EL PCP SENDERO LUMINOSO Y SU CALLADO HUNDIMIENTO ANTE EL ESTIGMA TERRORISTA DESPUÉS DE TRES DECADAS
Jorge Lora Cam
En estos términos, el asunto de fondo a debatir, es el derecho a la rebelión y cuando se trata –como en este proceso– de buscar una solución política, el corazón del problema está en resolver las causas que originan la rebelión; porque algunos creen que la rebelión desaparece con tan solo hacer un conjuro. (Entrevista con Pablo Beltrán, jefe de la delegación de paz del ELN www.rebelion.org, 2 de noviembre 2016)
Estamos en Perú, un país donde el Estado y los grupos de poder siguen estigmatizando todas las luchas como terroristas, aún les sirve para descalificar y reprimir a quien saque la cabeza con propuestas alternativas. En este país se intentó sellar el debate acerca de la memoria, con la imposición de una memoria oficial de la guerra 1980-1992 construida por los estrategas de la contrainsurgencia y consagrada por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (2003) designada por el Estado y antes, aunque parezca una herejía, por las secretas Conversaciones de paz de 1993 entre Abimael Guzmán y Vladimiro Montesinos. No obstante, la deslegitimación de la rebelión armada fue un proceso y se construyo en más de tres décadas; consiguiendo el desprecio, el odio, el rechazo generalizado a la violencia y a las organizaciones insurgentes de los años 80. Pero no sólo eso, también arrastra consigo al marxismo, a la izquierda rebelde y al derecho a la insurgencia, a la potencial legitimidad de la violencia desde abajo para defenderse de la permanente violencia estatal del capitalismo histórico y del neoliberalismo en particular, que utilizando la amenaza del “terrorismo”, acabar con él, fue un requisito para desatar las privatizaciones y el despojo territorial generalmente violento de los pueblos. Aquéllos que pretendieron destruir al estado y construir uno nuevo, terminaron siendo acallados y permanentemente amenazados. Sin embargo, la responsabilidad principal de la desinformación y las nuevas creencias, como antes ya lo sugerimos, creemos que recae en los propios dirigentes de las organizaciones insurgentes, en los intelectuales que la fundamentaron y dirigieron, que con su silencio contribuyeron al olvido o la condena de esta guerra.
Es un olvido, que surge de una desmemoria construida por todos, un escape a la historización y teorización de ese proceso, a la reflexión acerca de la praxis y la razón práctica, a la experiencia de aquellos años. Decimos, construyeron porque unos han montado y lo siguen haciendo, una pseudoconcreción; una memoria del terror, del miedo, de la tragedia, un rechazo ideológico y etnoclasista del “otro”, una narrativa de odio irracional a las organizaciones y a los combatientes de SL y el MRTA. No existió una entidad estatal o antiestatal que reconozca la pluralidad de los sujetos; por tanto, para los del poder los consensos se logran manipulando a las masas y para los opositores imponiendo una “línea” entre los suyos, extensible a “las masas”. Mas grave en estos últimos, pues si los dirigentes de la guerra popular no hacen hasta hoy un y un análisis del proceso desde la historicidad práctica ya vivida, sus seguidores no podrán elaborar y reelaborar una orientación que surja de las propias luchas y tradiciones; no podrían ser continuadas y reinterpretadas las experiencias para continuar la lucha. Está claro que con la concepción de amigo-enemigo, sólo bastaría con continuar aplicando las formulas ya elaboradas en 1980 o antes. En el fondo, es un planteamiento ajeno al marxismo, pues esta concepción se opuso a que la práctica sea concebida como estrictamente subordinada al conocimiento, como una mera aplicación o como una simple consecuencia de determinadas ideas.
Por el contrario, en su pragmatismo desde las herramientas ofrecidas por la Escuela de las Américas, los pensadores contrainsurgentes se basaron en algunas significaciones clave que en el proceso de la confrontación fueron elaborando:
La idea de que la violencia no fue política, sino un capricho de unos desalmados, llámense Abimael Guzmán Reynoso o Victor Polay,
Que fue una guerra de SL y el MRTA contra la sociedad, a lo que luego agregaron que también fue contra la democracia, el desarrollo y la paz,
Que la mayor parte de muertos son responsabilidad de SL, luego de las Fuerzas Armadas y policiales y finalmente el MRTA.
