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Enero 2015

Los bancos centrales de la tríada, entre guerras y crisis


Ariel Noyola Rodríguez*

La autonomía de los bancos centrales, impuesta durante la década de 1990 por el capitalismo neoliberal, vinculó de manera decisiva el apoyo estatal a la moneda a las exigencias de la acumulación. Sin embargo, la crisis de 2008 marcó un punto de quiebre en el curso de la economía mundial. A pesar de los programas de estímulos monetarios y fiscales, Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Francia (las cinco mayores economías del mundo) mantienen hasta la fecha una inflación por debajo de 2 por ciento que amenaza con convertirse en deflación (caída de precios).

El aumento de la conflictividad entre capitales individuales por defender su cuota de ganancia en el mercado mundial ha contribuido de forma decisiva en los meses recientes a consolidar progresivamente la deflación como una tendencia de larga duración. Tras la caída simultánea de la actividad económica entre finales de 2008 y principios de 2009, los bancos centrales del Grupo de los 7 (G-7) coordinaron sus esfuerzos para evitar los efectos más corrosivos de la crisis mediante la reducción de los costos del crédito; sin embargo, ello no ha sido suficiente para dejar a un lado las consecuencias de la espiral deflacionaria actualmente en curso (caída de la demanda agregada, declive sostenido de la inversión empresarial, aumento de la morosidad de la deuda privada, etcétera).

El alza abrupta de la tasas de los fondos federales en Estados Unidos podría no sólo producir nuevas turbulencias en los mercados financieros internacionales sino, peor todavía, existe el riesgo de llevar a la economía mundial a la depresión a través de un proceso renovado de destrucción de capital (quiebras masivas de empresas y bancos, despidos laborales, etcétera), que permita finalmente apuntalar la rentabilidad del sistema en su conjunto: un paso hacia atrás para tomar más impulso hacia adelante. Por ello, la batalla entre la tríada de los bancos centrales integrada por el Sistema de la Reserva Federal (Fed), el Banco Central Europeo y el Banco de Japón se agudizará en los próximos meses como una consecuencia natural de los antagonismos de política monetaria entre los dos últimos y la Fed (seguida también por el Banco de Inglaterra).

Por otro lado, hay que tomar en consideración que los rasgos particulares de las economías de los bancos centrales en disputa bien podrían precipitar o postergar el desenlace. La Zona Euro constituía el epicentro de la deflación a inicios de año. Sin embargo, no fue sino hasta septiembre cuando Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, puso en marcha una batería de medidas enfocadas a aumentar el nivel de inflación y evitar un nuevo escenario depresivo. En primer lugar, llevó a cabo una nueva reducción de la tasa de interés de referencia e impuso una tasa negativa a los depósitos de los bancos para favorecer el otorgamiento de crédito. En segundo lugar, creó el Plan de Financiamiento de Largo Plazo (TLTRO, por su sigla en inglés), créditos baratos con vencimiento a 4 años. Sin embargo, las medidas resultaron un fracaso rotundo: el nivel de precios se ubicó en 0.40 por ciento en octubre y cayó a 0.30 por ciento en noviembre. Además de anunciar el relanzamiento del Banco Europeo de Inversiones mediante el denominado Plan Juncker, el Banco Central Europeo se declaró abierto a discutir a principios de 2015 la implantación de medidas de estímulo “no convencionales” que incluyan la compra ilimitada de bonos de deuda soberana y corporativa, a pesar de la férrea oposición del Bundesbank.

Por otra parte, los resultados de las pruebas de estrés a 120 entidades bancarias revelan no sólo un alto nivel de concentración y centralización del capital en Europa, sino también una elevada propensión al riesgo y un incremento sustantivo de la fragilidad de los sistemas financieros nacionales. De manera inédita, las inversiones orientadas a la adquisición de bonos de alto riesgo generan cada vez menos ganancias. Atrás quedaron los niveles de bonanza alcanzados en 2010, derivada del arbitraje entre las tasas de interés de la deuda de los países centrales (Alemania y Francia), la periferia en situación crítica (Grecia, Chipre, España, Italia, etcétera) y el bajo rendimiento de los bonos del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. De manera paradójica, la búsqueda de una mayor tasa de beneficio de parte de los fondos de cobertura (hedge funds) terminó por socavar la rentabilidad financiera. Para colmo de males, la caída del precio del petróleo, manipulada por los bancos de inversión de Nueva York en contra de Rusia, Irán y Venezuela como efecto de una guerra económica sin cuartel, representa el último clavo en el féretro de la Zona Euro, cada vez más sumergida bajo los escombros de la crisis, el estancamiento crónico y la deflación.

El Continente Asiático, por su parte, sufrió un duro revés luego de confirmarse que la economía nipona cayó técnicamente en recesión durante el tercer trimestre del año; el reforzamiento de los estímulos monetarios no bastó para dejar atrás la tendencia deflacionaria observada desde la década de 1990. Al contrario, después de la disminución de las tasas de interés de referencia de los bancos centrales de China y Corea del Sur de cara al enfriamiento de sus economías, el endurecimiento de la estrategia del primer ministro japonés, también conocida como Abenomics (incluye los estímulos monetarios, el aumento del impuesto al valor agregado y las reformas estructurales), contribuyó a incrementar las tensiones monetarias regionales a través de una nueva guerra de divisas.

En suma, las divergencias de las medidas ejecutadas entre el polo conformado por la Fed y el Banco de Inglaterra, por un lado, y el Banco Central Europeo y el Banco de Japón, por el otro, revelan que en tiempos de guerras y crisis los criterios de la rentabilidad del capital terminan por imponerse de manera apabullante frente a los acuerdos entre caballeros de los gobiernos nacionales.

Ariel Noyola Rodríguez*

*Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México


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