Comparto la ponencia que presentaré en el seminario internacional convocado en Vallegrande, Bolivia, para honrar la memoria del "guerrillero heroico" a cincuenta años de su vil asesinato
.
El Che, medio siglo después
Por Atilio A. Boron
“Por la noche di una pequeña charla sobre el significado del 26 de
Julio; rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios.
”
“El socialismo económico sin moral
comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo
luchamos contra la alienación.
”
Las dos
citas del epígrafe que preceden este trabajo resumen admirablemente el
pensamiento del Che. La primera está contenida en su célebre Diario
redactado durante la campaña guerrillera en Bolivia. La segunda en una
entrevista que le hiciera Jean Daniel en Argelia. Ambas delimitan los contornos
de su proyecto político integral, irreductible a las estériles fórmulas del
marxismo soviético imperante en aquellos tiempos y a la redefinición en clave
economicista de la gigantesca empresa de construir un hombre y una mujer
nuevos. Es necesario recordar estos
planteamientos en vísperas del quincuagésimo aniversario del asesinato del Che
en Bolivia. Las circunstancias del crimen son archiconocidas y no tiene sentido
reiterar aquí lo que es por todos sabido. Nomás basta con recordar que caído en
combate, el día anterior, las heridas del Che no ponían en riesgo su vida. Pero
la orden emanada de la CIA fue terminante: “mátenlo y desaparézcanlo.” Que no
haya un santuario donde descansen sus restos y se convierta en un lugar de
peregrinación para sus seguidores de todo el mundo. “Que siga la suerte de Patrice
Lumumba”, habrán pensado sus asesinos. El asesinato del comunista congoleño fue
aún más vil y canallesco que el del Che. A éste lo mataron de un balazo, uno
sólo, disparado a quemarropa. Al africano lo acribillaron a balazos, lo
enterraron en un lugar secreto y, poco después, dos oficiales de la policía belga,
expertos en esta clase de crímenes, exhumaron el cadáver, lo cortaron en trozos
y lo sumergieron en ácido sulfúrico para disolver sus restos y eliminar
cualquier posibilidad de encontrarlos. La obsesión del imperio y sus aliados,
en el caso de Lumumba los británicos y los belgas, era no sólo matar sino hacer
olvidar. La misma obcecación perturbaba el sueño de los estadounidenses cuando
capturaron al guerrillero heroico. El
plan funcionó con el congoleño, pero fracasó por completo con el Che. Aún
desaparecido su presencia se tornó cada día más gravitante y el guerrillero
heroico se convirtió en un ícono revolucionario mundial, una bandera de todas
las luchas en cualquier lugar del planeta. Allí donde un explotado o un
oprimido se levanta contra una injusticia la imagen del Che -inmortalizada en
aquella fenomenal fotografía captada por Alberto Díaz (Korda)- se convierte de
inmediato en el símbolo universal de la lucha, en bandera de combate contra
toda forma de opresión. Treinta años después de su asesinato los restos del Che
aparecieron en una fosa común en Valle Grande de donde fueron enviados de
regreso a Cuba y hoy descansan para siempre en Santa Clara, la ciudad en donde
libró y ganó la decisiva batalla que
abriría de par en par las puertas para el triunfo de la Revolución Cubana.
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El Diario del Che en Bolivia, anotación del 26 de Julio de 1967 |
Decíamos que
los trazos principales de su biografía son de sobra conocidos.
Baste con decir que si bien el Che provenía de una familia y un ambiente social
progresista, claramente identificado con los republicanos durante la Guerra
Civil española y por ello netamente antifascista, su proceso de formación
ideológica tuvo un vuelco decisivo con la constatación in situ de la lacerante situación de las clases populares durante
sus dos viajes por América Latina en los cuales Bolivia fue una necesaria
estación de su odisea continental. Dueño de una curiosidad inagotable y de una
inmensa capacidad de trabajo, sus numerosas lecturas fueron dando forma a una
cosmovisión revolucionaria que la asumiría íntegramente (y la profundizaría) el
resto de su vida.
El Che: teórico de la práctica, práctico de la teoría
Cabe
preguntarse, en tiempos dominados por el eclecticismo posmoderno y la
desilusión con la política y la democracia burguesas, ¿qué es lo que queda del mensaje
del Che para las actuales generaciones?
Muchas cosas, por supuesto. Por algo sigue siendo fuente de inspiración
para los luchadores sociales de todo el mundo. Queda su inquebrantable
coherencia, la inescindible unidad entre teoría, pensamiento y práctica que
rigió toda su vida; su absoluta convicción de que este mundo es inviable y que
sólo una revolución a escala planetaria podrá salvarlo de la némesis que lo lleva a su autodestrucción. Suficiente
para comprobar la excepcional actualidad del Che y la vigencia de sus
enseñanzas, de sus escritos, sus discursos, su ejemplo.
