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Diciembre 2016

El posprogresismo en América Latina. Algunas ideas pensadas en voz alta


Sirio López Velasco

En noviembre de 2016 un reconocido intelectual de larga trayectoria en su apoyo a los movimientos de liberación y populares del Tercer Mundo pronunció una conferencia que pretendía hacer un balance inicial de los llamados “gobiernos progresistas” en América Latina (que hoy estarían con su modelo agotado). Abordó en especial el caso de Ecuador, haciendo también referencias puntuales a los casos de Venezuela, Bolivia, Argentina y Brasil. Aclarando que incursionaba en hipótesis provisorias, afirmó que en la época del alto precio de las commodities exportadas por dichos países, sus Gobiernos implementaron sendas políticas que usando los ingresos obtenidos (en lo que fue una reasignación social de los mismos, pero sin que hubiera una redistribución de la riqueza, pues los ricos fueron apenas afectados en sus fortunas, cuando lo fueron) sacaron de la miseria o la pobreza extrema a millones de personas, gracias a ayudas directas y mejorías notables en el área de la salud y la educación gratuitas, y/o en los planes de vivienda popular.

Ahora bien, para abastecer de bienes básicos a esos nuevos consumidores, esos Gobiernos tuvieron que importar cantidades crecientes de productos (lo que ocurrió paradigmáticamente en Venezuela, que importa el 70% de los alimentos que consume, ya que la economía rentista petrolera capitalista había abandonado la agricultura). Esas políticas sociales que se hicieron en alianza con sectores de la burguesía y la derecha local, y que asumió rasgos anti-imperialistas (en especial en confrontación con el injerencismo yanqui, lo que llevó a la expulsión de más de un embajador de EEUU en la región), no llegó no obstante, a asumir tintes anti/pos-capitalistas; y ello por la sencilla razón de que gran parte de los medios de producción (incluso muchos grandes y estratégicos) continuaron en manos privadas (a veces extranjeras); y también porque se continuó aplicando una conducta extractivista de devastación y contaminación exagerada del medio ambiente natural, en igual o peor escala a lo conocido antes de la llegada de los mencionados Gobiernos.

No obstante, dijo nuestro autor, ocurrió que tal modelo entró en fase de agotamiento cuando cayeron los precios de las commodities exportadas por los países analizados. Al contraerse la torta del maná para repartir, se rompieron las alianzas con los sectores burgueses-derechistas (que reivindicaban para sí la totalidad del ingreso nacional reducido, sin querer repartirlo con los más pobres), y los Gobiernos en cuestión hicieron más y más concesiones al capital privado (nacional y extranjero), lo que determinó el alejamiento de sectores populares que antes los habían apoyado.

En Brasil fue característico el discurso de Dilma en su segundo mandato, en el que defendió la necesidad de dar más espacio a los mercados y nombró como Ministro de Economía a un conspicuo representante de la banca privada; parte del movimiento popular que la sostenía no la acompañó en ese giro, al tiempo en que el sector de la burguesía/derecha que la había acompañado se unió a la oposición derechista (y la de seudoizquierda) para expulsarla del gobierno mediante el impeachment, e implementar con velocidad inusitada un paquete neoliberal de ajustes antipopulares (que Dilma había iniciado demasiado tímida y lentamente, para su gusto).

Hay que agregar, y esto lo hago por mi cuenta, que en esa reconquista derechista del Gobierno ayudó mucho la enorme corrupción de la que participó el Partido de los Trabajadores, gobernante con Lula y Dilma, en complicidad con casi todos los Partidos representados en las instancias de gobierno ejecutivo o legislativo, y articulada con grandes empresas (en especial constructoras) que robaron del erario público sumas astronómicas para engrosar su patrimonio y pagar abundantes coimas a los políticos en cuestión; esa corrupción fue hábilmente usada por la gran prensa derechista para hacer realidad la expulsión de Dilma y la defenestración del PT y de Lula. A su vez en Ecuador, Correa, quien ya había declarado su adhesión al “capitalismo moderno”, enfrentó la caída brutal del precio del petróleo con un renovado extractivismo minero (presente también en grado nuevo y mayúsculo en Venezuela en el llamado Arco del Orinoco, por cierto contemporáneo de una enorme crisis de desabastecimiento que condena a las mayorías del pueblo a largas colas y falta de productos esenciales) y con la privatización de los tres principales puertos comerciales de Ecuador en beneficio de extranjeros, al tiempo en que firmaba un convenio comercial con la Unión Europea (del que mucho tienen que temer la pequeña empresa indígena, cooperativa, familiar o privada ecuatorianas). Recordó nuestro autor que en el período considerado se notó una cierta desindustrialización relativa en países de buen potencial como lo son Brasil y Argentina. Sea por una causa o por otra, el candidato a sucesor de Cristina Kirchner fue derrotado en las urnas por el neoliberal Macri.

