Unión Europea
Europa a la hora del desguace
Guadi Calvo
Tras la Segunda Guerra Mundial, la Europa “libre” entendió que su destino era perecer en poco tiempo bajo las ruedas de la victoriosa locomotora soviética, convertirse en un manojo de naciones sin destino, las que terminarían machacándose como tan bien lo había hecho en las dos grandes guerras del siglo XX o unir su suerte a las políticas marcadas por Washington, para que se creara un mercado común europeo y no solo en lo comercial, sino también en lo militar. La urgencia por la Guerra Fría, obligó a que la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) se cristalizara en 1949, mientras que la Comunidad Económica Europea (CEE), antecesora de la Unión Europea (UE), se plasmara en 1958.
La II Guerra Mundial había obligado a las potencias coloniales europeas a librar su posesiones a su propia suerte, por lo menos por un tiempo, por lo que muchas naciones particularmente africanas y del sudeste asiático se encontraron con una independencia política para la que no estaban preparadas después de casi dos siglos de expoliación, saqueo y genocidio a los que con particular perversión fueron sometidas por el Reino Unido, Francia y Bélgica. Sin embargo, las metrópolis se siguieron sirviendo hasta hoy de sus yacimientos inacabables de materias primas como petróleo, uranio, oro, piedras preciosas, cobalto, coltan y un larguísimo y sangriento etcétera.
Europa también siguió presente a la hora de armar ejércitos tribales para marchar contra otros ejércitos tribales para resolver milenarias disputas étnicas y territoriales, que la presencia europea de casi dos siglos en el continente solo exacerbaron. Quizás recordar el millón de muertos tutsis a manos de hutus, que se produjeron en solo tres meses en el “lejano” 1994, disputa ruandesa alentada por Paris y Bruselas, que nos exime de más explicaciones.
Aunque si quieren hablar de genocidios, alcanzaría con solo nombrar al rey belga Leopoldo II y sus más de 10 millones de muertos en su Estado Libre del Congo a manos de sus capataces y en nombre del derecho de la libre empresa, masacres que se produjeron entre 1885 y 1906. Pero también, hay muchos más genocidios y muchos más cercanos en el tiempo para recordar los sacrosantos derechos europeos.
Europa y Estados Unidos abastecieron de armamentos al Irak de Sadam Hussein para que se lance a una guerra contra el Irán de los Ayatolás, que se cobró un millón de muertos tras ocho años de guerra (1980-1988). Lo que se dice una bicoca.
La Europa “libre”, aliada de los Estados Unidos hasta la humillación, siguió las órdenes económicas, políticas y militares de Washington siempre y sin demasiados sobresaltos. Incluso pudiendo manejar la crisis provocada por la caída del bloque soviético y todas sus consecuencias, como la absorción de muchos países que habían sido aliados de Moscú y miembros del Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua (Pacto de Varsovia), la versión socialista de la OTAN, firmado en la capital polaca en 1955.
Recordemos las guerras, tras la disolución de Yugoslavia, que provocaron la carnecería de los Balcanes, que muy, pero muy mal contada, dejaron 150 mil muertos y cuatro millones de desplazados bajo la atroz mirada de Occidente que, con cierto deleite, observó cómo millones de ex comunistas volvían al tiempo de las cavernas.
Sino que lo digan los cascos azules holandeses de la Fuerza de Protección de la ONU (Unprofor) que en 1995 permitieron que en Srebrenica, en la actual Bosnia, más de 9 mil musulmanes bosnios fueran asesinados, después de torturas que pondrían incomodar al propio Führer, por las tropas serbiobosnias de Ratko Karadzic, sin que se les mueva un pelo.
Europa, permitiendo sin chistar las masacres de los noventa en Somalia, Timor Oriental, Irak y Afganistán, se degradó a la medida de su socio mayor los Estados Unidos, a quien acompañó, bajo los órdenes de George Bush padre, en la primera guerra a Irak en 1991, contra su ex aliado, amigo y cliente Sadam Hussein.
Desde entonces cada vez más la Europa “libre” fue siguiendo con más apego las políticas marcadas más que por Washington y Wall Street por el Pentágono. Así se convirtió en cómplice de cada una de las matanzas que, desde esa filial del infierno, se ha dispuesto contra innumerables pueblos cuyo único pecado ha sido existir sobre un yacimiento de recursos necesarios a las leyes del mercado
Europa no fue ajena ni a la invasión a Afganistán en 2001, ni a la invasión a Irak en 2003, gerenciadas por el macabro trio de las Azores (Bush hijo, Blair y Aznar) cuyas consecuencias hasta hoy el mundo sigue pagando.
La última gran barbarie europea con la que ha puesto su cabeza en el lazo ha sido la “Primavera Árabe” que en 2011 abrió una guerra de destrucción contra las naciones de avanzada como lo eran Libia y Siria, provocando, además, un número incontable de muertos y desplazados. A la demolición de esas dos naciones, se unen la creación del Estado Islámico y un sinnúmero de otras guerras y revueltas que siguen provocando miles de muertos como en Yemen y hacen inmanejables amplias regiones de Nigeria, Mali, el Sahel en general, Pakistán, Afganistán y que han terminado llevando la ola terrorista de falsas reivindicaciones musulmanas, hasta países tan lejanos como Filipinas, Malasia e Indonesia y una lluvia de atentados a lo largo de Europa, que solo se detiene para tomar mayor impulso.
