La izquierda debería abrazar el decrecimiento
Giogos Kallis - El Huffington Post
El decrecimiento es un ataque frontal a la ideología del crecimiento
económico. Algunos lo llaman una crítica, un eslogan o una "palabra
obús". Otros hablan de la "teoría de" o de la "literatura sobre"
decrecimiento o de las "políticas de decrecimiento ". Muchos se ven a sí
mismos como el "movimiento del decrecimiento", o proclaman que viven"
de una manera decrecentista". ¿Qué es el decrecimiento y de dónde viene?
Los orígenes del decrecimiento
Intelectualmente, los orígenes del decrecimiento se encuentran en la ecología política francesa y europea de la década de 1970. André Gorz hablaba de de décroissance
en 1972, cuestionando la compatibilidad del capitalismo con el
equilibrio de la tierra "para la que... el decrecimiento de la
producción material es una condición necesaria". A menos que
consideremos "igualdad sin crecimiento", argumentaba Gorz, estamos
reduciendo el socialismo a nada más que la continuación del capitalismo
por otros medios -una extensión de los valores de la clase media,
estilos de vida y patrones sociales'.
Demain la décroissance (Mañana, el decrecimiento) fue el título de la traducción en 1979 de una serie de ensayos de Nicholas Georgescu-Roegen,
un catedrático rumano emigrado a EEUU y uno de los primeros economistas
ecológicos, que argumentaba que el crecimiento económico acelera la
entropía. Eran los tiempos de la crisis del petróleo y del Club de Roma.
Sin embargo, para los pensadores ecosocialistas franceses, la cuestión
de los límites del crecimiento era ante todo una cuestión política. A
diferencia de las preocupaciones malthusianas por el agotamiento de
recursos, la sobrepoblación y el colapso del sistema, el suyo era un
deseo de tirar del freno de emergencia en el tren del capitalismo o, en
palabras de Ursula Le Guin, "poner un cerdo en la via única de un futuro que consiste únicamente en el crecimiento".
El eslogan décroissance
fue revitalizado en la década de 2000 por los activistas en la ciudad
de Lyon en acciones directas contra las megainfraestructuras y la
publicidad. Serge Latouche,
un profesor de antropología económica y crítico de los programas de
desarrollo en África, lo popularizó con sus libros, clamando por el
"Fin del desarrollo sostenible" y " viva el decrecimiento convivencial".
Para el intelectual francés, Paul Aries,
el decrecimiento era una "palabra obús ', un término subversivo que
cuestionaba la conveniencia del desarrollo basado en el crecimiento que
se daba por sentada. Una red pequeña pero entregada de decrecentistas
surgió en torno a la revista mensual La Decroissanse.
La palabra quedó registrada en los debates políticos franceses, incluso
con un intento fallido de un partido político de decrecimiento.
El decrecimiento hoy
Desde Francia, el nuevo meme se extendió a Italia, España y Grecia. En 2008, justo antes de la crisis española, el activista del decrecimiento catalán Enric Duran expropió
492.000 euros a treinta y nueve bancos a través de préstamos. Dio el
dinero a los movimientos sociales, denunciando el sistema de crédito
especulativo de España y el crecimiento ficticio que impulsaba.
En París, en 2008, comenzaron una serie de reuniones internacionales,
una mezcla de conferencias científicas con foros sociales, que
introdujo el decrecimiento en el mundo de habla inglesa. En septiembre
de 2014, tres mil quinientos investigadores, estudiantes y activistas se
reunieron en Leipzig en la IV Conferencia Internacional sobre Decrecimiento.
Las actividades abarcaron desde paneles sobre crecimiento y cambio
climático, críticas gramscianas al capitalismo o la semana laboral de 20
horas, hasta la desobediencia civil frente a una central eléctrica de
carbón o cursos sobre cómo hacerse el pan.
Una prolífica
investigación publicada en revistas académicas ha reforzado las
hipótesis principales del decrecimiento: la imposibilidad de evitar un
cambio climático desastroso con un crecimiento económico; límites
fundamentales a la hora de desacoplar el uso de recursos del
crecimiento; la desconexión entre el crecimiento y la mejora del
bienestar en las economías avanzadas; los crecientes costes sociales y
psicológicos del crecimiento. Trabajos recientes ponen de relieve el
imperativo del crecimiento para el capitalismo (lo que David Harvey llama la más letal de sus contradicciones) y exploran cómo el empleo o la igualdad podrían sostenerse en economías postcapitalistas sin crecimiento.