Llegando al actual panorama nuestro autor se pregunta si los llamados “Gobiernos progresistas” podrían haber actuado de forma diferente. Y aunque no esbozó una respuesta firme, afirmó: 1) que es necesaria una seria autocrítica de los respectivos procesos, 2) que el “socialismo inmediato” es imposible (por lo que entendí, dada la insuficiencia tecnológica propia del Tercer Mundo, y su dependencia de la del Primero, de donde vienen también necesarios capitales), y, 3) que habría que pensar en “transiciones” (sin especificar nada sobre su contenido concreto, ni aclarar hacia qué concepción del socialismo se encaminarían).

Reaccionando ante esa conferencia otro intelectual/militante de vieja data nos dijo que: 1) el autor incurría en posiciones anarco-ecologistas que no habían triunfado en ningún lado, 2) que se equivocaba al poner en una misma bolsa, al criticar el extractivismo y productivismo, a la URSS y a los Gobiernos progresistas de A. Latina, y, 3) que continuaba adhiriendo, como alternativa, a la Dictadura Revolucionaria del Proletariado.

Cuando le pregunté cómo veía concretamente esa Dictadura funcionando hoy en su país, me dijo: a) que la dificultad del socialismo en un sólo país fue demostrada hace mucho, y, b) que no creía que en su país pudiera aplicarse hoy esa Dictadura.

Entonces le repregunté, qué concretamente creía que podría/debía funcionar en su país (yendo más allá, y rumbo al socialismo, del gobierno “progresista” que mi interlocutor fustiga sin tregua un día sí y el otro también), dándole un horizonte plausible a su prédica y acción cotidianas; hasta hoy no obtenido ninguna respuesta de su parte.

Así las cosas, considero que podemos valernos de las posiciones abordadas (a las que agrego el caso de Uruguay, que conozco muy bien), para intentar aclarar (por lo menos inicialmente y a la espera de otras reflexiones) nuestra propia visión del presente y del futuro.

En primer lugar creo que no hay socialismo (ni camino hacia él) si los grandes medios de producción no han sido socializados para ponerlos en manos de los productores libremente asociados (en verdaderas cooperativas), o puestos bajo control del Estado, sometido a su vez a incesante control popular, al tiempo en que se edifica una nueva estructura estatal directamente emanada del pueblo organizado (como lo intentaron/intentan las Comunas en Venezuela).

Al mismo tiempo la educación debe tener carácter ecológico (en los moldes de la educación ambiental ecomunitarista), promoviendo el estilo de vida basado en la frugalidad y en la reducción-reutilización y reciclaje de insumos y residuos.

Ese nuevo orden socioambiental tendrá que tener carácter pluricultural, incorporando, en pie de igualdad con la herencia blanca/europea, el saber-poder de las comunidades indígenas y negras, marginadas en la A. Latina capitalista.

Simultáneamente (y para que dicha educación desborde los cauces de la educación formal y se generalice en la sociedad) será necesario acabar con los latifundios mediáticos y promover, al menos, una Ley como la que llegó a ser promulgada en Argentina en el Gobierno de Cristina Fernández, que reparte en tres tercios iguales las “medias” audiovisuales estatales, comunitarias y privadas (impidiendo que estas últimas conformen monopolios u oligopolios nacionales o regionales).