Que Fujimori y sectores de las fuerzas del orden, salvaron al país de una mayor barbarie y
Que los dirigentes merecían la cadena perpetua y los otros castigos menores, promediando 30 años, lo mismo que al menos 15 a los apologistas. Y
Que los represores merecían el perdón pues habían salvado al país de un desastre mayor. Es el cao del ex Presidente Fujimori que pudo haber saqueado del país entre 6 y 50 mil millones de dólares e intentado construir un narcoestado, pero el merito como conductor de la guerra anularía ese desprestigio. Una prueba adicional de que el odio social fue una construcción de un imaginario, es el MRTA y su líder Víctor Polay Campos, supuestos responsables del 10% de las víctimas en su guerra entre 1984-1992, que no obstante sus objetivos eran similares a los de SL, aunque por otra vía, fue eximido del repudio general durante el régimen de Alan García, que incluso habría auspiciado la fuga de la cárcel de sus dirigentes, mientras que desató un genocidio en los penales de los cuadros y combatientes presos de SL.
La fabricación de narrativas descalificadoras es y ha sido sostenida principalmente por los medios del poder y los pensadores institucionales de la contrainsurgencia. Y subsidiariamente, por los intelectuales hegemónicos, miembros del IEP y la PUC, subvencionados por la Ford Fundation, y su derivación la Comisión de la Verdad, por académicos que terminaron de asesores de la contrainsurgencia (De Gregori, Tapia, Gorriti, Rospigliosi, José Luis Renique, etc), por intelectuales de la derecha, por pensadores militares de la contrainsurgencia y posteriormente, tras bambalinas, por académicos norteamericanos o europeos (James Rochlin, Jo Marie Burt, Billie Jean Isbell, Steve Stern, Henry Favre y otros, donde algunos tuvieron más autonomía), y tesistas peruanos o extranjeros, que basados en aquéllos, construyeron relatos que sólo reescribieron lo que el pensamiento ya hegemónico decía. Este rechazo descalificador tuvo un contenido ideológico o de clase, o más bien de ambos. Curiosamente, sólo algunos historiadores buscaban entender el fenómeno desde la subjetividad práctica construida históricamente y se referían al contenido anticolonial, antirracista, étnico-clasista de esta guerra: son los casos de Pablo Macera, Luis G. Lumbreras, Alberto Flores Galindo.
¿Y por qué SL no respondió a estos ataques, por qué no construyó un discurso alternativo? Lo mas duro, difícil y complicado de entender, es el porqué quiénes deberían haber dado respuesta a este discurso, esclareciendo sobre sus motivos y su accionar, sobre el proceso y los resultados, debía surgir de la cúspide de la “Cuarta Espada”, el filosofo Abimael Guzmán, que por lo contrario mantuvo un voluntario inexplicable silencio. Algunos lo justificarán señalando que no lo hizo por haber estado recluido en prisión durante 24 años y podría, por esta razón, estar eximido de una evaluación, de una autocritica. Pero no lo hizo. A nuestro parecer por otros motivos, que no justificado por su reclusión. Este mutismo creemos, se debe a otras razones, pues Guzmán siempre estuvo produciendo escritos desde la prisión –e incluso es posible que quizás uno de los acuerdos de paz, haya sido consentirle tener libros y permitirle escribir. Dejando a un lado la famosa entrevista del siglo, cuando Guzmán estaba libre, que le hiciera El Diario, pues se realizó en 1988, un manifiesto ideológico donde reitera una vez más que de lo que trata la revolución es de “aplicar” la ciencia e ideología marxista a la realidad, defiende el culto a la personalidad, deslinda del reformismo interno y externo y hace un recuento del momento histórico y la guerra. No le importa mucho la realidad indígena, ni las alianzas políticas o la hegemonía. Dice que no esperaba intervengan las FFAA y que cuando lo hicieron, fue su mayor problema. Había que aplicar la teoría de la guerra, porque todas las condiciones coincidían con ella y eso era lo único verdaderamente importante. Las reuniones internas partidarias de la cúpula con las direcciones intermedias, regionales o locales, sólo eran para debatir las contradicciones internas y no las necesidades o aspiraciones de los pueblos que podían haber cambiado en el proceso de la guerra; no hubo interlocución, quizás porque así lo exigía una guerra que naturalmente creaba desconfianzas. Los subversivos colocados arriba, no tenían que conocer desde lo fecundo del dialogo con los pueblos llenos de diversidades, no tenían nada que aprender de los de abajo pues tenían una doctrina inmutable de la que nadie podía apartarse, so pena de ser rechazado, excluido como oportunista