Las
propuestas políticas van desde límites máximos al carbono y moratorias
a la extracción hasta la renta básica ciudadana, la reducción de la
jornada semana laboral, la recuperación de los bienes comunes y una
quita de la deuda, así como una reestructuración radical del sistema
fiscal en base a la producción de CO2 en lugar del impuesto sobre la
renta, y topes salariales e impuestos al capital. Al exigir esas
imposibles "reformas no reformistas", como André Gorz las llamó, se
aboga por la transformación sistémica (como ha señalado Slavoj Zizek, tales reformas socialdemócratas son revolucionarias en una era en que el capitalismo ya no puede darles cabida).
Políticamente,
hay un claro consenso en que un cambio de sistema es necesario, y que
esto requiere un movimiento de movimientos, o bien una alianza de los
desposeídos, incluyendo una coalición de los movimientos globales de
justicia social y ambiental. El decrecimiento es incompatible con el
capitalismo, pero rechaza también la ilusión del denominado "crecimiento
socialista" por el cual una economía racional, centralmente
planificada, traería de algún modo mágico los avances tecnológicos que
permitirían un crecimiento razonable sin afectar a las condiciones
ecológicas. Los decrecentistas discrepan de los socialistas en que a
estos les resulta fácil imaginar el fin del mundo o el fin del
capitalismo pero, por alguna razón inexplicable, no el fin del
crecimiento.
Para otros, decrecimiento significa, principalmente,
otra forma de vida (politizada). Nuestro foro sobre decrecimiento de
tres días en Atenas, a principios de este año, contó con la presencia de
cientos de participantes, no sólo académicos, activistas ambientales y
de los derechos humanos o miembros de Syriza, los Verdes y la izquierda
antiautoritaria, sino también neorurales y agricultores orgánicos y muchos de los soldados de base de la economía solidaria. En Barcelona, el decrecimiento se visualiza en proyectos como Can Masdeu,
con su red de huertos urbanos en el barrio obrero de Nou Barris y una
historia de activismo por el derecho a la vivienda; o la Cooperativa Integral Catalana,
una cooperativa con seiscientos socios y dos mil participantes, una red
de productores independientes y consumidores de alimentos orgánicos y
productos artesanales, residentes de ecocomunas, empresas cooperativas y
redes regionales de intercambio que emiten sus propias monedas.
François Schneider, promotor de las conferencias internacionales y fundador de Research & Degrowth en París (ahora también en Barcelona), encarna la hibridez del decrecimiento: un doctor en ecología industrial, caminó durante un año con un burro por Francia explicando las ideas del decrecimiento a los transeúntes que, desconcertados, lo detenían para escucharlo. Ahora vive en Can Decreix,
una casa neo-rural dentro de la ciudad de Cerbere en la frontera
franco-catalana, un centro de experimentación y de educación en la vida
frugal.
Algunos hablan de un movimiento de base del
decrecimiento, pero los asistentes a las conferencias no somos un grupo
cohesionado de personas con una agenda compartida o un objetivo
unificado, ni hemos llegado todavía al tamaño de un movimiento. A
diferencia del movimiento antiglobalización, no hay ningún edificio de
la OMC para asaltar o un tratado de libre comercio que detener. El
decrecimiento ofrece un eslogan que moviliza, reúne y da sentido a una
amplia gama de personas y movimientos sin ser su único o principal
horizonte. Es una red de ideas, un vocabulario, como lo llamábamos en un
libro reciente, que cada vez más gente siente que trata de sus
preocupaciones.
La izquierda tiene que abrazar el decrecimiento
Una izquierda nueva tiene que ser una izquierda ecológica o no será izquierda en absoluto. Naomi Klein
argumentaba que el cambio ambiental "lo cambia todo", también para la
izquierda. El capitalismo requiere la expansión constante, una expansión
basada en la explotación de los seres humanos y no humanos, que daña
irreversiblemente el clima. Una economía no capitalista tendrá que poder
sostenerse a la vez que se reduce su tamaño. Pero ¿cómo podemos
redistribuir o asegurar un trabajo con sentido sin crecimiento? Todavía
no existe una ciencia de'economía del decrecimiento concreta.
