LAS NUEVAS ORIENTACIONES POLÍTICAS DE LA DERECHA Y EL DESAFÍO DE LOS PROCESOS REVOLUCIONARIOS EN AMÉRICA LATINA
Por Diego Tagarelli
Sería absurdo considerar que los cambios políticos en la región no encontrarían la debida resistencia por parte de los grupos dominantes locales e internacionales. Cuestión ésta que, por cierto, vuelve a desnudar la dinámica de los grupos de poder regional para re-generarse, para re-constituirse como depositarios de un capitalismo dependiente en América Latina que no consigue ser revertido substancialemnte.
La recomposición de una “nueva derecha contrarrevolucionaria” representa una tendencia creciente en América Latina, que logra esclarecer además, los rumbos que podrían asumir las economías periféricas, la política global y las condiciones mundiales del capitalismo de triunfar estas tendencias. Al fin y al cabo, las características políticas más reveladoras de esta derecha en América Latina tienen que ver en una dinámica propia que poseen estos sectores históricos de poder, para reposicionarse ante los cambios recientes sobrevenidos en la región y el mundo.
Esto demuestra que la derecha se había replegado. Demuestra, además, sus diversas facetas políticas y nacionales de acción. Y expresa, sobre todo, que de asistir a una reconfiguración de esta derecha contrarrevolucionaria, se asiste entonces, o no, a la presencia de procesos políticos revolucionarios.
No estamos aludiendo con esto a dicotomías lógicas de la política o a paralelismos insoslayables del sistema global. Por el contrario, pretendemos descubrir las especificidades de cada proceso, en un reconocimiento de diversidad genuina que presenta América Latina, pero que debe apuntar a revisar -en esa diversidad y especificad- los aspectos centrales que caracterizan a una revolución y a una contrarrevolución.
Por lo mismo, diferenciar los procesos revolucionarios de aquellos procesos progresistas -en su natural complejidad y flexibilidad movimientista- puede conducirnos también a entender el nacimiento de una nueva “derecha tardía” que no puede clasificarse de contrarrevolucionaria en términos políticos estrictos.
Las limitaciones estructurales, políticas o ideológicas de algunos gobiernos progresistas, permitieron el avance de esta derecha que de ningún modo puede concebirse de manera uniforme, es decir como factor contrarrevolucionario que emerge idénticamente en toda la región. Por eso decimos que es una derecha tardía, cuyas características más relevantes analizaremos a lo largo de este escrito.
Por el momento, digamos que el correlato derrotista de estos gobiernos progresistas ha permitido la emergencia de una derecha moderada, reconciliadora y cuasi-democrática, que sin embargo, traduce en nuestros días una mayor capacidad o vocación hegemónica de poder y, por lo mismo, de mayor impacto y afectación a países que abrieron, con determinación histórica, procesos políticos revolucionarios, a pesar de sus errores, desaciertos o ineptitudes en algunos campos.
El progresismo no sólo ha implicado necesariamente que los cambios impulsados sean reversibles, sino además que sostiene un modelo que reproduce las bases del capitalismo dependiente. El progresismo en América Latina se inscribió dentro de un sistema capitalista que per-vive. Ello significa no sólo que los avances producidos en materia de justicia social siempre van a estar en riesgo, sino que encuentran limitaciones severas, aprovechadas como refugio del accionar político y económico de las nuevas derechas tardías.
¿Qué gobiernos y procesos políticos, económicos o culturales pueden clasificarse de revolucionarios? Del mismo modo: ¿Qué características asumen los procesos contrarrevolucionarios o de derecha que se han abierto en la región? Para responder estos interrogantes es necesario ir más allá de simples conjeturas intelectuales o estrictamente militantes. Es necesario abordarlo de manera integral, regional, mundial, pero sin perder de vista las especificidades concretas de cada proceso, bajo las condiciones materiales y culturales que presenta cada país, en función de estructuras sociales propias e, indiscutiblemente, de los cambios afrontados por los gobiernos populares desde principios de siglo.
Si el lector quisiera profundizar algunos análisis vertidos respecto al proceso revolucionario, el Estado y el poder en América Latina, sugiero remitirse a notas que se hallan en esta Revista, de mi autoría.