Ahora, se puede preguntar si ese socialismo es posible de inmediato o no. Mi respuesta es positiva, si hay amplio respaldo popular organizado, y claridad y coraje de las respectivas direcciones gubernamentales. El hecho de que en Ecuador y en Brasil sea la pequeña producción familiar y cooperativa la que asegure la mayor parte de los alimentos consumidos, nos garantiza que por lo menos la soberanía alimentaria es viable, y sobre ella se puede montar la del área industrial que se revele necesaria y acorde al socialismo ecomunitarista. Venezuela sería (y es) el punto de apoyo del abastecimiento de los productos petroleros (indispensables aún en economías no reconvertidas a las fuentes limpias y renovables, aunque Uruguay, mostrando el camino, ha hecho significativos avances en esa materia). Ello era aún más factible en el momento de auge de los gobiernos progresistas, en el que el apoyo mutuo de los respectivos Gobiernos y pueblos hubiera ayudado a subsanar muchas de las carencias y dificultades en cada país, usando la fortaleza de los otros en los rubros considerados. Así se hubiera sentado la base de la independización progresiva de la tecnología capitalista del Primer Mundo (sabiendo que por un tiempo habría que seguirla comprando, por ejemplo en el área de la informática y la robótica, con divisas ahorradas en base a la producción propia, o mediante canje/trueque con los países que así se dispusiesen a hacerlo). Si se concluyese que aún con esos cambios (y/o para hacerlos posibles) son necesarios inversiones de capitalistas del Primer Mundo, respondería (inspirándome en la crítica que el Che Guevara le hiciera al Manual de Economía de la Academia de Ciencias de la URSS) que los mismos deberían ser reducidos al mínimo indispensable, y con muchísimo cuidado respecto de su cuantía, contrapartidas y formas de aplicación.

Es claro que hoy, con las derrotas de Argentina y Brasil, la aventura se hace mucho más difícil, pero no imposible gracias al apoyo de Venezuela, Ecuador y Bolivia, y de la propia Cuba que aún enfrentada a un proceso de “actualización” que incluye explícitamente formas capitalistas, sigue siendo ejemplo de una alternativa al modelo que quieren imponer los EEUU y la Europa rica (al tiempo en el que ha apoyado y apoya a los pueblos amigos con sus médicos, educadores y su arte médica y bio-tecnológica avanzada). Pero insisto, un desafío fundamental consiste en crear progresivamente una tecnología propia y volcada a la satisfacción de las necesidades básicas de las mayorías (y no al consumismo de lujo de las minorías); al mismo tiempo la agroindustria orgánica encontrará una vasta clientela en el Primer Mundo, permitiendo obtener las divisas necesarias para traer la tecnología aún no producida en las propias tierras. Este paradigma exige una amplia transformación cultural (viable a través de la educación ambiental ecomunitarista generalizada), que se choca de frente con lo que afirmaron algunos ex-guerrilleros encaramados al primer Gobierno nacional del Frente Amplio en Uruguay, cuando justificaron su pusilanimidad transformadora con el peregrino argumento de que “los uruguayos no aguantarían carecer de zapatos importados y derribarían al Gobierno”; con tal tesis confesaron su falta de fe en la capacidad de autotransformación del ser humano y en la posibilidad misma del socialismo ecomunitarista.

Se puede preguntar si no sería boicoteado e incluso invadido un país (o conjunto de países) que adoptase en la práctica este paradigma de economía ecológica (y predominantemente sin patrones), frugalidad ecológica, educación ambiental ecomunitarista generalizada, y democracia directa creciente (penetrando y sustituyendo al aparato estatal heredado). La experiencia del cincuentenario bloqueo sufrido por Cuba (además de la invasión sufrida en Playa Girón y múltiples acciones violentas de sabotaje), así como la “guerra de los contras” impuesta desde EEUU a la Nicaragua sandinista naciente, muestran crudamente la pertinencia de la pregunta. Como única respuesta podemos levantar el ejemplo de resistencia de Cuba (para demostrar que sí se puede elegir el propio rumbo), al tiempo que se acompaña muy de cerca el sesgo que va tomando su “actualización” en curso, para aprender críticamente de ella, apoyarla en lo que necesite, y ayudarla a evitar un simple regreso al capitalismo “tradicional” (como ocurrió en la ex-URSS, y luego en China y aún en el heroico Vietnam), luchando junto a su pueblo.

Ahora, ¿qué formas políticas podría asumir esa transición al socialismo que lleva más allá de las actuales experiencias llamadas progresistas?

