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Noviembre 2015

El ocaso de un proyecto engañador

María Orlanda Pinassi

Pinassi, María OrlandaPinassi, María Orlanda. Profesora de Sociología, FCL/UNESP, integra el Consejo Asesor de la revista Herramienta y es autora del libro Da miséria ideológica à crise do capital: uma reconciliação histórica. San Pablo: Boitempo Editorial, 2009. Colaboradora habitual de Herramienta.


 
                                
                               (versão em português) 
 
¿No estará él [el PT] marchando a favor de la corriente interna y mundial que favorece a los partidos ‘neoliberales’ (eufemismo que designa partidos reaccionarios y conservadores) y los partido social-demócratas, que se identifican con un ‘socialismo de cohabitación’, instrumental para la reforma del capitalismo?
                                                                                                                                        (Fernandes, 1991)
 
 
En febrero de 2015, el Partido de los Trabajadores completa treinta y cinco años de intensa actividad política en Brasil y en América Latina, parte de los cuales como una referencia progresista en la región. Tres décadas y media es tiempo suficiente para comprender mejor el sentido histórico del proyecto del PT, algo que envuelve mucho más que la simple formación de una institución político-partidaria con vistas a disputas parlamentarias. Se trata de un concepto de organización consentida de las masas rurales y urbanas, históricamente anclado en un contexto de transición burguesa posible para el país que emergía de una larga dictadura militar sin disposición de romper con su tradición autocrática. Hoy, finalmente, es posible afirmar que ese proyecto se realiza en contra de la esperanza popular ahí depositada y del involucramiento de amplios sectores de la izquierda que se creen en el interior de un campo en disputa. Con el correr de los años, algunos lograron abandonarlo para preservar la dignidad de su opción socialista. Los que permanecen alineados al proyecto padecen la misma decadencia ideológica del proyecto.
En la oposición y en la acción, el PT remitió a las masas hacia la ilusión de la política como abstracción, funcionando como una bien exitosa partícula apaciguadora de la lucha de clases. Y, en los últimos doce años al frente del ejecutivo máximo del país, cumple con la exitosa función regeneradora del proceso de reproducción del capital en tiempos de crisis estructural. Los primeros movimientos de este cuarto mandato muestran que la tendencia ciertamente se confirmará con todavía mayor realismo político. Pues fue con la mediación preciosa del petismo en el Palacio de Planalto que Brasil alcanza lo que, de hecho, se podría llamar como una era de los extremos: el desenlace de un patrón de desarrollo que, a pesar de toda la asistencia a la miseria, amplía la desigualdad social, pavimenta los caminos de la producción destructiva y consolida su constitución estructuralmente frágil y subordinada al capital internacional (Banco Mundial y FMI).
Según el economista y profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro, Reinaldo Gonçalves, el problema estructural del país responde al nombre de Modelo Liberal Periférico (MLP), o sea, “un modelo híbrido que combina lo que hay de peor del liberalismo y de la periferia y tiene tres conjuntos de características destacadas: liberalización, privatización, regulación; subordinación y vulnerabilidad externa estructural; y dominación del capital financiero”. En un cuadro político que reproduce en nuevas bases la vieja fórmula patrimonialismo/clientelismo, amplificando los canales de corrupción y los abusos de poder económico, la función distributiva promovida por el Estado sólo puede ser “rasa, superficial y circunstancial, dado que no ataca el problema de la distribución funcional de la renta (salarios versus rentas del capital) y de la distribución de la riqueza” (R. Gonçalves, 2014). El hecho es que la dinámica de esta política económica contribuyó inestimablemente a una acumulación de riquezas sin precedentes en nuestra historia.
En la razón inversa de esa misma lógica, nuestras clases trabajadoras son destrozadas por el desempleo estructural y sucesivos golpes contra sus derechos.[1] De allí que una importante parcela de la población económicamente activa es apremiada por las necesidades más básicas de sobrevivencia, lo que las obliga a someterse a las nuevas formas de súper-explotación del trabajo precarizado. La incidencia creciente del trabajo similar a la esclavitud es uno de los resultados de esas necesidades. El rebajamiento de la calidad de vida de la población de bajos ingresos en las áreas urbanas y rurales, en función de las pésimas condiciones de los servicios públicos de salud, educación y transporte, es otro factor de estrangulamiento social. El proceso configura una crisis de gravedad inaudita con la situación de caos que se crea por la escasez de agua en la región sudeste, justamente la que concentra las metrópolis más populosas del país. Obviamente que la falta de lluvias que viene secando las represas y que castiga, sobre todo, a las poblaciones de la periferia, no es un fenómeno natural ni se origina en la mala gestión de este o de aquel mal gobernante (lo que no deja también de ser verdadero). El problema lo origina el modelo de producción destructiva que impone la tala –la desertificación– de la región amazónica para la minería, la ganadería y el monocultivo, sectores que exigen incluso la generación de energía y consecuente intervención sobre el curso de los ríos para la construcción de hidroeléctricas.[2]
Las contradicciones sociales se acumulan en el país y desde las manifestaciones de junio de 2013 la escena brasileña expone, por las razones más diversas y más dramáticas, una explosión de luchas sociales con fuerte dimensión de clase. Eso puede significar que nuestro antiguo y funcional alineamiento con la conciliación autocrática –fortalecida con éxito por el lulismo en el último periodo– esté encontrando dificultades de controlar/contener el clamor de las necesidades más urgentes que apenas comienzan a agitar a las masas en el país.
 
