Dudas sobre la autoría del ataque químico en Siria
Fredes Luis Castro
En el 2015, año en que se produjo el ataque con gas mostaza en Marea, localidad del norte de Alepo, Anthony Deutsch reportó que la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas en su informe sobre esta agresión no pudo definir a ciencia cierta qué bando fue el responsable, como consecuencia de un importante cúmulo de evidencia acerca de la posesión y uso de armas químicas por parte del Estado Islámico tanto en Irak como en Siria. Un mes antes, la BBC dio cuenta de las denuncias formuladas por oficiales kurdos, sobre el uso de gas mostaza contra sus soldados por parte del Estado Islámico.
El doctor Theodore Postol, Profesor Emérito de Ciencia, Tecnología y Seguridad Nacional del MIT, tildó al informe desclasificado que publicó la Casa Blanca, en el que responsabiliza al gobierno de Assad por el ataque químico de abril de este año, como un producto de inteligencia “amateur, falso y engañoso”. Postol es sentenciante ya en el segundo párrafo de su epistolar pronunciamiento: “este resumen de inteligencia [que he] revisado cuidadosamente, indudablemente no proporciona ninguna evidencia de que el gobierno de los EEUU haya tenido conocimientos concretos sobre el gobierno de Siria como responsable del ataque químico en Khan Shaykhun, materializado aproximadamente entre las 6 a 7 am el 4 de abril de 2017.”
Scott Ritter, ex inspector de armas de la ONU en Irak en los años 90 del siglo pasado, en un artículo publicado en el Huffington Post, acusa a medios de comunicación y decisores públicos norteamericanos de adherir a una narrativa promovida por los grupos rebeldes/terroristas afiliados a Al Qaeda, entre ellos Al Nusra (ahora llamados Tahrir al-Sham para simular su conexión con los agresores de las Torres Gemelas), que cuenta con un sólido prontuario en el uso de armas químicas. Al Nusra empleó en ataques previos gas sarín y una combinación de cloro con fósforo blanco. Ritter considera como “alta” la probabilidad de una propagación de agentes tóxicos si un almacén o centro de producción fueron impactados por bombas sirias la mañana del 4 de abril. También denuncia inconsistencias en las declaraciones de comunicadores presenciales y testigos del hecho, que sugieren empleo de gas de cloro, antes que sarín (hablan de olores y nubes de color, cuando el sarín es incoloro e inodoro, indica el experto). Sorprende a Ritter la ausencia de uniformes protectores apropiados en el personal rescatista, en las imágenes difundidas, lo que hubiese contaminado gravemente sus personas si de gas sarín se tratase.
Robert Parry, por su parte, informa sobre una disputa en los servicios de inteligencia estadounidenses, y refiere a fuentes internas que le reconocen la existencia de evidencia que responsabiliza a Al Qaeda, bien por una liberación intencional de agentes químicos, o por la explosión de contenedores de gases tóxicos a raíz del bombardeo convencional ordenado por Assad. Afirma que un agente de inteligencia admitió que se esperaba alguna iniciativa de parte de los rebeldes, para forzar a Trump a revertir su decisión de no propiciar cambio de régimen alguno, con el objeto de concentrar esfuerzos en la lucha contra el terrorismo islámico.
Tulsi Gabbard congresista demócrata, veterana de la guerra de Irak, ha hecho públicas sus dudas sobre la autoría del ataque químico del 4 de abril y reclama una mayor investigación, cosa que ha disparado los cuestionamientos de sus propios copartidarios. Expresiones similares fueron formuladas por Thomas Massie, representante republicano de Kentucky. Ambos constituyen las excepciones que confirman la regla bitartidaria, por la cual debe primar la solidaridad con todo tipo de agresión externa emanada de la mayor potencia militar del mundo, antes que con las víctimas o con la verdad.
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