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Marzo 2016

Costa Rica: Por dónde empezar

Alvaro Montero Mejía

Una apreciación circunstancial

En Costa Rica cunde el desconcierto. Nadie tiene una idea clara del rumbo del país por más que los poderes públicos estén decididos a actuar con la mayor coherencia y buena fe. En las campañas electorales, la gente no vota por el país que quiere sino por candidatos que dicen una cosa y después hacen otra. Lo peor es que los partidos mismos no tienen una idea clara del país al que aspiran y por eso no lo explican ni lo expresan con claridad. Pero no quisiéramos iniciar esta reflexión con un juicio sobre lo que nos parece bien o mal.

Nos atenemos, simplemente, a eso que constituye una parte decisiva de la realidad nacional, porque hace ya mucho tiempo que desapareció de la política nacional, si existió alguna vez, el método severo de la crítica y la autocrítica. Criticar a alguien es casi como ofenderlo. Criticar una institución es provocar la indignación de los que se sienten, con razón o sin ella, celosos e inapelables guardianes de los objetivos institucionales.

En todos los ambientes sociales, desde las tertulias familiares hasta en las sesiones legislativas, la gente reclama explicaciones, pero las respuestas son por lo general imprecisas o incompletas. Los criterios emanados de las organizaciones sociales y principalmente de los partidos políticos, deberían ser satisfactorias. No por el hecho de darnos respuestas o explicaciones contundentes, sino por constituir esfuerzos serios de meditación y examen de la realidad. Pero el producto que nos entregan casi siempre está lejos de ayudarnos a comprender mejor el momento histórico que atravesamos o a sacar conclusiones valederas. En este sentido, podemos decir que lo más valioso que sobrevive en el ambiente intelectual y crítico de Costa Rica, es el informe sobre “El Estado De La Nación”, que precisamente no tiene nada que ver con el mundo de la política propiamente dicho. Estamos también obligados a valorar las investigaciones económicas o sociales que se producen en las universidades públicas y los escritos frecuentes pero aislados, de dirigentes sociales y sindicales que manifiestan una percepción permanente y crítica sobre los hechos nacionales e internacionales. Es un esfuerzo digno de encomio, pero si no se alcanza el poder político, las mejores ideas se quedan en el aire.

Si no fuera por esos esfuerzos intelectuales de que hablamos, el vacío sería total, porque la única crítica aceptable para muchos, es la que no tiene repercusiones prácticas, como la agresión politiquera, de la que nadie se siente obligado a sacar conclusiones. Es el caso de las campañas que realizan algunos medios contra los esfuerzos progresistas en Costa Rica y en otros países del continente. Lo peor de esa apabullante labor de desinformación, es que no se dirige solamente contra los cambios que se proponen sino que se orientan a destruir, literalmente, las conquistas sociales del pueblo costarricense o incluso de otros pueblos hermanos.

Hablamos de las furiosas arremetidas contra los trabajadores del sector público. No podemos negar que han tenido la astucia de eludir por completo la directa responsabilidad de los sectores acaudalados del país, en firme alianza con las fuerzas del capital financiero y corporativo internacional. Estos sectores están unidos en la tarea de no pagar impuestos o no satisfacer las necesidades de los sectores asalariados. Entretanto, esquilman literalmente, a decenas de miles de trabajadores de Costa Rica, con salarios irrisorios o gracias a cargas tributarias que están entre las más bajas de América Latina.

La crítica y la autocrítica tampoco constituyen un método en el seno de las organizaciones políticas. Allí por lo general, cada quien hace y dice lo que le da la gana sin tener que enfrentar las consecuencias intelectuales, morales y políticas de lo que dice o hace.

¿Podemos llamar a esto “libertad de opinión” o peor aún “democracia partidaria”? Procuraremos examinar, al final de este documento, las consecuencias de ese vaciamiento del trabajo intelectual e ideológico en el seno de los partidos políticos. Este lavado del esfuerzo filosófico que debe acompañar cada propuesta de país y cada programa partidario, ha trastornado por completo la naturaleza y los objetivos de verdaderas organizaciones políticas sin importar su ideología ¿Se podrá enmendar ese camino? Quizás, pero se requerirá un gran esfuerzo.

Aparece el neoliberalismo

Fue desde el advenimiento del neoliberalismo, casi oficialmente iniciado en Costa Rica en 1982, cuando se produjo un paulatino debilitamiento de las organizaciones políticas progresistas y en lucha permanente por cambios sociales verdaderos. Esas fuerzas aportaban un buen número de publicaciones, periódicos y revistas e incluso libros. La organización celular, debemos recordarlo, exigía un esfuerzo intelectual permanente aunque algunos métodos facilitaran la reproducción de una visión social extremadamente rígida y hasta dogmática. Pero aun así, nuestros debates internos y externos, enriquecían la vida política de sectores sociales muy amplios.

Las más afectadas aquel debilitamiento del movimiento social, fueron las organizaciones que habíamos conformado originalmente, a finales de los años 70, la coalición electoral “Pueblo Unido”, con aceptables resultados electorales.

Nos parece que las razones principales de la crisis en el seno de estas fuerzas es explicable y aunque este no es el momento apropiado para realizar un examen relativamente urgente, subyacen en el fondo tres elementos centrales­: el primero, las divisiones internas en el seno de los partidos. En segundo lugar, la ausencia de unidad interpartidaria, que condujera a la formulación de una táctica y una estrategia común y de largo plazo, lo que nos habría obligado a encarar de manera rigurosa y permanente, nuestra propia realidad y, en tercer lugar, las viejas deformaciones del sectarismo y el dogmatismo, que nos impidieron examinar críticamente los cambios profundos en la realidad local e internacional y valorar, por encima de todo, el valioso esfuerzo unitario que habíamos logrado.

Esta circunstancia provocó que no estuviéramos preparados para resistir la ofensiva de un nuevo estadio del expansionismo del gran capital internacional y que tiene como punto de partida, por señalar una fecha, la Caída del Muro de Berlín. Derrotado políticamente el llamado “Socialismo Real”, el mundo queda a expensas de un capitalismo de manos libres, sin contendor internacional; un capitalismo que pasa a ser amo y señor de todo el escenario económico y político. El llamado Tercer Mundo, donde los países clamaban por un nuevo orden económico y social del mundo, se queda sin asideros o apoyos de naciones solidarias y con un alto desarrollo científico y tecnológico. Son las nuevas realidades del mundo unipolar.

Pero en la vida social de las naciones y los pueblos, la realidad no aparece concluida de una vez y para siempre. De modo que es siempre muy difícil predecir o examinar lo que podría acontecer años después. Pero estamos obligados estudiar los hechos que se aproximan como, en estos mismos momentos, la novedosa y violenta irrupción del capital imperial, financiero y corporativo, junto al ascenso económico, social y político de China, la constitución de los BRICS, los nuevos procesos progresistas y democráticos en América Latina, con obstáculos y retrocesos incluidos, la violenta caída de los precios del petróleo y sus consecuencias y hasta el nuevo triunfo de la resistencia de Cuba, iniciada con la reapertura de las embajadas en Estados Unidos y en la Isla.

Al hablar de esto, vale la pena recordar que en esas condiciones dramáticas del colapso del campo socialista de Europa del Este, todas las voces mercenarias se unieron para predecir “La Hora Final de Castro” es decir, la conclusión del proceso revolucionario en Cuba. Las fuerzas retardatarias saltaban de alegría. Suponían que sin el respaldo directo de la Unión Soviética y el campo socialista, Cuba sería totalmente incapaz de resistir.

Quizás por eso nunca tuvo mayor importancia la resistencia del pueblo cubano. Se inicia entonces lo que los cubanos llamaron “el período especial”. En el resto de los países de América Latina da comienzo también un nuevo período social y económico interno y externo, una nueva forma de definir las relaciones de dominación y que hemos conocido con el nombre común de “neoliberalismo”.

En la mayor parte de nuestros países, la resistencia social ante el avance de este nuevo estadio se produjo en términos casi estrictamente espontáneos. Por espontáneas entendemos las acciones que se originan en reacciones de grupos o fuerzas, sociales o sindicales que, con independencia de su tamaño o capacidad de movilización, carecen de un verdadero plan de ascenso al poder político. En ese momento, no existía una fuerza capaz de frenar y hasta derrotar el proyecto neoliberal, o simplemente de organizar con éxito, la resistencia patriótica al plan en marcha de desintegración nacional.

En Costa Rica, frente al neoliberalismo, no se produjo una respuesta organizada en términos políticos y partidarios. La causa la apuntamos cuando nos referimos al debilitamiento de las organizaciones progresistas al inicio de los años 80. En este mismo sentido es necesario examinar lo ocurrido en la lucha social emprendida durante el referéndum del NO al TLC, donde fue imposible articular una verdadera dirección nacional, por lo que el más grande movimiento social de la historia moderna de Costa Rica, la lucha por el NO al TLC, terminó completamente desarticulada, sin dirección central, sin una táctica unificada, sin un programa nacional de resistencia y por ende, con limitada proyección de futuro como movimiento social y popular ascendente. A pesar de la extraordinaria lucha que se libró y que se convirtió en una formidable escuela de patriotismo, no supimos articular esa movilización como un proyecto de lucha permanente y con un verdadero plan de futuro.

Aunque en documentos anteriores expresamos nuestro punto de vista, podemos recordar que el maravilloso movimiento espontáneo de los Comités Patrióticos, no dio lugar a una coordinación nacional o incluso provincial, de naturaleza política y ni siquiera a una coordinación, acompañada de la conformación de una Dirección Nacional, de los propios Comités Patrióticos aunque no se incluyera en ese esfuerzo, a ninguna organización política.

En esta batalla contra el TLC, completamente desigual, el Tribunal Supremo de Elecciones permitió y facilitó, de manera abierta, e incluso fraudulenta, la activa participación electoral del Poder Ejecutivo y del propio Embajador de los Estados Unidos en las tribunas del Referéndum. Como un hecho vergonzoso, debemos recordar la presencia del entonces Presidente de la República, el Dr. Óscar Arias Sánchez, en las fábricas y otros centros laborales, solicitándoles a los trabajadores, con amenazas y promesas incluidas, votar a favor del TLC. Sobra decir que esa actividad violaba normas constitucionales y legales expresas, que le prohíben al Poder Ejecutivo inmiscuirse en actividades electorales, como el referéndum. Por eso hemos dicho que el triunfo del SÍ tuvo en su base, un fraude.

Afortunadamente, en este prolongado proceso de implantación del neoliberalismo, surgen partidos políticos que enarbolan banderas patrióticas y progresistas. Son los casos del Partido Acción Ciudadana, PAC, liderado por un antiguo miembro del Partido Liberación Nacional, el Dr. Otton Solís Fallas y el partido Frente Amplio, que estuvo encabezado desde sus inicios por un diputado de amplia trayectoria cívica, el politólogo José Merino del Río y otros dirigentes de hondas raíces progresistas.

Estas dos organizaciones, aun en medio de carencias o debilidades programáticas y de severas contradicciones internas, como ocurre en el PAC, jugaron y juegan hasta el día de hoy, un destacado papel en defensa de las instituciones y las reformas sociales que son patrimonio emblemático de las conquistas democráticas del pueblo costarricense. A pesar de esas debilidades que apuntamos, ningún patriota puede dejar de considerar su existencia, como un valioso soporte de la lucha progresista y patriótica de Costa Rica.

Desgraciadamente, carecemos de los medios o los mecanismos prácticos, que nos permitan mantener un debate sano y abierto, severo y crítico, entre las fuerzas progresistas de Costa Rica. Vivimos inundados de prejuicios y descalificaciones, de reacciones temperamentales y de una especial forma de sordera que nos impide escuchar, con respeto y tolerancia, opiniones ajenas. Esto ocurre incluso en el seno de las propias organizaciones, por lo que insistiremos hasta la saciedad, de un esfuerzo continuado por desarrollar una cultura política de tolerancia y discusión constructivas.

Tampoco sería justo dejar de mencionar el destacado papel ideológico y político jugado por unos pocos diarios y revistas de espíritu democrático, por algunos representantes de viejos partidos y otros dirigentes sociales y sindicales y por un buen número de intelectuales independientes, en la lucha ingente llevada adelante para derrotar la aprobación del Tratado de Libre Comercio, antes y después del Referéndum. Esas voces se han mantenido activas. En estos mismos días, se destacan numerosos dirigentes sociales, intelectuales y sindicales que procuran responder, casi a diario, la pertinaz ofensiva de la derecha.

La política nacional ¿Cambio Real o Viejo Bipartidismo?

Nos parece, sin embargo, que al actual gobierno de don Luis Guillermo Solís, le falta realizar un esfuerzo consistente para colocarse como un gobierno orientado como una fuerza de resistencia, ante la ofensiva, cada vez más agresiva, de la derecha neoliberal. El equipo en el poder parece olvidar varios compromisos decisivos. Podemos mencionar el “pacto social y ciudadano” implícito, que se gestó en el pasado proceso electoral y que le otorgó un impactante apoyo popular, o el programa antineoliberal originarios del PAC. Nos parece que el actual gobierno ha cometido errores tan serios como la incursión en el lamentable hecho, histórico y nacional, de firmar la concesión con APM Terminals con las consecuencias que conocemos o más recientemente, el insólito coqueteo con la OCDE.

Algunos pueden pensar en el seno del gobierno, que ese viejo estilo denominado en Costa Rica como "una de cal y otra de arena", puede permitirles sobrevivir. Pero lo que definitivamente no sobrevivirá es el Estado Nacional y con él, las conquistas democráticas del pueblo costarricense.

¿Es totalmente irrecuperable el viejo pensamiento Social Demócrata y el pensamiento Social Católico de Sanabria y Calderón?

Pensamos que es importante mencionar aquí al Partido Liberación Nacional, PLN, concebido por sus fundadores como un partido socialdemócrata y que fuera el fundamental ejecutor de la gran reforma de modernización del Estado costarricense a partir de 1948. Es cierto que el viejo Figueres mantuvo en ocasiones posiciones contradictorias y hasta complacientes con el capital transnacional, pero en lo fundamental, mantuvo sus propuestas de reformas progresistas.

En la actualidad, el PLN quedó atrapado por las fuerzas conservadoras o francamente antinacionales. Estas fuerzas, responsables directas de la aprobación del TLC y la corrupción institucional, continúan hasta hoy a la cabeza del PLN. En estos momentos buscan la manera de llegar a acuerdos y de ese modo repartirse el partido y el poder político. En este sentido, creemos que aún mantiene su plena vigencia premonitoria, el libro sobre el PLN escrito hace años por Alberto Salom.