Lamentablemente, el keynesianismo es la herramienta más poderosa que
tiene la izquierda, incluso la izquierda marxista, para hacer frente a
los problemas de la política. Pero se trata de una teoría de la década
de 1930, cuando la expansión ilimitada todavía era posible y deseable.
Sin
la existencia de la marea del crecimiento que levante todos los barcos,
es el momento de repensar qué barco consigue qué. La respuesta de la
izquierda al dilema r>g de Piketty
no debe ser "aumentaremos g ' (g es la tasa de crecimiento). Después
de todo, la izquierda siempre quería que fuera r, que la acumulación de
capital decreciera. El mismo Piketty, apenas ecologista, no cree en la
posibilidad de una mayor tasa de crecimiento. La redistribución va a ser
la cuestión central en un siglo XXI sin crecimiento.
La
izquierda tiene que liberarse del imaginario del crecimiento. El
crecimiento perpetuo es una idea absurda (consideren el absurdo de lo
siguiente: si los egipcios hubiesen comenzado con un metro cúbico de
material y crecieran un 4,5% anual, al final de sus 3.000 años de
civilización, habrían ocupado 2.500 millones de sistemas solares).
Incluso si pudiéramos sustituir el crecimiento capitalista por un
crecimiento socialista más bueno, más angelical, ¿por qué querríamos
ocupar 2.500 millones de sistemas solares?
El crecimiento es una
idea que forma parte esencial del capitalismo. Es el nombre que el
sistema dio al sueño que estaba produciendo, el sueño de la abundancia
material. El PIB se inventó para contar la producción de guerra y se
convirtió en un indicador, midiendo y confirmando objetivamente el éxito
de EEUU en la guerra fría. El crecimiento es lo que el capitalismo,
necesita, conoce y hace. Las políticas de izquierda nunca consistieron
en aumentos cuantitativos del valor de cambio en abstracto. Consistían
en punto específicos, en valores concretos de uso: el empleo, un
salario digno, unas condiciones dignas de vida, un medio ambiente sano,
la educación, la salud pública o agua potable para todos. Todos ellos
requerían recursos; pero no hay ninguna razón por la que necesitasen una
expansión perpetua de recursos del 3% anual.
Y he aquí una afirmación más rotunda: las cosas que a la izquierda le gustaría ver crecer
no traerían consigo un crecimiento agregado (a menos que redefiniéramos
totalmente lo que medimos como actividad económica, pero esto es un
juego de palabras). Extender la riqueza equitativamente a más manos y
más mentes de lo que sería necesario, dejando espacios y personas
ociosas, dedicando tiempo para cuidar unos de los otros: todo eso son impuestos a la productividad y al crecimiento. Siendo menos productivos podríamos crear más trabajo e incluso vivir mejor. Si fuésemos menos productivos
en sectores con valor social, como la salud pública, con más
trabajadores (doctores y cuidadores), viviríamos mejor. Pero la
industrialización despegó a base de concentrar los excedentes en manos
de unos pocos (capitalistas o estados), reinvirtiendo los beneficios
para un mayor crecimiento, no para extender la riqueza a todo el mundo o
dejar los pastos y los combustibles fósiles inactivos.
Esto puede
ser demasiado difícil de tragar. Después de todo, muchos de nosotros a
menudo abogamos por la igualdad, la democracia, el pleno empleo, un
salario mínimo, la educación o las energías renovables (lo que se
quiera) en nombre del crecimiento. Creemos que una alternativa al
sistema capitalista que sólo tiene ojos para los beneficios será más racional
y lo hará más y mejor de lo que el capitalismo lo hace. Esto es un
error político: como afirma Slavoj Zizek, la izquierda no puede
limitarse a nuevas formas de realizar los mismos sueños; tiene que
cambiar los sueños en sí mismos. Tampoco creo que la idea de volver a
la época gloriosa de socialdemocracia europea sea más factible. La gloriosa
(sic) era de reconstrucción y recuperación de la postguerra ha
terminado. Y no olvidemos que esa también fue posible gracias a la
explotación colonial del resto del mundo. Hay pocos indicios de que el
keynesianismo impulsado por la deuda, marrón o verde, capitalista o
socialista, pueda revivir. Esto es independiente del hecho de que la
austeridad neoliberal sea desastrosa. ¡Sí a la redistribución, la
democracia y la igualdad, pero no en nombre del crecimiento!