Por ahora, partamos desde acá: la fuerza de los gobiernos populares en la región ha ido menguando hasta llegar a una situación de estancamiento y en ciertos casos, de abierto retroceso. Sin desestimar, claro, aquellos gobiernos y sectores que concluyeron por claudicar en algunos países, quizás enmascarando sus limitaciones económicas, políticas e ideológicas de transformación.
La nueva derecha del siglo XXI: Para una comprensión comparativa de la derecha latinoamericana.
Si consideramos los indicadores económicos recientes, podemos visualizar el impacto negativo que se ha producido en el conjunto de la región, dado fundamentalmente por el descenso de los precios del petróleo y de las materias primas, especialmente a partir del 2014.
El agotamiento del boom de las commodities producido por la persistencia de la crisis general del capitalismo y, por último, la “fatiga política” de sociedades cada vez más correligionarias del cambio y la renovación de liderazgos, programas, estilos de gobierno, etc., fueron factores asimismo condicionantes.
Por otro lado, los tejidos ideológicos y políticos de la maquinaria burocrática estatal y de aquellos grupos de poder, guardianes en el orden comunicacional y cultural de un “panfletismo militante a-crítico”, dificultaron procesos efectivos de rectificación y re-impulsos de sus procesos, que reconociendo sus diferencias, conservaron en términos generales comportamientos similares en la región.
Por último, bien podemos señalar un error fundamental en relación a la ausencia de espacios culturales y de comunicación capaces de ofrecer alternativas masivas de interlocución heterogéneas, cediendo de este modo a una restauración hegemónica del discurso dominante.
Sin embargo, es necesario analizar la recomposición y reposicionamiento de la derecha en América Latina desde otra perspectiva. Una perspectiva que no debe ignorar los cambios y procesos políticos culturales en los últimos años.
Esta nueva derecha política, si bien presenta particularidades propias según las características nacionales, de ningún modo puede ser vista -a nuestro criterio- como aquella rancia aristocrática del siglo XIX, ni tampoco como los grupos operativos del fascismo militar y civil de los años 30, o 70, como han señalado apresuradamente algunos intelectuales. Este posible ascenso de la derecha en algunos países posee características específicas o, mejor dicho, novedosas, desconocidas en profundidad por ahora.
Pero podemos decir que tiene un origen histórico reciente, de principios de los ochenta que, reposicionada estratégicamente durante los años noventa, cuenta ahora con el apoyo desmedido de las corporaciones mundiales. Son producto de la era digital y las finanzas y, lógicamente gozan de un adiestramiento político que las elites económicas globales le imparten.
Esta derecha representa algo nuevo para América Latina. Su adhesión a una economía política neo-empresarial, la colocan como sector social que llega a la política exaltada mediáticamente por condiciones técnicas y sus motivaciones individuales eficientes. Es una emergencia política que dista de poder clasificarse, de modo rígido, como de “derecha”.
A diferencia de las viejas derechas latinoamericanas, que optaban por no exponerse, exhibirse o manifestarse ante la opinión pública, esta vez se muestran abiertamente. Sostienen como política equipos gélidos y operan económicamente bajo una apariencia de modernización permanente. Estos grupos emergentes en América Latina, los cuales aparecen de manera más cohesionada en Argentina, Brasil o Chile, es una raza política nueva que casi no conocemos.
Si procuramos esquematizar este proceso desde un punto de vista teórico, general, histórico, bien podríamos afirmar que en América Latina y el Caribe han existido tres tipos de derecha.
De 1964 a 1985 predominó una “derecha dictatorial”. De 1985 al 2.000 una “derecha neoliberal”; y desde el año 2.000 en la actualidad ha emergido una nueva derecha que podemos denominarla, afrontando los riesgos que dicha calificación asigna, como “derecha tardía”, en sus diversas representaciones.
La derecha dictatorial tuvo como rasgos fundamentales una absoluta sumisión a la geopolítica imperial de EE.UU, su coalición regional sobre la base política y económica de las funestas dictaduras militares y su obediencia irrestricta a la Doctrina de Seguridad Nacional, y a su correlato: el terrorismo de Estado.
