Junio 2015
ERDOGAN:
OBITUARIO POLÍTICO
Sable
de dos filos
Tamer
Sarkis Fernández
Racep
Tayyip Erdogan ha sido el amigo insatisfactorio donde “el Gran
Amigo Americano” sólo acepta al “mejor amigo del
hombre”: el perro. Los artífices estadounidenses de las
Primaveras acogieron al turco en calidad de rompehielos local y de
coach
de dotaciones para que, una vez “liberalizadas” las
estructuras políticas y económicas de
toda
la región, pudiera hacer de publi-relations
diplomático y de partenaire
inversor. Mientras le era reservado su lugar, como a quien ha de
recoger los despojos y morder sabrosos pedazos de carne que caen de
la mesa de los amos, Erdogan soñaba con una nueva Siria
des-estatalizada donde las personas, mutadas en “individuos”
“dependientes de sí mismos”, hubieran de entrar
cada mañana a producir en fábricas turcas para comprar
después esas mercancías turcas más otras
importadas.
Estos
excesos de avidez sobre el botín incomodaban a los Clinton,
los Biden y los Obama, con el crono a la contra: lograda la
remodelación medio-oriental, los capitales estadounidenses
iban a necesitar años de reconversiones si deseaban empezar a
rendir allí. La exportación rentable de Capital turco,
en cambio, podía ser inmediata. Se quería al Erdogan
subsidiario; se temía al Erdogan competidor. La proximidad
geográfica hacía del último un aventajado.
También aventajaba en virtud de las entradas económicas
y comerciales ya establecidas previamente con Siria durante la etapa
“de apertura”. No hay que negar, en fin, cierta empatía
sociológica sectorial
cosechada en la República Árabe. Todas estas utilidades
hacían de Erdogan un arma de dos filos para los estrategas de
la Administración demócrata. Los técnicos
liberal
en reactivar el ciclo de ampliación de capitales yankies
sabían que Turquía sí realizaba con eficiencia
la acumulación ampliada, y que necesitaba producirse mercados
para
sí.
El problema estadounidense era de hipo-estímulo a la
inversión. El problema turco era, al revés, una
hiper-actividad económica incapaz de ser metabolizada por el
mercado interno, y que necesitaba, así, salida
árabe-peninsular.
La
fortaleza y potencial económicos de Turquía han
acabado, dialécticamente, por sellar la debilidad de Erdogan
ante los Gigantes que reclaman para sí solitos un nicho-Mundo.
Él y su proyecto han sido el único exponente
productivista en el arco del Islam Político y de su Hermandad
(descaradamente burocrático-compradora y comercial en sus
demás tentativas: la egipcia, la tunecina, la libia, la siria
o la palestina gazadí). Se postuló socio de la
Primavera clintoniana “capitalizadora” del Oriente Árabe,
por conveniencia recíproca con esa fracción
hegemonista, al tiempo que se ponía a escribir su propio guión
para el futuro peninsular. Quiso hacer de Turquía la
Potencia hegemónica local emergente en
monopolio,
aplastando en la carrera tanto las posibilidades qataríes como
saudíes. Su vocación monopólica chocó con
la actual lógica del equilibrio multi-actorial instalada en la
Administración Obama. No ha fructificado el guión
neo-otomanista. Tampoco lo ha hecho el de Brzezinski, “tutor”
de Obama.
La
paradoja del autonomismo limitado
Para
explicar el finiquito del periodo Erdogan hay que explicar su
paradoja: la de un Estado cómodamente instalado, desde hace
más de 60 años, a la sombra de un campo imperialista y
al servicio/usufructo de sus estructuras financieras y militares;
pero un Estado que, contradictoriamente, desarrolla conciencia de
necesitar autonomía política y geopolítica si
quiere jugar mundialmente a la altura de la expansión
productiva que protagoniza, con inéditas virtualidades
acumulativas y necesidades de mercado. Erdogan demostró a los
arquitectos de la división funcional internacional, vocales en
la OIT, en la Comisión Europea, etc., que el turismo no es
ningún destino astrológico predecible para países
como España, Grecia o la misma Turquía, por misterioso
contraste de Naturaleza con la “eficiencia protestante”.
