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Octubre 2017

Otra vez Achacachi !!!



Pablo Mamani Ramirez (analista político aymara)

El 9 de abril de 2000, Achacachi ardía por el levantamiento aymara en contra del gobierno del exdictador Hugo Banzer Suarez y el modelo neoliberal abierto e imperante en ese entonces. Habían sido asesinados por el estado colonial, dos jóvenes aymaras provenientes de las comunidades Ajaría y Axllata Grande y un militar en el hospital Uriona de esta localidad. Y sobre ello, se han escrito muchos artículos en la prensa nacional, desde visiones racistas y otros paternalistas. En el primer caso, se ha catalogado a los aymaras de criminales, que no ha cambiado en los 108 años después de los hechos de Mohoza o de Ayo Ayo, referido a la guerra federal 1899. Y hubo algunos que resaltaban esta lucha que a la postre sin embargo resultó siendo útil, simplemente para un asalto indigenista.

Hoy, 2017, Achacachi otra vez vuelve a ser noticia nacional e internacional, ahora dentro del contexto del llamado Estado Plurinacional y con un presidente de origen aymara. ¿Qué es lo que nos devela los hechos acaecidos el 14 y 15 de febrero de 2017, con la quema de la casa del Alcalde de esta localidad y del Presidente de la FEJUVE de la misma? ¿Es una guerra de aymara contra aymara o indio contra indio? ¿Por qué ahora la ‘guerra’ es entre partes de un pueblo, sometidos al estado neocolonial boliviano? ¿Qué maldita historia se oculta detrás de estos hechos violentos?

El fuego que arde al son del viento del altiplano y los gritos que salen de esas gargantas aymaras, aturdidas por la historia neocolonial, no es ahora en contra de los q’aras sino en contra del mismo aymara. ¿Es el inicio de una nueva tragedia aymara o es un calentamiento para las guerras postergadas que tiene Bolivia? Quién sabe. Pero el hecho es que Achacachi arde en su interior, que cual viento de las alturas dado como el remesón, es de una historia traicionada. En 2000 ardían fuegos en las oficinas del Estado boliviano y su carceleta, que hasta el día de hoy no se ha repuesto. Pero ese fuego hoy no arde en las oficinas del Estado criollo sino en las casas de los propios aymaras y esto, en el gobierno del ‘proceso de cambio’. ¿La historia se ha vuelto en contra de los propios aymaras? Aquí no tiene sentido mirar los hechos con ojos clasistas y blanco-mestizo, como sugiere el Vicepresidente de Bolivia, cuando dijo: “han vuelto a renacer los viejos odios clasistas”.

Sin duda, hay diferencias económicas entre aymaras de la ciudad intermedia de Achacachi y de las comunidades de la región, pero ese no el punto, sino lo que ésta expresa: son esos nuevos días fatídicos de una nueva llamarada de que en Bolivia se está incubando peligrosamente guerras fratricidas, que no sólo pueden ser entre aymaras, sino desembocar luego en una guerra nacional en contra de criollos que hoy todavía gobiernan Bolivia, a nombre de los propios aymaras.

Achacachi, que aparentemente es un rincón pequeño del país, es sin embargo el alma del mundo aymara que se resiste a creer que todo el tiempo vaya a ser impune para la violencia estatal y convertirse éste, en el pan de cada día. Como mucha gente con ideas ardientes en este país, Achacachi es la contra cara ardiente de un pedestal de protesta social, que le causa pavor al poder.

Cuando Achacachi habla, el mundo del poder traspira racismo y neocolonialismo. Hay gente que sostiene que el Mallku es racista y que “no hay que dar muchos aires porque es un peligro en el horizonte”. El mundo colonial es la capa recubierta de un mundo oscuro que no tiene luz, ni aires de libertad. Por eso, esta frase está llena de sordo rencor íntimo de un colonizador y racista. ¿Cómo un colonizador puede darse aires de libertario? Imposible.

El mundo aymara y los diversos movimientos del Indianismo y del Katarismo han vuelto, en este escenario, con aires de juventud más propia de una nación sin estado. Y Achacachi, pese a su envilecido enfrentamiento entre aymaras, tal vez sea sólo un pequeño dato en el mundo de las relaciones sociales, dado que su relación con el poder es un hilo que empieza a desatarse como si se tratara de un nuevo empiezo.

Y así fue en el año 2000. Achacachi cual fierra herida por la muerte que el Estado no se inmuta, de dos jóvenes aymaras que hoy serían plenamente parte de una nueva lucha, se empieza mover con su propio ritmo. Y a la vez el Estado neocolonial empieza a mover sus ardides más sucios como siempre lo ha hecho. Es ante ello que el mundo aymara de modo propio, empieza a moverse en sentidos contrarios a lo esperado por el viejo y el nuevo mundo del poder.

Pese a los dichos del gobierno, Achacachi deja implando un herida muy honda en el poder neocolonial. Y por ello pese a todo lo interior que le sucede, es detestado desde el poder. El mundo social y económico no tiene visos de solución ante el impune mundo de alcaldes que cada vez aparecen enlodados en la corrupción. Los que denuncian tales actos, son encarcelados como el patético caso nuevo de San Buenaventura, norte de La Paz. Esto son casos más sucios de las cosas del poder, que pese a toda marea se reclama sin embargo revolucionado y parte de un ‘proceso de cambio’. Cosas ridículas de un poder que ya no tiene la misma musculatura como las tuvo al principio, dado en la gran esperanza de por fin, dar fin a un estado colonial y racista. Lo que hoy, está muy lejos de serlo.

El altiplano aymara ha dejado mucha tinta escrita sobre la historia política boliviana o peruana. El mundo de los Andes parece ser el mundo que no se aguanta ante la impunidad de los poderosos: ayer abiertamente colonialistas y hoy encuentro, pero sin dejar de serlo nunca. Los poderosos tienen una aura de poses para galantear a la gente de que son muy buenos gobernantes, pero siendo siempre como los del siempre. Es decir, corruptos, vividores de lo ajeno, de lenguaraz de adscribirse ser los mejores e incluso, de los pobres económicos. En ese sentido, los poderosos tienen un tinte de descaro total y franco. No se inmutan ante su propia historia de ser descendientes de un pasado nefasto y oscuro.

Y ¿entonces el proceso de cambio? Achacachi deja por los suelos tal deslucido discurso de un proceso de cambio, que no tiene ningún sentido en su enunciación como tampoco en su sentido real, porque es más hueca que el propio mundo oscuro del poder. Y Achacachi lo sabe tan bien ese hecho, como el propio mundo del poder se sabe sobre sí mismo. Así el mundo aymara junto con el Indianismo y el Katarismo, como en 1952, vuelve a cuestionar de raíz a ese mundo oscuro colonial y racista hoy, dado en ese glorificado Estado Plurinacional que no es más que la continuación del viejo estado.

Y entonces, el aymara resurge como actor que grita al mundo su desdén ante un gobierno y poder que fue y es la mayor estafa histórica de los últimos cien años de Bolivia. Y ahí nuevamente está Achacachi, contra todo pronóstico de los poderosos. Y la historia continuará seguramente con la misma velocidad que la caída del poder.







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