En esta ocasión
quisiera adentrarme un poco más en su legado teórico forjado, como decíamos más
arriba, por su práctica política que arranca con sus dos viajes por
Latinoamérica donde establece su primer contacto orgánico con el marxismo a
través de un médico sanitarista peruano, el doctor Hugo Pesce Pescetto,
especialista en el tratamiento de la lepra. Pesce había sido, junto a José
Carlos Mariátegui, co-fundador del Partido Socialista Peruano y a la sazón era
uno de los máximos dirigentes del Partido Comunista del Perú. El Che lo conoce
en su primer viaje cuando arriba a Lima, en Mayo de 1952, y es a partir de ese
diálogo que se profundiza su conocimiento del marxismo. Esto lo reconoce el Che
quien, años después, al enviarle de
obsequio un ejemplar de “La Guerra de Guerrillas.” escribe en su dedicatoria lo
siguiente:
«Al Doctor
Hugo Pesce, que provocara, sin saberlo quizás, un gran cambio en mi actitud
frente a la vida y la sociedad, con el entusiasmo aventurero de siempre pero
encaminado a fines más armoniosos con la necesidades de América.»
Y firma,
“Faternalmente, Che Guevara.”
Su vínculo
con Hilda Gadea, peruana radicada por entonces (año 1953) en Guatemala
profundiza su familiarización con los clásicos del marxismo. Los dramáticos
acontecimientos que tienen lugar en 1954 en ese país: la invasión organizada
por la CIA al mando del coronel Castillo Armas y el derrocamiento de Jacobo
Arbenz habrían de completar con las duras lecciones de la praxis el proceso
formativo del joven médico argentino. La continuación de su viaje hacia Ciudad
de México, luego del afortunado encuentro en Guatemala con el “moncadista”
cubano Antonio “Ñico” López (que sería quien rebautizaría a Guevara con el
“Che” que lo haría célebre) lo pone en contacto primero con Raúl Castro Ruz y
luego con su hermano, Fidel. Tal como lo cuenta el mismo Guevara, bastó una
noche de conversación con el Comandante para que se convirtiera el médico de
los expedicionarios del Granma y sin atisbarlo, iniciara el camino que lo
transformaría en el más famoso guerrillero del mundo. En sus propias palabras,
según una confesión que le hiciera a Jorge Masetti y que la reprodujera en una
carta que enviara a sus padres desde México: “Charlé con Fidel toda una noche.
Y al amanecer ya era el médico de la futura expedición”. La admiración que se
prodigaban recíprocamente era extraordinaria, y se hizo patente en esa larga
conversación de diez horas a mediados de Julio de 1955 en Ciudad de México. El
Che percibió rápidamente que Castro era “un hombre extraordinario. … Tenía una
fe excepcional en que una vez que saliera hacia Cuba, iba a llegar. Que una vez
llegado iba a pelear. Y que peleando, iba a ganar. Compartí su optimismo. Había
que hacer, que luchar, que concretar. Que dejar de llorar, y pelear”.
En las páginas
que siguen echaremos un vistazo a una de las facetas menos conocidas -o, tal
vez, la más olvidada- de este personaje extraordinario. Su condición de recreador
del pensamiento marxista en clave latinoamericana. Desconocimiento u olvido
explicable por la celebridad adquirida como “el guerrillero heroico”, por la
productividad de su praxis histórica que, lógicamente, eclipsa todas las demás.
Valiente hasta el punto de llegar a la
temeridad, como lo reconocería Fidel, y
a la vez noble y generoso como pocos con sus vencidos, el Che guerrillero
ejerce tal fascinación que desplaza hacia las sombras al fecundo teórico
marxista. Este extraño combatiente, este hombre de acción, luchaba con las
armas en la mano mientras cargaba en su mochila las poesías de León Felipe y
Pablo Neruda. En sus campamentos en la selva boliviana había más de un centenar
de libros, muchos de los cuales eran verdaderas joyas del pensamiento social
universal. No fue entonces casualidad su capacidad para recibir críticamente
algunas de las categorías del marxismo soviético y para someter a implacable
crítica la grotesca deformación que éste había sufrido a manos de la Academia
de Ciencias de la URSS y sus insoportables manuales de “marxismo-leninismo”.