Por su parte, el llamado Partido Unidad Social Cristiana, el PUSC, se manifestó desde sus orígenes en 1982 y con escasas excepciones, como un partido tradicional, vinculado a corrientes conservadoras de América Latina y con muy poca relación conceptual o práctica con el proyecto humanista y transformador de Monseñor Sanabria y el Dr Calderón Guardia o de otros destacados pensadores como Jorge Volio o Luis Barahona. Sin embargo, en ese Partido han participado y participan aún, un pequeño número de personalidades y dirigentes que intenta recuperar aquella notable orientación que les permitiera a sus lejanos inspiradores, encabezar la Reforma Social de Costa Rica, en estrecha alianza con la Iglesia Católica, con el Partido de los comunistas, Vanguardia Popular y con su fundador, el eminente patriota Manuel Mora Valverde.

Las corrientes políticas e ideológicas que se apoderaron de esos partidos, Liberación Nacional y PUSC, simplemente renunciaron al camino de los cambios sociales y políticos que sus antecesores habían expresado en las grandes reformas de los años 40 y 50 y que le habían dado a Costa Rica el carácter de un Estado Social de Derecho y de Servicio Público. Renunciaron además, a toda forma organizada de resistencia patriótica.

Pero esto puede cambiar. Por eso nos preguntamos: ¿Será posible recuperar amplios sectores, algunos dirigentes incluidos, de esos viejos partidos de modo que sean parte del proyecto político indispensable para recuperar y poner sobre nuevas bases, el proyecto original que ellos mismos contribuyeron e instaurar?

El caso más patético ha sido el de Liberación Nacional, donde un conspicuo representante de la vieja oligarquía cafetalera, el Dr. Óscar Arias, toma su dirección y asciende al poder. En lo fundamental, toda la propuesta y la obra modernizante y progresista de José Figueres, llega hasta el gobierno de Daniel Oduber a quien, a pesar de las sustantivas diferencias éticas y políticas tuvimos con su gobierno, debemos un importante impulso del sector capitalista de Estado, sobre todo con la llamada Corporación Costarricense de Desarrollo, CODESA.

Pero lástima, decimos, porque esa extraordinaria obra, fue utilizada para fraguar grandes y oscuros negocios y luego lanzada al cajón de la basura. Su desmantelamiento fue realizado con la total anuencia de Óscar Arias y bajo las órdenes directas del representante del AID en Costa Rica. Pero no todo es blanco o negro en Costa Rica. Vemos que incluso durante dos gobiernos conservadores, el de don Mario Echandi y el de don José Joaquín Trejos, se realizaron reformas que aún pesan para bien, en la vida social y económica de Costa Rica: el sistema nacional de Acueductos y Alcantarillados, A y A y el Banco Popular, encabezado por una Asamblea de Trabajadores.

Así culmina, hasta nuestros días, la liquidación del PLN como organización política transformadora. En vez de ser una fuerza de resistencia al proyecto neoliberal, el PLN ha terminado adherido al nuevo modelo impulsado desde afuera por la corriente ultraconservadora construida y encabezada por Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra.

Las cosas ocurrieron así: vino de Washington, durante la administración de Ronald Reagan, una decisión conminatoria. La orden fue tajante. Había que acabar en toda América Latina, con aquellas reformas sociales y económicas, que implicaban la presencia activa del Estado. Según su tesis extremista, esas reformas podían preludiar el advenimiento de algún régimen de carácter socialista. Por lo tanto, era necesario arrancarlas de raíz. Así acabaron con cualquier amago socializante en el resto del Tercer Mundo y sobre todo en éste, su "patio trasero": América Latina.

Eso mismo ocurrió en Costa Rica, primero con la aprobación de las leyes bancarias y los llamados Programas de Ajuste Estructural aprobados durante la administración de Luis Alberto Monge (1982-1986) y poco después se produjo la venta, como explicamos, de los activos de la mencionada CODESA.

El primer intento local por iniciar el proceso de desintegración de los principales servicios y empresas públicas, se produjo durante la administración del Presidente Don Rodrigo Carazo Odio (1978-1982). El Presidente Carazo resistió con hidalguía y espíritu patriótico, aquella ofensiva que lo conminaba a excluir importantes gastos sociales del presupuesto y a privatizar empresas estatales. Carazo le pidió al representante del FMI que abandonara Costa Rica y se negó rotundamente a aceptar presiones del gobierno estadounidense.

De modo que para responder a esa pregunta que nos formulamos al comienzo de este apartado, debemos decir que las fuerzas progresistas y democráticas de Costa Rica están obligadas y comprometidas a trazar líneas de trabajo y comunicación con un sinnúmero de hombres y mujeres que conservan sus convicciones socialdemócratas, social católicas y socialistas.

Corporaciones multinacionales vs. empresariado nacional

Debemos agregar otro elemento de carácter económico y a la vez político que tiene que ver directamente con la nueva ofensiva del capital imperial y corporativo de que hablábamos anteriormente. Nos referimos a la naturaleza de las empresas en el seno del capitalismo desarrollado. De manera coincidente con el derrumbamiento del llamado “socialismo real”, comenzaba a surgir la empresa multinacional como última expresión de la estructura empresarial del capitalismo industrial o mercantil y tecnológicamente más avanzado.

De modo que las empresas productivas y de servicios de carácter estatal y creadas en nuestros países, tales como bancos, ferrocarriles y otros medios de transporte, muelles o aeropuertos, fábricas de cemento, refinerías o servicios públicos, junto al sector extractivo, se convertían en un obstáculo a la expansión de las nuevas corporaciones con que el mundo rico invadía a nuestros pueblos. No era solamente, según el viejo estilo, la apropiación del sector minero o la agricultura de plantación. Había que liquidar las empresas nacionales de carácter estatal y limpiar de obstáculos la expansión del capital financiero y corporativo como novel expresión del capitalismo hegemónico.

Recordamos que en la vieja Europa de los años 60-70, el General de Gaulle había iniciado la lucha por la soberanía monetaria de aquel continente y particularmente de Francia. Su gobierno había exigido la devolución del oro que, acumulado en el Fuerte Knox, los Estados Unidos habían cambiado por sucesivas emisiones de billetes de dólares, que los estados europeos acumulaban en las bóvedas de sus Bancos Centrales ¿Pero cómo llegaron esos dólares allí? La respuesta es sencilla. Los industriales norteamericanos se habían dedicado a comprar industrias y otros bienes productivos y de consumo en Europa. Fue la primera expresión de eso que hoy se denomina en Costa Rica "inversión extranjera directa", fundada en la naturaleza del dólar como dinero mundial.

Los industriales europeos que vendían sus empresas, recibían esos dólares y los depositaban en sus bancos locales, donde a cambio recibían las monedas de curso legal en cada país. Como en otras naciones, los banqueros franceses entregaban los billetes de dólares a su correspondiente Banco Central, que los amontonaba en las bóvedas y contra los cuales emitían su propia moneda nacional. Eso provocaba, de paso, una importante presión inflacionaria.

Pero era necesario tomar en cuenta un hecho decisivo: en virtud de los compromisos firmados en Bretton Woods, los bancos centrales de cualquier país suscriptor de aquellos acuerdos, podía solicitarle a la Reserva Federal de los Estados Unidos y a cambio de los dólares que tuviera en su poder, lingotes de oro físico calculados a un valor de $32 USD la "onza troy". Eso lo exigió Francia y los Estados Unidos no tuvieron más remedio que entregarle a ese país, una enorme cantidad de oro físico, en sustitución de los billetes de dólares emitidos por los Estados Unidos, pero acumulados en las arcas del Banco Central francés.

Antes de que otros países hicieran lo mismo, Estados Unidos decidió devaluar su moneda, con lo que convertía una parte significativa de los dólares en manos de los bancos centrales de Europa y otros países, en papeles con un valor totalmente reducido. Fue una gigantesca estafa mundial en el sentido literal de la palabra. Eso mismo ocurre ahora, incluyendo a nuestro pequeño país, con las reservas nacionales representadas en "bonos del tesoro". Si dejamos esos bonos allí y no los convertimos en obras nacionales o en medios de producción, si no los convertimos en proyectos de desarrollo, corren el riesgo de convertirse en papel mojado.

El papel de los dólares y la llamada "Deuda Externa"

Como preludio del neoliberalismo, también América Latina había sido inundada de préstamos, resultado de las monumentales emisiones inorgánicas de dólares norteamericanos. Eran los dólares que los propios Estados Unidos habían emitido para hacerle frente los aumentos del precio del petróleo establecidos por los países de la OPEP, al principio de los años 70. Esa decisión estuvo acompañada por el depósito de sus nuevos ingresos, en los grandes bancos de los Estados Unidos.

Los bancos hicieron lo que cualquier banco hace: prestar el dinero que tienen sus arcas. Así nos devolvieron, convertidos en préstamos, los dineros que los países productores de petróleo habían recibido como pago por sus recursos.

Éstos préstamos, colocados con desbordante alegría por los grandes bancos norteamericanos, hablamos de mediados de los años 70, dieron origen a una descomunal deuda externa de nuestros países, contra la que a duras penas e inútilmente, batallaron, y batallan aun, las economías latinoamericanas. Recordamos el esfuerzo de Cuba por crear conciencia y organizar la lucha continental contra la desde entonces famosa, "deuda externa".

Los dólares continuaron su invasión sobre nuestras economías en años más recientes sólo que ahora, bajo el sello de la llamada inversión extranjera directa. Esta se constituye en un nuevo y sagaz método de cambiarnos riqueza real y productiva por papel puro y simple.

Para favorecer el desarrollo de esta política de naturaleza estrictamente imperial, fue creado por O Arias, un super ministerio denominado COMEX y cuyo principal objetivo es facilitar la inserción del capital corporativo en Costa Rica. El sistema favorece también relaciones desiguales, porque es una forma de cambiar bienes productivos por emisiones inorgánicas de dinero. El COMEX se dedica activamente a introducirnos, como Estado, en todas las corrientes del llamado libre comercio controladas por el mundo desarrollado, llámese OCDE, TISA y otros.

Los gestos de oposición a las directrices imperiales y que en algunos casos, sin restarle mérito, manifestara el propio Arias Sánchez, no los apartaron, ni a él ni a su partido, de ser los principales ejecutores del neoliberalismo en Costa Rica.

Un Pacto Social de Largo Alcance

El principal argumento esgrimido por Arias Sánchez para abrirle las puertas al capital corporativo, fue la supuesta urgencia de lo que han llamado “la modernización” del aparato productivo nacional. Puras palabras. Si este señor y algunos de los teóricos, ejecutores o simples subalternos que lo acompañaban, hubiesen querido modernizar en el mejor sentido de la palabra, la economía nacional, habrían insistido en primera instancia, en el apoyo y la consolidación de un empresariado nacional patriótico, con una alta capacidad productiva y competitiva y sostenido por algo semejante a esa alianza política de nuevo tipo que hemos llamado y definido en reiteradas ocasiones, como “un pacto social de largo alcance”.

Este pacto social de nuevo tipo, estaría celebrado entre los trabajadores manuales e intelectuales, los empresarios nacionales y el Estado. Esta visión, digamos nacionalista del capitalismo local, no sería jamás concebida, ni menos aún ejecutada, por fuerzas políticas incapaces de comprender lo que está realmente en juego.

Como factores constitutivos de este pacto, debemos mencionar a los trabajadores manuales e intelectuales de Costa Rica. No nos referimos exclusivamente a los obreros y los campesinos porque el capitalismo actual ha impulsado serias mutaciones en la estructura del sector asalariado, tanto con el desarrollo y el nuevo papel que juegan los mecanismos de distribución de mercancías y los trabajadores a cargo de este sector económico, como las nuevas formas de empleo y producción que exige la revolución científica y tecnológica de nuestro tiempo y principalmente los procesos digitales y la automatización en las actividades financieras, productivas y mercantiles.

Éstas nuevas corrientes han provocado un cambio profundo en la estructura de clases. Para peor de males, presenciamos ante nuestros ojos, la desintegración paulatina de la clase social constitutiva de la nacionalidad costarricense: el campesinado.

Es imposible continuar sin hacer el señalamiento de ese fenómeno que se agudiza en la sociedad costarricense y que recae principalmente sobre el sector de los trabajadores: nos referimos a la pobreza. Hasta hace algunos años y sin duda alguna gracias al desarrollo y expansión de los servicios públicos y al sector capitalista Estado (INS, instituciones de salud, CNP, bancos del Estado, ICE, y muchos otros) se desarrolló un amplio sector de la clase media, con empleos bien remunerados y condiciones laborales aceptables bajo la protección de convenciones colectivas centradas en el sector público y prácticamente inexistentes en el sector privado, con excepción de las viejas compañías bananeras. No se han hecho estudios rigurosos para determinar la ubicación de los sectores medios que aún subsisten o de los que han ascendido o mejorado sus condiciones económicas. Aun así, Costa Rica es el país de Centroamérica donde más rápidamente crece la pobreza y quizás uno de los países de América Latina donde más rápidamente crecen, simultáneamente, la desigualdad y la acumulación de riqueza en pocas manos.

Es imposible entonces no plantearse el problema de cómo y de qué manera hacerle frente a esos problemas que se derivan directamente de una inapropiada distribución de la riqueza, el crecimiento del desempleo y de la casi total ausencia de programas sociales que promuevan el desarrollo del trabajo productivo y el mejoramiento de las condiciones de vida de amplios sectores sociales.

Aunque es imposible no pensar en reformas fiscales, agrarias y distributivas de naturaleza radical, incluida la tierra, una forma social y políticamente menos onerosa es con una activa participación del Estado en la economía, impulsando nuevas empresas productivas, industriales, marítimas y agropecuarias, en el área del transporte ferroviario y en grandes programas de empleo productivo, sobre todo en la construcción de vivienda y nuevos servicios públicos.

Para darles vida, contamos con el factor fundamental como son las decenas de miles de trabajadores desocupados junto a los miles de profesionales que se gradúan todos los años en universidades públicas y privadas. Estos emprendimientos jamás serán llevados a cabo si como piensan los portaestandartes de las concepciones más retrógradas, esperamos que la providencia inspire a esos mismos sectores que hoy por hoy proponen el cierre de instituciones o se dedican a saciar su sed de acumulación.

La concreción del pacto social a que nos referimos puede comenzar con una seria y consistente discusión sobre estos temas.

En nuestros días y muy brevemente, podemos decir que el empresariado nacional, estrictu censu, es cada vez más prescindible -como soporte del capitalismo interno y como clase social productiva- para el capital imperial y corporativo. Ocurre que las nuevas leyes económicas en la actual etapa de la globalización económica, han ido reduciendo y confinando, a esta clase social, a un mero papel de las intermediaria.

Antes que nada, la tarea de apoyo y soporte a un empresariado nacional patriótico habría pasado, obligatoriamente, por la plena recuperación del mercado interno. De modo que la opción no fue “modernizar”, sino entregar, transferir, al sector más avanzado de la economía industrial, agrícola y hasta mercantil de Costa Rica, a las corporaciones transnacionales y dejar a un debilitado sector empresarial y productivo nacional, a expresas de los avatares del mercado exterior.