El proyecto PT
 
Al finalizar los años 1970, la dictadura cívico-militar en Brasil comenzaba a encontrar serias dificultades para proseguir con su práctica de suspender las libertades civiles. Fue por la fuerza, sin embargo, que ese periodo de la historia brasileña completó, con éxito, las tareas que se dispusiera realizar en 1964: interrumpió el avance de los levantamientos populares y los peligros de la cubanización del mayor país de América Latina; mantuvo acalladas las voces disidentes y abrió nuestras fronteras para el capital extranjero; finalmente, impulsó, con pesados recursos financieros, un proceso truculento de modernización del país.
Con violencia perfeccionada en la Escuela de las Américas, implantó, en los años de 1970, la llamada Revolución Verde, a través de lo que creó agro-industrias e industrializó el campo con mucho veneno e innovaciones tecnológicas; dinamizó el Proyecto Carajás (PA) y toda la cadena destructiva que involucra a la minería, fundada ya en el gobierno de Vargas con la creación de la Compañía Vale do Rio Doce; expropió una inmensidad de tierras –y en no pocos casos exterminó y esclavizó– indígenas, quilombolas [habitantes de los quilombos. NdT] y pequeños campesinos, expulsándolos hacia las periferias de las ciudades.[3] Consumó, finalmente, una de las fases más agresivas de proletarización a que este país haya asistido, procurando proveer de fuerza de trabajo a la demanda expandida de múltiples sectores de la producción en los medios urbano y rural. Estaban allí estableciendo los fundamentos necesarios para la dinámica del neoliberalismo practicado desde los años de 1990 hasta el día de hoy.
Pero, a pesar de la ostensible militarización de las instituciones brasileñas, del régimen político que, con el objetivo de servir al capital, deprimió todos los canales de contestación al orden, las contradicciones sociales se agudizan y las manifestaciones de insatisfacción se tornan inevitables. Es así que los años de 1968 a 1969 se abren hacia una ola rebelde, cuando se declaran las huelgas de Contagem, Minas Gerais, de Osasco y del Gran ABC, en San Pablo, involucrando a millares de trabajadores fabriles. Las masas se comienzan a movilizar osando romper el silencio impuesto por los generales. Huelgas en las fábricas, ocupaciones de tierra y de edificios públicos, formación de núcleos de base, de asociaciones de barrio, en fin, acciones populares en el campo y en las periferias urbanas constituían la escena social que avanzaba a propuesta de las luchas anti-golpe (cf. Antonio Luigi Negro, 2004). El PT surge, en ese contexto de agudización de la lucha de clases, como alternativa política de reorganización de las masas.
Es en este mismo contexto que surgen incluso la Central Única de los Trabajadores (CUT) y el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). La CUT representando al conjunto de los trabajadores asalariados y organizados en sindicatos de oposición a los pelegos [burócratas] apoyados por la dictadura. El MST recomponiendo, en nuevas bases, la lucha por la tierra y por la reforma agraria ensayada por las Ligas Campesinas en los años 1950 e inicios de 1960.
Sin la perspectiva de una ruptura anticapitalista, el horizonte político de esta articulada tríada de la historia reciente del país se concentraba en el combate a la dictadura ya en franco declive y en la fermentación de las luchas por la recomposición y ampliación de derechos para la clase trabajadora. Todo indica que la expectativa del PT/CUT/MST tuvo su límite en la transición democrática-burguesa posible para la periferia, preservando la parcialización de las luchas defensivas e institucionalizadas: sindical (el brazo industrial), parlamentario (brazo político) y agrario (brazo campesino).
Desde el principio, la táctica electoral ya estaba colocada para la mayoría de las tendencias representadas dentro del PT, pues eso significaba el retorno de la democracia en el país. Durante algún tiempo, la perspectiva de las urnas caminó pari passu con las luchas más combativas de enfrentamiento al orden (las huelgas y las ocupaciones de tierra principalmente). Pero el fin de la dictadura (1985) midió la real consistencia del proyecto petista en cuanto alternativa de la clase al sistema. Se entreveía el dilema que llevó a su militancia a optar o por la línea de menor resistencia o por los caminos de la transición socialista lo que, en este último caso, terminó en la disidencia.
Ya en la segunda mitad de los años 1980 Lula se convirtió de líder obrero en líder de la “socialdemocracia de los trópicos”, transformándose, entre nosotros, en el paladín de un tardío, breve y muy relativo “Estado de bienestar social”.[4] Es que pese a las fuerzas anticapitalistas que disputaron la hegemonía interna del PT, fuerzas de las cuales comenzó a emanar una radicalidad cada vez más incómoda, la tendencia moderada, responsable por el fenómeno en que se convirtió el lulismo, fue imperativa y adoptó la vía blanda de la negociación con la burguesía que se beneficiaba de la dictadura. La historia de hoy nos permite afirmar que el programa democrático-popular del PT se convirtió en prevalente porque inviabilizó todas las alternativas internas que, o apuntaban en dirección a la revolución del orden o a la ruptura con él (cf. Iasi, 2006).
Desde entonces, Lula y su Partido de los Trabajadores se dispusieron a contener las fuerzas populares en los marcos estrictos de la institucionalidad contribuyendo a su apaciguamiento justamente en el momento más problemático de la clase trabajadora, que enfrentaba la reestructuración productiva, el desempleo estructural y la precarización del trabajo. De esa manera, y a pesar de su expresiva militancia más combativa y de la base social sobre la cual conquistó importantes dividendos políticos, se distanció hasta incluso del reformismo interrumpido por la dictadura.