El decrecimiento revive el espíritu de la "austeridad revolucionaria" de Enrico Berlinguer,
una austeridad nacida de la solidaridad. El petróleo que alimenta
nuestros coches, calienta nuestros hogares o incluso gestiona nuestros
hospitales y escuelas, es el mismo que destruye los medios de vida y los
bosques en la Amazonía peruana o Nigeria. El papa nos lo recuerda. La
razón para llevar una vida "sobria", como lo llamaba Berlinguer
anteriormente y el papa ahora es porque nuestras acciones aquí afectan a las personas y los ecosistemas allá,
no porque la máquina capitalista se esté quedando sin materias primas
(preocupación malthusiana), o porque, como dicen los neoliberales,
vivamos por encima de nuestras posibilidades (algo en lo que se refieren
al 99% que utilizamos los servicios del Estado del bienestar, no a
ellos, el 1% que viven de su capital).
Desde la perspectiva del decrecimiento, la cuestión no es que el Norte Global
consuma más de lo que produce (o produzca más de lo que consume, como
dicen los keynesianos). La cuestión es que produce y consume más de lo
necesario, a expensas del Sur Global (también del propio Sur dentro de los países del Norte),
de otros seres y de las generaciones futuras. Producir y consumir menos
reduciría el daño infligido a los demás. Es una cuestión de justicia
social y ambiental: "reducir y redistribuir desde el 1% global (y en
menor medida el 10%, lo que incluye a las clases medias de Europa y
América) al resto. Estas invocaciones a la sobria sencillez y a la
abundancia frugal pueden parecerse a la idea común latente de la buena vida,
presente en muchas culturas de Oriente y Occidente. Pueden recuperar de
las garras de los defensores de la austeridad la crítica sensata al
"exceso", que hipócritamente utilizan para justificar sus políticas
regresivas.
Posibilidades políticas
El
decrecimiento es una palabra clave que circula, sobre todo, entre
activistas. En Grecia y en España, lugares que conozco mejor, resuena
entre los cooperativistas y los ecocomunalistas, incluyendo a miembros
de las bases juveniles de partidos como Syriza, Podemos o CUP. El
decrecimiento fue una palabra presente, aunque no dominante, en el
movimiento de los indignados y en las economías solidarias. Entre los
Verdes se despertó una antigua división, anterior al "desarrollo
sostenible", entre los radicales " fundis" y los pragmáticos "realos"
que apostaron por el crecimiento verde. Existen signos de la
re-radicalización de los Verdes europeos: Equo en España, con
representación en el Parlamento Europeo, ha respaldado explícitamente
una agenda post-crecimiento (su eurodiputado Florent Marcellesi
ha hablado en favor del decrecimiento). La campaña nacional de los
Verdes del Reino Unido también tenia el espíritu 'post' o
'de'-crecentista , aunque no el nombre.
Los llamamientos
explícitos al decrecimiento son un suicidio electoral en un entorno
dominado por los medios de comunicación corporativos. Es necesario más
trabajo de base para hacer que el decrecimiento sea un pensamiento común
generalizado. Por ahora, cuanto más cerca del poder llegue un partido
radical, más probable es que se desvincule de cualquier asociación con
el decrecimiento. Pablo Iglesias firmó el manifiesto decrecentista Ultima llamada, pero, como The Economist señaló acertadamente, cuando Podemos maduró, dejó atrás las ideas más extravagantes como el "decrecimiento" y "anticapitalismo".
Los
paralelismos con la nueva izquierda de latinoamérica son obvios. Correa
o Morales fueron elegidos con el apoyo de los movimientos ecologistas
indígenas con filosofías similares al decrecimiento. Una vez en el
poder, la realpolitik y las políticas redistributivas basadas
en el crecimiento que se dictaron fueron complacientes con el gran
capital y con el crecimiento alimentado por el extractivismo.
