Érase una vez la izquierda…
Luis Casado
En la primera mitad del siglo XX… ¿a quién se le hubiese ocurrido preguntar ¿Qué es la izquierda?
La respuesta parecía evidente y venía asociada a las luchas por la descolonización, a los derechos de las mayorías ignoradas, al combate contra la discriminación, la explotación y la guerra –Jean Jaurès fue asesinado en razón de su oposición a la Primera Guerra Mundial–, al naciente socialismo, a la utopía de un mundo mejor en el que el reconocimiento del Hombre le pondría fin a siglos de sufrimientos y arbitrariedades.
Nombres hoy ilustres –Mandela, Ben Barka, Lumumba, Ho Chi Minh, Luis Emilio Recabarren, Jaurès, Allende y tantos otros– iluminaron la práctica política que mereció ser identificada como la izquierda.
En el siglo XXI por contra, la misma pregunta, ¿Qué es la izquierda?, tropieza con respuestas retorcidas, acomodaticias, incluso vergonzantes.
La utopía –exigencia mayor en la reflexión filosófica– es tildada de elucubración aberrante. La desaparición poco gloriosa del “socialismo real”, ahogado por dictaduras con pretensiones monolíticas, la corrupción y diferentes formas de Restauración capitalista, eliminó de una plumada las referencias que le permitieron a millones de ciudadanos elegir vereda.
Desde que a comienzos de la década de los años 1980 los partidos de ‘izquierda’ empezaron a poner en práctica políticas de derecha, la confusión no hizo sino crecer. Hoy en día es difícil hacer la diferencia entre las políticas económicas de la socialdemocracia europea y las de los ‘partidos populares’, denominación tras la cual se camufla la derecha del viejo continente.
Margaret Thatcher, musa del neoliberalismo a ultranza, a la interrogación de un periodista, “¿Cuál considera que fue su mayor éxito en el gobierno?”, pudo responder orgullosa de sí misma: “¡Tony Blair!”
En la actualidad, personalidades como Jeremy Corbyn (Gran Bretaña) o Bernie Sanders (EEUU), son descritas por la prensa como ‘extremistas’ y ‘radicales’, aún cuando toda su larga trayectoria política demuestra que simplemente son fieles a la forma originaria de la socialdemocracia.
Ni el uno ni el otro son bolcheviques, ni ‘maximalistas’, ni extremistas, ni radicales, y se limitan a reclamar lo que preconiza la Constitución Americana, o lo que pareció legítimo en las políticas de Clement Attlee en la Gran Bretaña de la posguerra.
En Chile, el ex militante de las Juventudes Comunistas Nicolás Eyzaguirre, varias veces ministro, declaró en El Mercurio (05/08/2001): “Un polo de izquierda no tiene nada que ofrecerle a Chile”. A la pregunta “De uno a cien ¿cuánta es su fe en el libre mercado?”, respondió literalmente: “Una fe de un cien por ciento en cuanto a que predominantemente la asignación de recursos debe hacerse a través de un esquema que combine la propiedad privada con el libre mercado”.
Nótese la connotación religiosa de la pregunta y de la respuesta en las cuales es cuestión de “fe”, o sea, según el diccionario: “La creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia”.
Nicolás Eyzaguirre ¿es de izquierda?
La pregunta no es ociosa, habida cuenta que milita en el PPD, partido supuestamente “progresista”, y forma parte de un gobierno de “centro-izquierda” presidido por una “socialista”. Nicolás Eyzaguirre, que profesa una fe del cien por ciento en el libre mercado y la propiedad privada, ¿es de izquierda?
Gonzalo Martner, Osvaldo Andrade, Camilo Escalona, ex presidentes del partido socialista chileno, ¿son de izquierda?
El primero, Gonzalo Martner, escribe sesudas notas en las cuales afirma que la mejor asignación de recursos en la economía es la que hace el mercado. Y para darle peso a tan eminente opinión, firma como “doctor en economía”.
El segundo, Osvaldo Andrade, ex ministro del Trabajo, ofreció su respuesta a la gigantesca crisis llamada de los subprimes, afirmando: “Se requiere mejor mercado…” (Osvaldo Andrade. “La propuesta progresista”. 13/04/2009).
Para vacunarse contra los excesos, los desvaríos, la estafa y el fraude provocados por el libre mercado, es absolutamente indispensable agregarle libre mercado al libre mercado. “Mejor mercado…” como diría Osvaldo Andrade.
