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Septiembre 2015

¿RECOMENZAR O DECAER?


Hugo Latorre Fuenzalida

Hay quienes piensan que este proceso vivido por Chile, desde la dictadura hasta nuestros días, es un tiempo sin retorno y que debe ser destruido como Dios lo hizo con su primera creación “posadámica”, mediante el diluvio universal.

Esta apreciación voluntariosa y optimista, de estos chilenos, se desarrolla mediante un pensamiento pesimista del presente y del futuro, como también del pasado, es decir del “segundo período oligárquico” de esta república inacabada, llamada Chile.

Es optimista, sin embargo, de manera extrema respecto a sus posibilidades de destrucción del presente sistema; creen firmemente en sus capacidades refundacionales y en la de demoler y remover todos los vicios enquistados en la sociedad del presente.

Si uno hace un análisis sociológico, es decir de la condensación de fuerzas por los diferentes actores relevantes de la sociedad, difícilmente encontrará las “divisiones”-como llamaba Estalin-necesarias para derrotar a la actual fortaleza de poder oligárquico que domina a Chile, ya casi por medio siglo.

Es cierto que el poder viene pudriéndose a ojos vista, que sus partes se caen a pedazos, como cuerpo gangrenado; es cierto que reina la confusión respecto a cómo controlar la legitimación cotidiana del régimen; pero eso no quiere decir que no tengan claro- los amos de Chile- en cómo mantener por ahora el resguardo de la “genoestructura” del sistema.

La “genoestructura” es el núcleo central de la genésica del sistema; a través de su mantenimiento se asegura la reproducción estructural del mismo con sus rasgos intransables. La “fenoestructura” puede aceptar cambios de estilo y de formas externas, corresponde a los cambios cosméticos que aseguran mantener intacto los cromosomas estructurales de su reproductividad.

Es por eso que el sistema (Bachelet es parte del mismo) incursiona de pronto con reformas que parecen cambiar la base estructural, pero no hacen más que asegurar una retaguardia defensiva al sistema mismo, para que las modificaciones lleguen a un punto estratégicamente negociable, sin atentar el círculo inviolable, es decir sin alcanzar a la “Plaza mayor”.

Esta conciencia, de hasta dónde se permitirán los “ajustes funcionales” para otorgar legitimidad cotidiana al sistema, han quedado claro cuando dos agentes de la oligarquía “raptan” el documento de la Reforma Tributaria del gobierno y se la llevan a la “Cocina” para hacerle las modificaciones y amputaciones que aseguren que nada de lo fundamental, de los intereses de la oligarquía económica, serán tocados.

En medio de la “retractación” gubernamental (fruto de inseguridad propia de los conversos y de la falta de personalidad, propia de los parvenú y de los chambones sorprendidos en lo impropio), los empresarios y otros oligarcas se jactan de manera estridentemente pública de ser los autores del descuartizamiento de la Reforma Tributaria y su rediseño. Claro que, a poco andar, emerge la opinión general que de esta cirugía culinaria ha salido un adefesio peor que la misma propuesta originaria, pues es más confusa, más inaplicable y más inoficiosa.

La Reforma Educacional es un campo en que se pueden conceder ciertos espacios de relegitimación, pero ahí también se dan luchas “genoestructurantes” (es decir que desde la funcionalidad pasan a tomar peso estructural), pues hay intereses económicos e ideológicos fuertemente enquistados en ese sector. Por eso se van morigerando las reformas y se va permitiendo que lo que es del César siga perteneciendo al César y que lo que parecía intransable, para los estudiantes, que piden los cambios, paso a paso se va corriendo el cerco de lo admisible en la permanencia de la segregación de los jóvenes en Chile.

Respecto a la Constitución, la gran promesa de salir definitivamente de las garras genésicas de la dictadura mediante una reforma democrática de la misma, proceso que nunca antes tuvo Chile en esta materia, poco a poco se va diluyendo, licuando y disolviendo hasta dar con lo que se llama un “proceso de reforma constitucional” que puede durar lo suficiente para ir incorporando barreras adicionales, justificadas en las urgencias que en un país de desarrollo deficitario nunca faltan.

Este tema constitucional es vital, pues desde ahí sale la normativa que regula todos los equilibrios y desequilibrios consagrados en el sistema. Nuestras constituciones formalistas establecen enorme distancia entre lo escrito y lo que se practica. Las elaboraciones reglamentarias y la letra chica interpretativa, normalmente se encargan de torcer la nariz a la verdad enunciativa, dejando a la ley desnuda de efectividad. Es la mascarada de la injusta distribución del poder que se consagra en la grandilocuencia del texto y en la desvergüenza del juicio.

Con todo, incluso en esta anodina situación de la ley como texto constitucional, no se está dispuesto a correr ningún riesgo, desde las élites coludidas del presente. No entregarán el núcleo de la célula a la invasión de virus disolutivos que puedan enfermar de manera peligrosa a la naturaleza omnipotente de este organismo cupular.

En consecuencia, antes que visualizar un cambio radical del sistema, abrumado por su propia corrupción decadente y por la inviabilidad económica de la concentración excluyente y su equivocada estrategia de crecimiento dependiente y subsidiario, lo que podemos anticipar-dada la correlación de fuerza en los actores y sus características anómicas y marginal, es una especie de “crepúsculo veneciano”, sin haber llegado nunca al nivel de Venecia, lo que le hace ser más menesteroso y peligroso.







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