De modo que hicieron todo lo contrario de lo que debían hacer: lanzaron toda la economía nacional productiva, a los vientos huracanados del llamado “libre comercio”, la dejaron a expensas de una competencia imposible de controlar y por eso hemos terminado con un capitalismo nacional esencialmente mercantil, donde la clase social empresarial y productiva, está en franco proceso de desaparición y conversión, pura y simple, en una burguesía intermediaria, importadora o formada por banqueros, sin capacidad de producir o competir en casi nada.

Presenciamos la transformación de nuestra clase social dominante y productiva, con pocas excepciones, en una clase capitalista intermediaria, subordinada a los productores extranjeros, inclusos los sectores alimentario y financiero.

No son cambios para bien, es decir, para fortalecer y consolidar la independencia y la soberanía nacionales y ni siquiera, como sería deseable, el fortalecimiento de un capitalismo nacional donde el empresariado nacional jugara un papel rector en la economía, esmerado en el fortalecimiento de los valores nacionales y el respeto por las conquistas democráticas de nuestro pueblo. Aun en medio de las inevitables y a veces irresolubles contradicciones de clases, sería deseable que ese empresariado capitalista nacional, se mantuviera activo en un diálogo franco entre clases sociales. Pero lo que ocurre ahora agudiza la contradicción Patria -Imperio y se orienta a la radical sumisión de los trabajadores manuales e intelectuales y las propias clases empresariales, a las poderosas fuerzas económicas que vienen de afuera.

Podemos decir que el nuevo modelo imperial–capitalista ha logrado, casi integralmente, su propósito de desmantelar el sector empresarial productor de carácter nacional y apartar de cualquier proyecto reformador y progresista, a las fuerzas políticas con opción de gobierno en Costa Rica.

Nos preguntamos si, dentro de una perspectiva de recuperación de un importante sector del empresariado nacional, no sería posible impulsar un modelo que le permitiera al Estado costarricense importar tecnologías orientadas a la producción de materias primas tales como papel, telas, laminados y otros, y que al mismo tiempo, dentro del esquema del pacto social de que ya hablamos, pero en alianza con países productores como España, China o Brasil y basados en rigurosos estudios de mercado, volviéramos al viejo plan de la sustitución de importaciones. Lo dejamos planteado como un tema para la reflexión y la discusión.

Otro elemento infausto, es el plan de liquidación de lo más activo y prometedor del “sector capitalista de Estado”, constituido por empresas tales como muelles y aeropuertos, ferrocarriles, producción de energías limpias, telecomunicaciones, bancos y otras instituciones tan prometedoras, eficientes e indispensables en la defensa del empresariado agrícola pequeño y medio, como el Consejo Nacional de Producción, CNP.

Como dijimos, las fuerzas neoliberales propiciaron y estimularon el traspaso de los sectores más proactivos de la industria nacional a manos extranjeras, luego introdujeron un sector financiero privado con el propósito directo de liquidar la banca nacionalizada. Aún no lo han logrado pero tienen en la mira al sector bancario y financiero estatal y al sector cooperativo. Por eso introdujeron a las cooperativas de ahorro y crédito en la llamada SUGEF, con lo que le dieron a este sector de las cooperativas de ahorro y crédito, el carácter de empresas financieras privadas, sujetas a los condicionamientos de la banca internacional (acuerdos de Basilea).

Aparentemente las cooperativas han logrado sustraerse de esos controles aunque no sabemos por cuánto tiempo. Esta nueva corriente, que envalentona y empodera al capitalismo financiero y corporativo hegemónico, no surge de la nada sino que se expresa como el punto culminante de un proyecto orientado a hacer desaparecer todas las formas o expresiones institucionales sólidas de la economía social.

El fin de la Guerra Fría y sus consecuencias

Como sabemos, la Guerra Fría, como empeño del capitalismo desarrollado por hacer desaparecer las estructuras de poder estatal en las sociedades regidas por sistemas socialistas, fue ganada en toda la línea por el capitalismo y finaliza cuando este sistema, constituido por el viejo campo socialista de Europa del Este, queda sujeto al impulso, la supervisión y el control de las metrópolis imperiales al finalizar la década de los 80.

Ha sido tan despiadada esta ofensiva, que no han tenido reparo en crear su propio “Tercer Mundo” y han sometido a exigencias implacables a los países más débiles de su entorno, Grecia, Portugal, España o Italia y naturalmente, a los antiguos Estados del campo socialista. Es la dinámica implacable del desarrollo capitalista, que no sólo establece la división de clases al interior de los países, sino la división de los pueblos en escala internacional.

Hasta los inicios del nuevo milenio fueron pocos los países y los pueblos que lograron conservar estados progresistas, democráticos o socialistas, pero la ofensiva contra ellos no se detiene. Con independencia de las valoraciones que cada uno haga de estos acontecimientos, en América Latina se produjo una forma particular de esta ofensiva retardataria.

Cuba, única expresión continental de un régimen social socialista, sobrevivió en virtud de un acto de resistencia y de heroísmo cívico, político e ideológico sin parangón en la historia de nuestros pueblos. Fue una especie de Segunda Revolución, tan compleja y difícil como la que Fidel anunciara en el juicio del Moncada.

En América Latina decíamos, no hubo estados socialistas hasta el advenimiento de la Revolución Cubana en el mes de diciembre del año 59, pero valga una aclaración: en Cuba no fue "decretado el socialismo", sino que fue declarado "el carácter socialista del proceso revolucionario". Viene después, hasta la fecha, el difícil y abnegado proceso de construcción y defensa y sobre todo, sin detenerse un solo instante, un trabajo quizás irrepetible en la formación y educación humanista y revolucionaria del pueblo en general, comenzando por los niños, y junto a lo que podríamos llamar la "educación formal", un pertinaz trabajo en la formación de valores como el internacionalismo y la solidaridad, insertados en la conciencia social de las grandes masas sociales.

Señalamos que casi desde la Independencia de España, los pueblos habían logrado conquistas históricas de valor universal y realizado importantes reformas de carácter económico y social. Decenas de instituciones habían sido creadas en medio de impresionantes batallas cívicas y gracias a la presencia, en muchos casos, de gobernantes progresistas en numerosos países hermanos. En algunos casos se produjeron verdaderas revoluciones sociales o saltos progresistas como fueron los casos de México, Argentina, Brasil, Nicaragua, Chile y la propia Costa Rica.

Había sin embargo otro elemento de carácter económico pero igualmente político. Es un hecho al que muchas veces no se le presta suficiente atención. Nos referimos a la naturaleza de las empresas en el seno del capitalismo desarrollado. Hablamos de las modificaciones sufridas en las estructuras empresariales del capitalismo desarrollado y sobre todo en aquellas que configuran la naturaleza imperial de los Estados Unidos.

De manera coincidente con el derrumbamiento del llamado “socialismo real” y como una muestra de la capacidad de adaptación e imposición del capitalismo desarrollado a las nuevas condiciones históricas, comenzaba a surgir la empresa multinacional como expresión de la estructura empresarial del capitalismo industrial, mercantil y tecnológicamente más avanzado. Al mismo tiempo, el capitalismo imperial incorpora a sus procesos productivos, los elementos recogidos de la nueva revolución científica y tecnológica de nuestros días. Con esto indicamos que no es tan mecánica la tesis de las contradicciones violentas que se generan entre el desarrollo de la producción y el avance de las fuerzas productivas.

Con demasiada frecuencia escuchamos, proveniente de luchadores sociales, la tesis del derrumbamiento final del imperialismo y el capitalismo. Es un poco la aplicación de aquella vieja concepción bíblica que narraba como el paciente Job estaba sentado en la puerta de su casa y esperaba ver pasar el cadáver de su enemigo. Ni el capitalismo ni menos aún el imperialismo desaparecerán consumidos en sus propias contradicciones. Si algo nos demuestra la vida y sobre todo esos hechos dramáticos que algunos hemos podido presenciar en nuestra corta existencia, es que sin la lucha pertinaz y valiente de los pueblos, jamás la humanidad verá aparecer un mundo mejor, más justo y más noble.

De modo que las empresas productivas y de servicios de carácter estatal y creadas en nuestros países y ya mencionadas, como bancos, ferrocarriles y otros medios de transporte, muelles o aeropuertos, fábricas de cemento, extracción minera y petrolera, refinerías o servicios públicos, a las que debemos agregar el resto de las empresas y los servicios privados en manos nacionales: la producción alimentaria y una buena parte del comercio minorista, creadas como resultado de la lucha de los pueblos, se convertían en un obstáculo y a la vez en piezas codiciadas para la expansión de las nuevas corporaciones con que el mundo rico invadía a nuestros países.

Para culminar esta tarea de desintegración y apropiación de los haberes propiedad del capitalismo local (y tal como lo señalamos antes), era necesario liquidar las empresas nacionales de carácter estatal y limpiar obstáculos a fin de facilitar la expansión del capital financiero y corporativo, proveniente de los países donde tiene su sede el capitalismo hegemónico y el sistema imperial.

El proceso de destrucción sistemática de la propiedad estatal o pública, se mantiene hasta nuestros días y hemos visto como en el propio México, se ha revertido la reforma más importante, más heroica y más patriótica de su historia moderna, como fue la nacionalización petrolera llevada a cabo por un gobernante sin par en el siglo XX, el general Lázaro Cárdenas.

Era pues indispensable, instalar gobiernos que de acuerdo con estos fundamentos, se propusieran la eliminación de todos los vestigios de empresas estatales poderosas y representativas y que, al mismo tiempo, las empresas públicas, productivas y de servicios, fueran cambiadas por empresas privadas y mejor aún, por empresas privadas vinculadas al capital corporativo transnacional.

Pero si eliminar o apropiarse de algunas de las empresas estatales no era posible, había entonces que impulsar la llamada “apertura de mercados”, lo que equivalía a eliminar los monopolios estatales y abrirles campo a empresas privadas de toda índole.

Vemos que nuestros enemigos no se desbocan, no intentan resolver todos los problemas y contradicciones al mismo tiempo sino que actúan con extremada astucia y paciencia; van paso a paso pero no pierden ni por un momento sus objetivos esenciales. Por nuestra parte, deberíamos aprender algo de ellos y no pensar que, al menos en Costa Rica, los cambios sociales pueden producirse de un día para otro o que una sociedad mejor y más justa puede aparecer simplemente porque un gobierno progresista lo diga o lo decrete.

Quizás vivimos atados a ese heroico paradigma establecido durante los primeros 100 años de la experiencia socialista en las sociedades humanas. En efecto, la derrota violenta del capitalismo creaba, casi literalmente, gobiernos al frente de Estados de nuevo tipo, poseedores de un grado enteramente nuevo de representación social y legalidad que les permitía, en plazos relativamente breves, modificar la estructura de clases, los sistemas de apropiación sobre los medios de producción, los mecanismos de distribución de la riqueza social y quizá lo más importante, las estructuras políticas que le otorgaban a los pueblos, a los trabajadores y sus aliados, un poder y un mando irreversible del aparato del Estado.

Comprender esto es de enorme importancia para saber qué es lo que debemos hacer ahora y cuáles son los pasos que nos lleven a un proceso de avances continuados, sin violentos retrocesos, como ese salto atrás que el neoliberalismo le ha impuesto a la mayor parte de los pueblos en América Latina.

Recordamos como en virtud del llamado “Consenso de Washington”, fueron emitidos los famosos “Programas de Ajuste Estructural”, con los que se obligó a los gobiernos desde el inicio de la década de los 80, a "ajustar" la vida económica de los países a las directrices del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Aquellos programas-órdenes fueron aprobados, como dijimos, por la Asamblea Legislativa de Costa Rica durante el gobierno de Luis Alberto Monge. En aquel foro, nos opusimos a sus propuestas los representantes de la coalición de izquierda patriótica “Pueblo Unido”, además de algunos valerosos diputados o diputadas provenientes del propio bipartidismo, constituido por el PLN y el PUSC.

Fue así, dicho de manera simplificada, como se inició la instalación del neoliberalismo en nuestro país.

Transformación y eventual desaparición del Estado Nacional

El plan era sencillo pero como veremos, iba mucho más allá de la privatización de las empresas públicas. Había que desintegrar también esa entidad jurídica e histórica que conocemos como “Estado Nacional” y asignarle nuevas funciones. Y no se trata de una simple conjetura. Veamos este asunto por partes.

En primer lugar, es difícil rebatir la tesis, tantas veces expuestas, de que el Estado no es simplemente una estructura que articula distintas corrientes del pensamiento político y económico o como se expresa comúnmente, que es el órgano superior que coordina y armoniza los intereses de toda la colectividad. Nada más contrario a la evidencia. Porque la realidad nos muestra que esa entidad que denominamos como el Estado es, por encima de cualquier consideración superficial, un órgano de poder.

Hasta aquí quizás no haya grandes desacuerdos. Pero surge la pregunta. Si es un órgano de poder, entonces ¿Al poder de quién nos referimos?

Una respuesta pedestre sería si afirmáramos que nos referimos al poder de todos los miembros de la comunidad, en síntesis, al poder del pueblo. Pero claro que no. Esta sería una respuesta esencialmente errónea.

Para comenzar, las sociedades humanas no son entidades abstractas sino que, pobres o ricas, están regidas por determinados sistemas sociales y en el mundo actual, el sistema social hegemónico es el capitalismo. Conforme a este sistema, la sociedad está dividida en clases, cuyas atribuciones y capacidades están dadas por el lugar que cada una ocupe en la escala de la propiedad, la producción, la riqueza y el dinero. Este hecho provoca, como un resultado histórico natural, que las clases que están ubicadas en los escalones más altos de la pirámide, hayan creado durante un prolongado proceso histórico, los medios, los instrumentos y los métodos más adecuados para controlar la política, que es, como expresaba un gran pensador revolucionario, “la economía concentrada”.

Ese viejo tema, tercamente confirmado por la realidad, convierte a la política en la herramienta por medio de la cual se asciende al control del aparato del Estado y de ese modo, se garantiza plenamente que el Estado exprese el poder y las decisiones de las clases sociales que lo controlan.

Ese poder y ese control no evitan que las sociedades humanas sean entidades dinámicas, en constante evolución y lucha y que expresen contradicciones sociales de distinto orden. En general el conocimiento de esas contradicciones les sirve a las fuerzas sociales más avanzadas -es decir, preocupadas por el bienestar económico y la realización material y espiritual de los seres humanos – para identificar las tareas más importantes que le dan al Estado Nacional el carácter de una entidad al servicio del pueblo. Hablamos de la Soberanía y la Independencia.

