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Enero 2016

Canadá, en el día de Trudeau tras la noche de Harper

Robert Fisk

Canadá está de regreso, dijo el nuevo primer ministro de ese país a la conferencia del clima en París, y cerró la puerta al Canadá intolerante y agresivo que su predecesor conservador había estado empeñado en crear.

Es agradable escribir una nota que levante el ánimo y no lo haga decaer, como por necesidad son la mayoría de reportes sobre Medio Oriente. Estuve en Canadá durante la elección, cuando el ex primer ministro Stephen Harper lanzó una campaña de tan cruel mendacidad contra la minoría musulmana de su país que comencé a preguntarme si Canadá había perdido su autoridad moral en el mundo.

Levanten la mano, pedí a un grupo grande y acaudalado de hombres de negocios canadienses en Banff, aquellos de ustedes que hayan tenido que disculparse en el extranjero por la conducta de Stephen Harper. Míseros tres la levantaron. Algunos no decían precisamente la verdad, respondió en privado uno de los organizadores de la conferencia.

Yo lo sabía. De ser una potencia magnánima y pacificadora que creía en la ONU, los derechos humanos y un futuro multicultural, Canadá se estaba convirtiendo en un país obsesionado con la seguridad, la intrusión del Estado, el temor (a los musulmanes, desde luego) y el poder conglomerado. Harper era economista; Trudeau ha sido maestro de escuela.

Casi lo primero que hizo Trudeau fue decirle a Barack Obama que Canadá no volvería a usar su fuerza aérea para bombardear al Isis. Cerró el proceso contra mujeres musulmanas que deseaban usar el niqab para cubrirse parcialmente el rostro en ceremonias de naturalización. Y envió a la fuerza aérea canadiense a Beirut a recoger cientos de refugiados sirios –día tras día– y llevarlos a su nuevo hogar en Canadá.

A diferencia de nuestro siniestro David Cameron –que ignoró en forma desalentadora al primer cargamento de sirios que desembarcaron en Reino Unido–, Trudeau fue al aeropuerto a saludar a los primeros 163 refugiados que encontrarían santuario en su país, los abrazó, soportó las selfies obligatorias y les dijo: bienvenidos a casa. Por instrucciones suyas, la Real Fuerza Aérea Canadiense habrá llevado 25 mil refugiados al país de aquí a finales de febrero. Obama recibirá la mísera cantidad de 10 mil hacia finales del año próximo… si Trump lo permite.

El año pasado, en el cuartel en Vancouver de los Rifleros del duque de Connaught, conocí al comandante de la unidad, un teniente coronel sij de turbante, nacido en India, Harjit Sajjan. Había prestado servicio en la fuerza de paz en Bosnia e hizo tres viajes a Afganistán, donde no sólo fue oficial de inteligencia, sino diseñó una máscara antigás para soldados barbudos. Patriota canadiense, enérgico y con sentido del humor –un poco pasado de listo, pensé con crueldad en ese tiempo–, hubiera sido un excelente comandante en jefe. Hizo algo mejor: Trudeau lo acaba de nombrar ministro de Defensa.

Y Trudeau también anunció una ministra afgana. La mitad de su gabinete son mujeres. Al preguntarle por qué, respondió: Porque es 2015. Los recortes que hizo Harper a los presupuestos de cultura y artes –y a la emisora estatal CBC, acosada por la pobreza– tienen que echarse atrás. Trudeau respondió a la masacre del 13 de octubre en París ofreciendo con calma toda la ayuda a los primos franceses de Canadá, en vez de propugnar la guerra, aunque al describir los ataques meramente como profundamente preocupantes y perturbadores provocó airadas reacciones de los derrotados partidarios de Harper.

Hay algunas sombras. Trudeau y su esposa aparecen en una nota de portada en el nuevo número de Vogue –ecos de su finado padre y primer ministro Pierre, hombre de mundo pero humano, quien también tenía una bella esposa–, pero, si Angela Merkel puede recibir la portada de Time, ¿por qué un canadiense no puede aparecer en Vogue?

La comunidad francocanadiense de Trudeau tiene cierto racismo antimusulmán que vale la pena olvidar, y desde la oposición Trudeau apoyó la horrible Ley de Prácticas Culturales Bárbaras, que prohibía la poligamia y el asesinato por honor –la ley estaba claramente dirigida a musulmanes–, pese a que ya la legislación nacional castigaba esos crímenes.

Tal vez los quebequenses tengan más influencia sobre Trudeau de la que quiere confesar; hay incluso un rasgo levemente misógino en esa comunidad. En el Canadá francés, un novio es mon chum y una novia es ma blonde.

Igual que en Estados Unidos, quien viniera después de George W. Bush tenía que ser mejor, así que Trudeau es Jesús frente al Viejo Testamento de Harper. Meterá la pata a veces, como lo ha hecho Obama. Pero en la noche de la elección dijo a los canadienses: “sabemos en la médula que Canadá fue construido por gente de todos los rincones del mundo que venera todos los credos… Un canadiense es un canadiense”. Fuertes palabras cuando se supone que estamos viviendo en una era de terror. Así que por un tiempo los canadienses pueden llamar a Trudeau su chum, y a su esposa, su blonde.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

http://www.jornada.unam.mx/2015/12/20/opinion/019a1mun







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