Hay un sugestivo paralelo entre Gramsci y el Che: ambos repudiaron las
codificaciones “escolásticas” del marxismo, sean éstas de la Segunda o la
Tercera Internacional. Gramsci, burlándose de la interpretación canónica de El Capital instaurada por la Segunda
Internacional. Lo hace en su breve escrito a propósito del estallido de la
Revolución Rusa, “La revolución contra El Capital”. El Che, haciendo lo propio con los manuales
soviéticos que también decretaban la imposibilidad de la revolución en los
países atrasados.
Tanto uno
como el otro libraron una batalla sin cuartel contra el “economicismo” décadas antes de que
algunos intelectuales, arrepentidos de sus pecados juveniles, renacieran como
infecundos posmarxistas y “descubrieran” el determinismo economicista que,
según ellos, condenaba irremisiblemente la teoría marxista al cementerio de las
ideas. Carentes del talento y la audacia intelectual que les sobraban a Gramsci
y el Che, se rindieron ante las caricaturas del marxismo y en lugar de repensarlo
creativamente arriaron sus banderas, borraron su propia historia y su identidad
y optaron por adherir a la ideología del nuevo bloque dominante o, en el mejor
de los casos, por un estéril eclecticismo.
Heredero de
una noble tradición, de la cual José Carlos Mariátegui fue el gran precursor,
el Che concebía al marxismo en sintonía con la Tesis Onceava de Marx: en vez de
interpretar el mundo, de lo que se trata es de cambiarlo. Como Lenin, creía que
“el marxismo no era un dogma sino una guía para la acción”. Por eso, si la
teoría se daba de bruces con la realidad aquélla debía ser meticulosamente
revisada. Si el eurocentrismo del marxismo originario no le hacía lugar a la
revolución socialista en la periferia había que liberarlo de esos
condicionamientos y, sin tirar al niño junto con el agua sucia de la bañera,
recrear la teoría para dar cuenta del inédito desafío práctico que no había
sido previsto por los padres fundadores. Y si los “manuales” soviéticos postulaban
una visión etapista y mecanicista según la cual no podía haber revolución
socialista sin que antes hubiera una revolución democrático-burguesa liderada
por la burguesía nacional, lo que había que hacer era arrojar esos textos por
la borda y repensar todo de nuevo. En esta operación el Che demostró, al igual
que los grandes clásicos del pensamiento marxista, que la teoría no es un
edificio acabado sino una obra en construcción y, por lo tanto, en permanente
revisión y reconstrucción. Demostró también que el abandono de ciertas
proposiciones (y sus correlatos político-prácticos) y su reemplazo por otras
puede hacerse sin necesariamente menoscabar el argumento central del marxismo;
la teoría de la plusvalía como la viga maestra que revela el carácter
insanablemente injusto, explotador y predatorio del capitalismo. Y que el
proyecto socialista trasciende el marco económico o el productivismo: que de lo
que se trata es de crear un hombre y una mujer nuevos, una nueva cultura, una
democracia participativa integral, una nueva economía, un internacionalismo
concreto y eficaz, basado en la solidaridad efectiva y el altruismo. Todo esto
requiere de un sustento material; pero si en este todavía sobreviven los
elementos constitutivos del capitalismo el proyecto socialista habrá muerto
antes de nacer.
El legado
teórico del Che es inmenso y la tarea de recuperarlo está lejos de haber sido
realizada. Sus pesimistas apreciaciones sobre la escena internacional de su
tiempo, dominada por la doctrina de la “coexistencia pacífica” proclamada por
la URSS, fueron proféticas. La “guerra de las galaxias” de Reagan y la ofensiva
final de George Bush (padre) terminaron destruyendo a la Unión Soviética y
evidenciando el yerro de aquella doctrina; su visión de que no se puede
construir el socialismo “con la ayuda de las armas melladas que nos legara el
capitalismo” es irrebatible a la luz de la experiencia. Su premonición de que
la URSS ya había iniciado el retorno hacia el capitalismo, formulada a mediados
de los sesentas, revela el incisivo carácter de su mirada. Además, sus análisis
sobre la naturaleza incorregible y brutal del imperialismo fueron corroborados sin
solución de continuidad. Así lo prueban las atrocidades perpetradas en
Hiroshima y Nagasaki pasando por los horrores perpetrados durante once años en
la Guerra de Vietnam, los “bombardeos humanitarios” de Bill Clinton en los
Balcanes, el criminal bloqueo primero y
la destrucción después de Irak, el posterio saqueo y destrucción de Libia -con
linchamiento de Muammar el Gadafi incluido- el brutal ataque a Siria, la
“invención” del ISIS y, entre nosotros,
su no menos criminal ofensiva lanzada contra la Revolución Cubana desde sus
inicios y, posteriormente, contra cuanto gobierno haya tenido la pretensión de
luchar por la autodeterminación nacional y la justicia social. La brutal escalada
violenta lanzada contra la Revolución Bolivariana en Venezuela es apenas el
último eslabón de una siniestra cadena de crímenes. Por esto, y por muchas
otras razones, a cincuenta años de su asesinato el Che es nuestro contemporáneo
y sigue siendo permanente fuente de inspiración.