En estos años (2007 -2016…), la recesión provocada por la estafa de los créditos subprime sigue afectando al planeta entero, y ha sido descrita como una de las más graves crisis de la historia del capitalismo.
La única referencia comparable en la materia es el crac de 1929 y la Gran Depresión de los años 1930. En Latinoamérica, el país más afectado fue Chile. La respuesta política de Marmaduque Grove, quien más tarde fundaría el partido socialista, fue una revolución (1932) y la instauración de una República Socialista de breve duración.
En nuestros días, la mega crisis de los subprimes encontró en Camilo Escalona, patrón de la corriente Nueva Izquierda en el seno del PS, otro tipo de respuesta: salvar al capitalismo. Para ello propuso crear un “Fondo Mundial Contracíclico” (sic).
Escalona parecía ignorar los acuerdos de Bretton Woods y la existencia del FMI, del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera, del Banco Europeo de Inversiones, del Banco Interamericano de Desarrollo y otras eminentes estructuras internacionales que, a priori, obran como un “fondo mundial contracíclico” sin lograr evitar las crisis.
Una vez no es costumbre, me permito citar lo que yo mismo escribí hace algunos años (Luis Casado: “QEPD – de la inutilidad del PS y de las razones que aconsejan hacerlo desaparecer”. Ediciones Relief – Colección El Afilador. Santiago, 2009):
“La revolución socialista precedió al PS, lo marcó a fuego, dejándole una impronta imposible de borrar sino al precio de dolorosas mutilaciones, de cirugía mayor, de apostasías vergonzantes. La distancia que separa la respuesta de Grove a la crisis del capitalismo de los años 30, de la respuesta de los socialistas chilenos a la crisis de hoy, es propiamente sideral.
En un acto fundador, Marmaduque Grove y sus compañeros se jugaron la vida en la revolución socialista de junio de 1932, que aun cuando no duró sino 12 días se dio maña, entre otros, para nacionalizar las riquezas básicas, crear los ministerios del Trabajo y de Higiene, fundar el Banco del Estado y lanzar un Plan de Colonización Agrícola que le distribuyó tierras a los cesantes, asegurar la devolución de sus prendas a las familias modestas que las habían empeñado en la Caja de Crédito Popular…
Los revolucionarios distribuyeron volantes para darle a conocer sus propósitos al pueblo de Santiago:
‘La República socialista de Chile asegurará la organización de la economía nacional, bajo el control del Estado, disciplinará las fuerzas productoras y las hará resurgir, mediante una acción enérgica, no para satisfacer la codicia egoísta de la oligarquía corrupta, sino para bienestar y salud del pueblo.’”
La apostasía ¿es de izquierda?
Desde tiempos inmemoriales, el surgimiento de las naciones y los Estados se enfrentó a los intereses contradictorios de otras naciones y otros Estados. La defensa de lo que se consideró con o sin razón como intereses vitales, provocó guerras a lo largo de siglos.
En la inmediata posguerra (1945), Charles de Gaulle estimó que el futuro y la grandeza de Francia exigían el control por parte del Estado de sectores enteros de la economía: toda la banca, la energía, las telecomunicaciones, los transportes, una parte no despreciable de la industria eléctrica y electrónica, parte de la industria siderúrgica y metal-mecánica, la investigación agroindustrial, la investigación oceánica, la industria aeroespacial, la industria militar, etc. El Programa de la Resistencia a la ocupación nazi, puesta en obra por de Gaulle, protegió la Salud, la Educación y la previsión de una eventual mercantilización hasta el día de hoy.
Tal política era, para Charles de Gaulle, una condición indispensable de la pervivencia de Francia como potencia planetaria, garantía de su independencia, elemento insustituible de su defensa y el zócalo de una sociedad en la que el progreso llegase a todos los franceses.
Ahora bien, Charles de Gaulle no era de izquierda. Hoy en día, sus pretendidos herederos se cuentan entre lo más granado de la derecha dura, aún cuando “mon général” decía de sí mismo: “No estoy ni a la derecha ni a la izquierda, sino por encima”.
Charles de Gaulle, el hombre de la descolonización, encarnó una suerte de nacionalismo –o patriotismo– económico, que hoy es descrito por los neoliberales como un puro arcaísmo.