De la tríada inicial, la CUT, incluso en los años 1990, capituló juntamente con el PT, abandonando la combatividad de los primeros años al adoptar el mismo “sindicalismo de resultados” que tanto criticó en la Fuerza Sindical. El MST, que hasta hace poco tiempo, seguía en su estrategia de ocupación de tierras, abandona la lucha de las masas y pierde el protagonismo que lo convirtió en una referencia mundial de la lucha popular.
Desde los primeros años al frente de la administración federal, el PT mapea y controla los movimientos de los brasileños pobres a través del Catastro Nacional y de las políticas públicas de producción y consumo subsumidas al sistema financiero. El PT institucionalizó las reivindicaciones populares del periodo de transición democrático-burguesa y viene abasteciendo a las “minorías” con derechos de ciudadanía para los individuos negros, mujeres, homosexuales, indígenas, quilombolas. Pero, al sustraer los derechos conquistados por los trabajadores a lo largo de su historia de luchas, les niega la posibilidad de reconocer el lugar social que ocupan en la sociedad de clases. Por eso mismo la intervención política realizada por Lula y Dilma fue, por un buen tiempo, aclamada por los más exigentes mentores del neoliberalismo, en rigor, como la más eficiente forma de cumplir la exigencia de despolitizar a las masas y desreglamentar la legislación (en parte reglamentada por la Constitución de 1988) que impedía la aplicación de este recetario económico en un país periférico. Tal eficiencia viene ciertamente de su talento como mediador entre los intereses del gran capital transnacionalizado y la miseria resultante del patrón de acumulación impuesto sobre la clase trabajadora.
Al frente del gobierno federal, el PT condujo programas para impulsar la economía, entre los que se destacan los PAC’s (Programas de Aceleración del Crecimiento),[5] proyectos que amplían enormemente el poder del capital financiero, del agro-negocio, de la minería, del sector energético y de la construcción civil. Con el neodesarrollismo petista se fortaleció el monocultivo, la producción de commodities –soja, caña de azúcar, pinos, naranja– y de bienes manufacturados para exportación –cortes animales, etanol, celulosa, resina, jugos. Se actualiza el viejo modelo agrícola basado en la gran unidad productiva y en el desmonte, racionalizado por medio de una larga utilización de tecnologías basadas en máquinas, en semillas transgénicas autoproductivas, en el consumo de insumos químicos y de veneno (mil millones de litros por año).[6] Bajo el control de las grandes transnacionales del sector, el modelo hegemonizado por el agro-negocio penetra y domina el país generando y beneficiándose del proceso de desmonte de la mal sedimentada industria nacional, de la reestructuración productiva, del desempleo estructural, del achicamiento de las entidades sindicales, de la incidencia generalizada del trabajo informal y precario, sobre todo en su modalidad análoga a la esclavitud,[7] de la súper-explotación del trabajo infantil y femenino.
Las burguesías internas y externas, fuertemente perfeccionadas, se enriquecen locamente a la sombra del poder del Estado donde encuentran facilidades inéditas para avanzar sobre nuestras tierras, nuestros bosques, nuestros manantiales de agua, nuestras reservas minerales, sobre todos nuestros recursos naturales y humanos con voracidad y apetitos renovados. El avance de este patrón de producción destructiva en Brasil, a partir de los años 1990, va a imponer una lógica que, sin abandonar los viejos métodos violentos, amplía los mecanismos de apropiación de las riquezas del país al exigir que el Estado promueva una profunda desregulación de las leyes laborales y de protección ambiental.[8]
Es exactamente ahí que el PT y el lulismo, desde 2002, actúan y se revelan indispensables para el capital, construyendo un ambiente políticamente propicio a las desregulaciones exigidas por el avance de la acumulación neoliberal. Van a desmontar toda la estructura jurídica e institucional forjada por el patrón desarrollista de las décadas anteriores. Véanse por ejemplo, los impactos socio-ambientales causados por la Ley de Bioseguridad, de 2005, por la “revisión” del Código Forestal y por las embestidas en curso sobre el Código de Minería. Véase, incluso, la profunda reforma sindical y laboral que se promueve a partir de 2005 (Druck, 2006).
El PT atiende democráticamente las necesidades del capital destructivo y, democráticamente, ataca cada una de las conquistas históricas de la clase trabajadora. El vacío es completado por una amplia gama de políticas sociales con carácter efímero, individualista y asistencial a los desterrados y desocupados precarizados que él ayuda a crear. En el comando del Estado, el petismo es el vector político decidido a ofrecer los fundamentos para la creación de las carencias formadoras de su propio público así como los placebos requeridos para su reproducción.
Pues bien, si los militares usaron la fuerza bruta para acallar a la clase trabajadora insurgente contra el capital, el PT la silencia con la ilusión del ascenso social –la clase media beneficiaria de la Bolsa Familia–, por el constreñimiento y por el valor ideológico que le atribuye a su empobrecimiento en amplio espectro. El neo-desarrollismo y sus políticas compensatorias, más que un remedo neo-keynesiano de la pobreza, niega la existencia de la clase transformándola en una horda de necesitados para los cuales se renueva la relación social basada en el favor colonial. O sea, el PT ciertamente será recordado por las generaciones futuras por convertir a la miseria del trabajador brasileño en su mayor virtud.
 