De modo que la existencia del Estado Nacional, es fuente de incesantes contradicciones entre la acción política progresista que lo fortalece y lo reafirma y las políticas retardatarias o entreguistas, que lo debilitan. En el caso de Costa Rica, fueron creados durante este período neoliberal, partidos políticos cuyo objetivo central, expresado por todos los medios a su alcance, ha sido proclamar la inutilidad del Estado y la urgencia de su debilitamiento progresivo. Esas fuerzas políticas, han sido acompañadas en su intensa campaña ideológica, por innumerables medios de comunicación y programas de todo tipo. Cuando por razones de malos manejos y otros actos impropios, se vean debilitados, rápidamente serán sustituidos por nuevas figuras y nuevos nombres.

En la evolución del capitalismo, se han producido de manera permanente, cambios y transformaciones profundas tanto en los mecanismos y procedimientos de la dominación interna de unas clases sobre otras, como en los procedimientos y objetivos de dominación de unos Estados fuertes y poderosos, sobre otros esencialmente más débiles. Hablamos de la historia intensamente descrita del colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo.

Estudiar y conocer estos procesos históricos, nos ayuda a comprender que las sociedades humanas y que las relaciones entre países ricos y poderosos y países pobres y débiles, no es una invención o una queja desmedida de los que por años han defendido los derechos de los pueblos.

Esta incesante dinámica del capitalismo se refiere tanto a los aspectos estrictamente productivos como a los métodos de control y dominación económica y política. En este sentido, no resulta imposible seguirles la pista a las modificaciones de los procesos tecnológicos y, naturalmente, de las distintas formas, internas y externas, administrativas, empresariales o militares, que el capitalismo desarrollado ha creado en su avance permanente de control, dominación y explotación, tanto en su interior como en su periferia.

Aparecen en la etapa actual del sistema social dominante en escala mundial, nuevos tipos de estructuras industriales, empresariales y bancarias y que son la expresión más avanzada de la ciencia aplicada a la producción y a los métodos y herramientas para el control de la economía. En esta etapa también se intensifican los métodos y las formas más brutales de agresión e intervención militar.

¿Para qué entonces conspirar para controlar los Estados periféricos y ajustarlos a sus intereses y lineamientos, si puede resultar más fácil e incluso menos oneroso, pasar a una nueva etapa de dominación y adherir vertical y políticamente a estos Estados periféricos?

La política desplegada en los últimos 30 años, pone al descubierto ese propósito. En nuestros países, el objetivo era evitar la evidencia de una dominación desembozada, al menos mientras se producían los cambios radicales en las estructuras económicas y en la naturaleza y funciones de las clases sociales y al mismo tiempo, era necesario continuar con la impresión de que nuestras naciones continuaban como Estados independientes. Internamente, podían mantener su presencia activa y pública algunas de las instituciones más emblemáticas, incluidas las Constituciones, los poderes públicos tales como los Parlamentos, los símbolos nacionales como las banderas, los escudos o el himno nacional, las selecciones de fútbol y otros muchos y variados mitos actuales o históricos. Pero lo importante era el control sobre los centros vitales de la actividad económica, social e ideológica, junto al manejo expedito de la economía y la política internas, ajustados a modos cada vez más dóciles de las estructuras políticas y de clases.

Nunca jugó un papel más importante el dominio sobre los medios de comunicación y el desempeño obediente y sometido integralmente al nuevo proyecto, por parte de todo el aparato ideológico de la sociedad y de los Estados.

Todos ellos debían sufrir radicales modificaciones con el fin de adaptarlos a las nuevas exigencias históricas del capitalismo hegemónico.

Aunque parezca absurdo, eran conclusiones y decisiones sagaces e inteligentes, derivadas de lidiar y antagonizar por años con el pensamiento social y revolucionario con que el capitalismo imperial se enfrentaba en el mundo entero y con toda seguridad, algo había aprendido.

¿Un país sin Estado? se preguntarán algunos y de inmediato responderán ¡Eso es imposible, pues cualquiera que sea la fuente del poder y el centro de las decisiones políticas, cumplirá las funciones del Estado es decir, será el Estado!

Pregunta y respuesta pertinentes, con una observación: la estructura interna que sólo parecerá un Estado como centro de poder local y hasta legitimado por procesos electorales, servirá para encubrir el poder financiero-corporativo que avanza en muchos países con el propósito de convertirse en una suerte de “Estado mundial en la sombra”, que opera bajo nuevas leyes y contradicciones sociales. Convenimos en que siempre han existido mecanismos de dominación y que una buena parte de los aparatos políticos internos, partidos políticos incluidos, han operado como verdaderas correas de transmisión entre las decisiones de los poderes hegemónicos sobre nuestros países. La diferencia ahora consiste en que se marcha en procura de la desaparición de los medios tradicionales de la intermediación, y sobre todo en lo que se refiere a los nuevos y rigurosos métodos de subordinación de las clases capitalistas internas al mundo corporativo.

Más adelante procuraremos detallar lo que esto significa en términos de los métodos y procedimientos del ejercicio del poder, de las exigencias aparentes de una sociedad democrática junto a la elección de los representantes políticos y sobre todo, el trastorno radical que deberán sufrir esas estructuras de participación y representación que se denominan partidos políticos. Y este será uno de los puntos centrales de nuestra discusión de fondo, porque en esa dirección se encuentran precisamente los mecanismos de formación de conciencia y de participación ciudadana.

La función y transformación de la política

Por esto que decimos, les era indispensable a las nuevas formas del poder corporativo, transformar radicalmente la función y naturaleza de los partidos políticos y los correspondientes procesos electorales. Era necesario institucionalizar una nueva forma de la política donde estuvieran presentes las viejas formas pero completamente vaciadas de contenido.

Vamos a explicarnos con más detalle. La Política ha sido históricamente, la actividad social de la que se deriva el Poder social, lo que equivale a la capacidad de las clases sociales hegemónicas para tomar grandes decisiones, controlar las creencias sociales, costumbres y tradiciones y sobre todo, mantener en sus manos el control del aparato del Estado.

Por eso la política es equivalente al sistema nervioso de la sociedad humana. La política es el centro del pensamiento y la acción en virtud de la cual los pueblos y en primer lugar las clases que controlan el aparato del Estado, por el método o el procedimiento que sea, establecen sus objetivos fundamentales y toman sus decisiones trascendentales.

Aquí surgen infinidad de preguntas ¿Surgieron o no durante el siglo pasado en América Latina, por ejemplo en México, Argentina, Brasil o en la misma Costa Rica, fuerzas políticas que, a la cabeza del Estado, provocaron junto a sus pueblos, verdaderas transformaciones revolucionarias aunque no necesariamente revoluciones de carácter socialista? ¿Qué elementos históricos transformaron esos grandes movimientos en hechos o circunstancias transitorias, a pesar de sus profundas huellas sociales, políticas e históricas? ¿Estuvieron o no comprometidos en estos movimientos a que nos referimos, segmentos importantes de las burguesías nacionales?

Entonces ¿Sería posible derrotar al neoliberalismo sin provocar al mismo tiempo nuevas alianzas de clases donde un sector importante de las clases propietarias asuman tareas progresistas o patrióticas y recuperen, en alianza con los trabajadores manuales e intelectuales y el campesinado, una parte del poder económico y social que el neoliberalismo está a punto de quitarles por completo?

Es obvio que no desaparecerán las contradicciones históricas, pero los acuerdos sociales, los pactos y las alianzas son consustanciales a todos los cambios y por ende a todas las revoluciones sociales.

El deber de los luchadores no es solamente el de vencer políticamente al proyecto imperial, financiero y corporativo, sino el de encarar una tarea mucho más compleja y difícil: vencerlo en el terreno de las ideas y ganar para ellas a todas las clases y fuerzas sociales que asuman la tarea primero de defender y conservar sus mayores conquistas históricas y democráticas y, naturalmente, que se propongan transformar la sociedad. Por eso surgen nuevas preguntas: ¿Seremos capaces, en esa amplia alianza de clases y fuerzas sociales, de explicarles a las grandes mayorías, con apego irrestricto a las realidades sociales y a la verdad histórica, por qué subsisten hondas y profundas desigualdades económicas y sociales? ¿Podremos insertar de una manera permanente en la conciencia de las grandes mayorías, las razones de por qué hay grupos que nadan en la abundancia, mientras decenas de miles de hogares carecen hasta de lo más elemental? O bien ¿Por qué millares de jóvenes, con sobrada inteligencia y disposición, deambulan por las calles sin nada que hacer y sin la menor esperanza de un futuro mejor para ellos y sus hijos?

También podemos examinar lo que ocurre en el terreno internacional ¿Por qué se producen y quiénes alientan esas dramáticas migraciones de centenares de miles de hombres, mujeres y niños que presenciamos hoy en el Medio Oriente? ¿Por qué el país más rico y poderoso de la historia, los Estados Unidos, provoca o estimula espantosas guerras como la de Irak, Afganistán, Libia o Siria, con el saldo de centenares de miles de muertos y desplazados? Y también, con lo importante que es, explicarle nuestros pueblos en una ingente y desigual batalla ideológica ¿Por qué no se dice la verdad sobre lo que ocurre en distintos pueblos de Nuestra América, que realizan heroicos esfuerzos por transformar sus sociedades y hacerlas más equitativas, más justas, más soberanas y más independientes?

Así podríamos continuar. Pero responder a estas preguntas con la mayor honradez y profundidad posible, es una exigencia irrestricta del humanismo de nuestro tiempo. Que algunas fuerzas oculten los hechos, los tergiversen o simplemente construyan respuestas falaces, son hechos o acciones que terminan por darnos la razón.

Pero no todo es blanco o negro, porque en algunas ocasiones, los pueblos luchan, se organizan y van en pos de nuevas y grandes reivindicaciones las que, en la práctica, repudian y vencen los propósitos de esas fuerzas que practican su hegemonía en escala mundial. Estas fuerzas o corrientes populares y transformadores, a que tanto nos hemos referido, sufren en determinadas coyunturas, grandes fracasos y en otras, logran vencer e imponer demandas o reformas que aparecen en la historia como verdaderas conquistas democráticas y hasta revolucionarias.

En todo esto hay un hecho que nos parece axiomático. Lo sintetizamos:

Si los pueblos padecen penurias y dramas sociales, es porque determinadas clases sociales dominantes, invariablemente minoritarias, junto a sus aliados de adentro y de afuera, sacan provecho económico y político de esas penurias y de esos dramas. De lo contrario, la pobreza y el desamparo de millones de seres humanos sería un acto de maldad puro y simple. Y si esta situación persiste por años y años, es porque los pueblos no logran construir fuerzas y direcciones políticas y sociales que encuentren la manera y los medios de derrotar a esas minorías y, desde el poder del Estado y en virtud de procedimientos democráticos, imponer normas, leyes, instituciones o decisiones imperativas que terminen o atenúen los privilegios y ventajas de esas minorías.

En síntesis, la política de las fuerzas dominantes puede ser derrotada y en su lugar sustituida por nuevos órganos de poder apartados de las directrices ideológicas o los intereses de esas clases. En la mayoría de los casos, es inevitable que surjan contradicciones “inesperadas” entre clases sociales o dentro del propio Estado. Pero esta es una tarea esencial de las direcciones políticas progresistas y patrióticas: conducir la marcha de los pueblos en medio de un constante y pertinaz proceso de formación de conciencia y desarrollo organizativo, de modo que cada triunfo, o incluso cada derrota, se convierta en una lección que fortalezca la conciencia de las mayorías y mejore la relación con sus aliados.

La vida social de nuestros días, confirma que grupos minoritarios, nacionales y extranjeros, dominan todo lo concerniente a la vida ideológica y económica de los países. Esto constituye un hecho natural, totalmente congruente con el desarrollo histórico del capitalismo y ha sido, durante prolongados períodos históricos, la función de la política: impedirles a los pueblos el desarrollo de su capacidad para tomar por sí mismos, las decisiones sociales trascendentales.

Por eso para estas clases poderosas, resulta tan importante mantener la actividad política, con partidos o sin ellos, con diputados o sin ellos, bajo un estricto control, es decir, como una propiedad, atribución o prerrogativa que les pertenece por entero. Es la vieja anécdota protagonizada por el Presidente Franklin Rosevelt, a quien en una ocasión alguien le expresó: “el general Anastasio Somoza es un H de P”, a lo que el Presidente respondió “sí… pero es nuestro H de P”.

Del mismo modo no es difícil comprender que cuando los pueblos cobran conciencia de su fuerza, cuando logran entender en qué consiste el poder político y para qué sirve y deciden tomarlo en sus manos, pues en ese momento los cambios sociales comienzan a hacerse posibles y hasta cercanos.

Conciencia y organización

Como veremos más adelante, eso que llamamos “los pueblos” puede resultar una calificación acomodaticia pues esa categoría social sólo es capaz de manifestarse a favor de sí misma, en virtud de dos factores: conciencia y organización. Sin embargo, el desarrollo de un determinado nivel de conciencia y de organización, sólo es posible, a su vez, como resultado de procesos sociales complejos. Nada contribuye más que las luchas sociales, que las experiencias prácticas, pero sólo en la medida que se vean acompañadas de un intenso trabajo intelectual junto a una dirección política valiente, lúcida y aguerrida.

De lo contrario, no se alcanzarán los objetivos esperados. Los cambios de naturaleza revolucionaria, como esos que fueron logrados por el pueblo costarricense durante los años 40 y 50 del siglo pasado, sólo fueron posibles porque a una dirección política visionaria, se sumó un pueblo valiente, organizado y decidido a conquistar y hacer suyos esos cambios.

Deseamos advertirle a nuestros lectores que el término “revolucionario” ha sido reiteradamente satanizado por los enemigos de los cambios sociales y equiparado con actos brutales y violentos, totalmente contrarios a los procedimientos denominados genéricamente como "democráticos". Pero se trata de una falsedad y de una trampa en la que no debemos caer. Veamos.

Esa interpretación se vio incrementada por una explicación teórica de las propias fuerzas revolucionarias y que fue, por largos años, corroborada por la realidad. Se refería al hecho de que sólo la lucha armada de los pueblos, era capaz de revertir el rumbo de sumisión y explotación que el capitalismo les impone. Pero en la América Latina de nuestros días, algunos pueblos han alcanzado el poder político sin recurrir a la violencia bajo cualesquiera de sus formas. Algunos pueblos han comenzado intensos procesos de transformación democrática, gracias a la constitución de gobiernos verdaderamente representativos de los intereses mayoritarios y nacionales y han logrado el poder político por medios electorales y pacíficos.

El empleo de métodos electorales y pacíficos triunfantes, obliga a los vencedores a ser consecuentes con estos mismos métodos y a respetar sus reglas, sin caer en la ingenuidad de pensar que sus enemigos actuarán con honradez. Recordemos que la historia ha demostrado tercamente que las clases dominantes han mantenido el poder político valiéndose de los métodos más innobles, desde la violencia o la represión pura y simple, hasta el empleo sistemático de la mentira gracias al control casi absoluto sobre los medios de comunicación.

