La teoría económica neoclásica: ridícula y peligrosa
Luis Paulino Vargas Solís
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El "virtuoso" equilibrio neoclásico |
Hace unos
meses puse un comentario en Facebook protestando por las enormes vallas
publicitarias ubicadas a la vera de muchas carreteras de Costa Rica. La razón
de mi malestar es de fácil comprensión: la contaminación visual y el estropicio
que provoca en el paisaje. Alguna gente reaccionó negativamente al comentario,
aduciendo que era algo que se hacía en propiedad privada y con recursos
privados. Tomarse en serio ese argumento equivale a admitir que la empresa
privada está autorizada a hacer lo que quiera –contaminar ríos, talar bosques o
secar humedales, por citar tres ejemplos- sin importar los perjuicios
ecológicos y sociales que ello implique. Pero, con mucha seguridad, hay aquí
también a una presunción de significación aún más fundamental: aquella según la
cual permitir que los mercados funcionen sin ninguna regulación, es la forma
más apropiada de garantizar riqueza, empleo y prosperidad.
Podríamos
acaso considerar que esto nace del ya clásico concepto de “mano invisible” formulado
por Adam Smith en su libro “La riqueza de las naciones” (1776). Y, sin embargo,
eso no sería del todo correcto. La verdad es que Smith lo propuso teniendo ante
sus ojos la realidad de un naciente capitalismo industrial, en el que todavía
prevalecían mercados donde concurrían muchas pequeñas empresas en competencia.
Es por lo menos anacrónico traerse esa idea, así tan a la ligera, al
capitalismo contemporáneo, cuya fuerza dominante son las grandes corporaciones
transnacionales. Pero también es un poco injusto, pues el propio Smith
reconocía y deploraba que los empresarios individuales intentasen coludirse
para favorecer sus propios intereses en desmedro de los del público en general.
Y, sin
embargo, es cierto que la idea de la “mano invisible”, en manos de teóricos
posteriores de la economía, pasó a convertirse en una poderosa metáfora que
pretendía sintetizar la capacidad atribuida a los mercados capitalistas para
autorregularse de forma virtuosa. Con el desarrollo de la economía neoclásica
durante el último tercio del siglo XIX, y de la mano de economistas como
Walras, Jevons, Menger, Marshall y Böhm-Bawerk, la metáfora propuesta por Smith
terminó siendo una imaginativa y elegante construcción teórica: la de la
competencia perfecta y el equilibrio general (todo lo cual mereció por parte de
Schumpeter -notable economista de la primera mitad del siglo XX-el calificativo
de “economía exacta”).
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El keynesianismo bastardo de Hicks y Samuelson |
La teoría
neoclásica consolidó la idea de los mercados capitalistas como el reino de la
racionalidad perfecta, siempre en equilibrio y dotados de poderes milagrosos
que les permitía retornar automáticamente al equilibrio cada vez que éste
sufriese alguna alteración. La crítica formulada por el economista
estadounidense Veblen a inicios del siglo XX, no obstante su agudeza, no logró
ni hacerle cosquillas a aquel paradigma ya para entonces dominante. La de
Keynes durante el decenio de los treinta sí le causó mucho mayor daño, ayudado
en parte por el ridículo en que esa teoría quedaba ante los acontecimientos de la
Gran Depresión. Y si bien Keynes tuvo aliados brillantes –como Kalecky o la
profesora Robinson- en menos de lo que canta un gallo su revolución teórica fue
reabsorbida por los neoclásicos (en especial Hicks y Samuelson), quienes le
limaron la uñas y la descafeinaron, convirtiéndola en un engendro que adulteró
completamente los principales hallazgos de Keynes.
Ese
“keynesianismo bastardo” –así lo calificó Robinson- dominó hasta el decenio de
los setentas del pasado siglo. La crisis económica padecida en esos años
preparó el terreno para el renacer, a pleno pulmón, de la economía
pre-keynesiana. De hecho, y en adelante, desaparecía toda mención a Keynes; los
zombis salieron de las tumbas pero con disfraces nuevos: las teorías de las
expectativas racionales, los ciclos reales de los negocios, los mercados
eficientes. Y toda una plétora de economistas galardonados con el Nobel de
economía: Lucas, Merton, Scholes, Sargent, Fama.
Ese
pre-keynesianismo redivivo justificó los procesos de desregulación financiera
en cuyo seno se incubaron las sucesivas crisis financieras de los últimos
decenios, hasta culminar con la de 2007 y, enseguida, la terrorífica debacle de
finales de 2008. Lo cual hizo obligatoria una intervención estatal masiva, en
ausencia de la cual el sistema financiero mundial se habría derretido como
mantequilla en agua hirviente, desatando en consecuencia una crisis de enormes
proporciones. Fue preciso hacer justo lo que la teoría económica hegemónica
rechazaba como indeseable: movilizar recursos públicos y propiciar una activa
acción estatal, para cuanto menos intentar remendar los colosales estropicios
realizados por los banqueros.
La crisis
desnudó lo que ya sabían muchos economistas heterodoxos: que esa teoría dominante
es falaz, irrelevante e inconsistente, y por lo tanto inútil, además de muy
peligrosa.
En su
momento, Keynes llamó la atención sobre ciertos hechos
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Otra versión del keynesianismo bastardo |
fundamentales: la
incertidumbre en el funcionamiento de los mercados capitalistas y, en ese contexto,
la presencia de elementos de irracionalidad y el importante papel que juega el
dinero. Estas tres cuestiones planteaban una crítica de profundas consecuencias
para la ortodoxia de la época. Ello fue ignorada por el “keynesianismo
bastardo” que devino dominante en los decenios siguientes, el cual redujo la
revolución de Keynes a algunas frivolidades sobre la “inflexibilidad de los
salarios”.
Con
Robinson, Sraffa, Pasinetti y otros economistas críticos del Cambridge
británico, quedo hecha trizas la teoría neoclásica del capital y, con esta, su
“función de producción”, y su teoría de la distribución.
Críticas
posteriores (desde el llamado “teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu” a los
trabajos recientes de Frank Ackerman y Alejandro Nadal) han demostrado la
inconsistencia de las teorías de la competencia perfecta y el equilibrio
general, las cuales son piedra basal de todo el edificio neoclásico. Steve Keen
ha mostrado, a su vez, las incoherencias de la teoría de la empresa, y otros
como Lars Palsson Syll y Paul Davidson han reivindicado, sobre renovadas bases,
la vigencia del problema keynesiano de la incertidumbre y las consecuencias
teóricas devastadoras que ello tiene para las construcciones teóricas
neoclásicas puestas de moda en las últimas décadas. El “individualismo
metodológico” en que se sustenta esa teoría ha recibido también un
cuestionamiento radical.
Todo esto
tiene una implicación práctica importantísima: deja sin asidero alguno las
propuestas de política económica que promueven la desregulación de los mercados
y el debilitamiento del sector público. Detrás de esas propuestas quedan tan
solo la ideología y algunos poderosos intereses.
Y, sin
embargo, esa misma teoría –no obstante sus enormes falencias- es la que,
embutida en los libros de texto, sigue formando las ideas económicas de muchos
profesionales, no solo en economía sino también muchas otras áreas. Y, lo que
es peor, ése sigue siendo el catecismo para muchos partidos políticos y líderes
alrededor del mundo. Lo cual ratifica que, mucho más que una cuestión académica
o científica, este es un asunto de decisiva importancia para sociedades y
países enteros.
http://sonarconlospiesenlatierra.blogspot.mx/2015/05/la-teoria-economica-neoclasica-ridicula.html
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