La Turquía de Erdogan ha desarrollado el textil, la automoción
de vehículo pesado, la agroindustria, el calzado, la
maquinaria industrial, los transportes colectivos, tecnología
militar propia, etc. Este último aspecto también ha
disgustado al complejo militar-industrial y a Israel; conservar a los
países en situación de dependencia militar es, para
ellos, poseer el anillo único que domina a todas las demás
sortijas. Por su condición de “aliada” de campo
imperialista, la Turquía de Erdogan no ha desarrollado aún
siquiera mínima independencia financiera, dato que ha acabado
por constituir uno de los grandes caballos de Troya portando la
desestabilización hegemonista del país.
La Unión
Europea ha venido haciéndose la remolona con Turquía.
Por pantalla hemos podido asistir a reiteradas declaraciones de
bloqueo a su entrada, exigencias de Derechos Humanos, etc.
Teatralidad al margen, es Alemania la que ha insistido en abrir la
puerta, más de lo que Turquía ha golpeado su aldaba, si
bien ofreciendo unas condiciones de incorporación “a la
mediterránea”, a las que Turquía, con salubre
auto-conciencia, ha reiterado el NO.
Con
voz propia en el Mundo Árabe
Hasta
cierto punto de inflexión, Erdogan no hizo más que
desarrollar la línea política regional e internacional
emprendida en 2002 por su homólogo anterior, Abdullah Güll.
A principios de este siglo, el Partido de la Justicia y el Desarrollo
se opuso a la invasión imperialista de Iraq, rechazando la
exigencia estadounidense de usar suelo turco como plataforma de
lanzamiento militar. En dicho momento, Turquía asumió
un papel destacado en sumar pasos internacionales contra el ataque o,
al menos, hacia impedir la consagración de una alianza
agresora pluri-estatal. Desde tal perspectiva, mantuvo rondas con
varios países árabes de la zona y con organismos
europeos. No sin relación con esto anterior, Gül revisó
unilateralmente el tratado turco-israelí de defensa mutua,
introduciendo limitaciones y condicionamientos, antes ausentes, en
materia de maniobras militares conjuntas y complementariedad táctica
(principalmente aeronáutica). Se desvanecieron así las
conquistas israelíes en sentido de manejar desde Tel-Aviv un
ejército paralelo orgánicamente unido a la Tsahal.
Bajo
aquel mismo contexto de unilateralismo estadounidense “por un
nuevo siglo americano” (como rezaban las cabeceras
programáticas de Bush, Cheney, Albright, Rumsfeld, Rice y
compañía), el Estado turco se enfrentó al plan
hegemonista de aislamiento y asfixia de Siria en tres golpes:
aislamiento internacional; bloqueo de importaciones; sanciones
políticas y jurídicas “internacionales”
contra los inversores, negocios y toda sociedad mixta fundada con el
Estado sirio. Miembro de la OTAN y de su estructura militar, Turquía
se negó también a suscribir la inclusión de
Siria en la Lista Negra de “enemigos de la civilización
libre”, tanto en la vertiente estratégica del documento
(prioridades al ataque) como en su vertiente ideológica (“Eje
del Mal”). Eran tiempos en los que el tándem
judeo-fundamentalista/evangélico-calvinista se impacientaba
por arrasar las estructuras sirias tal y como sus cazas pulverizaban
desde cielo iraquí el yacimiento arqueológico de Babel,
agenda neo-mesiánica que perjudicaba las perspectivas turcas
de mercado. Así que Gül-Erdogan llamaron a la concordia
con Siria, mientras paseaban a su “cara amable” –el
entreguista exministro de Economía sirio Abdallah al-Dardari-
por los lobbies
y salas de actos del World
Economic Forum.