Aquí mismo, en Nuestra América, sometieron a los pueblos a la brutal represión de las dictaduras y no dudaron en emplear los peores métodos de la violencia o la mentira, para conservar sus privilegios. Sin embargo, los procesos transformadores y patrióticos triunfantes, pueden también demostrar su inmensa superioridad moral y política, utilizando métodos honorables y limpios a fin de conservar el favor de las mayorías.

En el caso de Costa Rica, la mayor parte de las transformaciones sociales impulsadas y llevadas a cabo por los gobiernos reformadores del siglo XX, desde el doctor Calderón Guardia hasta José Figueres Ferrer, desde la Caja del Seguro Social hasta la Nacionalización Bancaria, la fundación del CNP, del ICE y las Universidades Públicas, fueron cambios verdaderamente revolucionarios en el cabal y profundo sentido de la palabra. Pero en su realización se sumaron esos factores de que hablamos antes en. Las clases dominantes de Costa Rica tuvieron la inteligencia y si se quiere, la paciencia de no confrontarlas, de no eliminarlas de un tajo y de esperar el momento, como este en el que nos encontramos ahora, es decir, el proceso neoliberal, para proceder a su liquidación definitiva.

Por nuestra parte, las fuerzas progresistas y patrióticas no hemos realizado los esfuerzos suficientes para insertarlas como una parte irreversible de la conciencia y la ideología nacional, aunque todavía hay tiempo.

Y preguntamos ¿Esos cambios revolucionarios fortalecieron o deterioraron la democracia costarricense? ¿Nos hicieron un país más libre y justo o nos sometieron a alguna forma inaceptable de dictadura?

En gran medida, esos cambios sociales, el pueblo los ha hecho suyos y por eso el neoliberalismo no ha podido acabar con ellos. Si bien admiramos y apoyamos los cambios y las revoluciones sociales llevadas al cabo por otros pueblos de América Latina, debemos conocer, respaldar e incluso recuperar, lo que nosotros mismos pudimos conquistar. Nos referimos a esos cambios y transformaciones de naturaleza revolucionaria que fuimos capaces de llevar a cabo para bien de todos los costarricenses.

Eso que llamamos “procesos revolucionarios”, son acontecimientos excepcionales y difíciles, en la medida en que requiere un alto grado de conciencia ciudadana, de valor y de audacia e incluso de paciencia, por el hecho mismo de haber sido pensados, preparados y organizados en prolongados períodos de tiempo.

También debemos aclarar otro elemento. No existen cambios ni procesos revolucionarios que no se enmarquen dentro de las luchas sociales. Esa lucha requiere un alto grado de conciencia y organización, de información, de reflexión, de movilización. Porque si no fuera así, las clases poderosas no ejercerían una férrea oposición a las justas demandas de los pueblos, ni organizarían todos los medios de comunicación a su alcance: enormes campañas publicitarias y difamatorias en medio de amenazas, control parlamentario, organización de partidos políticos entreguistas o la corrupción de dirigentes, a fín de evitar que esas transformaciones se realicen.

Los procesos revolucionarios y sobre todo los que se llevan a cabo por medios estrictamente democráticos, exigen generalmente el acopio de un pensamiento maduro y de un certero conocimiento de las realidades sociales donde se realizan. Requieren también de una dirección política sólidamente articulada, audaz, valiente y dotada de planteamientos y programas en estricta concordancia con las demandas y las posibilidades de cada pueblo. Exigen también lo que hemos denominado “el Factor Dirección” como la expresión de un liderazgo valiente y sano, dotado de gran potencia intelectual y ética, de sólidos principios y de la decisión inquebrantable de servirle a su pueblo. Pero hay algo más: una dirección debe ser capaz de instruir, de formar, de convertir cada reunión, cada discurso cada interlocución y cada discusión, en una acción docente, en el mejor sentido de la palabra. Porque la docencia es un aprendizaje mutuo, donde el maestro enseña y aprende al mismo tiempo.

Así las cosas, resulta fácil comprender que los procesos de transformación social, son acontecimientos francamente excepcionales y nada frecuentes, aun si hablamos de continentes enteros. Pero en determinadas épocas, muchas naciones viven en medio de una intensa agitación. Pero debe quedar claro que no toda lucha social es en sí misma, una lucha revolucionaria.

La mayor parte de las veces, la lucha de los pueblos sólo emerge o se manifiesta, como explicábamos antes, de manera espontánea, o sea, que hace su aparición como una forma de protesta, de exigencia, de crítica o de disgusto particular y momentáneo y que no se produce con el propósito expreso de transformar la realidad social y menos aún, de provocar cambios en la estructura del poder. Esto que llamamos la lucha espontánea, lleva consigo exigencias justas, pero puntuales y generalmente coyunturales. El ejemplo más claro de la lucha espontánea está dado, casi siempre, por las movilizaciones gremiales o sindicales.

En muchas ocasiones, las organizaciones gremiales o populares y principalmente los sindicatos, se convierten en verdaderas escuelas de formación cívica. Porque en la vida de los pueblos, todos los días ocurren hechos de distinto orden: económicos, laborales, comunales, legislativos o manifestaciones de cualquier orden en la complejísima trama de la vida social. De modo que los sindicatos están en plena capacidad de no limitarse a atender solamente aquello que les atañe a sus afiliados, sino a toda la comunidad y a todas las clases sociales donde desarrollan sus tareas. Ellos pueden desarrollar su labor docente expresando por todos los medios a su alcance, una visión progresista y patriótica de esos acontecimientos.

Aquí mismo en Costa Rica, algunos sindicatos o centrales sindicales, se han empeñado por años en promover la formación crítica de toda la ciudadanía. Es probable y completamente natural, que en algunas ocasiones tengamos puntos de vista o criterios distintos, pero en las luchas sociales la verdad es un valor que no siempre encontramos a primera vista. Por eso mismo, debemos valorar, apoyar y respetar, la formidable labor y dimensión cívica de los sindicatos que actúan de esa manera.

Aún así, determinados sectores de las clases y fuerzas dominantes poseen, en mayor o menor grado, el realismo y la sensibilidad suficiente para aceptar cambios, reformas y transformaciones impuestas, como decíamos, por las exigencias y luchas de los pueblos. En muchos casos, tienen la astucia de penetrar e influir de distintos modos en los movimientos populares, para que sus demandas y movilizaciones no se articulen con los movimientos políticos en procura del poder del Estado. En esas luchas y en esas reformas, juegan un papel central las movilizaciones, las protestas multitudinarias y las huelgas. Todo lo demás es la música de violines con que los grandes medios de comunicación nos hacen creer que vivimos en “el país más feliz del mundo”, donde no existen ni pueden existir las luchas y confrontaciones entre intereses o clases sociales; nos hacen creer que toda acción, huelga o manifestación de protesta, es un llamado a la subversión o a la violencia. Incluso se han empeñado, sobre todo en estos momentos, en convertir las justas reivindicaciones de los trabajadores organizados en los sindicatos del sector público, en empeños desmedidos por lograr ventajas y privilegios inadmisibles.

Aprovechamos la ocasión para advertir que los conflictos o las expresiones más amargas y duras entre las clases sociales, provienen de los propios grupos dominantes, incapaces de comprender que la mayor parte de las manifestaciones de protesta de los pueblos, son el resultado de su codicia.

En estos mismos días, cuando iniciamos el año 2016, con la mayor astucia y mala fe han lanzado al vuelo una campaña en la que prácticamente se responsabiliza de los servidores públicos y sus convenciones colectivas y otras justas demandas alcanzadas por los trabajadores, del deterioro fiscal del país y de la crisis económica. Lo dicen ellos, los dueños de los grandes medios de comunicación, del gran comercio, el sector financiero privado y las empresas asociadas al capital corporativo transnacional; ellos, que jamás, óigase bien, jamás, han firmado una convención colectiva con sus propios trabajadores o han aceptado, sin desatar una despiadada persecución, que esos trabajadores acudan al recurso estrictamente constitucional y legal, de organizar sindicatos en sus empresas o exigir la firma de convenciones colectivas.

Se han dado maña para convencer, incluso a amplios sectores de asalariados y otros trabajadores, que las mejores y justas condiciones laborales que han logrado grupos de trabajadores del sector público, son privilegios inadmisibles que empobrecen a la sociedad. Es probable que haya privilegios e incluso abusos y aceptamos que deben enfrentarse, pero no son nada si los comparamos con los inmensos e inadmisibles privilegios que provocan las diferencias sociales y la acumulación de riqueza en pocas manos.

El tema del llamado “reformismo”

Se trata, por supuesto, de cambiar la sociedad en que vivimos y hacerla, empleando algunos términos generales insistentemente señalados por el Papa Francisco, más solidaria, más fraterna y más igualitaria. Cada pueblo, por distintos caminos, buscará la manera de adecuar los cambios y transformaciones a sus condiciones culturales y valores construidos a través de su historia. Pero ocurre también que los pueblos no sólo avanzan en el sentido que apuntamos, sino que también retroceden; se hacen cada vez más insolidarios y egoístas y sobre todo, más desiguales e injustos. Esta parece ser una ley del sistema capitalista, anunciada y estudiada concienzudamente por grandes pensadores, filósofos y teóricos de las ciencias sociales.

Llegado un momento, como señalamos antes, algunos pueblos deciden enfrentar de manera radical la acumulación insoportable de ventajas y privilegios en manos de unos pocos y en ocasiones, del poderío y el control de unos países o Estados sobre otros, y que en largos períodos históricos han creado relaciones directas de supeditación y dependencia, es decir, relaciones que pueden ser justamente calificadas como relaciones imperialistas.

Liberarse de esas cadenas les exige a esos pueblos inmensos sacrificios. Esa no es una tarea que se realiza de un día para otro, ni tampoco se puede decretar el advenimiento de una nueva sociedad, en una declaración o en una proclama como explicábamos en párrafos anteriores. Aún en las condiciones más dramáticas y radicales, las transformaciones sociales no ocurren en breves períodos de tiempo. Las grandes determinaciones políticas sobre cambios históricos, requieren por lo general prolongados períodos de lucha y luego hace necesario el tiempo para su adaptación a las condiciones concretas de cada sociedad y sobre todo, su incorporación al pensamiento colectivo como soporte de una verdadera ideología dominante.

Por eso hemos dicho que es inapropiada y hasta inútil la simple declaratoria de un orden social más avanzado y sobre todo allí, donde no haya transcurrido el tiempo para hacer madurar las condiciones que les permitan a los pueblos asumir las nuevas y complejas tareas que la implementación de los cambios económicos y sociales trae consigo.

Un nuevo orden social no es solamente un problema de denominaciones. Uno puede usar el nombre que quiera para definir la naturaleza de un cambio o de un proyecto social; el problema es cómo convertir ese cambio en una práctica social y que opere como un factor de movilización unido a una concepción arraigada, de manera irreversible, en la conciencia de los pueblos y en sus estructuras jurídicas y mentales.

Es por eso que estamos en posibilidad de afirmar, como expresamos, que las grandes reformas llevadas a cabo en Costa Rica durante los años 40 y 50 – y algunas anteriores en el transcurso de nuestra breve historia – fueron en muchos casos, verdaderos cambios estructurales y que, aún en pueblos hermanos de nuestra América que han impulsado cambios similares llevados y en sus condiciones particulares, han sido calificados como “cambios revolucionarios”. Y por esta misma razón, el período neoliberal puede ser también definido como un proceso “contrarrevolucionario”, orientado a desmantelar de manera sistemática, las conquistas sociales de los pueblos, incluida la propia Independencia Nacional.

Por muchos años entablamos, dentro y fuera del movimiento transformador y progresista, aquella discusión a propósito del llamado “reformismo”. En Costa Rica y otros países, algunas organizaciones se referían a otras, con la calificación despectiva de “reformistas”. Como dijimos antes, la vida es mucho más compleja que los calificativos, aun cuando pueden resultar útiles para definir el comportamiento de individuos u organizaciones. Pero los calificativos son simplificaciones de la realidad y traen consigo juicios de valor y hasta prejuicios.

Hoy en día, las organizaciones que en América Latina se proponen llevar adelante cambios y transformaciones en beneficio de las grandes mayorías, se plantean esas tareas en términos de reformas, de cambios estructurales, de acciones orientadas a confirmar la soberanía y la independencia de los pueblos. Como se trata de cambios promovidos y ejecutados con el empleo de medios electorales y pacíficos, no existe otra alternativa como no sea la del empleo de procesos de reformas legales y constitucionales y en muchos casos, a través del referéndum.

Es por eso útil y necesario, dedicarle unas líneas al tema del reformismo y las reformas. Como era casi siempre una discusión puramente semántica, resultaba difícil sacar una conclusión. También discutíamos y defendíamos la tesis de que era prácticamente imposible recuperar la soberanía nacional y construir una sociedad más avanzada y justa, por medios electorales y pacíficos.

Por muchos años los luchadores sociales nos empantanamos en las meras palabras, dejando de lado el examen riguroso de las importantes contradicciones que, en períodos no muy prolongados, se producen en las sociedades humanas. Como producto de la experiencia, algunas conclusiones se han visto modificadas y otras se han visto tercamente confirmadas. En nuestros días, los países hermanos del continente donde se han iniciado procesos de cambios democráticos profundos, los llevan a cabo con gobiernos elegidos en procesos electorales pacíficos y democráticos. De tal manera que una vez alcanzado el gobierno, han dado inicio a reformas profundas ¿Se trata entonces de gobiernos reformistas o de gobiernos revolucionarios? La pregunta y las respuestas resultan banales.

El hecho de que en América Latina hayan aparecido gobiernos con proyectos sociales avanzados alcanzados con el empleo de métodos pacíficos y democráticos, no significa que quienes emprendieron la lucha armada, estuvieran equivocados o emprendieran un esfuerzo inútil. En Nuestra América, gobernada en buena parte y durante decenios por tiranos implacables y ejércitos represivos y brutales, prácticamente no había espacio para procesos democráticos participativos y limpios. Las luchas armadas, llenas de sacrificio, abonaron e hicieron posible una nueva perspectiva democrática, del mismo modo como hicieron posible la Independencia y la Soberanía, las cruentas y prolongadas luchas de nuestros Libertadores.

Es imposible no recordar aquí, la naturaleza del empeño de la izquierda chilena y en particular de Salvador Allende, por demostrar que era posible que una alianza de fuerzas revolucionarias ascendieran al poder del Estado e iniciaran cambios y transformaciones sociales profundos. Un contubernio entre criminales locales y la brutalidad imperial, venció aquel esfuerzo primigenio. Hoy en distintos pueblos hermanos han dado inicio procesos que, en condiciones enteramente nuevas, retoman el esfuerzo transformador iniciado por Allende. Las fuerzas de la derecha no han podido, al menos hasta ahora, ser investidos de un poder militar y sangriento que detenga los proyectos en marcha. Pero no han cedido. El control de los medios de comunicación locales y formas novedosas de subversión y agresión económica, les han permitido avanzar y en algunos casos, retomar posiciones.