de derecha o de izquierda. Nunca hubo intercambio de aprendizajes y aunque decía seguir a Mao, la pretensión de la validez de sus teorías no fue la práctica. Del mismo modo, no obstante que entre variadas organizaciones política hubo coincidencias en que la vía armada era la única salida al estado de cosas, todos compartían que no era posible aceptar esa diversidad pues todos creían poseer la línea correcta. No hubo ni dialogo, ni solidaridad política y se impuso la intolerancia; el llamado frente único –también retomado de Mao- para SL podía ser imaginariamente únicamente de clase. La inevitable y necesaria articulación de intereses emancipatorios, en lugar de ser articulados fueron vistos como un obstáculo. Lo mismo ocurrió con la diversidad étnica y cultural que ni siquiera fue asumida como una realidad presente, pues lo importante para ellos fue la visión clasista en la que ellos eran los representantes del proletariado. Mariátegui fue comprendido, pero no repensado respecto al problema del indio y las potencialidades de la descolonización.
Posteriormente, preso desde 1992, con una condena a cadena perpetua, el 2003 mediante un apresurado juicio sumario de tres por los jueces sin rostro, nuevamente fue enjuiciado y la sentencia ratificada –luego de las conversaciones por la paz- producto de un proceso de tres años el 2006, se le conocen algunos textos filosóficos, totalmente especulativos, que quizás oculten otros asociados a la práctica coyuntural de la postguerra, la dirección política que nunca abandono.
En ese entonces, ya era muy pragmático y jugaba con dos cartas por su libertad: la guerra y la negociación, las acciones armadas continuaron por un lustro y fueron disminuyendo al ritmo de los acontecimientos (mientras Feliciano es capturado, Artemio que se entrega y Alipio que muere el 2013). En el año 2009, publican “De puño y letra” donde queda claro que sólo busca su libertad, reconociendo un hecho del que muchos dudaban: las conversaciones de paz de 1993, 1999- 2000 (con el Presidente Fujimori, luego de la reclusión del jefe guerrillero Feliciano) y 2000-2001 (con el Presidente Paniagua). Exhibe una postura tan ególatra como siempre, se arrepiente, aunque dice no hacerlo muy convencido por la alusión religiosa de esa palabra, critica a los guerrilleros de su mismo partido que sin su autorización continúan en acciones en el VRAE y al mismo tiempo, parece manipular a sus propios seguidores armados. Su ultima coartada es jugada en el 2015, cuando después de 22 años intenta inscribir al Frente de Unidad y Defensa del Pueblo Peruano FUDEPP, ante el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), pero se lo impidió el Procurador Antiterrorismo por sus vínculos con el Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (MOVADEF) y a Sendero Luminoso, formalmente por falta de adherentes y locales, no obstante estar apoyados por varias organizaciones, Patria para todos, Tierra Verde y el partido etnocacerista Runamasi de Antauro Humala, hermano del entonces Presidente Ollanta Humala.
El poder en el Perú y sus representantes y mediadores, las fuerzas armadas, los políticos, los medios y los pensadores oficiales y de izquierda se han propuesto no dejarlos dar un paso más, impedir que renazcan políticamente en el mercado electoral. Un último hecho expresa esta intolerancia, está el ejemplo del mausoleo del distrito de Comas, donde sepultaron a los asesinados en los penales y ahora tienen orden de expulsión. Los hechos emblemáticos de la violencia del PCP Lucanamarca (violencia contra campesinos), Tarata (coche bomba contra gente de la capital, que algunos dicen lo coloco la DEA con el SIN) y los asesinatos de María Elena Moyano (dirigentes de una ONG) y Pedro Huillca (dirigente sindical, del que también hay dudas sobre la autoría del crimen) salen a relucir periódicamente en los medios, recordando que no merecen perdón. Precisamente con esa guerra simbólica comenzó su irremediable caída y por eso hoy son herramientas de uso permanente y reiterado. En contraposición, los medios no recuerdan las grandes masacres efectuadas por las FFAA durante el gobierno de Belaunde, con las fosas comunes y botaderos de cadáveres, el uso de las rondas campesinas asociadas a la “izquierda” (1982). Luego el genocidio de los penales, el Comando criminal Rodrigo Franco, los asesinatos de dirigentes y luchadores sociales, las milicias campesinas (1989) y crímenes masivos durante el gobierno de Alan García. O, las masacres campesinas y asesinatos otra vez en cárceles, en universidades y en organizaciones populares por Fujimori, van pasando al olvido.