La experiencia histórica (y la especificidad del caso uruguayo) me hace plantear la hipótesis de que hoy difícilmente sería deseable y durable en los países considerados un modelo apoyado en un Partido único, lo que supone gobernar en situación de pluralidad partidaria (y mediática, como ya lo dijimos antes). La cuestión es si esa pluralidad sería irrestricta o se debería prohibir a las formaciones que defendieran al capitalismo (y a fortiori al imperialismo). La aguda confrontación que actualmente se vive en Venezuela (y que esperemos se resuelva en una salida rumbo al socialismo que aquí defendemos) muestra la pertinencia de esta segunda opción. Y lo decisivo será el ejercicio de la democracia directa (por vía presencial o a través de internet y los medios audiovisuales) que permitan a la ciudadanía ir decidiendo de más en más sobre las cuestiones que atañen a su vida (como lo son las metas, rubros y modalidad ecológica y solidaria de la producción, el presupuesto, los impuestos, y las políticas sociales en todos los rubros, así como la política internacional). El o los Partidos que no sepan apoyar y apoyarse en esa democracia estarán socavando sus bases de sustentación, y traicionarán el horizonte socialista (que caracterizo como ecomunitarista, ampliando los límites del comunismo propuesto por Marx).

En los países que aún tienen Gobiernos “progresistas” la tarea urgente consiste en promover esa transformación antes de que la derecha tradicional (neoliberal) regrese al Gobierno en ancas de la decepción popular, lo que amenaza suceder en Uruguay en las próximas elecciones presidenciales de 2019; de todas formas, con o sin la derrota del FA, el camino hacia el socialismo exige ir más allá de lo intentado. Y en ellos y en los otros, el desafío consiste en organizar al pueblo para todas las formas de lucha que se revelen necesarias, para romper con la rutina y los límites de la política y la vida capitalista, rumbo al socialismo ecomunitarista.

En Uruguay la prédica y prácticas innovadoras de Raúl Sendic Antonaccio son un ejemplo con total vigencia. Y en ese país creo que se puede ir mucho más allá de lo hecho por el Frente Amplio en:

1) una reforma agraria que use las tierras de los latifundios que superen las 2.500 hectáreas para asentar allí (en casas dignas/confortables, con agua, luz, teléfono y TV por satélite, e internet, y contando en sus proximidades con los servicios sociales necesarios), a quienes quieran trabajarlas (oriundos del campo o las ciudades) en agroindustrias orgánico-ecológicas en beneficio propio y del país y su pueblo, amparados en un firme apoyo financiero, de formación , tecnológico y con compra asegurada de su producción,

2) la estatización de las grandes empresas, de la Banca y del Comercio Exterior, para poner el sistema productivo, financiero y el intercambio comercial al servicio de las necesidades de las grandes mayorías,

3) la auditoría y no pago provisorio de la deuda pública considerada ilegítima, para volcar los recursos ahora gastados en ella a la satisfacción de las necesidades antes mencionadas,

4) la adopción de una Ley de Medios de los tres tercios (como en Argentina),

5) el diseño de una doctrina artiguista y latinoamericanista (por lo tanto anti-imperialista) en la formación y acción de los cuerpos armados (que deberán ser complementados-sustituidos por milicias populares, una vez que por su pequeñez el Uruguay no tiene la mínima posibilidad de defenderse mediante una guerra convencional ante cualquier eventual invasor), y,

6) la aplicación sin pausa de la política de verdad y justicia en contra de los criminales de la última dictadura cívico-militar, y a favor de sus víctimas.

En el caso de Brasil y Argentina (donde los respectivos Gobiernos “progresistas” han sido desplazados por la derecha neoliberal), la reformulación teórico-práctica debe ser la consecuencia de la autocrítica reivindicada por nuestro primer autor; ella mostrará la falta de perspectiva evidente en Lula cuando sueña con volver al gobierno en 2018 (a pesar de que todo hace creer que será objeto de alguna condena judicial que lo impida candidatearse), pero/y sin aclarar a la gente si quiere volver para hacer lo mismo (que pudo hacer gracias al alto precio de las commodities, hoy inexistente) y con los mismos “aliados” derechistas y la misma corrupción sistémica; a poco que se enfrente esa pregunta, aflorará la pertinencia de la reformulación que proponemos, y el pueblo brasileño tendrá que fijarse las nuevas metas y darse las formas de lucha acordes a ellas.

Sobre Venezuela, Ecuador y Bolivia no tengo informaciones suficientemente precisas y detalladas como para aventurar una opinión seria. Cabe a l@s compañer@s de esos países iluminarme/iluminarnos con su reflexión.

Noviembre de 2016

lopesirio@hotmail.com


http://www.alainet.org/es/articulo/181769







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