Pero nadie, ningún verdadero patriota o revolucionario, puede "desesperar" y suponer que los procesos patrióticos y transformadores han sido derrotados. Se trata de resultados previsibles, si los gobiernos y las fuerzas populares conservan fría la cabeza y sacan, con absoluta honradez y espíritu autocrítico, las conclusiones necesarias.

No basta con echarles la culpa a las fuerzas retardatarias y a las distintas expresiones del servilismo y el entreguismo. Porque esas fuerzas estarán allí siempre, ocurra lo que ocurra y gobierne quien gobierne. Estarán allí, decíamos, impuestas de su "deber" irrestricto y permanente, de servirles a los enemigos de cualquier iniciativa democrática y patriótica. Por eso nuestro deber, siempre, es el de realizar los auto exámenes más rigurosos y autocríticos, sin concesiones ni debilidades, sin auto valoraciones superlativas y sobre todo, sin la completa determinación de corregir errores.

Aún recuerdo con alegría el impacto que me produjo cuando, en la propia Cuba, un querido amigo y compañero me dijo que allí, aún en medio de las dificultades de aquel proceso, "el jefe de la oposición se llamaba Fidel Castro". Sobran las palabras.

Si volvemos a Costa Rica podemos decir que en nuestro país, estuvimos por muchos años alejados de esos enfrentamientos violentos y sangrientos a que los ejércitos represores sometían a los pueblos hermanos del continente. Cuando en esos pueblos se impulsaban procesos revolucionarios en busca de la justicia social y los derechos humanos conculcados, no había más remedio que enfrentar la violencia militar con la violencia democrática y revolucionaria. Es por eso que la propaganda retardataria y mentirosa, procuraba convencer a los costarricenses que las luchas en procura de cambios sociales importantes, iba a traer, aquí en Costa Rica, las mismas violentas y cruentas confrontaciones que tenían lugar en otros pueblos hermanos.

Costa Rica era una excepción, pero no del todo. Recordemos que por años se ilegalizó y se proscribió la participación de organizaciones de izquierda, principalmente de los comunistas y aún en nuestros días, podemos dar cuenta de numerosos engaños y trampas que impidieron la participación electoral de organizaciones progresistas fundadas por otras corrientes socialistas o progresistas.

A comienzos de los años 60, el entonces dirigente del PLN, Enrique Obregón Valverde, funda un partido "de izquierda democrática", como se autodenominaba y con un programa patriótico, progresista, agrarista y de profundas raíces democrática. El partido se llamaba Acción Democrática Popular, su candidato presidencial era Enrique Obregón y su vicepresidente el más eminente escritor político de nuestro siglo XX, el maestro Vicente Sáenz Rojas. Para combatirlo, la extrema derecha con el apoyo de la Embajada de los Estados Unidos, fundan una organización anticomunista, extremista, virulenta y bien financiada, la que intervino en la campaña electoral con las atribuciones de un partido más y dedicó ingentes recursos financieros en una monumental campaña publicitaria contra la candidatura presidencial del Lic. Enrique Obregón y su partido. Aquella indecente estructura publicitaria nació y continuó después con un nombre paradójico y contradictorio, se llamaba Movimiento Costa Rica Libre.

En la recién pasada campaña del 2014, entre otras artimañas emprendidas para evitar nuestra participación, se estimuló y se logró la división de "Patria Nueva" y fue lanzada contra el "Frente Amplio" una ofensiva millonaria que reiteraba el estribillo del “peligro comunista”; todo a vista y paciencia de las autoridades electorales. Podemos decir más.

La realidad de nuestros días ha demostrado que en América Latina son posibles cambios y transformaciones a través del ascenso al gobierno de organizaciones y movimientos con voluntad transformadora y por medio de luchas cívicas emprendidas con el empleo de procedimientos democráticos y pacíficos. También la vida se encargará de demostrar que las fuerzas imperiales y las clases dueñas del poder y del control del Estado, jamás se resignarán a que se instauren Estados democráticos, progresistas, con arraigadas concepciones independentistas y patrióticas en nuestros países. Así se confirmará una vez más esa vieja ley de la historia de que "toda revolución trae consigo una contrarrevolución". En algunos casos, ésa contrarrevolución, construida e impulsada desde afuera, puede ser tan pertinaz, prolongada y cruel como la que ha sido lanzada contra Cuba, que lleva más de medio siglo y aún no se detiene.

Pensamos también, que constituye una percepción mecánica, rígida e incluso errónea, suponer que un sistema social más justo se construye a punta de cambios y transformaciones sociales. Hoy sabemos, apoyados en la terca realidad, que ni los cambios y las transformaciones sociales constituyen por sí solos, eso que llamamos una sociedad socialista y que tampoco resulta categórica la afirmación sobre “el carácter irreversible de las revoluciones sociales”.

De todos modos, no tiene mayor importancia el nombre que le pongamos al nuevo régimen social impulsado por las grandes mayorías en su propio beneficio. Lo importante será siempre la naturaleza de las transformaciones concretas y sobre todo, por encima de esas transformaciones, la conciencia alcanzada por las grandes mayorías sociales en su tarea por defender sus conquistas y llevarlas aún más adelante. Son los pueblos los responsables de confirmar en la vida los alcances y la profundidad de los sistemas sociales que construyen en su beneficio. Y valga la oportunidad para repetirlo: son los pueblos y sus dirigentes, porque ni los pueblos solos ni los dirigentes solos, sino esa unidad dialéctica que hace aparecer a los conductores valientes y lúcidos, junto a pueblos conscientes y valerosos, cuando las condiciones históricas así lo demandan.

Claro que las reformas y los cambios estructurales son importantes, pero es mucho más importante el proceso de lucha por alcanzarlas y luego el proceso que fortalece la conciencia y la organización, las que se acrecientan en la indetenible actividad política por ampliarlas y mantenerlas plenamente vigentes.

Algunos pueden considerar que resulta extremadamente importante ponerles nombre y apellido a esos cambios y transformaciones -¿Son reformas es decir, cambios inocuos que no afectan para nada el poder de las clases dominantes, o son cambios revolucionarios y que por ende, afectan los equilibrios de poder entre las clases? – Pero es mucho más importante afianzar y trabajar sobre los cambios en la conciencia y la organización que esos mismos cambios sociales y económicos contribuyen a provocar. Sólo de ese modo evitaremos caer en aquel asunto de nombres y calificativos a que hacía referencia Fidel, cuando en una ocasión, refiriéndose a un pseudo teórico y provocador dijo: “uno puede apellidarse águila y no tener una pluma en todo el cuerpo”.

Las fuerzas progresistas de Costa Rica hemos sufrido en carne propia los efectos de los calificativos infamantes, con lo que se demuestra que son usados con el propósito de azuzar los prejuicios, de infundir miedo, en pocas palabras, de mentir y engañar sobre las verdaderas intenciones de las personas o los movimientos que proponemos programas de cambios reales y no promesas vacías.

Por eso nada resulta más importante en nuestros días que explicarles a los ciudadanos, en este caso principalmente a los jóvenes, en qué consisten nuestras ideas y nuestras propuestas y demostrar que son parte de una búsqueda permanente de la verdad y de arraigados sentimientos de libertad y justicia para todos y de auténtica independencia y soberanía para nuestro pueblo.

Hoy día en Nuestra América, las fuerzas neoliberales repudian cualquier propuesta o acción pública que intente recuperar las grandes conquistas que ellas mismas nos han disminuido o simplemente arrebatado. Los nuevos cambios y transformaciones con que se identifican algunos países, son parte de las corrientes nacionalistas y patrióticas, que les devuelven a sus pueblos la soberanía, la identidad nacional y la confirmación de su propio camino nacional e independiente.

¿Actúan todos ellos de la misma manera? ¿Son idénticos los cambios que realizan unos y otros, o estos cambios están vinculados a las condiciones particulares de sus realidades nacionales? En muchos casos se trata de grandes reformas y reivindicaciones postergadas durante decenios y por eso mismo, acrecientan la capacidad de resistencia de los pueblos ante las imposiciones locales o imperiales.

Quizá uno de los hechos más notables y enriquecedores de estos nuevos procesos sociales en Nuestra América es la casi total ausencia de manuales. Los grandes paradigmas provienen de nuestras propias experiencias: de Cuba, de Venezuela, de Bolivia, del Ecuador, de México, de Chile, de Argentina, de Brasil y de cada pueblo que posee un historial de lucha, de éxitos y fracasos. Es obvio que nunca vamos a copiar de nadie, pero todos debemos realizar un gran esfuerzo por recoger y examinar las experiencias positivas y negativas de todos los demás y a partir de allí sacar cada quien sus propias conclusiones.

Empresariado nacional

Estas reformas que hoy se producen y se plantean en América Latina, tienen que ver con la plena recuperación de la soberanía y la indeclinable determinación de que los pueblos se conviertan en protagonistas de primera línea y que, al mismo tiempo, recuperen para sí mismos una buena parte de la riqueza que producen y con ella, comiencen a solventar la deuda histórica que el poder imperial y las oligarquías de terratenientes, de financistas o de grandes intermediarios, tienen con las mayorías locales.

Pero la tarea de transformar la sociedad implica, casi siempre, la decisión de respetar las normas y procedimientos democráticos que hayan hecho posible el acceso del pueblo al control del Estado. Por su parte, las clases sociales que han sido derrotadas están, al menos en teoría, obligadas a respetar el triunfo de los pueblos. Las dolorosas experiencias recientes, demuestran sin embargo que estas clases no aceptan de ninguna manera derrotas políticas y se empeñan en utilizar los métodos más ruines a fin de recuperar el poder que han perdido.

Las fuerzas transformadoras, por su parte, que hayan ascendido al poder por vías electorales y democráticas, no deben ponerle reparos a preservar y fortalecer esos métodos y atenerse a sus resultados. Es el caso reciente de Venezuela. De tal modo que el ascenso o el triunfo de las fuerzas democráticas por vías pacíficas y convencionales, conlleva compromisos y obligaciones morales y políticas. Es por eso que el ejercicio del poder revolucionario, alcanzado por medios pacíficos y electorales, conlleva la obligación de fortalecer y confirmar ese poder, con el uso de esos mismos métodos y medios y sobre todo, con el desarrollo de una conciencia cada vez más comprometida y lúcida.

Esto no significa que los pueblos que alcancen el poder revolucionario por medios pacíficos y electorales, no tengan el derecho y la obligación de defender esa conquista. Esta defensa se traduce en nuevas y más activas formas de la movilización popular y sobre todo en acciones políticas audaces e inteligentes que multipliquen la conciencia de las amplias mayorías, que fortalezcan la democracia con alianzas inéditas y que, por ninguna razón, el pueblo y sus dirigentes se dejen aislar o permitan que los vínculos entre pueblo y dirigentes se establezcan por medios panfletarios, plagados de consignas y no de explicaciones y planteamientos racionales y justos.

Algunas personas y movimientos parecen pensar que profundizar un proceso o un movimiento, es sencillamente, radicalizar las medidas económicas o las reformas sociales. Nos parece que eso es solamente una parte de la tarea. Profundizar un proceso es en primer lugar profundizar la conciencia, hacer que las amplias mayorías sean las protagonistas insustituibles de cambios cada vez más profundos y protagonistas directas de la defensa de sus propias conquistas.

Estas reformas, es necesario e indispensable decirlo, también deben recuperar el espacio económico, social y político perdido, o más bien, arrebatado por las estructuras oligárquicas, financieras y corporativas locales.

En Costa Rica, una de las herramientas más eficientes en esa innoble tarea, es lo que se ha dado en llamar “inversión extranjera directa”. Y expresamos algunas ideas sobre este tema pero veamos. Como ha ocurrido desde los acuerdos de Bretón Woods, el dólar estadounidense se convirtió en la moneda universal de pagos y de reservas. Es por eso que las gigantescas emisiones inorgánicas le han servido al sistema financiero y mercantil norteamericano, para comprar con papeles impresos, llámese billetes o llámense bonos del tesoro, las riquezas fundamentales de todos nuestros pueblos. Aquí en Costa Rica, la mayor parte de sus promesas y sus ventajas, se apoyan principalmente en la supuesta generación de nuevos empleos.

Pero el empleo no debe ser un asunto coyuntural o pasajero sino estructural y permanente. Este tipo de empleos sólo se logra básicamente, de tres maneras. Primero: el empleo que genere un empresariado nacional, incluidos los agricultores y las cooperativas y sobre todo, un sector empresarial estimulado, productivo y con sólidos apoyos financieros y tecnológicos locales, en segundo lugar, el que aparezca en función del desarrollo del sector capitalista de Estado y tercero, el que origine el "pacto social de largo alcance" al que hemos hecho referencia.

Recordemos que en esa reunión de Bretón Woods, celebrada en los Estados Unidos poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial se decretó, como ya explicamos, la paridad del US dólar con el oro. La única responsabilidad asumida por los Estados Unidos era conservar reservas en ese metal precioso y cambiarlo por sus billetes cuando así lo demandaron los bancos centrales de otros países. Fue el caso de Francia que explicamos antes. Esa potestad financiera ha transformado su propia moneda, el dólar, en virtud de su inmenso mercado interno y del poder mercantil de todo el aparato corporativo y bancario de los Estados Unidos, en dinero mundial. Esta es la primera e indispensable condición para el control de la economía del mundo. Por eso el ascenso del yuan, les resulta incómodo y preocupante.

Con el dólar a la cabeza, han llegado finalmente al control de las nuevas estructuras corporativo-financieras, con que los centros hegemónicos han intentado subsanar las crisis y de paso controlar una buena parte de la economía y las relaciones económicas internacionales. Son variantes del mismo tema y de viejos procedimientos reforzados sobre la base de sus propias experiencias y de la expansión de eso que se ha dado en llamar "el mundo unipolar”.

Pero han emergido nuevas contradicciones y algunas de las más importantes tienen que ver con los nuevos desarrollos progresistas en América Latina. No en vano se produce una acción sostenida orientada a la desestabilización de tres potencias progresistas del continente: Argentina, donde por ahora han restaurado un gobierno neoliberal; Brasil, pieza clave de los BRICS y claramente comprometido con un nuevo proyecto de los equilibrios económicos del mundo y de clara resistencia al predominio financiero y corporativo de los Estados Unidos y Venezuela, que conserva las mayores reservas prospectadas de petróleo en el planeta.

Como vemos, las cosas no ocurren por azar y mucho menos, la franca ofensiva orientada fracturar los avances progresistas y nacionalistas del continente. Y no pensemos que han dejado de lado la conspiración contra los procesos de otros pueblos hermanos como el Ecuador o Bolivia.

