes a las globales.

Ese posicionamiento es estrafalario y contraproducente, pues tiende a mantener la colonización en vez de superarla. En efecto, la corriente culturalista posmoderna que ha degenerado en el pachamamismo, tiene su origen en el Occidente y sirve a sus intereses. Cuando pensadores o activistas indígenas repiten esas pachotadas esencialistas se inhiben de asumir el rol básico de la descolonización, que es el tema del poder.

Ese sin sentido es particularmente grotesco en el marco teórico. Lo ilustraré con ejemplos: Es común creer que existe una visión lineal de la historia, que sería la occidental, mientras la nuestra sería cíclica. Esa visión lineal se la ejemplifica con la sucesión de etapas, tan cara al marxismo, mientras que la indígena es graficada con abundancia de términos exóticos, usualmente en lenguas nativas e ilustraciones que resaltan ciclos cerrados o procesos en los que sobresale un “progresivo retorno atrás”.

En realidad, la noción de historia cíclica es también occidental. Pongamos el caso de Arnold J. Toynbee y sus estudios sobre la historia. Es sabido que la ciencia necesita de instrumentos conceptuales para interpretar la realidad y en ese campo cuando se propone una teoría, no se lo hace como reivindicación étnica o como cruzada ideológica, sino como propuesta instrumental de conocimiento. Sin embargo, para muchos, la concepción cíclica de la historia es étnicamente nuestra, desconociendo su carácter científico occidental y, porello, vinculándose más con el esoterismo ocultista “ciclístico”, también occidental.

De la misma manera, la noción “occidental” de historia lineal tiene poco que ver con su caricatura. No es una flecha disparada al vacío, sino un proceso que generalmente toma la forma de espiral y que interpreta también el “retorno atrás”.

Pertinencia del Estado nación para los indígenas

Progresivamente, el modelo de Estado nación se consolida en Europa y el mundo. Las instituciones políticas del Estado nación madurarán en 1789 (Revolución francesa) y se plasman en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776) y el texto de su Constitución de 1787.

Se trata innegablemente de aportes que pueden ser útiles en cualquier contexto, a condición de poseer libertad y capacidad de innovarlos. Los pueblos indígenas por la situación colonial no disponen esa posibilidad y se les propone la receta de odiar al derecho romano y al código napoleónico y reemplazarlos con la justicia comunitaria. Esa fórmula es inculcada a los indígenas por las ONGs, la academia y actualmente el Estado plurinacional. Se propone un imaginario romántico de la justicia comunitaria, cuando la verdadera referencia —para los indígenas de Bolivia y de otros países— es el complejo código civil y penal del Tawantinsuyu, el cual estaba en transición de expresarse en términos de Derecho Positivo.

En la consolidación del Estado nación intervinieron los pueblos indígenas de las Américas como recursos de inspiración para los diferentes teóricos de este prceso. Los textos de Colón sobre las comunidades precolombinas en las Antillas alimentaron el mito del Buen Salvaje; los relatos sobre El Dorado nutrieron no sólo el imaginario de especuladores, sino también las reflexiones sobre modelos de sociedad; el Tawantinsuyu fue referencia de quienes discurrían sobre la justa administración estatal y, el modelo de los Hau De No Sau Nee, la confederación de Seis Naciones Iroquesas, influenció grandemente el sistema federal norteamericano.

Bajo la impostura del «saber» indígena, se han impuesto especulaciones sobre la
identidad indígena que perjudican el empoderamiento de nuestros pueblos. De
esa manera se quiere hacer creer que los indígenas tienen una cosmovisión
histórica diferente a la de otros países, cuando en realidad se copia la
especulación occidental, y no en sus vertientes científicas, sino esotéricas. El
resultado de esas maniobras se ve en los resultados políticos. Con el
pachamamismo el indígena está como exótico y marginal, sin ninguna
influencia en el curso de los acontecimientos sociales y políticos.

Fuente ilustración: diversos recursos web.


Los pueblos indígenas del Tawantinsuyu no pudieron hacer lo propio. El proceso colonial destruyó su Estado, les impidió la actualización de sus formas administrativas y de su pensamiento creador.