Los turcos confiaban en una traición presidencial al pueblo
sirio y en la consecuente conversión gubernamental de la RAS
en un régimen burgués comprador. El Presidente Dr.
Bashar al-Assad no les cumplió esa necesidad estructural
(arriba expuesta), lo que explica el papel de Turquía en los
desencadenamientos posteriores.
Bajo
la acentuación del antagonismo turco-israelí por la
hegemonía regional, Erdogan halló lógico asidero
en la cuestión palestina, denunciando el muro de Gaza y el
bloqueo de bienes básicos contra su población. Por lo
mismo, se hizo sponsor
de varias iniciativas internacionales de avituallamiento y de
quebranto de la segregación sufrida por los palestinos.
Denunció la agresión israelí sobre Gaza de
diciembre de 2008, sin claudicar ante la crisis diplomática
originada. En el contexto de la última matanza neo-mesiánica
perpetrada sobre la Franja (verano de 2014), Erdogan compitió
con Qatar por erigirse máximo valedor de la lumpen-burguesía
comercial palestina y de su brazo armado, Hamas, que entronca con el
proyecto de cierta fracción del sionismo laico norteamericano
por descomponer el Oriente Árabe en una miríada de
entidades “islámicas” de programa económico
absentista y “liberal” para con el exterior. En tal
sentido último, Erdogan mantuvo sucesivas conversaciones con
Obama durante la masacre de 2014, organizando una agenda de presión
sobre Israel. Ésta se formulaba dirigida, en lo coyuntural, a
detener los ataques. Pero, subyacentemente, se proyectaba hacia
restringir de una vez por todas la territorialidad potencial israelí
tanto como a reemplazar la lógica nacional-judaica de “encaje
del Oriente Medio en Israel”, por una lógica alternativa
de encajar a Israel en un futuro Oriente Medio domeñado.
Por temor
a una presumible extensificación del fenómeno hacia
Turquía, Erdogan se opuso con invariancia a los planes de
segmentación y des-arabización de Iraq mantenidos por
la Administración Bush e Israel. Esta postura a favor de la
unidad territorial e institucional iraquí, contraria a la
primacía de sectarismos y de etnicismos siempre dispuestos a
la pleitesía a cambio de reconocimiento “internacional”,
ni convino entonces ni conviene hoy a un imperialismo “occidental”
que encuentra la horma de su zapato en el Mito colonialista y
reaccionario del Kurdistán, y, en Barazani, a su nuevo Teodoro
Herzl. No hace más que unos días, el propio Erdogan
denunciaba públicamente cómo la aviación
imperialista “aliada” “contra el Estado Islámico”,
se dedica en la práctica a bombardear las poblaciones
turquemanas y árabes de la Siria septentrional, originando un
éxodo demográfico que es rellenado de inmediato con
pobladores kurdos. El viejo lugarteniente otomano no encaja en el
dibujo del actual comodín imperialista: la gestación de
un nuevo Israel está en marcha.
Del
mar de China a Budapest
La
carencia de atractivo que para el potencial económico turco
tiene ya desde hace años una Europa de solvencia mercantil
decreciente, llevó a Erdogan a encandilarse, más si
cabe, con su natural proyección hacia el Asia Central
turquemana. “Turquía es una Gran Potencia que se
extiende de la Europa Central hasta el Mar de China”, llegó
a decir. En la práctica, el viraje se tradujo en el
estrechamiento de lazos comerciales con sus parientes a las orillas
del Caspio, empresa del todo infactible sin entendérselas
primero con China. Así se hizo Turquía con presencia de
invitación en las dinámicas de la Conferencia de
Shangai. Khazajstán es, para el Estado turco, la joya de la
Corona entre los países que componen el Tratado, con su
espectacular incremento inter-anual del PIB, su creciente solvencia
de mercado, su galopante urbanización (civil, institucional y
monumental) en demanda fluida de constructores, y su riqueza de
subsuelo.