Entre encerrarse o escaparse
La persistencia europea de aferrarse a sus errores, fundamentalmente la de seguir a pie juntillas las políticas norteamericanas, es la que hoy hace que el pueblo catalán pretenda escindirse de una España, cada vez más anémica, manejada por un tiranuelo llamado Mariano Rajoy que a pesar de su metro noventa, le falta mucho para alcanzar los 163 centímetros de Francisco Franco, a quien esto nunca le hubiera sucedido.
La suerte que hoy se juega en Cataluña, más allá de cualquier resultado, está echada y en ella también se cifra el destino de Europa.
Aunque el enano moral de Rajoy se salga con la suya y deje más muertos y heridos en las calles de Barcelona que el ataque terrorista de agosto, tarde temprano, los catalanes se saldrán con la suya. Y la pregunta entonces es: ¿qué pasará con los vascos? Y de producirse aquello, ¿Cuánto más sobrevira una España “Grande y Libre”?
En el Reino Unido, a pesar de su Brexit que en 2016 sacudió al mundo, el hálito independentista de Escocia no parece haber menguando y la intensión de un nuevo referéndum para conseguir su independencia ya está otra vez en marcha. Londres intenta cerrar toda salida, pero ahora el mundo también está atento a la cuestión.
Aunque el complejo problema del separatismo no es una novedad en Europa, países como Francia o Italia también tiene sus cuestiones en esa dirección, cada vez más surgen nuevas voces del nacionalismo populista de ultraderecha que sin ningún pudor se declara antieuropeo y antiinmigrante, en casi todos los países pertenecientes a la UE que comparten o no el espacio Schengen (donde circula libremente toda persona que haya entrado regularmente por una frontera exterior europea o resida en uno de los países que aplican el Convenio firmado en 1985).
Tras las grandes crisis de refugiados, a consecuencia de las políticas bélicas llevadas a cabo por los Estado Unidos y Europa que se suceden desde 2014, han brotado y con mucha fuerza los resabios fascistas que nunca murieron en el continente.
A la llegada desesperada de olas y olas de refugiados, se suma la serie de ataques terroristas que desde enero de 2015 han generado apenas un par de centenares de muertos, absolutamente nada si se compara con lo que ha sucedido en el mismo tiempo en Siria, Irak, Yemen, Libia, Somalia, Nigeria Mali, Afganistán o Pakistán. A ello se agrega, la crisis económica por las políticas neoliberales, que han encendido todas las alarmas de la ultraderecha europea.
La llegada de noventa parlamentarios del neonazis de Alternativa para Alemania (AfD) al Bundestag ha suscitado infinitos resquemores dentro y fuera de Alemania en el ambiente político y empresarial europeo, como si las políticas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, entre otras organizaciones del “bien público”, no tuvieran nada que ver en esta realidad.
Si alguien recorriese el mapa europeo, como aquel fantasma que lo hizo a mediados de siglo XIX, se encontraría que decenas de organizaciones similares a la AfD alemana, se han multiplicado en los últimos cinco años, en los que la desocupación y la crisis económica intentan ser excusadas por la llegada de inmigrantes expulsados de sus países por las propias políticas guerreristas de Estados Unidos y sus socios de la OTAN.
Que la ultraderecha francesa haya quedado segunda, tras la inesperada victoria del neoliberalismo de Emanuel Macron, no es más que el augurio de que los herederos del Frente Nacional de los Le Pen, con otro nombre y otras caras si fuera necesario, volverán a acercarse peligrosamente al Eliseo. Más aún, teniendo en cuenta el desgaste político de Macron tras la implementación de paquetes neoliberales que incluyen la flexibilidad laboral.
La ultra derecha filo nazi ya no es una promesa en Hungría o Polonia, sino una realidad que gobierna incomodando a los señores bien comportados de Bruselas, sede de la UE. En Hungría, el Fidesz conservador y populista gobierna con mayoría absoluta desde 2010. Su primer ministro, Viktor Orban, que ha restringido la libertad de prensa a niveles que se desconocen en el continente desde la II Guerra Mundial, ha desafiado todas las sugerencias de la UE respecto a la cuestión de los refugiados levantando vallas en las fronteras.
En Polonia, el Partido Ley y Justicia (PiS), gobierna con mayoría absoluta desde 2015, estableciendo políticas islamofóbicas, y una muy discutible reforma que pone al poder judicial bajo la tutela del control político. Los sectores ultraderechistas polacos operaron con la complicidad de la CIA y otros servicios de inteligencia occidentales en la asistencia de grupos neonazis ucranianos como el Pravy Sektor (sector derecha) y el movimiento Svoboda (Libertad), que articularon todos los actos terroristas previos a la caída de Viktor Yanukovich, en 2014, permitiendo la instauración del magnate Petró Poroshenko, quien está perpetrado un genocidio contra las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Sin mencionar que de sus fábricas de armamentos salió mucho material para los hombres de Abu Bakr al-Bagdadí, alias el califa de Estado Islámico. Casualidades.
El Partido por la Independencia del Reino Unido, (UKIP) definido como eurófobo, thatcherista y antiinmigrante, acaba de elegir como nuevo líder a Henry Bolton, un ex oficial de infantería que busca reinstalar el ideario en los sectores populares donde diferentes versiones de la izquierda sigue teniendo cierta presencia. El UKIP fue noticia por sus avances en las últimas parlamentarias europeas además de intentar establecer políticas de ha propuesto deportaciones masivas y el cierre de decenas de mezquitas.
Europa está siendo víctima de sus propias aberraciones históricas y de sus dirigentes sin percibir las trágicas consecuencias que su desguace puedan producir.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
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