No hace medio siglo, un breve lapso de tiempo a la escala de la Historia, las fuerzas que defendían los intereses de los sectores más modestos de la población preconizando un cambio sustancial en la conducción del Estado, tenían la nacionalización de las riquezas básicas como un elemento esencial de las políticas progresistas, patrióticas, de izquierda y porqué no decirlo, revolucionarias.
La más grande realización de Salvador Allende, la cristalización de toda una vida dedicada al combate político, –y probablemente el hecho político más importante de la historia de Chile desde la Independencia–, fue la nacionalización del cobre aprobada por la unanimidad del Congreso el 11 de julio de 1971.
Como sabemos, tal osadía le costó la vida.
La Concertación –coalición de “centro-izquierda”– con Patricio Aylwin a la cabeza y ministros socialistas en el gobierno, desnacionalizó subrepticiamente el cobre en el año 1990. En la actualidad, casi el 70% de la producción está en manos privadas, y lo único que le queda a la nación es Codelco.
Nadie acusó nunca a Patricio Aylwin de ser de izquierda, y hay que hacer esfuerzos sobrehumanos para pensarlo como un político de centro.
En el año 1999, Ricardo Lagos, ministro de Aylwin y candidato recurrente a la presidencia de Chile, declaraba:
"Es muy importante introducir capital privado en Codelco para que pueda expandirse. Pero para privatizar Codelco tenemos que suspender la entrega del 10 % de sus ingresos a las fuerzas armadas. No creo que ningún inversionista privado esté interesado en Codelco hasta que superemos este problema”.
Ricardo Lagos ¿es de izquierda?
Segunda Izquierda, Tercera Vía
La mutación de la “izquierda” no se produjo en un día, ni se circunscribió a tal o cual país o región del mundo.
En el Congreso de Épinay del partido socialista francés (1971) François Mitterrand se impuso en la dirección del PSF con un discurso de “ruptura con el capitalismo”.
En el año 1977, en el Congreso de Nantes, Michel Rocard, ex ‘gauchiste’ de regreso de sus desvaríos de juventud, expuso una visión radicalmente opuesta a la tradición ‘marxista’ y jacobina de la izquierda francesa, y la bautizó como la “deuxième gauche”, o sea la “segunda izquierda”.
La característica principal de la “segunda izquierda” se resume a la práctica de políticas aceptables para el mundo de los negocios y los mercados financieros, y a desarrollar una actividad sindical complaciente con los patrones.
Pocos años más tarde (1981) Mitterrand llegó a la presidencia de Francia al frente de una coalición con el partido comunista.
Su gobierno comenzó por satisfacer algunas reivindicaciones sociales. Sin embargo, a poco andar (1983), el llamado “giro del rigor” llevó al gobierno de Mitterrand a superar por la derecha la “segunda izquierda” de Rocard. El mismo Rocard fue entronizado primer ministro por su enconado adversario (1988-1991).
De 1983 en adelante, las políticas económicas del gobierno de Mitterrand, y por vía de consecuencia del PSF, se enrumbaron hacia un liberalismo desenfadado, dejando el capítulo social para las calendas grecas.
François Mitterrand, ¿era de izquierda?
Por su parte, el laborista británico Tony Blair, Primer Ministro de su Majestad entre los años 1997-2007, desarrolló la tesis de la Tercera Vía, una forma de socialdemocracia que asumió sin sonrojarse el legado de Margaret Thatcher. A tal punto que Thatcher pudo considerar a Tony Blair como su heredero. A juicio de la “Dama de Hierro”, para su gran alegría, de ese modo el laborismo británico firmaba su propio certificado de defunción.
Tony Blair ¿es de izquierda?
La Tercera Vía desapareció como vino. Sin hacer ruido. Algunos sucedáneos de Tony Blair, –entretanto reciclado como millonario agente de negocios de un par de multinacionales–, siguieron su ejemplo hasta que en una reacción improbable Jeremy Corbyn se impuso como leader del laborismo inglés.
Curiosamente, los peores enemigos de Corbyn –el ‘izquierdista radical’– no están en el partido conservador, sino en la derecha de su propio partido laborista que ha intentado, sin éxito hasta ahora, desalojarlo de la dirección.