La derecha neoliberal se caracterizó por adherirse a los postulados del “Consenso de Washington”, la aplicación de un ajuste neoliberal desmedido y la construcción de una democracia representativa, muchas veces edificada mediante la interlocución de los partidos de masas.
En relación a las emergentes derechas del siglo XXI o derecha tardía, podemos advertir en sus programas económicos pro-mercado una política de privatización y desregulación menos marcada. La re-priorización de la agenda geopolítica de Estados Unidos en la región, ha generado un soporte financiero a estos grupos políticos, quienes actúan obedientes a los mandatos políticos y económicos de las corporaciones mundiales y Estados Unidos, pero que preservan estrategias desiguales a lo largo y ancho de la región. Estas estrategias desiguales o diversas, nos llevan a identificar dos tipos de derecha tardía, que actualmente operan en la región: una nueva derecha golpista, que si bien no reúne las características políticas de las precedentes alianzas cívica-militares de la dictadura, sostiene una estrategia golpista a corto plazo, utilizando los medios económicos, políticos o paramilitares más fatídicos, antidemocráticos y abusivos. Otra derecha, que vamos a denominar nueva derecha republicana, la cual recoge algunas banderas del neoliberalismo aunque se posiciona estratégicamente como un nuevo bloque político republicano, moderno, moderado; y cuya base de construcción hegemónica sostiene también algunas políticas sociales del Estado de Bienestar y de los gobiernos progresistas, los que por la vía electoral o destitución parlamentaria fueron derrotados.
Abramos más este razonamiento: la inestabilidad de las intervenciones militares en Medio Oriente, la necesidad de contener los avances y acuerdos en materia económica, inversiones y transferencia tecnológica de potencias como Rusia, China o la India en el mercado latinoamericano y, fundamentalmente, las direcciones revolucionarias que tornaron a algunos países como naciones referentes de un nuevo bloque mundial hacia el socialismo, han motivado a los Estados Unidos a ejercer por todos los medios, una desestabilización injerencista, en base a viejos y nuevos métodos militares, económicos y políticos. Sin despreciar, por mucho, los nuevos mecanismos culturales de división, capitulación y recolonización de las masas, fundamentalmente de las nuevas fracciones medias nacidas al calor de los procesos progresistas en los últimos años.
Sin embargo, la posibilidad de imponerse mediante la aplicación de medidas drásticas en el terreno militar o político, resultan actualmente inviables para que la nuevas derechas consigan asimilar las nuevas condiciones sociales y una relativa aceptación de las sociedades latinoamericanas.
Si bien estos grupos encuentran su correlato en las nuevas condiciones mundiales del capitalismo, refleja la vieja alianza entre los negocios internacionales y los grupos tradicionales de poder local, exportadores y burguesías asociadas al capital y a la ideología extranjera, complementario a los medios de comunicación que cada vez más, asumen la vanguardia ideológica en la región.
A las estrategias contrarrevolucionarias más reaccionarias e inconstitucionales, como los intentos separatistas desatados años anteriores en Bolivia, los modelos renovados de neoliberalismo vetusto en Colombia y Perú, el golpe de Estado cívico-militar en Honduras, los intentos recurrentes en Venezuela, etc., se le agregan maniobras económicas y políticas con mayores posibilidades de prevalecer, como sucedió en Argentina y Brasil.
Pero el objetivo fundamental sigue siendo y lo será, sin duda alguna, la República Bolivariana de Venezuela. La capacidad política del gobierno y el pueblo venezolano en vencer, no sin dificultades, los recurrentes intentos vertidos por la oposición y Estados Unidos, merece otro capítulo aparte. Asimismo, esto nos permite comprender algunas de las características estructurales de otros países que abrieron procesos progresistas y declinaron a confrontar decididamente a sectores históricos dominantes, para finalmente convertirse en meras opciones reformistas y frustradas, del movimiento nacional latinoamericanista.
En efecto, esta derecha posee un fuerte arraigo a una clase oligárquica rentista, a una burguesía terrateniente o exportadora, absolutamente antagónica a todo tipo de interés nacional. Pero debemos necesariamente avanzar en un análisis superador que considere los cambios en el orden mundial y regional, actualizando las correspondencias teóricas y superando los reduccionismos históricos.