Inmersa
en una dinámica que intersecciona con el párrafo
anterior, Turquía se aproximó también a Irán.
La República iraní es, por su parte, un mercado de
obligado anclaje para cualquier potencia emergente. Su capacidad
adquisitiva general es notoria, contra la imagen de “crisis”,
“pobreza” o “decadencia” vertida por el
espectáculo “occidental”. Pero, con mayor hondura,
fue la ruta del Khazajstán lo que atrajo a Erdogan hacia la
Persia Central: turcos e iraníes iban a co-invertir en
prospectar gas kazako y canalizar hasta el Mediterráneo el
surtido del ciclópeo yacimiento. Esto, y por razones
alternativas según los casos, no gustó a nadie,
empezando por el sector del Hegemonismo colindante a la AIPAC y
adverso a cualquier “concesión” hacia Irán.
Qatar, por su parte, veía cómo este plan de gasoducto
tomaba el lugar que hasta esa fecha parecía reservado al
consorcio Doha-Ankara, titular para la implementación de un
proyecto de conducto alternativo (y a través de una nueva
Siria sometida).
Contradicciones
inter-burguesas en Turquía
En
este mar de contradicciones regionales, subordinadas al principio
hegemonista de que “donde manda patrón, no manda
marinero”, Erdogan cometió el pecado de ser el mejor
amigo de sí mismo y de su propia burguesía, transitando
en equilibrio precario por la quebrada de la moderna subsunción
turca a “sus” “alianzas”. El cariz de su
nomenklatura
administrativa, una burguesía burocrática heterodoxa
por ser nacionalista y no ser vende-patrias, tampoco le ha ayudado a
ganarse simpatías ajenas. La novedosidad de la burguesía
burocrática montada en torno al Partido de la Justicia y el
Desarrollo y a su distribución clientelar tanto técnica
como administrativa, estriba en lo siguiente: extrae su porción
de Capital no de entregar al exterior los resortes económicos
y factores productivos del país, sino de gravámenes
fiscales a la vida económica nacional. Así, este tipo
heterodoxo de burguesía burocrática está
interesada en proteger y estimular la composición nacional de
los capitales, pues parasita de ellos. Dicha “solidaridad
interior” no puede más que ocasionarle la enemistad por
parte del Hegemonismo, y más aún en su actual declive.
Paralelamente,
la rivalidad por el pastel capitalista acabó originando una
relación ambivalente entre la burguesía productiva y
comercial turca, por un lado, y esa nomenklatura
administrativa islamista. Como la burocracia depende de tales fuerzas
económicas nacionales, se sujeta a su lógica de Estado
y esta lealtad es lo que mantiene el carácter soberanista de
las políticas gubernamentales. Pero al mismo tiempo, cada vez
intenta sacar más fracción de Capital en pago de las
funciones gestoras, reguladoras, diplomáticas,
representativas…, que realiza, desde el aparato Estatal, en
pro de la burguesía productiva misma. Dicha contradicción
entablada entre la burguesía y su propia organización
técnico-institucional, es percibida por la industria turca
como constante desvío de inversión potencial productiva
hacia el gasto improductivo. Paradójicamente, la agudización
de esta tensión y malestar acaba enemistando a fracciones
industriales con su
propio Gobierno, y
el Gobierno acaba oscilando entre purgar a la burocracia y su
dependencia de gestión respecto de la nomenklatura
que él ha ido empoderando.
Sólo
desde ahí puede entenderse el creciente des-control
gubernamental sobre la judicatura turca, cuya labor archivística
e investigadora ha terminado por pesar decisivamente en el
hundimiento de la imagen pública de Erdogan y su Ejecutivo.