Señales de humo en el aire
 
Un Brasil mucho más interesante viene recomponiendo una ola rebelde muy diferente de aquella que fue interrumpida en los años 1967/68, e, incluso así, aportando a la lucha de clases. Este Brasil viene siendo diseñado en las calles, en las canteras de las obras, en los patios de fábrica, en las terminales de ómnibus, por una masa creciente de víctimas del capital. Una masa exhausta con los impactos duros y negativos que el capital en crisis estructural viene ya aplicándole hace, por lo menos, dos décadas, e insatisfecha con los paliativos ofrecidos por el gobierno. Me refiero a aquellos que se vienen empeñando en luchas populares y contingentes, sin protagonismos, luchas que se abren hacia el enfrentamiento directo por una absoluta necesidad histórica y por agotamiento de las mediaciones burocratizadas por la democracia, y que involucra a centrales sindicales, partidos políticos y movimientos sociales otrora progresistas.
En este cuadro, predomina el papel desempeñado por la actual explosión de huelgas deflagradas por trabajadores de los sectores públicos y privados, muchos de los cuales están tercerizados, precarizados; de las 446 huelgas, en 2010, se saltó a más de 900 en 2013, en algunos casos a pesar de sus sindicatos pelegos. Resalto incluso el bello movimiento articulado por los barrenderos y profesores de la red pública de Río de Janeiro, por los trabajadores del subte de San Pablo (en este caso, organizados por un sindicato combativo), por choferes y cobradores en varias ciudades brasileñas, por los millares de trabajadores que frecuentemente paralizan obras de magnitud de las hidroeléctricas de Belo Monte (PA) y de Jirau (RO), del Complejo Petroquímico de Río de Janeiro–COMPERJ, de los estadios construidos para el Mundial 2014.
Particularmente interesante y necesario se reveló el Movimiento Pase Libre en lucha por el “transporte gratuito de verdad” y por la movilidad urbana. Solamente en estos primeros días de 2015 ya consiguió realizar manifestaciones masivas por Brasil, destacándose la de San Pablo con presencia de más de 10 mil personas. Resalto el papel de los movimientos de lucha por la vivienda y ocupación contra las violentas desocupaciones y los enormes gastos públicos para atender a los intereses de las empresas involucradas con la Copa de la FIFA y con la especulación inmobiliaria, dentro de los cuales ganan espacio en el último periodo el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) y la Articulación Nacional de los Comités Populares de la COPA (ANCOP). Resalto también los movimientos de denuncia de la violencia policial sobre las poblaciones pobres de las periferias, destacándose las Madres de Mayo y el Tribunal Popular de la Tierra/El Estado en el Banco de los Reclusos. La causa sobre la cual actúan es de temer. Según el relato de Amnistía Internacional, Brasil mata 82 jóvenes por día: “Ellos fueron víctimas de 30 mil asesinatos en 2012; del total de muertes, 77% eran negros, lo que denuncia un genocidio silenciado de los jóvenes negros”. Además de eso, entre los años 2004 y 2007 “se mató más en Brasil que en las doce mayores zonas de guerra en el mundo (…) ya que 192 mil brasileños fueron muertos, contra 170 mil esparcidos en países como Irak, Sudán y Afganistán”.