Insistimos, con nuestra pregunta inicial, si Abimael Guzmán siguió produciendo documentos políticos desde la prisión ¿Por qué no hizo ese balance? En escritos políticos internos como: “Situación de las dos colinas y el caso de las tres tareas incumplidas e imposibles del viejo Estado peruano”, aparentemente del 2016, donde reiteran cosas dichas en 1991. (Sobre las dos colinas, PCP, 1991). El Estado tiene 3 tareas inconclusas e imposibles: reestructurar el Estado, reimpulsar el capitalismo burocrático y aniquilar la guerra popular. Es la misma reiterada historia desde la década de los 20 con Mariátegui, un país semicolonial y semifeudal, con un Estado en crisis que se reestructura y lucha contra los movimientos insurgentes. El arma de la dominación son las elecciones y el intervencionismo norteamericano. Ante esto, hay que superar el recodo ya vencido, el oportunismo de izquierda (se supone la continuación de la guerra por los hermanos Palomino), se impone proseguir la guerra que según él nunca habría sido abandonada y sigue siendo tarea central del partido. Para la opinión pública, esta guerra se ha terminado y hace muchos años, a lo que queda le llaman resabios.
En esta breve historia, cuando la examina Gonzalo: los sujetos de la guerra nunca contaron, los campesinos, trabajadores, indígenas sólo son masas, concepción que es producto de ese marxismo dogmático, aunque novedoso, al tratar de articular a Mariategui con Mao, da saltos de un repliegue teoricista sectario, ya sin bases revolucionarias ni práctica militantes, que sólo impulsa la paz y los derechos humanos, nuevamente a proclamar la permanencia de la guerra. Otra vez es la teoría científica y sus verdades que se imponen con toda su fuerza, aunque muchas veces la realidad no concuerde con aquélla.
Pudieron haber hecho un balance otros cuadros dirigentes –si les fuese permitido- pero cientos de cuadros fueron asesinados o muertos en combate, más de mil aún siguen presos y los sobrevivientes sometidos al silencio impuesto por la jerarquía partidaria. No hay otros que den cuenta de la historia, no hay algún cronista oficial que explique las contradicciones internas de los sectores populares, que tome en serio la vida social y cultural de los dominados más allá de las formulas que bajan de la dirección y, el entretenimiento de las masas ante las negociaciones y comprender en su complejidad las imbricaciones entre sociedad y política, luego de la derrota. Lo mismo que sus críticos, al no inscribir el análisis en la historia de larga duración de las clases populares, ni prestar atención al papel de ellos, vistos como minorías activas en su seno, los estudios dominantes tienden a caer en el psicologismo y con su afán de reducir todo a lo cultural, a perder de vista la importancia de los orígenes, de lo político y lo económico.
Entonces sigue en pie la pregunta: porqué una guerra preparada en una década, que duro doce años bajo la directa conducción de Abimael Guzmán y su comité central, no cuentan con un documento de análisis de ese periodo.