Como ya lo hemos señalado, existe una nueva derecha tardía republicana, con velos de democrática y, substancialmente diferente en materia económica y social a la derecha golpista. Tenemos los ejemplos de Argentina y en cierta medida, Brasil. Y una derecha tardía decididamente reaccionaria, como se puede apreciar fácilmente en Venezuela.
En relación a esta nueva derecha republicana, hoy en el poder político, si bien sus programas macroeconómicos y sus políticas económicas se ajustan a las necesidades de una bicicleta financiera mundial cada vez más perversa, como así también a una transferencia de ingresos de los sectores populares a los grupos exportadores; no se experimenta de manera decidida un proceso de ajuste estructural drástico.
Son derechas que se apartan de muchas políticas neoliberales. El gobierno actual de Argentina o Brasil, es un neoliberalismo desregulador, aperturista, anti-industrialista y por supuesto, socialmente regresivo, pero no privatizador ni anti-estatista como sucedía en décadas anteriores. Se presentan como una renovación modernizante de la política. De hecho, se expresan como alternativas políticas capaces de conectar con amplios sectores sociales, sobre todo las nuevas clases medias nacidas, como ya indicamos, al calor del crecimiento del mercado interno durante la última década. Son nuevas fuerzas potentes que se encuentran en el trance de construir una nueva hegemonía. La concepción liberal de sus propuestas, la empujan sin remedio a un encuadre ideológico, pero es una derecha renovada, que hasta el momento estaba ausente de nuestra escena política.
A diferencia de las estrategias esgrimidas por la derecha venezolana que procura reconquistar del poder mediante los medios represivos y golpistas, las derechas moderadas de Argentina o Brasil establecen un “consenso transitorio” con los sectores nacionales, mediante la articulación de sus intereses ideológicos y, en base a esquemas económicos mixtos, abiertos y estatales.
Por otro lado, si bien podemos esquematizar estas dos derechas de modo inconmensurable, se articulan regionalmente. Luego de los recurrentes intentos golpistas en Venezuela, Bolivia y, en su momento Ecuador, la estrategia divisionista implementada por Estados Unidos, mediante la capitulación de aquellos países que no lograron producir mayores alcances de transformación, busca orientar y potenciar a esta nueva derecha tardía republicana para extender una construcción hegemónica alternativa, que debilite los gobiernos revolucionarios de la región.
Sería un error considerar el viraje político e ideológico de algunos países hacia la derecha, sin tener en cuenta estas mutaciones en materia política internacional y local. Por primera vez luego de la ruina y el fracaso del neoliberalismo, nació en algunos países de la región una derecha capaz de penetrar políticamente en algunos sectores medios y populares sin necesidad de recurrir a los medios represivos habituales.
Una suerte de consenso social, que curiosamente se parece bastante a las fuerzas políticas conservadoras de los países desarrollados. Una especie de populismo de derecha al estilo europeo o norteamericano, de republicanismo neo-conservador. “No hay duda que el nuevo plan de la derecha es llegar a los sectores populares desde la derecha y, no a la derecha de los sectores populares”.
La identificación ideológica -que al fin y al cabo traduce una identificación política concreta- entre las clases populares y la derecha en América Latina, es la resultante del proceso de disociación que se origina inevitablemente cuando los frentes políticos o movimientos nacionales dejan de contener y expresar a las masas; hábilmente aprovechado por las fracciones de la derecha para articularlas a sus intereses de clase.
Ahora bien, esta capacidad por parte de la derecha sólo es posible en la medida que los gobiernos progresistas no introdujeron las modificaciones estructurales necesarias que la realidad imputaba. Por lo que los principales avances de esta derecha tardía, dependen del grado de desarrollo que presentan los movimientos nacionales para sostener o profundizar los cambios devenidos, hace más de dos décadas en la región.
