Juan Gallegos Soto
FÁBULA ONÍRICA
¡Increíble créalo o no! “El Sueño”, era un conocedor sabio y extraordinario
de la vida, más que consultar las cabañuelas percibía los cambios climáticos;
y no porque sus alucinaciones oníricas le hicieran visionario
de la realidad vivida día con día y de todo el calendario.
Su percepción musculo esquelética, peri articular, dérmica y extrasensorial,
Iba más allá de cualquier gitano.
No hablemos de cambios meteorológicos
cuyos sensores ultra perceptivos
eran cada una de sus coyunturas.
No había articulación musculo esquelética,
que Al unísono,
no se pusiera de acuerdo para predecir una llovizna,
chubasco, tormenta, nevada o un granizo.
Sabía bien quien se iba a casar, exiliar del pueblo;
a quien iban a abandonar, a divorciar o morir en su municipio,
ranchería circunvecina, y más lejos.
Vivía más tiempos de sueño que de vigilia,
caminaba poco, y soñaba, y cabalgaba más.
De allí el enigma del porque todo lo predecía y sabía,
dicen que las estrellas en la oscuridad de la noche
regían su destino y sabiduría;
y cada acertijo.
y durante el día Venus de la tarde,
el sol y la luna vespertina
le daban infinitos consejos.
No fue uno, fueron muchos,
quienes aseguran cabalgaba por la noche, sin luz,
sin luna, con sol eclipsado, y los parpados, y ojos bien cerrados, como con candado.
El caballo, cuando él dormía, era capaz de ver lo que él no
Veía,
en el firmamento de estrellas tachonado.
Durante su fuga onírica, el caballo era el más iluminado. Le ayudaba
a descifrar algún acontecer que él no podía.
Fueron los años- días y noches- desde su nacimiento
a su muerte quienes le vieron cabalgar
como sombra incierta, de centauro,
y siempre llegar sano y salvo
a lugar cierto.
Cuentan, quienes saben contar, ensillaba su caballo;
después, todo recordaría.
Iba al pueblo de Guanaceví
y al llegar a la cantina o casa de su hermano
el relincho del caballo le apercibía.
Al momento salía de su profundo sueño y se apeaba
de su manso caballo tordillo.
Ningún caballo percherón o lechero era capaz de tamaña hazaña,
llevar ligero a su jinete, sin contratiempo y con esmero,
íntegro, “entero” ,
a cualquier lugar sin mediar maña.
Cuentan, cabalgaba en lo oscuro sin abrir los ojos,
sin tiento y sin talento,
era el caballo conocedor del camino cierto
quien le conducía por el sendero correcto:
“Camino Real” despejado de marañas y tropiezos,
cuyas ramas no le atoraran el pescuezo.
Sus augurios y predicciones de aconteceres humanos no venían
del azar perfecto;
resultaron de su percepción, a decir extrasensorial,
digamos sobrehumana, del conocer y acontecer.
Como no confesar, alagar y alegar la mansedumbre del Tordillo
que siempre a su amo llevó sin contratiempo
y despertarle justamente ante la tranca y su aposento,
cuando su despertar con aliento era para bajar de su jumento.
Un día se rieron hasta el hartazgo del Sueño
a quien se le ocurrió cambiar el Tordillo
por el brioso y cabrío “Bayo”, casi Pegaso
a no ser, por saberlo, “garañón;
y a decir del refrán ranchero:
“pajarero y asustón”.
El pueblo entero y vaqueros predicaron:
“en cualquier encino le deja enjaretado,
y bien colgado, y con el cuello destrozado”.
Cuál fue su asombro bien fincado,
hizo al nuevo caballo, a su querer
y modo, bien domado.
A su casa lo lleva dormido,
atarantado pero sin desmayo.
Conoció de los amores, cuando se buscan y quieren,
solo al palpar con los muslos los ijares de su yegua,
-su primera guía en su narcolepsia de cabalgatas-
la Hermelinda”, y afinando su fino olfato y nariz
de cavernario.
Cuando menos sabe, piensa y espera,
el garañón está montado en su amada,
ante él, para ser exactos tras de él.
Y bien lo sabía. “Hermelinda” buscaba y esperaba
a su enamorado garañón.
-Al final de cuentas
compartimos genomas de ADN
no solo entre animales y plantas,
que decir con los primates,
con quien solo nos diferencia un 3 a un 5 % del ADN,
y donde se asientan las cuerdas vocales: el gaznate-.
De ellos podemos percibir sus sensoriales ansias,
querencias, deseos; y se asemejan
a las nuestras, pero no en criminalidad, injusticia
y cobardía.
Fue de esta manera como logró
percibir las feromonas que atraen o distancian
a quienes quieren y buscan matrimonio o el divorcio.