Pero en nuestros días incluso las reformas más modestas pero que acrecienten el poder de los pueblos y la independencia de los Estados Nacionales, son vistas con enorme recelo por las estructuras económicas y políticas que controlan el capitalismo hegemónico. Esta es una razón más para comprender el interés que tienen estas fuerzas para proceder a la disolución de los Estados Nacionales. De modo que cada etapa de un período de la historia, debe ser examinada en función de sus particularidades y contradicciones propias.

Uno de los hechos más dramáticos y a la vez notorios, durante la caída del socialismo real a finales de los años 80, fue la ausencia de grandes movilizaciones sociales orientadas a defender un sistema social que por principio, le pertenecía a los pueblos. En algunos casos, burócratas inescrupulosos terminaron apropiándose de algunas empresas que le pertenecían a la sociedad en su conjunto. Por eso mismo, debe constituir una labor permanente por parte de los sindicatos y otras organizaciones de las empresas públicas, inculcar tercamente a los trabajadores de esas empresas, que ellas son propiedad intransferible del pueblo (en nuestro caso del pueblo costarricense) y que la apropiación indebida o el uso abusivo de esa propiedad, constituye un hecho condenable e inadmisible.

A estas alturas de la historia, a un siglo de la primera Revolución Socialista de la historia, muchos de los que pregonamos ideas avanzadas, continuamos tercamente incurriendo en innumerables errores. Eso no va a cambiar, pero puede cambiar nuestra forma de discutir y esclarecer los problemas que nuestras sociedades plantean y tomar la decisión de mantener una discusión abierta, fraternal o apasionada, pero honrada y consistente, como la mejor manera de arribar a conclusiones y consensos.

Miles de latinoamericanos hemos tenido la fortuna de presenciar el significado histórico y práctico de esto que señalamos, con el enorme triunfo de la construcción y la resistencia de Cuba, sumado al crecimiento constante de su conciencia colectiva. Porque esa resistencia, dedicada y ofrecida a todos nuestros pueblos como un faro de enseñanza, muestra por sí sola el valor de las ideas y los principios, cuando son convertidos en una fuerza humana y material al servicio de los ideales más altos. Hemos tenido también la oportunidad magnífica de presenciar la emergencia y la presencia viva de un dirigente de la estatura de Hugo Chávez Frías, de notables dirigentes como Lula, Evo Morales y Rafael Correa y otros dignos representantes de esos nuevos vientos del progresismo y el patriotismo que recorren el Continente.

La discusión no puede darse solamente en el nivel de las ciencias sociales. En nuestro tiempo resulta urgente una discusión donde se involucre todo lo relativo al avance de la ciencia y la tecnología. Esto se torna cada vez más urgente en la medida en que avanza la nueva revolución científica y tecnológica, donde el trabajo intelectual asume un papel trascendental, como nunca antes en la historia humana, porque ha pasado a convertirse en una fuerza productiva directa.

Ya no es solamente la capacidad humana de concebir su obra primero en el cerebro y luego esperar largos períodos para comenzar a ejecutarla, sino comenzar a ejecutar la obra casi desde la cabeza misma. En décadas anteriores, algunas reflexiones científicas y en buena medida también las intuiciones tecnológicas, debían esperar mucho tiempo hasta que alguien las desempolvara y sacara de ellas conclusiones prácticas o fueran directamente aplicadas al desarrollo técnico científico y a la producción material. En nuestros días, los centros de investigación científica y sobre todo los dedicados a la investigación y desarrollo de la inteligencia artificial, procuran aplicar casi de inmediato sus conclusiones y descubrimientos y convertirlas en herramientas.

Los grandes pensadores y precursores de las ciencias sociales, artífices de una nueva sociedad humana, no fueron solamente filósofos y pensadores revolucionarios, sino auténticos obreros que no usaban las manos sino el cerebro, para trabajar en la materia prima de la sociedad humana, en el diseño de una humanidad mejor. Ellos no transformaban en valores materiales las materias primas como en la Primera Revolución Industrial, sino la materia prima de la propia sociedad humana para hacerla, valga la redundancia, cada vez más humana. En Nuestra América, el más notable de estos obreros revolucionarios se llama Fidel Castro.

Entonces ¿por dónde debemos comenzar?

Sin duda alguna, uno de los factores que han provocado los cambios decisivos y trascendentales en algunos pueblos de Nuestra América, es que dirigentes y pueblos se han unido para pensar y trabajar unidos, sobre sus realidades particulares.

Si algo tienen de particular los procesos progresistas o revolucionarios de que hablamos, es que todos ellos están asentados en una acción que se apoya en sus propias realidades sociales, económicas y políticas, nacionales e históricas sin dejar de lado sin dejar de lado, ni por un momento, ese factor que nos une y enaltece y que es Nuestra América, tal como la concibió y la identificó José Martí.

Sin embargo, estamos obligados a recordar que las luchas sociales no se iniciaron en América Latina y que los esfuerzos por construir sociedades más justas y democráticas, provienen de otros pueblos y de otras latitudes. Porque la búsqueda de la justicia y la igualdad no son patrimonio de nadie en particular, sino la voluntad manifiesta de millones de hombres y mujeres que, a través de la historia, han dedicado sus vidas y su inteligencia al fortalecimiento de esas virtudes como son la rebeldía, la solidaridad, el repudio a las injusticias y el amor por la verdad.

Y aquí, en Nuestra América, vivimos impregnados del ejemplo de los héroes gloriosos de nuestra Primera Independencia de los imperios coloniales o expansionistas y después, de los héroes, vivos y muertos, de la Segunda Independencia de que nos hablaba el maestro ecuatoriano Benjamín Carrión y que han emprendido la lucha contra las distintas formas de dominación y de imperialismo en nuestros días y por la construcción de sociedades más igualitarias y justas. Allí está, impreso en la conciencia de cada latinoamericano, la imagen y el pensamiento de Ernesto "Che" Guevara.

Las transformaciones y los cambios justicieros y profundos de los gobiernos progresistas de hoy, no son extraídas de ningún manual, sino que emergen desde las raíces mismas de su ser nacional, junto a los valores y principios ideológicos elaborados por los grandes teóricos y conductores revolucionarios. Esto les confiere, como lo ha demostrado Cuba, una especial fortaleza y les permite apelar constantemente a la búsqueda o el empleo de soluciones propias y basadas en principios. Esto también les da la flexibilidad necesaria para enmendar y corregir errores, retomar su rumbo y someter sus acciones a una crítica y a una autocrítica que no dependen de copias o modelos rígidos.

Si tuviéramos que hacer una crítica, podemos decir que la coexistencia o la convivencia, necesaria y quizás indispensable, con estructuras y prácticas propias del viejo capitalismo, provoca riesgos permanentes que sólo pueden ser superados con el fortalecimiento de métodos de acción, discusión, participación y estructuras políticas edificadas con esos propósitos. Pensamos en la utilidad de la organización de partidos transformadores, severamente autocríticos, que construyan formas inéditas de la unidad nacional y de la inteligencia revolucionaria aplicada a sus propias realidades. Pero esto es asunto y decisión de cada uno.

Por eso nos toca a nosotros, los costarricenses, apegados a nuestras condiciones sociales, económicas, políticas e históricas, encontrar el rumbo y los métodos adecuados para dar un salto y avanzar aún más.

La pregunta central es ¿A qué hechos y transformaciones negativas nos enfrentamos aquí, en nuestro pequeño país?

1 – Nos enfrentamos a la desintegración del aparato productivo en manos nacionales y por ende, desintegración de la burguesía nacional en sentido estricto.

Ningún país puede cumplir con las obligaciones fundamentales con su población si no cuenta con una clase productora activa, bien organizada y en permanente interlocución con el aparato del Estado, a fin de llevar a cabo los complejos procesos de la producción y distribución de bienes y servicios. Esto es una verdad inconmovible en el propio capitalismo.

Velar por el desempeño de esa clase social, por su acceso permanente y oportuno a los sistema de crédito y mejoramiento tecnológico, junto a una adecuada distribución de la riqueza, son tareas que ningún Estado puede descuidar.

Aun si recurrimos a una simplificación, podemos decir que tal como ha sido aceptado casi universalmente por las ciencias sociales, el capitalismo es un sistema económico y social que está basado en la propiedad privada de los medios de producción, naturalmente en manos de las clases productoras, en manos de una clase social particular, los capitalistas y que gracias a la propiedad que poseen sobre esos medios de producción – principalmente la tierra productiva, la extracción de materias primas, los medios de transporte locales e internacionales, el gran comercio y las industrias manufactureras – contratan, a cambio de un salario, el trabajo de otras clases sociales tales como los campesinos y agricultores, los obreros y trabajadores fabriles y cada vez más, los profesionales, los técnicos y los trabajadores intelectuales imbuidos de los conocimientos o las prácticas inducidas por la nueva revolución científica y tecnológica de nuestro tiempo.

Como nosotros partimos de la tesis de que entre los capitalistas y los trabajadores existen contradicciones en muchos casos ineludibles y hasta irresolubles, también, en la etapa histórico social por la que atravesamos, el Estado debe velar por atenuarlas en beneficio de los más débiles, en función de acuerdos y mediaciones que deben ser parte de la dinámica social y política del Estado, de modo que los trabajadores y sus familias tengan acceso a una vida digna y que los propietarios no naden en la abundancia en virtud de procesos irrefrenables de acumulación y explotación laboral. No hablamos de un capitalismo humanista, sino de la realidad pura y simple.

Tal como fue previsto por los clásicos de la ciencia económica y en nuestro tiempo, por rigurosos investigadores de distintas nacionalidades, la tendencia irrefrenable del gran capital y particularmente en el mundo capitalista de alto desarrollo, conduce a la hiperconcentración de la propiedad y la riqueza las cuales, valga la redundancia, se concentran cada vez en un menor número de manos: personas, familias, corporaciones y entidades financieras. Sin embargo, las oligarquías dominantes en muchos países del Tercer Mundo, dieron muestras de una voracidad y una codicia sin precedentes.

En nuestros días, esta tendencia del sistema capitalista hacia la concentración y la acumulación en pocas manos, tiene su mayor representación en los países capitalistas más ricos y desarrollados, en algunos de oriente, conocidos con el mote de los "Tigres Asiáticos", en Japón y en aquellos naciones de Europa occidental que fueron precisamente la cuna del capitalismo, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica o Francia. Pero de manera particular y relevante, la concentración de un gigantesco poder multifacético se manifiesta en la más grande potencia económica, militar e imperial de la historia, los Estados Unidos de Norteamérica.

El proceso de concentración no es sólo de naturaleza económica y financiera, sino política y militar. Ese poderío da un salto a partir de la casi total desaparición del campo socialista existente en la Europa del Este y que provoca, junto a la desaparición del mundo bipolar, la emergencia de un capitalismo desenfrenado y de "manos libres", que acrecienta la voluntad agresiva y dominante del imperialismo de nuestros días. Éste convierte sus fuerzas militares en un ejército de ocupación y dominación mundiales, a su propia moneda en dinero mundial, al tiempo que intenta controlar las líneas maestras de la nueva revolución científica y técnica. Asimismo, unifica el capital financiero, la gran producción y el gran comercio, con lo que da inicio al capitalismo imperial y corporativo de nuestro tiempo.

Todo esto es historia conocida, pero quizás lo que no hemos examinado con suficiente detenimiento, son los procesos económicos y sociales al interior de nuestros países – estados periféricos y del Tercer Mundo – y sus efectos en la estructura de los Estados Nacionales. Porque la hiperconcentración y la naturaleza mundial del capital financiero y corporativo ha logrado, con la ayuda de su herramienta inapreciable que ha sido el neoliberalismo, la conversión del aparato productivo en manos nacionales, a simples proceso de intermediación y por ende, a la desintegración paulatina del empresariado nacional productor local en sentido estricto y su conversión en un simple representante mercantil de los bienes exportados desde las metrópolis, alimentos incluidos. Aun así y como veremos a continuación, el capital corporativo se reserva los sectores más potentes y decisivos del mercado interno.

2 – nos enfrentamos a la entrega del mercado interno y su traslado a manos del gran capital corporativo y financiero, representado por sus cadenas mercantiles de carácter mundial.

Podríamos preguntarnos ¿Cual es uno de los pasos fundamentales para que éste, al que hemos llamado el capitalismo imperial y corporativo, consolide su poder en escala internacional? La respuesta la obtenemos del examen de la realidad actual.

La forma más segura y eficiente para absorber la plusvalía de países enteros, es a través de la desintegración de sus propias clases dominantes internas, en pocas palabras, sacando del juego a las burguesías locales como clases dominantes, eliminando completamente a las clases productoras locales y convirtiéndolas en simples intermediarias entre sus centros fabriles y financieros y nuestro mercado interno.

En no pocos casos, las burguesías mercantiles son conminadas a vender sus cadenas de distribución y comercialización, con lo que el capital corporativo se convierte en el propietario directo de nuestro mercado interno.

Esta mutación económica y social, en nuestro país se encuentra en pleno proceso de realización. Es decir, que no se trata únicamente del sometimiento o desaparición de la clase nacional productora sino además, en muchos casos, del sometimiento o desaparición de la clase nacional mercantil e intermediaria (La Gloria, Más por Menos etc.)

3 – Nos enfrentamos a la casi desaparición de los partidos políticos como fuerzas de discusión penetrante y activa sobre los problemas internos y en fuerzas política y moralmente construidas para la defensa y confirmación de los valores nacionales. De igual modo, presenciamos la conversión de los procesos electorales en farándulas permanentes y en acontecimientos intrascendentes, sin consecuencias reales en el ejercicio del poder político. Todo esto provoca que la política, como centro organizado para la discusión de los problemas centrales del país y como fuerza programática nacional, desaparezca poco a poco del escenario costarricense.

Pero toda esta mutación económica y política orientada a la evicción del Estado nacional, fue desde un inicio el objetivo del proyecto neoliberal junto a la incorporación de Costa Rica a los tratados o a las zonas de Libre Comercio.

Había sin embargo, un serio obstáculo para la plena realización de este proyecto de desintegración nacional: algunos partidos políticos. Obviamente no todas estas estructuras eran obstáculos, pero en el caso de Costa Rica, algunos viejos y otros nuevos, representaban corrientes ideológicas y electorales, que a su vez habían impulsado las importantes reformas sociales del siglo XX, a las que nos hemos referido con insistencia.

Era pues necesario construir un nuevo escenario político y partidario, donde las corrientes reformistas y patrióticas, quedaran confinadas o simplemente destruidas.