El acuerdo de paz firmado por Abimael, nadie lo conoce y en todo caso fue personal y, totalmente incoherente, pues por declaraciones de él mismo, estaban poco antes en un equilibrio estratégico. De haber sido así, hubiesen decidido avanzar hacia la ofensiva estratégica. Mas bien, por la propia naturaleza jerárquica de la organización, perdió la dirección y la organización quedó en entre el fango y la ambigüedad. Con estos acuerdos, sólo se consiguió que cada día las fuerzas represivas continúen matando y asesinando combatientes y dirigentes de los movimientos sociales, líderes indígenas, campesinos, sindicalistas, defensores de derechos humanos que continuaban luchando y sufriendo la represión militar y policial. Entonces, no sabemos con qué seriedad Gonzalo y el Estado, estaban aplicando los supuestos acuerdos. Nunca se habrían tratado de reformas agrarias y sociales o hacer cambios políticos, ni si los guerrilleros iban a aplicar algunas medidas, y si ello implicaba atentar contra su propia seguridad. Lo cierto es que ante el caos que provoco su caída, los militares y policías seguían reprimiendo, las rondas campesinas siguen su politización reaccionaria, los viejos terratenientes empezaban a ocupar el campo. Por decir lo menos, los parámetros para realizar un recodo, un acuerdo de paz que sólo trate de su libertad, me parece algo controvertible. Sin embargo, ante las también cuestionables, por otras razones, negociaciones de las FARC, algunos mensajeros senderistas les llaman traidores. Para entonces, la sociedad en su conjunto está totalmente desarticulada y a merced del poder y de los medios.
Queremos remarcar que en nuestra opinión, en el fondo de todo, la explicación de esta ausencia autocritica del proceso está en la imposibilidad de hacerlo por la concepción del marxismo y la revolución de Guzmán y sus más cercanos colaboradores. Una concepción positivista, cientificista, fundamentalista, teleológica que considera que hay verdades indiscutibles, que toda la historia viene determinada por leyes, que quién domina el discurso marxista considerado así, puede definir la línea correcta que es la que decide todo. Y el dueño de estas verdades, siguiendo el camino de Marx-Lenin-Mao es la cuarta espada, es Gonzalo y sólo él. Lo que nos lleva al dogmatismo, escolasticismo y a perder de vista a Mariátegui, que sólo les sirvió para caracterizar a una sociedad peruana invariable. Contra este genial revolucionario que decía que la revolución no puede ser calco ni copia, Gonzalo piensa que quién muestra el verdadero camino es Mao, con su propuesta de guerra popular. Y esto tiene que ver con el inicio de la guerra. La guerra, en realidad, fue resultado de un proyecto social generado desde múltiples sujetos históricos, producto de la historia y una razón práctica anticolonial y democrática en movimiento; de una población sin derechos y en el olvido, victimas de abusos y de una secular miseria que alguna vez ya pesó en esta salida y esperaba una convocatoria. No es producto de la razón teórica de un Gonzalo u otro iniciado, que constituye un buró político que sólo aplica la línea correcta que decide todo. Sólo había que incitar y acompañar un proceso que atravesaba una gran confusión por las reformas nacionalistas de Velasco y la posterior contrarrevolución en marcha. No eran los únicos que propugnaban la lucha armada, era la mayoría de la izquierda, aunque los pueblos de ese momento no la habían experimentado de modo generalizado. El marxismo aparece en el campo peruano como saber esotérico y con tinte religioso, que justificaba la “ciencia” que estaba detrás, por lo que los primeros años, prendió en el campo y las regiones. En contraposición, el inicio, los medios y fines, así como el futuro, fueron definidos por una supuesta razón científica, con leyes que operan desde siempre, que sólo conocían el mesías y su equipo de colaboradores. Que si operó en China, también lo haría en Perú. La mayor dificultad que encuentra la praxis de esta guerra, es que nunca se va elaborando un nuevo proyecto basado en el saber hacer anterior; un nuevo saber hacer que debió ser modificado. La guerra fue gobernada por un pensamiento extraño a la razón práctica y por ello, no tenía futuro. Un individuo y una cúpula no podían dirigir sin razonamiento colectivo, sin siquiera una dirección colegiada conectada permanentemente al movimiento práctico.