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Estatua del Che niño, casa de la familia Guevara en Alta Gracia |
Crítica de la Economía Política
del capitalismo y del socialismo
El Che fue
un implacable crítico del capitalismo como sistema, y de los diversos proyectos
que en Nuestra América trataron de presentarlo con un rostro amable y
progresista. En ese sentido sobresalen las reflexiones volcadas en el brillante
discurso que pronunciara el 8 de Agosto de 1961 en la Conferencia del Consejo
Interamericano Económico y Social de la OEA celebrada en Punta del Este.
La reunión había sido impulsada por la Administración Kennedy con dos
objetivos: organizar el “cordón sanitario” para aislar a Cuba y lanzar con
bombos y platillos la Alianza para el Progreso (ALPRO), como alternativa a los
ya inocultables éxitos de la Revolución Cubana. En el tramposo marco de esa
conferencia el Che no sólo refutó las calumnias lanzadas por el representante
de Washington, Douglas Dillon y sus lenguaraces latinoamericanos, sino que
también hizo gala de su notable ironía para dejar en ridículo a quienes
proponían como panacea universal para América Latina a la ALPRO, la “mal
nacida”, como la fulminara en su obra el inolvidable Gregorio Selser.
Anticipándose a una crítica que posteriormente adquiriría generalizada
aceptación el Che dirigió sus dardos en contra de los proyectos de desarrollo
pergeñados por la tecnocracia internacional del Banco Interamericano de
Desarrollo, el Banco Mundial o el FMI, obra de “técnicos muy sesudos” -decía,
mientras su rostro se iluminaba con una sarcástica sonrisa- para los cuales mejorar
las condiciones sanitarias de la región no solo era un fin en sí mismo sino un
requisito previo de cualquier programa de desarrollo. Guevara observó que, en
línea con esa premisa, de 120 millones de dólares en préstamos desembolsados
por el BID la tercera parte correspondía a acueductos y alcantarillados.
Y añadía que
“Me da la impresión de que se está pensando en hacer de la letrina una cosa
fundamental. Eso mejora las condiciones sociales del pobre indio, del pobre
negro, del pobre individuo que yace en una condición subhumana; ‘vamos a
hacerle letrinas y entonces, después que le hagamos letrinas, y después que su
educación le haya permitido mantenerla limpia, entonces podrá gozar de los
beneficios de la producción.’ Porque es de hacer notar, señores delegados, que
el tema de la industrialización no figura en el análisis de los señores
técnicos (entre los cuales figuraba con prominencia Felipe Pazos, economista
cubano que había buscado “refugio” en Estados Unidos ni bien triunfara la
revolución). Para los señores técnicos, planificar es planificar la letrina. Lo
demás, ¡quién sabe cuándo se hará!” Y remataba su ironía diciendo que
“lamentaré profundamente, en nombre de la delegación cubana, haber perdido los
servicios de un técnico tan eficiente como el que dirigió este primer grupo, el
doctor Felipe Pazos. Con su inteligencia y su capacidad de trabajo, y nuestra
actividad revolucionaria, en dos años Cuba sería el paraíso de la letrina, aun
cuando no tuviéramos ni una de las 250 fábricas que estamos empezando a
construir, aun cuando no hubiéramos hecho Reforma Agraria.”
Al exponer
las falacias de la ALPRO, mismas que con diferentes imágenes hoy sostienen los
ideólogos del neoliberalismo y del libre cambio, el Che atacó también la
pretensión de los economistas que presentan sus planteamientos políticos como
si fueran meras opciones técnicas. La economía y la política, decía, “siempre
van juntas. Por eso no puede haber técnicos que hablen de técnicas, cuando está
de por medio el destino de los pueblos.” Al insistir en la inherente
politicidad de la vida económica el Che subrayaba una verdad que la ideología
dominante ha ocultado desde siempre, haciendo que las opciones de política
económica que deciden quién gana y quién pierde, quién se empobrece y quién se
enriquece, aparezcan como meros resultados de inexorables ecuaciones matemáticas,
“objetivas”, incontaminadas por el barro de la política. Si hoy en la Argentina
o Brasil, como en Estados Unidos o Europa, crecientes sectores de la población
son arrojados al desempleo o por debajo de la línea de la pobreza mientras que
la rentabilidad de las grandes empresas y los salarios de sus máximos
ejecutivos se miden en millones de dólares esto no puede ser adjudicado a
ningún factor político sino que es el gélido corolario de un juicio estrictamente
técnico. Si el ajuste neoliberal empobrece a los pobres y enriquece a los ricos
no es porque se haya tomado una decisión política en contra de los primeros sino
porque así lo dicta un argumento técnico, optimizador de los equilibrios
macroeconómicos requeridos para el crecimiento de la economía. Sólo un espíritu
estrecho podría pensar que una tal decisión refleja las prioridades de una
clase dominante interesada en promover ese resultado y para la cual es preferible
salvar a los bancos antes que salvar a los pobres. Guevara destruyó
implacablemente estos argumentos, predecesores de los actuales que hoy resurgen
con fuerza en la Argentina de Mauricio Macri y en el Brasil de Michel Temer en
donde las ideas que el Che combatió con enjundia en Punta del Este reviven bajo
nuevos ropajes pero con las mismas intenciones.