Con los representantes de la ideología y el proyecto enunciado por la doctrina social de la Iglesia Católica, casi no tuvieron problema porque en la práctica no existía un partido que se nutriera de ese pensamiento social o que hubiera participado directamente, de la Reforma Social jmpulsada desde el gobierno por el Dr. Calderón Guardia y sus aliados. La corriente de izquierda, heredera de Vanguardia Popular y del proyecto unitario de Pueblo Unido, estaba prácticamente desintegrada. Venturosamente, dentro de esa corriente de la izquierda apareció un nuevo y prometedor esfuerzo: el llamado Frente Amplio, pero que aún se encuentra en fase de gestación ideológica y programática. Sólo quedaba el Partido Liberación Nacional, PLN, que fue literalmente asaltado por la derecha y puesto a las órdenes o al servicio del proyecto imperial y corporativo. Había surgido también el PAC, con un buen número de militantes consecuentes y lúcidos pero que, a estas alturas, aún se debate entre la definición teórica y práctica de un proyecto transformador y patriótico o la aceptación de un papel político irrelevante.

Podríamos decir que la política, como fuerza rectora del pensamiento social y de la discusión de los grandes temas sobre la Independencia y la Soberanía Nacionales, la política como punto central de la discusión ideológica nacional, la política como centro organizado para la discusión programática nacional, desaparece poco a poco del escenario costarricense. Así caemos, con pocas esperanzas de recuperación, en el hueco negro de la politiquería electoral, donde se discute de cualquier cosa menos de la función del Estado y del papel central la ciudadanía, es decir de los trabajadores manuales e intelectuales, públicos o privados y el empresariado patriótico, en procura de la construcción de una sociedad verdaderamente justa e independiente.

En general los partidos políticos, nacionales o locales, quedan casi completamente vaciados de contenido o totalmente alejados de esa tarea central a que hacíamos referencia. De todos modos no podemos desdeñar los esfuerzos realizados por personalidades o grupos que se empeñan, dentro de algunos de ellos, por darle rumbo y así, darle vida a un debate intelectual y cívico.

Los enemigos de Costa Rica han sido tan astutos, que echaron a andar las reformas electorales que tienen prácticamente en vilo al país entero, porque año tras año se discute o se realiza un nuevo proceso electoral, nacional o local. Esta fiebre atroz de candidaturas o de puestos institucionales, saca del escenario la discusión de los temas relevantes y más aún, la construcción de fuerzas políticas organizadas para llevar adelante los cambios urgentes y profundos que el país requiere.

4- Nos enfrentamos a la conversión de la Asamblea Legislativa en un lugar de cháchara, sin repercusiones reales en el rumbo de la vida social y económica del país.

En todos aquellos países donde funciona, al menos supuestamente, un Estado de derecho regido por una Constitución Política, el Parlamento o Asamblea Legislativa juega un papel central en la emisión y aprobación de las leyes y por ende, en el rumbo social y estratégico de ese país.

Con independencia de la formación intelectual o la capacidad discursiva de muchos de sus miembros, algunos de ellos con notables experiencias institucionales e intelectuales, la Asamblea Legislativa de Costa Rica vive pendiente de una agenda que tiene muy poco o nada que ver con la discusión y las propuestas de solución de los grandes problemas nacionales.

La explicación se torna simple. Si no existen partidos políticos en el verdadero sentido de la palabra, las personas que son enviadas a la Asamblea Legislativa, no llevan consigo ningún proyecto nacional; si no existe en el ambiente político concreto, un debate serio y consistente sobre la solución o las propuestas de solución de los problemas nacionales y el rumbo de Costa Rica en la presente coyuntura histórica, es difícil que ese debate se produzca, casi milagrosamente, sólo por el hecho de que ese lugar o recinto, se llame Asamblea Legislativa o Parlamento.

5 – Nos enfrentamos a la desintegración del aparato del Estado y en primer lugar del sector capitalista de Estado.

Es así como llegamos un punto culminante del plan de dominación y control de la nación costarricense por parte de las fuerzas del capital corporativo.

El acto de decapitación literal del Estado Nacional, es aquel en virtud del cual terminan por desaparecer todas las expresiones que le permiten al Estado, como concentración del poder de las clases dominantes, cualesquiera que sean, ejercer los actos representativos de su voluntad económica, social y política. Como esa clase dominante está en proceso de radical mutación a una clase puramente intermediaria, pues obviamente también su poder expresa un poder exógeno. Culminada esa etapa el Estado Nacional simplemente desaparecerá y su poder será también una apariencia de poder.

Entonces ¿por dónde empezar?

A estas alturas de nuestra reflexión, la respuesta podría caer por sí misma. Pero estamos obligados a encontrarle una respuesta a esa pregunta crucial, por medio de la definición de las importantes tareas en manos del pueblo costarricense.

Primera tarea:

Búsqueda de una forma de unidad programática.

Esa unidad programática, debe producirse entre las tres corrientes del pensamiento social costarricense, expresado práctica e intelectualmente, a través de las grandes reformas sociales del siglo XX: el pensamiento social de la Iglesia Católica, el pensamiento socialdemócrata y el pensamiento socialista; los tres de carácter revolucionario y democrático, tal como lo ha demostrado la historia.

En este sentido, debemos encontrar los medios de comunicación, las formas de discusión y debate y sobre todo, las formas prácticas que, expresadas en la lucha social y patriótica de nuestro país, nos obliguen a fortalecer de manera concreta, nuestra unidad de propósitos. Si nos atenemos estrictamente a la realidad nacional, podemos observar que han surgido componentes decisivos del movimiento patriótico y progresista en Costa Rica.

No es el momento para hablar de diferencias, pues esa discusión es precisamente la que está planteada y que procuramos impulsar en estas líneas. Nos parece necesario mencionar a esos componentes políticos de que hablamos y hacer un esfuerzo por caracterizarlos.

Tenemos en primer lugar al Partido Acción Ciudadana, PAC. que se planteó desde un principio la construcción de una organización de fuertes raíces nacionales, centrado en la ética pública y el fortalecimiento de un Estado social de derecho y de servicio público. El PAC anunció desde el inicio, la defensa de las instituciones de servicio público, su mejoramiento y eficiencia constantes y eso lo llevó a mantener con toda firmeza, su oposición al Tratado de Libre Comercio TLC.

En segundo lugar, tenemos el partido fundado por José Merino del Río llamado el Frente Amplio. El Frente Amplio nace como un partido de izquierda y heredero de las viejas tradiciones revolucionarias desarrolladas por la izquierda costarricense y en primer lugar por los grandes pensadores y luchadores que estuvieron por muchos años encabezados por el eminente patriota y Benemérito de la Patria, Manuel Mora Valverde. Sin embargo, el Frente Amplio no se define como un partido comunista sino como un partido de izquierda democrática. Existe también, como una expresión del pensamiento social y progresista de Costa Rica, el grupo de personas que iniciamos la fundación y puesta en marcha del Partido Patria Nueva.

El esfuerzo de participación y de obtención de resultados electorales de Patria Nueva, se vio frustrado por las penosas circunstancias que hemos comentado antes, en las que no insistiremos. Pero la mayor parte de las personas más comprometidas y capaces, están allí, dispuestas retomar las ideas iniciales que nos pusieron en marcha. Confesamos que fuimos culpables, responsables, de sumergirnos en el vicio que ha sustituido por completo la actividad de reflexión, pensamiento y proposición de las fuerzas políticas: nos referimos en las actividades estrictamente electorales.

Supusimos en aquella ocasión, que por contar con algunas personas acreditadas y respetables que podrían ser los portavoces de un nuevo proyecto nacional, podríamos postergar la tarea de empezar por un algo similar a esto que ahora proponemos: un consistente debate de ideas, un intenso llamado a la unidad y a la formación de un grupo de hombres y mujeres capaces de difundirlas y luchar por ellas. El precio por definirlo todo en términos electorales, fue enorme. Caímos en la trampa de repetir el trillado camino de la lucha por candidaturas electorales. Obviamente no es de ninguna manera condenable que una persona aspire ocupar un cargo público. Lo que no resulta un método apropiado para construir fuerzas políticas organizadas, es centrar sus actividades y el proceso mismo de construcción partidaria, en la lucha electoral.

En todo caso, hemos llegado a la conclusión que los esfuerzos decisivos para darle un rumbo enteramente nuevo y prometedor a la política nacional, no pasan, al menos por ahora, por la construcción y organización de partidos electorales, pero manteniendo el mayor respeto y consideración por las decisiones de los que existen.

La vida también nos muestra, que los partidos que hicieron posibles las grandes reformas sociales del siglo pasado resultaron, a la larga, incapaces de mantenerse unidos en la defensa de esas conquistas. Pero sería imposible no mencionar a los centenares de hombres y mujeres que conservan su capacidad para apoyar los proyectos democráticos, progresistas y patrióticas que originaron aquellos viejos partidos. De no ser así, el candidato presidencial del PAC no habría obtenido el sorprendente resultado electoral de las pasadas elecciones de 2014 y cuyos votos, en gran medida, fueron votos por el cambio.

Valga la oportunidad para decirlo: los más de millón 300.000 votos que obtuvo el actual Presidente, son la expresión de una auténtica unidad de fuerzas sociales progresistas y patrióticas, que han venido sumando una nueva conciencia desde "el Combo del ICE", luego con el reiterado enfrentamiento social y político contra el neoliberalismo y como culminación de un proceso, las heroicas y multitudinarias jornadas cívicas contra el TLC. Aunque algunos no terminan de entenderlo, esos procesos constituyeron una suma permanente de conciencia cívica que desembocaron en la elección del nuevo Presidente.

Por eso el deber ineludible del actual gobierno, habría sido fortalecer esa unidad y responder al clamor de cambios sociales y económicos que fueron incluso anunciados por el propio Solís Rivera. Ahora, los viejos partidos del bipartidismo buscan desesperadamente la forma de recuperar electores y recomponer sus fuerzas, quizás para continuar adelante con su infame proyecto de consolidar la entrega de nuestra Patria a manos ajenas y así renunciar, definitivamente, al impulso patriótico-revolucionario que está en sus raíces.

Segunda tarea:

Reintegración y recuperación del aparato productivo a manos nacionales y por ende, recuperación de la burguesía nacional en sentido estricto.

Este proceso sólo es posible, en virtud de "Un Pacto Social de Largo Alcance" suscrito entre el Estado, los trabajadores manuales e intelectuales, públicos y privados y el empresariado patriótico nacional. Se trata de una acción eminentemente política, discutida y pactada y por lo tanto, no se trata de la eliminación de las inversiones extranjeras que ya operan en el país o de expropiaciones por decreto, o de un cambio abrupto y violento de las reglas del juego que nos rigen.

la propuesta implica, necesariamente, la incursión paulatina del "Pacto Social de Largo Alcance" en tres direcciones: a- hacia las áreas ya existentes del sector capitalista de Estado, b- hacia viejas y nuevas áreas productivas y de servicios que estimulen y apoyen al sector del empresariado nacional y c- hacia el resto de los sectores empresariales nacionales y extranjeros.

Tercera tarea:

Recuperación del mercado interno y su traslado paulatino a manos del empresariado nacional cualquiera que sea: sector mercantil y productivo, individual, cooperativo, o del sector capitalista de Estado.

No hablamos de cambios abruptos o arbitrarios, sino de iniciar la discusión que nunca tuvo lugar con los inversionistas extranjeros, a propósito de las condiciones que deben ser acordadas entre ellos, el Estado costarricense, el empresariado local patriótico y las organizaciones sociales y laborales de Costa Rica.

Es imposible negar la importancia y la utilidad que puede tener para el país el desarrollo de una inversión extranjera directa pactada con sentido de responsabilidad nacional, que parta de un respeto irrestricto a los valores nacionales, incluidos los recursos naturales; que busque los encadenamientos productivos; que examine las posibilidades reales de un creciente intercambio mercantil entre los países que exportan capitales y realizan inversiones y las exportaciones de nuestro propio empresariado, así como las ventajas directas e indirectas para la economía nacional y la recaudación fiscal.

Cuarta tarea:

Reactivación de los partidos políticos como fuerzas de defensa de los valores nacionales, como auténticas escuelas de formación política y la transformación de los procesos electorales, de simples mecanismos de despilfarro y hasta de negocios oscuros, en oportunidades reales para el debate de ideas, la formación cívica, la ética ciudadana y la democracia mediática.

Estos planteamientos requieren reformas profundas en la legislación electoral actual que podemos impulsar por la vía de los referéndum. Un referéndum puede proponer aspectos tan importantes como el propio referéndum revocatorio de mandato y otras reformas que estimulen una auténtica democracia electoral. Puede también el referéndum ocuparse de algunos temas relativos a la organización del aparato del Estado y al papel, dentro de él, de las distintas fuerzas sociales que allí operan y laboran.

Quinta tarea:

Conversión de la Asamblea Legislativa y los medios de comunicación, en lugares para las discusiones pluralistas y cívicas trascendentales, con amplia difusión mediática en todo el país, con repercusiones reales en la conciencia cívica de la ciudadanía y en escuelas de alto nivel y enormes alcances ciudadanos, sobre la vida política, social y económica de CR.

En una Asamblea Legislativa y en medios de comunicación de alcance nacional que cumplan esas tareas, deben estar representadas todas las clases y fuerzas sociales interesadas y preocupadas por el desarrollo y la promoción de esa conciencia cívica, interesadas y comprometidas con la libertad de opinión y de expresión del pensamiento y en una búsqueda incesante por el bienestar económico, social y espiritual de las grandes mayorías.

Sexta tarea:

Recuperación del concepto de un Estado preocupado y activo en defensa de la Independencia y la Soberanía nacionales y en un consecuente soporte de los productores nacionales. El Estado debe ser un eficiente organizador de las fuerzas vivas nacionales expresadas en el Pacto Social de Largo Alcance y en auténtico custodio de la riqueza económica que el pueblo ponga en sus manos o que deba administrar como representante de la nación y el pueblo costarricenses.

Sólo en el cumplimiento de estas tareas el Estado podrá estar al frente de la construcción de un verdadero proyecto nacional el que, por encima de todo, pondrá siempre los intereses de la nación y del pueblo costarricense y empeñarse en su permanente voluntad por lograr que ese pueblo sea un actor de primera línea y no un simple observador de las decisiones tomadas en nombre de Costa Rica.

En eso consiste un proyecto de auténtica recuperación y salvaguarda del Estado Nacional. Sólo así será posible confirmar la búsqueda incesante y permanente de un camino propio, en armonía y colaboración con los pueblos y naciones hermanas de Nuestra América Latina. En ese proceso de recuperación del pensamiento nacional y de nuestras raíces históricas, confirmaremos que sin pensamiento nacional no hay política nacional y que sin política nacional, no hay Patria.

Finalmente hacemos hincapié que del cumplimiento de los objetivos señalados, se deriva la tarea fundamental de nuestro tiempo: Defender La Patria.

Carpintera, Enero 2016



http://cambiopolitico.com/costa-rica-por-donde-empezar/73431/







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