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Enero 2015

Restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos destaca el papel de los molinos de dios y la enorme figura de Fidel Castro


17 dic 2014

Gilberto Lopes, redactor
gclopes@racsa.co.cr

Poco más de medio siglo de historia se cerró hoy, con el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos.
Dos discursos sobrios y un comunicado del Vaticano sellaron el acuerdo tejido con el hilo fino de la diplomacia vaticana.

“En el curso de los últimos meses el Santo Padre Francisco ha escrito al Presidente de la República de Cuba, el Excelentísimo Señor Raúl Castro, y al Presidente de los Estados Unidos, el Excelentísimo Señor Barack H. Obama, invitándoles a resolver cuestiones humanitarias de común interés, como la situación de algunos detenidos, para dar inicio a una nueva fase de las relaciones entre las dos Partes”, dice el comunicado del Vaticano, de solo cuatro párrafos.

La Santa Sede –agrega– “acogiendo en el Vaticano, el pasado mes de octubre, a las delegaciones de los dos países, ha querido ofrecer sus buenos oficios para favorecer un diálogo constructivo sobre temas delicados, del que han surgido soluciones satisfactorias para ambas partes”.
Muy modestas palabras usadas con cuidado para no oscurecer la magnitud de lo logrado.

El presidente cubano, Raúl Castro, por su parte, recordó la otra gran figura de este acuerdo. La disposición a un “diálogo respetuoso, basado en la igualdad soberana” –afirmó– “fue expresada al gobierno de Estados Unidos, de forma pública y privada, por el compañero Fidel en diferentes momentos de nuestra larga lucha”.

Obama jugó su carta en el momento en que su figura lucía más debilitada, camino a un final gris de mandato. Será ahora difícil recordar ese camino deslucido. El relumbrón de las medidas anunciadas hoy encandilarán a quienes intenten seguir hurgando en las vacilaciones y fracasos anteriores. "Hoy, Estados Unidos está tomando medidas históricas para trazar un nuevo rumbo en nuestras relaciones con Cuba y para confraternizar y empoderar al pueblo cubano", dijo Obama, en su breve discurso desde la Casa Blanca.

La figura enorme de Fidel Castro

Son pocas palabras para describir un hecho de enormes repercusiones, difíciles de precisar en toda su dimensión. Es inevitable sentir una emoción similar a la que despertó el anuncio –también inaudito– de la caída del Muro de Berlín.

Entonces, un régimen sostenido por las fuerzas de una Unión Soviética debilitada cedieron a la presión de Occidente, haciendo implosionar el muro fronterizo.

Hoy, ha ocurrido lo mismo. La misma fuerza irresistible, conformada durante una resistencia de 56 años a las presiones de Estados Unidos, hizo implosionar el muro impuesto a la isla. "No podemos seguir haciendo lo mismo y esperar obtener un resultado diferente", dijo Obama, reconociendo el fracaso de las políticas de Washington hacia Cuba.

Es que, a diferencia de la Alemania Democrática, o de los socialismos del este europeo, en Cuba el régimen no se construyó bajo la dominación de ninguna fuerza extranjera, sino a partir de raíces profundamente nacionales, definidas por Martí hace más de un siglo.

Visión encarnada por la figura enorme de Fidel Castro, político revolucionario que ha tenido el raro privilegio de ver, aun lúcido pero ya no gobernando, el triunfo completo de su obra.

Nada de eso, naturalmente, implica el desconocimiento de que los desafíos para Cuba siguen siendo muy grandes, ahora más concentrada en encontrar ese aun mal trazado rumbo de desarrollo no capitalista, en medios de desafíos económicos y de un renovado aire de libertades que el fin de las conspiraciones norteamericanas para derrocar el régimen cubano puede traer (si esto es realmente el fin de esos intentos).

De nuevo un Papa

Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo: palabras entonces algo enigmáticas de Juan Pablo II a su llegada a La Habana, el 22 de enero de 1998.

Han pasado casi 17 años desde que el Papa fijó ese objetivo. Cuando asumió el cardenal argentino Jorge Bergoglio la función papal, en marzo del año pasado, recordamos las circunstancias en las que lo había hecho Karol Wojtyla en octubre de 1978, en un artículo publicado en el Semanario “Universidad”.

“Cuando el cardenal Karol Wojtyla fue elegido Papa, en octubre del 1978, el mundo estaba a una década de ver el derrumbe del socialismo en el este europeo y el fin de la Unión Soviética. Su elección fue pieza clave en ese proceso, en la opinión –nada menos– del entonces presidente de la Unión Soviética y Secretario General del Partido Comunista, Mijail Gorbachov, y de muchos otros intelectuales y políticos de la época”, dijimos en ese artículo.

Pero el fin del socialismo en los países del este europeo “desató una forma de ‘capitalismo salvaje’ que el propio Juan Pablo II criticó duramente; no evitó que, en Europa, se extendiera un período que terminó llevando la región a su más grave crisis económica y social y a poner en peligro la misma existencia de la Unión Europea. Una crisis que está en pleno desarrollo, sin que nadie se atreva a predecir su fin ni como terminará”.

Entonces reprodujimos afirmaciones de un exdirector del diario argentino Clarín, Roberto Guareschi, quien aseguró, refiriéndose a la elección de Bergoglio: “Es imposible no hacer una relación con el papel del Papa Juan Pablo II en el desarme del comunismo en su Polonia natal, un capítulo en el efecto dominó en Europa Oriental, en la caída del Muro de Berlín y, en última instancia, en el fin de la Unión Soviética”.

Cuatro meses después, el Papa Francisco realizaba su visita a Brasil. De nuevo dijimos, en otro artículo para “Universidad”: “todavía es temprano para evaluar los resultados de una visita que marcará el inicio de un pontificado lleno de desafíos para el primer Papa latinoamericano”.

Pero, agregábamos, “no debería dejar de llamar la atención la cuidadosa elección que la iglesia hace de sus papas. Que después de uno que se adelantó a la época del derrumbe del orden político en el este europeo –y de uno de transición, especialmente preocupado de la “pureza” de la doctrina– se haya elegido ahora el primer Papa latinoamericano”. Los efectos de esa elección para el orden político mundial, en particular para América Latina, quedan en evidencia con los anuncios del miércoles sobre la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos.

Grandes cambios

En todo caso, nada de lo ocurrido habría sido posible sin los grandes cambios que están ocurriendo en el escenario internacional. El principal de ellos es el derrumbe de un modelo liberal transformado en economía de casino que ha terminado por derrumbar todo espejismo de que nuestro futuro estaba en esa mesa de juegos.

El resultado es que, aun frente a una izquierda incierta, con frecuencia poco clara, a veces corrupta, hay un derecha aún más desarticulada, sin nada que ofrecer, incapaz de ponerse de acuerdo, dejando en evidencia que lo que la unía era el espejismo que nos vendían, a fuerza de mostrar el ejemplo y tratar de convencernos de que algún día seríamos como los del Primer Mundo.

Ese es el contexto que ha hecho posible ese cambio, el anuncio que faltaba, el hacer implosionar ese muro con que Washington rodeaba la isla y que hoy, gracias a la resistencia de su pueblo y a la lucidez de su líder, voló también por los aires.







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