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Junio 2017

AMBIENTALISMOS CUALIFICADOS Y SUS DESAFÍOS


Ollantay Itzamná

Estos tiempos requieren no sólo de ambientalistas, sino de hijos/as de la Tierra que sientan los dolores catastróficos de su Madre, y actúen para mitigar y/o cambiar progresivamente las causas estructurales de dichos males. Y ello implica cambios de estilos de vida. Una proceso de autoliberación interna individual y colectiva para salir del sistema-mundo-ecocida en el que estamos entrampados.

Cada 5 de junio, desde 1972, la ONU promueve diferentes actividades de sensibilización/información, mediante diversas actividades, sobre la situación ambiental del planeta, en múltiples lugares.

Casi medio siglo después del establecimiento de esta conmemorativa fecha mundial, la percepción sobre la situación crítica del medio ambiente ha cambiado.

En la década de los 60 del pasado siglo, toda persona (científica o no) que “alertase” sobre las calamitosas situaciones de algunos aspectos del medio ambiente (en especial, la capa de ozono) era descalificada como “catastrofista”, “apocalíptico” y “radical”.

Ahora, la situación crítica y sus consecuencias del sistema Tierra (y del medio ambiente, en particular) es una verdad científica incuestionable. Y, la autodefinición como ambientalista, o emprender acciones de cuidado con el medio ambiente, son motivos de valoración/admiración por parte del resto de la comunidad.

La herejía o el radicalismo de hace tan sólo 50 años atrás, ahora, se ha convertido en una verdad universal, por encima de las diversidades culturales o civilizatorias, porque la Madre Tierra es una, y sus signos y síntomas de su malestar no conocen frontera alguna.

Teóricamente sabemos lo mal que está Mamá. Pero, los dispositivos social y culturalmente instalados en nuestro espíritu nos impiden que el conocimiento cerebral baje al corazón y cambié nuestras aptitudes, actitudes y conductas.

Tenemos información necesaria de las causas de los múltiples malestares de nuestra Madre Tierra, pero aún no tenemos voluntad (individual/colectiva) para hacer cambios significativos, y así quizás postergar lo inevitable que se viene a velocidades cada vez más rápidas.

¿Cuáles son los mayores retos para las y los ambientalistas?

Sanarnos de la consumopatía. Urge abandonar progresivamente el consumismo material y espiritual, y transitar hacia la sobriedad existencial. No necesitamos mucho, ni muchos bienes, para ser felices.

Resistencia económica. Ya no deberíamos comprar/consumir productos que hacen demasiado daño a la Tierra, mucho más si son de corporaciones ecocidas. Casi el 50% de los productos que nos ofrecen en los supermercado son innecesarios y/o basura que compramos para tirar. Si no compramos, ya no lo producen.

Los consumidores actuales o/y potenciales demográficamente somos la gran mayoría. Eso nos da un poder inimaginable.

Si dejamos de consumir ciertos productos, ellos ya no tienen el poder para dañarnos porque ya no los seguiremos fortaleciendo con cada compra que hacemos.

Si a esto le sumamos nuestra apuesta progresiva a abandonar el dinero como único medio de intercambio de bienes/servicios, estaremos activando una cultural contrahegemónica de la resistencia económica.

Resistencia cultural. La resistencia cultural consiste en dudar de todas las verdades “absolutas” que nos ha instalado o afianzando el sistema-mundo-occidental moderno.

No podemos ser ambientalistas y seguir asumiéndonos los humanos como los únicos sujetos con derechos en el planeta. Predilectos de algún Dios desconocido, sulbvalternizando al resto de las especies.

Aceptar que los humanos somos uno más dentro de la comunidad cósmica, y reconocerles la dignidad y los derechos a los otros seres vivos y “no vivos”, es una tarea teórica y práctica inmediata. El antropocentrismo acelera el viaje a nuestro final como especie.

Superar el individualismo. Reconstruir los entramados comunitarios, y superar el individualismo como método y como estilo de vida, es otro de los desafíos ambientales actuales.

Hemos destruido nuestra única casa, y dañado el tejido de Vida de nuestra Madre Tierra por estar compitiendo entre nosotros, jugando a ser “mejores que el resto”.

El sistema Tierra no tiene capacidad para que todos satisfagamos todos nuestros infinitos deseos de ser “el mejor” con sus finitos y/o ya deficitarios bienes disponibles con los que cuenta. El individualismo metodológico es tan letal e insostenible como lo es el mito del desarrollo infinito.

Abandonar las ciudades. Abandonar paulatinamente las mega urbes y retornar al campo es una necesidad y reto urgente. Si Mamá ya no tiene capacidad para alimentar la voracidad creciente actual, mucho menos tiene energías para hacer llegar comida y agua a las mega ciudades desde lugares cada vez más alejados. La ciudad, como ilusión de la modernidad, no es amigable con la Tierra. Peor aún en situaciones catastróficas cada vez más recurrentes.

Transitar hacia la eco política. Tampoco podemos decir que somos ambientalistas (sólo por recoger residuos sólidos o protestar cada 5 de junio) si seguimos creyendo en el sistema político vigente que nos ha llevado al caos ambiental planetario.

Es urgente trabajar, organizar, construir poder, ya no únicamente para la búsqueda del bienestar humano (derechos humanos), sino el bienestar integral de la Madre Tierra, donde vamos incluido los humanos. Estos tiempos son tiempos de derechos de nuestra Madre Tierra.

Organizaciones como las ONG o iglesias no pueden ser ambientalistas si siguen entrampados en el eufimismo de lo apolítico. Votar por la derecha y por los ricos ecocidas, en cada rito electoral, nos hace tan o más cómplices que los eco tiranos que gobiernan.

Construir el poder integral desde lo local, de manera ascendente y horizontal, para que todos los hijos/as de la Madre Tierra nos reorganicemos para defender y promover la Vida en sus diferentes formas es un imperativo político impostergable. Los ricos son ambientalistas en la medida que no se les afecte sus intereses económicos.

Hacia una eco espiritualidad. El reto mayor es el reto espiritual. La sobriedad económica, la conciencia eco política, el cosmocentrismo y el retorno a la comunidad, son posibles si acaso emprendemos la transición de la fase religiosa a la fase espiritual.

La espiritualidad es ese centro fundante y motivador que hace que uno/a, por más que en sus intentos sólo encuentre “derrotas”, jamás claudique en sus propósitos. Renunciar lo cierto (seguro) por lo incierto, el confort por el sacrificio, las verdades instaladas por las sospechas… requieren de una mística profunda arraigada en la identidad y espiritualidad Tierra.

Estos tiempos requieren no sólo de ambientalistas, sino de hijos/as de la Tierra que sientan los dolores catastróficos de su Madre, y actúen para mitigar y/o cambiar progresivamente las causas estructurales de dichos males. Y ello implica cambios de estilos de vida. Una proceso de autoliberación interna individual y colectiva para salir del sistema-mundo-ecocida en el que estamos entrampados.


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