Gerhard Schröder, canciller alemán socialdemócrata (1998-2005), ‘modernizó’ brutalmente las relaciones laborales de su país imponiendo las tristemente célebres leyes Hartz. Conquistas sociales logradas en siglos de luchas sociales desaparecieron de la noche a la mañana, sacrificadas en el altar de la “necesaria flexibilidad del mercado del trabajo”. El inspirador de tal crimen no fue otro que Peter Hartz, director de recursos humanos de Volkswagen.
Gerhard Schröder ¿es de izquierda?
En España, Felipe González, ese “guitarrista guapito” al decir de Enrique Tierno Galván –gran figura histórica del socialismo español–, fue presidente de gobierno entre los años 1982 y 1996. Nadie como él sintetiza mejor la apostasía de la socialdemocracia. La gran empresa de modernización de la España de Franco fue llevada a cabo entrando con un paso ágil y decidido en el modelo neoliberal. Y en la OTAN.
Después de ejercer el poder durante 14 años, desacreditado por una larga serie de escándalos de corrupción, Felipe González tuvo que cederle la plaza a la derecha dura de José María Aznar.
Hoy en día Felipe González, extremadamente bien remunerado, ejerce de portamaletas de Carlos Slim, primera, segunda o tercera fortuna planetaria – ¡qué importa! – mientras hace lo imposible para facilitarle otro período de gobierno al muy derechista Mariano Rajoy, conspirando contra el propio secretario general del mal llamado partido socialista obrero español.
Felipe González, promotor desde la presidencia del gobierno español de los GAL, grupo parapolicial ilegal dedicado a asesinar militantes de ETA, nunca dijo una palabra a propósito del crimen de Ayotzinapa, ni sobre el golpe de Estado en Honduras, ni sobre el ‘golpe blando’ en Paraguay, –o aún el de Brasil contra Dilma Roussef–, pero posa de defensor de las libertades públicas en… Venezuela.
Felipe González, que junto a Carlos Slim y Ricardo Lagos fue recibido por los estudiantes de la Universidad de Alicante a los gritos de “Fuera, mafiosos, de la Universidad…” ¿es de izquierda?
La ‘izquierda de la izquierda’
En la confusión reinante, en una realidad en la que las palabras pierden su sentido y la lengua fue pervertida para transformarla en una herramienta de dominación, ‘socialismo’ o ‘izquierda’ designan cualquier organización, cualquier charlatán, cualquier lobo revestido de piel de oveja que posa de ‘progresista’ mientras ejerce de mano de obra de los peores intereses de la derecha.
La prensa, controlada por los poderes financieros, pergeñó una forma para referirse a quienes, al menos nominalmente, siguen siendo leales a los intereses de los miserables, acuñando la denominación “izquierda de la izquierda”.
Hubiese sido más corto, y más acorde a la realidad, llamarla simplemente “izquierda de izquierda”, en oposición a la izquierda de derecha que hemos descrito más arriba.
En Chile, hasta el año 2009, se la llamó falazmente “izquierda extraparlamentaria”, como si los “progresistas” y socialdemócratas autoproclamados que obraron durante veinte años a la consolidación de la institucionalidad de la dictadura en el Parlamento pudiesen merecer el calificativo de “izquierda” parlamentaria.
La entrada de diputados del partido comunista en la Cámara de Diputados, gracias a un pacto con los herederos asumidos del legado de la dictadura, le puso un piadoso término al uso de la expresión “izquierda extraparlamentaria”.
Poniendo el pillaje del cobre entre paréntesis (“el tema del cobre no está en el programa, por lo tanto no se toca” G. Tellier), aprobando y apoyando el programa neoliberal de la Concertación para votar por Frei Ruiz-Tagle, entrando luego en la coalición llamada Nueva Mayoría que se empecina en mantener el lucro en la Educación privatizada, en destruir Codelco, en mantener salarios de miseria, en proteger el sistema privado de previsión, las Isapres, la privatización del mar, la desprotección de los asalariados… el partido comunista ¿es de izquierda?
Hay quién –auto erigido en juez de la cosa, en prescriptor del debate público, en propietario del timbre que estampado en un certificado de dudosa legitimidad establece la cualidad,– distribuye la mención de izquierda. “Sí, tal o cual partido es de izquierda”. ¿Por qué no? Decenas de universidades truchas distribuyen diplomas a granel con la misma, sino más autoridad.
La lucidez ordena comprender que de cara a los ciudadanos, perdón, los consumidores, simples receptores de lo que ahora llaman una “oferta política”, la calificación “izquierda” se transformó gradualmente en una etiqueta a la cual no le falta ni el código-barras ni el precio.