Uno
esperaría que, al menos, los nuevos partidos de izquierda en Europa se
abstuvieran de hacer del crecimiento su objetivo central. Pero sin
duda, las crisis ha reafirmado el imaginario del crecimiento, esta vez
como un objetivo progresista. Un activista de Podemos en Cataluña me
comentaba que "en la crisis actual sólo podemos hablar de crecimiento".
Esto no es totalmente cierto. Se necesita coraje e imaginación, pero no
es imposible. Barcelona en Comú ganó las elecciones de la ciudad sin
mencionar el crecimiento ni una sola vez en su programa. Esto puede
tener que ver con el arraigo del decrecimiento y las ideas asociadas en
la sociedad civil de Barcelona y el florecimiento de la economía
solidaria alternativa en la ciudad. Muchos de mis amigos y colegas
trabajaron en el programa del partido, cuyos compromisos son la renta
ciudadana, los impuestos verdes, la reivindicación de espacios verdes,
una cooperativa energética municipal, un menor uso de recursos y menos
residuos o la vivienda social. Unas de las primeras decisiones de la
nueva alcaldesa, Ada Colau, ha sido la moratoria sobre nuevos hoteles y
el fin de la candidatura para la organización de los Juegos Olímpicos de
Invierno de 2026. Santi Vila,
consejero de Medio Ambiente de la Generalitat de Catalunya y joven
aspirante conservador, la acusó de liderar un partido del decrecimiento
(omitiendo, sin embargo, que unos meses atrás y tratando de estar al
tanto de las últimas tendencias internacionales en los debates del
cambio climático, él también había hablado favorablemente del
decrecimiento en el Parlamento).
El Programa económico de Podemos
fue elaborado por dos economistas socialistas (Vicenç Navarro y Juan
Torres) que han escrito con frecuencia artículos de opinión contra el
decrecimiento. Afortunadamente, el programa evita referencias claras en
favor del crecimiento. ¿Podría esta señal dar margen para un keynesianismo sin crecimiento?
Sostengo que sí. Se pueden imaginar políticas fiscales y tributarias
que dirijan los recursos en favor de las clases trabajadoras y hacia lo
verde, el cuidado o actividades alternativas que estimulen un consumo
de baja intensidad para los necesitados, dentro de un patrón general de
contracción económica. Apenas una visión keynesiana, pero quizás apta
para economías secularmente estancadas.
A diferencia de un
municipio que, por supuesto, tiene responsabilidades fiscales limitadas,
una nación sin crecimiento puede tener problemas para financiar los
servicios de bienestar, al menos en principio. Sin embargo, no veo
ninguna buena razón para que los costes en salud o educación tengan que
crecer al 2 o 3% anual (la tasa del supuesto crecimiento necesario). Hay
un inmenso margen para el ahorro mediante la reversión de
externalizaciones y costosas adquisiciones, la prohibición de los
megaproyectos, o la descentralización de los servicios, como la salud
preventiva o el cuidado de los niños, compartiéndolos a través de redes
de solidaridad. Países más pobres como Cuba o Costa Rica disponen de
sistemas de salud pública universal y de educación excelentes. Impuestos
más altos sobre el capital también pueden compensar la pérdida de
ingresos del decrecimiento. El bienestar sin crecimiento es teóricamente
posible, pero ningún partido de Izquierdas se ha atrevido a pensar en
lo que se necesitaría para ponerlo en práctica.
El punto más
importante es la deuda. Sin crecimiento, la deuda , como porcentaje del
PIB, aumenta. Los intereses de los préstamos se disparan a medida que
disminuye la probabilidad de pagarlos. Esto sí que hace menos plausible
un keynesianismo decrecentista. Sin crecimiento, tarde o temprano la
deuda pública tiene que ser reestructurada o eliminada, ya sea por
decreto o por la inflación. Existen precedentes históricos de ello,
como el de Alemania después de la guerra o el de Polonia después del fin
del comunismo. Pero una vez hecho, no se puede repetir. Sin nueva
deuda, el margen para la expansión fiscal es limitado.
La urgencia
de la cuestión de la deuda pública puede explicar las diferencias entre
España y Grecia. El ascenso de Syriza inicialmente alimentó las
esperanzas de que "otro mundo" era posible: la base del partido,
especialmente los jóvenes, estaba formada por cooperativistas verdes
que, con un espíritu semejante al decrecimiento, apostaban por lo que
podría llamarse la economía solidaria, aun sin estar del todo definida.
