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Enero 2016

La guerra por los corazones y las mentes y el “fin de ciclo”


Silvina M. Romano
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Hace un par de semanas en una de las Comunas de Caracas, una integrante afirmó “Nosotros no somos lo que tenemos en la mano sino lo que tenemos en la cabeza y el corazón”, refiriéndose a su compromiso con la Revolución Bolivariana. Esta alusión va a la médula de la guerra “por los corazones y las mentes” que desde hace décadas han librado el sector privado y público estadounidense con el apoyo de las elites y clases medias locales. El objetivo es imponer qué es lo que deben “contener” los corazones y las mentes en América Latina. Hoy por hoy, esta batalla se encarna en el poder blando –pilar fundamental de las estrategias de desestabilización para justificar la injerencia– encargado de generar y anclar la idea de caos, de incertidumbre total para crear el escenario propicio que justifique una intervención para la “estabilización” (generalmente en el marco de una fachada legal), a través de una coalición de actores externos e internos que se auto-atribuyen el rol de garantes del orden. No se trata de una “vil conspiración”, sino de una red de poder conformada por instituciones gubernamentales, fundaciones, think-tanks, ONGs, organismos internacionales, empresas y trayectorias personales que contribuyen a la construcción de sentido sobre instituciones y prácticas específicas, por ejemplo, las referidas a la democracia. De esta forma, tales sentidos, conceptos, definiciones, se propagan a través de la prensa, la presión-asistencia económica, los intercambios estudiantiles, el financiamiento de ONGs y la producción académica.

En el contexto del ascenso de los gobiernos progresistas esta discusión ha sido una de las más destacadas, teniendo como eje las críticas al populismo, al clientelismo, al “abuso” del poder estatal, etc., y resurge en un escenario en el que se vislumbra una rearticulación de las derechas a nivel regional[1]. El epicentro sobre la “democracia” ha sido y es Venezuela. Varios think-tanks estadounidenses “independientes” pero vinculados de modo directo o indirecto al gobierno estadounidense, empresas, ONGs y medios de comunicación, han trabajado permanentemente para fortalecer diversas concepciones negativas sobre Venezuela. Por ejemplo, el concepto difundido por Levitsky & Way (2002) de “régimen autoritario competitivo” para definir la democracia venezolana, señalando que si bien se trata de un gobierno elegido por la mayoría, tiende a “desestabilizar las instituciones democráticas mediante abusos selectivos”. Esto fue publicado en el Journal on Democracy, financiado por la National Endowment for Democracy y la John Hopkins University y luego reproducido por la academia latinoamericana[2]. La NED es un organismo del gobierno estadounidense cuya participación en procesos de desestabilización en la región es bien conocida[3].

Otro ejemplo es un evento organizado hace un par de semanas por la Brookings Institution y el Wilson Center de EEUU, en el marco del Inter American Dialogue y del IDEA (Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, organismo sueco)[4] sobre las elecciones que se llevarán a cabo el 6 de diciembre en Venezuela, advirtiendo que (según ellos) está en duda la transparencia y la justicia del proceso eleccionario. Vale recordar que el Inter American Dialogue es un organismo del que forma parte lo más selecto de las elites técnico-académicas y políticas latinoamericanas y estadounidenses, como: Moisés Naím, Mario Vargas Llosa, Fernando Henrique Cardoso, Enrique Iglesias, Jesús Silva-Herzog, etc[5]. Los dos primeros, son figuras de gran impacto en la opinión pública, con tribunas privilegiadas en medios de comunicación de importante alcance entre las clases medias del mundo hispano, como El País. Cardoso e Iglesias tienen amplia trayectoria en organismos internacionales y Silva-Herzog es un reconocido académico. De este modo, lo que se decide en esos foros, puede fluir con facilidad hacia organismos internacionales y plantearse en la academia a la vez que se difunde en la prensa.

Por otra parte, en el encuentro se hizo alusión a las dificultades económicas y al descontento en Venezuela, que podrían llevar a trastornos políticos en un futuro cercano, así como a “la posibilidad de violencia luego de las elecciones…”. Esto es una evidente provocación que alimenta ideas y escenarios de caos generando en la ciudadanía la necesidad de “más seguridad”, “orden” y “estabilidad” (léase: apertura del mercado, normalización de las relaciones con organismos internacionales, alineamiento con la Seguridad Hemisférica y privatismo civil). Recordemos que en los procesos de desestabilización-estabilización del gobierno de Arbenz en Guatemala (1954), de Goulart en Brasil (1964), de Allende en Chile (1973), las principales herramientas utilizadas fueron de guerra psicológica y guerra económica[6].

Vemos entonces que la red de poder como materialización del poder blando opera de modo permanente, solo que a veces obtiene éxitos inmediatos y otras encuentra una fuerte oposición y avanza lentamente, pero no se retira (caso Venezuela y Bolivia). Del otro lado, la lucha por la emancipación en América Latina, al menos desde una perspectiva de mediano plazo y considerando incluso esta búsqueda en el marco de la democracia liberal-procedimental, es un proceso en constante construcción, con avances y estancamientos, no hay un “principio” o un “final”. Hay momentos de mayor fortaleza y unión latinoamericana –con mayor o menor intensidad, homogeneidad y visibilidad– frente al imperialismo y al capital; y momentos de mayor arremetida de las fuerzas del mercado y el capital anclado en las decisiones de unas elites locales y transnacionales que se reorganizan y refuerzan.

Colocar fechas de inicio o de finalización puede llevarnos a falsas simplificaciones como considerar que un gobierno o una persona son los responsables últimos y hacedores de un largo proceso colectivo. No se trata de negar la incidencia de los liderazgos y la contundencia de las decisiones de tal o cual gobierno, sino de rescatar los múltiples actores, factores y correlaciones de fuerza que trabajaron en conjunto para un reforzamiento de los mecanismos emancipatorios. Por otro lado, sentenciar el “inicio o fin” puede ser parte del entramado de construcción de sentido desde los sectores hegemónicos, que tratan de ir-haciendo-realidad-la-idea de que el impulso latinoamericanista, la búsqueda de justicia social y dignidad soberana “llegó a su fin” (recordemos “el fin de la historia” luego de la desarticulación de la Unión Soviética) y no sólo eso, sino que “se terminó porque ‘fracasó’”. Cuando triunfó el No al ALCA, desde los sectores hegemónicos no se habló de “fracaso”, sino que hubo una rearticulación de estrategias para seguir adelante, luego materializadas en los TLCs. Desde la visión imperial está prohibido hablar de “fracaso”. Así, desde la perspectiva Nuestroamericana, –enfatizando la necesidad de una permanente autocrítica–, insistimos en que es igual de importante evaluar estos procesos desde nuestros parámetros, sin caer en la tentación de medirnos con los indicadores y conceptos elaborados por la red de poder, que busca legitimar concepciones de “democracia y libertad” siempre respaldadas por un poder duro (militar) que pone los límites reales y deja en evidencia la enorme brecha entre discurso y prácticas imperiales[7].

- Silvina M. Romano es investigadora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, UBA, CONICET, Argentina.


[2] Levitsky, S. y Way, L. (2004) “Elecciones sin democracia. El surgimiento del autoritarismo competitivo”. Estudios Políticos N. 21, enero-junio. Medellín, Colombia, pp. 159-176.

[3] Allard, G. y Golinger, E. (2009) USAID, NED y CIA. La agresión permanente. Caracas: Ministerio del poder Popular para la Comunicación y la Información.

http://www.alainet.org/es/articulo/174408







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