Desde que el Hegemonismo estadounidense decidió que era hora
de destapar (2013) la corrupción incurrida por Erdogan y
destacados miembros de su entorno y Gabinete, el Poder Judicial turco
ha efectuado sistemáticamente de puente entre la siembra
exterior de revuelo y la prensa. Los mermados índices de
popularidad dieron la ante-imagen del curso electoral.
Los
factores internos y su insuficiencia explicativa
Sin
género de dudas, los factores internos tienen su peso en
explicar el final de periodo para un Erdogan que en las pasadas
elecciones ha perdido la mayoría. La contradicción
sociológica entre la Turquía contemporánea y el
Islam Político es notoria. El PJD ha sido como instaurar el
nacionalcatolicismo tecnocrático garante del desarrollismo
franquista, en plena posmodernidad. Limitación de las
reuniones públicas, cánones de decoro para el atuendo,
proscripción de besarse en la calle y del cigarrillo en
espacios abiertos, intentos de moldear el traje de baño, etc.
De todos modos, estas convulsiones morales han sido exageradas por
los medios “occidentales”, porque, de hecho y para una
porción considerable de la población turca (la Turquía
“aldeana”, rural o hasta de municipio mediano), estos
corsés no son problema. Más bien objeto de respaldo.
La
postura asesina contra Siria sí le ha pasado mayor factura,
por solidaridad humana, sí, pero aún más por
padecer en carne propia el escabroso clima derivado de la ubicación
armada en suelo turco, que ha traído contrabando, inseguridad,
atentados, saqueos, abusos sobre las poblaciones lugareñas y
conatos violentos de imposición “moral”, ésta
sí, intolerablemente rigorista incluso para los moradores más
tradicionales. Ello por no hablar de la alarma social disparada ante
el efecto boomerang
de una potencial escalada, implicando actores otrora fuera del campo
enemigo inmediato; y ahora susceptibles de enfrentarse a Turquía
por efecto de un Hegemonismo que sabe externalizar hacia lo local
aquellos polvorines invocados por sus propias tentativas de
remodelación.
He
mencionado con anterioridad la dependencia turca financiera y la
emisión/compra de deuda como factores de desestabilización.
Ellas han forzado al Gobierno a una política monetarista en
pro de hacerse con un fondo de pago de la deuda. La emisión
monetaria también ha sido un intento de responder a la
insuficiencia solvente del mercado interno. Se pone más moneda
en circulación como terapia de choque en pro de aumentar el
poder adquisitivo y la tenencia en metálico, de dar
facilidades al incremento de los salarios nominales, etc. Sin
embargo, tales dinámicas acaban siempre por devaluar la moneda
(el Valor total interno –mercantil y de capitales- se divide
entre más caudal monetario, de modo que cada unidad monetaria
tendrá
menos valor).
Eso ha sido llover sobre mojado en un país de bajísimo
salario medio en relación no sólo a las necesidades de
la Fuerza de Trabajo, sino también a las necesidades
capitalistas de consumo. Lo expuesto significa que Erdogan perece, en
cierto modo, de “éxito”, pues la eficiencia de
desarrollo capitalista, prolongada durante su mandato, se traduce en
una sobreproducción cada vez más divorciada del modesto
“metabolismo social” turco.
Contra
el indeseado, se abre la Caja de Pandora de la corrupción
Las
contradicciones internas subrayadas no son condición
suficiente del ocaso de Erdogan. Al contrario, y como he desarrollado
en el presente texto, fue el intento de fraguar una línea
política internacional autonomista con que superar las
contradicciones económicas internas, aquéllo que
terminó poniendo en guardia a un Hegemonismo celoso de apurar
lineamientos en su contexto de ineficacia competitiva. El
Hegemonismo, poniendo en marcha la desclasificación y
filtración documental, y, con ella, el engranaje judicial
turco tanto como el periodismo “de investigación”,
desató el escándalo de la inmoral corrupción,
directo al Talón de Aquiles de quien hacía de “la
moralidad islámica” uno de sus valores diferenciales.
Tamer
Sarkis Fernández
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