A lo que queremos llegar es a lo siguiente: las clases dominantes en América Latina cuentan actualmente en algunos países con el “consenso circunstancial” de las clases medias y, algunas capas populares. Tal consenso ha sido posible en la medida que los gobiernos progresistas en la región indujeron el crecimiento de una derecha tardía de características republicanas, fundamentalmente debido a la ausencia en estos gobiernos, de orientaciones revolucionarias que afectasen intereses estructurales. Con ello, no estamos sugiriendo que el progresismo en América Latina no contemple perspectivas de transformación significativas, dado sus características movimientistas que la colocan como proceso nacional y por lo mismo, enfrentado a determinados intereses extranjeros y a aquellos intereses locales concentrados. Pero no menos importante es señalar las limitaciones, que en determinado momento colocan a este progresismo en una encrucijada, entre el avance revolucionario o la claudicación y su derrota. Desafortunadamente, los gobiernos progresistas de la región (Argentina, Brasil, Uruguay, Chile) resolvieron diseñar estrategias conciliadoras con intereses económicos y políticos a los que debían combatir, apartándose gradualmente de las masas y fracturando las unidades nacionales y optando por paralizar los movimientos nacionales. La “revolución inconclusa” del progresismo histórico en estos países, se trocó nuevamente en la reaparición inconclusa de la contrarrevolución, a la cual (podría decirse), dieron origen los propios gobiernos progresistas.
¿Derrotas resistidas o derrotas cedidas?
El panorama económico actual de Venezuela presenta adversidades objetivas para considerar. Al día siguiente de la muerte de Chávez, la oposición venezolana (en conjunto con Estados Unidos y el poder financiero-petrolero mundial) diseñó una nueva estrategia para acabar con el proceso bolivariano. Estamos en presencia aquí, de una derecha verdaderamente reaccionaria que busca por todos los medios una intervención extranjera. Es como hemos dicho, una nueva derecha golpista, sumida en un accionar antidemocrático constante, aunque también ocupando posiciones renovadas de intervención -limitada- de perfil democrático, remozado.
A pesar que los avances en materia social se mantienen, la guerra económica desatada en los últimos años afectó los niveles de estabilidad sostenidos por años. La situación económica del país es sumamente grave. La inflación supera el 1000%, la caída de los precios del petróleo fueron del 60%, a lo que se suma la escasez de bienes y servicios, desabastecimiento de productos de consumo popular, incremento de precios en forma indiscriminada, asedio a los bienes importados, etc. Las limitaciones del modelo económico venezolano, cuya dependencia histórica sobre la renta petrolera impiden generar un mercado interno e industrial relativamente autónomo a corto plazo, fueron factores claves que incidieron fuertemente para alentar un clima social conflictivo.
Considerando estos datos críticos, la persistente desestabilización incrementada por los círculos opositores y los reveses del gobierno para resolver estos temas, cabe preguntarnos si el país asiste a un final trágico de la revolución bolivariana o de manera comparativa, si la región asume el mismo el destino.
En primer lugar, dado que -como hemos indicado- debemos razonar sobre las diferencias que presenta cada proceso, si analizamos la derrota electoral del Kirchnerismo o la destitución de Dilma Rousseff y el PT en Brasil, advertimos que en estos países los proyectos progresistas fueron derrotados en contextos económicos radicalmente distintos al registrado en Venezuela; es decir, con niveles de crecimiento y estabilidad que ni siquiera los economistas neoliberales más acérrimos pudieron desmentir. No existió en Argentina y Brasil una guerra económica frontal que haya sido motivo directo de las derrotas electorales. Ni se dio en la Argentina o Brasil un proceso de confrontación golpista, altamente reaccionario, por parte de una derecha cohesionada alrededor de la figura de Macri o Temer.
Por otro lado, el riesgo de consolidar espacios políticos reducidos, donde ciertos grupos minoritarios establecieron su hegemonía sobre el movimiento nacional (paralizando al mismo tiempo la incorporación de otras corrientes y sectores políticos), las defecciones internas, el proceso de aburguesamiento de algunos sectores, se trocaron en una debilidad orgánica que fueron determinante para la emergencia de nuevas derechas en el poder.