Pero más
allá de su crítica a estos proyectos ensayados en Nuestra América el Che
sometió al escalpelo de su incisiva inteligencia la burda codificación de la
teoría económica de Marx realizada por la Academia de Ciencias de la Unión
Soviética y que se plasmó en un “Manual” que, como observara el economista
cubano Osvaldo Martínez, se convirtió en los años sesenta en una especie de “Biblia económica” que en la práctica, sustituía a El Capital . Ese “ladrillo
soviético” planteaba lo que según sus autores era nada menos que la economía
política de la transición al socialismo y perfilaba, en grandes rasgos, los contornos
del socialismo desarrollado.
Huelga decir que dicho texto no era otra
cosa que la exaltación del proceso único e irrepetible seguido por la
experiencia de la Unión Soviética durante el estalinismo, elevado a la
categoría de “modelo” de ineludible implementación por todos los países que
iniciaran el escabroso sendero de la revolución socialista. El Che se impuso la
tarea de examinar los problemas, falencias y desviaciones de la experiencia
soviética –que pasaban inadvertidos para la mayoría de los observadores y
militantes- con el “mayor
rigor científico posible” y con “la máxima honestidad”. Agregaríamos que,
también, con la máxima discreción. Sus críticas a la Unión Soviética, sobre
todo a su modelo económico y a la teoría de la “coexistencia pacífica”, eran
bien conocidas y compartidas in pectore
por Fidel y buena parte de la dirigencia del Partido. Pero Fidel, en cuanto
Jefe de Estado, no podía decir lo que, una vez desvinculado de sus cargos
formales en Cuba –en el Partido, en las fuerzas armadas revolucionarias, en el
aparato estatal- el Che podía ya decir sin impedimentos. La Cuba bloqueada y
agredida, sometida a atentados permanentes y a una ofensiva diplomática,
política y mediática brutal tenía demasiados enemigos y no podía darse el lujo
de criticar abiertamente a los pocos amigos con los que contaba en este mundo.
La URSS lo era, más por razones de conveniencia geopolítica para Moscú que por una
genuina identificación con la Revolución Cubana, y hubiera sido un gesto de
enorme irresponsabilidad que Fidel, como Jefe de Estado, diera a conocer
públicamente su concordancia con las críticas del Che.
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Junto al retrato del Che, en su casa de Alta Gracia |
Es preciso
reconocer la coherencia de la actitud del Che y la responsabilidad con que
manejó sus críticas porque para ese entonces la URSS era la aliada estratégica
–casi diríamos que única- de Cuba y lo último que quería era deteriorar con sus
críticas las relaciones de cooperación económica que existía entre ambos
países.
Además, tampoco quería llevar agua al molino del imperialismo con sus críticas
al modelo soviético, a diferencia de tantos “izquierdistas de cafetín”, como
dice Álvaro García Linera, que en su afán de criticar los procesos emancipatorios
en curso en América Latina no dudan un instante en asumir como propias las críticas
del imperialismo a aquellas experiencias. Un ejemplo: la absoluta
irresponsabilidad con que “infantoizquierdistas” como los trotskistas,
autonomistas y anarquistas cantan a coro que “Maduro es una dictadura”, para
beneplácito de “la embajada” y la prensa canalla de Argentina y toda América
Latina.
Con certera
mirada el Che dice algo que es válido, según mi parecer, al día de hoy, a
saber: que “la investigación marxista en el campo de la economía está marchando
por peligrosos derroteros. Al dogmatismo intransigente de la época de Stalin ha
sucedido un pragmatismo inconsistente.”