Es claro, entonces, que el tema central es el de la nación indígena y su relación con el Estado. Al ser coloniales los actuales Estados y al resultar éstos inviables, la responsabilidad de los pueblos indígenas es de constituir un real Estado. Sin embargo, su formulación llega a ser compleja por diversas razones, en particular por la especificidad colonial que viven nuestros pueblos.

Precisar el concepto «descolonización»

Es pues necesario detenernos en el proceso colonial y la descolonización, entendida ésta no en términos culturalistas pos-modernos, sino como la urgencia de Estado para estas naciones.

La colonización en nuestros situación reprodujo la clásica pirámide colonial, en la que la cúspide la ocupa el colono y la base el indígena. Pero también implementó otro mecanismo, según el cual los indígenas ejercen cierto poder autónomo, mientras la administración central la desempeñan los colonos. Al producirse la independencia de los actuales países latinoamericanos, esos esquemas no variaron, sino que se actualizaron.

Ambos mecanismos implementaron y justificaron la explotación económica, la opresión social y la discriminación racial. Curiosamente, al segundo recurso —aislar a las poblaciones indígenas otorgándoles cierta autonomía— se le ha otorgado ahora nobleza y legitimidad como “autonomías indígenas”. Sin embargo, la mayor consecuencia de estos mecanismos fue haber impedido la concreción de un Estado nación viable en esta región.

Curiosamente, el sistema de autonomías indígenas se parece al de los Bantustan en Sudáfrica. Empero, mientras estos últimos fueron objeto de repudio internacional, a los primeros se les otorga respetuosa consideración, creyéndoles erróneamente reivindicación propia de los indígenas.

Es bajo esta consideración que se desarrolla la justificación teórica de la plurinacionalidad en Bolivia. Se cree que se está innovando, cuando en realidad se reproduce el «desarrollo separado» que imperó en estas tierras durante la colonia.

Evidentemente, sobre esas bases el criollo no pudo fundar Estado nación alguno.

Se debe descartar, entonces, el uso posmoderno —eminentemente culturalista— del concepto descolonización y vincularlo más bien, al ambiente histórico, económico y social. En ese contexto tendremos un panorama más complejo, pero más realista. La primera complejidad viene del hecho de que, existiendo al interior de estos países relaciones de tipo colonial, ya sucedió en un acontecimiento histórico de tipo descolonizador: la independencia de los países latinoamericanos.

Descolonización no consiste, entonces, en expulsar a los criollos a su “madre patria”, pues en realidad ya no la tienen en lo que fue la Metrópoli. Mucho menos, descolonización es encerrarse en supuestas autonomías y recuperar “saberes”. La descolonización señala plasmar la tarea incumplida por el criollaje: construir el Estado nación.

La segunda complejidad se refiere a los términos de ese Estado nación. Un Estado nación no puede ser sino contemporáneo. No podemos pensar ejecutar un Estado nacional en circunstancias en que a nivel mundial la realidad del Estado mismo sufre mutaciones.

Entendemos a Estado nacional como la culminación de una sola nación en Estado. En realidad, los casos históricos son de Estado nación, en el que se crea una realidad nueva cuyo motor nacional puede ser uno de sus integrantes sin que ello implique la desaparición o sujeción de los otros componentes. Se trata, en realidad de una nueva identidad nacional. La constitución de la Alemania actual involucró la desaparición de más de 300 estados independientes, sin que claramente se pueda discernir una preponderancia definida. El caso de Francia es más elocuente: No hubo la “imposición nacional” de una Francia pre-existente hacia las otras “etnias”. No hubo recuperación milenaria, pues el mismo nombre de ese país se refiere a los francos, quienes fueron elementos germánicos invasores.

El Estado nación en términos de descolonización es pues una creación y no una recuperación, restauración o asunto parecido. Y se construye con materiales reales, existentes. Y eso nos lleva a la tercera complejidad.

No puede haber nación sin Estado

La tercera complejidad se refiere a la naturaleza de la participación indígena en ese proceso.

Si convenimos en que el Estado nación es producto de la voluntad política, ello no significa voluntarismo, sino acción sobre situaciones y condiciones concretas. El criollo ha fracasado en su responsabilidad de crear un país para todos, de constituir un Estado viable. La parte indígena es el reguardo histórico para ese emprendimiento.