En el caso de Venezuela y Bolivia, la intensa participación política estimulada desde espacios populares comunales, pueden servir también como elementos claves para señalar las diferencias en cuanto a la construcción del poder político: las estructuras de poder popular edificadas territorialmente, no ejercieron prácticas electoralistas autónomas, divisionistas, sino que contribuyeron a fortalecer una geometría de poder que difícilmente permite hablar de la desaparición del chavismo o el indigenismo boliviano. Un tipo de empoderamiento directo que es sostenido desde las bases mismas de la sociedad, a través de espacios de extracción e identidad popular que genuinamente han ido cimentando un nuevo ejercicio de poder.
Este proceso se vio reflejado, pues, en las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente en Julio del 2017, que contó con más de 8 millones de votos.
Exceptuando algunos ejemplos aislados de Brasil o Argentina, la participación política y la construcción de poder popular fue sin duda, inexistente. Repudiable, por cierto, es oír a algunos militantes del Kirchnerismo, por ejemplo, que incapaces de formular autocríticas trascendentes, adjudican la victoria del macrismo a su exitosa campaña mediática y a las conductas ignorantes del pueblo, con descalificaciones pavorosas, sin ningún tipo de asidero político y asimismo, demostrativas del carácter burgués del pensamiento en un sector importante del Kirchnerismo.
El papel protagónico asignado a una porción de intelectuales arribistas y los cada vez mayores espacios perdidos por las bases populares del movimiento, en reemplazo de una pequeña burguesía intelectual, incidieron sin duda en la derrota, la cual se pudo apreciar también en Brasil, salvando claro está, las diferencias obvias de cada proceso.
La victoria electoral de Macri o la usurpación política de Temer, no pueden advertirse en su compleja dimensión sin analizar las maniobras pérfidas y erradas que cometieron durante los últimos años de gobierno. En el caso de Argentina, el Kirchnerismo o mejor dicho, el Cristinismo, sostuvo el crecimiento del macrismo inmovilizando al peronismo fundamentalmente y entumeciendo la movilización del pueblo y, la posibilidad de confrontar sin medias tintas a los grupos de poder. En el caso de Brasil, las orientaciones económicas ortodoxas del gobierno del PT, las ambigüedades y muestras de debilidad del gobierno en torno al liderazgo de Dilma Rousseff, esencialmente, el viraje hacia políticas conciliadoras con la derecha y sus limitaciones para avanzar en mayores cambios estructurales, fueron determinantes.
Por el contrario (y muy a pesar de los reconocidos errores del chavismo bajo la dirección de Maduro), la salida a la crisis económica o a los desafíos del bloqueo norteamericano y las extendidas coyunturas de golpe blando, como así también el reposicionamiento de estrategias geopolíticas ante el desmoronamiento del precio del crudo, entre otros factores, ha ubicado al chavismo en un frente de lucha cuyas dificultades procuran superarse sin una claudicación de su proyecto revolucionario.
El camino -inevitable- hacia un nuevo modelo de economía post-petrolera, la consolidación de las formas de democracia participativa con la constitucionalización de los consejos comunales y de las comunas, traduce la dinámica de la revolución que de ningún modo puede inscribirse en un proceso de claudicación o derrota definitiva. Aquí, el poder político y popular ha decidido nuevamente afrontar las dificultades de la revolución, sin ceder ante la derecha contrarrevolucionaria.
Estos son algunos elementos que deben tenerse en cuenta, más allá de la retórica panfletaria. La posibilidad de un resurgimiento del chavismo y de la soberanía nacional, demuestran que el chavismo no es un progresismo debilitado. Desde la convocatoria a la Constituyente, se comenzó a dar señales claras de re-politización y re-moralización. Sobre todo, la gran apuesta política fue restituir poder a los órganos locales comunales, para enfrentar de manera combinada, ampliada, descentralizada y con niveles de corresponsabilidad simultáneos, la feroz guerra económica.
En definitiva, este es un tema que se debe debatir. La emergencia de una nueva derecha tardía en la región, ha expuesto de manera clara que la única manera de sostener los procesos populares es superando los límites del progresismo; avanzando de una transformación democrática restringida, a una revolución económica y social. De lo contrario, es posible que la región asista, como se observa en Argentina, no sólo a una declinación perdurable de los sectores progresistas, sino peor aún, a su mutación nociva en un nuevo tipo de fenómeno antipopular, capitalizado por minorías ilustradas despóticas y circunscritas a medrar sus intereses económicos particulares.
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