Lamentablemente, como sucede con los productos agroindustriales, la etiqueta oculta más de lo que revela.
De ahí que convenga redefinir lo que es la izquierda, lo que significa ser de izquierda, tomando conciencia de que la simple necesidad de hacerlo señala la dimensión de la derrota ideológica.
¿Qué es la izquierda?
Institucionalidad y soberanía
Si nos interesamos a sus raíces históricas, el origen de la utilización de los términos ‘izquierda’ y ‘derecha’ en política lo encontramos en la Revolución Francesa.
El 28 de agosto de 1789 la Asamblea Constituyente debatió del eventual derecho a veto del Rey Louis XVI a lo que ella aprobase. Dicho de otro modo, la Asamblea Constituyente debía decidir quién personificaba la Soberanía: el rey o el pueblo de Francia. Quién presidía la sesión, con el fin de facilitar el recuento de los votos, sugirió que aquellos que se oponían al derecho a veto se agrupasen a su izquierda, y quienes apoyaban el derecho a veto del Rey se situasen a su derecha.
Desde ese punto de vista, es de izquierda aquel que reconoce la soberanía popular como la única fuente legítima del poder, y sostiene que nada ni nadie puede arrogarse ningún derecho, ningún poder, que no emane de la voluntad popular.
Para quién se reconoce como de ‘izquierda’ en política no existe poder constituyente al margen, o por encima, del pueblo. Ningún ciudadano, o grupo de ciudadanos, por eminente que se pretenda, puede imponerle su propia voluntad al pueblo.
Quienes se acomodaron a la Constitución de la dictadura, y se prestaron para consolidar la institucionalidad espuria construida sobre tales cimientos con un pretexto falaz (“las instituciones funcionan”), ¿pueden reclamar para sí mismos ser de izquierda?
Quienes le niegan al pueblo de Chile el derecho inalienable de determinar libre y soberanamente el marco legal que debe regular la vida en sociedad, pretendiendo transferirle la soberanía a un grupo de “expertos”, a un selecto ramillete de parlamentarios o a un almácigo de ex magistrados, ¿pueden reclamar para sí mismos el calificativo de izquierda?
Transigir permanentemente con una institucionalidad espuria en sus orígenes y antidemocrática en sus fundamentos, aceptar los privilegios que le ofrece a quienes se pliegan a sus tramposas reglas del juego ¿es coherente con lo que debiese ser una posición de izquierda?
Hacerse elegir, ya presidente de la república, ya parlamentario, en ese marco antidemocrático, sin –una vez elegido– denunciarlo y sin hacer nada para derogarlo, eliminarlo, aniquilarlo ¿es coherente con ser de izquierda?
Como quiera que sea tenemos una pista: la raíz histórica de la ‘izquierda’ en política, la sitúa entre quienes rechazan y combaten cualquier poder que intentase situarse por encima de la voluntad del pueblo.
El simple hecho de pretender reducir, limitar o someter la soberanía popular determina el carácter ilegítimo de la acción, y la posición ‘derechista’ de quién la comete.
Monarcas, mercados, oligarquías, elites, “expertos”, parlamentos, iglesias, todo debe someterse a las reglas que imponen el interés general y la voluntad general. Esa voluntad general se expresó, desde el siglo XVIII, en las asambleas constituyentes que libremente se reunieron a debatir de las reglas que debían presidir la vida en común.
De ese modo fueron garantizadas las libertades públicas: libertad de opinión, libertad de comercio, libertad de profesar y practicar una religión, libertad de prensa, libertad de conciencia, así como el derecho de propiedad.
Todas las libertades tienen límites –el de no perjudicar o dañar el interés general–, excepto la libertad de conciencia: cualquiera puede pensar lo que le dé la gana, opinar como estime conveniente, adoptar tal o cual visión filosófica, creer o no creer en las deidades, sin que nadie pueda pretender limitar o reprimir ese derecho.
En el caso específico de Chile, ser de izquierda pasa pues por ser el enemigo irreductible de una viciosa institucionalidad impuesta en dictadura, maquillada luego por la “centro-izquierda”, asociada en ese propósito con la “centro-derecha” en un panorámico contubernio protector de intereses creados.