A veces localizados por fuera de la vista y del control del Estado, estos movimientos, más o menos conscientemente, pueden desencadenar, a través de la acción movilizadora en las calles, un efectivo proceso de politización de las masas, lo que hace tiempo, las formas tradicionales, institucionalizadas, al adoptar la línea de menor resistencia, abandonaron. Al principio, actúan sin las mediaciones ofrecidas y controladas por el capital, y acostumbran a arremeter directamente a los signos causales (económicos) de sus infortunios: salarios, condiciones de trabajo, de los servicios de transporte, salud, educación, vivienda, son algunos de sus blancos. Como ya mencionamos, es preciso resaltar la crisis del agua que viene alcanzando, sobre todo a la población de bajos ingresos de las ciudades medias y grandes de la región del sudeste, cuestión que ha provocado manifestaciones vigorosas contra el racionamiento del agua y los pesados impuestos cobrados por los municipios. Ese fue el caso de la Revuelta de Itu, ciudad del interior del Estado de San Pablo.
Por más fragmentados, puntuales y distanciados de un proyecto societal alternativo, pueden –¿por qué no?– constituir un salto importante en relación a las acciones contenidas en el universo de las reglas institucionales, no porque prescindan de ellas absolutamente, y sí porque las preceden. Un caso emblemático de esta ofensiva es el de la lucha de los indígenas por la autodemarcación de tierras.[9]
En general no surgen como movimientos anticapitalistas, pero su mayor triunfo es que de esa manera, poco ortodoxa, van desnudando los límites cada vez más estrechos del capital que, en la actual etapa histórica, no puede, ni quiere atender las reivindicaciones más elementales de la clase, como sería de esperar en épocas más favorables. Por eso mismo estos movimientos han sido blancos de una represión policial ostensible, de criminalización, y sus militantes sometidos a condenas sumarias. Solamente de este modo el Estado se dispone a controlarlos. Muestra de esta tendencia es el hecho de que la población carcelaria creció un 400% en los últimos años en el país. Actualmente, Brasil tiene aproximadamente 574 mil personas presas constituyendo la cuarta mayor población carcelaria del mundo, atrás apenas de Estados Unidos (2,2 millones), de China (1,6 millones) y Rusia (740 mil) (cf. Brandão, 2014).
Por el rodar de los acontecimientos, se puede imaginar que el agravamiento social que ciertamente advendrá del endurecimiento de la nueva gestión en curso intensifique todavía más la necesidad de activos militarizados en el país. Un movimiento en este sentido se viene verificando en el Planalto, pues hasta el final del año, la presidente debe enviar al congreso una propuesta de enmienda a la Constitución (PEC) para que la Unión divida con los estados [provincias] la responsabilidad por las políticas de seguridad, que actualmente es una atribución de los estados de la nación (cf. Richard, 2014).
Esta es apenas una de las facetas que apunta en dirección de la decadencia del PT, un proyecto que se reveló engañador de las masas. Un proyecto, cuyo desenlace pone en práctica aquello que Florestan Fernandes anunció en Notas sobre el fascismo en América Latina: “En la era actual, bajo el capitalismo monopolista ya se aprendió ‘lo que era útil sobre el fascismo’, los riesgos que se deben evitar y cómo operar una fascistización silenciosa y disimulada pero altamente ‘racional’ y ‘eficaz’, más allá de que sea compatible con la democracia fuerte” (Fernandes, 1971:33).Florestan tuvo la lucidez de percibir que el desarrollo de las fuerzas productivas no corrige las imperfecciones de las relaciones de producción. Al contrario, las agudiza. Son las formas ampliadas e intensificadas de la explotación bajo el Imperialismo Total – concepto ampliamente desarrollado por Florestan (cf. Fernandes, 1975)– que irán a demandar la combinación conceptual de desarrollo, democracia, fascistización, contrarrevolución. Es de lamentar que el PT haya sido uno de los mayores protagonistas de esta tragedia de la política en América Latina.
 