En una sociedad compleja, abigarrada, como la peruana, el PCP inicia la guerra en 1980, cuando los tiempos y los espacios de las rebeliones eran dispersos, defensivos, no llegaron a producir a lo largo y ancho del territorio y la sociedad una nueva cultura material, un ethos, una voluntad general, entendida por Joan Tafalla como fuerza material colectiva; quién refiriéndose a España de hoy, observa aspectos validos para el momento histórico peruano. Dice:
La revolución democrática no está, por el momento, en el orden del día. Falta potencia popular, falta autonomía de proyecto, falta organización capilar en el conjunto de la sociedad, faltan cuadros actuantes realmente en el conjunto del entramado social, faltan sindicatos de clase potentes y autónomos respecto de las clases dominantes, las clases subalternas están lejos de haberse constituido en clases antagónicas, con proyecto propio de sociedad, con ethos, con cultura material de vida que prepare un orden nuevo. Falta, en resumen, hegemonía.1
Gonzalo no podía entender que las formas del hacer una guerra nacen de la práctica, de la experiencia y la actividad. Los fines estaban en las culturas materiales y en las necesidades humanas concretas, históricas y en las expectativas; los fines son internos a la propia actividad histórica y las capacidades no se crean por una línea correcta, sino al hacer, a una actividad que produce el mundo humano. Al inicio hubo debates con las bases sociales que fueron disminuyendo al avanzar el proceso, recogieron las demandas de los pueblos y acabaron con muchas autoridades reaccionarias; las organizaciones de izquierda con propuestas parecidas aceptaban a SL. Mas tarde se intensifica la guerra contrainsurgente y entre 1982-1984, se producen por lo menos 122 masacres; es la época de los botaderos de cadáveres y fosas comunes, crear el terror para que los campesinos y pobladores de los pueblos no continúen sumándose. Entre 1985-1999, Alan García continua con las masacres pero privilegia la inteligencia militar, la captura y el asesinato de los cuadros que se expresa en la masacre de 300 senderistas en las cárceles en 1986, y la persecución de la cúpula, complementado por la condena a través de los medios. SL responde con “ojo por ojo diente por diente” e intensifica las acciones de eliminación de autoridades y los coches bomba; al abusar de su uso crean miedo y rechazo. Desde 1990, con Fujimori, se combinan los métodos represivos anteriores y actúa contra las organizaciones semilegales, universitarios, maestros, trabajadores, pobladores, etc. Y el instrumento privilegiado será inteligencia y la deslegitimación, con el monopolio y control de los medios. De ahí que sorprenda a muchos la conclusión de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que dice que SL fue responsable del 54% de los muertos y, si la mayoría fueron campesinos, serian culpables de esos difuntos.
Gonzalo perdió la brújula, no entendió la praxis histórica de esa década de guerra y puso por delante lo abstracto de las leyes de la guerra, formuladas por Mao para la realidad histórica de China. La lógica militar se impuso sobre la política y comenzó a perder la brújula. Desde el inicio, intentó involucrar a todos los adherentes en las escasas regiones bajo su influencia a la lógica de la guerra; la seguridad urbana fue ínfima y se perdieron muchos cuadros. Más tarde, perdió el control de las acciones en su dimensión nacional, pues no buscó consensos progresivos respetando la diversidad, ni logró una extensa voluntad colectiva descolonizadora y democrática. Aún cree que la ciencia, la teoría, gobiernan el hacer y al pensar; así se quedó entre lo realizable y lo irrealizable. En un limbo entre un esquema religioso, regulativo, esquemático y una realidad en movimiento constante, donde los insurrectos veían cerrados los caminos y no se podían abrir sólo con coches bomba o con discursos radicalizados.
Esta es la explicación que le damos a la imposibilidad de Abimael Guzmán de realizar una autocrítica; su cabeza se quedó entrampada en la doctrina y un mínimo de teoría, mientras en medio de la diáspora, encuentran una salida neoliberal para volver a la política: intentar ingresar al camino electoral. Otra vez sin ofrecer una justificación desde las voces olvidadas.
El propio Salomón Lerner reconoce que su obra en la CVR, quedó reducida a un pretexto al cual el poder podía apelar para justificar el autoritarismo que prosigue después de más de tres décadas de la derrota de SL
La discusión política– se ha mostrado renuente, o acaso incapaz, de asimilar con espíritu de reconocimiento y ánimo autocrítico las lecciones del pasado violento; si acaso, éste existe como evocación de los horrores de Sendero Luminoso y como pretexto para justificar el autoritarismo, no como una invitación a la reflexión más amplia sobre lo que debería ser nuestra democracia.2
________
1 Joan Tafalla, Tiempo y Política, www.espai-marx.net/ca, 23 de mayo de 2016.
2 Salomón Lerner, CVR: memoria del Mundo, La Republica 25, noviembre 2016
(Volver a página inicial)