Nadie en su sano juicio podría argüir que tal izquierda –portadora de una ambición tan legítima como democrática– es ‘extremista’ o ‘radical’: ella se limita a exigir para el país los derechos consagrados por la propia Organización de las Naciones Unidas de la que Chile forma parte.
La izquierda que no tolera el secuestro de la soberanía y de los más elementales derechos humanos es simplemente la ‘izquierda’. O la ‘izquierda de izquierda’ si se prefiere.
La economía
En su libro “La falsificación – Moneda europea y soberanía económica” (La Malfaçon – Monnaie européenne et souveraineté économique. Ed. LLL, Paris 2014), Frédéric Lordon propone un modo extremadamente sencillo para determinar lo que separa la izquierda de la derecha en materia económica.
“Izquierda y derecha, escribe Lordon, es un asunto de marco y de relación a ese marco. ¿Quién quiere quedarse en el marco, quién quiere salir? ¿Quién lo admite tal cual, quién quiere rehacerlo?”
Nótese que la necesidad de determinar la identidad y el posicionamiento político concierne sólo a quienes se reclaman de la ‘izquierda’. ¿A quién se le ocurriría que Sebastián Piñera, o Joaquín Lavín, necesitan confirmar su identidad y posicionamiento en la derecha?
Los ya citados Bernie Sanders y Jeremy Corbyn, en dos realidades muy distintas, no necesitan insistir para convencer de que sus proposiciones políticas y económicas encarnan la izquierda. Les basta con exponer su pensamiento, su trayectoria, su acción y sus programas.
El pensamiento único, la prensa al servicio de los poderes financieros, los numerosos ‘think-tanks’ que sustituyeron la reflexión ciudadana, el FMI, los adalides de lo “políticamente correcto”, quienes se abstienen de ‘fumar opio’ mientras succionan recursos públicos y quienes no ven la eficiencia sino en la acción privada, han construido durante más de tres décadas el corral en los límites del cual es posible pensar, imaginar y expresar lo que consideran ‘diferencias aceptables’.
Quienes se sitúan fuera de ese marco, fuera de ese corral, “fuman opio”, son arcaicos, no comprenden que el mundo ha cambiado, ni que el modelo de los Chicago boys es el súmmum de lo posible. En otras palabras, no comprenden lo felices que son.
En una reciente comparecencia en la TV francesa, Julian Dray, ex trotskista reciclado en la derecha de la socialdemocracia del PSF, aficionado a los relojes caros pagados con dinero de las mutuales universitarias, escupió sobre lo que adoró y sobre quienes siguen fieles a una cierta idea de la democracia, o sea sobre lo que llama los “arcaicos”.
Su peor reproche tiene que ver con la renuencia de los ‘arcaicos’ a esfumarse en el aire facilitando así la permanencia de François Hollande en el poder. Del mismo Hollande que destruye día a día la legislación laboral, y cuyas políticas consisten mayormente en mejorar la competitividad de la economía francesa transfiriendo cientos de miles de millones de euros de dinero público a la empresa privada. ¿Parece cuento conocido?
Alain Duhamel, eminente periodista al servicio del establishment, sostiene el brillante razonamiento de Dray: Los políticos arcaicos son “los profetas de las ideas desaparecidas”, que se quedaron con las ideas obsoletas del siglo XIX. Entiéndase las ideas de Karl Marx, a quién la intelligentsia gala mata –regular y recurrentemente– cada año: “Marx ha muerto”, como si la cosa no fuese evidente y temiesen verle aparecer de improviso.
Se trata de la elite que piensa dentro del marco, dentro del corral, dentro de los límites autoerigidos en frontera de lo pensable, de lo imaginable, de lo permisible, de lo políticamente correcto, y fuera del cual sólo se expresan “quienes no toman cuenta de la realidad”.
La realidad, esa que muestra cada día el brillante resultado del pensamiento único: la crisis permanente. Y cuyo desafío más extraordinario consiste precisamente en abandonar los dogmas para pensar ya no el mundo como es, sino como debiese ser.
El marco –el corral– que limita el horizonte intelectual de la elite tiene como muros estructurales:
• La intangibilidad de las instituciones impuestas en las condiciones ya descritas
• La primacía de la finanza accionarial
• El libre mercado
• La ortodoxia de las políticas económicas bajo la vigilancia de los mercados financieros
La intangibilidad de las instituciones señala que quién plantea la sustitución de la Constitución espuria por una Constitución democrática es un ente peligroso y desestabilizador, que no sólo infiltra la duda en los ciudadanos –sería lo de menos– sino que tiende a disuadir a los inversionistas, lo que es mortal.
