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Diciembre 2015

Ajuste instantáneo, o compromiso gradual


Por Alejandro Marcó del Pont

La imagen que se quiere expresar ya quedo implantada en la retina de los votantes: el ajuste es inevitable.

Los matices para aplicarlo rondan la progresividad, en el caso que se quisiera ser benévolo con las cargas y sus infortunadas consecuencias. O, otra posibilidad, un llano y salvaje ajuste. Estas dos posibilidades agruparían, de forma resumida, las ideas centrales que a entender de los analistas, los medios y los economistas, divide la disputa electoral del balotage y los próximos pasos del futuro ejecutivo argentino.

Si bien esta diferenciación trae aparejada en ambos candidatos el sello del ajuste, las discrepancias no son menores, aun y cuando la discusión de fondo sea la misma. Cuando uno habla de gradualismo o shock está diferenciando los hechos no solo de manera temporal sino conceptual.

¿Qué posibilidades tendría un candidato de realizar un ajuste paulatino (temporal) si no negocia con los mercados? Es decir, quien imagine una depreciación gradual del tipo de cambio debe estar consciente que tal medida requiere que, por ejemplo, los sectores que retienen dólares los pongas a disposición del nuevo gobierno para que este devalúe de manera escalonada. Si estos sectores no quieren aportar sus dólares, lo gradual se vuelve automáticamente shock en términos temporales.

En cuanto a lo conceptual, la idea de los mercados como distribuidores eficientes de recursos, correctores de desvíos, ámbitos atomizados e impersonales, muta a uno nominalizado, recordando que el mercado no es algo etéreo sino un modelo con empresas y fondos que tienen nombre y apellido.

Este juego de la política económica de progresividad y shock tiene sus beneficiarios y benefactores. En la actual coyuntura argentina ¿qué tendría que darle el nuevo gobierno a los exportadores para que liberen sus dólares? Imaginemos, para hacernos una idea aunque los números no son así por el tipo de cambio y las retenciones, si tienen en los ciclo bolsa U$S 13.000 millones a 10 pesos son 130.000 millones de pesos, con un dólar a 15 pesos el monto asciende a 195.000 millones, es decir, 65.000 millones de pesos más. Una aritmética así de simple debería dejar en claro por qué devaluar.

Por otro lado, las nuevas autoridades, ¿qué tendrían que acordar con los fondos buitre para que se liberen los ingresos financieros (la especulación), no las inversiones productivas pero si la idea del endeudamiento en dólares, seguramente oneroso? Bueno al parecer unos US$ 8.000 millones, reclamados por los fondos buitres, según el economista A. Prat-Gay, referente de la oposición y hombre de la gloriosa J. P. Morgan. ¿Quién apostará a negociar en la plaza de Nueva York para cobrar su comisión con sus amigos de la Gran Manzana, y no pensar un subterfugio de emisión de bonos en Bélgica, con su nueva ley anti buitres, y dilatar las negociaciones en los EE.UU.?

¿Es necesario semejante ajuste como está expuesto? Daría la sensación que los economistas y los opinólogos del poder se están manejando con un folleto de uso de una economía, símil a los catálogos para armar una mesa del supermercado. La economía tiene X piezas que deben encajar en un orden Y, instrucciones ya sea para Argentina, Brasil o cualquier otro país del mundo; si no se siguen los pasos, la mesa, la biblioteca o la economía quedarán deformes.

Lo anterior es lo que los filósofos llaman “Teoría de la verdad como correspondencia”: todo lo que dice la hoja de instrucciones es cierto para el mundo, independientemente de donde se aplique la información. El inconveniente es que la solución brindada para Grecia, Irlanda, Portugal, España y Brasil, sólo para nombrar algunos países, no arrojó resultados satisfactorios; de hecho, los resultados fueron justamente los opuestos. Muchas de estas economías jugaron a un shock de ajuste con características diferentes a las de la Argentina, por las ataduras del tipo de cambio, cosa que nuestro país no tendría.

Nos quedaría entonces la recurrente mirada devaluatoria, sus efectos, sus logros, pero por sobre todo, sus objetivos. A comienzos del 2014, el actual gobierno efectuó una devaluación del peso del 22%, pasándolo de 6.53 a 8 pesos por dólar. Durante el transcurso del año las proyecciones del deterioro de los indicadores económicos y su grado de degradación por parte de los medios eran alarmantes. Inflación galopante, caída de las ventas, retiro de mercadería, falta de bienes importados, deterioro salarial, incremento del desempleo, entre otros aspectos.

Es dable destacar que la modificación cambiaria se llevó a cabo con un gobierno con alguna mirada social, es decir, con planes sociales, subsidios a los servicios, precios cuidados, etc. En este marco, los logros de la devaluación se habían esfumado en noviembre del 2014, con una inflación que se aceleró al 35.8%, donde las tarifas públicas aumentaron un 200%, a pesar del incremento de los subsidios (debe tenerse en cuenta que en principio los precios de la energía importada aumentaron para después disminuir), el PBI cayó en más 1%, el salario no disminuyó, y el desempleo sufrió un incremento de 7.1 a 7.5 en el segundo y tercer trimestres, para descender al 6.9 en el último trimestre del 2014.

Con este Estado protector la estructura externa no mejoró, los commodities siguieron cayendo, los valores se encuentran a medio camino entre su peor época y la mejor, Brasil pronunció su caída, y el petróleo, el rey de commodities, mantuvo su valor deprimido, dando algún oxigeno externo.

Esta idea de una devaluación instantánea, como la provocada por el gobierno en enero del 2014, con un escenario más benigno, demostró que, con la escenografía económica mundial, no ofrece una salida de restauración de la competitividad, no incrementa los ingresos externos, sino para reorientar y disciplinar el mercado interno.

Según un estudio de la Fundación Mediterráneo sobre qué porcentaje de la devaluación se traslada a los precios, denominado pass–through, considerando los años 1975, 1981, 1989 y 2001, llegaron a suponer que después de 6 meses un 50% de la devaluación se trasladaría a los precios. Es decir, si la devaluación es del 40%, como están proponiendo, la inflación rondaría el 60% anual.

Lo que queremos dejar sentado es que no se trata de parar la inflación sino de reacomodar la oferta de divisas, y su restitución se realiza pagándole a los fondos buitres, aumentando la inflación, disminuyendo el salario y aumentando el desempleo, con un incremento de la tasa de interés. Todo lo demás es una falsa dicotomía.

https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2015/11/22/ajuste-instantaneo-o-compromiso-gradual/







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