En línea con esta capacidad de análisis el Che pronostica, precozmente, “que los cambios
producidos a raíz de la Nueva Política Económica (NEP) han calado tan hondo en
la vida de la URSS que han marcado con su signo toda esta etapa … (por lo cual)
se está regresando al capitalismo”. Tal
como ocurriera en otros ámbitos de la vida social y política de la URSS lo que
al principió surgió como una imperiosa necesidad, la NEP, poco después se
convirtió en virtud y en modelo a emular. Como observa con razón Osvaldo Martínez,
de la reflexión guevariana “se desprende
la falsedad del mito manualesco sobre la irreversibilidad del socialismo una
vez establecido, y la suprema lección de que es en la conciencia y no en el
estímulo material de los humanos
donde el socialismo puede hacerse irreversible, si esa conciencia se educa y se
alimenta con valores de solidaridad.” Tal como él lo estableciera en numerosas
ocasiones, la divulgación de esta cosmovisión socialista choca contra cinco
siglos en los cuales el capitalismo socializó a la población en sus propios
valores individualistas, egoístas, consumistas, y cambiar esa conciencia no es
tarea sencilla. “El capitalismo recurre a la fuerza” -dice el Che- pero además educa a la gente en
el sistema” ¡y lo viene haciendo desde hace quinientos años!
Producto del economicismo que inficionaba al modelo
soviético esa tarea refundacional en materia educativa y cultural, esa “batalla
de ideas”, no se pudo hacer en la URSS y, más cercana a nuestra experiencia,
tampoco se llevó a cabo en las experiencias emancipatorias o “progresistas” de
América Latina a partir de finales del siglo pasado. Frei Betto lo sintetizó
magistralmente cuando dijo que por más que aquellas hubieran obtenido
significativos logros en la reducción de la pobreza y en otras materias
–derechos humanos, democratización de los medios de comunicación, igualdad de
género, etcétera- se fracasó en la tarea de crear una nueva cultura y construir
ciudadanos. Lo que se construyó fueron consumistas, y ese es uno de los talones
de Aquiles de todos estos procesos, sin excepción. Consumistas que, en el plano
político, se fueron inclinando progresivamente hacia la derecha en las
recientes elecciones. Porque, la historia lo enseña una y otra vez, la otra
cara de la ideología del consumismo es el conservadurismo político.
El imperialismo y las contradicciones del sistema internacional
Medio siglo
después, los análisis del Che lo pintan como un personaje dotado de una
clarividencia fuera de lo común. Imposible enumerar en estas pocas líneas tanta
sabiduría condensada. En su “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la
Tricontinental” el Che realiza un par de significativos aportes para la
comprensión del mundo actual.
Entre otras brillantes iluminaciones esa que sostiene que en Nuestra América la
sumisión de las clases dominantes a los dictados del imperialismo nos impide
hablar de “burguesías nacionales”. En Latinoamérica, esas clases carecen por
completo de capacidad (o voluntad) de oponerse a los designios de Estados
Unidos y están resignadas a funcionar como “su furgón de cola” de los imperialistas.
Por eso propone hablar más bien de “burguesías autóctonas” porque eso de
“nacionales” les queda grande y no se ajusta a su insignificante capacidad de
librar una lucha por la autodeterminación nacional.
Según su
análisis “América constituye un conjunto más o menos homogéneo y en la casi
totalidad de su territorio los capitales monopolistas norteamericanos mantienen
una primacía absoluta. Los gobiernos títeres o, en el mejor de los casos,
débiles y medrosos, no pueden imponerse a las órdenes del amo yanqui.” Es obvio que medio siglo más tarde esta
caracterización debería matizarse porque otros capitales –europeos, chinos,
japoneses, coreanos, canadienses, etcétera- han penetrado en algunos casos muy
profundamente en las economías de la región. Pero pocas dudas caben de que la
voz cantante la llevan los norteamericanos, y esto por una simple razón: porque
cuentan detrás suyo con el respaldo del único “gendarme mundial” del
capitalismo. Tal como lo demuestran Leo Panitch y Sam Gindin en numerosos trabajos,
en el complejo entramado del condominio imperialista global hay un “primus inter pares” y este es
precisamente Estados Unidos.
Su formidable capacidad militar (aproximadamente la mitad del total del gasto
bélico mundial), sus mil y tantas bases militares establecidas en todos los
rincones del planeta, sus múltiples instituciones “interamericanas” de carácter
militar, político, económico o cultural que amarran con fuerza a los países de
la región le otorgan un peso decisivo, sobre todo en Latinoamérica que, a ojos
de Fidel y el Che, constituye la reserva estratégica del imperio.