 
Bibliografía
Brandão, Marcelo, “População carcerária do Brasil aumentou mais de 400% em 20 anos”. En: Agência Brasil (24 de marzo de 2014). Disponible en: http://agenciabrasil.ebc.com.br/geral/noticia/2014-03/populacao-carceraria-aumentou-mais-de-400-nos-ultimos-20-anos-no-brasil.
de Arruda Sampaio Jr., Plínio, “Notas sobre o PAC – um passo atrás” (2007). Disponible en: https://www.yumpu.com/pt/document/view/13000000/notas-sobre-o-pac-um-passo-atras-plinio-corecon-rj.
Druck, Graça, “Os Sindicatos, os movimentos sociais e o governo Lula: cooptação e resistência”. En: OSAL (Observatorio Social de América Latina) VI, 19 (julio de 2006). Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar//ar/libros/osal/osal19/debatesdruck.pdf
Fernandes, Florestan, Poder e contrapoder na América Latina. Río de Janeiro: Zahar Editores, 1971.
–,  Capitalismo dependente e classes sociais na América Latina. Río de Janeiro: Zahar Editores, 1975.
–,  O PT em movimento. San Pablo: Cortez, 1991.
Gonçalves, Reinaldo. Entrevista concedida al Correio da Cidadania (18 de febrero de 2014). Disponible en: http://www.correiocidadania.com.br/index.php?option=com_content&view=article&id=9352:manchete180214&catid=34:manchete.
Iasi, Mauro, As metamorfoses da consciência de classe. O PT entre a negação e o consentimento. San Pablo: Expressão Popular, 2006.
Martins, Marco Antônio, “Comissão da Verdade vai apurar assassinatos de índios durante a ditadura”. En: Folha de São Paulo (30 de abril de 2013). Disponible en: http://www1.folha.uol.com.br/poder/2013/04/1270892-comissao-da-verdade-vai-apurar-assassinatos-de-indios-durante-a-ditadura.shtml.
Negro, Antonio Luigi, Linhas de montagem. San Pablo: Boitempo, 2004.
Nogueira da Costa, Fernando Medição da Riqueza Pessoal (Texto para Discussão). Campinas: Instituto de Economía/UNICAMP, 2013.
Pavan, Bruno, “Brasil é o maior consumidor de agrotóxico do mundo”. En: Brasil de Fato (19 de marzo de 2014). Disponible en: http://www.brasildefato.com.br/node/27795.
Richard, Ivan, “Dilma enviará PEC ao Congresso para União atuar com estados na segurança pública”. En: Agência Brasil (6 de noviembre de 2014). Disponible en: http://agenciabrasil.ebc.com.br/politica/noticia/2014-11/dilma-enviara-pec-ao-congresso-para-uniao-atuar-com-estados-na-seguranca.
           