Así como adivinar amores, desamores y consorcios
en pueblo, municipio y periferia.
Era un chaman por no decir un brujo.
Siguió su adivinar del porvenir de coterráneos
sin recurrir a la vigilia ni conocer de los desengaños,
ni de los chismes ni rumores abrumadores de su entorno
enmarañado y zurcido con engaños.
Tantas veces soñó el nacimiento de un potrillo pura sangre,
ganador de carreras en hipódromos,
a quien apostarle las fortunas lugareñas
y llevar a los humildes a prósperos empresarios
de colectivos comunales, logrando mitigar la miseria repartida,
y repartir la ganancia por la crianza
de caballos corredores, y la fortuna que afortunaba
a los olvidados por la esperanza.
“Sólo Dios sabe” cómo el “Sueño”
adivinó todo,
cuando en el último momento de su suerte
el destino le llevó a su final vivir.
Pasó tres días con sus noches en vigilia,
como se pude decir del caballero
andante más famoso y brillante
de todos los caballeros.
Sólo bajaba de su cabalgadura,
al saber en qué momento
enderezar jorobados y entuertos,
y cuando le era imposible
lo hacía desde su jumento;
razón suficiente y bastante
le dieron fama del confín
a cualquier locación sinfín
y junto a su quehacer
marcaron su final acontecer.
Transcurrían “Los días de claro en claro
y las noches de turbio en turbio”
vividos y vividas en un sinfín de alucines de vigilia,
como lo hiciera “El Manchego” en su eterno peregrinar
en un lugar de la Mancha y en el caso, de “el Sueño”,
más allá de Guanaceví y sus contornos, y conventos.
Él mismo auguró el día de su muerte:
¡mi nagual el cuervo
exhumará tres mazorcas!:
una al pie de un encino,
otra al pie de un nogal,
y la tercera bajo un frondoso pino;
y no dormiré por tres días y tres noches,
sólo lo haré después del día de mí muerte
y para siempre!
En esos días ejerceré inconmensurable omnisciencia sin límites, no se me igualará ningún mortal,
ni dioses sobre la tierra;
y sin pecar, y a decir verdad, diré que ni Dios padre, ni Dios hijo, ni Espíritu Santo o Zaratustra podrán hacer lo mismo.
A saber: la mazorca primera con sus dientes vegetales
proliferará en el mundo la abundancia alimentaria,
y perdurará para todos los tiempos el maíz criollo;
e infinitas plantas y frutos comestibles de igual naturaleza
y origen; raíces verdaderas de nuestras culturas ancestrales.
A partir de allí las abejas permanecerán sin tiempo
y polinizarán todas las espigas y frutales flores.
La primogenita mazorca exhumada acabará
con todos los moloncos en maizales,
impidiendo de todo vegetal trasgénico el nacimiento,
marcado con fecha de caducidad por los monopolios trasnacionales, (quienes no tienen nada de monseñor
ni santo),que pretenden y lucran con el hombre,
y con el hambre, y la miseria del mundo.
La segunda nos vaticina una catástrofe terrícola,
caótica y de holocausto con el cambio climático,
remediable si inundamos el planeta con el beneficio
del mundo vegetal reforestando e inseminando
por polinización toda la flora existente,
en los dos hemisferios terrenales, y conteniendo
las emanaciones de gases de efecto invernadero
por conciencia y sapiencia,
empapados en sabiduría cósmica,
para preservar esta arca de Noé como nave galáctica,
de prodigio y abundancia titánica y vital.
La tercera predestina quiebres financieros y económicos
que llevarán a repensar el mundo,
y cada uno de sus blancos dientes de marfil sembrarán
el destino planetario con el camino de la abundancia ecológica,
cuando los grandes magnates y monopolios comprendan
que la contaminación global con sus grandes industrias,
nos llevaran al desastre y holocausto; y sepan y entiendan
que sus riquezas no les salva del daño nocivo
de la contaminación y polución atmosférica que les encaminará a la muerte como a cualquier pobre y mendigo mortal,
y entenderán, entonces, no tienen otro planeta a donde irse
para escapar de tales catástrofes.
Al predecir el destino de su contorno y entorno comunal
y de la humanidad, finalmente, “el Sueño”, Miguel Vargas,
murió con una gran sonrisa en los labios
que superaba la mortal apariencia de cualquier santo insantificable.
Y sus restos burlaron el paso del tiempo y de los siglos,
perdurando en su rostro y cuerpo la tersura de un niño de “kínder Garden”.
Desde entonces todo el mundo ha sabido anticiparse a los cataclismos,
y remediar las catastróficas consecuencias,
abordando así un futuro promisorio.
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