Y es por eso
que en esta parte del mundo el Che no ve demasiadas alternativas. En sus
propias palabras: “No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o
caricatura de revolución.” El paso del tiempo permite apreciar con más
elementos esta disyuntiva radical del guerrillero heroico. Por cierto que no
hubo ninguna revolución socialista después de la cubana. Pero sería injusto
caracterizar a los acontecimientos en curso en Venezuela, Bolivia y Ecuador
como meras “caricaturas de revolución”. Son procesos que bregan contra un
conjunto de fuerzas retardatarias de enorme poder, desde las oligarquías
locales, las burguesías “autóctonas”, la canalla mediática que envenena el alma
de nuestros pueblos y, por supuesto, detrás de todo ello, “la embajada” que
trabaja incansablemente para desbarrancar esos procesos. El voluntarismo se
estrella contra la dura realidad de una formidable constelación de fuerzas
conservadoras que libran batalla en todos los frentes. A diferencia del caso
cubano, donde el triunfo militar y político de la Revolución produjo el
desplome del estado burgués, en los procesos en curso en Venezuela, Bolivia y
Ecuador las fuerzas dirigentes tropiezan contra aquella muralla defensora del
orden, inexistente cuando Fidel, el Che, Raúl y Camilo entraron a La Habana. Cuando
lo hicieron el Ejército estaba derrotado y sus jefes habían huido al exterior,
lo mismo que buena parte de los miembros del Poder Judicial, los grandes
empresarios, la prensa reaccionaria, la clase política tradicional y, en
general, la clase dominante en su conjunto. A medida que el Movimiento 26 de
Julio avanzaba sobre La Habana los bastiones del viejo orden se derrumbaban,
dispersaban y buscaban refugio en Miami; en el caso de los procesos que
arrancan con el triunfo de Chávez en 1998 los enemigos de la revolución se
atrincheraron y dispusieron a dar batalla, cosa que siguen haciendo hasta el
día de hoy. Por eso sería injusto caracterizar a estos procesos como
“caricaturas de revolución”, pues tuvieron que vérselas con una resistencia
interna que en Cuba no existió, aunque luego vendría “desde afuera” una vez que
el imperialismo reagrupara los fragmentos dispersos del viejo bloque neocolonial
e intentara recapturar Cuba apelando al terrorismo, la guerra, las sanciones
económicas y el bloqueo. Por otra parte,
la revolución jamás estuvo en la agenda de las fuerzas dirigentes de procesos
como los que se vivieron en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. En estos casos
el objetivo era la inverosímil construcción de “un capitalismo serio”,
supuestamente amigable con la equidad social que, como era de esperar, jamás
llegó a consumarse.
Como
decíamos más arriba, en este y otros escritos el Che fue muy crítico de la
política de “coexistencia pacífica” propuesta por la Unión Soviética, a la que
condenó duramente. En el trasfondo de esta actitud se encontraba la heroica
lucha del pueblo de Vietnam que, según Guevara, se debatía en una “trágica
soledad” en su lucha contra la mayor superpotencia de la historia. Hay una
frase que sintetiza magistralmente su pensamiento: “La solidaridad del mundo
progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga ironía que
significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo de la plebe. No se trata de desear éxitos al
agredido, sino de correr su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la
victoria.” Y los efectos perniciosos de la “coexistencia pacífica” se hacen
sentir cuando la agresión del imperialismo no encuentra una solidaridad
efectiva en otros países presuntamente socialistas que, “en el momento de
definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable del territorio
socialista.” Culpabilidad que principalmente les cabe a la Unión Soviética y China
que mientras “mantienen una guerra de denuestos” permiten que el imperialismo
yankee haga sus estragos en Vietnam. Concluye premonitoriamente Guevara que “el
imperialismo se empantana” en Vietnam, pero que una derrota definitiva requiere
de la solidaridad activa de los pueblos, comenzando por las naciones que se
autoproclaman socialistas y sobre todo la URSS que gracias a la política de la
“coexistencia pacífica” pergeñada para evitar una conflagración mundial y una
guerra termonuclear con Estados Unidos deja al Vietnam indefenso.
Y los pueblos explotados del mundo, continúa el Che, deben aprender la lección
que se escenifica en Vietnam y “atacar dura e ininterrumpidamente en cada punto
de confrontación” al enemigo imperialista. Esa, dice Guevara, “debe ser la
táctica general de los pueblos” resumida en la frase “crear dos, tres... muchos Vietnam, es la consigna.”
La Carta
finaliza con una reflexión final sobre nuestra región, en donde según su autor
Washington tiene tropas “dispuestas a intervenir en cualquier lugar de América
Latina” en donde sus intereses se vean amenazados. Y agrega, con palabras que
conservan una vibrante actualidad, que esa política “cuenta con una impunidad
casi absoluta; la OEA es una máscara cómoda, por desprestigiada que esté; la
ONU es de una indiferencia rayana en lo ridículo o en lo trágico.”