Artículo enviado por la autora para ser publicado en este número de Herramienta.
Traducción del portugués: Raúl Perea.
 
 
[1] El más reciente fue asestado incluso en el último mes de 2014 contra el seguro de desempleo, considerado por el actual Ministro de Economía, Joaquim Levy, como un dispositivo “ultrapasado”.
[2] El ecosistema no reacciona en partes, sino como un todo.
[3] La Comisión de la Verdad indicó la existencia de varios casos de exterminio, tortura y esclavitud de poblaciones originarias por los agentes de la dictadura en todo Brasil (cf. Martins, 2013).
[4] No son fortuitos los cuestionamientos de Florestan Fernandes en ocasión del I Congreso del PT, realizado en 1990, reproducidos en el epígrafe de este artículo.
[5] “Anunciado como un viraje en la política económica, el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) fue recibido por muchos –a izquierda y derecha– como una negación de la herencia neoliberal y la vuelta del papel regulador del Estado en la economía. Nada más lejos de la realidad. […] [L]a estrategia de aceleración del crecimiento se organiza en función de dos objetivos primordiales: enfrentar el estrangulamiento en la infraestructura económica en las áreas de energía, transporte y puerto; e incentivar a la iniciativa privada a salir de la especulación financiera y realizar inversiones productivas” (cf. de Arruda Sampaio Jr., 2007).
[6] Desde 2008 Brasil es el mayor consumidor de agrotóxicos del mundo (cf. Pavan, 2014).
[7] “Geográficamente, el 57% de los casos de trabajo esclavo identificados en 2014 está en las regiones Norte y Nordeste, siendo el 48% en la Amazonia Legal de donde fueron rescatados 512 trabajadores, un número solamente superado por la región Sudeste (594). (…) Hecho nuevo (o mejor, recurrente, aunque ocultado hasta entonces): vienen siendo reveladas prácticas de trabajo esclavo en el interior del Acre y del Amazonas, pero también en Ceará, que se valen de la forma más tradicional de la subordinación de comunidades: el sistema de trabajo destajo por los patrones”. http://www.cptnacional.org.br/index.php/noticias/trabalho-escravo/2401-combate-ao-trabalho-escravo-entre-luzes-e-sombras.
[8] El número de billonarios brasileños se elevó de 18 a 30, entre 2010 y 2011, año en que la suma de sus fortunas llegó a 131,3 mil millones de dólares. Se elevó ese número de billonarios de 36 a 46 entre 2012 y 2013. Concomitantemente, la suma de sus fortunas, que alcanzaba los 154,5 mil millones en marzo de 2012, se elevó a 189,3 mil millones un año después. La variación anual se duplicó de poco más de 20 mil millones a casi 40 mil millones de dólares.” (cf. Nogueira da Costa, 2013).
[9] Ver sobre la lucha de los Mundurukus por sus tierras amenazadas por la construcción de la hidroeléctrica de São Luiz en la región Norte del país: http://www.greenpeace.org/brasil/pt/Noticias/A-luta-dos-Mundurukus-contra-a-invisibilidade-/.








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