El indígena constituye la parte de la población que puede encauzar y realizar la descolonización forjando una nueva realidad y creando el país para todos.

La experiencia que vivimos, el intento “de cambio” del MAS, se ha soldado por un fracaso en el terreno descolonizador. Las autonomías son pura fachada, desestimada por los propios indígenas. La impostura en los planteamientos del gobierno ha generado una corriente entre grupos de jóvenes indígenas urbanos bajo la consigna de “nacionalismo aymara”. Evidentemente, los aymaras son el pueblo con mayor aproximación entre los indígenas, para reclamar los atributos de nación. Sin embargo, no se puede pensar nación sin contemplar el Estado.

Ese aspecto todavía no es teorizado y menos desarrollado políticamente. De no hacerlo adecuadamente, esa corriente corre el riesgo de volverse marginal e irrelevante.

El nacionalismo tiene razón si contempla la noción de Estado, y si al hacerlo se la incluye en un contexto global, en el que necesariamente se deben conocer las nuevas formas de Estado que, paradójicamente en la actualidad, no están fundamentadas en el nacionalismo. Esa es la última complejidad a la que me refiero en esta ocasión.

En el caso de Bolivia ello implica que el aymara no se mire solo a sí mismo, sino al conjunto de la población y al mundo entero. Un término está ya en circulación, el de hegemonía qolla. Qolla expresa la raíz de la aymaridad que puede tener la virtud de integrar a la población en términos históricos y no esencialistas. Sin embargo, la palabra que la acompaña —hegemonía— no es inmediatamente tan prometedora, a no ser que sea felizmente formulada.

Hegemonía puede indicar la supremacía de un estado o pueblo sobre otro. Puede señalar también la dirección o conducción política que un pueblo pretende para guiar a otros hacia fines comunes. En este último caso, el pueblo aymara —a través de una determinada organización política— puede pretender la construcción del Estado nación en Bolivia y no necesariamente sólo de un Estado nacional.

Esta perspectiva exige visiones globales a partir de un enfoque nacional particular. Si se parte del nacionalismo aymara es porque existen tareas incumplidas en Bolivia, no por tribalismo. Las tareas incumplidas deben ser resueltas, así sea como parte de proyectos que al final la rebasen. Soslayar ello es, precisamente, mantener la estructura colonial y la situación subordinada de los pueblos indígenas.

Acometer la construcción del Estado nación implica discernir de qué manera se vincula el actual activismo indígena con la “memoria histórica”, no la quimérica pachamamista, sino la histórica indianista y katarista. También, cómo se pone término cabal a las tensiones del proyecto indígena con la republicana Bolivia. Ya Fausto Reinaga escribía:

«De la Bolivia mestiza y de la Bolivia india hay que hacer una sola Bolivia; una sola nación. Y que el Estado no sea, como hasta ahora, el opresor del indio, sino su real personificación jurídica».

Resulta anecdótico que el origen de la actual bandera boliviana haya sido la wiphala a franjas (que procede de la observación del arco iris). Curiosamente, este símbolo después sería antagonizado con la emergencia de la wiphala a cuadros. Ahora las dos banderas son símbolo de la postiza coexistencia plurinacional. Como nación, deberíamos tener una sola bandera.

Para concluir reiteramos: Ninguna reflexión política sobre la nación tiene relevancia si no se encara la administración de la misma, que sólo puede ser a través del Estado nación. Antonio Negri lo expresa de manera clara: “...si la nación se ha convertido en realidad, si la fuerza soberana ha dado origen a la nación, sólo ha sido a partir del concepto de Estado-nación”.

* El presente artículo es la transcripción, editada por el autor, de su conferencia magistral en el 1º Congreso de Historia Indígena organizado por la Carrera de Historia de la UPEA. y el Centro de Investigaciones y Estudios Históricos LARAMA , el viernes 13 de octubre 2017 en el Salón Akapana de la Universidad Pública de El Alto.

PUKARA Cultura sociedad y política de los pueblos originarios. Periódico Mensual Noviembre 2017 Qollasuyu Bolivia Año 11 Número 135. Pp. 8,9,10.

http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-135.pdf







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