La primacía de los intereses de los accionistas impone los objetivos de rentabilidad que transforma a los asalariados en simple variable de ajuste y a los pequeños empresarios –que sueñan con devenir grandes– en un banco de sardinas.
El libre mercado sin trabas y sin distorsiones, impone la ausencia de competencia y la proliferación de los carteles, la dominación de las transnacionales, la colusión de los productores para someter a los consumidores a la ley del más fuerte, y genera las peores distorsiones generándole trabas a quién no se somete al cartel.
La ortodoxia de las políticas económicas garantiza la preeminencia de los intereses financieros y la inversión privada en todos los ámbitos, incluyendo una rentabilidad asegurada que, en el caso frecuente que una mala gestión la malogre, tiene la intervención financiera pública –los ‘subsidios’– como chaleco salvavidas.
Todo, desde las políticas monetarias del banco central al régimen impositivo y el gasto público, pasando por la ausencia o la insuficiencia de las reglamentaciones sanitarias, la destrucción de la legislación que protege a los trabajadores, la estructuración de los presupuestos generales del Estado, la subsidiariedad de ese mismo Estado bueno únicamente para transferirle recursos públicos al sector privado, todo, digo, ha sido pensado para satisfacer los criterios del Consenso de Washington, otorgarle patente de corso al gran capital, y coincidir hasta en detalles caricaturales con el ‘pensamiento único’ fuera del cual no hay salvación.
Margaret Thatcher tenía razón: TINA. There Is No Alternative. No Hay Alternativa. Siempre y cuando se reflexione y se decida dentro del corral, dentro del marco, dentro de los estrechos límites que impone la gente razonable, los que mandan, los que mangan (son los mismos), los que utilizan el poder acumulado gracias al corral para defender el corral.
Pero, habida cuenta de las consecuencias que trae para las grandes mayorías un modelo económico depredador de la Naturaleza y del Hombre, queda la solución de salir del corral, salir del marco, fugarse de la prisión intelectual que impone la verdad como un dogma religioso, como una verdad revelada.
El deseo y la voluntad de salir del corral define, de manera irredargüible, lo que significa ser de izquierda en nuestros días.
Es curioso. En mi primer libro –El modelo neoliberal y los 40 ladrones– escrito a mi regreso a Chile a fines del año 1989, expuse aquello que me había impactado más profundamente en las conversaciones políticas que sostenían quienes había conocido como jóvenes –y menos jóvenes– de un izquierdismo radical, frecuentemente partidarios de la ‘lucha armada’, admiradores de los guerrilleros y del uso del fusil para las más elementales tareas de la actividad política: su mística fe en el libre mercado, en la libre competencia, en la mano invisible del mercado y en toda una retahíla de dogmas pedestres que adquirieron en Chile el carácter de religión.
Mientras escribo estas líneas, miro la última nota de un consultor financiero estadounidense que leo regularmente: John Mauldin. En su newsletter Mauldin escribe literalmente lo que sigue:
“…Nuestros banqueros centrales se han situado a sí mismos como los altos sacerdotes de una religión económica. Abrazan ciertas doctrinas sobre la fe, y nada hará temblar esa fe. Es el mismo impulso que llevó a los líderes religiosos de la antigüedad a ‘decisiones políticas’ como los sacrificios humanos. Los dioses los exigen, por lo tanto hay que hacerlos. Tanto peor para las víctimas.”
Entre diciembre de 1989 y septiembre del 2016 han pasado casi 27 años. Los financial experts comienzan a despertar de un prolongado letargo idiotizante, y no queda sino alegrarse.
Pero allí donde cunde la alarma entre los ahora despiertos agentes de los mercados financieros, los actores de la “renovación”, los ex ‘izquierdistas’ devenidos partidarios del libre mercado y del ‘social-liberalismo’ –que nunca durmieron– siguen apegados a la teta que les nutre mientras sirven los intereses del gran capital.
Con ello hacen difícil establecer las diferencias abismales que siguen existiendo entre ‘izquierda’ y ‘derecha’, porque ya ni siquiera se presentan como lobos con piel de oveja: ahora son lobos con piel de lobo, pero siguen pretendiendo ser de ‘izquierda’.
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