Sin embargo, todos los líderes del partido se posicionaron, sin
reservas, a favor del crecimiento, enmarcándolo como la alternativa a la
austeridad. En las negociaciones con el Eurogrupo se produjo un breve
intento de avanzar en la propuesta de Joseph Stiglitz hacia una
"cláusula de crecimiento": Grecia vincularía el pago de la deuda al
crecimiento. Estas demandas fueron consideradas por el Eurogrupo como
"ultra-radicales"; claro que hablar de una economía solidaria sin
crecimiento se hubiese considerado aún más estrafalario.
Algunos
comentaristas extranjeros soñaban que un 'No' de Grecia a la Troika y
una salida del euro abriría el camino hacia una transición
decrecentista y una economía solidaria. Sin embargo, no hay ninguna
fuerza política en Grecia que defienda esta posición. La izquierda
pro-dracma de Syriza, ahora un partido separado llamado Unidad Popular,
es ardientemente productivista. Su líder tiene un historial
medioambiental sombrío como ministro de Energía, que incluye planes para
una nueva producción interna de carbón y subvenciones a los
combustibles fósiles para las industrias. A pesar de una expansión
fenomenal y los logros importantes de la economía solidaria en Grecia,
esta sigue siendo un movimiento social marginal (mucho menor que en
España), y sus redes son insuficientes para satisfacer las necesidades
de la población en caso de un período de transición. Es poco probable
que pueda haber una contracción económica suave, sin problemas, fuera
del euro. Fue precisamente el temor a una subida incontrolable a los
precios de los alimentos importados o a la escasez de medicamentos y el
caos económico en el período de transición, lo que asustó a Alexis
Tsipras y lo llevó a firmar el nuevo memorándum. Países como Japón, con
independencia fiscal y monetaria y con capacidad para emitir y
financiar la deuda en su propia moneda están en mejor posición para
sostener el empleo y el bienestar sin crecimiento (Japón no ha
experimentado crecimiento en más de diez años, una década perdida
sólo ante los ojos de los economistas). Pero, por supuesto, un
capitalismo sin crecimiento es inconcebible, y Japón intenta, tan
arduamente como puede, relanzar el crecimiento (con poco éxito hasta la
fecha).
La imposibilidad de imaginar una fuerza política llegando
al poder con una agenda de decrecimiento hace que algunos
decrecentistas argumenten que el cambio sólo podrá venir desde la base y
no desde el Estado, sino a a través de un camino mediante el cual los
ciudadanos se auto-organicen, a medida que la economía se estanque y la
falta de crecimiento nos lleve a la crisis. Estoy de acuerdo con que es
poco probable que se lleve a cabo una transición política voluntaria
hacia el decrecimiento y con el nombre de decrecimiento. Más bien, si
ocurre, será un proceso de adaptación al estancamiento real de la
economía. No veo, sin embargo, la forma en que esto pueda suceder sin
implicación también el Estado, con un refuerzo mutuo entre la sociedad
civil y la política, las prácticas de los movimientos de base y con
nuevas instituciones.
Ningún partido de izquierdas cercano al
poder se atrevería a cuestionar abiertamente el crecimiento, pero me
resulta difícil ver cómo, a largo plazo, voluntariamente o no, la
izquierda europea (que, a diferencia de su contraparte latinoamericana,
no puede apostar por una burbuja de materias primas) puede evitar pensar
en cómo se puede gestionar un país sin crecimiento. El crecimiento no
sólo es ecológicamente insostenible, sino, como los economistas admiten
abiertamente (de Piketty a Larry Summers) cada vez es más improbable en las economías avanzadas.
El
capitalismo sin crecimiento es salvaje. El decrecimiento no es ni una
teoría clara, ni un plan ni un movimiento político. Pero es una
hipótesis a la que ha llegado su hora y a la que la izquierda ya no
puede permitirse el lujo de obviar.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista New Internationalist y ha sido traducido del inglés por Neus Casajuana Filella
Giorgos Kallis es co-editor del libro Decrecimiento: Vocabulario para una nueva era.
http://www.decrecimiento.info/2016/01/la-izquierda-deberia-abrazar-el.html
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