Y traza una sugestiva comparación entre América Latina y Asia cuando dice que
si en ésta Estados Unidos tiene poco que perder y mucho que ganar en Nuestra
América la situación es exactamente la inversa. Aquí Washington tiene mucho que
perder y poco que ganar, habida cuenta de su exitoso proceso de recolonización
lanzado con fuerza desde fines de la Segunda Guerra Mundial.
Conclusión
Estas
observaciones sobre los legados teóricos del Comandante Guevara pretenden
estimular el estudio sobre su obra, honrar la integralidad de sus
contribuciones a la construcción de una sociedad socialista teniendo en cuenta
no sólo su heroico ejemplo como guerrillero sino también sus aportes al
desarrollo del pensamiento marxista. En su carta dirigida a don Carlos Quijano,
director de la revista uruguaya Marcha,
el Che anotaba con razón que “la mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se
harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la
conciencia.” La
superación del capitalismo, una impostergable necesidad histórica, no podrá
consumarse tan sólo como producto de sus contradicciones objetivas. Estas son
un prerrequisito indispensable, pero para que fructifiquen en la construcción
de una nueva sociedad se requiere “la acción consciente” de las
masas. De ahí que la pretensión de “realizar el socialismo con la ayuda de las
armas melladas” del capitalismo termina en un callejón sin salida. “Para
construir el comunismo” –concluye con razón el Che- “simultáneamente con la
base material hay que hacer al hombre nuevo”. Sin ello, sin esta gigantesca
batalla cultural, la inalterada perpetuación de la mercancía y la consecuente
mercantilización de la vida social harán que la empresa de construir una
sociedad poscapitalista se vea acosada por innumerables obstáculos y termine en
un callejón sin salida. La China y el Vietnam de hoy pueden ser los bancos de
prueba en donde se verifique la certeza, o el error, de los diagnósticos y los
pronósticos del Che.
Elegimos,
para terminar, una sentencia más válida hoy que cuando fuera originalmente
expresada: “una nueva etapa comienza en las relaciones de los pueblos de
América. Nada más que esa nueva etapa comienza bajo el signo de Cuba,
Territorio Libre de América.” Y ante los cantos de sirena que hoy como ayer
pregonan la armonía de intereses entre Washington y las naciones sometidas a su
imperio nos advertía que “(E)l imperialismo necesita asegurar su retaguardia.” Una
retaguardia, recordemos, pletórica en recursos naturales (petróleo, gas, agua, energía,
biodiversidad, minerales estratégicos, alimentos, selvas y bosques) que según
informes de los estrategas norteamericanos constituyen insumos esenciales para
el mantenimiento no sólo del “modo de vida americano” sino también de la
seguridad nacional estadounidense.
Y, el Che ya lo advertía en Punta del
Este, la preservación de esa retaguardia era (y es) un objetivo no negociable
del imperio. Los hechos confirmaron plenamente sus pronósticos, y hoy estamos
asistiendo a esta avasalladora contraofensiva (la “restauración conservadora”
denunciada por el ex presidente Rafael Correa) tendiente a regresar a nuestros
países a la condición existente en vísperas de la Revolución Cubana. “Golpes
blandos” en Honduras, Paraguay y Brasil; acoso interminable contra los
gobiernos de izquierda (Venezuela y El Salvador, principalmente, aunque este
caso sea el menos conocido); articulación continental de la prensa (gráfica,
TV, radio) para satanizar a dirigentes y procesos contestatarios; organización
y financiamiento de la oposición en países “hostiles” a Washington, incluyendo
tentativas de “invención” de líderes opositores; programas interamericanos de
“buenas prácticas” para formatear el cerebro de jueces, fiscales, periodistas,
legisladores, académicos y líderes políticos y sociales, actores fundamentales
del “golpe blando” que reemplaza al anacrónico golpe militar de antaño; el ominoso
rosario de bases militares con las cuales Estados Unidos ha cercado nuestra
región (ochenta oficialmente reconocidas hasta ahora, más otras tres en ciernes
negociadas en absoluto secreto por el gobierno de Mauricio Macri con la Casa
Blanca), y la reactivación de la IVª Flota para patrullar nuestros mares y ríos
interiores, confirman que, una vez más, el Che tenía razón. No olvidemos su
consejo y actuemos en consecuencia. Y no olvidemos ni por un instante cuando
decía que “al imperialismo no se le puede creer ni un tantito así, ¡nada!” Eso
fue cierto en su tiempo y es aún más cierto en el nuestro.
http://www.atilioboron.com.ar/2017/10/el-che-medio-siglo-despues.html